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Mi adolescencia: Capítulo 32

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Sinceramente no me anduve por las ramas, porque lo hice muy rápido, quería acabar cuanto antes con este trámite. Por lo que le desabroché el botón del vaquero, le bajé la cremallera y con gran rapidez se lo bajé bastante, casi hasta las rodillas. Como era previsible, la enorme erección del pene se mostró en todo su esplendor dentro del calzoncillos que llevaba. Parecía como si fuera a explotar ese calzoncillo. No podría asegurarlo, pero juraría que incluso tenía el pene más grande que Rafa, aunque lógicamente no podía saberlo (ni tampoco quería hacer comparativas de ese tipo). Parece que eso le tranquilizó bastante, pues el tono de su voz bajó mucho y de forma muy suave y casi dulce llegó a decir: “Bien, muy bien, gracias, muy bien”. Y, segundos después, volvió a hablar en ese tono suave, sensual y delicado, aunque lo que dijo no fue en absoluto delicado: “Bien, ahora continua siendo una buena chica y bájame el calzoncillos, hazlo, por favor”. A mí eso no me hacía la menor gracia, eso no tenía nada de morbo ni de fetichismo, y no me proporcionaba ningún placer ni satisfacción. Me tenía ya harta con esta fantasía y quería finiquitarla de una vez, y, justo, cuando iba a incorporarme para dejar de estar arrodillada, él me cogió del cuello de la camisa y me dijo: “Venga, hazlo de una puta vez, joder, hazlo”. El verme de nuevo zarandeada por el cuello de la camisa me excitó de nuevo y aportó mucho más morbo a todo. En cierto modo, esta fantasía sexual de sumisión tenía su encanto siempre que él utilizase mi ropa para agitarme para reaccionar. Me producía eso cierto estremecimiento difícil de explicar. 

Por lo que sin dilación cogí su calzoncillo y se lo baje del todo. Su enorme pene saltó como si estuviese sujetado y de repente se liberase de todas sus cadenas. Fue una liberación total. Tenía la erección más grande que yo podría concebir e imaginar. Como si todo el deseo sexual del mundo entero estuviese contenido en ese pene erecto y firme como un mástil. David bajó la cabeza y se lo miró con orgullo, como si llevase años sin vérselo y saliese por fin a la luz tras un cautiverio que había durado demasiado. No hacía más mirarse el pene a sí mismo. Estaba como asombrado y orgulloso, como si nunca lo hubiese llegado a tener así de erecto y grande. Pero, sobre todo, se sentía satisfecho de mostrármelo a mí, de exhibirlo a pocos centímetros de mi cara. Casi tartamudeando me ordenó: “por favor, cómemela, cómemela con ganas”. Por supuesto que no le hice caso. Una cosa es que a través del chat hubiese creado y desarrollado el personaje de una ninfómana sumisa dispuesta a todo, y otra cosa muy distinta era que en la vida real jamás haría una felación a un chico. Eso nunca. Me daba asco solo de pensarlo. Por lo que obvié totalmente su ruego. Él volvió a insistir con voz lenta, pausada y suplicante: “por favor, cométela, por favor”, como si la vida le fuese en ello. Yo miré hacía arriba y le dije: “No. Olvídate de eso”. Él se acercó más hacía mí hasta que su pene tocó mis labios, pero yo canteé la cara y lo esquive. Eso me cabreó. Ya había dejado muy claro que eso no lo iba a hacer. Por lo que me incorporé para dejar de estar de rodillas. Ya estaba harta de tanta humillación y sumisión. 

Mi comportamiento le cabreó muchísimo. Su cara cambió de tonalidad y se enfureció de nuevo. Durante unos minutos había estado dulce y suplicante, pero al ver que no le seguía el juego volví a desatar a la bestia que llevaba dentro. Me gritó: “Tú harás lo que yo te diga, hazlo”. El tono agresivo de su voz me asustó tanto que no supe cómo reaccionar. Por lo que solo dije: “vale, pero eso no, por favor, eso no”. Mi ruego le calmó un poco. Le apaciguó y volvió a mostrarse sensible y dulce, aunque estaba tan excitadísimo que a veces se bloqueaba y respondía con brusquedad. Por lo que me con delicadeza me empezó a besar en los labios mientras acercaba su cuerpo al mío. Su erección no menguaba nunca. Seguía intacta como el primer instante. Habían pasado muchísimos minutos y ahí seguía sin bajar. De repente me susurró al oído como quien revela un secreto: “Vaya que sí vas a hacer muchas cosas hoy. Vaya que sí me vas a compensar. Vaya que sí”. Y antes de que me diera cuenta cogió mi mano y se la colocó en su pene. Me volvió a susurrar: “Venga, hazme feliz. Tú puedes hacerlo. Házmelo. Necesito que me lo hagas”. Yo no hice nada. Ese rollo de sumisa no me iba en la vida real. Es más, lo odiaba. Y le dije: “Que no, joder, venga tío, vámonos de aquí”. Jamás debí ser tan tajante, pues eso fue lo que desencadenó del todo su deseo sexual acumulado y la tremenda tensión sexual que tenía dentro de sí desde hacía tantísimas semanas.

Todo fue muy rápido y visceral. Me tiró al sofá y se colocó encima mía. Empezó a pasar su pene por encima de mi camisa e incluso por mi cara. Yo lo esquivaba y canteaba la cara cada vez que me lo acercaba. De improviso, sin la menor delicadeza, empezó a desabrocharme los botones de la camisa con gran rapidez (¡qué gran diferencia con Edu y Rafa que siempre me desabrocharon las camisas poco a poco con mucho morbo fetichista!). A partir de ese momento ya todo fue desenfreno incontrolado total. Pues a gran rapidez me tocó los pechos, tanto por fuera como por dentro del sujetador, me pasó el pene por ahí, me comió las tetas con pasión hasta que, de repente, cogió mi mano de nuevo, se la colocó en el pene y me obligó a cerrar el puño para empezar a masturbarle. Yo me negué de inmediato. Eso me daba repulsión. Me recordaba eso demasiado a lo ocurrido con Rafa en mi casa meses antes. Y no iba a consentir. Me cabreé. Le empujé hasta quitármelo de encima. Me incorporé del sofá y empecé a vestirme con gran rapidez. En solo unos segundos ya estaba vestida del todo incluso hasta con el jersey. Me dirigí a la entrada del chalet a coger mi abrigo y darle a entender que ya todo se había acabado. Pero justo cuando estaba cogiendo el abrigo me cogió por detrás y restregó su pene contra mi culo. Solo susurró: “un segundo, por Dios, solo un segundo, por favor, dame un segundo”. No entendía a qué se refería pero enseguida sabría qué era lo que quería decir. 

Estaba muy claro lo que pasaba. Le proporcionaba tanto placer restregar y chocar su pene empalmado contra el culo de mi vaquero que con eso le bastaba. Sentía tanto gozo con eso que no necesitaba más. Se había dado cuenta que solo con eso ya se satisfacía muchísimo sexualmente. En un principio mi primer instinto fue mandarle a la mierda y acabar de una vez por todas con esta dichosa fantasía que solo le proporcionaba placer a él. Sin embargo, David empezó, yo creo que de forma totalmente subconsciente, a acariciarme los pechos por encima del jersey, incluso a intentar sacar el cuello de mi camisa por fuera del jersey, es decir, empezó a jugar con mi ropa, a jugar fetichistamente con mis prendas. Estoy segura al 100% que él no lo hizo adrede, que fue todo de modo irracional y subconsciente, pues no tenía esa sensibilidad del morbo fetichista que sí que tenían Edu y Rafa. Por lo que de repente me empecé a sentir excitada por ello. Que jueguen siempre con mi ropa era mi talón de Aquiles, mi debilidad y mi mayor zona erógena. Y con ello empecé a excitarme. Una vez más me demostré a mi misma que a mí se me excitaba siempre intelectualmente, nunca físicamente. Y el morbo de jugar con la ropa era algo que nunca fallaba. Nunca. Por lo que bajé mis defensas. Me dejé llevar. Y le permití que siguiera restregando y chocando su inmenso pene contra mi trasero siempre y cuando siguiera al mismo tiempo jugando con mi ropa. 

Y aunque siguió restregándose contra mí de ahí no pasó el juego fetichista que yo me había imaginado que podía pasar, y es que, una vez más, David me demostraba que no sabía leerme el pensamiento ni concederme en cada momento lo que necesitaba. David distaba muchísimo de ser como Edu y, no digamos ya, de Rafa en saber en todo momento qué me apetecía. Es decir, no tenía la fantasía, inspiración, imaginación y morbo suficiente para seguir jugando con mi ropa y jugar a ese morbo fetichista que tanto me descolocaba y excitaba. Solo Rafa y Edu sabían hacerlo. Y, a esas alturas de mi vida adolescente, tenía ya muy claro que jamás volvería a tener nada ni con Rafa ni con Edu, por lo que intenté seguir dándole una oportunidad a David. Pero nada, se limitó solo a desfogarse rozando su pene contra mi trasero y a acariciarme por encima del jersey. Solo eso. Nada de intentar desprender la camisa del vaquero o cosas por el estilo. Había errado completamente con David y sabía que un tío como él solo querría satisfacerse sexualmente y nada más. Y yo, lo último que necesitaba era eso, pues lo prioritario siempre era satisfacerme mentalmente y, después de eso, hacerlo ya de forma física y sexual. Pero con David eso era imposible. Por lo que le paré en secó tras un rato así y le obligué a llevarme a casa. De camino en coche a casa sabía perfectamente que lo nuestro había acabado para siempre y así se lo confirmé al llegar a mi portal. Él estaba tan atolondrado y ensimismado por su gran noche de deseo sexual medianamente satisfecho que yo creo que ni me escuchó y hasta días después no fue consciente de que se lo dije en serio.

Y se podría decir que tras esta ruptura caí en una triste depresión y bajón total. No por David, al fin y al cabo me importaba un bledo, sino por ese grado de insatisfacción personal que tenía en cuanto a las relaciones personales con los chicos. Ya todas mis amigas de la pandilla iban teniendo sus historias y amoríos adolescentes, ya todas conseguían consolidar alguna relación que, aunque no fuesen muy duraderas, sí que las satisfacían momentáneamente. En cambio yo me sentía muy frustrada. Desde que había cumplido 17 años habían pasado multitud de cosas: perder la virginidad con Edu, mi fogoso y morboso Verano junto a Rafa, mi mes especial saliendo con Edu y mi extraña relación de sumisión con David. Es decir, en todos esos meses había vivido la vida intensa y frenéticamente, dando rienda suelta a las hormonas adolescentes que parecía que se habían desatado desde que cumplí los 17. 

Y, sin embargo, me sentía totalmente insatisfecha, triste, apagada, deprimida y de bajón porque empezaba a ser consciente de que jamás conseguiría encontrar un chico que compartiese conmigo esas fantasías light fetichistas y que las disfrutase tanto como yo, que las apreciase y saborease como lo que eran, es decir, los preámbulos más excitantes para excitar la mente y así desear mucho más complacer los deseos sexuales. Pero estaba convencida de que no habría ningún chico así en el mundo. Rafa era un buen ejemplo de que se puede mantener durante un periodo esas fantasías pero al final siempre acaban fastidiándose por el excesivo deseo carnal y sexual que tienen siempre los chicos. Por lo que me obligué a convencerme a mí misma de que jamás encontraría un chico así de morboso y fetichista y que lo que tenía que hacer era buscarme un novio formal y dejarme de tantas tonterías. Menos mal que no lo hice. Sino Iñigo jamás hubiera entrado en mi vida. 

Por desgracia, aún quedaba bastante tiempo para que Iñigo formase parte de mi vida o, mejor dicho, pasase a ser lo más importante de mi vida en todos los sentidos. Pues durante las semanas siguientes a mi ruptura con David mi depresión se acentuó y me fui apagando poco a poco cayendo en un desánimo, desinterés y bajón emocional/sentimental por el hecho de tomar conciencia de que jamás encontraría un chico adecuado para satisfacer ese placer fetichista que tanto me cautivaba desde los 14 años. Fueron unas semanas terribles de bajón y desilusión, y eso en parte se vió muy reflejado en mi forma de vestir, pues yo, que siempre había vestido de forma muy clásica y pija, me dejé influenciar mucho por la forma de vestir de Sara y, sobre todo, de Mª Luisa. Por lo que me volqué en comprar ropa informal que poco o nada tenía que ver con mi estilo de siempre. Durante esas semanas mi indumentaria se caracterizó por jerseys anchos y voluminosos, camisetas anchas, pantalones algo caídos (un poco hippys) e incluso hasta con ponchos pseudos mejicanos como los que solía llevar Mª Luisa, es decir, mucha dejadez en el vestir. Mi estilo cambió por completo y me dejé influenciar por mi entorno de amigas, enterrando así para siempre el estilo de vestir que siempre me caracterizó en plan clásico y tradicional.

Me acuerdo perfectamente cuando ocurrió ese cambio. Acababa de salir de la ducha. Me puse el albornoz y me miré en el espejo. Me contemplé en el reflejo durante unos segundos y me pregunté: “¿Qué sentido tiene seguir vistiendo en plan pija, clásica y elegante si jamás voy a conseguir a un chico que valore el factor fetichista de todo esto? ¿Qué sentido tiene el vestir así si los chicos jamás sabrán apreciarlo y saborearlo como se merece pues lo único que desean es ir directamente al grano?”. Esta reflexión me deprimió profundamente y fue la causante de que me abandonase completamente en el modo de vestir y me dejase influir por la moda de mis amigas. Me estaba traicionando a mi misma, pero estaba tan de bajón y decepcionada con todo que no me apetecía emplear ni un solo segundo es vestirme como antes y en ser la de antes. Por lo que durante muchas semanas fui la persona menos elegante del mundo y me entregué a un estilo hippy que nada tenía que ver conmigo. Afortunadamente este periodo iba a durar poco pues pronto entre Iñigo y yo iba a surgir una simbiosis asombrosa que me iba a revitalizar, ilusionarme y entusiasmarme más que nunca. 

Si entre toda la gente que conocía, ya fuese en profundidad o solo superficialmente, tuviese que escoger a la persona que más sabía de moda y que más estilo y elegancia siempre ha demostrado ese es, sin duda, Iñigo. En parte influido, claro está, porque su padre está muy metido de lleno en este mundo y desde niño ha vivido rodeado de toda la fascinación que causa o puede causar las prendas de vestir. Iñigo y yo nos conocíamos desde hacía ya bastante tiempo. Yo era amiga de su novia Pilar y fue ella la que nos presentó. En cierta manera ellos dos eran la pareja perfecta, pues ambos se compenetraban muy bien y trabajaban profesionalmente en la moda desde los 16 años más o menos (en aquel momento él tenía 20 años y ella unos 18). Ambos sabían vestir muy bien, les gustaba la moda, les gustaba el mundo de las sesiones de fotos y estaban muy involucrados profesionalmente en ello, aunque, por supuesto, compaginaban su vida profesional como modelos con los estudios en el bachillerato o en la Carrera. 

No sabría decir qué día exacto Iñigo me influenció y me hizo pensar, supongo que sería principios de Enero, lo que sí sé que fue lo que me dijo para cautivarme. Estábamos en un bar tomando algo los tres (Pilar, él y yo), y en un momento que Pilar se fue al servicio él me comentó: “Deberías dedicarte también a la moda, eres guapa, alta, elegante y tienes estilo. Aún me acuerdo del año pasado lo guapa que estabas con un jersey amarillo y una camisa blanca, estabas monísima”. Eso me descolocó un poco. Me hizo recapacitar. Y de repente me sentí tremendamente avergonzada de vestir en plan hippy, informal o underground. Que Iñigo me recordase lo mona que iba siempre con un simple jersey y una simple camisa me hizo darme cuenta que ese era el estilo que mejor me quedaba. Un estilo clásico, elegante y un poco pijo. ¿Qué demonios importaba que ningún chico supiera apreciar el morbo fetichista de vestir así? ¿Qué diablos importaba que los chicos jamás repararan en mi ropa y les diera morbo? Yo debía vestirme para mí misma. Para gustarme a mi misma y no a los chicos. Si los chicos eran tan sumamente banales, simplones y estúpidos de no valorarlo entonces ese era su problema, no el mío. De repente me entraron unas ganas locas de irme a casa corriendo a vestirme con ese tipo de ropa que hacía ya un mes que no tocaba. A jubilar de una vez esta desdeñosa ropa hippy que nunca me acabó de gustar. Estaba alegre y feliz de darme cuenta que era lo que realmente quería y deseaba.

Y fue gracias a Iñigo que reparé en ello. Aunque lo realmente paradójico e irónico es que ¿quién me iba a decir a mí que Iñigo, aparte de ayudarme a definir mi estilo para siempre, iba a ser en un futuro muy próximo el chico con el mejor me iba a compenetrar nunca en temas de fetichismo morboso? Ese mes de Enero fue determinante en mi vida por muchos motivos y casi todos esos motivos relacionados con Iñigo. Todo empezó una tarde que me llamaron para tomar café Iñigo y Pilar. Desde un primer momento ambos me insistieron, una y otra vez, que debía probar suerte en el mundo de la moda y que reunía todas las cualidades para ser una modelo. Yo pensaba que bromeaban y no les tomaba en serio. Pero no dejaron de insistir y de contarme cómo empezaron ellos siendo unos críos en el mundo de la moda y que ahora les llamaban para muchas cosas como fotos, promociones, desfiles y demás eventos. Tanto Pilar como Iñigo me comieron la cabeza una y otra vez, y halagaron mi forma de vestir clásica y elegante diciendo que siempre había sabido vestir con clase y estilo (salvo, claro está, ese horrible mes que me dejé influenciar por la ropa hippy y moderna). Lo cierto es que me resultaba tentador al menos pensarlo en poder hacer mis pinitos en algo que me encantaba. Porque si algo me chiflaba desde niña era la moda y todo lo relacionado con ella. Le daba mucha importancia y me gustaba vestir elegante. Entonces ¿por qué no hacerlo de un modo más profesional o simplemente amateur a ver qué tal me salía? 

Tras esa tarde de café salí totalmente convencida. Eso sí, con dos condiciones. Primero, al ser todavía menor de edad (aún me faltaba un mes para cumplir los 18 en Febrero) necesitaba el consentimiento de mis padres, y segundo, quería empezar por algo super sencillo, amateur y simple. En ese aspecto fue Pilar la que me animó a anunciar un reloj. En la agencia donde ella solía trabajar, la habían comentado que estaban buscando una modelo rubia para anunciar un reloj caro de marca. Yo solo tendría que mostrar el reloj llevando unas gafas de sol. Ese era el único requisito: las gafas de sol y mostrar el reloj. Más sencillo no podía ser y no había mejor manera de empezar por lo que enseguida me animé. Lo primero que hice fue hablar con mis padres los cuales, ante mi asombro, me apoyaron desde el principio incondicionalmente y hasta me animaron siempre y cuando no descuidara los estudios. Solventando el tema de mis padres y disponiendo de su autorización para hacerme esas fotos solo me quedaba una gran duda ¿Qué ponerme? ¿Cómo ir vestida? ¿Me darían ellos la ropa a elegir? Pilar e Iñigo despejaron todas mis dudas al decirme que vistiera como me diera la gana, que lo hiciera de forma normal como cualquier día y que no pensase en ello, que no le diese vueltas. Eso era fácil de decir pero vaya que sí le di vueltas hasta que me decidí qué me pondría ese día. Finalmente me obligué a no comerme mucho el tarro con este tema y elegí un sencillo jersey gris de cuello alto. 

El día que se iban a hacer las fotos (pues se hacían varias aunque luego se publicasen solo una) estaba con los nervios a flor de piel. Pilar me apoyó muchísimo y me relajó en todo momento. Me convenció para que fuese natural, espontánea y yo misma. Me decía que la cámara capta la naturalidad de las personas y que mi mayor baza era precisamente que, de forma natural y espontánea, yo ya era elegante y atractiva para la cámara, aunque fuese solo para anunciar un simple reloj. De todos modos, he de reconocer que llevar gafas de sol en la sesión de fotos me relajó un poco pues potenció el anonimato y no se me reconocería enseguida. Por lo que allí estaba yo, aquel día de Enero, ante un fotógrafo profesional con mi jersey gris de cuello alto, mis gafas de sol y el espléndido reloj que debía mostrar en las fotografías. Tomé airé. Me tranquilicé. Y vaya que sí funcionó, pues los minutos se me pasaron volando y, antes de que me diera cuenta, habían terminado de hacerme las fotos. Aunque solo era una de las aspirantes para ese anuncio del reloj, y sabía que había muchas probabilidades de que no me cogieran entre todas las candidatas, yo estaba loca de contenta y no pude refrenar dar un inmenso abrazo y beso tanto a Pilar como a Iñigo que me acompañaron en todo momento. Y ya, desde ese primer día noté algo en la mirada de Iñigo, una chispa y algo especial. Al notarlo no pude evitar ruborizarme un poco, sobre todo porque tenía a Pilar al lado, y ella era su novia desde siempre. Pero esa sensación, lejos de decrecer, se amplificó considerablemente los siguientes días.

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