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Pelayo, mi primo Nico y yo 5/5

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Pelayo me mira y en su mirada hay amor y picardía, ambas cosas y, sobre todo, en estos momentos, ansias de mí, necesidad de mi alma y de mi cuerpo, tumbado a mi lado, apoyado sobre su codo, rebate lo que yo pueda decir.

-Eso ya empieza a ser agua pasada, tengo para mí lo que más quiero, a mis dos chicos maravillosos. No puedo con más ahora, ¿o quieres que tenga más aventuras?, venga, deja de hablar de esas cosas, dime que me quieres, que me deseas, que me habéis extrañado.

Le hemos extrañado y ahora lo tengo en mi cama, con su vitalidad que no para, que no descansa, que me vuelve loco con sus caricias, con sus besos, con su polla inmensa y gorda que ahora golpea en mis piernas. Bajo mi mano para sujetarla, pulsa como loca de deseo, la tiene caliente y me quema y sus huevos gordos, velludos y cálidos no caben los dos en mi mano.

Bajo mi cuerpo hasta tener su verga golpeando mi nariz, aspiro para que llene mis fosas nasales, el capullo está muy suave, extiendo el precum con mi lengua, le rodeo a lengüetazos, lo meto en mi boca, me sabe delicioso y voy tragándola toda.

Quiero darle todo el placer de este mundo, gozar yo mismo de su gozo, cuando se estremece, como ahora que estoy abrazado a su culo, empujándole hacía mí para que no se me salga de mi boca.

-Ander… quita… déjame que te la meta, goloso…  –no puede articular las palabras y habla entre jadeos.

Me separo y me tiendo de espaldas, abro a tope mis piernas, como sé que les gusta a ambos, quieren sentirme entregado y abierto al máximo, en eso comparten los gustos pero ahora no es así, no, en esta ocasión coloca mis piernas en sus hombros, eleva mi culo, lo empapa todo, con la saliva que se ha echado en la mano y me mira a los ojos.

-Ander, voy a metértela, no aguanto más.

-Soy tuyo, cuando quieras.  –llevo mis manos a sus nalgas y las acaricio, animándolo a que tome posesión de mí.

Al principio le cuesta un poco entrar, estoy aún abierto de Nico, pero una verga no tiene nada que ver con la otra. Ahora llevo mi mano izquierda a la entrada de mi culo, quiero notar como entra, como va resbalando en mi interior, notar su verga en la yema de mis dedos, acariciarla en la entrada y esperar a que esté toda dentro para acariciar sus huevos y apretarlos con suavidad en mi entrada.

Cierro mis ojos del placer que experimento, suelto sus pelotas para que pueda moverse, sujeto y pellizco sus nalgas y, hasta donde alcanzo, su culo, que se me aleja a veces cuando saca su polla y vuelvo a acariciar cuando la mete de nuevo. Mis piernas bailan en sus hombros, se deslizan por sus brazos, se agitan en el aire, me abro para que me penetre más, acaricio sus pectorales y dejo resbalar mis manos por su vientre hasta llegar a mi verga que está a mil. Abro los ojos, es sublime la visión, se está esforzando, suda, rojo como la grana su cara que hacen parecer blancos sus labios.

Vuelven, de nuevo, mis manos a la entrada de mi culo, me acaricio allí, toco el prodigio de su falo entrando y saliendo, llenándome y dejándome vacío. Le agrada, le gusta que tenga, a veces, mis manos allí, para recibirle, para acariciarle, para darle la bienvenida. Baja su rostro, busca mis labios, respiramos sofocados, nuestros dientes se golpean, me ofrece su lengua y noto como su verga se hincha hasta hacer imposible su avance. Se vierte entre espasmos, me llena de su néctar, me regala su saliva que  trago y, con los labios pegados, queda exhausto, fundidos pecho con pecho por el sudor. Pelayo respira con dificultad mientras lo abrazo, con mis brazos en su espalda y mis piernas en su cintura, atrayéndole hacia mí, soldándole a mi cuerpo.

Siento una felicidad inmensa, aun sin haberme corrido me siento pleno, satisfecho, terriblemente conmovido. Danzan mis manos en su espalda, acaricio sus sobacos y juego con el nido de sus pelos, enredo mis dedos en su castaña cabellera, le quiero tanto que mi mente se evade, va al encuentro del cuerpo de Nico. Mi felicidad hubiera sido completa si le hubiera tenido también a él mi lado.

Pelayo se va recuperando, su polla se ha reducido un poco pero aún ocupa mi culo y mi recto, sé que en unos momentos se habrá recuperado, es la leche, como se recupera, la vuelve a tener rígida mientras la mía está flácida. Me besa y se eleva hasta quedar de rodillas en mi trasero, me abre las piernas a tope.

-Ahora ha llegado tu turno.  –sujeta mi verga que está comenzando a coger dureza, la menea con su mano derecha, con su culo hace movimientos lentos para que su verga entre y salga en mí, con la izquierda acaricia mis huevos, casi se me salta una lágrima viendo su dedicación para que yo disfrute.

-Pelayo, ven, bésame, me voy a correr, bésame.

Sin sacar su verga vuelve a ponerse sobre mí, sigue entrando y saliendo, su vientre frota mi polla, estoy ansioso de su boca y me besa, le beso y tengo que suspender el beso para coger el aire que me falta, para gritar de placer cuando mi leche nos empapa y discurre entre las pieles de ambos.

A la mañana siguiente, cuando abro los ojos, lo primero que veo es el rostro, muy cerca del mío, de Pelayo; sonríe mostrando sus blancos, perfectos y nacarinos  dientes.

-Ya era hora, bello durmiente. – se acerca y besa la comisura de mis labios, yo lo abrazo, abro la boca desperezándome. Sigue con su vista fija en mí, con un brillo que nunca le había visto.

-Te amo, Ander.  -me da otro beso, ahora en los labios- Te amo pero me marcho, me voy a mi casa, a prepararme, luego recogeré a Nico, de camino a tu casa cuando vuelva, y vendremos a por ti. Prepárate y ponte guapo, vamos a celebrar mi cumpleaños, mi diecisiete cumpleaños, le diré a Nerea que hoy no comes en casa, ahora cuando baje.

-¿No te vas a duchar y desayunar aquí?

-A duchar sí, si no tienes inconveniente, estoy sudado y me da hasta vergüenza el ir así, a desayunar no me quedo, lo haré en mi casa, tengo que portarme bien para que me dejen hacer lo que deseo.

Se va al baño, llevo una toalla conmigo para él y, como ya va desnudo, se mete debajo de la lluvia. Mientras él se ducha yo me lavo los dientes, me miro en el espejo, tengo que afeitarme, no tengo mucha barba pero no me gustan los pelos como me salen. Está saliendo de la ducha, se abre la puerta y entra Jon, mi hermano.

-¿Pero qué pasa aquí?, ¿te has cambiado de casa o, por golfo, te han echado de la tuya?  -se ríe y no le da importancia, choca su mano con la de Pelayo.

-Os dejo, no tardéis que me estoy meando, no quiero estar con vosotros que igual acabo dando o tomando.  –Pelayo se ríe a mandíbula batiente de su gracia, mientras sale del baño.

-Tienes un hermano que vale un cojón.  –mientras tanto se va secando, parece tener prisa, le sigo hasta mi habitación y busca su ropa que no sabe dónde la dejó anoche.

-Déjame un slip por favor, ya te lo devolveré.

Le señalo el armario y se encamina hacia él, no necesita buscar mucho, lo tiene todo a la vista. Escoge uno y se lo mete, le está pequeño y le aprieta su paquetón que parece que va a romperlo. Se acaba de vestir y me da un rápido beso.

-Recuerda, luego venimos a buscarte, ponte guapo, muy guapo.

Le oigo bajar las escaleras y hablar con mamá, se habrá quedado asombrada, nadie conoce que ha pasado aquí la noche, igual Jon sí que lo sabe, no le ha parecido extraño encontrárselo en el baño.

Sobre las once llegan los dos, vienen muy bien puestos, muy guapos. Al primero que veo es a Nico que sube al piso de arriba mientras que Pelayo se ha quedado abajo, oigo las voces de mamá y de papá hablando con él.

-Hola Ander, ya estamos aquí, andas tarde, mira que nosotros ya hemos jugado un partido y nos ha dado tiempo para venir a buscarte.  –Nico viene hacía mí, me abraza y me da un beso ansioso en los labios, mordiéndolos ligeramente.

-Me ha dicho Pelayo que ha pasado la noche aquí, contigo, creo que me excedí ayer al juzgarle.  –no deja de besar mi cara mientras habla.

-Igual nos excedimos los dos, ha cambiado mucho, no es el de antes y eso lo deberías saber tú mejor que yo. Venga, vamos para abajo.

Mis padres están en el comedor junto con Pelayo, los tiene conquistados, claro que esa conquista terminará cuando sepan la relación que mantiene con su hijo, cuando se enteren de que ese chaval tan amable y tan majo, se folla a su hijo cuando le viene en gana.

Nos despedimos, ya saben que no voy a volver a comer con ellos y no parece importarles, los padres de Nico van a venir a casa a comer y pasarán la tarde con ellos.

Vamos por la alameda que conduce a la nueva casa de Pelayo, antes pasamos por la de Nico y vamos llegando al centro. Nico camina a mi lado, hablan entre ellos sobre cosas del partido que han tenido a la mañana. Pelayo va delante y se vuelve de vez en cuando para intercambiar impresiones con Nico, yo les oigo y cuando se dirigen a mí les asiento a todo lo que dicen.

Llegamos al centro. Nos sentamos en una mesa de la calle de un bar al que solemos acudir, el sol calienta pero estamos a cubierto con una sombrilla azul y blanca de rayas.

Pelayo hace señas al camarero, ellos piden para beber un vino blanco y yo un refresco, cuando se va a marchar el camarero le pide una ración de rabas.

Estamos tomando nuestras bebidas y Pelayo saca de su bolsillo un paquetito, bien envuelto en papel dorado y que lleva una etiqueta pegada con la leyenda “Felicidades”.

-¿Qué es eso?  -pregunto yo.

-Es la respuesta a la primera pregunta que dejé pendiente de contestar anoche.  –tiene una mueca de diversión en su cara y va pasando su mirada de uno al otro.

-Abre el paquete, ¿no tenías tanta curiosidad anoche?, esta es una de las cosas que estuve haciendo ayer a la tarde.

Cojo el paquetito en mis manos, es muy pequeño y no pesa nada, el dorado papel que lo envuelve tiene flores como de fondo en otro tono dorado, lo voy abriendo con mucho cuidado. El paquete es un estuche de joyería, le he visto algunos a mi madre.

-Venga, ábrelo.  -está más impaciente que nosotros y con la cara a punto de echarse a reír.

Lo abro, la cajita hace un clic al abrirse del todo por el efecto del mecanismo y en el fondo del estuche, sobre el raso de su forro, están tres anillos, tres anillos de oro, idénticos, tres perfectos aros con líneas inclinadas, cinceladas en su plana superficie que les hace brillar refulgentes.

Nico y yo nos quedamos en suspenso, mirando los tres aritos que brillan en el fondo del estuche.

-Y esto, ¿qué es?  -pregunta Nico mirando a Pelayo.   -éste, al fin, suelta la carcajada.

-¿Qué van a ser?, ya se ve, tres anillos, para nosotros, son idénticos, coge uno, Ander.

Me alarga el estuche y cojo uno de los aros, le ofrece también a Nico que coge otro y él retira el tercero. Lo miro atentamente, en la parte interior tiene algo grabado, leo: Nicolás-Ander-Pelayo, se me llenan los ojos de lágrimas y no puedo ver nada, ruedan mansas por mis mejillas, Nico tiene sujetada la mano derecha de Pelayo con la suya izquierda y creo que va a llorar, yo sí que lloro y me levanto, no me importa que haya gente a nuestro alrededor, voy donde Pelayo, me agacho y le doy un beso en sus labios que me está ofreciendo.

-Gracias, gracias, Pelayo, eres un amor.

Pasa el primer momento de sofoco que me ahogaba, miro el anillo, lo doy vueltas en mis dedos, es precioso pero me queda un poco grande, a ellos les va perfecto. Pelayo mira mis maniobras y cómo lo voy metiendo en cada dedo para ver en cual se ajusta mejor.

-No te preocupes Ander, eso te lo arreglan en la joyería sin problemas, lo reducen a tu medida rápidamente, en un par de días lo tendrás. La joyería cae de camino al restaurante, cuando pasemos por allí se lo dejamos.

-¿Cómo se te ha ocurrido hacer esto?, podías habérnoslo dicho.

-Pero no hubiera sido una sorpresa, ¿verdad?, así ha sido más bonito, ver vuestras caras ha sido un regalo para mi, quiero que sepáis que os quiero, que os quiero muchísimo. Ahora, la siguiente pregunta sobre la que tampoco te di mi respuesta.

-Ya sabéis que quiero que vivamos los tres juntos, el primer paso está dado, me quedé para poder hablar con mi padre. Le dije que el palomar es muy grande para mí y que quería que algún amigo viniera a vivir conmigo, se opuso al principio pero me apoyó mi hermana, Carla, tu amiga que tanto te quiere, y que parece enamoraste el día del traslado de casa. Pues bien,  me ha dado carta blanca siempre que no convirtamos la casa en un salón del oeste con fiestas todos los días.

-Dentro de poco, cuando cumplas los 18 podrás venirte a vivir conmigo y luego te seguirá Nico, ahora hace falta que lo vayáis diciendo en vuestras casas, preparándoles poco a poco.

Nos hemos quedado de piedra, irnos los dos a vivir a su casa, cuando hablaba de ello parecía que lo hacía en broma, y resulta que era de verdad, y lo había conseguido, Pelayo lo conseguía todo.

Los exámenes de Semana Santa fueron ligeramente mejores que los de Navidad, a pesar de ello no había que lanzar las campanas al vuelo, quedaba lo más duro y yo no pensaba rendir el cuartel así como así.

Ahora tenía una labor encomendada,  hablar en mi casa sobre mi marcha para vivir con Pelayo, y no sabía cómo enfocarlo. Después de mucho pensarlo llegue a la conclusión de que lo mejor sería hablarlo con mi madre y con Jon, si ellos lo admitían sería más fácil el decírselo a papá.

Por un lado era fácil, creo que tenía a Jon de nuestra parte, se llevaba muy bien con Pelayo, andaban jugando con la moto siempre que podían y, allí, en la misma calle, se la dejaba conducir, se arreglaban perfectamente, parecía que el hermano de Jon fuera Pelayo y yo el amigo pelmazo.

Recogí de la joyería el anillo reducido, lo analicé con lupa para ver si habían comido algo de algún nombre o lo habían estropeado, pero no, quedó todo él perfecto, desde luego eran buenos orfebres.

La ocasión se me brindó un sábado que papá tuvo que ir a trabajar por algún asunto urgente. A la hora de la comida me podían los nervios, tanto es así que hasta Jon se dio cuenta. Cuando mamá sirvió el segundo plato, ahora que no tenía que volverse a levantar, aproveché la ocasión.

-Mamá, quería que supieras que he pensado, cuando cumpla 18 años,   -eso sucedería dentro de dos meses-   en irme a vivir por mi cuenta.

Lo he dicho a todo correr, en otro caso no lo digo. Mamá se queda con la boca abierta y el tenedor en la mano.

-¿Qué dices, hijo mío?, ¿otro gasto?  -pensé que, como lo enfocaba en el sentido del gasto, iba a ser más fácil.

-No tienes que preocuparte por el gasto, solamente por la comida, me iría a vivir con Pelayo, que tienen sitio de sobra en su casa.  –error, mal enfocado.

-Si es por espacio a nosotros también nos sobra, que se venga él a vivir aquí; además, no lo entiendo, vivimos cerca unos de otros y tienes que cambiarte para vivir ahí, al lado.

Jon se parte de risa, sólo le faltaba la carcajada, viendo las dificultades que tenía para explicarle a mamá algo que, en realidad, y visto desde su punto de vista, no tenía el menor sentido.

-A ver, mamá, tu hijo, Ander, quiere decirte que es marica, lo mismo que su amigo Pelayo y algún otro más como tu sobrino Nicolás, que quieren irse a vivir juntos para tenerlo más fácil. ¡Parece que no tenéis ojos, vaya padres!

-No digas eso, Jon, no tengo ganas de bromas.  –mamá mira irritada a Jon, que mantiene una postura de suficiencia, de niño que da lecciones a los mayores.

-Es cierto, ¿no es verdad, Ander?, niégalo.  –replica a mamá elevando su voz, ceo que la he jodido y esto va a peor.

Miro a Jon con infinita pena, las lágrimas están a punto de saltar y escapar de mis ojos, que están vidriosos y empañados.

-Es cierto, mamá, Jon dice la verdad.  –mamá se lleva las manos a su cara y tapa su boca como para ahogar un grito y sus ojos están abiertos como platos, no quiere creer lo que está escuchando.

Las lágrimas resbalan por mi cara, Jon se levanta y viene a mi lado, arrastra una silla y se sienta abrazando mi cuerpo.

-Perdóname, Ander, ya sabes cómo soy yo, las cosas hay que contarlas con claridad para que estos las entiendan, siento haber sido tan brusco.  –Jon me besa en la cara, no me besaba desde que tenía cuatro o cinco años, ya ni me acordaba, me abrazo a él y lloro en su hombro.

Mamá se ha marchado del comedor llorando, va hacia la cocina.

-Espera, Ander, voy a atender a mamá.

Me voy calmando, les oigo hablar y cómo Jon le dice palabras cariñosas que nunca antes habían salido de sus labios.

Vuelven de nuevo, Jon la trae cogida de los hombros, me levanto y me quedo quieto, estático, como una estatua de piedra, mamá llega y me abraza, nos abrazamos los tres.

-Esto no me lo esperaba, tú, con dos chicos, uno de ellos tu primo, esto nunca ha sucedido.

-Venga, mamá, esto sucede todos los días.  -la interrumpe mi hermano.

-¿Cómo que sucede todo los días?, un chico con otro vale, pero tres…  –me sigue abrazando.

-Perdóname, mamá, no sé qué nos pasa a los tres, tienes que perdonarme.

-Pero si no hay nada que perdonar, tú no tienes la culpa,   -se queda reflexionando-  ninguno tenéis culpa alguna. Es sólo que es tan duro y difícil aceptarlo…

Jon me sonríe, mamá comienza a asumirlo, revuelve mi pelo, coloca su frente pegada a la mía y me la besa.

-A ver si lo haces mejor cuando se lo digas a papá.

Ahora los días transcurren más tranquilos para mí, el que lo sepan mamá y Jon me da un respiro, ahora es como si la culpa, si la hubiera, estuviera soportada por los tres. No me hubiera creído la reacción y el comportamiento de mi hermano, si no lo hubiera visto con mis propios ojos.

Lo de papá me daba más miedo, mejor dicho, me infundía pánico, había que esperar a que las cosas se fueran calmando y quizá albergaba la esperanza de que mamá tomara la iniciativa, sé que debía decírselo yo pero si ella ayudaba, sería mucho más fácil.

Se acercaba Mayo, la pujanza de la primavera causaba un efecto balsámico en mí, además de darme más energía para hacer las cosas con más ímpetu. Me deslomaba estudiando, preparando ejercicios para que hicieran los chicos y…, se cansaban de mí, se aburrían.

Ahora que en mi casa, ya que sabían lo nuestro, al menos mamá, Jon ya lo sabía o lo suponía de antes, podía usar el anillo que tanto me ilusionaba.

Las lluvias de Marzo y Abril se habían retrasado, Mayo estaba resultando extremadamente lluvioso y algo frío, diferente al del año pasado. Iba a hacer un año que comenzó nuestra aventura.

Estábamos en mi casa, estudiando en el comedor, que ahora tenía una doble función. Pelayo había traído la moto, antes había recogido a Nico, era sábado, llevábamos más de tres horas estudiando, abrían sus bocas, aburridos de mi insistencia, cansados.

-Vamos un rato al jardín, a tomar el aire y a descansar un rato.  –hablaba Pelayo, puesto ya en pie y mirándome, como pidiendo mi aprobación, y yo le sonreí a cambio.

-Os vais pero solo un rato, hay todavía mucho tema, descansáis y volvéis, que yo seguiré preparando algunos ejercicios.

Me dieron un beso y salieron, ahora ya mamá los trataba de diferente forma, como si fueran hijos suyos; la familia, que se había agrandado. En realidad, este día se estaba esmerando mucho, estaba preparando la comida para seis personas y ya nos había advertido que quería el comedor bien limpio y con tiempo para prepararlo.

Me sentía afortunado, contento de la vida, lo tenía todo, las cosas se iban solucionando, poco a poco, paso a paso. Desde el comedor les oigo reír y hablar en el jardín, se les ha añadido Jon. Oigo la moto, cómo la ponen en funcionamiento y a Nico reír mientras les dice adiós.

Al cabo de un rato pasa por el comedor Jon, mi hermano, no me había enterado de que habían vuelto. Imaginé que habían ido a dar una vuelta, estaba tan enamorado de la moto de Pelayo y ya estaban de regreso.

-Jon, ¿dónde están Nico y Pelayo?,  -creo que ya debían volver a hacer ejercicios, que ya habían descansado la cabeza.

-Han ido a dar una vuelta, corta, hasta la playa y que vuelven enseguida, yo me subo a estudiar a mi cuarto.

También Jon se estaba volviendo más responsable, estudiaba y mis padres estaban contentos con él, yo también, después de lo de aquel mediodía en que me demostró su cariño, después de nueve o diez años que habíamos vivido como desconocidos, como invitados en la misma casa.

El tiempo iba pasando y los chicos no volvían, empezó a sonar el teléfono, hay un terminal en el comedor pero, por no levantarme lo dejé que sonara, sería para mamá, ¿quién me iba a llamar a mí y al teléfono de toda la vida?, insistía e insistía, iba ya a levantarme para cogerlo y paró su repique, estaba empezando a ponerme nervioso y me estaba impacientando, preguntándome dónde se habrían metido los chicos.

-¡Ander, Ander!,   -gritó mamá desde la cocina, me levanté y fui rápido con el corazón encogido, a mil por hora, sentía el presagio de que algo iba mal, algo malo había pasado. Llegué a la cocina, mamá sostenía aún el teléfono en su mano, la interrogué con la mirada, no podía hablar.

-Han tenido un accidente, están en el hospital.  -no lograba entenderlo, si yo les esperaba, con los ejercicios preparados, si iban a entrar de un momento a otro por la puerta, riendo, agarrados del hombro, Pelayo gastando alguna de sus bromas a Nico.

Reaccioné, a pesar de todo, antes que mamá que seguía con el teléfono, que emitía la señal de comunicación cortada en su mano.

-Mamá, ¿en qué hospital están?, tenemos que ir…¡ya!.  –seguía como tonta, me tenía que llevar ella, yo estaba sacando el carnet, me acababa de examinar y aún no me lo habían entregado.

-Mamá, despierta, date prisa, prepara el coche mientras le aviso a Jon de que nos vamos.

-Sí, avísale, están en la clínica del Pilar.  -hablaba angustiada.

-Mamá, entonces se encuentran bien, si estuvieran mal no les hubieran llevado a una clínica. –suspiré aliviado, subí las escaleras corriendo y le puse al corriente a Jon.

Llegamos a la clínica, en recepción estaban mi tío y el padre de Pelayo, estaban hablando y tranquilos, menos mal, muy grave no podía haber sido, nos indicaron la habitación, yo andaba muy rápido dejando a mi madre atrás, algunos pasos.

Abrí la puerta, sin llamar. En dos camas de hospital, gemelas, estaban ellos, sonriendo y más al verme, corrí hacia ellos y me detuve, no sabía a quién besar y abrazar, el primero fue a Pelayo que abría sus brazos para recibirme, no tenía más que un vendaje en la cabeza, lucía sano y alegre como siempre. No me importó que estuvieran nuestras madres, le besé en los labios y quería comérmelo, le acariciaba el rostro, me empujó un poco del brazo para separarme y me volví para hacer lo mismo con Nico, este estaba un poco peor, tenía un brazo vendado. Le besé en sus labios, en sus párpados, en su naricita. Daba, en mi mente, las gracias, no sabía a quién pero daba las gracias porque estaban sanos, porque no había sido nada, con lo que podría haber sido.

Al tomar la carretera del río, antes de llegar al paseo, la moto patinó por la humedad de la lluvia de los días pasados, golpearon en el pretil y cayeron al agua, afortunadamente la marea estaba alta y no se golpearon con las rocas del fondo.

Estaban en observación, fuera de peligro, lo de Pelayo había sido un golpe, quizá contra el pretil o el manillar, una herida superficial y lo de Nico, verían lo que era, como mucho un brazo escayolado una temporada y dejar de jugar al fútbol, daños menores todos ellos. El padre de Pelayo y el tío nos invitaron a comer, en un restaurante cercano y luego volvimos a la habitación, pasamos allí la tarde, mamá se marchó antes, a la noche me llevarían los tíos de vuelta a casa o los padres de Pelayo.

Vinieron sus hermanas a verles, Carla me dio un abrazo muy grande antes de ir a besar a su hermano. Estaban bien, hablaban animadamente con las visitas y así los dejamos para que pasaran la noche tranquilos. A Pelayo le darían el alta al día siguiente, Nico debía esperar al lunes para ver los resultados de las pruebas.

Iba, contento, no había sido para tanto y el tiempo perdido lo recuperaríamos en unos días. Estaba cansado, tomé un vaso de leche como cena y me fui a la cama. Caí en un intranquilo sueño pensando en ellos y, a pesar de lo cual, con una sonrisa de felicidad en la cara.

De mi sueño, lleno de pesadillas, no había amanecido aún, me despertó alguien que me sacudía del brazo. Abrí los ojos, delante de mí estaban mis padres, mamá lloraba y sin saber el motivo, empecé a llorar también.

-Pelayo, querido, Pelayo, ha muerto.

Pelayo había muerto y yo con él, me debí de quedar transitando por mundos desconocidos, recuerdo a mamá con un paño húmedo que lo pasaba por mi rostro y volví a perderme, a no querer saber nada, a evadirme, para escapar a la roja puesta de sol, a las risas de la playa, a los brillantes anillos, a los besos encendidos, a la nada.

Vagamente recuerdo cuando lo vi por última vez, entre cristales, en el tanatorio, parecía dormido en su belleza de ángel. El funeral, el entierro en el panteón familiar, son ramalazos que no deseo recordar, lo único que recuerdo, muy nítido, fue, cuando bajaron las lóbregas escaleras del panteón subterráneo y lo depositaron allí, de momento, sin más, después le tapiarían.

Aunque parezca mentira, se convirtió en realidad, Nico aprobó el curso y logró una nota suficiente de acceso a la universidad, prácticamente no nos veíamos, algo se había roto entre nosotros, algo se había quebrado, durante las distintas ceremonias, a duras penas nos dirigíamos la mirada.

Habíamos retrasado las vacaciones, el ir al pueblo, como siempre, por los exámenes y las pruebas, íbamos a partir en una semana, había estado pensando mucho en nosotros y en Pelayo y, ese sábado, después de comer, estaban mis padres en el jardín, bajé decidido las escaleras y llegué debajo del árbol donde permanecían los dos sentados.

-Mamá, ¿me puedes prestar tu coche?  -prefería el coche de mama que era pequeño, de ama de casa, según ella.

-¿Dónde vas a ir?  -debía de estar intrigada, desde que saqué el carnet de conducir, era la primera vez que se lo pedía.

-Voy a buscar a Nico, quiero dar una vuelta con él, hablar de lo que vamos a hacer en vacaciones.

Después de lo del accidente, papá se enteró y supo todo lo nuestro, mamá se lo tuvo que explicar, no entendía lo que estaba sucediendo. Ya no había secretos entre nosotros, desconozco si estaba de acuerdo porque no decía nada al respecto.

Mamá volvió con las llaves en su mano que me ofreció. En casa de Nico reinaba un silencio sepulcral. No vi a mi tío por parte alguna y Teresa, mi tía, estaba sola en el salón.

-¡Hola tía!  -la di un cariñoso beso. ¿Nico, dónde está?

Sin hablar me señaló con el dedo hacia arriba. Estaba tumbado en su cama, de costado, con sus manos, una sobre su rostro, tapándolo y la otra abrazado de la almohada, sin afeitar de varios días, olía la habitación que apestaba. Me miró, como si no me viera, no decía nada, abrí la ventana y entró el aire y la claridad en el cuarto.

Me senté a su lado, en el borde de la cama, le miré, peine su pelo con mis dedos, me agaché y deposité un beso en su frente y me puse en pie.

-Venga, Nico, nos vamos, ponte unos zapatos.  –entonces me miró, como si tuviera constancia, en ese momento, de mi presencia.

-¿Dónde vamos?  -seguía sin cambiar de postura.

-A dar una vuelta, venga, levanta.  –tiré de su brazo y conseguí que se moviera.

Después de veinte minutos de viaje llegamos a nuestro destino. Se dio cuenta de a donde le llevaba cuando aparcaba el coche, en la explanada de la entrada del cementerio.

-¿Para qué venimos aquí?  -Nico sufría, pero yo también. Le miré con cariño, también con un poco de rabia.

-Venimos para despedirnos de él, para decirle adiós definitivamente, para permitir que se vaya. ¿Recuerdas sus palabras antes de irnos de vacaciones el año pasado?.

Nicolás asiente con su cabeza.

-Pues eso vamos a hacer, lo que él hubiera querido que hiciéramos.

Bajé del coche y le tiré las llaves para que lo cerrara, me encaminé a un puesto donde vendían flores, compré seis rosas, tres rojas y tres blancas y me encaminé a la entrada. Me percaté de que me había equivocado, había venido a la entrada trasera, tendríamos que recorrer andando todo el cementerio. Nico me esperaba en la entrada, bajamos la suave cuesta por una de las calles centrales, íbamos separados, yo dos pasos por delante y él me seguía cansino.

Habían colocado la losa, la habían grabado, en letras hendidas, repasadas en pintura brillante blanca, una última línea: Pelayo – 17 años. Ese era el único recuerdo físico que de él quedaba, en nuestros corazones había millones de recuerdos.

Nico lloraba, le entregué las rosas para que fuera él quien las colocara, yo oré por él.

“Pelayo, gracias. Ahora que te has marchado, debo ser yo el que cuide de Nico, como lo hubieras hecho tú”.

Pasaron unos minutos y tiré del brazo de Nico, no estaba dispuesto a que me dejara solo, pasé mi brazo por su cintura y lo estreché contra mi cuerpo, ahora haciendo el camino inverso, subiendo muy despacio la suave cuesta, en medio del camino lo detuve, lo giré para enfrentarlo, abarqué su cintura con mis brazos, levanté mi rostro.

-Nico, bésame, por favor, bésame.

Depositó un tenue beso en mis labios, no me conformé con eso, me abracé muy fuerte a él, forcé con rabia sus labios, le obligué a que abriera su boca, y le ofrecí mi frescura, quería sentirme en su interior, arrebatar de él su congoja, arrancarle su amargura y llevarme su tristeza.

El sol rápidamente caería, no era un atardecer tan bonito como aquel, sus últimos rayos proyectaban las sombras de dos jóvenes figuras que, enlazados por el talle, caminaban y avanzaban juntos en la vida.

 

FIN

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