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Historias del spa. ¡Relájame mucho!

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Os voy a contar algo que me pasó hace muy poco y que jamás me imaginé que me podría sucerder a mí. No voy a decir que soy una mujer guapa, pero soy bastante alta, morena, de ojos grandes y negros y labios carnosos. Soy bastante curvilínea, lo que nunca me ha ido mal con los hombres, siempre y cuando les gusten las hembras de verdad, porque además necesito que me tengan bien satisfecha en cuanto a asuntos de cama se refiere.

Sexualmente siempre he sido bastante activa, aunque no he tenido más que tres parejas a lo largo de mi vida, pero soy de las que nunca tiene un dolor de cabeza nocturno. Hace diez años me casé muy enamorada de mi marido y nos ha ido muy bien en todos los aspectos hasta hace unos seis meses. Él me engañó con una compañera de su trabajo y le pillé enseguida porque resulta que es incapaz de mantenernos a las dos contentas a la vez y la que se quedó a dos velas fui yo. Para no enrollarme mucho, resumiré diciendo que hace medio año que no hacemos nada de nada, así que no podéis ni imaginaros cómo estoy de histérica. No he querido nunca tener una aventura con otro hombre y no sé muy bien por qué, digamos que simplemente no puedo, no me apetece nada. Con el que siempre he querido tener sexo desde que le conocí, es con mi marido, que ha sido el que mejor me ha follado con mucha diferencia. No creo que haya nadie que me pueda hacer sentir lo que me hacía sentir él y no tengo ganas de experimentos.

Hace dos semanas, cuando salí de la oficina y sabiendo que no me esperaba nadie porque mi marido estaba de viaje, decidí pasarme por un spa cercano a ver si podía darme un masajito relajante. No soy muy aficionada a este tipo de terapias, pero me entró el antojo repentino y me dije que por qué no iba a darme un capricho de vez en cuando, así que dicho y hecho, allí me presenté. Me recibió una señora de aspecto muy elegante de unos cuarenta y tantos años con el pelo recogido en un moño alto y vestida con una bata blanca. Le conté que estaba muy estresada ultimamente y que lo único que quería era poder relajarme completamente durante el tiempo que duraba el masaje.

-Tenemos exactamente lo que necesitas, además ahora hay una oferta estupenda de cinco masajes pagando solo cuatro. Y déjame que mire, pero creo que incluso la terapeuta ha tenido una cancelación de última hora y está libre ahora si quieres.

-¡Oh! ¡Eso sería fantástico! -contesté.

La señora me dejó esperando unos minutos en la recepción y volvió sonriente.

-¡Efectivamente! Si lo deseas, Morgana está libre para ti.

-¡Genial! No la hagamos esperar.

Saqué mi tarjeta de crédito y pagúe los cinco masajes. La señora me hizo seguirla por un pasillo donde la luz era tan ténue como en la recepción y olía a deliciosos aceites esenciales. Me llevó a una sala donde había una pequeña fuente en el medio y se escuchaba una música suave por el hilo musical. Me senté entre un montón de almohadones y me pidió que esperara allí a mi terapeuta. No se veía mucho movimiento de gente por ahí, solo unas voces de mujeres a lo lejos que debían estar usando un jacuzzi cercano a juzgar por los sonidos que me llegaban.

Al poco apareció una empleada bajita con rasgos orientales que me ofreció agua con limón muy sonriente. Aquello me pareció muy buen comienzo. Justo cuando se marchó la chica del agua, llegó una mujer de unos treinta y tantos años que llevaba una bata blanca que le sentaba perfectamente. La verdad es que nunca me han atraído las mujeres, pero he de confesar que aquella tenía un cuerpo escultural. Sin ser muy alta, no tenía ni una gota de grasa, pero lo que más sobresalía de ella eran sus dos enormes pechos que se aprisionaban contra aquella bata abotonada. Llevaba su pelo liso recogido con una pinza en un moño y se sentó a mi lado cruzando las piernas y descansando en ellas una carpeta de plástico con un formulario que mucho me temía, era para mí.

Tal y como esperaba, tuve que contestarle a unas cuantas preguntas de si me habían operado de algo, si tenía alguna lesión, alergias, bla, bla, bla. Cuando acabó me dirigió a los vestuarios y me dio una llave para una taquilla. Me dijo que cuando estuviera lista me llevarían a su cabina. La misma chica que me había llevado el agua me dio un albornoz, unas zapatillas y un paquetito que supuse que sería el típico tanga deshechable. No hablaba mucho pero sí sonreía, así que deduje que no hablaba español. Tampoco necesitaba muchas más instrucciones, así que me desnudé y me puse el albornoz, guardé todas mis cosas en la taquilla y cerré con llave con una gran satisfacción de no llevar nada encima, sobre todo el móvil. Durante una hora iba a estar completamente perdida del mundo disfrutando de un relajante masaje.

La chica oriental me hizo un gesto para que la siguiera y me llevó a través de pasillos y escaleras hasta la cabina donde me esperaba mi terapeuta. Nunca pensé que aquella casa diera tanto de sí, pero era mucho más grande de lo que parecía. Entré en la pequeña habitación donde había varias velas encendidas y un agradable aroma a rosas. La temperatura era un poco alta para mi gusto pero enseguida me di cuenta de que llevaba puesto un albornoz bastante grueso y que cuando me lo quitara, la cosa cambiaría. Por una pequeña puerta auxiliar apareció Morgana, mi terapeuta, frotándose las manos con un aceite o una crema. Me dijo que me quitara el albornoz y se lo diera y que después me tumbara boca abajo en la camilla. Me pareció un poco raro que se me quedara mirando descaradamente. Lo que había visto en otros sitios donde había ido, era que la masajista no entraba hasta que tú ya estabas tumbada en la camilla, pero en cualquier caso, no soy nada pudorosa, así que me quité el albornoz y se lo di. Ella me miró descaradamente de arriba a abajo y me sonrió. Mientras colgaba mi albornoz detrás de la puerta me tumbé en la camilla tal como me había dicho y pude oir como corría los cerrojos de las dos puertas. Estábamos solas y aisladas del resto del mundo.

Como tenía colocada la cabeza en el hueco por el que solo podía ver el suelo, empecé a guiarme por los ruidos que venían hasta mis oídos. Morgana puso una música súper relajante y me tapó con una toalla para que no me enfriara. La oi manipular algunos frascos y seguidamente se acercó a la camilla y me destapó la espalda. Cogió una cantidad de aceite y se frotó las manos posándolas suavemente sobre mis omoplatos. En ese momento sentí electricidad desde la coronilla hasta la punta de los pies. El roce de sus manos contra mi piel me hizo respirar profundamente y Morgana se rio.

-¡Buf! ¡Sí que vienes tensa! -dijo suavemente-. No te preocupes. Relájate que vas a salir nueva de aquí.

Yo no pude ni quise contestar nada. Solo dejé escapar una especie de gruñido de satisfacción. El masaje continuó como todos, arriba y abajo desde los hombros hasta la mitad de la cintura. Entonces noté como me separaba ligeramente las piernas sin levantarme la toalla y se subía encima de la camilla de rodillas para hacer más fuerza sobre mi espalda. Aquello me pareció extraño pero excitante porque me la imaginaba detrás de mí frotándome con las dos manos estando yo casi completamente desnuda. Jamás se me habría ocurrido pensar algo así dándome un masaje. Me extrañó mi propia manera de pensar, pero decidí seguir imaginándome cosas... Después de todo era la primera vez que alguien acariciaba mi cuerpo desnudo en mucho tiempo, así que cerré los ojos y me propuse disfrutar.

Cuando Morgana acabó con la espalda me volvió a cubrir y se colocó en uno de los lados de la camilla para masajearme una pierna. Cuando sentí que me levantaba la toalla, separé las piernas con tanto descaro que cualquiera podría haber pensado que lo hacía por comodidad. A ella no pareció importarle. Me masajeó deliciosamente los dedos de los pies, los tobillos, las pantorrillas... Se puso al final de la camilla y comenzó a masajearme la parte posterior de los muslos, desde la rodilla hasta la ingle.

La toalla me cubría el culo y el principio de la pierna, así que notaba como sus dedos se metían por debajo de la tela y eso me excitó mucho. Sus movimientos eran largos y lentos desde la rodilla hacia arriba. Cada vez subían un poco más, yo creí que estaba probando a ver si me sentía incómoda si llegaba demasiado arriba, (ya se sabe que hay mucho tiquismiquis). Me di cuenta de que cada vez con más frecuencia, en cada pasada me rozaba "accidentalmente" con la punta de sus dedos en la ingle, incluso llegando a tocarme el labio mayor. Al principio me quedé petrificada, pero viendo que lo hacía con naturalidad, no solo no le di importancia, sino que separé un poco más las piernas para hacerle creer que lo hacía para ayudarla dándole un poco más de espacio. Creo que cuando vio que a mí no solo no me importaba, sino que parecía gustarme, con la mano izquierda levantó la toalla dejando al descubierto las dos piernas y el culo, mientras que colocaba su mano derecha de manera que podía masajearme la ingle desde atrás. Noté como su dedo pulgar se acercaba peligrosamente a la raja de mi culo mientras me amasaba la entrepierna sin llegar a tocar más allá con una mano y con la otra me estrujaba y sobaba el glúteo.

En ese momento empezaba a darme igual casi todo. Supongo que con la facilidad que tengo para lubricar, en ese momento debía estar bien mojada y Morgana tenía que estar viéndolo. Simplemente me dejé hacer. De pronto paró y ni corta ni perezosa tiró lentamente de la tira del tanga deshechable hacia abajo, com para sacármelo por las piernas. Eso me pareció realmente extraño, porque precisamente era una prenda que te daban para no quitarte... Para que quedara clara mi aprobación, levanté el culo de la camilla para ayudarla a desnudarme, pero tuve que juntar las piernas para que lo sacara. Entonces me dio vergüenza volverlas a abrir y esperé a ver qué hacía ella.

Tiró el tanga al suelo y sin dudarlo metió sus dos manos entre mis rodillas para separarlas despacio pero firmemente desde la cara interna de los muslos, con sus palmas pegadas a ellos. Abrí las piernas todo el ancho de la camilla sabiendo que desde su perspectiva Morgana me estaba viendo todo el coño húmedo perfectamente. Mi respiración estaba bastante agitada pero desde mi situación no podía ver si Morgana también estaba excitada. Sin saber muy bien qué esperar, Morgana empezó a masajearme mi redondo culo desde el centro hasta afuera, metiendo sin ningún sonrojo sus manos entre mis nalgas, separándolas. En cada pasada bajaba siguiendo la forma redonda para seguir por la línea de mis ingles hasta los muslos, así contínuamente en un movimiento circular, separándome descaradamente el culo en dos y bajandopor las ingles, con las puntas de sus pulgares rozándome los labios mayores. Yo no pude evitar levantar ligeramente las caderas con una ligera cadencia producida por la excitación.

Ella debió darse cuenta de cómo yo estaba y decidió plantar sus manos abiertas sobre mis nalgas metiendo los dos dedos gordos en mi raja y bajando de manera que se apoyaran firmemente sobre los labios. Esta vez no fue un roce, sino que apretó más fuerte y sentí un placer muy parecido al que se siente al apretarse el clítoris. No pude evitar que se me escapara un pequeño gemido, pero traté de disimular porque temía estar malinterpretando sus acciones. ¿Y si después de todo era una técnica diferente de masaje de relajación? En realidad solo quería autoconvencerme de que eso no podía estar pasando ni aun menos, de que me estuviera gustando que una mujer me tocara tan íntimamente.

Repentinamente y cuando estaba casi a punto de reventar, paró de tocarme y se acercó suavemente a mi oido para pedirme que me diera la vuelta. Había olvidado que todavía me faltaba la parte de delante. Ahora sí que estaba completamente expuesta ante ella. Cerré los ojos porque me dio algo de pudor y ella me cubrió otra vez con la toalla. Pensé que aquello había sido un gran malentendido y me avergoncé por haberme mostrado como una perra en celo.

Morgana empezó a masajear mis brazos y mis manos con mucha sensualidad. Me levantó el brazo hasta la altura de su cara y lo masajeó desde el codo. Siguió bajando hasta la axila y el hombro apoyando decaradamente la palma de mi mano sobre una de sus gordas tetas. No me atreví ni a moverme ni a abrir los ojos, pero eso ya no me pareció tan normal. Se fue moviendo de manera que mi mano inerte terminó entre sus pechos, apoyada en el primero de los botones. Ella sabía bien que el botón estaba a punto de saltar y solo con el roce de uno de mis dedos, eso fue lo que pasó, pero en ese momento yo ya estaba decidida a no dejarme intimidar. Si ella tenía morro, yo doble ración, así que dejé que mi mano se moviera "tontamente" según ella masajeaba mi brazo y le acaricié el borde de sus preciosas tetas con la punta de mis dedos.

Era la primera vez que hacía algo así y me excité como una perra, tanto que inconscientemente me moví en la camilla, flexionando las rodillas y separando las piernas, pero sin abrir los ojos. La jugada se repitió en el otro brazo y yo volví a tocarle sus pechos, redondos, suaves y duros. Tuve que contenerme para no meterle la mano más adentro buscando sus pezones y pellizcarlos. En ese momento yo ya estaba desbocada. Me dejó delicadamente la mano en la camilla y se puso detrás de mi cabeza. Ya sabía lo que tocaba ahora.

Suavemente, retiró la toalla de la mitad superior de mi cuerpo, doblándola sobre mis piernas. Allí aparecieron mis dos tetas con los pezones tiesos como para cortar un cristal. Empezó a darme un suave masaje en el cuello y cuando menos lo esperaba bajó hasta mis pechos. Manipulaba los dos a la vez en movimientos simétricos, evitando tocarme los pezones. Noté que mi respiración no era precisamente la de alquien relajado, incluso tenía calor y había empezado a sudar ligeramente. El masaje de pecho no fue muy largo, pero en los últimos movimientos agarró mis pezones con todos sus dedos y los frotó como si estuviera sintonizando una emisora en una radio antigua. Se mantuvo así durante unos deliciosos segundos, consiguiendo que se endurecieran más y se alargaran. Entonces los soltó y los acarició suavemente con la palma de las manos.

Se movió hasta los pies de la camilla. Yo vi que aquello estaba cerca del final y abrí los ojos. Ella me miraba divertida mientras yo la seguía con la mirada, con cara de desesperación por saber qué sería lo siguiente que me haría para excitarme. ¡Maldita zorra! ¡Me había puesto terriblemente cachonda y yo no tenía quien me consolara!

Cogió la toalla que me había doblado antes sobre las piernas para taparme el torso, pero yo le pedí que no lo hiciera.

-Hace mucho calor aquí -le dije mirándola con deseo.

-Sí, es verdad, tienes razón -me contestó.

Por un momento pensé que se desnudaría y se subiría encima de mí para que pudiéramos besarnos y acariciarnos, pero no lo hizo. Solo me quitó todas las toallas que me tapaban y me dejó completamente expuesta sobre la camilla. Se dirigió a masajearme la parte anterior de las piernas y justo cuando empezaba con la primera decidí flexionar la contraria y abrirme ante ella descaradamente. Casi me muero cuando la vi que levantaba la mirada hacia mí, muy seria y soltándome la pierna. En ese momento me quería morir de la vergüenza y cerré las piernas instantáneamente. Entonces ella sonrió y me agarró de los dos tobillos, echándomelos hacia atrás y abriendo mis piernas como si fuera un portón de una fortaleza. Para mi sorpresa, metió las manos debajo de la mesa y sacó dos alas extensibles de los lados, colocando mis pies en ellos.

Inmediatamente recogió la parte del final de la camilla de manera que mi culo quedó justo en el borde, con mis pies sobre las extensiones, completamente abierta. Ahora sí que le estaba ofreciendo todo mi sexo baboso. Ella acercó un pequeño taburete de ruedas y se sentó de manera que quedó casi a la altura de mi sexo. Ya no había duda, pero aun así me miró y con una sonrisa me preguntó acercando cada vez más sus labios a mi coño. Creo que esperaba alguna reacción por mi parte, así que me incorporé sobre mis codos y dejé caer la cabeza para atrás justo en el momento en el que su boca entreabierta entraba en contacto con mi ansioso sexo. Me tumbé completamente y disfruté de aquellos profundos lametazos arriba y abajo que me daba aquella mujer.

Después de saborear un rato todos los jugos que abrillantaban mi sexo, abrió la boca y apoyó sus labios rodeando mi clítoris. Después hizo que chocara delicadamente su lengua con mi pepita. Pasó unas cuantas veces la punta de su lengua por la bolita dura y yo no pude aguantar más. Levanté las dos piernas hacia el techo agarrándome de su cabeza mientras me corría como una salvaje, momento en el que Morgana aprovechó para meterme dos dedos en la vagina y otro en el culo, moviéndolos de dentro a fuera, al principio rápido y luego despacio hasta que vio que me había quedado relajada, con la cabeza hacia un lado y completamente despatarrada.

Morgana me dejó así, tumbada en la camilla, después de haberme tapado otra vez y se marchó. Cuando me pareció bien, me levanté, me vestí y me fui hacia la recepción. Ni rastro de mi terapeuta, pero en el mostrador de la entrada estaba la misma mujer elegante de antes.

-¿Qué tal? ¿Qué te ha parecido el masaje?

-¡Oh! Ha sido simplemente delicioso. Soy otra persona.

-¡Jajaja! -rio abiertamente-. Eso es lo que suelen decir de los masajes de Morgana. Es fantástica. Por eso está tan solicitada. La próxima vez llame antes porque no tendrá tanta suerte como hoy.

-Desde luego -no pude decir más.

-¿Nos vemos la semana que viene?

-Sin duda. Llamaré antes para pedir hora.

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