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Flechazo

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5 de septiembre

Aquel día cambió toda mi vida.

El día empezó normal, por la mañana teníamos reunión de profesores en el instituto en el que estaba destinada, el mismo del curso pasado, en el que había hecho el año de prácticas tras aprobar las oposiciones. Tras el claustro, nos veíamos los profesores de cada asignatura para repartirnos los cursos. Así que yo estaba en la sala de profesores charlando con los compañeros, esperando para que nos reuniéramos el departamento cuando la vi.

En un momento, no estaba hablando con nadie, cuando me giré hacia la mesa que ocupa el centro de la sala. Yo estaba en una esquina, y miré a la otra esquina. Allí estaba ella. Más o menos de mi edad, unos 30 años, buen tipo, de pelo oscuro con media melena lisa, morenita de piel, guapa, me pareció que de ojos verdes, nariz fina y labios carnosos.

Nuestras miradas se cruzaron, y algo en mi interior se agitó, una atracción como jamás tuve, que identifiqué como amor, ya que me recordó a mi primer novio y lo enamorada que estaba de él. “Pero, espera, Carla. ¿Cómo que te estas enamorando de una mujer?, si tu no eres lesbiana. Claro que no lo soy, pero algo en ella me atrae como el polen a las abejas. ¿Y además, cómo sabes que es amor? Lo se, simplemente lo se. Deja de mirarla, tonta, y quítate esa sonrisa idiota, que estás haciendo el ridículo.” Mi parte realista tenía razón, creo que se me había quedado una cara de idiota, pero no podía dejar de mirarla. Y lo peor es que ella también me miraba y ninguna podíamos apartar la mirada.

El hechizo se rompió cuando, simultáneamente alguien la llamó y otra persona me llamó a mi, fueron los segundos más intensos de mi vida. “Venga, Carla, ya vamos al departamento” Me dijeron.

Todavía me demoré un instante para coger mi bolso, no intenté mirarla de nuevo. Salí al pasillo. Alguien me tocó el hombro.

- Un momento, por favor. ¿Eres Carla de Lengua? - Me preguntaron.

- Si -Dije al volverme, y allí estaba ella otra vez, a mi lado.

- Soy Marta, de inglés -Me dijo.

- Encantada, Marta.

- Te quería pedir un favor.

- Tu dirás -Hasta aquí lograba controlar la mirada y mis emociones.

- Pues verás, yo vivo en la capital, en el barrio Este. Esta mañana he venido con Juan, de Tecnología, pero se tiene que ir a otro pueblo y como me han dicho que tu también vives en el barrio Este, quería pedirte si podría volverme contigo. Es que tengo el coche en el taller y hasta el jueves no me lo dan.

Vaya que suerte, voy a estar la media hora de camino sola con ella.

- Naturalmente, espérame en el aparcamiento o si yo acabo primero te esperaré.

- Gracias, Carla.

- De nada. Hasta luego.

Con la perspectiva de compartir a solas un rato, mi ánimo creció. La reunión fue provechosa, elegí lo que quise y no salí malparada, evité los grupos conflictivos y solicité mis preferencias de horario, en realidad ninguna, ya que a los 29 años que tenía, sin estar casada ni con hijos, viviendo con mis padres aún, la verdad es que me daba igual el horario que me dieran. No me cuesta madrugar para entrar a primera hora ni ser la que cierre el instituto. Eso si, no me gusta tener muchos huecos.

Casi acabamos a la par, ya que acababa de llegar a la entrada cuando apareció Marta en ella, nos fuimos al coche, montamos en él y emprendimos el camino a la ciudad. Por el camino charlamos bastante, me enteré de que era de un pueblo de la sierra, y vivía sóla en la ciudad, había aprobado las oposiciones al mismo tiempo que yo y llevábamos más o menos el mismo tiempo trabajando. No tenía novio, sino que además hacía un año que había dejado al que tuvo, ya que después de más de diez años de relación, se había enterado de que la engañaba con otra. Resulta que se pusieron a salir en el pueblo, ella se fue a estudiar a la capital y los fines de semana regresaba al pueblo, donde él trabajaba. Por lo visto sus amigos le decían que ese tipo no era de fiar sino que se la pegaba con otra. Ella no lo creía, cieguita de amor por él hasta que una vez que volvió a destiempo se lo encontró en la calle morreándose con la otra.

Esa historia nos dio pie a hablar del enamoramiento y los signos por los que una reconoce que está enamorada, que si una ansía estar con su enamorado, que si cuando estás con él tienes cosquilleos en la barriga, que si lo que una desea es besarle, que si una está todo el tiempo pensando en él, etc., etc. Vamos que yo me reconocía en todo en ese momento, y pensaba para mi “Carla, si esta mujer supiera que todo eso lo estás sintiendo, y por ella, en este momento”.

Cada vez que adelanto a otro vehículo por la autopista, yo miro por el espejo retrovisor del acompañante, así que cada vez que ocurría, miraba al espejo y luego a ella. Cada vez la encontraba más y más hermosa, signo claro también del enamoramiento.

Llegamos a la ciudad, nos metimos por el barrio Este, ella me guiaba, hasta que llegamos a su casa.

- En ese portal vivo yo, tercero A.

Estacioné el coche cerca del portal, para que se apeara de él.

- Gracias, Carla.

- ¿Te llevo mañana? Yo vivo en aquella calle del final a la izquierda.

- Vale, ¿a las nueve aquí?

- Perfecto, toma este es mi número de teléfono por si quieres avisarme de algo -lo escribí en un papel y se lo dí.

Al darle el papelito, nos miramos durante un segundo interminable, teníamos las cabezas a poca distancia. Pero no me atreví a besarla.

- Hasta mañana -dijo al salir, con una expresión extraña ¿desencanto? ¿desilusión?

“Carla, has metido la pata” me dije al arrancar el coche “la tenías ahí mismo, un beso y era tuya. Y ahora quizá no tengas otra oportunidad. Claro que la tendré, vamos a trabajar juntas un curso y seguro que más de una vez volvemos a compartir el coche. Te engañas sola, si no aprovechas las oportunidades que aparecen, lo llevas claro.” Aparqué en el garaje de casa, subí a comer y estuve haciendo unas cuantas cosas.

A media tarde sonó mi teléfono.

- ¿Dígame?

- ¿Carla? Soy Marta, tu compañera.

- Hola, dime -”Carla te tiembla la voz”

- No, nada, es que si vienes a mi casa. -detecto un temblor de voz en ella.

- Ahora mismo -Respondí con bastante rapidez. Y colgamos.

Me puse lo primero que encontré, una falda y una camiseta, me calcé las bailarinas, me arreglé un poco el pelo y repasé el maquillaje, eché en el bolso las llaves y salí sin decir donde iba. Tardé cinco minutos en llegar al portal, llamé al timbre “¿Quién es?” dijo una voz “Yo, Carla”, contesté, “Sube”. Sonó el mecanismo de la puerta, entré al portal. Fui directa al ascensor. Tercer piso. “Carla, o ahora o nunca” me dije nerviosa. Salí del ascensor. Puerta A. Está abierta, la empujo.

Lo que ocurrió después lo tengo grabado en mi memoria para siempre. Tras la puerta está Marta, lleva un vestido floreado, sandalias, maquillaje discreto, peinado perfecto. Franqueo la puerta, ando dos pasos y me vuelvo. Ninguna dice nada. Marta cierra la puerta y se vuelve a mirarme. Nos enganchamos en la mirada. Uno, dos, tres, cuatro segundos, una eternidad. Suspira, suspiro. Damos un paso la una hacia la otra.

Nuestras bocas se buscan y se encuentran. Nos besamos. Yo la agarro por su cintura, ella por mis hombros. El beso es tímido al principio, pura pasión después. Yo he cerrado los ojos. Ella también. Nuestras bocas se abren, las lenguas se unen y juegan solas. Estuvimos una eternidad besándonos sin decir nada. De fondo Marta tenía música en el equipo de sonido. De pronto nos pusimos a bailar al son de la música. Besos y música ¿hay algo mejor para dos enamorados?, bueno, mejor dicho enamoradas.

Dos canciones estuvimos en la entrada beso tras beso, baile tras baile. Luego nos separamos, pero seguíamos enganchadas por la mirada. Cogió mi bolso y lo colgó en una percha de la entrada, después asió mi mano izquierda para llevarme al salón. Nos sentamos en un sillón. “Carla” dijo. “Marta”, dije. Después volvimos a besarnos. Beso más tiernos. Un beso, una mirada. Otro beso, otra mirada. Y cogidas de la mano. Así estuvimos otras dos canciones.

- Sabía que me había enamorado, pero no creía que tú lo estuvieras también -Me dijo.

- Desde que te vi -Le contesté.

Nos volvimos a besar. Yo no me cansaba de hacerlo y ella tampoco. Además yo no sentía la necesidad de ir a mayores, al menos en ese momento, y creo que ella estaba igual. Nos estábamos conociendo y ninguna quería ir más rápido de lo necesario.

- ¿Quieres tomar algo? ¿Un refresco? -Me preguntó en otra pausa entre besos.

- Un refresco irá bien. -Se levantó, es fue el primer instante en que no sostuvimos la mirada.

Creo que ella se dió un respiro, porque los sentimientos estaban tan a flor de piel que creo que casi temíamos dañarlos. Fue a la cocina, yo me quedé sentada en el sillón. “Carla, estás colada por ella. Que bien besa. ¿Te atreverás a más? Pues claro, sólo que esta es la primera vez que estoy con una mujer, ¿Cómo follamos? Quizá lo mejor sea hacerle lo que los hombres me hacen a mi, excepto la penetración, claro”. Perdida en mis pensamientos estaba cuando ella regresó con los refrescos y unos frutos secos. Charlamos.

- Pensé que ibas a besarme en el coche antes -me dijo.

- No me atreví. No estaba segura de que si te besaba te fueras a molestar. -Contesté.

- ¿Y ahora?

- Ahora es diferente, porque cuando me has llamado, entonces he estado segura. -Dije y le di otro beso, al que ella correspondió.

- Bonita conversación teníamos en el coche acerca del amor y el enamoramiento -Dijo riéndose.

- Ja, ja, dos enamoradas hablando del amor sin saber que lo están. Desde luego hay que ver las cosas de la vida.

Nos volvimos a mirar. Cada vez que la miraba, más la quería. “Carla, ahora es el momento de ir a más” me dije. La besé. Me besó. Me levanté, se levantó. Yo había visto donde estaba el dormitorio, así que cogí su mano para dirigimos a él. Yo estaba nerviosa y creo que ella también.

Entramos. Una cama grande, un armario con un espejo de cuerpo entero, cómoda y mesilla. Sobre la marcha decidí hacer algo que una vez me habían hecho. Nos plantamos delante del espejo, situé a Marta delante de él, yo me puse a su espalda. Nos miramos a través del espejo. Abrí la cremallera del vestido, y desplacé los tirantes de los hombros a los brazos, para que cayera por su peso. Mientras caía abrí el cierre del sujetador para, haciendo lo mismo, quitárselo.

A través del espejo vi sus tetas por primera vez. No eran muy grandes, calculé una 95 B, morenas, sin señal de biquini, firmes, con una aureola mediana y unos pezones salientes. Tripita plana, cintura estrecha y caderas bien formadas. Piernas largas y finas. Un tipazo que tenía el vestido a sus pies y unas bragas por única vestimenta. La agarré por la cintura, y me puse a darle besitos en el cuello. Un besito, una mirada, una caricia por la cintura. Así un rato. Ella se dejaba hacer. Suspiraba.

Luego subí mis manos para ponerlas en sus pechos. Ahora la besaba mientras le acariciaba las tetas, con movimientos circulares de mis dedos, que tan pronto subían por encima de los pezones como los rodeaban, e incluso los pellizcaba. Marta suspiraba, con los ojos cerrados, dejándose hacer. Con los brazos caídos.

Entonces desplacé la mano derecha desde la teta hasta las bragas, Ahuequé la cinturilla de éstas y me hice con su sexo. Primero masajeé su pelambrera, Marta abrió un poco las piernas, porque luego mi dedo corazón describió un movimiento por los labios hasta encontrar la entrada y se lo metí. No me sorprendió encontrar su sexo muy mojado. Yo me acuerdo que todo esto que le estaba haciendo me lo hizo el segundo novio que tuve y llegados a este punto me corrí. Ella no, aún, pero suspiraba con profundidad, cada vez que el dedo entraba y salía.

Luego puse a mi dedo a jugar con si clítoris. Con lo mojado que estaba, resbalaba perfectamente por su coño, así que lo llevé hasta el extremo, encontrando y descubriendo su botoncito, pese a mi inexperiencia, creo que lo hacía muy bien. Para entonces, el espejo la mostraba a ella, piernas ligeramente abiertas, manos caídas, cabeza inclinada a la izquierda, mi mano era un bulto que salía de sus bragas, donde se veía el movimiento que he descrito, mi mano izquierda no había estado quieta y pellizcaba un pezón tieso, la teta libre se movía con las respiraciones. Finalmente se me veía la cara en escorzo porque le besaba el cuello por la derecha.

Ella no veía porque tenía los ojos cerrados, concentrada en las sensaciones que yo le producía. Suspiraba de placer y abrió los ojos cuando se corrió, lo supe porque aceleró los suspiros, empezó a temblar y dirigió sus manos a la mía que acariciaba su botoncito como para frenarme. Pero yo no cejé y, mientras daba grititos de placer y temblaba, yo continuaba con las caricias. Me detuve para dejarla descansar, desplacé mi mano izquierda a las bragas de Marta para quitárselas con ayuda de la mano derecha que extraje del coño. Luego la empujé a la cama donde se tumbó boca arriba.

Me miró. Entendí su mirada, así que me quité la camiseta, abrí el corchete y dejé caer el sujetador, luego los zapatos de sendas patadas mientras abría la cremallera de la falda para dejarla caer, finalmente me quité las bragas, descubriendo completamente mi 1.70 m de altura, pechos medianamente grandes, uso una 95 C, para entonces con los pezones en camino de levantarse de sus aureolas grandes, barriga plana, caderas un poco amplias, uso una 40, piernas firmes y esbeltas. Mi coño tiene la pelambrera castaña, que es mi color natural, porque tengo mechas rubias en la cabeza, que enmarcan un rostro ovalado, de ojos castaños en un marco fino de largas pestañas, nariz recta y boca fina. Tengo buen tipo y dicen que soy guapa.

A Marta debió gustar el cuerpo que se tendió a su lado en la cama, porque se volteó hacia mi para besarme, luego se arrodilló con las piernas a los lados de mis caderas, se inclinó hacia mi y se puso a darme un masaje en mi torso con sus tetas. A cada golpe teta contra teta, mis pezones se ponían más tiesos. Luego se desplazó hacia abajo, para dedicarse a un juego boca-tetas. Si yo había intentado torpemente masturbarla delante del espejo, y lo había conseguido pese a mi inexperiencia, ella trataba de practicar sexo oral conmigo. Y pese a su inexperiencia, el amor y la pasión con que lo hacía, y lo receptora que yo estaba, también por el amor, sus intentos tuvieron mucho éxito.

A mi me gustaba que me chuparan las tetas, todos los hombres con que había estado me las habían chupado, con mayor o menor fortuna, pero como me gustaba, nada más empezar a lamerme, mis pezones se ponían erectos y sensibles, así que cualquier pasada de lengua por ellos, hacía que suspirase de placer, y más si me los mordían. Marta no llegó a hacerlo, puede que dominada por el amor que me tenía, dió igual, a cada lamida, obtuvo un suspiro. Si ya estaba caliente por haber masturbado a mi compañera, más estaba con las caricias a mis tetas.

Marta descendió mi cuerpo para centrarse en mi coño, como hice yo con ella, me penetró con un dedo, a modo de pene, luego con dos dedos. Los metía y sacaba, obteniendo como resultado más jadeos por mi parte. Teniendo los dedos metidos en mi vagina, abrió los labios con los dedos de la otra mano para descubrir mi botón oculto. Dió un suspiro y se lanzó de lengua a él. Como yo con mi dedo a ella, ella con su lengua trataba de dar un masaje húmedo a mi clítoris. Consiguió que me corriera al poco, de lo excitada que estaba. Como siempre que me corro, arqueé el cuerpo, levantando el culo de la cama, a la vez que trataba de separarla con las manos, porque las oleadas de placer se mezclan con picos de sensibilidad placentera. Se ve que ella no estaba acostumbrada a que sus parejas hicieran eso porque conseguí separarla, con lo que se calmaron las oleadas que sentía.

Pero la pasión pudo más que la inexperiencia, porque atacó otra vez mi clítoris con su lengua, consiguiendo que me corriera una segunda vez. Esta vez aguantó mis intentos de que se alejara y agarrándome del culo, tenía pegada la boca a mi coño, jugando con la lengua, ahora me acaricia, ahora no. El orgasmo fue brutal. Tuve que decirla que parara porque no podía más con las oleadas que subían. Me hizo caso y se separó, dejándome tendida en la cama, recuperándome de los orgasmos. Ella se tumbó a mi lado, con la cabeza en mi pecho, rodeada por mi brazo derecho, mientras ella, girada, me abrazaba con el suyo. Así estuvimos un rato, oyéndonos respirar juntas.

- Marta, ¿sabes lo que me gustaría?

- ¿Qué?

- Dormirme todas las noches abrazada a ti, y al despertar, lo primero que viera fuera tu cara.

- Que bonito -Dijo y me dio un beso en la teta derecha.- Pues a mi me gustaría ser despertada por un beso tuyo cada mañana.

Qué cursis somos las mujeres enamoradas. Pero ese diálogo tuvo otra consecuencia: me deshice de su abrazo, para tumbarla en la cama, luego me incorporé para besarla. Nos besamos una vez mas.

- Marta, quiero que nos corramos juntas.

- ¿Cómo lo hacemos, Carla?

- Ahora verás. -Me levanté para poner mis rodillas una a cada lado de su cara, dejando mi coño cerca de su boca.- Con un 69 -Dije dejándome caer sobre su coño.

Ambas iniciamos una lamida al coño de la otra, buscando el punto de placer. Yo notaba su lengua en mi botón. Yo buscaba la cara interna del suyo. A cada lamida de la una, respondía la otra lamiendo. Sincronizamos el ritmo sin pensarlo. Cuando noté que estaba cerca del orgasmo, aceleré mis lamidas, ella debía estar cerca también porque aceleró. De resultas de lo cual se corrió y me corrí. Cada una intentaba prolongar el placer de la otra. Yo cedí la primera porque me llegaban oleadas irresistibles y tenía que gritar de placer. Ella no tardó en hacer lo mismo. Finalmente me tumbé a su lado pero con mi cabeza en sus pies. Respirábamos muy sonoramente para recuperarnos de la emoción.

Aquel día me quedé dormir con ella. Aunque dormimos poco, tras cenar, sólo vestidas con bragas y sujetador, nos volvimos a acostar, desnudas, y follamos otra vez, esta vez con más seguridad y conocimiento del otro cuerpo. Esa noche fue una larga noche de sexo, pues tras la primera follada, nos abrazamos y me dormí abrazada a ella, ella también se dormiría pero despertaría al cabo de poco, y yo me desperté siendo besada y con un dedito en mi coño, que buscaba y lograba que me corriera. Luego yo la masturbaba a ella. Nos volvíamos a dormir, ahora era yo la que despertaba y le metía un dedo buscando su clítoris hasta que se despertaba poco antes de correrse. De esos juegos tuvimos varios encuentros, de forma que dormir, dormimos poco. De día yo me desperté antes que ella pero, en vez de practicar sexo, estuve un buen rato mirándola, hasta que no me pude resistir y la besé, despertándola a besos, para luego follar antes de levantarnos.

Ese segundo día corté con el hombre con el que salía, entendió que me hubiera enamorado de otra persona pero no que esa otra persona fuera una mujer, me dio igual porque estaba decidida a quedarme con Marta, así que pese a todas sus palabras, era hecho decidido. No le volví a ver más. Esa semana dormí con ella todas las noches, el sábado me mudé a su piso para vivir con ella desde entonces. Mis padres fueron comprensivos, qué remedio, era su hija, y cuando conocieron a Marta les gustó. La familia lo entendió más o menos, igual que la suya. En el instituto disimulábamos porque en un pueblo eso de que dos mujeres estén juntas aún no está bien visto. Al año siguiente nos dieron destino definitivo cada una a un instituto diferente, pero ambos en las cercanías, por lo que podíamos ir y venir cómodamente. Un año después compramos el piso en el que vivimos, y aprovechando las leyes, nos casamos un para de años más tarde, Ahora estamos pensando tener hijos.

Desde aquel día, no hay día en que no me despierte antes que ella para contemplarla un rato antes de despertarla con un beso. Seguimos enamoradas y dándonos placer una a la otra.

Ana del Alba

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