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Las lágrimas como testigos de aquello

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Desperté bañado en mis propias lágrimas, pensando en lo que había sucedido ayer y en lo que se me vendría hoy, sabía que la vida no iba a ser igual luego de ver como ella me hacía lo que me hacía…

Nos conocimos por medio de una amiga mutua y desde el día en que la vi sentí una chispa que se iba agrandando mediante nos íbamos conociendo. Yo en ese entonces contaba con 18 años y ella con 20. Al principio pensé que esto no duraría y no valía la pena intentarlo, ya que yo era un típico joven Venezolano con una estabilidad económica pero no tanto como para tener grandes lujos, como carros y otras cosas; en cambio ella, Andrea, era la típica chica rica que tenía todo lo que deseaba, pero sin ser tan mala persona. Aún así me gustaba mucho y pasaban los días y cada vez mi sentimiento pasaba de ser un simple "Gustar" a dar nacimiento al "Amor".

Hablábamos de muchas cosas, de la vida, de los estudios, del amor y siempre yo te veía hablar y meditaba lo hermosa que eras, cómo movías tu cuerpo, lo inteligente que parecías, lo madura que te veías, en fin, cosas que un enamorado piensa y ni se atreve a contradecirse él mismo. Prácticamente nos volvimos inseparables y la vida nos unía más a cada momento; yo estaba encantado de que esto sucediera y mi temor era que tú no me vieses como yo te veía. Un día, me armé de valor y te dije:

- Andrea, tengo que decirte algo que he tenido atragantado desde hace ya un buen tiempo y eso es que te quiero mucho, me gustas a montón y cada día me enamoro más de ti – dije nervioso de lo que pudiera provocar en ella.

- Yo ya creía que era la única que sentía esto – me dijo Andrea feliz y abrazándome en un baño de besos y caricias.

- Te quiero mucho – atiné a decir a la vez que buscaba sus labios y nos fundíamos en un tierno e interminable beso.

Esa noche, luego de bailar, celebrar y beber, teníamos que consumar nuestro amor y darle vida, ya cuando llegamos a su casa, ella me dijo que sus padres no estaban y que teníamos toda la noche para nosotros, que en esa noche nos amaríamos y que la luna iba a ser el testigo de ello.

No había cerrado la puerta cuando ya estaba besando dulcemente sus labios, sentía el sabor de su boca y en mi cuerpo se comenzaban a desatar los sentimientos que sentía por ella – quería hacerla mía, entrar en ella y hacerla terminar en un amoroso y pasional orgasmo, quería amarla – mis manos se apoyaron en su espalda para luego ir bajando hacia sus firmes y grandes nalgas que hacían juego con sus pequeños y lindos senos acompañados de una pequeña cintura y cara de niña, acariciaba sus nalguitas y a la vez besaba sus labios, dentro de ellos su lengua ya estaba desatada entrelazada con la mía buscando en cada rincón de nuestras bocas y viceversa, sentía aparte del inmenso deseo sexual, el mas puro amor emanando de mi ser, ya que esta iba a ser una unión en la que el plato principal eran los sentimientos que yo tenía hacia ella.

Andrea mientras besaba mis labios y se turnaba a veces en mi cuello, su mano bajaba por mi pecho, abdominales y terminaba agarrando mi pene que ya para esos momentos estaba pidiendo que lo atendiesen, Andrea parece que percibió las suplicas de mi aparato porque enseguida bajo y pocos segundos ya lo tenía en su boca: succionaba la punta mientras que me hacía una paja en el tronco, el piercing de su lengua jugaba con mi glande sumergiéndolo en el placer más puro que un hombre podría desear, luego lo engullía por completo y comenzaba una mamada con alternaciones que iban entre lo lento, lo medio y lo rápido. Esos cambios de velocidad hacían que por mi columna se sintieran corrientes eléctricas que al terminar en mi cabeza, desencadenaban olas y olas de placer de las que ya no estaba seguro si podría aguantar durante más tiempo y así fue: descargué todo mi semen en su boca y ella lo tragó todo, succionaba más tratando de arrancar la última gota que quedaba y luego de terminar de limpiar mi herramienta por completo, se paró y me besó, fue un beso deseoso, con pasión y muchas ganas que cada segundo fortalecían mi amor hacia Andrea.

Ella tomó mi mano y nos dirigimos hacia su habitación – era inmensa, con una gran cama en el medio – y la recosté sobre su cama para comenzar a besar primero sus labios, luego desabotoné lentamente su blusa saltando al aire sus dos senos presos por la tela del sujetador, fui bajando dejando un caminito de lamidas por su vientre hasta llegar a su pantalón, lentamente lo fui quitando hasta dejarla en ropa interior – que belleza – pensaba mientras comenzaba a besar subiendo desde los pies, sus pantorrillas, suavemente pero con pasión besaba la cara interna de sus muslos – me sostenías la cabeza y la acariciabas – preparaba la zona para lo que se venía y en medio de mis besos no podía dejar de pensar en lo feliz que me sentía – estaba poseyendo a la mujer que se había ganado mi corazón – meditaba mientras ya estaba bajando su tanga con mis manos y ayudado por mis dientes para hacer más sensual el momento, subí lentamente pero con mi objetivo ya a la vista; mi lengua comenzó a sorber sus jugos cuando la pasé por toda su intimidad, mis besos inundaron su monte de Venus para luego comenzar a acariciar con mi lengua sus suaves labios vaginales, jugueteaba con ellos a la vez que mi lengua se iba adentrando más y más en tu interior hasta que vi aparecer tu clítoris para comenzar a jugar con él; tu excitación cada vez era mas notoria y eso me hacía seguir sorbiendo tus jugos y jugando con tu botoncito - ¡Sigue, sigue! – me decía a la vez que apretaba mi cara en su coñito como queriendo que nunca saliera de ahí – que mas quisiera. Su orgasmo llegó desenfrenado, su cuerpo comenzó a temblar impregnando mi cara de sus jugos deliciosos, a la vez que tus gemidos llenaban la habitación en un suspiro de placer y pasión.

Quedaste exhausta en tu cama – que hermosa te vez – dije en voz baja a la vez que me acostaba y tú te ponías encima de mi cuerpo introduciendo lentamente cada centímetro de mi pene en tu caliente coñito, comenzaste con una cabalgada lenta, disfrutando de cada fragmento de carne y sintiéndolo a su máxima expresión, subías y bajabas con un ritmo pacífico y nuestros cuerpos pedían pasión, el sudor y el olor a sexo ya se percibía por doquier y comenzaste a aumentar la velocidad para pasar a una más rápida pero no sin menos pasión – Te quiero Andrea – decía mientras que quitaba su sujetador y comenzaba a lamer sus ricos senos, succionaba su pezón y con una mano atendía a su similar masajeándolo y pellizcando su pezón. Las sábanas estaban mojadas por nuestro sudor y flujos y tu cabalgada ya era rapidísima. Para alargar más el momento, voltee mi cuerpo quedando sobre ti y comenzamos un rico misionero – me haces sentir amada – decía entre gemidos y jadeos, aceleré mis envestidas terminando en un fuerte orgasmo en tu interior, sentía como me vaciaba y tu coñito succionaba todo lo que salía de mi pene. Te besaba con mucha pasión mientras daba mis últimas envestidas y quedábamos dormidos – yo dentro de ti.

Mis lágrimas caen en la taza de café que estoy tomando recordando aquellos tiempos de felicidad que viví, mi tristeza llena mi casa y nadie se da cuenta o simplemente ignoran mi dolor, estoy aquí solo pensando en lo mal que me siento, quiero explotar y llorar sin tener que ahogar mis sollozos en la almohada que es mi única amiga ahora, mi familia parece estar muy ocupada en su trabajo y no tienen tiempo para sentarse con su hijo a preguntarle el por qué no come o por que ya no sonríe. Las ondas que hace el café cuando caen mis lágrimas disipan mi reflejo y colocan mi mente a recordar otra vez…

Ya teníamos 1 año y unos días de novios, te conocía perfectamente y cada vez estaba más enamorado de ti, no desaprovechábamos el tiempo, si había un lugar para amarnos, lo hacíamos sin apuros ni presiones. Una vez estando en un parque, al ver que nadie estaba en los alrededores, fuimos a un lugar rodeado de árboles y allí consumamos nuestro deseo.

Besé tus labios y tú correspondías a la vez que agarrabas mi pene y lo masajeabas por encima de mi short, yo bajé mi mano hacia debajo de tu faldita y arrimé tu tanguita para comenzar a acariciar tu vagina, luego de estar jugando con ella, apareció tu botoncito pidiendo atenciones, ensalivé mi dedo y volví a adentrarme en ese rincón de placer, mis masajes iban incrementando mientras que tú ya tenías mi pene en tu mano y me hacías una paja lentamente. Luego de estar jugando y acariciándonos un buen rato, yo me recosté y tú te colocaste encima con tu coño apuntando hacia mi boca para fundirnos en un magnífico 69 en el cual probábamos el sabor de nuestros sexos. Tú succionabas mi pene con pasión y tus duros pezones parecían querer traspasar la tela de tu camisa deportiva ya que los sentía en mi vientre, tu lengua juguetona estaba estimulando mi glande haciéndome delirar mientras yo con mi traviesa lengua jugaba con tu clítoris, provocándote pequeños temblorcitos en todo tu cuerpo – te amo demasiado – pensaba sorbía tus líquidos y me sumergía en el mundo del placer – y del amor – contigo en aquel solitario parque. El momento del climax no se hizo esperar y llegaste en un fuerte orgasmo que intentaste acallar para no despertar alertas pero creo que no fue del todo exitosa esa tarea, luego de un rato, terminé en tu boca y tú no desperdiciaste ni una sola gota, tus hábiles labios dejaron mi pene limpio y sin muestras de nada. Pero cuando íbamos a seguir nuestro juego, se oyeron los pasos del caballo del guardaparques y tuvimos que salir de ahí – nunca en mi vida nos habíamos vestido tan rápido – reíamos mientras caminábamos tomados de la mano por el parque y el cielo ya comenzaba a dar señas de que la noche se acercaba.

Fuimos en su auto a una discoteca y allí, mientras bailábamos, nos acariciábamos por encima de la ropa y nuestros besos eran muy apasionados, - me siento premiado, feliz y orgulloso de que la vida me fuese dado tan magnífico regalo – pensaba mientras nuestras lenguas jugaban en la boca de uno o del otro, nuestras manos inquietas y traviesas buscaban que tocar; las mías se turnaban entre tus senos, tus nalgas o acariciar tu mojado coñito por debajo de la ropa, las tuyas agarraban mi pene o mi marcada espalda, a veces mis nalgas – Andrea, eres lo mejor que me ha pasado – le decía mientras ella estaba concentrada en hacerme sentir placer – yo también estaba haciendo lo mismo.

Salimos de ahí y en la parte trasera de tu carro, hicimos lo que había quedado pendiente en el parque: entre besos y caricias, me quité – incómodamente – mi pantalón y boxers, subí su falda y ella se colocó encima para comenzar lo que habíamos dejado pendiente. Arrimé su tanguita a un lado y comencé a penetrarla en un lento y excitante sube y baja, el sudor que desprendías me embriagaba y el olor de nuestros sexos en contacto era un mar de sensaciones para mí - ¡Ahh, ahh! Que bien, ¡Sigue Carlos! – me decía mientras la cabalgada ya era apasionada y sin un ritmo fijo. Salimos del carro – estábamos en un terreno solitario en el medio de una montaña en Naguanagua llamada el Mirador – ella puso sus dos manos apoyadas en la parte de atrás de su auto y me ofreció todo su coño desde atrás, me acerqué y coloqué mi pene en su entrada y comenzamos a hacer el más excitante perrito, más que todo porque estábamos al aire libre y consumando nuestra pasión, mis envestidas iban de lentas a rápidas – quería alargar el magnífico momento – luego de un rato, ella llegó a su orgasmo gritando y jadeando de placer muy duro, ya que el paisaje de la montaña y la lejanía de la civilización lo permitía, fue como si ella quisiera librar esa pasión atrapada y lo hizo en aquel lugar - ¡Ahhh, siiiiiii, ogghh! - Gritaba mientras mis envestidas ya eran fuertes y frenéticas y mi leche comenzaba a salir – no con tanta fuerza ni abundancia como en el parque, pero si con mucha pasión – inundé su coñito y caí en su espalda cansado de la travesía de placer que habíamos tenido.

- Andrea, te amo, quiero que estemos juntos siempre y que nuestro amor crezca cada día más – decía mientras ya calmados nos besábamos tiernamente abrazados en el asiento de su auto.

- Vámonos Carlos, es hora de irnos que mi papá se va a empezar a preocupar – me decía Andrea encaminándose al volante.

Durante todo el trayecto Andrea no dijo nada, sólo manejaba su auto camino a mi casa, yo no sabía por qué había reaccionado de esa forma y decidí – para mi bien más que todo – no preguntar nada al respecto, seguro era que ella estaba apurada y no me escuchó bien o algo así. Dejé de pensar cuando vi que estábamos cerca de mi casa.

- Chao mi amor, te quiero mucho – decía a Andrea encaminándome a darle un beso de despedida al cual ella aceptó pero quitó un poco rápido su boca.

- Chao Carlos, te quiero – me dijo y arrancaba su carro rápido.

Aquí estoy en el balcón de mi edificio viendo lo felices que se ven algunas personas en la calle, algunas serias, algunas con aspecto de haber trabajado mucho, otras con una gran felicidad en su rostro y…, y las parejas agarradas de la mano dándose pequeños piquitos de vez en cuando mientras caminan, ya el llanto ha cesado, pero seguro es porque ya no había tanta agua en mi cuerpo de tanto que había llorado – qué equivocado estaba – mis ojos se aguaron otra vez mientras veía a una pareja besándose en un banquito de una panadería – que bello es el amor cuando eres correspondido – pensaba mientras los observaba felices y en un mundo aparte a el bullicio de sus alrededores.

Cada vez estaba más distante, yo tenía 21 años y tú 23, ya te habías graduado de la Universidad y yo estaba estudiando aún, me desgarraba el pecho el dolor cuando tú me ignorabas o simplemente no atendías mis llamadas, ya los besos no eran como antes, lo hacías seguro por mantener mi ilusión o algo las veces que hacíamos el amor ya eran rutinarias y sin pasión o sin ganas. Día tras día el vacío entre nosotros se incrementaba, tú ahora estabas con tu grupo de amigas de la Universidad y cuando te iba a visitar a tu casa, decías que estabas ocupada y que me llamarías, que estabas con unas amigas trabajando en un proyecto y muchas otras cosas que creí – estaba enamorado, muy enamorado – el día que cumplimos tres años de noviazgo, me aparecí de sorpresa en su casa con mi regalito y mi ramo de flores en las manos – había ahorrado un año para comprarle un anillo con el cual le iba a proponer que nos comprometiéramos – entré lentamente (tenía llave) para sorprenderla y proponerle que fuera mi mujer por el resto de nuestras vidas, y cuando pasé por el pasillo hacia su habitación te vi en la sala de estar, estaban despaldas. Él la penetraba por detrás mientras ella jadeaba de placer y gritaba que le diera más. El mundo se paralizó en mí. Hay unos que se lanzan a matar, otros se desesperan y preguntan que si algo estaba mal; yo simplemente me paralicé y mientras veía aquella imagen que desgarraba mi pecho, recordaba cuando éramos novios y le di su primer regalo, un peluchito que sabía que le gustaba, cuando nos dimos aquel primer beso, cuando ella se entregó a mi la primera vez, cuando nos prometíamos tantas y tantas cosas… estaba recordando todo el tiempo que estuve con ella y del cual nunca me sentí cansado ni aburrido – las penetradas de aquél hombre eran desesperadas – recordé la vez que me dijo que la hacía sentir amada. Todo ese mar de recuerdos venían y lo único que se movía en mi cuerpo eran mis lágrimas que rodaban y se perdían en la tela de la camisa. Mi corazón se iba a partir en dos, dejé el anillo con las flores en una mesita al lado de dónde yo estaba y puse la tarjeta de nuestro tercer año de noviazgo. Me retiré llorando de su apartamento y llegué a mi casa.

Acostado en mi fría cama, le daba vueltas a aquella imagen que me estaba matando, el llanto silenciado por la almohada no dejaba evidencia de mi estado. Tres años de mi vida enamorado y sumergido en un mar de ilusiones y buenos momentos – creía yo – mis manos tiemblan un poco y mis ojos rojos reflejan la tristeza que siente mi corazón y mi cuerpo. Recordé una vez que gasté todo mi dinero para comprarle un hermoso collar – quería impresionarla – el dinero no me importó ni me importa para nada, mi mayor regalo fue la sonrisa y el abrazo que ella me dio cuando le di ese regalo de cumpleaños. Maldecía mi suerte…

-¿Por qué? – pensaba mientras lloraba en la soledad de mi habitación… yo que nunca le fui infiel, nunca le falté el respeto, siempre la mantuve en un alto pedestal de mi vida y ella me hacía eso de la manera más dura, porque ni siquiera se dignó a decirme algo o terminar nuestro noviazgo, prefirió engañarme como a un perro estúpido. El amor que tuve fue lo mas bello – antes de saber lo que se – que había tenido en ese tiempo.

- 7 llamadas perdidas de Andrea – el hipócrita celular avisaba…

Mientras estaba sumergido en esa inmensa tristeza, recordaba una vieja canción que decía que en el amor el que ama más es el que pierde más cuando todo se termina. Yo siempre pensé que eso le pasaba a parejas que no se querían y que Andrea y yo nos amábamos con todas nuestras fuerzas, pero como dicen, la lengua es el castigo del cuerpo y aquí estoy acostado y en medio de mis lágrimas tengo que ingeniármelas para seguir mi vida – La vida sigue, hay que tragar y seguir adelante – pero eso no es nada fácil…

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