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Los crímenes de Laura: Capítulo decimoquinto

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Un pacto entre caballeros. 

Nivel de violencia: Bajo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.

-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.

-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

 

El teniente de la Guardia Civil, Xavier Xacón, volvió a darse la vuelta sobre sí mismo, enrollándose en las sábanas y arrebatándoselas a su acompañante. No podía dormir. Llevaba un muy mal día. De hecho, llevaba una muy mala semana.

-¿Estás bien? –preguntó el hombre que intentaba conciliar el sueño a su lado-. No paras de moverte. ¡Devuélveme la sábana!

-Lo siento… Estoy… preocupado –contestó, desenrollándose, para quedar tumbado con la mirada perdida en el techo.

-¿Qué te pasa, mi amor? –dijo el hombre incorporándose y acercando sus labios a los de Xavier.

-Cosas del trabajo… Cosas del pasado –respondió, tanto a la pregunta como al beso tierno entregado con dulzura por su amante.

-No puedes vivir en el pasado.

-Lo sé. Lo que pasa es que siempre he sido consciente de que algún día… Sabes que he tenido que hacer cosas para ocultar mi… condición.

-¿Qué condición? Tú no eres de ninguna condición –replicó el hombre, apartándose de Xavier y frunciendo el ceño.

-Perdona… Sabes lo que quiero decir. Aún ahora mismo no hay un solo gay en la Guardia Civil…

-Tú eres gay, cariño, y Guardia Civil…

-Sí, pero nadie lo sabe… A eso voy. No puedo hacerlo público… Si se enteraran…

-¿Es eso lo que te preocupa?

-Sí… No. Quiero decir… Cuando me casé…

-De eso hace ya mucho tiempo.

-Sí, hace mucho… Pero me casé por motivos equivocados, egoístas… Y mi hijo… Mi mujer siempre lo supo, ¿sabes?

-¿El qué?

-Que nunca me sentí atraído por ella; por ninguna mujer, en realidad. Era una buena muchacha, y fue una buena esposa. Pero las cosas no podían salir bien…

-¿Por qué me cuentas todo esto?

-Por nada, ven aquí, quiero otro beso.

El hombre se volvió a acercar a Xavier, besándolo pasionalmente, procurando disipar sus preocupaciones con el juego de sus lenguas, con el roce de sus labios. Pero las preocupaciones necesitan más que un beso para ser desechadas.

-Es que… están pasando cosas… -continuó Xavier, apartándose de nuevo de su amante.

-¡Ay por Dios! ¿Por qué no lo dejas?

-¿Si me hubiera visto obligado a hacer algo terrible, tú me perdonarías?

-No te perdonaré si no te callas ya y me dejas darte un beso en condiciones.

Se calló, consciente de que el perdón de su compañero era algo que posiblemente necesitaría muy pronto. El beso fue tierno, dulce, sensual; Xavier se sintió transportado durante unos instantes al vacío absoluto, donde nada importaba, donde sólo eran ellos dos, y el cosmos a su alrededor. Agarró a su amado por la cabeza, con la mano derecha, y apretó ligeramente, para que el beso no terminara nunca, para que aquella sensación de paz no le abandonara, porque cuando se detuviera, sabía que todos sus temores volverían.

El hombre que besaba no opuso resistencia al brazo que le rodeaba, y estirando su propia mano, comenzó a acariciar el pecho del fornido guardia civil, que se movía rítmicamente, al compás de la respiración pausada. Ahora ya ninguno pensaba en conciliar el sueño, pues la temperatura de sus cuerpos no dejaba de subir. La mano del hombre, que había comenzado acariciando el pecho, bajó por el torso de Xavier, apartando la sábana de un manotazo y dejando al descubierto su cuerpo desnudo. La polla del guardia civil aún no estaba alzada, pero ya indicaba su intención de despertarse. El amante bajó la mano hasta la entrepierna, y comenzó a acariciar el falo con dulzura. Mientras, sus labios no se habían separado.

Xavier consiguió mover el brazo izquierdo, que estaba aprisionado bajo su amado, y lo dirigió a su entrepierna, mientras que con la otra mano acariciaba el espeso y oscuro pelo rizado.  Notaba cómo su compañero le envolvía el miembro ya casi del todo erecto, y cómo iniciaba un suave movimiento. Él también halló un falo entre sus dedos, y lo acarició como pudo, atrapado entre las sábanas. Vació su mente de oscuros pensamientos, y se dedicó a disfrutad del mágico momento.

Ninguno de los dos buscaba un rápido desenlace, pues uno necesitaba relajarse, y el otro deseaba ayudar a su amante. Los besos se fueron sucediendo, lengua a lengua, labio a labios, segundo a segundo. El hombre más delgado se separó de Xavier tan sólo unos centímetros, y sin soltarle la polla, que seguía masturbando, deslizó la boca hasta su pecho. Con ternura mordisqueó los pezones que resaltaban en los trabajados pectorales, repasándolos con cuidado. El guardia civil suspiraba a cada paso, a cada instante, a cada contacto de su hombre.

Ambos estaban con la polla del otro en la mano, enlazados sin hablarse, tan sólo disfrutando. El amante seguía recorriendo a Xavier de parte a parte, descendiendo por el torso y lamiendo los abdominales. Xavier no se movía, más allá del ligero acariciar de su mano, y dejaba vía libre a su compañero. El beso que había comenzado en los labios, descendido hacia el pecho, y atravesado el vientre, se acercaba sin remedio a la zona de la bragueta. Cuando así lo consideró oportuno, y sin que ninguno de los dos dijera nada, el amante separó sus labios del cuerpo de Xavier un instante, para acto seguido acercarse la polla a su boca. Notó cómo Xavier suspiraba cuando se la introdujo entre los labios, para después sacarla y lamerla con avidez. No era demasiado grande, tampoco demasiado pequeña, era, podría decirse, perfecta para él. Deslizó la lengua por el glande, saboreando las primeras muestras de excitación que salían de su hombre y lo rodeó con los labios, apretando, como si pretendiera atraparlo en una trampa. Se detuvo un momento, disfrutando; después movió su cabeza de arriba abajo, siendo complacido por suspiros delirantes.

Xavier deseó repentinamente poder devolver aquel placer; disfrutar entre sus propios labios de la polla de él. Con un movimiento suave, pero firme, apartó a su amante de la tarea en la que tan bien se aplicaba y le obligó a tumbarse de espaldas. Xavier fue más directo, y abandonando cualquier preliminar, se acercó al inhiesto falo de su compañero, y lo engulló casi hasta la base. Con la polla dentro de la boca jugueteó con su lengua, intentando alcanzar cada rincón, apretándola contra el paladar, o simplemente recorriéndola sin prisa. Cuando se la sacó, necesitó un par de segundos para retomar el aire que le faltaba, pero no hubo más tregua, pues de inmediato continuó con la felación, moviéndose de arriba abajo, lamiendo con lujuria, chupando con deseo.

-Ven… ponte… necesito que me folles –dijo Xavier, sacándose por fin la polla de la boca; fundiéndose de nuevo en un tierno beso con su amante.

El hombre estiró el brazo, y agarró un frasco plateado que siempre estaba sobre la mesilla de noche, al lado de la cama. Vació una buena cantidad de su contenido en la mano y se acercó a Xavier, que le esperaba arrodillado. Depositó la crema sobre el ano y lo acarició con delicadeza. Introdujo los dedos por el recto, poco a poco, para no hacer daño, primero uno, luego otro, y al final, casi toda la mano. Xavier jadeaba descontrolado al sentirse penetrado, y rogaba que se dejara de juegos, pidiendo ser sodomizado.

El hombre escuchó, hizo caso, y sacó los dedos. Se puso a espaldas de Xavier y apuntó al orificio perfectamente dilatado. No tuvo problemas en metérsela de un solo envite, y cuando estuvo dentro no esperó ni un segundo para comenzar a cabalgar. Xavier se movía frenéticamente bajo su amante, mientras suplicaba que le diera con más fuerza, que deseaba sentirse una perra. La polla del hombre se abría paso, embestida a embestida, partiendo a Xavier por dentro; haciendo que gozara, jadeando y maldiciendo.

-Voy… voy a correrme… -resopló el hombre.

-No pares ni un segundo, sigue, sigue… sigue… -la respuesta de Xavier fue entrecortada, pero no dejaba lugar a dudas de lo que deseaba.

Cuando el amante no pudo soportarlo más, se vació en el interior del guardia civil que seguía a cuatro patas. Xavier notó cómo las descargas inundaban su intestino, reconfortándole, llenándole también de paz.

Sin darle respiro a su amante se apartó de él, notando cómo la polla salía de sí, y cómo parte del ansiado maná blanco la acompañaba. Cogió el frasco que estaba a su lado, tirado en la cama, se dio la vuelta y se untó con lubrificante el falo.

-Ven, siéntate aquí –le dijo a su acompañante.

El hombre le dio la espalda y se acuclilló, dejándose guiar por Xavier. Cuando estuvo en posición, cogió el miembro con la mano y lo introdujo en su interior, dejándose caer despacio, permitiendo que la polla embadurnara dilatara su ano. En el momento estuvo totalmente sentado, esperó unos segundos, hasta que se adaptó al trozo de carne que le penetraba, y cuando sintió que estaba dispuesto, empezó a moverse, metiendo y sacando. Xavier estaba tremendamente excitado, sintiendo el cabalgar de su amante, y el semen que le escurría por el esfínter. No hizo falta demasiado para que eyaculara abundantemente, gritando como un desalmado.

Ambos se levantaron de la cama, tras besarse con cariño, y se fueron al servicio, a limpiarse por delante y por detrás. Cuando regresaron a la cama, se acurrucaron tiernamente el uno junto al otro.

-¿Sigues preocupado? –preguntó meloso el hombre.

-No… Gracias, me has hecho olvidar todos los problemas… -mintió Xavier-. Ahora descansa, mañana será un día malo… Otro día malo.

El amante cerró los ojos, pero Xavier no pudo dormir, sabiendo que sus vidas, tal y como las conocían, podían estar a punto de acabarse.

La detective Laura Lupo abrió los ojos en una mugrienta habitación de motel. Miró el reloj, y suspiró; era hora de levantarse. Procurando no hacer ruido se vistió y se aseó someramente en el baño. Cuando se subió en su sedan oscuro, fumando un cigarrillo, el día no había comenzado a despuntar, pero aun así, tendría que darse prisa. Condujo por las calles desiertas hasta su casa y aparcó el coche en la puerta de la finca. Como casi todas las mañanas, le dio un trago a la botella de ginebra, se duchó, se recogió el pelo, se vistió, y volvió a salir por la puerta. Al llegar a la comisaría, el subinspector Germán García estaba ya allí, de pie en la puerta frontal del edificio.

-¿Hace mucho que esperas? –preguntó Laura, parando el coche a su lado.

-Acabo de llegar hace dos minutos –replicó él, subiéndose en el coche y sentándose a su lado-. Vamos a interrogar al teniente Xacón, me cago en todo, y a ver si no la jodemos.

Laura salió a la avenida, y puso rumbo a la dirección donde vivía el teniente de la Guardia Civil. Tenía una corazonada, sospechaba que en aquel hombre residía la clave para desentrañar todo el misterio. Cuando llegaron a la calle, se cruzaron con una furgoneta negra, de reparto, que venía por el carril contrario. Laura bajó la velocidad y se la quedó mirando; pero descartó el impulso de dar la vuelta y pararla. Seguramente había miles de furgonetas como aquella, y su tarea no era identificarlas, para eso ya estaban los compañeros uniformados. Seguramente no sería nada.

Detuvieron el coche de policía secreta justo en el portal, y llamaron al telefonillo. Tras unos segundos, contestó una voz grave:

-¿Quién es?

-¿Teniente Xavier Xacón?

-Sí

-Somos de la unidad de delitos especiales y violentos, de la Policía Nacional.

-Adelante, les esperaba.

El portal se abrió con un zumbido, y Laura y Germán entraron en el edificio. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, en el piso en el que estaba el apartamento del teniente Xacón, ambos policías sacaron de inmediato sus nueve milímetros. Ante ellos, frente a la puerta del guardia civil, había, abandonada, una maleta.

-Joder, Germán ¡La puta furgoneta! Dame tu móvil.

-¿Para qué coño quieres mi puto móvil? –dijo el subinspector saliendo del ascensor con la pistola en alto, sujeta por ambas manos, mirando a izquierda y derecha.

-Dámelo.

-Toma, joder. –Le lanzó el móvil sin volver la vista, y caminó hacia el hueco de las escaleras, apuntando hacia ellas.

Mientras Germán descendía por la escalera, buscando a su asesino en cada planta, Laura llamó a la central y dio la descripción de la furgoneta que acababa de cruzarse. Solicitó a cualquier agente que hubiera por la zona, y dio orden de encontrar aquel vehículo. Cuando colgó el teléfono, había vuelto a bajar a la planta baja en el asesor. Salió de la finca y se sentó de nuevo en su sedan. Encendió el motor y las luces de emergencia, y salió disparada tras los pasos de la furgoneta.

Quince minutos más tarde, regresaba abatida a la finca donde la esperaba el subinspector.

-¿Dónde coño has ido Laura? ¡Me cago en la puta! ¿Ahora huimos de los escenarios de un crimen?

-¡Cállate! ¡La furgoneta! ¿No lo ves? ¡La furgoneta!

-¿Qué furgoneta? ¡Joder!

-La que nos hemos cruzado cuando llegábamos. Era él. Era él. Estoy tonta, ¡tonta! –dijo Laura golpeándose la cabeza con la palma de la mano-. Mi instinto me decía que debía parar esa furgoneta… Coincidía con la jodida descripción, pero llevábamos prisa… y he pensado, demasiada casualidad…. ¡Tonta!

-¡La puta! ¿Has avisado?

-Sí, ya la están buscando, todos los agentes de la zona están sobre aviso. ¡Joder!

-Vamos a evacuar el edificio, Laura, ¡me cago en Dios! No sabemos lo que puede haber en esa maleta. Llama a los artificieros, por si acaso, y que venga un equipo forense.

-Sí sabemos lo que hay en la maleta, Germán, no perdamos tiempo –dijo Laura, y entró en el patio de la finca.

-No…, espera…

-No tenemos tiempo que perder.

-Está bien, mierda… pero si volamos por los jodidos aires, será tu puta culpa.

Cuando volvieron a subir, el teniente Xacón ya había abierto la maleta, dejando a la vista su macabro contenido. Una joven de tez morena, no mayor de veinticinco años, acurrucada desnuda, y desangrada.

-Le dije que no tocara nada… ¡Me cago en todo! Le dije que se metiera en casa –reprendió el subinspector-. Usted mejor que nadie debería saber….

-Lo… lo siento… esta pobre chica… la han matado por mi culpa… -dijo el teniente Xacón con los ojos vidriosos.

-Entre en la casa, espérenos dentro. Ahora podrá contarnos lo que quiera.

Germán le arrebató a Laura su teléfono y llamó a la central. Solicitó refuerzos para custodiar el cadáver y evitar contaminación en la escena del crimen, y que acudiera cuanto antes alguien del equipo forense. De la furgoneta, nadie sabía nada, parecía haberse evaporado.

Durante varios minutos revisaron el pasillo, sin tocar la maleta, pero no encontraron ninguna pista que les fuera útil. Cuando al fin llegó una patrulla uniformada, les encomendaron la vigilancia y protección de las pruebas; y entraron en la casa del teniente Xacón.

El teniente de la Guardia Civil estaba sentado en un sofá, visiblemente alterado, y junto a él, un hombre alto y delgado, que les invitó a sentarse y les ofreció si querían tomar algo. Los policías declinaron el ofrecimiento, pero se sentaron.

-Podríamos… ¿Podríamos hablar a solas? –preguntó Germán.

-No, no es necesario… Él puede quedarse, quiero que esté aquí… -contestó el teniente Xacón.

-Como quiera…

-Hace un momento nos ha dicho que esa joven ha muerto por su culpa… ¿Por qué? –preguntó Laura, interrumpiendo a Germán.

-¿Qué? ¡No digan tonterías! –exclamó el hombre alto y delgado.

-Por favor, cariño –intervino Xavier- déjame que cuente mi historia… Esto ha llegado demasiado lejos. No puedo seguir cargando con todas estas muertes…

-¿Pero…? ¿Qué…? ¿Qué muertes…? –El hombre parecía desconcertado.

-Todo empezó hace muchos años… Muchos, muchos años. Yo soy… bueno, verán, soy… -al teniente Xacón parecía costarle un gran esfuerzo continuar. Ambos policías permanecían en silencio, esperando-. Soy homosexual.

-¿Y bien? –preguntó Laura.

-Eso en la Guardia Civil no está bien visto. No… Y ahora, aún… pero entonces… Mi historia empieza en mil novecientos setenta y cinco. Yo era en aquel tiempo un joven agente de la benemérita, que cambiaba de destino continuamente. Pero tenía un problema. Me gustaban los hombres. Yo sabía que aquello estaba mal.

-¡Eh! –protestó el acompañante de Xavier.

-Perdón… Yo, creía, que aquello estaba mal… Me casé, intenté ocultarlo, quería cambiar, de verdad, quería ser… normal.

»Finalmente fui destinado a un pueblo castellano… Y busqué ayuda en la iglesia…. Maldita la hora. El cura intentó volverme al redil, intentó ayudarme, o no, no lo sé… Lo que sí sé es que una noche, el dieciocho de diciembre, de mil novecientos setenta y nueve, jamás lo olvidaré, me llamó al cuartel. “Tenemos un problema” me dijo, “y tú vas a ayudarnos”.

»Ignacio Idalgo, un mal nacido, un gánster de poca monta, había apalizado a su mujer hasta la muerte. Y querían que yo lo encubriera. Me negué, por supuesto que me negué. No quería participar en nada semejante… Pero el sacerdote, hijo de la gran puta, sabía mi secreto. Me amenazó con contarlo. “Es secreto de confesión” le decía; pero no parecía importarle. Yo tenía un hijo en camino, ¡mi hijo!… Estaba casado, tenía una vida, una familia… No podía dejar que aquello me la destrozara.

»Debí haberme negado… Preferiría mil veces haber sido repudiado por la familia, haber sido expulsado del cuerpo, lo que fuera, lo preferiría a lo que ha pasado… Pero entonces no pensé en las consecuencias… La mujer estaba muerta, ¿y qué podía hacer yo? Eran otros tiempos… Las cosas funcionaban de otra forma. Necesito que lo entiendas.

Xavier se volvió, suplicante hacia su amado, pero este lo miraba con horror, y no contestó. Sus ojos suplicantes se dirigieron primero a Germán, después a Laura, pero en ellos tampoco encontró consuelo.

-Ignacio Idalgo era poderoso –continuó, suspirando-. Tenía contactos, y el mal nacido del cura, Víctor Vega se llamaba...

-¿Ese es el cura que murió en la iglesia? –interrumpió Laura, atando cabos.

-Sí, fue asesinado… Por Hugo… El hijo de Idalgo… Pero permítame contarle la historia entera. Como les he dicho, era un hombre poderoso y a través del párroco, que conocía nuestros secretos, consiguió la colaboración de dos hombres más.

-El juez Alonso y el fiscal Perea –volvió a interrumpir Laura.

-Sí. Alonso sólo quería medrar en su carrera, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo… Idalgo le prometió ascensos rápidos, por sus contactos en el ministerio... Las cosas funcionaban de otra forma entonces… Y Perea, pobre desgraciado… Era un jugador empedernido, estaba en la miseria, en la ruina más absoluta. En cuanto al cura, creo que lo único que deseaba era tener a su disposición mujeres jóvenes y guapas.

»Fue un pacto entre caballeros. Ocultamos las pruebas, e hicimos que el asesinato pasara por suicidio. Y durante mucho tiempo así quedó todo. Idalgo cumplió su palabra;  Alonso fue ascendido, y trasladado aquí transcurridos un par de años. Y nos olvidamos del asunto, el mal estaba hecho, así que lo único que podía hacer era continuar con mi vida.

»Pero no tuvimos en cuenta al joven Hugo, al hijo de Idalgo. Él sabía la verdad, él sabía que su madre fue asesinada, y finalmente se cobró su venganza, matando al hijo de puta de su padre. Ironías de la vida, fue a pedir ayuda al mismo cura que había ocultado el crimen de su madre, supongo que sin saberlo… Yo volví a recibir una llamada, y de nuevo, para evitar que todo saliera a la luz, tuve que ocultar las pruebas y hacerlo pasar por suicidio. No sé cómo se lo montaron Perea y Alonso, pero consiguieron que todo fuera tapado. El fiscal Perea se trasladó aquí también con aquel caso, no sé cómo, ni por qué, pero supongo que para no dejar cabos sueltos.

»Me imagino, y sólo es una suposición, que como Hugo negó entierro a su padre en el pueblo, junto a su madre, y envió el cuerpo aquí, al cementerio de la ciudad, pudieron trasladar el expediente. Cómo Perea necesitaba representar al ministerio fiscal para que nadie hiciera preguntas, solicitó el traslado, a saber con qué artimañas… Pero esto no es seguro, tan sólo una teoría….

El amante de Xavier parecía triste, decepcionado, mientras que Laura y Germán escuchaban en silencio, tomando nota de toda la historia. Como nadie dijo nada, el teniente Xacón continuó con la historia:

-Así pues, creímos que todo había acabado, que Hugo había ejecutado su venganza, y respiramos tranquilos. Pero no fue así. Ocho años después, justo el mismo día, siempre el mismo día, dieciocho de diciembre, encontré a una joven asesinada, degollada, en su propia casa, con evidencias que apuntaban al sacerdote Víctor Vega. En aquel momento yo ya era teniente, y mírenme, sigo como teniente… Cuando me enteré, supuse que había sido obra de Hugo, que había averiguado la participación del cura en el complot para ocultar la muerte de su madre. Intenté avisar al sacerdote, pero no sirvió de nada… Hugo le disparó en la misma iglesia… ¿Eso es lo que comentaba antes, agente…?

-Detective. Lupo. Sí. Continúe.

-Está bien… Volvimos a ponernos en contacto, para silenciarlo todo. Yo me encargué de ocultar las pruebas; ellos de hacerse cargo del caso. De nuevo, todo quedó en nada, nadie hizo preguntas, y pudimos seguir con nuestra vida. No teníamos idea de cómo había averiguado Hugo la implicación del padre Víctor Vega, pero temíamos que también estuviera al tanto de nuestra intervención. Aquello fue demasiado para Pablo Perea, que se jubiló casi al archivar el caso… Supongo que le pesaba demasiado la conciencia… Y a mí… A Alonso no lo creo.

»Durante trece años, cada vez que llega el dieciocho de diciembre, mi corazón se ha encogido, esperando la venganza, pero no estamos en diciembre… Cuando leí en los periódicos lo que sucedía, quise llamarles… Pero no pude… Pensé que tal vez le cogerían antes de que volviera a hacerle daño a nadie… Pero me equivoqué de nuevo. Ya ha matado a tres jóvenes inocentes…

-Bueno, más vale tarde que nunca… -dijo Laura.

-No… no vale… Supongo… supongo que ahora tendrán que detenerme.

-Sí. Queda usted detenido.

-¿Podría…? ¿Podría salir sin las esposas…? Por favor.

-No creo que las esposas sean necesarias –replicó Germán.

El compañero de Xavier, que hasta el momento había permanecido en silencio, se levantó, y aún sin decir nada, se dirigió a una de las puertas del salón.

-¿Podrás perdonarme? –le suplicó Xavier. Pero no obtuvo respuesta.

Cuando salieron del apartamento, escoltando al teniente Xavier Xacón, el doctor Dédalos ya estaba inspeccionando el cuerpo.

-Oh, Germán, Laura, por Darwin, tenéis que ver esto –dijo el forense-. Esta chica es más rara que las anteriores… Mirad, tiene pene. Es francamente desconcertante.

-Ha cuidado hasta el más mínimo detalle –comentó Laura, acercándose-. Ya sabemos quién es el asesino, Dédalos, pero aún quedan demasiadas incógnitas. Entre ellas, dónde encontrarlo y si piensa volver a matar.

-Sí que matará, Laura –sentenció el forense-. Cuando alguien perturbado le coge el gusto a la muerte, no se detiene fácilmente… Pero espero equivocarme.

-Entonces nos vamos, no tenemos tiempo que perder, luego paso a ver qué has averiguado.

Bajaron en el ascensor con el teniente Xacón, y lo sentaron en la parte trasera del sedán oscuro.

-Germán –dijo Laura-. Llama a la central, y pide que busquen cualquier propiedad a nombre de Hugo Hidalgo en la ciudad. Con un poco de suerte le pillaremos antes de que mate a nadie más.

El teléfono de Germán empezó a sonar antes de que tuviera tiempo de sacarlo para marcar. Atendió la llamada y cuando colgó, se giró hacia Laura con el rostro ensombrecido y dijo:

-Llegamos demasiado tarde, siempre demasiado tarde…

-¿Qué ha pasado? –preguntó Laura, sorprendida.

-El juez Alonso ha desaparecido, su mujer cree que lo han secuestrado.

 

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