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Mi nueva hermana

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Cuando papá se volvió a casar, tras tres años de viudedad, me encontré de golpe con una nueva madre, Lucía, y con una nueva hermana, Eva, hija de Lucía y de su anterior marido, de quien se había divorciado tras meses de engañarle con mi padre.

Mi padre tenía unos bien conservados 50 años, aún era un hombre robusto.

Yo, David, su único hijo, no sólo había heredado de él su nombre, sino también su complexión atlética y su, en general, atractivo físico. Yo tenía 22 años el verano en que papá se casó con Lucía y ella y Eva se vinieron a vivir con nosotros. Lucía era una mujer pequeña, delgada, rubia, con cierto, aunque no deslumbrante, atractivo.

Tenía un trabajo como secretaria en unos juzgados, así que Eva, su hija, era quien hacía de ama de casa casi todo el tiempo, cosa que le gustaba bastante. Lucía tenía 45 años aquel verano, cinco menos que mi padre. Eva, su hija mayor, 18, cuatro menos que yo. Aún tenía otro hijo, Ernesto, de 11 años, que vivía con su padre. Eva no se parecía en nada a su madre: si Lucía era flacucha, Eva era generosa de carnes, aunque sin caer en la gordura.

Si Lucía era bajita, Eva tenía unos hermosos 170 centímetros de estatura, apenas 10 menos que yo. Si Lucía era plana como una tabla por delante y por detrás, Eva lucía unos hermosos pechos (120 centímetros de contorno, supe después) y un enorme, redondo, suculento, saliente trasero.

Si Lucía era rubia, con un lastimoso pelo lacio que parecía paja seca, Eva lucía una larga y espesa melena oscura y ondulada que le llegaba hasta el culo. Eva era una chica espectacular físicamente, tenía unos muslos rollizos, unos morros carnosos, unas llenas pantorrillas, unos hoyuelos graciosísimos que se le formaban al reír en las mejillas…era Afrodita hecha carne. Estudiaba inglés por correo, le gustaba chatear, ver películas, dormir largas siestas, bañarse en la piscina, tomar el sol. Increíblemente, no tenía novio.

Aquel verano, al principio, fue un poco difícil, pero pronto ella y yo nos hicimos amigos. No me atrevía a proponerle nada, pero a veces, tras verla salir de la ducha apenas cubierta por una toalla, o al verla tomar el sol en tanga, tenía que ir a hacerme una paja para desahogarme. Una tarde ella estaba tomando el sol en la piscina, tumbada boca abajo sobre su toalla, con su bikini tanga puesto. Se había desabrochado la parte de arriba para que no le quedaran marcas en la espalda.

Me acerqué, empecé a hablar con ella. Pronto vi el cielo abierto cuando ella me propuso untarle crema por la espalda… así lo hice. Ya me excité mucho untando la sedosa piel de su espalda, pero aluciné cuando diciéndome "más abajo ahora" propuso que le untara el culo. Eso me la puso más dura que ninguna otra cosa en mi vida.

Toda esa redondez blandita fue de mis manos. Con lo que ya aluciné fue cuando se dio la vuelta y me pidió, con las tetas al aire, que le extendiera crema por delante. Eso fue demasiado. La polla quería reventar mi bañador y ella lo notaba…Masajeé ese vientre, esas tetas.

Tenía los pezones hermosísimos, duros, erizados, grandes aureolas rosadas coronadas por graciosos botoncitos…Ella, repentinamente, me bajó el bañador lo justo como para que mi polla erecta saliera disparada como un resorte…"pobrecito, cómo te he puesto", susurró justo antes de meterse mi rabo en la boca.

Cuando me comía los huevos, con lujuria inaudita, me di cuenta que mi nueva hermanita era una ninfómana. Hasta que no me hubo vaciado los huevos varias veces, en su coño y en su culo, no paró, era insaciable.

(8,00)