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Mi adolescencia: Capítulo 21

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Un factor importante por el cual no le paré los pies en ningún momento es porque me estaba agradando mucho la forma que, de forma cariñosa y tierna, me abrazaba por detrás. Era todo muy paternalista y sensible, todo muy afectuoso y dulce. Casi incluso diría que era un tono amoroso, lo cual era raro porque entre Rafa y yo nunca hubo sentimientos y solo existió el juego de las fantasías. De todos modos esta sensación de agradable ternura cariñosa en plan amoroso solo duró unos instantes, pues de repente me susurró al oído: “Por favor, dímelo, ¿qué llevas? ¿braguitas o tangas?” Esta frase acabó de golpe y rotundamente con todo el encanto hasta ese momento. Se me cayó la ilusión amorosa demostrada hasta entonces y pude comprobar, una vez más, que entre Rafa y yo solo había un punto en común: las fantasías sexuales. No se lo podía reprochar, al fin y al cabo era yo la que le metió en este rollo de fantasías y nunca hubo nada más que eso. Pero, esto no fue motivo suficiente, para que no me desagradase la pregunta. Y puesto que tan desagradable fue la cuestión, igual de desagradable y ruda fue la respuesta: “¿Y a ti que te importa? No me vuelvas en tu vida a preguntar algo así” y le corté en seco. 

Puede que me pasase siendo tan brusca, seca, cortante y ruda, pero muy dentro de mí, a pesar de tener ya 17 años, seguía siendo esa niña de 14 años que solo quería disfrutar de las fantasías en plan inocente e ingenuo, solo en plan muy light sin palabras ordinarias y sin sobrepasar ciertos límites. Cierto que había perdido, unos meses antes, la virginidad con Edu y eso debería haberme hecho madurar en temas relacionados con el sexo, pero no fue así. En cierta manera, desde lo de Edu, había madurado en muchos aspectos, muchísimos, pero en otros seguía siendo una adolescente con unas convicciones algo clásicas y algo mojigata. No es que no me gustase el sexo, pues fui siempre más precoz y lanzada que cualquier otra chica de la pandilla (aunque siempre en secreto y en privado), pero me gustaba que fuese siempre muy poco a poco, muy lentamente, en plan siempre muy light y que hubiese mucho tacto, imaginación y buen gusto en cada momento. Quería que las fantasías siguiesen siendo muy comedidas y sin pasarse, y, sobre todo, nada de vulgarismos como nombrar mis braguitas o cosas así. Sé que suena absurdo decir eso teniendo ya 17 años, pero así lo pensaba. 

Lo cortante que fui con Rafa causó su efecto. Pues no volvió a abrir la boca y simplemente siguió abrazándome por detrás y me siguió dando algunos besos por el cuello y la mejilla. Aunque Rafa, en el pasado, había a veces sobrepasado ciertos límites, lo cierto es que seguía siendo la pareja ideal para estos fines por lo fiel, dócil y sumiso que era cumpliendo las normas y reglas que yo quería imponer. Otro factor interesante y determinante por el cual le dejé que me siguiera abrazando fue porque jamás, hasta ese momento, había conocido a ningún otro chico que me conociese tan bien y supiese perfectamente lo que quería escuchar en cada momento. No solo por el rollo fetichista, sino porque me tenía muy calada y sabía qué necesitaba en cada instante, y esto sí que era importante. Desde el principio de nuestras relaciones (si a eso se le puede llamar relaciones) supo cautivarme y seducirme muy bien, y, sobre todo, mantener una confidencialidad absoluta respecto a lo nuestro. Eso eran muchos puntos a su favor. Por ello, no me desagradó ese abrazo ante el espejo tantos meses después desde nuestro último affaire.

De todos modos, Rafa, como cualquier chico, no era perfecto y más de una vez sobrepasaba los límites. Más de una vez comprobé como intentó dejar de abrazarme por la cintura e intentar tocarme los pechos y tuve que impedírselo y pararle los pies. También intentó subirme el vestido y nuevamente tuve que pararle y recriminarle. Le frustré cada uno de los intentos que llevó a cabo. Solo quería un abrazo por detrás y besos en el cuello. Solo eso. Sé que suena absurdo el frenarle tanto, más aún cuando solo unos meses antes me había acariciado tantísimo los pechos y había avanzado tantísimo en otros aspectos en nuestra relación. Pero en aquella tarde de domingo quería (más bien necesitaba) empezar poco a poco de cero. Empezar desde el principio. Sé que para él sería muy frustrante y desmotivante, pero yo no pensaba en todo lo ocurrido en meses anteriores, sino en empezar a motivarme muy poco a poco después de un letargo de tantos meses sin experiencias. Mi mente me pedía a gritos empezar desde cero. Poco a poco. Si Rafa lo asumía pues genial, y sino pues entonces jamás volvería a tener nada conmigo. Así de sencillo. 

Parecía que Rafa me leyera el pensamiento. Pues, tras frenarle y pararle unas cuantas veces, no volvió a intentarlo y solo se limitó a seguir en plan light con los abrazos y a vernos reflejados en el espejo. Eso me ponía mucho. Eso del espejo fue un gran acierto, pues verme reflejada de cuerpo entero mientras él me besaba tenía mucho morbo y encanto. Por lo que al final me sentí complacida de haberme dejado convencer de ir a ese gimnasio personal tan peculiar. Puede que otras chicas de mi edad ya estuviesen follando sin control con sus parejas o rollos, y aprovechasen cualquier oportunidad para dar rienda suelta a su lujuria y a sus revolucionadas hormonas adolescentes. Pero eso no era lo que yo quería. A mí, desde siempre, desde los 14 años, se me excitaba por la mente, siempre por la mente. Había que seducir y cortejar mi cerebro y estimularlo con fantasías, fetichismo o lo que fuese. Solo así sí que sería emocionante y fascinante. Pensaba eso desde que a los 14 años me hice la dormida ante Edu y, a esas alturas, estaba ya convencida de que siempre iba a ser ya así. 

La corrección de Rafa fue absoluta en todo momento. Pues solo se limitó a abrazarme por detrás y a darme los besos. Es decir, todo en plan muy light y sin sobrepasar ningún límite. El factor del espejo desde luego fue determinante. Fue lo que más me gusto y le aportó a la fantasía el grado justo de morbo que yo quería. Ciertamente fue todo muy suave y light, nada espectacular, sobre todo si lo comparamos con las historias que tuvimos Rafa y yo en meses anteriores. Pero era lo que yo necesitaba. Ir poco a poco. A mi ritmo y nada de fantasías muy subiditas de tono. No estaba preparada para ello todavía. Me agradó tanto que cuando Rafa me preguntó que si quedábamos al día siguiente le contesté afirmativamente sin pensármelo mucho. Por lo que concertamos una nueva cita para el día siguiente y en el mismo lugar. Sabía que sí daba carta blanca a una nueva cita eso supondría empezar de nuevo con las fantasías después de muchos meses de parón. No estaba segura de sí quería eso o si estaba preparada para ello. Lo único que sabía es que me apetecía simplemente volver a quedar. Solo eso.

Esa noche, ya en mi casa, tras cenar, pensaba que lo ocurrido en ese gimnasio con Rafa ocuparía todos mis pensamientos y así debería haber sido. Pero no. No puedo comprender porqué me quedé ensimismada en mi habitación pensando en Edu. Me acuerdo perfectamente estar delante de mi portátil sin llegar a encenderlo pensando en Edu. Así me tiré muchísimo tiempo. ¿Y en qué pensaba? Pues es difícil concretarlo, pero supongo que de forma resumida pensaba en la rabia que aún le tenía. Pues muy dentro de mí quería que hubiésemos sido novios o pareja o un simple rollo, pero haber sido algo. Al fin y al cabo había perdido mi virginidad con él y eso era muy importante para mí. Importantísimo. Lo de aquella noche de Abril fue algo indeleble y a volvía recurrentemente a mi cabeza, a pesar de que esforzaba y me obligaba a no pensar en ello. Que Edu resultase ser un niñato inmaduro, superficial, irresponsable y cobarde (tal y como me demostró al no tener valor para cortar con Graciela) no era motivo suficiente para no dejar de pensar en él. Nunca entendí de verdad a mi corazón o a mis sentimientos, pues estaba más que demostrado que era un niñato indigno de mí y, sin embargo, ahí estaba yo perdiendo el tiempo pensando en él. 

Esa noche me dormí pensando en Edu y, maldita sea, me levanté también pensando en él. ¿Qué demonios tendría ese chico para que esa obsesión me ensimismara tanto? Había miles de chicos más guapos y más buenos que él, había miles de chicos más maduros e interesantes que él y había miles de chicos que me harían mucho más feliz y dichosa que él. Y, sin embargo, yo como una adolescente tonta y bobalicona solo perdía el tiempo pensando en él. Esto me indignó. Pensé que ya tenía 17 años y que ya era hora de dejar atrás todas esas ñoñerías por él. Debía demostrarme a mi misma mi madurez y seriedad. Aunque sabía que el hecho de quedar con Rafa para ir otra vez al gimnasio de su tío no era el acto más maduro y adulto que cabría esperar. Pero quería hacerlo por una sencilla razón: Rafa era la única persona en el mundo (y nunca sabré porqué) me hacía olvidar completamente a Edu. Cuando estaba con Rafa llevando a cabo cualquiera de las fantasías se me olvidaba el dichoso Edu por completo. Desaparecía de mi mente. Era como mi antídoto, como una vacuna para curarme de la obsesión de Edu. Y en aquellos momentos eso para mí era una bendición. 

Por lo que, diligentemente, allí estaba yo de nuevo quedando con Rafa a la misma hora y en el mismo sitio que el día anterior. Es decir, a la puerta del gimnasio de su tío. Cuando llegué allí él ya estaba esperando. Me agradó ver la honesta sonrisa que se le formó al verme. Desde que me vio no paró de sonreír, sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta del gimnasio sin cesar de sonreír. En muchos aspectos era como un niño pequeño, risueño y alegre como si estuviese en un parque de atracciones. A pesar de que Rafa era dos años mayor que yo se le veía en muchos aspectos mucho más inmaduro y atolondrado. Aunque he de reconocer que me encantaba el efecto que producía en él. Nada más entrar dentro empezó a hablar sin parar: “¿Sabes una cosa? Estaba segurísimo que hoy ibas a traer esa camiseta de tirantes violeta. Estaba segurísimo. Lo presentía. Tenía la intuición y no me ha fallado. He acertado totalmente. No sé porqué pero me hacía ilusión que vinieses con esa camiseta. Aunque también es cierto que pensaba que te la pondrías con esos shorts blancos que tienes en vez de con estos short vaqueros que llevas. Pero vamos, que me da igual, estás preciosa igualmente”. Tras esté entusiasta monólogo calló por fin la boca y consiguió sacarme una sonrisa. Me había agradado escuchar todo eso. Siempre sabía lo que me gustaba oír y eso siempre era de agradecer. Bromee diciendo: “bueno, si quieres, me voy a casa y ya mañana vengo con esos shorts blancos” a lo que él respondió velozmente: “No, no, no, si estás preciosa, estás fabulosa así”. Evidentemente no se dio cuenta que estaba bromeando. Lo que yo decía: era como un niño pequeño.

Por un instante me pareció un poco más tímido y retraído que el día anterior. Como más inseguro de sí mismo. Podía percibir la ilusión y el entusiasmo en sus ojos pero con cierta inseguridad de no saber cómo obrar. Finalmente pareció recobrar la confianza en sí mismo y me agarró de la mano. Me llevo enfrente de uno de los grandes espejos. Estaba claro que él se había dado cuenta perfectamente de que el rollo de los espejos fue lo que más me gustó del día anterior e iba a sacar provecho de ello. Se colocó detrás mía y me abrazó por detrás mientras los dos nos reflejábamos en el espejo. Estaba segura de que empezaría a darme besos en el cuello y la cara como el día anterior. Pero no. En absoluto. En vez de eso soltó un largo parlamento que me desconcertó, aunque para ser justa me encantó más que cualquier beso o chupetón. 

Es muy difícil acordarme de todo lo que dijo pero intentaré resumir más o menos lo que vino a decir. Empezó diciendo algo así como: “¿Has visto la impresionante rubia que se refleja en el espejo? ¿A qué está buenísima? Es espectacular. Y qué decir de su ropa y lo elegante que es siempre. Fíjate en esta camiseta de tirantes. En cualquier otra chica nunca resultaría tan sexy, deliciosa y sensual, aparte de sumamente elegante y bonita. Por no hablar de estos shorts con ese culete tan maravilloso y perfecto. Aunque claro, todo en ella es perfecto. Todo en ella es deseable. Todo en ella es pura pasión”. Me encantaba el efecto que se producía al hablar de mí en tercera persona y sobre todo vernos reflejados ambos en el espejo. Si directamente me hubiese dicho todos esos piropos probablemente no hubiesen causado el mismo efecto. Pero el jugar conmigo contándomelo en tercera persona le daba mucho morbo y encanto. No sé que tendría de especial la situación, pero a mí me dio morbo y me maravilló. Supo ganarse con creces mi atención y me tuvo expectante en todo momento. 

Rafa siguió hablando para mí (bueno, para mí o para esa tercera persona inexistente) aunque el tono de sus palabras se tornaron un poco más candentes, eróticas y hasta lujuriosas. Porque empezó a decir cosas como: “Es tal la perfección de su cuerpo que da hasta miedo rozarlo. Sus curvas son el sueño de cualquier persona. Lo que yo daría por tocar solo un poco su cuello”. Y acto seguido con una de sus manos acarició mi cuello de forma lenta y pausada. He de reconocer que supo camelarme perfectamente. Supo ganarme al 100%. El explicar con palabras el anhelo por tocarme y acto seguido hacerlo para así cumplir su sueño me excitó y estimuló mucho. Eso tenía mucho morbo sin duda. Pues sabía transmitir muy bien con palabras el sufrimiento, la frustración, el deseo y el ansía por poder hacerlo, y acto seguido podía ver cumplido su ansiado sueño como si de una recompensa celestial se tratase, lo cual le proporcionaba una especie de catarsis suprema.

Rafa comprobó perfectamente que su espontáneo plan para seducirme o cautivarme funcionó de maravilla (digo espontáneo porque realmente me pareció que improvisó justo en ese momento, al menos esa fue la impresión que me dio). Por lo que repitió lo del cuello varias veces, aunque luego paso al pelo, a mis labios o incluso a mi barriguita. No era tonta. Sabía que tarde o temprano haría lo mismo con mis pechos. Por una parte no me importaba que me los acariciara por encima de la camiseta (tal y como ya lo había hecho al hablar de mi barriguita), pero por otro lado no quería pasar ese umbral pues no me apetecía sobrepasar ciertos límites. Al fin y al cabo se podía decir que, desde cierto punto de vista, era nuestra segunda cita y aunque en el pasado, muchos meses atrás, habíamos llegado a mucho más, no me apetecía nada sobrepasar ciertas normas. Quería que siguiera siendo light y que no se desmadrase nada. Sé que esto le haría sufrir y le supondría una frustración, pero yo necesitaba ir a ese ritmo de poco a poco. 

Y desde luego el momento no se hizo esperar, pues estaba yo ensimismada pensando esas cosas cuando Rafa empezó a decir algo así como: “Y qué decir de estos pechos tan preciosos. De estas tetitas académicamente perfectas. Que quedan fabulosamente tan bien en esta camiseta violeta. Nunca una camiseta de tirantes ha sido tan bonita y preciosa, y es gracias estos pechos tan maravillosos y jugosos. Te hacen tan elegantes y está tan guapa. Lo que yo daría por tocar esos pechos aunque fuese solo por un instante”. Y, como era de prever, colocó ambas manos sobre mis pechos y empezó a acariciarlos por encima de la camiseta. Noté como arrimó por detrás más su entrepierna a mi culo. Sabía que sí quería pararle ese era el momento preciso para hacerlo. Por lo que, aunque estaba disfrutando de las caricias, le cogí ambas manos y se las bajé a mi cintura. No quería que se sobrepasase. No quería que se saltasen ciertos límites y quería que todo fuese desarrollándose en plan light. Rafa debió ver venirlo porque no noté que se enfadase ni molestase por retirar sus manos. Aunque enseguida comprendí porqué no se molesto, pues breves segundos después volvió a colocar sus manos sobre mis pechos y volvió a acariciarlos. 

Volví a colocar sus manos en mi cintura y viendo que no captaba la indirecta le dije expresamente: “Rafa, no vayas tan rápido, no te pases tanto”. Él debió pasar de mis deseos e intenciones pues solo me respondió con: “Es que solo quiero ver cómo se marcan los pezones en la camiseta, solo eso, quiero ver como se marcan tus preciosos pezones, solo eso”. Me molestó. Por lo que volví a ser mucho más rotunda y enfadada: “Pues te quedas con las ganas. Te he dicho que no. Si quieres respetar las reglas pues bien y sino pues no nos volvemos a ver”. Sé que todo puede parecer muy absurdo, pues solo unos meses antes hice con él cosas mucho más atrevidas y eróticas, pero en aquel momento necesitaba ir a cierto ritmo y no iba a consentir ningún exceso. Esta vez sí que debió molestarse porque se separó de mí y se alejó unos pasos en plan malhumorado. Después de unos incómodos segundos de silenció habló diciendo: “te juro que no te entiendo. Joder, que tienes 17 años, que ya no eres ninguna cría, ya te vale, estoy harto de que juegues así conmigo y que me manipules de esa manera”. No dije nada. Tampoco es que tuviera mucho que decir. De hecho creo que tenía razón y ni yo misma me comprendía ni entendía el porqué de mi comportamiento. ¿Seguía dolida por todo lo que paso en Abril con Edu? Pues sí, es posible, pero eso no era justificación para tratar así a Rafa.

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