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MARTA, CARMELA Y AMBAR (7)

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LA MARCA

 

Finalizada la celebración de la resurrección del capitán Ferreira, nos fuimos al casino a buscar a nuestro amigo. Queríamos que nos explicara la única secuela que aparentemente había quedado de todo el feo asunto del ritual. Esperamos a que finalizara su turno.

Nos dio un abrazo colectivo. Aun olía a madera recién cortada.

-Fue un procedimiento ritual exitoso gracias a ustedes. Por un tiempo tendrán mucha suerte y serán criaturas que atraerán el bien a todos los seres que se les acerquen. Solo por unos días.

-Ya el capitán se benefició, comentó Marta, pero ahora explícanos “esto”. Se puso un dedo en la frente señalando la pequeña marca.

Como  no parecía entender la índole de la seña, Marta se le acercó más. La llevó a un sitio más iluminado y la observó con detenimiento.

-¡Es la flor del brujo! Casi gritó con su vocecita de alta resolución.

-¿Qué es esa flor? indagué, todas la tenemos.

Nos miró respetuoso y emocionado.

-Ven le dijo Marta, tomándolo por el brazo y obligándole a seguirla hasta nuestro camarote.

Notamos que el olor a humo había desaparecido por completo cuando entramos.

-Muéstrenle, ordenó Marta

Nos medio-desnudamos para mostrarle las marcas en nuestros seno. El las examinó con aire faculto.

-Todas sentimos que nos las grabaron con fuego.

-Los grandes padres las han bendecido. Esas marcas nacen con los predestinados para ser hechiceros

-¿Ahora somos hechiceras?, preguntó Ámbar, mirándonos como si hubiera ganado un premio.

-No lo sé. Pero los sitios donde están situadas son significativos para los que tenemos ese conocimiento: “La guía” es Marta. “La confiable” es Carmela. “La astuta” es Ámbar. ¡Vivan en paz con sus dones!

-La tuya, ¿Tu marca dónde está? Me interesé sin saber por qué.

Pasó su mano por mi mejilla y me dijo: “El que fecunda”

-Queremos verla. ¿Es igual a la nuestra? pregunté.

Se desabrochó el pantalón y lo bajó de un solo jalón. Salió a la luz pública su gran miembro negro. Nos acercamos escrutadoras y curiosas para observar de cerca. La señal estaba en la base de su falo, sobre la piel de su pubis.

-Es más grande que las nuestras, cuestionó Marta

-Yo nací con ella y ha crecido conmigo. Las de ustedes acaban de nacer.

Posiblemente la observación, la curiosidad y toqueteos a su “marca” por parte de las tres brujas novatas, influyó en que su “reproductor” creciera un poco. El trató de que no se notara y lo regresó a su sitio con premura. Pero fue muy lento para mis sentidos alborotados por la falta de cariño que me había demostrado el capitán Ferreira. Mis bocas se me hicieron agua y detuve su intento de escamotear su pieza poniendo mi mano sobre ella.

-¿Quedaría preñada si me lo haces? Trate de salir de dudas, mirándolo con fijeza.

-Ninguna de ustedes puede quedar preñada desde ahora, es el precio de los hechiceros. Tampoco enfermarán ni morirán violentamente.

-No más tabúes, le dije a Marta sonriendo.

Su cosa grande y negra, crecía aceleradamente entre mis dedos y les dije con tono de burlas -ok, niñas, con el permiso de ustedes, les vamos a dar una demostración de cómo tiran los brujos.

Solo retiré mi mano un momento para desvestirme lo más rápido posible, pero,  el brujo, me ganó en velocidad.

Su cuerpo era armonioso, gigantesco y macizo, como el miembro que enarbolaba. Ámbar y Marta se apartaron para ver mejor el espectáculo de su hermana atravesada por una tranca de esas dimensiones, cuando ella siempre había evadido ese tipo de gigantescas responsabilidades.

Le comencé a lamer su cosa con gusto. Era una costumbre recuperada que me gustaba y de la que no  disfrutaba hacía tiempo. Cuando su líquido pre seminal comenzó a anunciarse en mi boca, me levanté y lo halé hacia una de las camas, me eché de espaldas, me abrí y le hice señas de que podía proceder con el ritual.

La cabeza abrió mi grieta y el tubo penetro, penetró y penetró. No tenía un pene sino un penetrador, que se estabilizó cuando llegó al fondo de mi hoguera

-Tragona, refunfuñó Marta. Yo la miré desfalleciente, pero pude sonreírle. Luego cerré los ojos y me sentí maravillosa.

Empezó a entrar y salir a gran velocidad. Solo una pequeña cantidad de su tronco salía y entraba, el resto, permanecía enterrado en mis entrañas atragantadas con tanta carne por primera vez en mi existencia.

Empecé a sentir como que me derretía, como que me fundía a su acoplamiento. Algo maravilloso me pasaba: docenas de pequeños orgasmos me sucedían por cada dos o tres acometidas de su tranca, era algo insólito, sorprendente y maravilloso. Los orgasmos tenían una cadencia que los hacía continuos, no había fin ni comienzo, solo un orgasmo continuo infinito.

Gritaba, blasfemaba, me quejaba, le golpeaba la inmensa espalda con mis manos y estaba anudada con mis piernas a su cintura. Era como montar a un caballo cerrero, pero debajo de la montura.

Mi orgasmo que no se detenía, se acoplo con su clímax mientras mis entrañas estragadas por el placer reverdecieron con su semen. El no pareció darse cuenta de que había terminado, pues seguía empujando como si nada.

Sentí que me llegaba al estómago, pero valientemente resistí el nuevo ataque, hasta que un orgasmo que parecía el resumen de todos los demás me atacó con tanta furia que creí desvanecerme. Solté el aferramiento de mis piernas y mis brazos sin fuerzas colgaron a mis costados.

Quede empalada por obra y gracia del movimiento automático de mi pelvis que seguía en su frenético ritmo sin la ayuda de mi voluntad, pues mis músculos vaginales se habían contraído involuntariamente y mantuvieron el acople por sí mismos.

Cuando la leche empezó a salir a borbotones por los bordes de mis labios vaginales, fue cuando nos calmamos y quedamos empotrados y quietecitos, respirando suavemente.

El enorme negrazo me miraba sonriente y yo le respondía de la misma forma. Cuando me fijé en su bocaza de gruesos labios, tuve el lujurioso y salaz pensamiento de que me faltó por saber, qué se sentiría cuando esa inmensidad se apropiara de la raja de una.

-Eres la reina de la cangrejera, me dijo

-¿Qué es eso?

-Tienes un cangrejo allá adentro que atenaza al miembro

-¿Molesta?

-Al contrario, vale oro.

Me viré, para mirar con aire de superioridad fingida a Ámbar y a Marta

-Felicidades, me dijo burlona Marta desde lejos, ese debe ser el don que te dieron tus secuaces hechiceros

-¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravísimo! muy buen espectáculo, Ámbar aplaudía embromándome, mientras se me acercaba, me besó castamente y me dijo con voz suavecita -Has debido gozar mucho, gritabas como una loca, nunca te había visto así.

-Polvos entre hechiceros, contesté en broma

El brujo aprovecho para desenvainar su espada lentamente, su leche rodaba por mis nalgas.

-Durante muchos años nada las separará. Guíense por el instinto. Conózcanse para que sepan que poder les fue concebido para ayudarse y ayudar a otros. Sepárense de sus maridos, seguir unidos, puede afectarlos. Sigan su rumbo, nosotros las guiaremos.

Termino de vestirse. Se inclinó respetuosamente y salió sin darnos a la espalda.

Después del viaje, Ámbar cambio. Era más reposada, más serena, menos agresiva y un día en el desayuno, nos informó que pensaba tomarse unas vacaciones en las actividades eróticas, que solo lo haría cuando una de nosotras necesitara ser relevada durante el periodo menstrual. De resto, se encargaría de la programación, seguridad, inversiones y cuidado de nuestro hogar. Las relaciones públicas y la administración general quedaban en sus manos, las otras tareas propias de la empresa eran nuestra responsabilidad y que para saciar sus necesidades, lo dijo señalando vulgarmente su entrepierna, les bastábamos nosotras.

No tuvimos cada que oponer, era su deseo y seria respetado. Ella lo sabía.

Especialmente conmigo, sus actos de amor violento y agresivo habían disminuido, en menoscabo del placer que me causaba su actitud y Marta ya no tenía el placer de domarla, ahora disfrutaba observando como nosotras hacíamos el amor suavemente, aunque a veces a Ámbar se le salía la clase y recurría a su actitud de violadora –más para complacerme que por sentirlo-. En fin, Marta ahora tenía dos hembritas para que la obedecieran.

Por la parte que nos correspondía a Marta y a mí, habíamos regresado repotenciadas, con nuevas invenciones que reanimaban las deleitosas relaciones con nuestra clientela, cada vez mayor en calidad y cantidad. Éramos una pareja perfecta.

Desde que nos separamos de los muchachos, con Ámbar como nuestra proxeneta, el negocio iba sobre ruedas. Más bien veíamos que necesitábamos ayuda urgentemente. Bueno, ya aparecería.

Ámbar nos informó que al día siguiente teníamos una pareja de recién casados que atender. Nunca lo habíamos hecho con una pareja, pero seguro se nos ocurriría algo para complacerlos. Nos informó también que ella atendería personalmente a nuestra cliente femenina (la única por ahora) que había insistido en conocerla.

En vista de que era cliente asidua y que no representaba peligro, había arreglado atenderla mañana en su propia casa, como siempre. Ya la había diferido muchas veces, esperando un espacio en nuestras repletas agendas. Esa era la razón primordial por la que ella misma haría el trabajo.

-Esa señora es peligrosa, dije riendo, con sus consoladores casi vuelve loca a Marta.

-Yo le dije que nada de aparatitos, que conmigo sería diferente, apuntó Ámbar.

-Jumm, contesté. Y pasando mis brazos alrededor de sus hombros les dije-Ok niñas, ahora nos vamos a almorzar.

-Deberíamos almorzar sushi, dijo Ámbar, en la pareja de mañana, la muchacha es japonesa.

-¿No y que tienen la hendidura transversal? Pregunté en broma mientras salíamos.

-Ya nadie cree en eso, gafa, Ámbar siguió mi broma, desde el advenimiento de las películas porno japonesas.

-¡Ah! La tienen igual que nosotras, seguí el juego.

-Bueno, no exactamente….

Y así conversando de estas y muchas otras cosas seguimos con nuestras alegres vidas.

Éramos felices y libres.

 

FIN DE ESTA PARTE. MARTA, CARMELA, AMBAR (7)

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