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GANÉ A MI MUJER EN UNA APUESTA. Capítulo 1º

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Marcos y yo éramos amigos desde niños. En Enero de 1946, año en que cumpliríamos los seis de vida, entramos juntos, pero separados, en el parvulario que regentaban monjas salesianas en el mismo edificio que albergaba el colegio de los salesianos de Atocha. Al acceder al parvulario a un tiempo los dos y ser los únicos que lo hicimos con el curso tan avanzado, nos pusieron juntos en el mismo pupitre lo que hizo que enseguida trabáramos una buena amistad. Por otra parte también nuestras familias acabaron intimando, pues se dio la circunstancia de que los dos vivíamos en la misma calle, la misma acera y a pocos metros unos de otros: Entre su portal y el mío sólo otros tres mediaban. De modo que nuestras madres se encontraban al llevarnos y traernos del colegio, lo que determinó que enseguida hicieran juntas los viajes de ir y venir del centro escolar.

Pero sucedía que Marcos y yo éramos de carácter muy diferente: Él es locuaz, extrovertido, simpático e inteligente, pero muy indolente, poco trabajador y flojo de voluntad; no es constante en nada y todo se lo toma a la ligera. Cuando pasamos al bachillerato y merced a su despierta inteligencia, al momento captaba las explicaciones del profesor y, aunque en todo el curso abría un libro, con estudiar un poco las dos o tres semanas antes del examen final lograba, al menos, aprobar el curso, si no completo en junio, sí entre junio y septiembre. Yo, por el contrario, soy bastante tímido e introvertido por lo que no resulto muy simpático a casi nadie. Sin ser un zote tampoco soy en exceso inteligente; vamos, lo justo para ir pasando. En cambio soy tenaz y me esfuerzo para lograr lo que me propongo. Durante el bachillerato y a base de estudiar mucho, logré buenas calificaciones, sacando adelante los cursos en junio.

Pero a pesar de todo me subyugó desde el primer momento. Desde luego tiene una personalidad fuerte a pesar de su natural indolencia. Porque su indolencia es sólo para cuanto represente esfuerzo, no para erigirse en cabecilla de fiestas y jolgorios. Y de bromas o broncas infantiles.

Por fin, desde septiembre de 1950, y tras superar en junio de ese año el examen de ingreso, cursamos los seis años de bachillerato más el de Preuniversitario con lo que en septiembre de 1957, con 17 años, entramos en la Universidad, los dos en la Facultad de Medicina. Allí encontramos que, casi más que asistir a clase, se metía la gente e el bar de la Facultad donde se montaban unas timbas de póker que ya, ya. Como es lógico, nosotros ya conocíamos el juego desde hacía al menos un año, pero sin interesarnos demasiado en él, pero en la Facultad nos hicimos asiduos del juego para ser, cinco años más tarde, casi casi que jugadores convulsivos.

Seis años después, con 23, acabamos la carrera. Marcos decidió dejar de estudiar y, tras unos meses de vagancia, acuciado por su padre, encontró trabajo en una clínica de barrio, donde no le pagaban mal pero tampoco bien. Un simple ir pasando, para dejar algo de dinero en casa y vivir su vida. Además empezó a hacer oposiciones a la Seguridad Social. Yo preferí hacer el MIR para especializarme en cirugía, lo que significaba cinco años más de estudio y muy mal pagados, pero quien algo quiere, algo le cuesta.

Seguíamos con nuestra afición al póker, pero ahora pasábamos de inocentes partidas con amigos. El juego en España estaba prohibido, pero en ciudades como Madrid funcionaban timbas clandestinas donde se podía ganar o perder importantes sumas en poco tiempo. Nosotros nos hicimos asiduos de una de ellas, de las que se jugaba menos dinero, y de la mesa donde menos se jugaba. Acudíamos, como mucho, un par de días por semana, y eso si andábamos un tanto bien de dinero. Cuando una noche se nos daba especialmente bien, esa semana íbamos algún día más o guardábamos el dinero para ir a la semana siguiente.

Fue por cuando contábamos 26 años que conocimos a Claudia, como siempre a la vez los dos. Nos la presentó una tarde un amigo común y a Marcos le gustó un montón, y él a ella no le cayó nada mal. La chica, sin ser un “cañón” de mujer, era guapa y atractiva. Más bien alta, delgada pero con las suficientes curvas como para atraer las miradas masculinas a su paso, y sobre todo muy agradable en el trato. Tenía eso que llamamos ángel. Su rostro transmitía un hálito de candidez, de bondad, que te ganaba. A los diez minutos de tratarla te había atrapado más por la calidad humana y las maneras altamente femeninas que desprendía, que por su indudable belleza. Yo me enamoré perdidamente de ella nada más conocerla, pero el niño tímido y poco hablador que antes fuera se convirtió en un hombre tímido y cortado ante las mujeres. Me gustaban muchísimo, de todas me enamoraba al momento, pero también me costaba mucho trabajo conectar con ellas. Me achicaba, cohibido, ante ellas, sin seguridad en mí mismo en esos momentos y claro, mi charla, mi trato, era de lo más insulso y menos atrayente que podía darse. Y con Claudia no fue una excepción; apenas si acerté a decir dos o tres chorradas que darían pena en esos momentos, y en los siguientes que volvimos a vernos, más de lo mismo.

Se unió desde un principio al grupo de amigos y desde entonces no faltaba a ninguno de los guateques que regularmente organizábamos los domingos y festivos, monopolizada por Marcos a la hora de bailar. Yo los miraba con envidia y....con muchos celos... Me moría de celos al verlos bailando, tan juntitos, con las mejillas casi fundidas en una sola. Y pasó lo inevitable, que un día Marcos me dijo que Claudia y él eran novios. Yo creí morir en ese momento, pero hice de tripas corazón y, con toda naturalidad, le dije que me alegraba por los dos, que hacían muy buena pareja y todo eso que se dice en tales casos. Desde ese día se me partió el corazón, me sentí roto por dentro, porque yo la quería de verdad. Me sentí al tiempo lleno de celos, hasta un tanto dolido, mejor dicho, muy, muy cabreado con Marcos, y desde entonces empecé a evitarles un tanto. No podía ser de otra forma, pues verlos juntos, hacerse arrumacos, ir siempre cogidos de la mano, para mí era insufrible. Así que comencé a “tener” guardia un día sí y otro también. Todo por no salir con ellos, por no verles.

Pasó el tiempo de esta forma, yo casi sin salir de La Paz y ellos a su bola. Hasta que unos meses después, cuando ya casi frisaba en los 28 y estaba por acabar, al fin, el MIR, se obró un milagro: ¡Una de las enfermeras en prácticas de La Paz empezó a darme conversación, encontrarse conmigo, por casualidad claro, en el restaurante cuando iba a comer y tal!

No me lo podía creer, no entendía cómo una chavala que no era un “callo malayo” sino que no estaba del todo mal se hubiera fijado en mí. ¡Qué habría visto en mí que nadie antes viera! A mí me interesaba lo que ayer me encontré, que por cierto no me encontré nada, pero me dejé querer. ¡Qué si no iba a hacer! Como dice el refrán “a caballo regalado, no le mires el diente”. El diente no se lo miré, pero sí se lo acabé poniendo encima. La chica debía ser bastante salida pues me comía vivo a poco que la “achuchara” algo, y qué queréis que diga, que, ¡oh milagro!, al fin me “estrené”.

Aquello no podía quedar en el anonimato: Que yo, el "muermo" de Carlos, por fin tenía una “chorba” que llevarme a.... bueno,...mejor no decirlo. Así que corrí jubiloso a dar la buena nueva a Marcos. Si llego a saber lo que pasó no lo hago: El muy “cabrito” rompió en carcajadas cuando le conté que salía con una “jay” diciendo.

―¡Valla Carlitos, al fin te ligas una tía! ¡Ya era hora, “macho” que empezaba a creer que morirías sin "mojar"!

Lo hubiera matado en ese momento. Pero no lo hice, pues quedamos en salir las dos parejas siempre que estuviéramos libres mi “chorba” y yo. Pues Marcos vivía que no veas. Médico por fin de la Seguridad Social trabajaba cinco o seis horas por las mañanas y por tanto las tardes libres, excepto las tres que cada semana asistía a la clínica donde empezó a trabajar. Vamos que se lo había montado bastante bien, trabajando no demasiado pero cobrando buenas pesetas, no como yo que iba hecho un paria. Pero ya llegaría mi momento, cuando acabara el MIR y fuera todo un señor cirujano.

De modo que estuvimos saliendo las dos parejas un tiempo. Pero aquello no funcionaba, pues el enamoramiento por Claudia, que se me había ido enfriando un poco desde que saliera con la “chorba”, renació con ímpetu y volvieron los celos y el mal estar míos. Para más INRI, Claudia se mostraba incluso más amable conmigo, se hizo hasta buena amiga mía, y eso lo empeoraba aún más todo. Casi era mejor cuando pasaba de mí olímpicamente, sin mirarme como quien dice.

Así que corté esas salidas volviendo a centrarnos en nuestra íntima dualidad mi nena y yo. Seguimos saliendo los dos solos unos dos o tres meses más. Las noches que ambos teníamos libres las pasaba en el apartamento que, a medias con otra enfermera, habitaba, encamados los dos juntos. Hasta que una noche, tras los consabidos revolcones, la nena me dice que teníamos que suspender las “entrevistas” durante unos días pues venía su novio a verla ¡Jobar con la tía, encamándose conmigo mientras su novio suspiraba por ella en la distancia! ¡Menuda zorra me salía la mosquita muerta! Me levanté un tanto asqueado, me vestí y me largué a mi apartamento, pues para entonces ya había abandonado el hogar paterno, cosa que por entonces, últimos años de los 60, no era tan normal aún, pues lo propio en las familias bien, como la de Marcos y la mía, era que los hijos no salieran de casa sino para contraer santo matrimonio canónico.

Llegaron nuestros 28 años. Yo acabé el MIR y me incorporé a un equipo quirúrgico de La Paz como asistente de un famoso cirujano traumatólogo Vamos, algo así como el “chico de los recados” de aquella eminencia. Seguía pues aprendiendo, en prácticas, pero con haberes más decentes, casi el doble que cuando era un simple MIR pero, de todas formas, una miseria comparado con lo que ingresaba la “eminencia médica”, incluso sus adjuntos que, al fin y al cabo, sí eran cirujanos de pleno derecho tras superar el período de asistente. Por su parte Marcos empezaba a hablar de casarse con Claudia, lo que a mí me hundía más y más en la miseria de los celos y el mal humor. De verdad que ya casi no le aguantaba, con tanto pasarme a su novia por los morros.

Uno de aquellos días Marcos consumó la gran marranada con Claudia, cosa que provocó nuestra ruptura definitiva y la de ellos dos. Aquel era uno de los días que yo salía pronto, sobre las dos de la tarde, tras finalizar la jornada hospitalaria. Así pues que habíamos quedado a eso de las 15 horas en un tugurio situado en la zona más rastrera de la prostitución madrileña, aledaños de la calle de La Ballesta, en cuya trastienda se instalaba una timba de lo más interesante: Sus asiduos solían ser chulos que explotaban a las mujeres que “trabajaban” por la zona, sirleros, descuideros y demás variada fauna de lo más selecto del hampa; y señoritos calaveras de la burguesía madrileña media y alta, que a menudo acudían con alguna que otra ramera que ayudaba a dejarlos "secos" emborrachándolos y mostrando su juego a la concurrencia mediante signos, yendo a medias con el/los “pavos” que hacían punto en la mesa. De estas maniobras también nos beneficiábamos Marcos y yo, como avezados jugadores que éramos, curtidos en mil y una partidas con tipos semejantes. Claro que compartiendo, eso sí, con la fulana las posibles ganancias.

Antes de las tres de la tarde nos reunimos y no eran aún las 15,30 horas cuando nos sumamos a la timba. Compartimos mesa con un par de los asiduos “pavos” del local y otro par de “nenes” calaveras que a distancia olían a dinero, dos buenos “caballos blancos” o “palomos” que desde luego acabaron “desplumados”.


Cerca ya de las siete de la tarde nos quedamos Marcos y yo frente a frente al haber abandonado tanto los “pavos” como los “palomos” la partida, unos con algunas ganancias, los otros por entero “limpios”. Yo estaba en una de esas rachas de suerte que muy de vez en cuando se presentan. Tal y como la personalidad de Marcos y la mía son muy distintas nuestras formas de jugar también lo son. Como corresponde a su temperamento agresivo y vehemente él era muy “lanzado” jugando, yendo casi siempre a por todas; además es casi transparente en el juego por lo que no era difícil adivinar cuando va “cargado”, es decir, con buenas cartas. Yo soy reservado y medito mucho la jugada, arriesgándome lo justo, pues mi resto no podía compararse al de Marcos, luego debía cuidarle jugando con pies de plomo. Esto hacía que para los “pavos” también resultara transparente, pues cuando envidaba o aceptaba envites interesantes, seguro que llevaba “juego”, luego el “pavo” sólo iba si su juego era más que bueno, de forma que en una tarde o noche que la diosa Fortuna me presentaba la mejor de sus caras, mejor era retirarse con algún beneficio antes que seguir arriesgándose conmigo. Pero Marcos no es así. El siempre hasta el final.

Acabó la que pensaba iba a ser la última mano, pues la perdió y se quedó también limpio. Yo empecé a recoger mi dinero, unas cincuenta o sesenta mil pesetas, toda una pasta para aquel tiempo.

―¡Paciencia y barajar Marcos! Qué se le va a hacer, ya sabes, unas veces se gana, otras se pierde, y hoy tocaba...

―¡Carlos, por favor, dame la última oportunidad de recuperarme, da a mi resto un crédito de veinte mil pesetas, sabes que mañana te las devuelvo si otra vez pierdo!

Por mi hubiera aceptado, pero sabía que eso entre la “parroquia” del tugurio no habría sentado bien, las normas no escritas lo prohibían y podría perder el respeto entre la concurrencia que tan duro me resultó conquistar. No, no me podía arriesgar a tal cosa, por lo que le respondí. Además, Marcos había quedado con Claudia a las siete, y ya era prácticamente la hora

―Marcos, por mí está hecho, pero sabes las normas de la casa: Efectivo sobre el tapete o un valor suficiente para los jugadores que compitan. De créditos o préstamos, nada de nada. Además, ¿no has quedado a las siete con Claudia? Pues ya casi es la hora; ya llegas tarde como aquel que dice. Déjalo, Marcos, ya habrán otros días...

―Pues vale Carlos... Ahora que me la recuerdas...tienes razón, un contravalor efectivo que para ti tenga valor ¡Va una semana con Claudia contra tu resto!

¡Quedé anonadado ante semejante dislate! ¡No era posible, Marcos debía estar loco para hacer semejante atrocidad!

―¿Te has vuelto loco Marcos? ¡No es posible que propongas eso; es Claudia, tu novia...! ¡Es una monstruosidad, una guarrada que ella no se merece! Te quiere con delirio y pienso que también tú la quieres, luego… ¿Cómo puedes siquiera pensar una cosa así? No es posible Marcos, a no ser que no estés en tus cabales.

―Lo dicho Carlitos, a por todas: Una semana con Claudia, sí, con Claudia mi novia, contra tu resto. Mira Carlitos, te lo voy a poner mejor, contra la mitad de tu resto; aprovecha que no tendrás otra oportunidad así en tu vida. ¡Si Claudia y yo ya vemos cómo te la comes con los ojos cada vez que la tienes cerca! Ja, ja, ja. Lo dicho, Carlitos, aprovecha... Ja, ja, ja

Le miré viéndole tal como en verdad era por primera vez en mi vida, y el ídolo que siempre fue para mí se desmoronó: Había sido un ídolo de barro que ante mí acababa de desplomarse. Sentía una rabia inmensa... ¡Que esa basura me hubiera subyugado a mí…que hubiera llegado a cometer tantos actos aborrecibles por imitarle, por imitar a ese ídolo...! Qué vergüenza de mí mismo... Qué ruin había llegado a ser por querer estar a su altura...Tiene gracia... ¡A su altura! Sentí asco de mí, pero sobre todo asco de él. Pero lo peor era que semejante podredumbre humana se hubiera ganado el amor de Claudia, del ser más hermoso, más bueno y maravilloso del universo.

Estaba rabioso, pero al mismo tiempo frío; mi rostro no expresaba nada excepto tal vez eso, frialdad de témpano. Y así, frío y tranquilo repuse:

―De acuerdo Marcos, veo tu apuesta, una semana con Claudia contra la mitad de mi resto. Y te voy a envidar Marcos, como sabes estoy en mi derecho de subir tu apuesta: Mi resto completo contra un mes con Claudia. Y dejemos claro que durante el tiempo que pueda estar con ella tú desapareces de nuestro entorno. Lo tomas o lo dejas; pero ten en cuenta que si no aceptas te retiras del juego y gano tu apuesta, una semana con Claudia.

Marcos sudaba; estaba lívido pero miraba mi dinero con infinita codicia y al fin se decidió.

―¡Voy Carlos! Un mes con Claudia contra tu resto.

―Conforme Marcos; aunque quiero que lo pienses. Hasta quiero que retires tu primera apuesta, la de la semana. Piénsatelo Marcos; es Claudia, la novia que no te mereces, la mejor mujer del mundo y con la que planeabas casarte en breve. ¿Permitirás que se lleve el sofocón de saber que te la juegas, a ella, a tu novia, la mujer que deberías defender de todo y contra todo, en la mesa de un antro inmundo? Porque Marcos, aunque ganes la apuesta, ella se enterará pues yo se lo diré.

―Dije que iba y voy.

―De acuerdo Marcos. Yo soy mano por ganar antes, luego reparte

¡Maldita sea! Por primera vez aquella tarde parecía que la diosa me volvía la espalda, pues me tocaron cinco cartas deslavazadas, sin forma de ligar nada. Y por primera vez en mi vida de jugador perdí los estribos, pues el “Maldita sea” me salió, irreflexivamente, en voz alta. Marcos rompió a reír a carcajadas, con brillo de malsana alegría en sus ojos y sonrisa sardónica en sus labios.

―¿Qué pasa Carlitos, que ya no tienes suerte? Pues lo que decías, paciencia amigo, otra vez será ja, ja, ja.

No contesté a eso, sólo dije descartándome de cuatro cartas que dejé sobre el tapete

―Dame cuatro.

―Como éstas. Yo voy servido ja, ja, ja

No podía creer lo que apareció ante mis ojos cuando vi las cartas que Marcos me sirviera. Al descartarme pensé, en principio, quedarme con un rey, la carta más alta que tenía en la mano, pero al fin me quedé con una dama, la de corazones, la Dama de mi corazón, Claudia. (Sota en la baraja española) ¡Y Marcos me había servido tres damas y un seis!

Cuando abrí mi juego sobre la mesa mostrando mis cuatro damas, mi póker de damas, Marcos se quedó lívido, descompuesto. Tiró con furia sus cartas sobre la mesa que al momento atrapé para ver el full de ases y “jacos” que llevaba. Se desmoronó sobre la mesa desecho en lágrimas, diciendo

―No puede ser, no puede ser... ¡Si no llevabas nada, ni una pareja! ¡Me has hecho trampas! ¡Eso es, te has sacado las tres damas de la manga!

―¡Claro, y si hubiera sido un póker de cincos me habría sacado tres cincos de la manga! Acéptalo Marcos, has perdido.

Éramos el centro de atención de la “parroquia” que entonces casi llenaba la timba, con clientes del bar anexo que habían acudido al cuchitril atraídos por la peculiar partida que disputábamos Marcos y yo. Incluso se habían ido acercando a la mesa cinco de los “pavos” habituales de la timba, el chulo y el sirlero que antes se sentaran con nosotros más otros dos chulos y otro que no conocía.

Entonces intervino Julio, el chulo que antes jugara con nosotros.

―Marcos, Carlos te ha ganado en buena lid, así que lo aceptas, te jodes, y pagas lo que apostaste. Si esta apuesta la pierdes conmigo, a tu “jay” me la “calzo”, de buenas o de malas, pero me la “tiro”; así que tienes suerte de que haya sido Carlos el que te ganara; te la devolverá íntegra porque es un caballero.

El rostro de Marcos por segundos pasaba del lívido al rojo, casi, casi al granate. Se advertía perfectamente cómo una rabia sorda paulatinamente se apoderaba de él, pero también cómo la actitud de aquellas gentes que nos rodeaban, verdaderos delincuentes, cada vez se hacía más hostil hacia él y eso le asustaba. Aquellas gentes, miserables y rastreras, respetaban un código de honor que Marcos no respetaba y para ellos, el médico señorito, entonces era una vil rata que les gustaría destruir.

Pero tenía que mantener el tipo de jaquetón, entonces más que nunca, así que se recompuso, asomó a sus labios la típica sonrisa desdeñosa, malévola incluso, diciendo.

―¡Pues que te aproveche Carlos! ¡Aunque estoy seguro de que te vas a aprovechar poco de la ocasión porque Claudia te desprecia! ¡Pocas veces nos hemos reído, ella y yo, recordando tu cara de salido cuando la miras! ¡Babeas, Carlitos, babeas de deseo cuando la tienes cerca!... Y es que eso es lo único que sabes hacer frente a una mujer, Carlitos, babear

―Marcos, eres un ser inmundo, un degenerado, no sabes lo que tienes y no te mereces a Claudia, nunca la harás feliz porque tú nunca harás feliz a nadie; eres incapaz de amar a nadie salvo a ti mismo. Eres un egoísta al que nada le importa salvo tú mismo. Hoy, por primera vez, cuando te apostaste a Claudia te he visto tal y como eres.... ¡Y me das asco Marcos, me das asco! Hace unas horas te estreché la mano y es la última vez que lo haré, pues no quiero volver a verte nunca más. También será ésta la última vez que tenga una baraja en la mano, pues el veneno del juego tampoco fue ajeno a lo que ha pasado, a que Claudia pase el mal trago que la espera.

―Pues, ¿sabes qué te digo? ¡Que me alegro Carlos, que ya está bien de llevarte siempre pegado a mis pantalones, como un perrillo faldero, que ya es hora de que te las ventees tú solito, sin mi ayuda, como viene pasando desde que nos conocimos de críos! ¡Desde entonces he tratado hacer de ti un hombre, pero es imposible, porque tú eres una “nenaza” y siempre lo serás!

―Lo que tú digas, pero lo que no soy es el ente egoístamente bestial que tú eres. El ente al que, no sólo nadie le importa lo más mínimo, sino que se recrea en hacer el mayor daño posible. Pero no pienses que vas a salir de esto tan de rositas: Eran casi las siete, la hora en que quedaste con Claudia, cuando iniciaste todo este dislate de jugártela, cuando debías recogerla te la estabas jugando conmigo. ¿Esperas que sea yo quien vaya a buscarla y decirle lo sucedido? Pues te equivocas, tú vendrás conmigo, le explicas cómo te la has jugado y perdido, y desapareces después de mi vista para siempre.

―¡Ni sueñes con tal cosa! Te lo he dicho antes, te arreglas tú tus problemas. ¿No ganaste la apuesta? Pues tú te la solucionas, conmigo no cuentes.

―¡Ten un mínimo de decenc...!

―No te preocupes Carlos, que Marcos te acompaña gustoso al encuentro de la “jay”, ¿verdad Marcos?

Fue Julio, el chulo, quien me interrumpió y habló mirando a Marcos de manera claramente amenazadora, con la mano derecha hundida en el bolsillo trasero del pantalón, donde bien sabíamos que guardaba la “chaira”, una monumental navaja de 18 ó 20 cm. de hoja. Al tiempo de hablar se había acercado ominosamente a Marcos: pero lo malo es que tal acción no la hizo solo, sino acompañado por otros cuatro o cinco “colegas” lo mismo de ceñudos.

La lividez volvió, aún más aguda, al rostro de Marcos que, resoplando, tomó la americana y, sin mirar a nadie, se encaminó hacia la calle mascullando.

―¡En marcha, acabemos con esto de una vez!

Salimos la calle seguidos, a cierta distancia, por Julio y su “séquito” de “colegas”. En silencio, sin mirarnos siquiera tomamos la calle de San Bernardo para bajar hasta Gran Vía llegando así hasta la glorieta de Callao donde Marcos quedara con Claudia.


Efectivamente, allí estaba Claudia, esperando desde hacía más de una hora. Al acercarnos a ella aprecié lo muy enfadada que estaba; y rezongué para mí “Estas cabreada y aún no sabes lo que te aguarda” Me dio lástima, mucha lástima. Allí estaba ella, fiel a su hombre, a su novio; enfadada pero esperando; aguantando el “plantón” de más de una hora de ese novio que no la merecía.

Lo sorprendente fue que no encajó el asunto tan mal como esperaba, aunque luego comprendí que su reacción era pura ira contenida, no expresada para así herir más a ese novio felón. Así, que solamente dijo al saber lo ocurrido

―Pues Marcos, las deudas de juego son sagradas, y yo no permito que mi novio quede mal ante nadie. Así que, durante un mes, Carlos será mi novio, y
con todos los derechos de novio que tú te tomas. ¿Entiendes? Me besará, me acariciará tal y como tú lo haces. Hasta puede que haga con él lo que a ti aún no te he permitido: ¡Acostarnos! ¿Sigues entendiendo?... Ah, y durante este mes no se te ocurra llamarme ni ponerte ante mi vista. Luego, cuando este mes pase... Ya veremos si vuelvo contigo.... ¡Hasta puede que, definitivamente, me quede con Carlos!

Claudia se estaba vengando a modo de Marcos; era hasta cruel con él y yo me regodeaba. Entonces, antes de que a Marcos le diera tiempo a soltar los sapos y culebras que la expresión feroz de su rostro, subrayada por el rojo-granate de la cara, anunciaban, acertó a pasar un taxi libre que al momento paró Claudia alzando el brazo y, arrastrándome prácticamente tras ella, hizo que ambos subiéramos al coche, al tiempo que, gritando bien fuerte para que bien se la oyera, decía: "Llévame a tu casa Carlos"

El taxi arrancó de inmediato pues, al tiempo que ella decía aquello, tirando del manillar de la portezuela, yo pedí al chofer que nos sacara de allí. Una vez en marcha y con los dos acomodados, el taxista preguntó dónde íbamos, a lo que Claudia me dijo

―Dale al señor tu dirección. Hoy quiero hacer el amor contigo, quiero ser mujer de una vez por todas. ¡Se va a enterar Marcos de cómo se las gasta la hija de mi madre!

Yo solo pedí al taxista que nos sacara de allí, que ya le daríamos una dirección. Entonces, casi histérica, Claudia repuso

―¡Tan poco valgo que Marcos me juega a las cartas y tú, que participaste en la infamia ganándome, ahora me rechazas!

―Chofer, por favor, llévenos a un local donde podamos hablar con tranquilidad, sin aglomeraciones ni música alta. Como verá, la señorita está bastante alterada.

―Entendido señor. Precisamente aquí cerca hay un club que espero sea lo que buscan

A todo esto yo había pasado el brazo por los hombros de Claudia, atrayéndola ligeramente hacia mí. Entonces le dije a ella.

―No digas sandeces Claudia, que sabes que no es así. Y, por favor, no me tientes que creo que sabes bien lo que siento por ti. Ahora, por tu boca, no habla la rabia sino la indignación por la humillación sufrida. Ya te irás calmando y agradecerás este "rechazo"

Los nervios por el daño que la humillación a que Marcos la sometiera hicieron crisis en ese momento y rompió a llorar con un desconsuelo que me hería profundamente el corazón. La estreché aún más contra mí, intentando calmar esas lágrimas, esos gemidos y jadeos que ahogaban sus sonidos y hacían subir y bajar, aceleradamente, su pecho. Al oído le decía. "Anda pequeña, mi niña, no llores más, seca esas lágrimas, que nadie merece ni una sola de tus lágrimas" Claudia se había abandonado a la protección que le brindaba, acurrucándose contra mi pecho.

Así estábamos cuando el taxi paró frente a un establecimiento típico del Barrio Salamanca: Portero con librea a la puerta y toldo en forma de pabellón en la fachada, sobre la puerta. El portero nos franqueó la entrada y nos vimos en el salón. Un vistazo me valió para comprobar que, en efecto, era lo que buscaba. Local recogido, más pequeño que grande, fondo musical suave, audible pero sin estridencia alguna que impidiera la conversación; iluminación suficiente para que en la corta distancia las caras puedan verse, incluso leer o estudiar, según el caso, pero lo necesariamente tenue para guardar la intimidad de la curiosidad ajena. Las personas sentadas a las mesas eran, generalmente, grupos de amigos que charlaban tranquilamente y parejas de novios muy formales, de esos que por entonces, fines de los años 60, eran tan frecuentes: Sendos cafés con leche que aguantaban toda la tarde y la chica tomándole al chaval los temas de las oposiciones a que éste se presentaba. Es decir, pocos arrumacos y mucho estudiar, mucho trabajar, para despejar el horizonte del futuro que les permita casarse cuanto antes y vivir dignamente, pero sin lujos.

Para los dos elegí una mesa que me pareció lo suficientemente apartada como pasar desapercibidos. Conduje a Claudia hasta allí, y la ayudé a tomar asiento en una silla próxima a la pared, sentándome yo, entonces, a su lado en otra silla. Ella seguía con sus lágrimas, pero ahora los lamentos no eran tan sonoros, tan convulsivos, como antes. Le volví a pasar el brazo sobre sus hombros, atrayéndola hacia mí de nuevo, acariciando otra vez el rostro, el pelo que tanto amaba con todo amor y delicadeza, pero sin ningún asomo carnal o de doble sentido: Sólo muestras de fraternal cariño de amigo. Trataba de consolarla con palabras quedas de cariño, de aliento; sacarla de aquel marasmo de dolor y humillación que padecía.

Pronto entendí que empezaba a rehacerse algo, a reaccionar por fin, cuando noté que se separaba de mí, como rechazando mi proximidad. Dejé la silla que ocupaba y me fui a sentar en otra frente a ella, al otro lado de la mesa. Lo hice, la verdad, inquieto: ¿Se había tomado, por finales, a mal mis iniciativas? Algo así me pareció cuando empezó a decirme

―¿Por qué participaste en la humillación de Marcos; por qué no rechazaste su infame apuesta? No soy tonta Carlos, sé que me deseas, ¿tan bajo has caído que te vales de esos medios para tratar de poseerme? Me has hecho mucho daño tú también, no esperaba eso de ti, pero veo que Marcos y tú sois tal para cual, seres absolutamente despreciables. ¡Y no me vengas ahora con "paños calientes", aparentando que quieres consolarme...! ¡Eres casi más despreciable que Marcos! ¡Yo confiaba en ti! Adiós Carlos, no quiero veros a ninguno de los dos en mi vida...

Claudia intentó levantarse pero yo la retuve, tomándola por un brazo

―¡Suéltame, no me toques, no pongas más tus manos en mí!

―Cálmate Claudia, por favor, sabes bien que no soy como me estás pintando ahora. Te equivocas y tú lo sabes. Si fueran mis intenciones como dices, ¿por qué rechacé tu intención de entregarte a mí de no hace tanto? Dime, ¿por qué? Porque te respeto. Sí, claro que te deseo, y no sabes bien cómo, pero es porque te quiero Claudia, porque te adoro, porque lo eres todo para mí. Y porque te quiero te respeto, pues lo que se quiere se respeta. Cuando Marcos te puso sobre la mesa, apostándote, por vez primera le vi como era: Un ser inhumano, lleno de maldad intrínseca y despreocupado ante todo cuanto no sean sus inmediatos deseos, que sin dudarlo pasa sobre quien sea, sin importarle el dolor que cause, con tal de lograr sus deseos. Ese ser te destruiría, te haría una desgraciada y yo eso no lo podía aceptar, luego fui a su apuesta pero a mi modo: Mi resto contra un mes contigo. Si ganaba, tendría tiempo para abrirte del todo los ojos respecto a Marcos y si perdía te pondría en antecedentes del tipo de persona que es. No creas, sabía que corría el riesgo de perder un pequeño capital y para nada, pues bien podrías tú no creerme y tomar mis acusaciones como producto del despecho porque él te tenía y yo no. Pero asumí el riesgo con tal de conseguir que tú te alejaras de él. Mira Claudia, como sabes te amo, te quiero con locura, pero tengo por completo asumido que tú nunca me querrás, que nunca te tendré; así, si un día te enamoraras de un hombre que te merezca, que te quiera como yo te quiero y como tal te respete y te haga feliz, lo sentiría, me dolería mucho saber que estás con otro, como me dolía veros a Marcos y a ti juntos cuando creía que él te amaba como tú mereces, pero lo asumiría, me aguantaría, pues para mí lo importante es que seas feliz, y si tiene que ser con otro pues...¡qué le voy a hacer!. Pero él, Marcos, no, no y no.

Tan pronto como yo empecé a hablar Claudia cejó en su empeño de zafarse de mi brazo, permaneciendo de pie frente a mí, desafiante y con los ojos llameantes de furia. Entonces liberé su brazo. Poco a poco noté que de su mirada desaparecía el brillo iracundo, aunque permanecía seria, adusta más bien diría. Parecía que el argumento de no haber aprovechado la ocasión cuando ella misma se me ofreció en bandeja surtía su efecto. Al rato esa mirada fue hasta dulcificándose, para luego sentarse incluso, escuchándome atentamente. Al final, me tendió ambas manos tomando las mías entre ellas, con ese gesto no ya de cordialidad, sino de verdadero cariño que habitualmente me dedicaba. No abrió la boca hasta que yo concluí de hablar, para entonces expresarse así:

―¡Gracias Carlos, gracias por ser el buen amigo que eres! Pero estaba muy confusa contigo: Sentía más que veía tus atenciones, el cariño y dulzura con que me tratabas, lo sentía suavizando mi estado, consolándome de verdad. Eso es lo que en esos momentos necesitaba, cuando me desmoronaba presa de dolor e indignación y me refugié en ti como cómo se aferra una a su tabla de salvación. Pero empecé a reponerme, gracias precisamente a ti, y me empecé a decir que tú también participaste en el horror que sufriera.... ¡Tanto Marcos como tú me habíais jugado! Estaba ciega Carlos, ciega de rabia y, sobre todo, por el terrible desengaño que acababa de sufrir, y me pareció que ambos erais iguales, igual de cerdos. Perdóname por favor, no te enfades conmigo, no dejes de ser mi mejor amigo. Pienso Carlos que tal vez seas la única persona, aparte de mi familia, que de verdad me quiere. Por otra parte, yo ya sabía bastante de Marcos, aunque no podía imaginar que llegara a ser tan ruin. Sabía que me engañaba siempre que así se le terciaba, que tenía algunas, digamos, "amigas muy, muy íntimas". Y yo le disculpaba: Los hombres, de vez en cuando necesitan "aliviarse", pero que cuando nos casáramos ya me tendría a mí para eso y las "aventurillas" se acabarían. Luego las broncas que me largaba por cualquier cosa: De ti tenía unos celos tremendos, y cada vez que nos dejabas, después de mirarme con esos ojos de "bobalicón embelesado" que ponías, me la armaba por no mandarte a...ya sabes, y así cortar de una vez contigo. La verdad, que en el fondo más que apreciarte te tenía bastante manía, aunque contigo disimulaba muy bien. Y no veas lo celoso que al final me resultó. Si algún tío me miraba en la calle, la culpa era mía por vestir "así", andar "así" y demás. Carlos, que estaba ciega con él, pero al fin recobré la vista... ¡Gracias a ti! ¿Sabes?, hasta empiezo a dudar de que, de verdad, estaba ya enamorada de él. Y pienso que puede que no, que si seguía con él, al menos en estos últimos meses, era más por rutina que por otra cosa.... En fin, no sé... ¡Todavía tengo un verdadero follón en mi cabeza! Bueno, a ver si cuando esto vaya quedando atrás desenredo el follón. Pero… ¿Sabes? (su rostro aquí tomó un gesto algo raro, entre soñador y añorante)... ¡Me encantaba verte con aquella carita abobada cuando me mirabas! Estaba más claro que el agua que yo te gustaba y a mí.... ¡Me encantaba gustarte! ¿Por qué no me enamoraría de ti, Carlos?...

Claudia paró de hablar, quedó en silencio. Yo también callaba. Con las manos entrelazadas, ambos nos mirábamos. Mirándola, me perdía en lo más hondo del océano de sus preciosos ojos verdes. Me tenía preso, cautivo en ella; prisionero de su ser entero, de su hermosura, de la tranquilidad que de ella emanaba. Era mi gloria y mi suplicio tenerla tan cerca y tan lejos. ¡Perra suerte!.... Al fin fui yo quien rompió el encanto del momento

―No estará de Dios...o de Eros…o de Cupido, quien sabe, que me quieras de esa forma. Por cierto, ¿volverás con Marcos si te lo pide?

―En modo alguno Carlos. Ahora me da asco.... No; no podría aguantarle; su sola presencia, simplemente oír su voz, seguro que me haría vomitar. No, no Carlos; ni pensar en eso siquiera. ¡Tendría que cambiar tanto, estar yo tan segura! Rotundamente... NO.

―Bueno Claudia. Ya nada me queda por hacer aquí, contigo. Quise apartarte de Marcos, sólo por ti, para evitar que te hiciera una desgraciada el resto de tu vida, pero eso al parecer ya lo has decidido tú misma. Que seas muy feliz y encuentres pronto al hombre que de verdad te merezca y te haga feliz. Adiós...

Intenté levantarme pero Claudia me lo impidió aferrándome del brazo como antes hiciera yo con ella. Me miraba anhelante...-¡Qué bella estaba Dios mío! No sé qué ocurrió conmigo, pero agachándome hacia ella la tomé del mentón alcé su rostro hacia mí... Y la besé, sí, la besé... ¡EN LA BOCA! Claudia no se inmutó: No aceptó el beso, no me abrió su boca ni respondió al mío, pero tampoco me rechazó. No me apartó, ni hizo ademán de separarse de mí. Se mantuvo junto a mí todo el tiempo, aguantando sin expresar nada todo el rato, eterno para mí, que mis labios presionaron sobre los suyos. Sentí el calor de su boca, el calor de su aliento en mi mismo rostro... Me aparté al fin de ella que seguía mirándome... ¿Anhelante?... Diría que sí, anhelante. Por fin volvió a hablar

―¡Por favor Carlos, no te vayas! Quédate conmigo, no me abandones, no me dejes sola. Eres lo único que ahora tengo.... Mira Carlos, si tú quieres yo podría...

―Por favor Claudia, no digas tonterías. Eso no solucionaría nada, tal vez sólo que esta relación de amistad se acabe por romper. Sí, te deseo pero... Ya te lo dije antes: Porque te quiero, te amo como nunca más podré amar. Yo, Claudia, no pretendo sólo tu cuerpo... Te pretendo entera, con tu alma y tu corazón. Tú sé que no serías feliz; no se puede ser feliz junto a una persona a quien no se ama. Si aceptara, antes o después, te perdería, y lo mismo como mujer que como amiga, y eso no lo quiero, sería perderte irremisiblemente. Prefiero conservar tu amistad a gozar de una dicha que acabaría destrozándonos a los dos. Pero tampoco voy a estar contigo, a tu lado. Lo siento Claudia, sé que necesitas apoyarte en mí en estos días, pero te las tendrás que arreglar sola. Sé que lo harás. Para mí Claudia eres el Cielo y el Infierno: ¿Sabes cuál era el suplicio de Tántalo? A Tántalo le condenaron los Dioses a tener eternamente a su alcance un océano de agua dulce y frutas deliciosas, pero cuando necesitaba beber o comer, todo se apartaba de él. A mí, contigo me pasa lo mismo: Tú, tan bella, tan adorable, el objeto de mi amor y deseo, tan cerca de mí, pero también tan lejos, tan formidablemente lejos. Me volvería loco y, a la larga, ¡quién sabe!...puede que incluso, algún día, me olvidara de respetarte... Te agrediera inicuamente… ¡Y eso no! Créeme Claudia, lo mejor es separarnos, decirnos, más que adiós, ¡hasta siempre!

Claudia quedó en silencio. Claramente advertía el rato que estaba pasando. Sentí una lástima inmensa hacia esa mujer que era mi vida... Y mi muerte... Al fin Claudia, lanzando un profundo suspiro, repuso.

―Creo que tienes razón. Soy egoísta al pretender tu consuelo sin pensar lo que eso significa para ti. Perdona. Sí, lo mejor es decirnos hasta siempre... Pero, recuerda Carlos, soy tu amiga y siempre lo seré. Y sé que también tú serás mi amigo por siempre. Si alguna vez me necesitas, no dudes en llamarme, no lo dudes Carlos, por favor. Te prometo que quiero quererte como tú deseas, pero... Y ¿sabes?... Ahora mismo pensaba en cómo sería mi vida viviendo contigo...en pareja. Y sé que viviría bien, con tranquilidad, incluso feliz. Ni siquiera entregarme a ti me sería difícil, mucho menos penoso. Pero también sé que para ninguno de los dos sería justo. No podría ofrendarte mi pasión: En mí encontrarías, eso sí, cariño, pero casi, casi que fraternal, no la entrega ardorosa de una mujer enamorada; y eso me dolería aunque también supiera que, físicamente, te hacía dichoso. Tienes razón Carlos. ¿Te parece que nos vayamos ya?... ¡Aquí creo que ya no hacemos nada!

Nos levantamos y sin decir nada más salimos a la calle. Al poco detuve un taxi y abrí la portezuela, ayudando a Claudia a subir.

―Tú no subes ¿verdad Carlos?

En sus palabras no había pregunta alguna, sólo una rotunda afirmación. Era la despedida por antonomasia y los dos lo sabíamos. Yo seguí en silencio y ella cerró la puerta del vehículo. Alargó la mano por fuera de la ventanilla y la llevó a mi rostro, al tiempo que asomaba también el busto hacia afuera. Yo correspondí a su invitación agachándome hacia ella y busqué con mis labios sus mejillas pero su boca me sorprendió cuando, inesperadamente, atrapó mis labios entre los suyos en un beso que me hizo alcanzar el cielo. Ese beso duró varios segundos, con sus manos acariciando mis mejillas. Luego se apartó de mí despidiéndose

―Adiós Carlos, que te vaya bien en la vida.

Y ahí acabó todo. Claudia cerró al fin la portezuela del taxi y dio su dirección al taxista con lo que el vehículo arrancó lentamente para ir cobrando velocidad momentos después. Yo quedé allí, clavado en la acera, viendo cómo ella se alejaba de mí. Pude observar cómo Claudia pegaba su rostro al cristal trasero y se despedía agitando la mano. Yo levanté un brazo respondiendo a su despedida. Al fin, Claudia se desvaneció en la distancia y el propio coche que la llevaba desapareció, confundido en el fluido tráfico de aquella tranquila calle del Barrio de Salamanca. Giré mis pasos como un autómata. Por mis venas parecía no correr la sangre; estaba frío, aplomado. En la garganta, un nudo que no dejaba pasar nada: Ni saliva, ni aire...nada. Y a mis ojos fluía un escozor muy característico. Creo que esa noche fue la única vez que he llorado en mi vida. Por inercia, los pies me llevaron al metro, a la estación de Velásquez. Allí bajé las escaleras hacia el interior y yo también me perdí en el tráfico humano de pasillos y andenes.

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