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Mi adolescencia: Capítulo 29

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No puedo ni describir lo largo que se me hizo el caminar hasta la habitación. No creo que fueran más de 6 metros pero se me hizo eterno el llegar allí. Puede que Edu fuese la mayor obsesión de mi vida y, en cierta manera, el gran amor de mi vida, pero había algo en él que no me gustaba: lo silencioso y poco hablador que era en esos momentos claves. Quizás estaba malacostumbrada a mis relaciones con Rafa en las que no paraba de hablar y de relajarme con las palabras precisas en cada momento. Pero eso ya era el pasado y la gran realidad es que ahora Edu y yo estábamos ya en la habitación donde consumiríamos psicológica y físicamente nuestro deseo carnal para siempre. El momento había llegado. Habían sido años de espera. Y años de espera en la pubertad son una tortura psicológica insufrible. Por lo que sin querer demorar más ese mítico y trascendental momento me tumbé en la cama vestida y cerré los ojos como si estuviese dormida. La fantasía acababa de comenzar. La suerte estaba echada. Todo se iba a realizar y por fin la obsesión se materializaría con hechos reales. Excusa decir que jamás he estado más expectante y nerviosa en toda mi vida. Solo de recordarlo ahora me dan incómodos y electrizantes escalofríos. 

Yo permanecía con los ojos cerrados cuando Edu, que aún permanecía de pie, al lado de la cama empezó a decir: “Lo cierto es que es verdad. Es exactamente igual que como aquel día. Joder, da igual que el jersey sea un poco diferente, todo es igual, idéntico, joder, cómo te desee aquella vez con ese jersey, esa camisa y esos vaqueros”. Hizo una pausa y concluyó: “Empiezo a sentir ahora el mismo deseo y las mismas ganas. Todo empieza a revivir. A cobrar forma. Es como volver al pasado. Es como si estuviese ocurriendo todo exactamente igual”. Yo abrí los ojos y dije una frase que me salió del corazón: “Sí, es como si volviéramos a tener otra vez 14 y 15 años”. Edu ni me escuchó. No sé porqué pero ni escuchó esa frase pues no giró su cabeza, ni dijo nada ni tan siquiera su cara sufrió el mínimo cambio. Estaba pálido. Estaba alegre. Estaba feliz. Y estaba tan sumamente ensimismado, embobado y atolondrado por lo que tenía ante sí que no era consciente de que esta fantasía la habíamos preparado tanto él como yo. Parecía como si se hubiese olvidado completamente de mí y que de verdad estaba de nuevo, de forma espontánea y casual, totalmente dormida para él para que pudiera jugar conmigo y así liberar todo lo que llevaba dentro. Parecía como si asumiese que el destino le daba la oportunidad de volver a revivirlo y que le brindaba el regalazo con el que siempre soñó desde aquella noche. Me sentí de repente totalmente fuera de lugar y obviada. Edu iba a jugar conmigo, es cierto, pero de una forma completamente ajena a mí. Y, de repente, me di cuenta paradójicamente que eso me excitaba más de lo que nunca imagine. 

Y nada más empezar ya se empezaron a notar diferencias considerables. Pues desde que empezamos a salir no había sido nada delicado con mi ropa, es más, me desnudaba siempre a gran velocidad y no daba importancia a mi ropa y a cómo me quedaba. Y eso en el fondo me molestaba. En cambio, ahora, era todo lo contrario, pues parecía como si volviéramos a tener 14 y 15 años porque lo noté nervioso, con miedo, intranquilo y haciendo todo muy poco a poco, muy lentamente, con gran temor y como si de verdad pensase que estaba dormida y que no era una farsa. Se había metido tanto en su papel que parecía de verdad que estaba ocurriendo de nuevo lo que había ocurrido años antes. Que, por casualidades de la vida, estaba otra vez con la misma ropa que tanto le obsesionó y profundamente dormida como aquella vez. Edu estaba totalmente abstraído, ensimismado y obnubilado por la situación. Como un niño pequeño ante la posibilidad de comerse un caramelo prohibido. Como un niño pequeño al que, a los 15 años, se le privó de algo muy jugoso que le marcó y ahora por fin iba a poder saborearlo. Reconozco que me encantó que fuese todo a cámara lenta y paso a paso, pero también reconozco que me impacientó un poco porque no sabía en ningún momento cómo iba a obrar y a proceder, pues solo hacía más que observarme de arriba abajo como si no acabara de creerse que eso estaba sucediendo realmente.

Por fin el silencio se rompió. Y tímida y nerviosamente pasó el dedo índice de su mano por encima mía. Desde mis labios, por mis pechos, por mi barriga y por mi entrepierna, solo rozando, casi imperceptible. Solo fue una primera toma de contacto. Solo eso. Un roce por encima del jersey y el vaquero. Solo eso. Volvió a repetirlo. Lo repitió despacio varias veces. Como si tuviese que asegurarse que era real todo eso y que está ocurriendo de verdad. Yo permanecía con los ojos cerrados. Muy en mi papel de hacerme la dormida. El cuello de mi camisa debía estar metido muy por dentro del jersey porque noté como de forma suave, tímida e inquieta fue sacándomelo poco a poco por fuera del jersey, para que así se viera bien el cuello, como si necesitase ver bien el cuello de la camisa y no solo el jersey, para que de esta manera todo fuese exactamente igual que aquella noche de nuestra temprana adolescencia. A mí eso me daba mucho morbo. Muchísimo. Me excitaba que jugase, en plan fetichista, con mi ropa y me proporcionaba cierto gusto interno que hasta ese momento no había experimentado nunca con Edu, o más exactamente, no había experimentado nunca con Edu en los últimos años, porque fue como volver a revivir de nuevo nuestra mítica primera noche de años atrás. 

En ningún momento se precipitó, solo jugaba con el cuello de mi camisa y también, en menos medida, con los puños de la camisa, pues me remangó un poco el jersey y empezó a jugar con el puño, sin llegar nunca a desabrochar el botón del puño. Lo hizo con ambos brazos. Casi en un tono de experiencia muy sensual, remangando un poco el jersey y acariciando a la vez los dos puños de la camisa. Todo era extremadamente erótico para mí. Eso era la sensualidad para mí. Ese morbo fetichista era lo que me pedía el cuerpo desde siempre y, que nunca antes Edu y yo lo hubiésemos llevado a cabo, era la causa de que nuestras anteriores relaciones sexuales nunca fueran completas y satisfactorias del todo, pues faltaba el factor esencial del fetichismo, el factor psicológico del morbo y de liberar las pasiones ocultas que ambos escondíamos desde los 14 y 15 años. Fue una buena idea volver a vestirme así. Fue una idea estupenda. Y estaba claro que tanto él como yo estábamos por fin exorcizando todo lo que teníamos dentro, que no era poco. Aunque fuese con tonterías de jugar con el cuello y los puños de mi camisa, aunque ni me había levantado el jersey, solo era el morbo y la fascinación de poder juguetear con aquello prohibido que nunca llegó a consumar en su momento. 

Si hubiera que definir el proceder de Edu con una sola palabra esa sería sin duda “esmero”, pues todo lo hacía con sumo esmero, con delicadeza y tacto, lentamente, como saboreando cada segundo del paso a paso, esmerándose y aplicándose en juguetear con el puño de mi camisa. En cierta forma era todo muy paternal, pues era como si un padre estuviese vistiendo a su niña pequeña, poniéndola elegante y colocándola bien la camisa para que estuviese guapa. Pero al mismo tiempo todo era muy sensual, muy fetichista y muy morboso tanto para él como para mí, porque sino no se explica que dedicase y emplease tanto tiempo en solo jugar con ambos puños de la camisa. Supongo que en cierta manera todo era un factor psicológico y subconsciente, como si a los 15 años cuando lo hizo por primera vez no le hubiera dado tiempo a hacer todo esto y ahora quisiera recrearse poco a poco y lentamente con todo este proceso fetichista. Todo esto aportaba una sensualidad brutal, una sensualidad cuyo raíz estaba en las obsesiones psicológicas de dos chiquillos que no las resolvieron y culminaron años atrás. Era tan la sensualidad y la fogosidad del momento, a pesar de no era nada erótico pues simplemente estaba jugando con los puños de mi camisa, que al desabrochar casi por accidente el botón de uno de los puños sentí un escalofrío tal que noté como se me rizaba el pelo y cómo se me endurecían los pezones. ¿Quién dijo que para excitarse era necesario tocar zonas erógenas? Que gran error, el órgano más sensual, erótico y excitante para una chica es siempre el cerebro. No hay mayor verdad.

En ese momento de excitación, pues eso era excitación brutal y encima psicológica que es la más gozosa sin duda, fue cuando Edu empezó a hablar. Era evidente que no hablaba para mí, sino para sí mismo pues en todo momento jamás se dirigió a mí y era cómo si se estuviese narrando a sí mismo sus impresiones sobre ese momento. Como si le excitara recordar lo que pasó años atrás y compararlo con lo que estaba ocurriendo en ese instante. Resumidamente lo que dijo fue algo así como: “como recuerdo aquella noche, la recuerdo como si fuera ahora mismo, me acuerdo que respirabas de forma pausada y entrecortada, y que al hacerlo tus pechitos subían y bajaban, me encantaba ver cómo subían y bajaban, y colocar la palma de mi mano por encima del jersey para que los rozara cada vez que volvían a subir tus tetitas pequeñitas”. No hacía falta ser un lince para darse cuenta que, subconsciente o inconscientemente, Edu me estaba pidiendo o rogando que volviese a realizar esa acción para así volver a recrearla y vivirla de nuevo. Volver a disfrutar ese momento y gozarlo como se merecía. Por lo que, de forma sumisa y disciplinada, empecé a hacer cómo respiraba pausadamente mientras dormía, subiendo y bajando el pecho. La reacción no se hizo esperar. Edu colocó sus manos tímidamente sobre mi jersey a la altura de los pechos para que yo las rozara con mis pechos cada vez que respirara. Qué sensual era todo esto. Qué excitante. Qué maravilla. No se podía pedir más. ¿O sí que se podía pedir más? 

Hasta ese día siempre había pensado que las camisas, tanto en chicos como en chicas, eran simplemente la prenda más elegante que existe y lo que más me gusta de la ropa. Pero esa noche iba a descubrir que tenía propiedades sensuales y eróticas que jamás pude llegar a imaginar ni sospechar. Ya lo de enredar con los puños de las camisas fue un torrente de gozo y pasión, pero lo mejor estaba aún por llegar. Y es que Edu, en su constante estado de embobamiento y fascinación que le causaba repetir esto años después, seguía tratándome con un tacto y delicadeza asombrosa, yo diría que incluso que con miedo y nervios. Como si de verdad se creyese que estaba dormida del todo y que esto no era una farsa planificada por ambos. Todo lo que hizo fue el sumun de la elegancia y sutileza. Ya que leve y lentamente me levantó un poco el jersey. Solo un poco. Lo suficiente para ver mi camisa blanca. Se quedó mirando hacía mí. Como si le fascinase que una misma visión ver el jersey, la camisa y el vaquero. Se tiró un buen rato contemplándome sin hacer nada. Al cabo de un minuto, me subió unos centímetros más el jersey. Saboreaba cada momento y no se precipitaba en nada. De nuevo estuvo contemplando en silencio. Volvió a subirlo otros centímetros y, de repente, como si despertara de un sueño (o como si volviese de sus 15 años a sus 18 años actuales) tomo conciencia de que tenía carta blanca para hacer lo que quisiera y metió su mano por el jersey hasta poder acariciar mis pechos por encima de la camisa. 

Estas caricias fueron de todo menos estáticas, pues no paró de mover la mano de un lado a otro, de un pecho a otro, acariciándome por encima de la camisa todo el rato, es decir, con la mano bajo el jersey pero por encima de la camisa. Eso tenía mucho morbo y cierto regusto fetichista que me encantaba. El dinamismo de dichas caricias no se limitaban solo a mis pechos, pues subía y bajaba su mano de forma frenética por toda la camisa, incluso llegaba, de forma forzada, hasta meter la mano tan a dentro que la sacaba por el cuello del jersey y me agarraba con fuerza y pasión el cuello de la camisa, para luego soltarlo bruscamente y volver a manosear mis pechos. Fue un fetichismo total. Un fetichismo que él necesitaba como si fuera aire para respirar y yo, sinceramente, notaba tan perturbación y excitación con esos movimientos sobre mí que me alteré sexualmente más de lo que pensé en un principio. Por eso decía que nunca como hasta ese día no había descubierto el tremendo erotismo que aporta una simple camisa. Erotismo y sensualidad total sin necesidad de desabrochar ni un solo botón. Solo recorriéndola de arriba debajo de derecha a izquierda con pasión, entrega, anhelo y fogosidad. Eso era la esencia del erotismo y justo lo que ambos necesitábamos para exorcizar lo acontecido años antes cuando éramos críos. Desde ese día hasta incluso el día de hoy, cada vez que me he vuelto a poner una camisa me ha recorrido una excitación interna indescriptible, pura sensualidad y la verdadera esencia del deseo carnal entre un chico y una chica.

No podía decir, ni tampoco quisiera saberlo, cuánto tiempo se tiró tocándome por encima de la camisa, pero sí que puedo asegurar que fueron muchísimos minutos, quizás incluso llegó a la media hora. Media hora de placer supremo y una de las más altas cotas de excitación que he tenido en mi vida. El morbo de las caricias y tocamientos por encima de la camisa (y por debajo del jersey) llegó a su máxima intensidad y esplendor cuando se colocó a horcajadas encima de mí. Empezando a tocar y manosear mis pechos con más fuerza y brusquedad que antes. En ningún momento desabrochó ningún botón. Ni falta que hacía. Como mucho jugaba pasando los dedos por los botones de la camisa, solo eso. Puro morbo fetichista. Pura experiencia orgánica, sensual y sexual. Por no hablar de que cuánto más jugaba con mi camisa más se iba desprendiendo ésta poco a poco por fuera del vaquero y eso me proporcionaba el mayor de los placeres. Eso de que la camisa se desprenda poco a poco del pantalón es, y siempre será, para mí el máximo apogeo de la excitación humana y sé muy bien que para Edu también era un acto muy excitante y erótico. Fue entonces cuando ocurrió. Edu se puso rojo, como rojo de rabia, como rojo de contención, como si estuviese manteniendo la respiración y estuviese ya a punto de explotar. Es un arrebato tiró con fuerza de mi camisa hasta desprenderla del todo, desabrochó con furia y cabreo el botón de mi vaquero, bajó la cremallera y como si estuviese cabreado consigo mismo o contra la humanidad empezó a bajármelo con brusquedad, con ira, con ansiedad y con mucha agresividad. 

Esa fiereza y violencia al bajarme y quitarme los vaqueros con tanta vehemencia me descolocó y flipó, me quedé desconcertada, aunque estaba en tal estado de excitación, ofuscación y placer erótico que no pude decir nada para quejarme ni rechistar. Y de nada me hubiera servido quejarme, pues en menos de un segundo con una cólera inédita en Edu me penetró sin contemplaciones, hasta el punto que ni aparto las braguitas, solo cuando reparó en ellas las apartó y ya sí me penetró con la energía que le pedía el cuerpo. El cambio en su rostro no pudo ser más radical, pues paso de estar rojo a punto de estallar (como si de verdad estuviese conteniendo la respiración) a cobrar su cara el tono habitual, jamás había necesitado tanto en su vida penetrar a una chica y seguramente jamás, en el resto de su vida, volverá a tener una necesidad tan imperiosa y urgente de hacerlo con ninguna otra. Sus jadeos eran impresionantes. En un momento de lucidez reparé en que lo estábamos haciendo irresponsablemente sin preservativo pero no pude decir nada ni reprochárselo porque yo también jadeaba y disfrutaba sin parar. Edu me subió el jersey hasta arriba y colocó sus manos entre los botones de mi camisa, por un momento pensé que me la quería abrir y destrozar haciendo saltar todos los botones. Pero no fue eso lo que ocurrió. 

Porque lo que ocurrió fue que Edu, en plan fetichista total, tiraba con fuerza de los botones, pero no con la suficiente fuerza como para hacerlos saltar. Era como si deseara y necesitase perpetuar ese momento así con la camisa abrochada del todo y no quería que nada, ni tan siquiera su brutal deseo sexual, lo interrumpiese. Jamás le vi gozar más que aquel día. Jamás. Jamás volvió a follar con tantas ganas ni antes ni después. Jamás se entregó tanto a la pasión y jamás dejó fluir tanto sus deseos ocultos fetichistas (muy arraigados en nuestra infancia desde los 14 años). Solo al final, muy al final, tras casi una hora haciendo el amor sin parar (entre los jugueteos, preliminares y penetración) decidió desabrochar uno a uno los botones de mi camisa y abrírmela, pero poco pudo saborear ese momento pues escasos segundos después se tiró, casi de forma cómica, de la cama para eyacular fuera de mí. Su eyaculación fue… ufff… indescriptible. Sé muy bien que fue la mejor corrida de su vida y que jamás en su vida volverá a generar tantísimo semen y que él jamás volverá a gozar más que aquel día aunque viva 100 años. Bueno, si soy sincera creo que yo tampoco volveré a gozar jamás así en toda mi vida.

Lo que ocurrió a continuación fue previsible. Pues ambos, exhaustos y derrotados por la batalla campal y por liberar todo ese deseo psicológico oculto durante todos esos años de adolescencia, nos quedamos profundamente transpuestos y adormilados abrazados el uno al otro. Y curiosa y paradójicamente solo en ese momento mientras dormíamos me tocó las tetas bajo el sujetador. La fantasía por fin se había llevado a cabo. Por fin se había exorcizado y por fin habíamos tenido una relación sexual completamente satisfactoria y plena a nivel físico y psicológico. La espera había merecido la pena. Ya jamás volverían los recuerdos de los 14 y 15 años a nuestra mente y ya esa obsesión de la pubertad quedaría fulminada del todo. Joder, cómo lo necesitamos y la del tiempo que nos llevó dar muerte a esta obsesión que tanto marcó nuestra adolescencia. Permanecidos adormilados poco más de 5 minutos. Al cabo de ese tiempo yo me levanté ensimismada hacía el cuarto de baño. Me miré en el espejo. Estaba resplandeciente y pletórica, me encontré más feliz que nunca y más satisfecha que nunca y, sobre todo, como si me hubiese quitado un gran peso de encima. Como si llevase desde hace años una carga psicológica que no me hacía ser feliz del todo y que tras esa noche desapareció del todo. 

Estaba absorta mirándome como una tonta ante el espejo intentando asimilar todo lo acontecido aquella noche, cuando de repente noté la presencia de Edu detrás mía. No dijo nada, solo me abrazó por detrás y metió su mano por dentro de mi camisa desabrochada para acariciarme los pechos. Solo dijo una cosa: “Hay que repetirlo. Hay que repetir esto todos los días. Hay que hacerlo todos los días”. Yo afirmé con la cabeza. Poco me podría proporcionar más placer que volver a repetir todos los días de la semana esta fantasía y sabía que todos los días iban a ser igual de espléndidos. Qué equivocada estaba. Pues si aquella noche fue inolvidable y memorable también fue un punto de inflexión en mi relación con Edu, pues ya nada volvió a ser igual. Y me explico. Al día siguiente volvimos ilusionados al chalet a volver a repetir y experimentar lo del día anterior. Pero ya nada fue igual. Ya la magia se había perdido. Al consumar la fantasía del todo ya no tenía gracia y ni Edu ni yo le encontramos aliciente al hecho de que jugara con mi ropa mientras yo me hacía la dormida y que me follara después. Pero peor aún fueron los siguientes días. Durante toda una semana quedamos para hacerlo y cada día fue peor que el anterior. Ya ni se molestaba en jugar con mi ropa. Ni de darle morbo fetichista ni tan siquiera le importaba que me hiciese la dormida. Ya todo se limitaba solo a follar. Y pocas cosas hay más aburridas e insustanciales en la vida que solo follar. 

Yo me sentí tremendamente decepcionada y frustrada por esto. En solo unos pocos días se perdió toda la magia, todo el encanto, todo el morbo y toda la satisfacción psicológica de esta fantasía. Desde que la llevamos a cabo el primer día ya se perdió todo su poder y magnetismo. Ya liberamos nuestras obsesiones psicológicas y deseos carnales aquella primera noche y eso fue la bomba que detonó todo el encanto de la atracción mutua entre Edu y yo. Ya no me sentía atraída por él. Y él solo se sentía atraída por mí solo para echar un polvo insustancial y meramente físico (y si algo había aprendido a mis 17 años es que los polvos para las chicas son más mentales que físicos). Por lo que la monotonía, aburrimiento y frustración se apoderó de mí desde los primeros días. Edu parece que se contentaba solo con poder echar un polvo todos los días, pero yo necesitaba más, mucho más, necesitaba ese morbo fetichista obsesivo que habíamos perdido por completo. Era increíble que con lo fuerte que era lo nuestro se desvaneciese en el aire tras consumarlo en esa inolvidable noche de pasión. Por lo que de repente, ante mi propio asombro, me di cuenta que no quería seguir saliendo con Edu. La chispa, la magia, el deseo y la obsesión se habían borrado de mi mente. Era ya una persona indiferente para mí y todo lo que había acumulado durante todos esos años, desde los 14 años, se disolvió en mi memoria para siempre. Pero sin duda, el desencadenante de nuestra ruptura definitiva fue una pequeña acampada que hicimos los de la pandilla el sábado siguiente.

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