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Mi adolescencia: Capítulo 30º

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Eran principios de Noviembre, y a pesar de que ese Otoño estaba resultando muy lluvioso y fresco, salieron durante el fin de semana un par de días magníficos de sol. Ideales para irse a pasar el día al campo a hacer una buena parrillada. Por lo que toda la pandilla lo organizamos rápidamente, compramos cosas para comer y nos fuimos a pasar el día al campo. No elegimos ningún destino concreto, simplemente nos montamos en el coche (yo fui lógicamente en el coche de Edu) y donde nos pareció bien aparcamos. El lugar no podía ser mejor. El campo estaba frondoso, verde y precioso a rabiar. Muchos árboles y naturaleza por todos lados y, sobre todo, un día de sol magnífico para disfrutarlo. Y, ciertamente nos lo pasamos muy bien, aunque yo ya estaba un poco de bajón porque presentía que lo mío con Edu estaba cerca ya que nuestra pasión y deseo carnal había dejado de ser psicológica para pasar a un plano meramente físico y eso no me motivaba nada. De todos modos, traté de pasármelo bien y me obligué a no pensar en ello, al menos ese día. Pero es que, precisamente ese día, iba a ver algo que me iba a hacer pensar en ello más que nunca. 

Todo ocurrió mientras los chicos se echaban un partido de fútbol después de la parrillada. Las chicas nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores mientras ellos terminaban el partido. Estaba claro que mucha gente había tenido la misma idea que nosotros de irse al campo porque por todos los lados se veían pandillas de gente disfrutando de ese fabuloso día otoñal de sol. Pero entre todas ellas hubo una que me llamó la atención de sobremanera. Se trataba de una pareja. Eran más jóvenes que nosotros. Tendrían 14 ó 15 años como mucho. Estaban tumbados besándose bajo un árbol. Me acuerdo perfectamente que ella llevaba una sudadera violeta y unos vaqueros pero, lo que me llamó la atención fue el proceder de ambos mientras se besaban. Pues el chico no hacía más que intentar bajar la cremallera de la sudadera de la chica y ella se lo impedía, intentaba tocarle los pechos por encima de la sudadera y se lo volvía a impedir, intentaba tocarla el culo por encima del vaquero y nuevamente se lo impedía. Es decir, no dejaba que la tocara nada más que la espalda y que, por supuesto, no le quitara nada de ropa, ni tan siquiera un centímetro de la cremallera de la sudadera. Pero eso no desmotivaba al chico que una y otra vez volvía a intentarlo. Y, una y otra vez, la chica se lo volvía a impedir de forma constante. 

El pobre chico no consiguió nada, absolutamente nada, lo intentó todo el rato y nunca consiguió acariciar ninguna parte del cuerpo de su novia. Ninguna. Ni tan siquiera por encima de la ropa. Pero lo que más me llamó la atención es como se le fue formando una cara de crispación y frustración brutal a medida que fueron pasando los minutos y veía que no conseguía nada. Él estaba a punto de explotar de deseo sexual y de ansia por conseguir una pequeña cosa, lo que fuese, aunque fuera tocar por encima de la ropa, pero las continuas negativas y prohibiciones de su novia se lo impidieron todo el rato. Y, de repente, ante mi asombro me di cuenta que yo estaba celosa, terriblemente celosa de esa chica y que envidiaba con locura que tuviese a su lado frustrado, crispado y desquiciado a su novio. Tuve más envidia y celos que nunca en mi vida. Ver a su pobre novio probablemente muy empalmado (desde la distancia que los veía lógicamente no podía percatarme de eso) y que no consiguiese calmar ni uno solo de sus deseos y anhelos era algo que me daba mucho morbo. Muchísimo morbo. No es el morbo de hacer sufrir a un chico, sino el morbo de poder generar en un chico tantísima cantidad de deseo no canalizado ni expulsado, aparte de que él también quería jugar fetichistamente con su ropa pero incluso eso ella también se lo impedía.

De repente me di cuenta cómo añoraba eso. Cómo añoraba que los chicos no tuviesen carta blanca para ir directos al grano sino que se tenían que ganar poco a poco el poder tocar. Me encantó ver esa frustración, esa crispación, ese deseo y, sobre todo, esa impotencia por no poder satisfacer sus deseos más básicos y elementales. Envidié muchísimo a esa chica. Añoré volver a experimentar esa sensación de poder volver loco a un chico de forma psicológica y, de esta manera, volver a experimentar una catarsis brutal sexual cuando finalmente le diese permiso para poder tocarme y acariciarme. De repente lo vi claro. Yo necesitaba de nuevo volver a vivir, sentir y experimentar una obsesión psicológica para así volver a disfrutar plenamente de las relaciones sexuales. Pero estaba claro que con Edu ya no podría ser y me lo demostró pocos minutos después. Ya que en un momento que nos quedamos solos empezamos a besarnos y él empezó a meterme mano por debajo de la ropa (llevaba yo ese día un jersey blanco y un polo verde). En ese momento me invadió el recuerdo de esa pareja de chavales de 14 años y quise imitarlos para así experimentar en Edu esa ansiedad y anhelo frustrado. Pero nada me salió cómo yo planifiqué, pues le saqué la mano a Edu por debajo de mi jersey, como dándole a entender que había nuevas normas y que le iba a impedir todo el rato que me metiese mano. Pero fue en vano, pues enseguida con vehemencia no solo me volvió a meter mano sino que lo hizo incluso por debajo del polo para tocarme las tetas directamente. 

En esos precisos momentos, con Edu tocándome las tetas bajo el polo, supe que ya no había ningún futuro entre los dos y que jamás podría conseguir de él lo mismo que esa chica de 14 años conseguía de su novio. Y es que era lógico. En los dos últimos meses Edu y yo habíamos follado ya muchas veces juntos y no me iba a dejar volver a un estado de regresión de, no solo no follar, sino de tampoco permitirle caricias ni nada para satisfacer su deseo carnal. Edu jamás comprendería que yo necesitaba alicientes psicológicos para satisfacer mis deseos más internos y que el sexo directo ya no significaba nada para mí. Necesitaba ser primero follada mentalmente, alimentando el placer de una obsesión y, una vez bien alimentada, poder satisfacerla salvajemente con sexo bestial. Pero eso era imposible ya con Edu. Imposible del todo. Y en ese instante supe, de una vez por todas, que lo nuestro acabaría ese día de Noviembre para siempre. Un nuevo horizonte sentimental y sexual se abría ante mí, y esperaba disfrutarlo sin tantos altibajos y movidas como las que me habían proporcionado hasta entonces Edu y Rafa. Me sentía más madura que nunca y era ya hora de empezar a demostrarlo. 

Mi ruptura definitiva de Edu se produjo escasos días después. Él, lógicamente, me pidió explicaciones y alguna razón del porqué contar, pero fui incapaz de darle ninguna, pues la única explicación que había no la entendería. Durante esos días me estuvo llamando sin parar a todas horas para quedar a tomar algo y así charlar tranquilamente sobre eso. Y yo, en todas esas ocasiones, me negué y le dije simplemente que no quería seguir saliendo con él y que no había ningún motivo personal. Esto no fue suficiente para Edu pues siguió insistiendo todos los días e, incluso, meses después aún siguió intentando volver conmigo, pero yo nunca volví con él. Edu representaba ahora el pasado. Cierto que siempre llevaré en lo más hondo de mi corazón lo que supuso Edu para mí y toda la obsesión que nos produjimos mutuamente desde los 14 a los 17 años. Pero todo eso ya pasó. Ya no había encanto, chispa y morbo en nuestra relación, y sin eso yo no quería estar ya con él. Yo necesitaba otras cosas y él no podía proporcionármelas. La noticia de mi ruptura con él fue recibida con asombro y perplejidad por todos en la pandilla. Mis amigas, en especial Sara y Jennifer, me agobiaron en exceso pidiéndome que les contará cuál era el motivo de haber cortado, pero tampoco a ellas se los dije. Mi vida privada, tanto entonces como ahora, era estrictamente personal y no quería ninguna invasión de mi intimidad. Aunque, a decir verdad, tampoco sabría muy bien qué haberlas dicho porque no había ninguna explicación ni motivo coherente.

Yo, en aquellos días de Noviembre, no hacía más que en pensar en la cara de frustración, deseo y ansia del novio de la chica de la sudadera violeta. Yo quería tener eso. Yo necesitaba eso. Necesitaba que mi mente se motivase y se animase con esa sensación de deseo sexual no resuelto y muy contenido en los chicos. Pero claro, la cuestión era ¿dónde encontrar un chico que aceptase y se contentase con solo una relación así basada en la contención y en el celibato total en todos los sentidos? Eso era imposible, pues todos los chicos de la pandilla, y los que conocía también fuera de la pandilla, tenían ya 17, 18 ó 19 años, y a esas edades el fervor adolescente los tenía a todos locos con las hormonas y las feromonas revolucionadas. Puede que antes de los 17 pudiera conseguir que alguno se contentase con las migajas de las castas y puras caricias, pero a estas edades era ya muy difícil que no quisieran llegar a más. Por unos días me estuve planteando proponérselo a Dani, pues a pesar de que habían pasado ya más de 2 años desde nuestra virginal relación aún seguía siendo el mismo, es decir, un encanto de chaval tímido, muy caballeroso, virgen, buenito, correcto, honesto, educado, íntegro, generoso y complaciente. Y, lo que era más evidente, seguía totalmente enamorado de mí a pesar de los años transcurridos. 

Dani era el candidato ideal, pues nunca se sobrepasaría y nunca haría nada censurable, y si yo desde el principio le dejaba claro que no iba a ni siquiera tocarme los pechos por encima de la ropa él lo aceptaría sin problemas. Sabría respetar las normas y las reglas que le impusiera, y así podría yo tener también lo mismo que la chica de la sudadera violeta, es decir, un novio al lado constantemente empalmado, frustrado y con un deseo sexual brutal no liberado en ningún momento ni tan siquiera con simples caricias por encima de la ropa. Pero de repente tome conciencia de lo que estaba pensando y recapacité pues me pareció muy cruel para el bueno de Dani. No me importaba hacerle eso a ningún otro chico, pero Dani siempre se había portado conmigo (y bueno, con toda la humanidad) de maravilla. Era un tío estupendo y un chaval encantador, cuyo gran defecto era seguir siendo tan introvertido, sumiso y tímido. Por eso de repente me avergoncé de pensar en hacerle eso pues era la última persona en el mundo que no se lo merecía. Y de hecho, siempre ha sido una persona por la que he tenido gran aprecio y, cuando años después, se echó una novia formal fui la primera en alegrarme por él. 

La cuestión ahora era ¿Si Dani no era el adecuado, quién entonces? La respuesta parecía evidente: un chico de menor edad que yo. ¿Por qué no? Si los chicos salen con chicas menores que ellos porque no podía yo salir con un chico un par de años menor que yo. Sé que la diferencia a esos años era muy notable, pues un chico de 15 años con una chica de 17 años llama la atención, más que nada porque está demostrado que las chicas maduramos en esa época mucho más que los chicos, por lo que me pareció ridículo y absurdo el salir con uno de 15. Por lo que nuevamente me obligué a desechar esa idea de mi cabeza y buscar nuevas alternativas y opciones. Y, ciertamente no me faltaron candidatos, pues durante ese mes de Noviembre, al estar de nuevo soltera y disponible, muchos chicos me pidieron salir y a cada uno de ellos les fui diciendo que no, lo cual provocó el desconcierto entre mis amigas pues, según ellas, algunos de ellos eran candidatos más que ideales. Pero claro, ellas jamás entenderían que el candidato que yo buscaba, o más concretamente que mi subconsciente buscaba, tenía que ser muy especial y cumplir ciertos requisitos que muy pocos chicos podrían acometer. Sin embargo, algo muy dentro de mí, me decía que muy pronto lo encontraría. Mi instinto me manifestaba que, cuando menos me lo esperara, aparecería. Y, nuevamente, mi instinto y mi intuición no me volvieron a fallar.

Y llegó de la forma más inesperada que yo podría imaginar, pues, yo que nunca había chateado nunca antes en mi vida, me puse a chatear casi sin darme cuenta en algunos de los chats más populares de Internet. Y, poco a poco, me fui invirtiendo una hora diaria por las noches para chatear y siempre en las salas de fantasías. ¿Qué buscaba? Pues ni yo misma lo sabía, pero empezaba a contar a los chicos que me gustaría recrear la fantasía de hacerme la dormida a los 14 años y enseguida se ofrecían para narrarla con todos los detalles poco a poco. Fue una decepción tras otra, pues todos los chicos aunque me juraran que iban a narrarlo poco a poco, con tacto, con realismo, despacio, con todos detalles y en plan light nunca llegaban a cumplirlo, pues a los 5 minutos la mayoría ya me tenían en la narración completamente desnuda e incluso algunos hasta follando a pesar de tener solo 14 años. Me frustró mucho no encontrar nadie que supiese describir y narrar lo que yo quería y necesitaba leer, pero enseguida encontré, apenas 3 días después de empezar a chatear, un chico diferente que desde el primer día no me decepcionó y empezó a narrarlo tal y como yo quería. Es decir, con la inocencia, los nervios, el miedo y la inseguridad de los 14 años, describiendo todo lenta y pausadamente como yo quería leerlo. Ese chico era David y, para más casualidad, era también del mismísimo Burgos. ¿Sería pues justo lo que andaba buscando? ¿Sabría controlarlo y hacerle jugar al juego sensual que yo quería? Me ardía la curiosidad por saberlo por lo que al cabo de unos días, tras unos cuantos chateos, tomé la decisión de quedar personalmente con él. 

Debo reconocer que el día que quede en una cafetería con él estaba nerviosa e inquieta como una niña pequeña. Ya me había enseñado fotos y parecía un tío normal e incluso hasta guapo, pero claro, hay tanto loco y pirado por Internet que siempre es un riesgo quedar con chicos así. De todos modos yo estaba decidida a utilizarlo como conejillo de indias para satisfacer esas obsesiones psicológicas y sexuales que albergaban en mí desde el día que vi a la chica de la sudadera violeta frustrar, decepcionar y cohibir sexualmente a su novio todo el rato. Yo necesitaba experimentar lo mismo. Y David creo que me iba a servir perfectamente para este fin. Por fin apareció y desde un primer momento la naturalidad se adueñó de ambos, pues empezamos a charlar de forma animada y amigable entre los dos sobre nosotros, el instituto donde estudiábamos, nuestras aficiones, etcétera. En ningún momento salió en la conversación nuestras charlas pseudoeróticas narrativas por el chat. Yo no quería sacar el tema y parecía que él tampoco. Era un chico prudente, sensato y parecía que tenía la cabeza muy bien amueblada, vamos, un candidato ideal, al menos aparentemente, pero ¿sería lo suficientemente sumiso y condescendiente para jugar a lo que yo quería a pesar de tener ya 18 años a punto de cumplir los 19? Debía ponerlo a prueba y asegurarme de que era justo lo que buscaba. 

La prueba no pudo ser más sencilla, pues me acompañó a mi portal y al llegar a mi portal forcé un poco que nos enrolláramos para ver cómo reaccionaba. El resultado fue satisfactorio, pues mientras nos besamos no intentó ni tocarme el culo, ni las tetas ni tan siquiera acariciarme por encima de la ropa, pero claro, era nuestro primer encuentro y era lógico que se mostrase tan correcto, educado y prudente no fuera a fastidiarlo todo en nuestro primer día. De todos modos, debo reconocer que también me gustaba y atraía, era un chaval interesante y lo suficientemente atractivo como para considerar la posibilidad de olvidarme de esos juegos obsesivos y mantener con él una relación seria, madura y estable como novios formales. La cuestión era ¿Estaba yo preparada para entablar una relación así de seria y formal o, por el contrario, mi instinto me seguiría pidiendo seguir jugando con las obsesiones fetichistas y sexuales que tanto placer me proporcionó en el pasado con Edu y Rafa? Al fin y al cabo me quedaban muy pocos meses para cumplir los 18 años, la mayoría edad, símbolo de responsabilidad, madurez y de dejarse de estas tonterías. ¿Lograría por fin madura en este aspecto? Los siguientes días me demostrarían que no.

Porque los siguientes días no solo seguí saliendo todos los días con David sino que, al mismo tiempo, desarrollé otra actividad totalmente distinta. Mi relación con David se desarrolló tal y como yo planee desde un principio, es decir, quedábamos de domingo a jueves como a eso de las 9 de la noche y dábamos una vuelta como dos novios formales. Los viernes y sábados salíamos cada uno con nuestras respectivas pandillas y quedábamos a eso de las 3 de la madrugada para dar de nuevo paseos como novios formales. Esos paseos, tanto los de los días de diario como los del fin de semana, apenas duraban una media hora y al final de ellos siempre acabábamos besándonos y enrollándonos en algún sitio, pero siempre en plan light. Es decir, nunca dejé que me tocase ni los pechos, ni la entrepierna ni tan siquiera el culo, siempre se lo impedí, ni tan siquiera le dejé acariciarme por encima de la ropa. Al principio cuando empezamos a salir ni lo intentó, se comportó como un caballero, pero según fueron pasando los días cada vez se impacientó más e intentaba tocarme aunque fuese el culo por encima del pantalón, pero ni tan siquiera eso le dejaba. Cada vez que lo intentaba yo agarraba su mano y la volvía a colocar en mi cintura. Y si intentaba acariciarme los pechos por encima de la ropa también le volvía a colocar su mano en mi cintura en plan castradora censurando todo lo que no se atenía a mis intenciones de solo caricias light y decorosas. 

Por supuesto, tal y como yo lo planifiqué, este comportamiento le provocaba una decepción total en su cara la cual manifestaba una frustración, crispación y cabreo considerable y, lo que era más importante, una sobresaliente y bien visible erección en su pantalón por tanto deseo sexual no resuelto. Me encantaba y disfrutaba muchísimo viendo como se empalmaba todas las noches y como la frustración le consumía por dentro lo que potenciaba mucho más su deseo sexual y conseguía erecciones tan grandes y bultos tan inmensos dentro del pantalón. Cada noche se iba a casa cansado, agobiado, superexcitado, nervioso y, sobre todo, sumamente contrariado porque no le dejaba pasarse ni un pelo ni satisfacer ni uno solo de sus deseos. David tuvo una contención brutal todos esos días, parecía que estaba a punto de estallar y en algunos momentos hasta parecía que se fuera a poner a gritar de todo el deseo contenido que llevaba dentro de él y el cual yo alimentaba noche tras noche. Me sentí igual que esa chica de 14 años de la sudadera violeta con su novio. Pude conseguir con David lo mismo que ella con su novio. Y eso me producía psicológica y mentalmente una satisfacción enorme. No sé porqué realmente eso me gustaba tanto jugar así (casi cruelmente, sexualmente hablando) con él. Era algo inoculado en mi subconsciente y yo únicamente sabía que disfrutaba generando tanto deseo y ansía sexual en él. Pero lo realmente curioso del caso es que, tal y como dije antes, paralelamente fui desarrollando otra actividad totalmente distinta. 

¿De qué actividad? Pues que me enganché al chat, eso sí siempre con un nick que no me identificase, pero no a un chat cualquiera, sino al chat de las fantasías. Y antes de que me diera cuenta estaba chateando a la vez con algunos de los chicos más saliorros de toda España. Pero el problema no era ese, sino que, gracias al anonimato que te proporciona el chat, me comportaba de forma totalmente inusual en mí, es decir, primero mentía con mi edad (decía que tenía 18 ó 20, en vez de 17) y segundo a todos les contaba lo de mi encuentro con Edu a los 14 y 15 años y que quería volver a repetirlo por el chat nuevamente. Es decir, les obligaba a narrarme esa historia paso a paso con la gran diferencia que al final desfasaban tanto que en la narración siempre acabábamos follando, haciendo felaciones o cosas por el estilo. Es decir, un desfase total, un chateo increíblemente erótico y casi pornográfico, pero es que la que chateaba no era yo, algo se apoderaba de mí y me hacía mostrarme así de sexualmente explícita y salvaje. Sé que, desde cierto punto de vista, esto era muy vergonzoso y denigrante, pero algo dentro de mí me obligaba a chatear para satisfacer cierta e incomprensible necesidad dentro de mí. Por supuesto nunca puse la webcam ni les pasé fotos (aunque me lo suplicaron siempre). Fue unas semanas de chatear compulsivamente buscando cierta satisfacción sexual que la vida real no me daba.

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