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Sueños (2 de 5)

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Estuve sola un largo rato, o eso me pareció porque en ese lugar nada había cambiado, así que no estaba segura de cuanto tiempo había pasado en realidad. Hasta que de pronto otra brisa de aire que se convierte en remolino delante de mí. Sin saber porqué, estaba emocionada pensando que podía ser el ángel, pero no fue así.

Era un hombre anciano, de pelo gris y larga barba, parecía un ser muy apacible y amable, aunque sus ojos desvelaban su enfado y me miraba de forma muy fría. Casi pareciera que fuera yo la causa de sus problemas.

- Liliana

Su voz, al igual que su mirada, era fría, tanto que un escalofrío recorrió mi espalda.

- Liliana, debes volver a tu mundo - dijo muy serio, era como si me lo estuviera ordenando.

- Pero ¿cómo? -pregunté sin pensar- Ni siquiera se bien cómo he llegado aquí.

El anciano cerró los ojos y al abrirlo me miró con mucha ternura y preocupación al tiempo que comenzaba a acercarse a "mí.

- Debes curar las heridas de tu alma, solo así podrás encontrar el camino hasta tu mundo -dijo poniéndose frente a mí.

- ¿Mis heridas? -¿a que se estaba refiriendo? me pregunté mientras me invadía un mal presentimiento- No lo entiendo.

El anciano alzó su mano y la posó en mi frente haciendo que en mi mente comenzaran a aparecer imágenes de mi vida los momentos antes del accidente.

Estaba en un funeral, parada delante de un pequeño ataúd, cuando miré en su interior las lágrimas brotaron de mis ojos sin remedio. En ese momento lo recordé... era mi hijo.

Di un paso atrás apartándome del anciano, aunque no pude sacar de mi mente esas imágenes.

- ¿Qué le pasó? ¿Por qué no lo recuerdo? - pregunté mientras mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

- Este lugar tiene ese efecto, oculta todos los malos momentos del alma humana -dijo antes de volver a posar su manos en mi frente nuevamente- Las respuestas a tus preguntas sólo las conoce tú -dijo justo antes de comenzar a ver mi vida de unos años atrás.

Recordé que me había casado, lo enamorada que estaba y los maravillosos momentos que había pasado con mi mujer. Luego, habíamos decidido tener un hijo y un día, estando embarazada de seis meses, me encontré una nota de mi esposa. Lo siguiente que recordé fueron los meses de llantos por su abandono. En su carta me explicaba que se iba del país con la chica de la que estaba enamorada. Los meses pasaron y tuve a mi hijo, era un hermoso bebe de piel blanca y pelo castaño y con unos hermosos ojos azules que tanto me recordaban a los de mi mujer. Gracias a él pude volver a sonreír, él me devolvió mi alegría aunque por desgracia no pudiera curar mis heridas.

Mi mente volvió a saltar hasta el día en que estando en el hospital el doctor me dijo que mi hijo estaba muy enfermo. Mi hijo, mi ser más amado, con tan solo dos añitos tenía leucemia. Recordé como habían intentado hacerle trasplantes y como había visto al doctor salir del quirófano, con los ojos rayados de la emoción y había pronunciado esas palabras que tanto temía.

- No hemos podido hacer nada

Al oír esas palabras las imágenes dejaron de pasar por mi cabeza y se transformaron en un intenso dolor en mi pecho haciendo que me arrodillara en el suelo antes de que las piernas me volvieran a fallar.

- Será duro, pero debes sanar esas heridas para poder recobrar la paz de tu alma y volver a tu cuerpo -dijo el anciano poniendo la mano sobre la coronilla mientras yo lloraba desconsolada.

- No puedo, es demasiado

Estaba hundida, destrozada, ¿cómo iba a curar una herida que me había acompañado durante los dos últimos años? ¿Cómo iba a hacerlo si ahora se le sumaba la perdida de mi pequeño?

- No tendrás que hacerlo sola - dijo haciendo que me levantara - un ángel te acompañara.

Fue entonces cuando recordé la paz y la tranquilidad que me había invadido cuando mi ángel me había abrazado. ¿Cómo era posible que su mirada consiguiera que me olvidara de todos mis problemas? ¿Cómo era posible que tan solo con su presencia me reconfortara tanto? No lo sabía, ni siquiera sabía por qué me hacía sentir tan protegida al estar a su lado, pero de lo que si estaba convencida era de que ella podría conseguir que me sintiera un poco mejor y que me ayudaría a recuperarme.

- ¿Mi ángel? -pregunté ansiosa- ¿Ella estará conmigo?

- No -dijo rotundamente- Ella no puede estar contigo, se te asignará otro ángel de los sueños para que te ayude -dijo volviendo a mostrar esa fría mirada.

- Pero yo quiero que sea ella. Quiero que sea ella quien me acompañe y quien me ayude.

- Ella no puede ser -dijo caminando hacia atrás, haciendo que volviera a sentirme como la culpable de su mal humor- Actuó fuera de sus límites y se le ha prohibido verte.

¿Actuó fuera de sus límites? ¿A qué se refería? ¿Qué había hecho ella? ¿Y por qué su castigo era no verme? El escaso tiempo que habíamos pasado juntas lo único que había hecho era intentar consolarme.

- Pero la necesito a ella. Con ella cerca me siento bien y tranquila. Estando con ella no tengo miedo.

Una luz apareció sobre nosotros y para cuando se fue el anciano respiró hondo y alzó la voz.

- Baja

Acto seguido sentí esa brisa de aire tan familiar que ella causaba antes de aparecer, y distinguí sus rizos dorados dentro del remolino que se disipaba delante de mi. El ángel estaba de espaldas a mi, mirando hacia el anciano, que la miraba reflejando su enfado. ¿A mi me había parecido que a mi me miraba de manera fría? En comparación a como la estaba mirando a ella ahora a mi me había entregado una dulce y suave mirada.

- ¿Recuerdas las reglas? -le preguntó el anciano al ángel.

- Las recuerdo -contestó ella en un tono triste y melancólico

.

El anciano alzó la mano y la poso en la barbilla del ángel y la obligo a levantar la mirada de nuevo.

- ¿Sabes lo que pasará si sobrepasas tus limites de nuevo? -volvió a preguntar.

- Lo sé

Me dolía verla así, su voz desvelaba lo mal que lo estaba pasando y que probablemente estaba a punto de llorar. No sabía porqué me afectaba tanto, apenas había cruzado un par de palabras con ella, pero los pocos pedazos que no se habían roto ya de mi alma se estaban rompiendo ahora.

- Recuerda tus límites Ania -le dijo el anciano antes de desvanecerse.

¿Ania? ¿Ese era su nombre? La verdad es que me gustaba.La estaba viendo delante de mi, parada, sin mover ni un solo músculo, como si estuviera petríficada. Estaba llorando, podía oirla.

- Ania -la llamé pero no conseguí que me prestara atención.

Sin darme cuenta comencé a caminar hasta ella y al llegar a su lado, respiré hondo y posé la mano sobre su hombro.

- Ania no llores.

Segundos después dejó de llorar y se giró hacia mi. Su mirada estaba triste y aún tenía los ojos inundados y por sus mejillas estaban marcados los caminos de sus lágrimas. No podía verla así, no quería verla sufrir, quería verla sonreir como la había visto la última vez. Alcé las manos hasta rodear su cara y limpié el ratro de sus lágrimas. No sabía que hacer, ni que decir, pero sabía que quería consolarla y de pronto sentí el impulso de acercarme a ella.

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