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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 16

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----- CAPÍTULO 16 -----

 

La vuelta a casa se hizo rara. Tratar de volver a la normalidad se me antojaba extraño. Al llegar al piso iba con Marta y Ana, y nos paramos a llamar al timbre de Julia, que me dio un abrazo con cuidado y me preguntó qué tal había salido. Le dije que bien, apenas sentía dolor ya, y el médico me había mandado vida normal poco a poco. Como había estado ingresado debido a la infección más de lo normal tras una operación de apendicitis, pues había mejorado muchísimo.

Julia me sonrió mientras me decía: «Espero que te guste». Se refería a otra tarta que había hecho, y que aguardaba en nuestro frigorífico, donde nada más entrar, las chicas restantes corrieron a sacarla, a darme besos y abrazos y a celebrar mi vuelta. A eso se refería Marta cuando dijo que tenían algo para mí (ya me lo veía venir). Se me acercaban con cuidado, como si me fuera a romper, y se lo hice notar.

—Tranquilas coño, que no soy de porcelana. Podéis abrazarme bien.

Y seguidamente Gloria y Ioana repitieron su abrazo, esta vez con más fuerza.

 

Mari Carmen hizo comida a la plancha para todos, pero básicamente era por mi estado. No obstante podía ir poco a poco comiendo comida normal, así que de postre no tuve reparos en tomar un poco de tarta. Estuvimos hablando un poco (casi todo en referencia al compañero que había tenido de habitación), y luego me fui a echarme un rato.

 

Tras la siesta fui con gozo a darme una ducha, ya por fin en mi casita. Fue al salir de ella cuando noté que «se me acababa la morfina». Como os dije, la puerta del cuarto de baño de la 2ª planta daba de frente con la de la habitación de Sara. Y me quedé quieto mirando la marca que en ella había, y que dejara yo tiempo atrás al estampar el bajo.

Entonces volví a pensar en ella... En ningún momento Sara vino a visitarme. Sé que Marta la avisó de lo ocurrido, más por obligación que por que quisiera. Y sólo sirvió para cogerse un cabreo la pobre ante la indiferencia que trataba disimular mi segunda exnovia poniendo excusas o alegando que yo no querría verla (lo cual era cierto, pero bueno).

Sara se había ido para no volver. Sara se marchó llevándose una gran parte de mí. Y jamás volví ni he vuelto a saber nada de ella.

Ya no me importa. Pero aquel día, cuando regresé a casa, y al pasar a mi habitación tras la ducha ver sobre mi escritorio el colgante de corazón con su nombre, volví a llorar como un crío… mientras me lo ponía de nuevo.

 

 

Pasé esa semana abstraído de todo… otra vez. Volvía a meterme en el pozo, y no podía sacar a Sara de mi cabeza, ni de mi corazón… mientras sujetaba el colgante. Si salía de mi habitación era para ver alguna noche en la tele del salón algún combate de boxeo, como los que veía con el Jotas en el hospital. Empezaban tarde, así que podía sentarme solo mientras me tomaba una copa y sin nadie que me hiciera preguntas o me hablase. Conforme pasaban los días a las chicas les ponía la excusa de que quería descansar tras la estancia del hospital, pero ya cuando era raro que pasase tanto de ellas comenzaron a estar encima mía otra vez. Lo solucioné saliendo de casa, yéndome a dar vueltas sin sentido por Madrid.

 

Una de las ocasiones, recuerdo que tras llegar me fijé en el número sobre mi puerta. La Nº 2. Como si indicara que yo era «el segundo»… un segundón. Mientras la zorra de Sara se había estado follando a un profesor de la universidad, y tal vez siguiera haciéndolo. Un 2, de los dos cuernos que tenía. Un 2, de los dos cumpleaños que habíamos pasado juntos bajo el mismo techo.

 

Las chicas estaban en el salón, y Marta no tardó en darse cuenta de que algo me pasaba, mientras yo, ahí de pie, me agarraba con fuerza el colgante y unas lágrimas cruzaban mis mejillas.

Marta se vino hacia mí y de un jalón me arrebató el colgante partiendo la cadena. Yo me lancé a por ella, y de inmediato Ana se levantó y me sujetó por un brazo. Mientras me decían que me tranquilizara, Gloria se ponía delante de mí con los brazos extendidos, y Mari y Ioana lo contemplaban todo desde el sofá, ya en pie.

Marta se fue al baño y de golpe tiró el colgante por el retrete jalando de la cisterna, mientras yo gritaba y lloriqueaba como una nenaza…

—¡Mira Adrián, me importa un carajo que te cabrees conmigo, como si me quieres echar! ¡Pero por mis cojones que dejas de llorar por esa zorra!

Me cabreé con ella y le di una hostia a la pared (lo primero que tenía delante) con ganas, sin pararme a pensar en que estábamos donde la tele de plasma… a la cual rompí la pantalla.

 

Me largué poniendo a Marta a parir, cerré la puerta del portal de un golpetazo y comencé a andar sin norte. Me monté en el metro de Madrid y me dediqué a dar vueltas mientras escuchaba por el mp3 canciones que no me hacían ningún bien.

No recuerdo mucho de esa noche… Creo que me recorrí diversos locales, como un turista en tierra germana haciendo la ruta de la cerveza durante el Oktoberfest. Dormí por ahí, de un banco a otro; hasta que encontrara otro local abierto en el que ahogar mis penas.

 

No sé qué hora era, pero ya era de día. Estaba en un bar a la hora del café mañanero, tomándome en su lugar un vodka a palo seco, cuando una figura que pareció reconocerme entró por la puerta. Se me acercó sigilosamente y bajando la voz me habló:

—Joder… Adri —era Marta, que entraba a trabajar; y sin comerlo ni beberlo había acabado en su bar. Resopló, no por enfado, sino como quien siente lástima de un semejante, y me colocó una mano en el hombro—. Oye…

—Suéltame hostias… ¿No ves que estoy desayunando?

No voy a escribir «estilo borracho» para que lo entendáis, que queda muy cutre; pero habéis de saber que estaba como una cuba. Sólo una vez anterior en mi vida había perdido la cuenta de las copas que llevaba encima (cuando mi primera novia me abandonó por teléfono).

—Vamos, te llevo a casa… —me dijo frotándome la espalda.

—No…

—Que sí, venga. Oye, Jorge —dijo refiriéndose a su jefe tras la barra—, que hoy me voy a casa.

—Tú haz lo que quieras, pero si te vas no vuelvas —le soltó el imbécil con su musical acento sudamericano.

Yo alcé los ojos para observarle con mirada perdida, pero como una bomba de relojería. Marta sólo tardó dos segundos en contestarle:

—Mira, ¿pues sabes qué te digo? ¡Que te metas el curro por el culo! Que estoy hasta el coño de aguantar tus abusos y que me pagues una puta mierda para luego robarme.

—¡Anda y vete ahí! —le dijo el otro, con risas— Y no vuelvas.

La mecha llegó a su final.

—¡Me cago en tu cara so cabrón! —dije lanzando el vaso y estallándolo contra la pared tras él, mientras me latían las venas la hostia de rápido.

Marta me tranquilizó y nos salimos de allí, escuchándole decir que le descontaría a ella mi copa, y con el silencio estupefacto de los pocos parroquianos en la barra a esa hora del día.

 

 

Al entrar al portal nos encontramos con Julia, la vecina. No sé a dónde iba tan pronto, supongo que al banco, al médico o algo de eso. Yo me apoyaba en los hombros de Marta, que como podía me llevaba.

—¡Ay! ¿Qué ha pasado?

—Nada… una mala noche —le respondió Marta.

—¿Pero está bien?

—Sí… —le contestó mi acompañante mientras me miraba.

Julia me levantó la barbilla y me vio los ojos rojos y la cara de empanado beodo que no sabe por dónde anda:

—Ais, mi niño… No puede ser.

—Estoy bien —balbuceé.

—Si es queee… —dijo Julia moviendo la cabeza, a modo recriminatorio hacia la causante de todo esto y que ya no vivía en el edificio; pues a estas alturas ya sabía que lo mío con Sara había acabado mal—. Descansa anda, y alegra esa cara, que un joven tan guapo como tú no merece la pena que esté así por una chiquilla —y me dio un besazo de esos sonoros en la mejilla.

 

Cuando entré junto a Marta por la puerta casi tuve una arcada. Luego me arrastró como pudo hacia el baño. Mientras yo vomitaba en el retrete ella no se quedó de pie; se quedó a mi lado, arrodillada en el suelo.

—Qué recuerdos me trae esto… —la oí decir con voz suave.

—¿Veterana —preguntaba con la boca y nariz babeantes— en aguantar borrachos?

—No —y al rato prosiguió—: Yo estaba donde estás tú.

Oí algunos ruidos, Marta salió al pasillo, y debía ser alguna de las otras chicas levantada y preocupada por los sonidos que venían del baño. Marta la despachó y volvió conmigo. Se arrodilló de nuevo y me besó el cabello, mientras seguía con la cabeza metida en el váter.

Luego me lavé y me acompañó a mi cuarto. Me ayudó a desvestirme, quedándome en bóxers, y me metió en la cama. Me tapó, pues empecé a tiritar, volvió a arrodillarse junto a mí y me acarició el pelo.

—Duerme, nene.

Pero cuando hizo ademán de irse sostuve su mano con firmeza y le supliqué, con las pocas palabras que me salían y con la mirada, que no se fuera. Que por favor se quedara conmigo…

—Por supuesto —dijo sonriente.

Se metió en la cama junto a mí, me abrazó, me besó tiernamente en los labios… y me rendí al sueño.

 

 

No sé cuándo desperté, pero si no recordaba mal fue el jueves por la tarde cuando salí de casa. Por lo que, en principio, debía ser viernes al medio día o por la tarde.

Lejos de mi inicial temor al abrir los ojos Marta seguía allí; no se había quedado un rato conmigo para contentar a un tristón apenado para luego irse.

—¿Qué hora es? —le pregunté, teniendo mi cara a escasos centímetros de la suya.

—¿Hora? Más bien dirás qué día, nene —y se rió—. Es broma, es viernes… debe ser por la noche. Me levanté a medio día y luego me volví aquí —y me dio un beso en la mejilla.

Vi que se había cambiado y ahora llevaba ropa de andar por casa, que al ser la temporada que era eso implicaba una camiseta liviana y sólo unas bragas de cintura para abajo. No hacía mucho calor, pero estábamos tapados con una sábana, con eso bastaba para el frescor del ambiente.

Ella, tumbada a mi derecha, en el lado de la cama que no está junto a la pared, tenía su brazo derecho sobre mi vientre, y con dulzura me preguntó si me dolía cuando acarició con sus dedos mi cicatriz; le dije que no. Al mover luego su brazo dio sin querer con su codo en mi notable erección.

Yo tragué saliva, y ella se quedó mirándome.

—Da igual que sea por el día o por la noche, cuando os despertáis los tíos… —dijo con picardía.

—Bueno, la compañía también es de agradecer… —dije sonriendo, pero sin malicia.

Ella, con su cara vuelta hacia mí, desvió la mirada de mis ojos y comenzó a mover su mano. La deslizó poco a poco, y cuando llegó al borde de mis bóxers se quedó quieta, como esperando que hiciera o dijera algo. No lo hice.

Ella continuó; primero introdujo un dedo, luego otro, y luego la mano entera. Me agarró bien el pene junto a los testículos mientras yo cerraba los ojos y me dejaba hacer. Luego sacó mi polla fuera, morcillona que se había vuelto un poco por los nervios, y comenzó a pajearme lentamente.

Mi movimiento fue bajarme los bóxers hasta los tobillos, y sacarlos de una pierna, para abrirme mejor y facilitarle la tarea; ella hizo lo propio con su prenda interior. Volví a cerrar los ojos. Todo me daba igual. Todo me importaba una puta mierda.

Retiró la sábana y se introdujo mi polla en su boca, terminándola de poner dura. Lamió con dulzura, pero con decisión. Quería que comprendiera que no me la estaba chupando para animarme, sino que lo hacía porque le apetecía, porque tenía ganas, porque quería probar mi polla. Después de chupármela un rato subió, me dio un largo beso en los labios y me susurró:

—Tomo la píldora…

Y con una mirada de diosa del amor se deslizó hacia abajo cuando me vio asentir, y se la introdujo suavemente en su cueva. Yo coloqué mis manos sobre sus caderas, mientras ella se quitaba la camiseta y dejaba al aire sus pechos.

Marta tenía un piercing en el pezón derecho. Había pasado desapercibido para mí el día del topless (que no llegué a ver más que lo justo para darme cuenta que estaban con las peras al aire), y la vez del encontronazo en el baño de abajo (durante el cual evité mirarle a las tetas dedicándome a ver el alicatado de la pared). Joder, mira que no me gustan los piercing en una chavala… Pero bueno, como reza mi filosofía: «A tetamen regalado, no le mires el piercing».

 

Tenía los pechos muy firmes, muy bien puestos. Si bien no eran tan grandes como los de otras chicas de la familia, y no hubieran ido tan bien para hacerme una paja cubana, eran toda una delicia de contemplar cómo suavemente se movían mientras me cabalgaba, primero lentamente y después más y más rápido. Sus pezones erectos me confirmaban que estaba disfrutando y no lo hacía sólo por complacerme a mí; porque no estaban así por frío, desde luego…

Yo envié una de mis manos a explorar su coño, mientras me montaba. Toqué su monte de Venus, y me detuve a jugar con los pelitos; esa tira de vello que ella se dejaba.

 

Me estaba montando un buen coño. Me estaba montando el coño de toda una mujer de verdad, no una zorra cría infiel. Me estaba follando mi Marta.

 

Cuando vi que no iba a poder más se lo hice saber.

—Marta… me voy… —le dije entre gemidos ahogados. Ella acercó sus labios a mi oreja.

—Lléname —se limitó a decir.

Ella debió notar cuando todo mi esperma, una buena cantidad, le estaba entrando hasta el útero bien calentito, porque apretó sus manos con las mías y apoyándose en ellas la vi cerrar los ojos, abrir la boca exhalando y apretar sus rodillas. Todo encima de mí.

 

Tras nuestro orgasmo no se salió de inmediato. Siguió sobre mí, besándome. Luego se acomodó a un lado y me abrazó.

 

—Lamento mucho… —comencé a disculparme cuando recuperé el aliento— que hayas perdido tu trabajo por mi culpa.

—Olvídate de eso; no ha sido por tu culpa. Además, que le jodan a ese mamón. Suerte tiene de que al final no le he pateado el culo —y nos reímos ambos.

—Ya, bueno… y siento también… lo de los insultos que te dije el otro día…

—No te preocupes —me susurró—.  No te cambio por nada, Adri —sentenció dándome un pequeño lametón en la mejilla. Yo tomé aire, y luego le pregunté de cachondeo:

—¿Ni por una pizza? —ella se rió.

—Ni por mil pizzas.

—Lo digo porque tengo un hambre…

—Yo también —dijo haciendo una mueca.

 

 

Al poco nos levantamos, encargamos una pizza y nos la comimos en la terraza. Después nos fuimos a dormir ya entrada la madrugada, aunque sin mucho sueño, tras charlar un poco.

Volvimos a hacerlo en mi cama, esta vez con ella debajo. Fue algo más… duro (por así decirlo) que la vez anterior. Dormimos estupendamente.

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