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La Fundación (1): Los comienzos

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Todo lo que he hecho, todo lo que he decidido me ha traído hasta aquí. Ha habido decisiones malas, buenas, de consecuencias imprevisibles algunas, pero todas, para bien o para mal me han hecho quien soy.

Mi historia, o esa parte mas destacable de ella empieza cuando tenía dieciséis años y ya hacia un par que tenía muy claro quien era. Hacia tiempo que sabía que era una mujer y no el chico que veía la gente del exterior y, por ese entonces, dominaba con soltura los tacones, el maquillaje básico y había aprendido multitud de cosas sobre como hacer que, después de unas horas de trabajo, ya no pareciera el chico si no la mujer que crecía en mi interior.

Hasta entonces, fue, mi historia, como la de tantas otras chicas como yo, mi despertar, mis contradicciones y deseos, todo, pero yo lo hice en la soledad mas absoluta de las noches gélidas de la meseta castellana. En un pueblo de dos calles donde no me podía relacionar con casi nadie de mi edad.

Mi válvula de escape la tenía en Internet. Allí me podía relacionar con otras chicas como yo, podía coquetear con mujeres e ir descubriendo mas y mas cosas sobre mi. Me vestía con atención después de cenar y después me conectaba por webcam con chicas desperdigados por todo el país.

Fue allí donde oí hablar por primera vez de la Fundación, un sitio que poca gente conocía de verdad pero de la que todo el mundo hablaba bondades, un sitio en el que te convertían en una preciosidad y se ocupaban de ti. La panacea para cualquier chica como yo que no se atrevía a salir al mundo por su propio pie. El sitio al que yo sabía que debía llegar, al que me propuse llegar.

Me costó meses y meses, hablando solo con gente que decía tener alguna información, llevándome grandes decepciones y consiguiendo solo, cada algún tiempo, alguna pista que me acercara mas a la meta.

Pero todo ese esfuerzo no fue en balde, porque cinco meses después de empezar a buscar me abrieron una pestaña en una sala de chat en la que dejaron una fecha y una hora junto a una dirección de Skype. Seguro que dudé, pero no creo que llegara a pensar seriamente en no presentarme.

Así que el día acordado me vestí con un traje rojo de mi madre y uno de sus tacones, por suerte ella tenía un pie bastante grande y yo bastante pequeño, como el resto de mi cuerpo, y me conecté. No se hicieron esperar. A la hora acordada se abrió una ventana y apareció una chica de bandera, rubia, sensual, al otro lado de la pantalla. En un tirante del vestido llevaba una identificación “Funación Una Nueva Vida”

“Buenas noches.- me saludó- Soy Cristina, miembro de la Fundación. Creo que hace tiempo que nos buscabas.” Así empezó algo parecido a una entrevista. Yo me sentía desbordada pero conseguí contarle todo lo que me pedía, mi vida, mi evolución personal, mis sentimientos, a medida que su sonrisa y su expresión de comprensión y afirmación me iban dando ánimos.

La última pregunta fue clara y tajante “¿Estarías dispuesta a renunciar a todo y venir este viernes con nosotros?” No lo dudé esta vez tampoco, era miércoles, tenía un día para decir adiós e irme a perseguir mis sueños. Así que le dije que si y apunté todo lo que debía saber en un pedazo de papel. Al día siguiente debía deshacerme de todas mis cosas de chica y el viernes, en lugar de ir al instituto debía ir al punto de reunión que me indicaron a las afueras del pueblo. Estaba todo claro

Aproveché el jueves para despedirme sin que nadie lo supiera de toda mi vida, estar con mi família, destruir todo lo que había atesorado durante años y prepararme para irme. En mi mochila solo puse una oto de mi familia, un medallón de mi madre y mi diario. Todo lo demás lo dejé atrás cuando el viernes fui hasta el punto de encuentro.

Bajé del autobús al instituto y en lugar de entrar en el edificio me dirigí a un descampado apartado. Una furgoneta negra me esperaba allí. Un chico, se apeó al verme y después de saludarme con cortesía me ayudó a subir en la parte trasera. “¿Dónde vamos?” le pregunté. “A Cataluña, cerca de Barcelona.- me ayudó a subir, dejé mis cosas en el asiento contiguo y el me tendió un botellín de agua y una pastilla- Tengo unas pastillas para dormir, así pasarás mejor el viaje.” Me las tomé sin dudar y poco después de empezar el viaje, cuando mi pueblo y mi pasado se iban quedando atrás caí dormido. Llevaba la foto de mi familia agarrada con fuerza en la mano. Mi madre, mi padre, mi hermana mayor y mi amigo Juan me miraban mientras me iban para siempre.

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