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Mi adolescencia: Capítulo 33

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Ya, como dije antes, para mí Iñigo era el chico más elegante que he conocido nunca, aparte de destacar por su gran altura y sus impresionantes ojos (los más bonitos que jamás he visto). A mí me gustaba, claro, como a todas las chicas del mundo, pero nunca me planteé absolutamente nada con él pues siempre había sido y siempre sería el novio de Pilar, y yo jamás me interpondría entre una pareja. Eso jamás. De todos modos pronto iba a ocurrir un suceso que iba a desencadenar todos los acontecimientos. Surgió una noche de cinepizza (ver una película en DVD mientras comíamos todos pizza) en el chalet del tío de Iñigo. Estábamos muchos esa noche: Iñigo, Pilar, Jennifer, Camilo, Sara y yo. Desde un principio Iñigo tenía preparada la película que íbamos a ver en DVD: “Lost in traslation”. A mí no me atraía nada esa película pero la vimos, y aunque no me disgustó mucho tampoco es que me resultara fascinante ni emocionante. Eso sí, no pude evitar fijarme cómo Iñigo al verla estaba sumido en un estado de alegría y satisfacción que le proporcionaba mucho placer. Es más de una vez le pillé mirándome de reojo, lo cual me hizo sonrojarme pues tenía justo a su lado a Pilar. No sé como Pilar, siendo su novia, no se daba cuenta de sus miradas. A mí eso me incomodaba mucho y lo pasaba mal. Pero lo peor (¿o debería decir lo mejor?) estaba aún por llegar pues, después de la película y las pizzas, nos fuimos Pilar, Iñigo y yo a la cocina a preparar copas para tomar (esa noche nos quedábamos todos a dormir en las diferentes habitaciones del chalet y así la gente podría beber alcohol sin tener que conducir).

Pues bien, estábamos Iñigo, Pilar y yo en la cocina preparando las copas cuando él dijo en tono socarrón mirándome: “Lo cierto es que sí que te pareces un poco a Scarlett Johansson, os parecéis un montón, incluso en la forma en que viste en la película, tenéis ambas el mismo estilo”. Yo me quedé desconcertada, porque primero no es que me pareciera mucho a ella, y segundo porque lo decía descaradamente delante de Pilar por lo que no sé si lo comentaba en serio o en broma. Como todos nos reímos de dicho comentario no le di importancia y seguimos preparando las copas. Supongo que esas insinuaciones y miradas de Iñigo eran solo imaginaciones mías y que no debía preocuparme, puesto que las decía delante de Pilar en tono amigable y despreocupado. Pero enseguida me di cuenta que no, pues en cuanto Pilar salió de la cocina llevando un par de copas, Iñigo me susurró al oído: “Me encanta cuando en la película llevar ese jersey gris sin mangas con la camisa azul debajo, me encanta, he visto la película docenas de veces y me encanta ese estilo tan pijo y encantador. Hoy, al verla, no podía dejar de imaginarme lo lindísima, mona y elegante que estarías tú vestida así”. Ahí sí que me quedé descolocada y agobiadísima. Solo quería salir de la cocina. Volver a estar todos juntos y, sobre todo, que Pilar estuviese presente a ver si así se cortaba un poco. Por lo que cogí dos copas y me dirigí a la puerta de la cocina haciendo caso omiso a su comentario. Pero su mano, agarrándome el brazo, me hizo pararme y me volvió a susurrar: “Con la diferencia, claro está, que tú estás mucho más buena y eres más preciosa que Scarlett”. Me quedé petrificada. Absorta en todo lo que me estaba diciendo. Y solo acerté a decir: “Iñigo, ¡Por favor!”. Eso debió cortarle, pues quitó su mano de mi brazo y así pude salir de la cocina.

Esa noche no quise mirar a los ojos ni una sola vez a Iñigo. Le esquivé todo el rato. De hecho hablé con todo el mundo menos con él. No quería darle ni una sola oportunidad de que pudiera volver a decirme algo o darle motivos para pensar que me había cautivado con esas palabras. Por supuesto que me gustaba mucho, muchísimo (¿y a quién no?) pero me carcomía el alma la situación ante la pobre Pilar, la cual ni sospechaba que su novio tan formal pudiese haber tonteado conmigo en la cocina. Por lo que solo quería acabar con esa noche en el chalet, irnos todos a dormir y que pasase todo rápidamente. Esa noche, a pesar de que dormí en una habitación junto a Jessica, estuve todo el rato intranquila pensando que a lo mejor entraba en la habitación para decir cualquier otra cosa. Afortunadamente no fue así. Por lo que me sentí muy aliviada y no quise volver a pensar en eso. Pero claro, el destino me jugó una mala pasada, pues al final me cogieron entre todas las fotos de todas las aspirantes para el anuncio del reloj y así empezó, de forma totalmente causal e imprevista, mi carrera como modelo. Esto que era genial tenía su parte negativa, y es que tuve que seguir quedando con Iñigo y Pilar para ir a nuevas pruebas durante las siguientes semanas. Y cada nuevo encuentro con él era una lucha constante para evitar sus miradas y yo, no hacía más que preguntarme cómo podría ser tan inocente Pilar que no reparaba en cómo Iñigo tonteaba conmigo. De todos modos durante esas semanas lo supe mantener a raya y no le di cuartelillo para que intentase nada. Siempre fue un caballero distante y correcto que no intentó nada, estuviese o no estuviese delante Pilar.

Pero claro, tarde o temprano tendría que llegar algo que lo desencadenase todo y yo muy tonta no fui capaz de preverlo y evitarlo. Ocurrió a mediados de Febrero en la celebración de mi cumpleaños. Por fin cumplía los 18 años. Por fin era ya mayor de edad. Por fin empezaba una nueva vida para mí. Y estaba muy contenta ante tan magno evento. Los 17 años (aparte de perder mi virginidad) habían sido muy intensos y especiales. Me habían ocurrido multitud de cosas a los 17 años y había sido un año completísimo en que me pasó de todo. Y presentía que los 18 iban a ser igual de especiales, asombrosos y emocionantes. Lo intuía y tenía ya ganas de saber qué me depararían los 18 años. Por lo que hicimos en mi chalet una macrofiesta donde no reparamos en detalles y donde todo el mundo se lo pasó genial. ¿Todo el mundo? Pues no, porque yo me llevé un par de sorpresas muy inesperadas que me enturbiaron un poco la celebración de mi mayoría de edad. Para empezar Edu, que desde que rompimos meses atrás había asumido que ya no volveríamos, se puso muy tontorrón pidiéndome volver a lo largo de la noche cada vez que nos quedábamos solos en la fiesta. En los últimos meses apenas había intentado nada y lo había asumido, pero esa noche, no sé si porque bebió en exceso, estuvo muy pesado casi suplicando que volviéramos. A mí me hizo verdadero daño el tener que decirle una y otra vez que no. Edu era el pasado. Eso lo tenía clarísimo, y aunque siempre estará en mi corazón por todo lo que pasó desde los 14 años no quería volver a tener nada con él. Ya mi obsesión con él había finalizado hace mucho y no quería volver a entrar en ese juego.


Pero, la mayor sorpresa de la noche me la dio, como era de esperar, Iñigo. Ya, desde el principio de la macrofiesta me temí lo peor, pues Pilar no pudo asistir porque había tenido que ir a una sesión de fotos a Barcelona, por lo que solo vino Iñigo. Y eso era mucho peligro emocional y sentimental. Aunque tenía muy claro que jamás le haría daño a Pilar. Y nunca forzaría una infidelidad. Todo empezó con la entrega de su regalo. Me lo entregó con la tranquilidad y calma que siempre le caracterizaron. Desde un principio supe que iba a ser ropa. En parte era lógico. Todo el mundo que me conoce sabe siempre que lo que más me gusta que me regalen por mi cumpleaños era ropa. Pero desde luego jamás pude llegar a imaginar lo que me regaló Iñigo. Nada más abrirlo me percaté perfectamente de ello. Al resto de la gente obviamente no le llamó la atención pero yo sí que supe que aquel regalo era todo menos espontáneo y sin pretensiones. Aún así, trate de disimular y decidí que ya lo hablaría con Iñigo más tranquilamente cuando estuviésemos a solas. El regalo en efecto era ropa, pero no una ropa cualquiera, pues era un jersey, una camisa y unos pantalones, pero no unos cualquieras, y de eso me di cuenta en cuanto los vi, eran exactamente iguales a los que llevaba Scarlett Johansson en “Lost in traslation” en esa escena. Eran los mismos. El mismísimo jersey gris sin mangas, la misma camisa azul a rayas y los mismos pantalones negros. Todo exactamente igual. Eso me quedó totalmente descolocada y fuera de lugar sin saber qué decir. Estaba claro que Iñigo estaba jugando conmigo y con el fetichismo que le producía esa actriz en esa película.

Por fin, al cabo de unos 10 minutos, nos quedamos a solas y pudimos hablar tranquilamente sobre este tema. Yo estaba enfadada por ello. Por supuesto que agradecía el regalo, pero no las connotaciones fetichistas que conllevaba. Me dirigí muy seria a Iñigo dispuesto a decirle que no me hacía ninguna gracia el doble sentido del regalo. Pero, antes de que pudiera abrir la boca, se me adelantó y empezó a hablar con ese encanto, elegancia y saber estar que le caracterizaba. Me dijo: “Aunque es increíble hoy en día lo que se puede conseguir gracias a Internet. Simplemente hay que saber moverse por las docenas de webs que hay de tiendas de modas hasta encontrar lo que realmente quieres. Y yo, como me muevo hace tiempo por este mundo, pues tengo mucha práctica en conseguirlo. Solo he necesitado dos semanas para conseguir el conjunto completo”. Todo esto que me dijo me desconcertó más aún, sobre todo porque me lo contó risueño repleto de ilusión, entusiasmo y exaltación, como un niño pequeño que consigue algo muy anhelado por él. Se notaba que era muy importante para él. Que suponía algo que se lo había currado mucho y que quería, desde que vimos la dichosa película, regalarme esa ropa del personaje de Scarlet Johansson por puro morbo fetichista.

Yo no supe qué decir, finalmente opté por decir aquello que más me preocupaba: “Mira Iñigo, no sé cuáles son tus intenciones, pero que te quede muy claro que no voy a hacer daño a Pilar y que no voy a tener nada contigo. Te agradezco mucho el regalo pero entre tú y yo jamás habrá nada. Tú tienes novia y a quien tendrías que hacer regalos especiales es a ella, no a mí”. Quizás fui muy severa y estricta en mi discurso, pero lo dije tal y como sentía. De todos modos él ni se inmutó ni molestó, solo sonrió y le quitó hierro al asunto. Simplemente me dijo en tono afable mientras sonreía: “Pero no le des tanta importancia a las cosas. Por supuesto que nunca seré infiel a nadie. Aunque claro, si tuviera que serlo con alguien sería con una chica tan preciosa y especial como tú, pero es algo que nunca me plantearía porque quiero a Pilar y nunca la haría daño”. Paró por un segundo de hablar y breves segundos después continuó diciendo: “Solo te regalé esto porque, como ya te dije mientras vimos la película, que te quedaría genial este estilo y que estarías incluso más sexy y guapa que la Johansson, pero no con intenciones de querer enrollarme contigo ni otros rollos raros. Es más, se lo comenté hace un par de semanas a Pilar y este regalo es tanto suyo como mío, es decir, no hay malos rollos”. Todo lo que me contó me tranquilizo y me hizo sentir mejor. Mucho mejor. Quizás mi ferviente imaginación me había jugado una mala pasada y había sacado las cosas de quicio. Por lo que yo también sonríe y me relajé. Al fin y al cabo era un bonito regalo.

Lo que no me hizo ya tanta gracia fue su siguiente comentario. Me dijo: “¿Por qué no te lo estrenas mañana y hacemos unas cuantas fotos para así inmortalizar lo guapa que vas a estar?”. Eso me empezó a mosquear y cabrear, pero enseguida me tranquilicé pues me dijo: “Y en cuanto hagamos las fotos con la cámara digital se las mandamos a Pilar por email para que ella opine”. Eso me relajó pues no dejaba de sospechar, una y otra vez, que Iñigo iba con dobles intenciones todo el rato, pero al meter a Pilar en todas las actividades que íbamos a hacer juntos me sentí más tranquila, por lo que accedí a su ofrecimiento. Y lo cierto es que no se hizo esperar, pues al día siguiente recibí una llamada suya al móvil para quedar para hacer esas fotos. Yo le pregunté dónde las íbamos a hacer y él me contestó que empezaríamos primero en mi portal, luego más fotos por la calle y luego por cualquier lugar que encontrásemos, todo así en plan espontáneo y natural. A mí me agradó esa idea. Supongo que se me subió a la cabeza mi posible futura carrera como modelo y que me engatusó con sus palabras de irme haciendo fotografías por toda la ciudad. Por lo que accedí y quedamos a las 7 en mi portal para iniciar esa sesión fotográfica vestida de esta forma tan peculiar. Para cualquiera que me viera le parecería que iba vestida de forma normal y corriente, pero tanto Iñigo como para mí sabía perfectamente que era una replica de la Scarlet Johansson de “Lost in traslation” y que eso, por motivos fetichistas o lo que fuera, le ponía a Iñigo.


Mentiría si dijera que estaba tranquila cuando me puse esa ropa, porque no fue así. Me costó ponérmela. No sé. Me sentí rara y extraña. Como si no fuese mi ropa. Como si me estuviese poniendo la ropa de otra persona. Y no era así, claro, porque era ropa nueva a estrenar con las etiquetas todavía puestas, pero aún así no podía evitar sentirme un poco descolocada con esto de la ropa. La camisa azul a rayas y el pantalón negro no me costó mucho ponérmelo, pero en cambio sí que me costó el jersey gris sin mangas, pues hacía años que no me ponía ninguno y me sentía algo rara. Me tiré mucho rato mirándome al espejo una vez ya vestida. Me contemple durante un largo periodo de tiempo como intentando cogerle el punto a este estilo. En realidad no difería casi nada de mi estilo de vestir del día a día, pero el saber (y el que Iñigo supiera) que era ropa calcada a la de Scarlet Johansson en esa película me hacía ponerme nerviosa. Finalmente me obligué a no pensar más en ello y a esperar que fueran las 7 para empezar este rally fotográfico tan especial.
Nada más verme Iñigo en mi portal se quedó perplejo, ensimismado, flipado y como aturdido, parecía que no me reconociese, como si no fuese yo y estuviese esperando a otra persona. Tras unos segundos de incómodo silencio por fin abrió la boca: “Lo que yo decía. Tú estás mucho más preciosa que ella con esa ropa. Muchísimo más. Te queda mucho mejor a ti que a ella. Lo sabía. No se puede estar más preciosa, guapa y elegante”. Sinceramente no supe qué decir ni qué hacer, por lo que solo dije un tímido y anodino: “gracias”. Menos mal que enseguida Iñigo cambió esa cara de pasmo por una más repleta de ilusión y entusiasmo empezando a tirar fotos sin parar con su cámara digital. Por lo menos en mi portal me hizo 10 fotos. No paraba. Empecé a andar y él no paraba de hacer fotos tanto por delante, por detrás, cerca, lejos, incluso subido a un alto para tomarme desde distintas perspectivas. No exagero si digo que me hizo más de 100 fotos vestida así, porque nos recorrimos muchísimas calles y él no dejó de disparar su cámara como si de verdad fuese un auténtico rally fotográfico. Además, a pesar de que era Febrero no hizo ese día nada de frío y el sol acompañó en todo momento. Debo reconocer que yo también me lo pasé bien, sobre todo porque eran fotos espontáneas, majas, naturales y muy divertidas, es decir, no tuve que posar en ni una sola foto, todo fue espontaneidad a raudales. Y eso me hizo sentir relajada, feliz y, sobre todo, ser yo misma. Era increíble, en un solo día con 18 años ya me había hecho más fotos que todas las que me hice con 17 años.

Al final de todo el rally fotográfico decidimos entrar en un bar a tomar algo. Iñigo empezó a hablar entusiasmado de un montón de cosas: de moda, de cine, de las fotos, de Pilar, etcétera. Su conversación era amena, alegre, desenfadada y muy natural. Se sentía muy cómodo hablando conmigo de forma espontánea y yo también me sentí muy bien a su lado. Por una parte me encantaba su aspecto físico (muy alto, ojos impresionantes, buen cuerpo), su elegancia (jamás he conocido a un chico que las camisas les queden mejor que a él y que sepa combinarlas mejor con los pantalones) y, sobre todo, su campechana personalidad, pues Iñigo podría parecer un niño pijo pero, aunque en parte lo era, lo cierto es que también era campechano, alegre, jovial y muy simpático. Sabía conectar con la gente, o al menos sabía conectar conmigo perfectamente, porque esa hora que estuvimos en ese bar me sentí muy cerca de él gracias a su empatía y su encanto personal. Tal fue su poder de seducción que no me percaté que llevaba un buen rato acariciando mi mano de forma suave. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba acariciándome así la mano, solo sé que cuando me quise dar cuenta de ello ya llevaba un buen rato así. De repente sentí pudor y vergüenza al ver como me acariciaba la mano. Me sentí violenta e incómoda, y él debió percatarse de ello pues me dijo: “Oye, ¿te parece bien que saquemos las fotos de la cámara y se las enviamos a Pilar para que las veas?”. Eso me tranquilizó mucho, y más me relajó que a continuación dijo: “Además debe estar a punto de conectarse al Skype, así se la pasamos directamente por el Skype”. Eso me calmó del todo. Que metiese a Pilar en nuestro día fotográfico, a pesar de que ella estuviese ese día en Barcelona, me confirmó que Iñigo no quería nada conmigo y fue justo lo que necesitaba para relajarme del todo.


Por lo que nos fuimos ambos muy contentos a su casa a sacar las fotos de la cámara y a volcarlas en el ordenador. Apenas tardó 3 minutos en volcar todas las fotografías que me hizo (aproximadamente unas 100). Acto seguido se conectó al Skype y efectivamente allí le estaba ya esperando Pilar. Le estuvo contando por la webcam todo lo que habíamos hecho ese día. Lo bien que nos lo habíamos pasado, lo mucho que nos habíamos divertido y el mogollón de fotografías que me había hecho. Le pasó alguna de esas fotografías y Pilar dijo que también le gustaban mucho y que salía muy bien. Yo me preguntaba, mientras manteníamos los tres esta conversación por webcam, si Pilar era consciente que esa ropa era la misma que la de Scarlett Johansson en “Lost in traslation” o si solo era una broma privada entre Iñigo y yo. En ningún momento dijo nada que delatase que se había dado cuenta de esa coincidencia, por lo que supongo que nunca supo que Iñigo me la regaló por ese morbo fetichista que tenía hacía esta actriz en esa película. De todos modos en breves minutos iba a ocurrir algo que sí que me descoloco del todo. Pues estábamos venga a reír y bromear a través del Skype cuando noté nuevamente la mano de Iñigo sobre la mía, acariciándola de forma tierna y suave. Por supuesto Pilar no podía ver eso a través de la webcam pero mi cara sí que debió cambiar porque me sentí muy turbada por lo que estaba haciendo Iñigo. Yo no sabía qué hacer. Por lo que disimulé todo el rato para que Pilar no sospechase nada. A partir de ese momento los minutos se me hicieron eternos. Pude por fin respirar tranquila cuando apagamos de una vez el dichoso Skype.


Nada más apagarlo quise recriminar a Iñigo por esas caricias sobre mi mano, pero no me dio tiempo, porque él se levantó tan tranquilo y empezó como si nada a desconectar la cámara del ordenador. Como si no hubiese pasado nada. Era como si lo hiciese subconscientemente lo de esas caricias y no se diese cuenta. De todos modos yo ya me sentía lo suficientemente incómoda por esta situación como para querer irme para casa. Por lo que le dije: “Oye, se me ha hecho muy tarde. Me voy ya para casa. Ya me pasarás algunas de las fotografías en un pendrive mañana o pasado. ¿vale?”. Iñigo no pareció inmutarse por mi repentino interés por querer irme tan rápido a casa. Es más, dijo tranquilamente: “Vale, ya te seleccionaré cuáles son las mejores y te las pasaré”. Por lo que ambos nos dirigimos a la puerta para despedirnos y fue entonces cuándo me pregunto: “¿Te puedo hacer otra foto más?”. Me pareció chocante y absurdo ese ruego, pues tenía por lo menos 100 fotos mías vestida así, pero enseguida matizó su ruego: “Pero sin el jersey, quítate el jersey y quédate solo con la camisa”. Pude ver perfectamente en sus bonitos ojos un brillo especial que delataba un deseo sexual reprimido hasta ese momento. Noté como ansiaba que me quitara el jersey y hacerme el amor allí mismo. Me asusté. Por lo que rápidamente dije: “No, no. Ya tienes muchas fotos. Ya otro día. Venga. Nos vemos otro día. Chao”. Y salí por la puerta. Bajé corriendo los pisos por la escalera a gran velocidad. No quise ni coger el ascensor. El corazón me latía frenéticamente y solo quería estar a solas para que se calmase de una vez.


Puede que mi salida de su casa fuese muy melodramática y excesiva. Al fin y al cabo solo me había pedido una foto sin el jersey y quizás eran imaginaciones mías ese deseo sexual que veía en sus ojos. Quizás me estaba dejando llevar por la ansiedad y me estaba comportando paranoicamente. Al fin y al cabo él me gustaba mucho, más que nadie en el mundo, pero era tal conflicto interno el que me provocaba que fuese el novio de Pilar que me hacía imaginarme cosas raras. Por lo que me apoyé en la puerta de su portal a respirar de forma sosegada y a tranquilizar los latidos de mi corazón que no hacían más que latir de forma desbocada. De nada sirvió que me tranquilizará, pues de repente vi a Iñigo justo a mi lado en el portal. Me quedé anonadada y sin saber qué hacer o decir. Él sonrió y me puso su dedo índice en mi boca para que no dijera nada. Solo me dijo: “Tranquila miniña, ha sido un día muy intenso y ahora solo tienes que relajarte”. Acabó de decir esa frase y me besó impetuosamente en los labios, un beso de más de 6 segundos por lo menos. Un beso tierno, suave, intenso, cariñoso y muy sensual. Un beso inolvidable. Un beso eterno. Y un beso que bajó todas mis defensas al mínimo. En ningún momento me separé de su cara para esquivar el beso o para rechazarlo. Y debería haberlo hecho. Pero mi sentido común no me respondía y lo cierto es que me sentía muy bien tras ese beso. ¿Me estaría enamorando por primera vez en mi vida? A pesar de mis 18 años nunca había estado antes enamorada de nadie (lo de Edu fue siempre una obsesión, no un enamoramiento). Fuese lo que fuese, era un conflicto, y de los gordos.

(9,50)