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El gran masaje

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Además de enfermera, soy masajista y hago servicios a domicilio. Mi amiga Elena me pidió que le diera un masaje a Diana, su hermana. Me dijo que le gustaba verla tranquila y estaba convencida de que un masaje le resultaría muy relajante. Me pareció bien y quedamos de acuerdo para ir al día siguiente a su casa. Me advirtió que era probable que el masaje pusiera cachonda a Diana. La idea me excitó bastante porque Diana es una chica muy atractiva.

Llegué a su casa con mis lociones y aceites. Elena abrió la puerta y me indicó que me sentara en el sofá, junto a Diana. Yo ya me estaba empezando a poner cachonda sólo de imaginar que Elena se pusiera cachonda. Me preguntó si me apetecía tomar algo. Luego me dijo que Elena estaba algo nerviosa porque no sabía como iba a reaccionar. Les aseguré que disfrutaría con el masaje, monté la camilla plegable que había llevado y les pedí una toalla grande.

Diana volvió con la toalla, que coloqué sobre la camilla. Fui a la cocina a calentar los aceites y me demoré para darle tiempo a quitarse la ropa en privado, tumbarse en la camilla y taparse con la toalla.

Volví al salón instantes después. No se había preocupado de cubrirse y allí estaba la tía con la parte posterior de su cuerpo expuesta a mis miradas de admiración y dispuesta a recibir la caricia de mis manos. Puedo asegurar que era un cuerpo excepcional…

Empecé por la espalda, los hombros y el cuello, pero no dejaba de mirar su extraordinario culo. Formaban unas preciosas curvas y los tenía tersos y fuertes, con pequeñas pecas justo debajo de la cintura.

Tenía que controlarme para no llevar las manos a su trasero. Deseaba sentir la sensualidad de aquellas nalgas tan redonditas. Quería descubrir si eran tan suaves y firmes como parecían. Sin embargo me reprimí y me concentré en darle masajes en la espalda y en los hombros. También le pasé las manos por la parte posterior del cuello y, al hacerlo, soltó un débil gemido y dijo que le daba mucho gusto… Su gemido, junto con la visión de su cuerpo y el aroma que desprendía su piel, me habían provocado una palpitante excitación. Mis braguitas estaban empapadas. Esperaba que ni ella ni Elena se hubieran dado cuenta.

Continué con el masaje del pie y el tobillo izquierdos y seguí pierna arriba. Pasé más tiempo del normal entretenido con la parte interior del muslo e incluso le di unos ligeros meneos. Al hacerlo separó un poco las piernas. Seguí con la otra pierna y cuando llegué al interior del muslo mi mano se deslizó hacia el culo. Se movió. Podría asegurar que había empezado a excitarse, pero no tenía ni idea de que lo esperaban de mí: simplemente me habían invitado para dar un masaje. Y lo único que yo deseaba era tocar su coñito y saborear sus humedades.

Había terminado de masajearle la espalda y las piernas y empezaba a pasarle los nudillos por las nalgas, en las que había extendido el aceite. Al hacerlo, parte del líquido le bajó por las piernas. Se estremeció y gimió levemente. Luego comentó que resultaba muy agradable. Algunas mujeres se ponen cachondas cuando les das masajes en las nalgas y Diana parecía de ese grupo.

Seguí trabajándole los glúteos y la parte baja de la espalda, y pasé mis manos por la zona tan sensible por donde se unen los muslos y el trasero. Al hacerlo, dejé que mis manos untadas de aceite se deslizaran por la raja de su culo. Respondió agitando las caderas. Yo estaba cada vez más lanzada y cachonda y dejé que la yema de mi dedo rozara ligeramente y se metiera un poco en su prieto chochito.

Estaba dispuesta a fingir que había sido un accidente, según cual fuera su reacción. Pero al notar mi dedo murmuró un "sí" bastante audible y elevó el culo para encontrar mi mano, al tiempo que separaba las piernas. Lo encontré tan excitante que estuve a punto de correrme allí mismo.

Hasta entonces no había prestado ninguna atención a Elena y todavía estaba algo nerviosa por tomarme tantas libertades con su hermana pequeña. Pero cuando le eché una ojeada, comprobé que se había bajado las bragas y se estaba tocando muy excitada. No cabía duda que le encantaría estar en el lugar de su hermana.

Seguí concentrada en el culo de Diana, metiendo y sacando el dedo del agujerito sin reparos y realizando movimientos circulares en su interior. Eso la hacía disfrutar. Me lo hizo sabes verbalmente, y luego elevando el culo hasta encontrar mis manos y abriéndose el chocho. Le pedí que se diera la vuelta para seguir con el "tratamiento".

Cuando se puso boca arriba coloqué un par de toallas enrolladas bajo sus rodillas para que estuviera más cómoda y relajada. También le separé las piernas. Esto la dejó totalmente expuesta y me emocionó ver cómo brotaban los primeros jugos de su vagina. Tenía los labios vaginales gruesos y formaban una graciosa curva hacia el clítoris, pequeño y tieso. Ver que estaba totalmente depilada me puso más cachonda todavía… Seguí por las piernas hasta legar al coño. Esto la excitó más todavía y cada vez que mis manos pasaban por sus rodillas gemía y se movía circularmente con las caderas.

A continuación fui hacia sus hombros y la vi sonreir. Le pregunté si estaba disfrutando del masaje y me contestó que era maravilloso. Le acaricié el cuello y los hombros y le extendí aceite por el vientre y las tetas. Al rozárselas se le escapó una especia de murmullo, pero cuando se los masajeé con energía fue mucho más expresiva. Le seguí acariciando las tetas mientras le pellizcaba los pezones despacio al principio, pero luego, ante sus demandas, con más brío. Esto le hizo alcanzar un orgasmo completo, que me dejó alucinada y, debo confesarlo, algo avergonzada.

Sin embargo no me detuve y seguí con el masaje pectoral. Me quedó claro que después de aquel orgasmo todavía le quedaba mucha energía sexual por liberar. Continué por el vientre y hacia los costados. Cuando la miré, vi que sonreía sin dejar de menear rítmicamente las caderas. Sin dudarlo me incliné y empecé a besarle en la barriga, con la lengua y fui descendiendo hasta su encantador chochito y lo cubrí con la boca. Como lo tenía depilado me movía con soltura y me era difícil abarcar todo a la vez. Saboreé su humedad y mantuve la lengua en aquel lugar durante unos instantes. Empecé a meter y sacar la lengua con desenfreno, manteniendo la boca pegada a su coño, mientras que ella jadeaba y me suplicaba que no me detuviera. Seguí follándola con la boca, y de vez en cuando le rodeaba el clítoris.

No tardó en gemir profundamente y alcanzó otro orgasmo. Oí un grito y noté las contracciones mientras mi boca se llenaba de su líquido del placer. Mientras Diana se relajaba, me levanté y le sonreí. Me devolvió la sonrisa y me preguntó si lo había pasado bien, consciente sin duda de lo a gusto que se había corrido en mi boca.

De pronto entró Pedro, el novio de Diana, en el salón, que había estado escuchando los gemidos de su novio desde el otro lado de la puerta. Pedro me contó que Diana es una de esas mujeres que prácticamente eyaculan durante el orgasmo y me pidió que les observara. Se había bajado los pantalones y a juzgar por su erección, estaba muy excitado. Se inclinó y besó a Diana, metiéndole la mano en el chocho. A ella le encantó y se puso caliente otra vez. Supongo que tener dos personas dispuestas a darle el máximo placer era lo más estimulante del mundo.

Pedro le metió dos dedos en la vagina y empezó a moverlos lentamente dentro y fuera. Diana le pidió que acelerara, cosa que hizo de inmediato, y en unos instantes volvía a agitarse en un orgasmo. Gritó que estaba lista y me imploró que observara como se corría. Al hacerlo varios chorros de líquido salieron disparados de su agujero. Descansó unos momentos y me pidió que intentara provocarle un nuevo orgasmo. Yo estaba a punto de estallar de la excitación y respondí que deseaba volver a saborear su coño. Mientras le embestía el chumino con la mano derecha, le metí el pulgar de la izquierda por el culo. Pedro se colocó junto a la camilla a la altura de su cabeza y suavemente le metió la polla en la boca. Yo tenía prácticamente toda la mano dentro de su rajita y el pulgar en su culito. Diana embestía son fuerza mis manos cuando alcanzó otro clímax. La fuerza del orgasmo fue tan grande que tuve que emplear considerable fuerza para mantener los dedos donde los tenía. Inmediatamente enlazó otra corrida y, por fin, se relajó, lo justo para pedirme que le ayudara a bajar de la camilla para ir al sofá.

Quería que Pedro la follara. Lo hizo desde atrás, endiñándole el nabo de una embestida. Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciarle el clítoris, trazando suaves círculos alrededor. Diana estaba excitadísima y quería lograr el máximo placer. Me pidió que le chupara los pezones sin dejar de estimularle el clítoris. Diana ya estaba en una especie de trance. Y tuvo varios orgasmos más. Tras descansar unos momentos nos vestimos y charlamos un rato, mientras yo recogía mis cosas. Diana me dijo que me debía una buena "comida". Sonreímos y me dio un beso muy jugoso en la boca. Fue una tarde deliciosa.

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