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Mi primer todo

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El 2008 era para mí un año decisivo en el futuro más inmediato. La necesidad de liberarme de las normas impuestas me inoculaba todo tipo de fantasías, especialmente las derivadas de una vida en libertad. Libertad social, libertad para decidir, libertad sexual... En casa me sentía como un reo esperando su excarcelación. Necesitaba un indulto o, más concretamente, el morbo de una fuga planeada.

Llevaba meses urdiendo una escapada a un pueblo de la Costa Brava, donde vivía Violette, una mujer seis años mayor que yo con la que llevaba casi uno chateando e intercambiando todo tipo de intimidades virtuales. Lette94 llevaba meses ofreciéndome su hospitalidad para disfrutar de unas vacaciones merecidas con ella, una descompresión familiar que se me antojaba indispensable. Fue recientemente cuando nos atrevimos a intercambiar nuestros teléfonos para establecer un acercamiento más real y, consecuentemente, consolidar no solo una relación de amistad, sino hacerla tangible y verídica.

Lette y yo llevábamos en contacto diario desde hacía muchos meses, y habíamos canjeado multitud de confesiones y fotografías, desde las más inofensivas hasta testimonios más explícitos de nuestra idiosincrasia íntima. Nunca se me ocurrió que mis secretos con ella fueran consecuencia de una posible relación lésbica u homosexual. En realidad, yo estaba acostumbrada a compartir con mis amigas reales más liberadas todo tipo de secretos inconfesables y vicios por descubrir. Y no por ello pensaba estar consolidando una faceta sexual que, por otro lado, me parecía tan natural como cualquier otra opción. Confieso que, en algún momento, en la nocturnidad de mis sábanas, había fantaseado con Lette y su voluptuosa orografía desnuda, pero al día siguiente se lo escribía en el chat y nos reíamos un rato.

Violette era un pivón español de origen francés, morena con ojos claros, una melena azabache preciosa y más curvas que un ocho. Liberada, independiente y muy sexual, yo temía que a su lado iba a ligar muy poco en mis vacaciones, pero ella insistía en que mi belleza juvenil, la proporción de mis formas y mi tez blanquecina adornada con pecas eran envidiables y, especulando sobre mi vida, ya me había atribuido un sinfín de supuestos novios y amantes. Pero la realidad había sido bastante más aburrida de lo que ella intuía. En verdad, por aquella época, yo solo había tenido un novio “serio” desde los 16 que, en cuanto consiguió meterse en mi bragas para robarme la doncellez, dejó de mostrar interés por mi persona. Cuando hice partícipe a mi nueva amiga de esta frustrante experiencia, soltó una carcajada y me invitó a cambiar la dinámica.

Recuerdo que fue un 2 de junio cuando, en contra de la opinión de mi familia, decidí tomarme esas vacaciones junto a la enigmática Lette. Con ella acordamos que me quedaría hasta el día 30, pero cuando te aventuras a un encuentro desconocido nunca se sabe a ciencia cierta qué deparará la convivencia. Tampoco era algo que me preocupara. Estaba deseando conocer en persona a mi nueva compañera de vacaciones y, con todo lo que sabía de ella, pocas sorpresas me podía llevar. La ruta en el autobús de línea regular iba a permitirme todavía pensar mucho en todo lo que tenía ganas de hacer. Justo hasta que me dejó frente al paseo marítimo y, bolsas en mano, fui recibida calurosamente por la que, hasta ahora, era mi amiga virtual más estrecha.

-”¡Querida nena, cuántas ganas tenía de verte!”, vociferó ella entre una avalancha de turistas despistados.
-”¡Pero si es mi voluptuosa gabacha favorita!” le respondí yo con irónica efusividad.
-”Guau, eres aún más guapa que en las fotos y por Skype”, sentenció para ruborizarme.
-”Tú eres tan preciosa como cuando me mandaste la primera foto”. Esperé que no sonara muy cursi.

Nos dimos dos besos y un largo abrazo y caminamos hacia su coche mientras cambiábamos impresiones rápidas acerca del viaje y de mi futura estancia con ella. Tras dejar el equipaje en el vehículo nos dirigimos a la playa para sentarnos en la arena sin dejar de hablarnos y tocarnos, y así corroborar que ambas éramos reales. Esta iba a ser mi primera gran amiga en la Red.

Al llegar a su casa repartimos tareas, ideas y planes para el futuro inmediato. El piso, situado a 200 metros del mar, no era lujoso pero estaba muy arreglado y limpio. Mi habitación, como la suya, daba al mar a través de un gran ventanal orientado al Este. No era una estancia grande, pero suficientemente acogedora para descansar e incluso convertirla en improvisado picadero. Me reí hacia dentro cuando pensé en eso.

El ocaso asomaba ya por el horizonte y el resto de la tarde fue un sinfín de risas y comentarios acerca de nuestras vidas y nuestros proyectos. La tarde era preciosa como no la recordaba, y encadenó con una noche que nos sirvió a ambas para seguir conociéndonos hasta sucumbir de cansancio al abrigo de la madrugada. Esta iba a ser la primera vez que yacía de sueño con una amiga.

Llevaba una semana en casa de Lette y el tiempo pasaba demasiado rápido. Casi a diario salíamos por las noches para regocijar nuestra líbido por los antros más pijos y también más lúgubres del pueblo. Sin duda, la localidad estaba preparada para acoger la multitud de visitantes que llegaba cada año por estas fechas, y la oferta noctámbula era interminable. Normalmente llegábamos a un local y nos dispersábamos una por un lado y otra por el otro, de forma que al juntarnos horas más tarde disfrutábamos a tope contando nuestras experiencias con los ligones del lugar, los paquetes que poníamos duros y las babas que recorrían la mayoría de barbillas. Las risas eran de órdago, pero también la paulatina excitación que, noche tras noche, mis carnes protagonizaban a través de una calentura creciente que aún no me había atrevido a sofocar.

La décima salida nocturna tuvo como destino el local más pijo del lugar. Era una boite de alto nivel y precios prohibitivos donde, a pesar de ello, nos la ingeniamos para aceptar las múltiples invitaciones que nos ofrecían de forma continuada. No hay nada como enseñar las piernas a cuatro recalentados para beber de gratis toda una noche.

Tras ligotear y calentar a la concurrencia, el momento de reunirme con Lette había traspasado su límite y no era capaz de otearla en toda la sala. El lugar era amplio y a la vez acogedor, enmoquetado y con un aire renovado, incluso estando a rebosar de gente. La boite era muy chula, sí, pero mi amiga no aparecía por sitio alguno, así que pensé en aprovechar para refrescarme la cara y aliviar mi vejiga.

Los lavabos eran lujosos, limpios, impecables, y ahora vacíos. Bueno, no del todo. Una puerta permanecía cerrada, tras la cual se podía apreciar un leve susurro al que hice caso omiso para proceder a mis tareas higiénicas y de retoque facial. Decidí, no obstante, hacer uso del habitáculo colindante al ocupado por los runruneos, de forma que mi faceta de cotilla obtuviera su recompensa mientras yo evacuaba aguas menores. Y con las bragas por las rodillas, sentada cómodamente y los oídos clavados en mi vecina, empecé a comprender lo que estaba ocurriendo ahí dentro. Mi imaginación comenzó a desbordarse y mi contenida excitación a manifestarse. Al oír e imaginar de forma muy real una de mis fantasías más potentes, no pude evitar hacer uso de un gran sigilo para subirme a la taza e intentar vislumbrar, por encima de la pared, aquello que yo esperaba con toda mi alma que estuviera pasando. La primera toma fue heladora. Volví hacia atrás para esconderme rápidamente e intentar apaciguar mis latidos de nerviosismo y sorpresa. El fotograma que recordaba ahora mismo era el de Lette sentada en la taza cerrada con la polla de un maromo en la boca. ¡Joder! Ahora mismo tenía sentimientos contrapuestos. Por un lado me recorría una envidia espeluznante, y por el otro me alegraba de que al fin pudiera aliviar su semana y pico de continencia.

Mientras me recorría por el córtex cerebral todo tipo de pensamientos, a cual más contradictorio, mi oído parecía agudizarse para descifrar cada uno de los lametones que la muy guarra le estaba propinando a ese bate de carne. No pude evitar volver a encaramarme con el cuidado de no delatar mi presencia, y el panorama era aún más delicioso: Lette había bajado de su asiento para ponerse de cuclillas delante de su macho, de forma que el rabo le entraba ahora hasta el fondo de la boca en toda su extensión, la saliva cubría su barbilla y los ojos estaban inyectados de deseo. Menos mal que el tío había decidido disfrutar de ese momento con los suyos cerrados, lo cual me ofrecía a mí la mitad de posibilidades de ser descubierta. Pero volví a retirarme por precaución.

Al asomarme por tercera vez con todo el sigilo del que fui capaz, el maromo ya había volteado a mi amiga colocándola de pie contra la pared frontal, y la imagen que me regalaban incluía los primeros envites desde atrás mientras Lette se tapaba la boca con una mano para mantener la máxima discreción. Pronto empezaron a sonar con más firmeza los golpes entre ambos cuerpos y los chasquidos entre ambos sexos. Cuando a Lette se le cayó la mano de la boca, por puro cansancio, el tipo le tomó el relevo con la suya, echando hacia atrás su cabeza ajustando, a la vez, el ángulo de penetración, cada vez más profundo y constante. Me retiré de nuevo. Mi propia excitación era un hecho, mi ropa interior atestiguaba mi humedad, y sentía por primera vez cómo me palpitaban los labios en mi entrepierna. Pensé en aliviar ese torrente de calentura ahí mismo y con uno de mis dedos, pero no quería perderme ni un segundo de aquella función pornográfica que había caído en mis manos por la gracia de mi destino.

Mi última incursión furtiva fue muy breve porque ese tipo ya mostraba una necesidad imperiosa de descargar su lujuria. El semblante de Lette era sobrecogedor, completamente congestionada y con aspecto de haber descargado varias veces alrededor de la verga que la empalaba. Y antes de que yo pudiera asimilar toda esa información en mi cabeza, el macho salió del interior de mi amiga e, intentando ensordecer a duras penas sus gruñidos de placer, comenzó a eyacular sobre su espalda manchándole la rabadilla desnuda y la zona posterior de la blusa, con varias descargas de leche abundante y espesa. En ese momento desaparecí de la zona lo más silenciosa y rápidamente que pude. Esa iba a ser la primera vez que atestiguaba un acto sexual en riguroso directo.

Cuando nos reencontramos en la sala, nos miramos, sonreímos y decidimos salir de ahí para purificar nuestros pulmones con la brisa marina de una noche cerrada que ya casi había llegado a su fin. Caminamos lentamente, cogidas del brazo, algo achispadas por el alcohol y con ganas de llegar a casa y descubrir un nuevo día. Esa noche, bajo el rocío de la aurora, abrigadas con un silencio solo roto por nuestros propios pasos, no intercambiamos experiencias jocosas como otras veces. A Lette se la veía decididamente cansada, y yo no iba a quebrantar ese momento de sosiego. Me miraba por el rabillo de los ojos, sonriendo de forma pícara y con intención de que le confesara algo:

-"Te debes haber puesto muy cachonda mirándonos, ¿eh guarrita?", me soltó la cabrona como el que no quiere la cosa... Me puse morada de vergüenza.
-"¿En serio que me habéis visto espiando vuestros actos?", respondí completamente ofuscada.
-"Él no sé, yo te vi un segundo cuando me estaba follando desde atrás", soltó la tía. Y añadió: "Y tú deberías desinhibirte un poco también, y disfrutar de una buena polla un día de estos. Debes andar dando palmas, hija mía, jajajajaja."
-"Ya, bueno, no soy una puta chupapollas lamevergas follafalos como tú jajajajaja". Nos reímos al unísono y cerré el tema.

El día siguiente se despertó gris, cerrado, denso y triste. Salí de la habitación y me encontré a Lette en la cocina preparando el desayuno, con cara legañosa y aliento de pescado.

-”¡Pero tía!, ¿aún no te has duchado y aseado? Apestas a zorrón de barra americana”, le espeté medio en serio.
-”Lo sé Eva, pero con el día que hace hoy he pensado que podríamos hacer zafarrancho de limpieza. ¿Para qué ducharme antes?”. En eso tenía razón.
-”Pues no te acerques mucho a mí o tendré que ponerme una máscara”, añadí, esta vez en broma y acompañando unas risas.
-”Usted perdone, Majestad. ¿Acaso no debes oler tú a cachonda pajillera y reprimida? jajajaja.”
-”Serás puta...” El caso es que tenía razón la tía. La noche anterior me había puesto a mil espiando a Lette consumando, y todavía llevaba puestas las bragas que, con tanto entusiasmo, había mojado durante la función. El caso es que limpia, limpia, tampoco iba.

Tras una mañana de trabajos domésticos intensos mi amiga cumplió su promesa de ducharse, y yo era la siguiente. Entré en el lavabo para hacer pis y disponerme al ritual higiénico. Aún me hallaba sentada en la taza, aliviando mis últimas gotas, cuando Lette abrió las cortinas para tantear su toalla.

-”Estás preciosa Eva, así sentada y con las braguitas en las rodillas” fue lo primero que dijo al pillar la toalla.
-”Gracias, jejeje”. Me ruboricé un poco y, al mismo tiempo, su comentario me encantó.
-”Quédate así mientras me seco, anda”, dijo a continuación.

La cara de lasciva que se le estaba poniendo a Lette empezaba a dar miedo. Completamente desnuda, mostrándome su cuerpo corrompido, plagado de curvaturas perfectas y de proporciones impecables, se cubrió con una bata y, tirándome de la mano, casi sin darme tiempo a recolocarme la ropa inferior, me condujo en absoluto silencio hacia su habitación y, manteniendo una serenidad hasta ahora desconocida, se sentó en una butaca frente al gran espejo de su armario, reclamando que me sentara sobre ella en la misma dirección, de cara al espejo, dándole la espalda a sus insultantes voluptuosidades.

-”¿Qué es lo que está pasando, Lette?”, le pregunté tímidamente.
-”Solo quiero que nos lo pasemos bien, Evita. Relájate y disfruta estos momentos”, soltó la tía sabiéndose la maestra de ceremonias.
-”Nena, me tocaba ducharme ahora, ¿qué quieres hacer?”, reclamé temblorosa y excitada por la situación.
-”¿Te ves bien en el espejo?”, preguntó.
-”Muy bien, pero está algo cerca, ¿no?”
-”Esa es la idea, cariño. Levanta los pies y colócalos sobre el espejo, abre tus piernas para que pueda verte bien desde aquí y baja los brazos a cada lado de tu cuerpo.”

La seguridad de Lette me estaba dando ahora mucho miedo y, a la vez, me hacía temblar con un calambre por todo el cuerpo, consciente de que me había convertido de repente en cautiva de sus propias perversiones. Empecé a experimentar una atracción física real que, una vez más, colapsó en contradicciones. Pero no estaba dispuesta a omitir ni uno solo de sus virtuosismos en mi convivencia con ella, así que me dejé llevar asumiendo todas las consecuencias, si es que podía haberlas. La obedecí y coloqué mis piernas en el espejo como ella había sugerido, dejando en su reflejo mi zona más íntima expuesta, exclusivamente censurada por la breve tela que la cubría. Su cuerpo desabrigado debajo de mí transmitía un cúmulo de sensaciones indescriptibles, todas ellas derivadas del ardor que nos robábamos la una a la otra. Sus redondeces frontales, excitadas y compactas, ejercían de sustento a mi cuerpo ofrecido. Me daba un poco de vergüenza reconocer los detalles de mi propia entrepierna. La cercanía a la superficie acristalada me obligaba a doblar las rodillas, de forma que mi exposición era casi total. Un concepto que Lette aprovechó enseguida para hurgar por el exterior de mi escudete con una de sus manos mientras usaba la otra para acariciar uno de mis pezones endurecidos.

-”¡Hostia Lette!”, le susurré inmersa en un placer repentino.

Y usó mi primer gemido de agitación para, desde su hundida posición, doblarme el interior de mi braga hacia afuera y dar fe en el espejo de aquello que ambas ya sabíamos.

-”Te recuerdo que antes me llamaste guarra, así que ahora te invito a que mires  bien cómo llevas tus braguitas, so cerda”, me susurró al oído.

Entre los humedales provocados por la función de anoche, el repentino ardor de esta mañana y varias circunstancias que me niego a redactar aquí, efectivamente mi ropa interior era un poema justo donde descansa mi concha calvita. No sé si me gustó descubrirme así, tan físicamente extrovertida, tan sexualmente empática. Yo no estaba acostumbrada a obsequiar a nadie con algo tan explícito... ni siquiera a mi único novio hasta la fecha. Esas sensaciones eran nuevas para mí, pero Lette se encargó de acomodar mi bochorno y muy pronto hizo que me centrara en lo que realmente importaba ahora.

Tras mostrarme mi suciedad física y moral volví a suspirar de placer cuando introdujo, en la misma posición, la mano entera bajo la tela de la vergüenza. El hecho de comprobar sus movimientos en primera persona gracias a la refracción del armario multiplicaba exponencialmente la percepción de cada momento y sus consecuencias inmediatas. Teniendo ya uno de sus dedos escudriñando mi cueva empapada solo pude entregarme a los abusos a los que me sometía mi amiga. Sin poder ver en realidad qué ocurría bajo mi paño acuoso, sí que podía constatar el estímulo delicioso de mis partes más sensibles.

-”¡Qué mojadita estás ya!”, seguía cuchicheándome al oído.

Yo no estaba en disposición de responder a nada. Creo recordar que, posiblemente, ya me había corrido hacía rato, pero no estaba segura de ello. Nunca antes había sentido todo eso en mis partes bajas y, desde luego, jamás me mojé de esa forma. Los chasquidos de sus dedos jugueteando sobre mis labios me parecían atronadores, y cuando esos mismos dedos me los introducía en la boca para que probara mis propios efluvios, me embriagaba un olor y un sabor a sexo que tampoco fui capaz de reconocer de épocas pretéritas. Cada vez que volvía a introducir sus pequeñas extremidades dentro de mi coño aprovechaba para añadir un dedo más, y en uno de esos viajes se los llevó a su propia boca, los relamió con fruición y confesó que “estaba muy salada”. Seguro que tenía doble significado esa frase. O triple, vete a saber.

Llegó un momento en que yo ya me retorcía de placer sobre el cuerpo sudoroso de Lette. Me insistía una y otra vez que no dejara de mirarme en el espejo, que no apartara la vista de mi entrepierna. Como si fuera la entrepierna de otra afortunada. Y cuando se aseguró de que la estaba obedeciendo y disfrutando el panorama, apartó rápidamente a un lado la tela empapada para mostrar mi apertura sagrada en toda su rojez. Ella misma se encargó de acompañar ese gesto con un sonido de sorpresa, pues el panorama era muy sugerente. Con el tiempo que llevaba masturbando mi vagina consiguió extraer de ella lo que, jocosamente, llegué a pensar después que era mi primera papilla. En realidad se trataba de todo el flujo lechoso que consiguió cuajar con sus movimientos y que ahora rezumaban por todo el exterior de mi sexo llegando a tapar completamente mi ano.

-”Dios Eva, eres una puta ninfa, nena”, volvió a regalarme al oído.

La excitación de Lette se hizo tan relevante que decidió obsequiar mi sumisión con un clímax que procuró trabajarse con gran talento, frotando mi clítoris con la palma de una mano mientras pellizcaba una de mis areolas mamarias entre los dedos de la otra. Rápidamente comprendí cuál era su objetivo y permití que los temblores previos a mi descarga improvisaran los movimientos, justo hasta que mi grito largo y agudo precedió al chorro orgásmico que rebotó contra el espejo e hizo que me cayera del regazo de mi amiga, mientras en el suelo acababa de aliviar mis contracciones entre un charco tibio de lujuria. Ahora sí que estaba segura de haberme corrido.

El resto del día, hasta la hora de la cena, permanecimos en su cama fusionando nuestros cuerpos e intercambiando los néctares que el frenesí sexual nos ofrecía en cada sesión. Aprendí a hacerle el amor a una mujer, a poseer sus agujeros con mis dedos y lamer los orificios que prometieran cualquier atisbo de exacerbación. Alternábamos el turno de nuestros juegos y nos ofrecíamos placer con una pasión desgarradora. Ese gran espectáculo resultó ser mi primera experiencia sexual con una mujer.

Veintidós días después de mi llegada, la estancia en casa de Lette iniciaba su recta final. La experiencia estaba siendo toda una revolución en mis costumbres y tabúes. Yo todavía estaba muy verde en temas de prácticas amorosas y, por lo tanto, su promiscuidad y ausencia de prejuicios con los demás me estaban calando hondo. Aún no había consumado el acto sexual con ningún tío desde que llegué, pero mis escarceos nocturnos hacia la habitación de mi amiga, con cierta asiduidad, colmaban sobradamente mis necesidades fisiológicas genitales. Y amorosas.

Pero Lette no estaba satisfecha con mi conformismo. Ella era consciente, porque así se lo había contado yo, que mi timidez con los tíos se convertía a veces en un impedimento para experimentar y compartir más a fondo mi sexualidad. Desde que mi primer novio me dejara, solo había tenido una experiencia posterior con un hombre. Y en realidad se trataba de una simple paja que le realicé a un conocido durante una salida semi etílica. Al acompañarme de vuelta a casa en su coche intentó calentarme a tope explicándome, no sé bajo qué contexto, que su polla era más grande que la media, y que sus descargas eran comparables a las que podía ver en los vídeos porno. Será los que veía él, porque yo... El caso es que los dos gin tonics que me había tomado esa noche desbloquearon mi líbido y atrevimiento y, arrinconándolo bajo las escaleras en el portal de casa de mis padres, le saqué la polla para aliviar su dudosa humildad. No recuerdo que, en su posición más dura, ese nabo tuviera más tamaño que cualquier otro, pero es cierto que al descargar su entusiasmo contra la pared dejó un buen recuerdo para la señora de la limpieza.

Ya era de noche. Habíamos cenado en casa, y la francesita cachonda y yo estábamos afilando nuestras armas de seducción para una salida inminente. Nunca planeábamos la ruta, simplemente escogíamos el primer local al que nos apetecía ir y después los acontecimientos encadenaban la velada. Cuando llegamos al Arnold’s, un establecimiento de corte tejano plagado de cachas con sombrero vaquero y damas de punta en blanco, nos unimos a los bailes y aceptamos cuantas invitaciones nos caían. Solo transcurrieron 2 horas para ver a Lette literalmente colgada del cuello de un maromo inmenso que la manoseaba sin cortarse un pelo. La tía guarra era muy divertida y hermosa, y los tíos se la rifaban en cuanto imponía su presencia. Mientras ella calentaba motores yo me limitaba a seducir con mi simpatía a mis pretendientes, sin ofrecerles la más mínima oportunidad de disfrutar con el tacto de mis curvas.

Un rato más tarde ya estaba algo agobiada por el ambiente cargado del lugar, los manoseos de los más listillos durante las danzas y el mareo del alcohol ingerido, así que me propuse hacer uso del lavabo y así aprovechar para descansar un rato. Pero al no divisar a Lette por la sala deduje que estaría, precisamente, usándolo ella para desatascar sus agujeros a golpe de tranca. Y yo no estaba dispuesta a repetir espectáculo así que, incluso con ganas de mear, preferí salir por la puerta del patio posterior privado que incluía también un acceso al office. Me encendí un cigarrillo fuera y respiré hondo, apoyé mi cuerpo contra la pared y le di vueltas a un montón de disertaciones de cara al futuro. Los cubatas siempre me ayudan a filosofar.

Cuando el aire fresco despejó mis neuronas intuí que no estaba sola. Un ruido a 10 metros de mi posición delató la presencia de uno de los vaqueros que, momentos antes, se podría confundir con las decenas de ellos que habían en el local. Pero este era especial. Se trataba del ranchero gigante que sirvió a Lette de colgador hacía un par de horas. Estaba apoyado contra la pared de forma casi idéntica a mí minutos antes, pero su semblante era mucho más alegre. A primera vista no entendí muy bien qué hacía ahí ese tipo, así que me acerqué disimuladamente y entonces adiviné perfectamente a mi amiga arrodillada entre sus espuelas sacándole brillo al sable. Al oírme, ambos clavaron sus miradas hacia mí y, asustada y avergonzada, me di rápidamente la vuelta para desaparecer rauda cual grácil insecto alado.

-”¡Eva!”, gritó la chupona. Clavé mis pies en la tierra.
-”Perdón, perdón... no sabía que estabais aquí”, justifiqué mi presencia.
-”¡Eva!”, insistió la abrillantadora de bates. Ahora me giré. “No seas vergonzosa, nena, acércate”.
-”No, no... si acaso ya nos vemos dentro luego”, improvisé con la garganta seca.
-”¡Eva!”. Joder, qué pesada resultó ser la pule-miembros en ese momento. “Ven a ver esto, cariño. Alberto tiene de sobras para las dos”. Hala, venga. Qué fina la tía, pensé con cierto desdén. Pero me acerqué. Ya lo creo que me acerqué.

Lette no se incorporó, permaneció agarrada al pedazo de pollón que ahora le servía de agarradera para mantener el equilibrio sobre las puntas de sus pies. Me extrañó verla todavía con la ropa puesta, y deduje que recién había comenzado el lustre de ese mango grueso y morado. Él no parecía sentirse muy afortunado por la situación que su compañera tenía la intención de regalarle. Parecía más bien que pensara algo como “ya estaba así cuando llegué”. Solo se había bajado los calzones a medio muslo, lo justo para recibir placer oral y salir pitando en caso de necesidad.

-”Hostia Lette, mira que eres guarra, ¿eh?”, le reproché desde el alma.
-”Sí que lo soy, pero es que mira qué polla, tía”, se justificó ella. “Acércate más y ponte a mi lado, Eva, que le haremos a Alberto una mamada que ni se lo imagina, jajajaja”. Qué mona la niña...

Me aproximé tanto a la pareja que la gabacha guarrona metió sus manos bajo mi faldita y me arrebató las bragas bajándolas a toda prisa para extraérmelas del todo. No entendí muy bien para qué necesitaba airear mi chocho si íbamos a practicar una mamada en canon, pero preferí no contradecir a la mamona reina. A medida que doblaba mis rodillas para acercar mi cara a ese hermoso glande brillante fui asumiendo la grandeza de sus proporciones. Mi último movimiento culminó en una postura calcada a la de mi compañera, justo a su lado, de cuclillas, casi rozando nuestras mejillas para abarcar ambas ese órgano amenazante. Lette empujó mi cabeza desde la nuca invitándome a abrir la boca mientras, con su otra mano, permanecía asida a la verga. Introduje lentamente el glande en mi boca que, a medida que asumía más superficie, forzaba mis comisuras. Cuando conseguí abarcar con mis labios todo ese grosor me dio la sensación de haber desencajado la mandíbula, pero ese pensamiento desapareció cuando Lette empujó mi cabeza por sorpresa, y de un golpe, hacia adelante para que el empalador de Texas gozara la estrechez de toda mi profundidad. Sé que lo disfrutó  porque el tío emitió un gruñido de satisfacción bastante evidente y, a la vez, yo notaba cómo ese falo de piedra se endurecía aún más apoyado sobre mi lengua.

-”Chúpale bien la polla a este cerdo, nena”, espetó la Puta de Babilonia mientras acompañaba los vaivenes de mi cabeza desde atrás hacia adelante hasta generarme una arcada tras otra.

Empezaba a quedarme sin respiración y no tuve más remedio que sobrevivir a través de mis fosas nasales. Cada vez que la tensión en mi boca permitía una mínima relajación, escupía un reguero de saliva espesa y blanquecina que mi organismo fabricaba a un ritmo inusual. Mi amiga disfrutaba muchísimo mi forzada situación porque, cuando yo roncaba un gemido de disgusto, ella empujaba aún más mi cabeza hacia los huevos de Alberto obligándome a tragar carne hasta la campanilla. Solo faltaba Peter Pan. En un momento dado Lette cambió de posición y se colocó justo detrás de mí, segura de que la mamada estaba ya controlada y que su rol en esa escena debía evolucionar. Agachada y apoyada sobre mi espalda introdujo una mano en mi entrepierna y comenzó a pajear mi coñito con gran intensidad. Cuando noté esa sensación brutal de placer repentino extraje todo el tronco de mi boca, bañado en espuma, y emití un fuerte gemido de aprobación.

-"Cómo te gusta que te hurgue la patata, ¿eh, amor?", soltó la tía con total seguridad. "Vuelve a meterte a Alberto dentro, quiero que os corráis a la vez".

Obedecí y adapté mi hueco bucal para asumir de nuevo la excitación pétrea de mi follador. Empecé a acostumbrarme a que esa barra de metal caliente jugueteara dentro de mí, y fui perfeccionando la técnica en cada envite. Pero pronto dejé de prestarle mi total atención porque Lette no descansaba en mi entrepierna. Mi vejiga no había sido liberada antes, y esa supuesta incomodidad fisiológica acrecentaba mi sensibilidad y, por lo tanto, mi placer. Cuando Alberto observó que mi interés por él había menguado, fabricó con su propia mano una coleta en mi cabellera para servirle de empuñadura y controlar sus movimientos finales. Aunque fui consciente de esa osadía de dominación, yo estaba demasiado excitada pensando en el orgasmo que estaba a punto de llegarme. Lette me susurraba todo tipo de guarradas pornográficas al oído, y Alberto sencillamente me usaba para pajearse mientras me abofeteaba suavemente las mejillas y las sonrojaba al ritmo de su propio éxtasis, ese que poco a poco iba llenando ya de semen mi garganta, descarga tras descarga, gruñido tras gruñido. No tenía intención alguna de tragarme todo ese engrudo espeso y caliente que, por momentos, me estaba dando más y más asco. Tampoco podía tomar ninguna decisión mientras ese cabrón me tuviera aprisionada entre su mano y su verga. Es algo que me preocupó solo por un momento, porque mi propio orgasmo iba a acaparar ahora toda mi energía y mi atención. Solté un grito que delató el momento a mi amiga y, mientras ésta rozaba y palmeaba con gran habilidad el botón de mi secreto, mis convulsiones derivaron en un largo y abundante chorro de orina que, desde hacía horas, estaba reclamando salir. Mientras me meaba y me corría en la mano de la putita del año, conseguí liberar mi boca del cautiverio y expulsé en el suelo toda la viscosidad lechosa que había conseguido retener.

Durante unos segundos quedé exhausta, apoyando mi equilibrio con una mano sobre Alberto, escupiendo restos de lefa e inspeccionando el charco que había generado justo debajo de mí, mientras Lette se incorporaba y me invitaba a hacer lo propio. Me pasé la manga por la boca para eliminar cualquier resquicio visual de la intromisión oral, me calcé la braga y salí del local atravesándolo por el interior hasta su puerta principal. Mi amiga me dio alcance en la calle, me colocó bien el cuello de la blusa y me rodeó con su brazo por encima de mis hombros. Caminábamos a toda prisa sin rumbo todavía fijo, pero su mirada de reojo y su sonrisa de pícara mostraban una necesidad imperiosa de revivir la última media hora a golpe de sonrisas. Y es que ella era muy consciente de que esa resultó ser la primera vez que un tío se vaciaba en mi boca.

El día de mi regreso a casa, tras un mes entero viviendo con Lette, fuimos juntas a la parada del autobús y, durante el camino reímos, recordamos y agradecimos la gran experiencia que había resultado ser nuestra reciente amistad. Pronto nos veríamos de nuevo, así que la despedida no tenía que ser triste. De todas formas, y aunque para mí no era importante, ella no acababa de encajar muy bien el hecho de que yo no me hubiera tirado a ningún tío durante todo este tiempo. Se lo razoné explicándole que tal vez yo hubiera puesto más interés en esa empresa si realmente no hubiera tenido más alternativas, pero las sesiones de desenfreno con ella y, por supuesto, el menú de salchichón con mayonesa que ella misma incorporó a mi dieta, consiguieron de verdad apaciguar mis instintos más primarios y disipó cualquier necesidad de follarme a un desconocido por el mero hecho de hacerlo. No pareció muy convencida con mis explicaciones, pero claro ¿qué más podía contarle yo a la Zorra del Año? Así se lo dije. Y con esas carcajadas me despedí de ella desde el ventanal, mientras ese cuerpo pecaminoso se hacía más y más pequeño a mi vista.

Me quedaban 4 horas de viaje por delante y, para colmo, me tocó sentarme junto a un pesado de cojones que no paraba de darme coba y comentar cualquier estupidez que veía a través de la ventana. Estaba cansada y quería aprovechar el trayecto para relajarme, pero iba a ser imposible con ese pelmazo a mi vera. Y el resto de asientos se hallaban todos ocupados. Pensé incluso en pagar a alguien para que me cambiara el sitio, pero me contuve. Tampoco quería ser faltona. Yo llevaba mis gafas de sol puestas, ocultando la cara de mala hostia que se me estaba poniendo por momentos mientras el chaval, de unos ventipico, más bien guapetón y con dotes de ligón profesional, no dejaba de darme la vara con la misma puta regularidad que un metrónomo.

Una hora y media de taladro se me antojaba ya demasiado y, durante la parada de descanso en un área, a mitad de camino, me bajé del autocar, como casi todos,  para estirar las piernas y sacudir mis oídos. Y claro, el Sergio de los cojones, que es como se llamaba el coñazo este, seguía mis pasos como si ya fuéramos amigos. Dios, qué suplicio, recuerdo que pensé mientras sonreía forzadamente sus soplapolleces.

Pensé que una solución temporal sería adentrarme en el lavabo de mujeres, donde él tenía el acceso prohibido. A no ser que fuera un tío con sorpresa, claro. Pero no lo era, afortunadamente, porque me siguió justo hasta la puerta y ahí permaneció. Diez minutos de tranquilidad abrigaban una meada que intenté alargar tanto como pude pero, a la vez, era consciente de que el autocar no iba a esperar por mí y salí rápidamente. Sergio seguía en el descansillo común, esperando a su amiga de toda la vida, y la mayoría de pasajeros todavía compraban chucherías o consumían en las mesas. Agarré al plasta por la manga hacia dentro, y con toda la mala uva que me salió en ese momento, lo empujé en total silencio hacia el interior de uno de los habitáculos, cerré la puerta con el pestillo y me lo quedé mirando a los ojos, a 10 centímetros de su propia mirada.

-”Ahora vas a hacer lo que yo te diga y vas a estar calladito. Si lo has entendido di sí”, le susurré con voz de mando militar.
-”¡Pero qué pas...!”
-”He dicho que cierres la puta boca y que hables cuando yo te diga, ¿lo pillas? Sí o no.”
-”Sss...”
-”Mete tus sucias manos debajo de mi falda y bájame las bragas, capullo”, le ordené.

El chaval empezaba a temblar, no sabía si de miedo o de pura excitación. Obedeció y dejó el coño a la intemperie debajo de mi ropa, le desabroché el cinturón y los botones de la bragueta a toda prisa, mientras fijaba mi miraba en él con cara de castigadora. Le saqué la polla aún medio morcillona para iniciar una paja cadenciosa que enseguida dio sus frutos. Sus muecas de gusto eran ya evidentes y, con absoluto sigilo, volví a dirigirme a él al oído:

-”Ahora me vas a dar la vuelta por la cintura, yo te regalaré mi grupa, colocarás delicadamente la tela de mi falda sobre la espalda, y me vas a follar el coño a toda hostia, ¿vale?”, le ordené con estilo de punición.
-”Sss...”

El muy imbécil comenzó a tantear con su glande mis dos agujeros sin mostrar la más mínima habilidad para seleccionar uno de ellos. Le recordé en forma lacónica que cumpliera de una vez con las putas órdenes que se le habían asignado, pero acabé agarrando su miembro yo misma para situarlo justo donde debía perforar. Cuando sentí que se hallaba a las puertas realicé un movimiento brusco hacia atrás y la verga encajó a la perfección, de un solo golpe, en mis entrañas, acompañando ese envite con sendos gruñidos de placer sobrepuestos, uno más grave y otro más agudo. Creo que el grave fue el mío.

Sergio no parecía tener muy clara la situación en la que le había metido, sus movimientos eran irregulares y torpes, y yo ya estaba lo suficientemente mojada y cachonda para recibir una buena follada. Empujaba mi trasero hacia atrás con la esperanza de jalear los ánimos del soldado raso, pero al final tuve que agarrar su cintura con una de mis manos para marcar un ritmo más apropiado. Cuando el tío encontró la armonía le espoleé para forzar la marcha. Ahora me estaba dando de verdad, y yo intentaba no exhalar ningún gemido que delatara nuestra práctica furtiva. Apoyé ambas manos sobre la cisterna del lavabo y subí una de mis piernas sobre la tapa cerrada del mismo, de forma que mi sexo quedara más abierto y expuesto a la vista del recién ascendido a cabo segunda.

El ritmo de mi intruso iba en aumento. Por fin el chaval se había desbloqueado y ahora estaba disfrutando tanto como yo del momento. Prácticamente a cada sacudida acompañaba un gruñido de placer, y yo respondía con un gemido solapado.

-”¡Avísame cuando te corras!”, le exigí en voz baja. Una reclamación apenas perceptible, pero que esperé que hubiera entendido bien, ya que no me apetecía nada cargar con un pequeño plasta retrasado nueve meses después.

Sus bramidos se hicieron cada vez más elocuentes, y la carne que me empalaba aumentaba en consistencia y voluminosidad. Es un momento sexual muy difícil de soslayar porque el momento álgido de los genitales de un tío suele transmitirse de forma muy explícita en nuestro interior. Pero no quería más riesgos. Le empujé con una mano hacia atrás para extraerlo de mi fondo, me di rápidamente la vuelta para enfrentarme a él y, encogiendo mis rodillas, me coloqué a la altura de su cintura y le susurré con mirada de colegiala piruletera:

-”Córrete en mi cara, como en las pelis porno”.

Está claro que no se esperaba esta reacción, porque durante un par de segundos no supo muy bien qué hacer. Supongo que esperaba que yo le pajeara para dirigir su descarga, pero cuando se encontró con la polla suelta, bailando al ritmo de su respiración, se la agarró rápidamente con una mano y comenzó a masturbarse a toda prisa con el objeto de evitar una merma en la excitación. Estuvo unos segundos tocando la zambomba a gran velocidad, mientras yo permanecía agachada disfrutando su melodía y ofreciendo mi jeta de recipiente. Enseguida ralentizó los bombeos y, a la vez que esgrimía un gruñido más largo y ronco de lo habitual, soltaba con fuerza los chorros de esperma que aterrizaban sobre mi frente cruzándome la cara hasta la barbilla. Debieron ser tres o cuatro descargas potentes de leche porque me inundaron la superficie de mi tez impidiéndome abrir uno de mis ojos y obligándome a respirar por la boca, por tener las fosas nasales obstruidas con su pastosidad.

-”Debemos darnos prisa si no queremos perder el autocar”, le comenté seguidamente, todavía con la cara hecha un mapa.
-”Sss...”, respondió el capullo.
-”¡Ve rápido a pillar asiento y que no se vayan sin mí!”.

Salió del lavabo a toda prisa, prácticamente con los pantalones por las rodillas, mientras yo me afanaba a eliminar el engrudo de mi piel y quedar visiblemente aceptable.

El resto del viaje fue una delicia. Creo que Sergio aún estaba en shock, y no abrió más la boca hasta el momento de despedirse al llegar al destino. Sin duda, el fin justificó aquí los medios. Y Lette no podía enterarse de esto. O sí. Pero no se lo iba a creer. Porque esta iba a ser la primera vez que me follaba a un completo desconocido.

Fin

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