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CARMELI.- CAPÍTULO 1º

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Lo que seguidamente vas a leer, estimada lectora, estimado lector, es muchas cosas. El comienzo son los recuerdos de mi ya más que lejana primera juventud; mis diecisiete-dieciocho-veinte años; entonces, por primera vez en mi vida, me enamoré de una chica… Con ese vigor, ese idealismo propio de tal edad… Y, al propio tiempo, también mi primer mal de amores, del desamor, pues esa chica no me correspondió y me dio unas “calabazas” de a metro y medio

También es el recuerdo, los recuerdos, de algo más de cuarenta años de vida profesional de viajante de comercio o representante comercial, en una zona muy específica, toda la región manchega, a lo largo y ancho de las provincias de Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Albacete, más las de Murcia y Alicante

Mis principios con mi padre, viajante también, como la mayoría de los varones de mi familia paterna, comerciantes establecidos o viajantes/representantes la mayoría de ellos, tíos y primos hermanos… El primer día que salí de viaje con mi padre, un día de inicios de Enero de 1959, con dieciocho años aún… La primera vez, con diecinueve recién cumplidos, que mi padre me mandó a venteármelas por mi cuenta, haciendo todo Murcia y Alicante, con el tren y los coches de línea… A vérmelas en solitario con “tiburones” de cuarenta y muchos-cincuenta y bastantes años, cuyos dientes, como quien dice, les habían salido en una tienda… En una ferretería… Y logré hacerlo bien, hasta el punto de quedar mi padre asombrado del resultado que había logrado, según me confesaría luego un cliente de Alcantarilla, Paco Guillamón, que mi padre le había dicho

Luego, en una especie de segunda parte, el relato es… Para empezar, pura fantasía que con la realidad nada en absoluto tiene que ver… Una fantasía romántica… Digamos, que una especie de ejercicio onírico; un sueño, un soñar despierto… O un cuento de hadas, que de todo puede que tenga…

Yéndome hacia atrás, diré que aquella muchacha de la que, en verdad, me enamoré más que perdidamente por mis dieciocho-diecinueve años, pronto pasó a ser sólo un recuerdo; un recuerdo bello, al formar parte de esa época de mi más que primera juventud, mis diecisiete-veinte/veintiún años, que a ver a quién no le resulta bonita; a ver quién no se enternece un poco, o un mucho, al recordarla, en especial si ya los sesenta, y no digamos los setenta, quedaron atrás… Así que conocí a la que hoy es mi mujer, me enamoré de ella y nos casamos

En mi página, “Información Personal”, digo que si afirmara que quiero a mi mujer como el día que nos casamos, mentiría, pues hoy día, tras 46 años de matrimonio la quiero bastante más que entonces Incluso, podría decir que la deseo, la encuentro hasta más atractiva que entonces… A sus 71 años en el próximo Octubre… Y esto que digo, va a misa; MI PALABRA DE HONOR, DE HOMBRE QUE, HOY Y SIEMPRE, SE VISTIÓ POR LOS PIES…

Pero hace un tiempo, dos años, al escribir un relato, tuve que rememorar, y mucho aquella época; en especial la parte, digamos, romántica de aquellos años, 1958-1960 más o menos… El frustrado idilio con ella, Carmeli, que tan mal parado me salió al final… Y sucedió que ese recuerdo de aquél amor que un día sentí por ella, de antiguo más dormido que otra cosa, poco a poco, paulatinamente, fue convirtiéndose en recurrente… Hoy día, y sin merma del amor y cariño que, indudable, siento hacia mi esposa, sé, he sabido, que a nadie, a mujer alguna, he querido tanto como a esa chica, a esa mujer, Carmeli… Fue mi primer amor, y bien se dice que quién da primero, da dos veces

Y así, de esos recuerdos… Y, por qué no decirlo, de la añoranza de aquellos tiempos 1958-1960… Y de ella misma, que todo hay que decirlo, surgió, surge este “ejercicio  onírico”; este “soñar despierto, en una cabriola literaria, o al menos eso quisiera hacer, literatura, dentro de lo que cabe, claro está; “cabriola literaria en la que hago que, lo que pudo ser y nunca fue, en la fantasía, en mi onirismo o soñar despierto, hago que, por finales, sea

Nada más, estimada lectora, estimado lector… Que te guste el relato es lo que quisiera, ya que ante todo, y a pesar de cuanto dijera antes, eso es lo que es, primordialísimamente: Un relato, de tipo romántico y con final feliz, que es lo que me gusta escribir… Un abrazo a todas vosotras, a todos vosotros, mis estimadísimas/os lectoras/es

CAPÍTULO 1º

La verdad es que ni me acuerdo de cómo empecé a andar tras Carmeli, Carmen por buen nombre. Debió ser como pronto hacia mis dieciocho años, pues con dieciséis y cuatro-cinco meses dejé el seminario en que ingresara cerca de cuatro años antes y desde luego los últimos meses de mis dieciséis años y todos los de mis diecisiete fueron más bien algo turbulentos, pues mano a mano con mi amigo de toda la vida, Carlos, hacíamos las primeras “armas” de seductor. Y en qué escenarios, madre: Los bailongos de la zona alta de aquél Arturo Soria de la segunda mitad de los años cincuenta, entonces sembrada de pinares, y por la entonces famosa Cruz de los Caídos, al final de lo que fuera entonces la Carretera de Aragón, hoy confines de la calle de Alcalá, cuya selecta clientela mayormente eran “macarras” con patillas de “boca de hacha” y navaja al bolsillo más “marmotas” medio “furcias”, si no “furcias” a todo ruedo. El “salón de baile”, un espacio al aire libre acotado por una valla de cañizo sembrado de mesas y sillas de madera de las llamadas de tijera y por música un “pick up”, inmediato antecedente del tocadiscos carente de altavoces por lo que era imprescindible conectarlo a un aparato de radio para que allí sonaran aquellos discos de pizarra y 78 r.p.m. Vaya, lo ideal para iniciarse un par de “pipiolos” de la más tradicional clase media española, pelín más, pelín menos, acomodada, de rigurosa educación católica en colegio de curas, los Calasancios, de la calle Conde de Peñalver 51, y, por ende, un sí es, no es, “franquista”, con permiso de mi padre, republicano de pura cepa, de aquella burguesía izquierdista y republicana seguidora de D. Manuel Azaña.

En fin, que decididamente me decanto porque mis galanteos hacia la bella Carmeli empezarían allá por el verano de 1958 y para el de 1959 yo ardía en amor por aquella chiquita, año casi escaso menor que yo, de la que me cautivaba todo, aunque lo verdaderamente determinante era su rostro, radiante tan pronto sonreía, pues la sonrisa le iluminaba la cara y hasta se diría que el sol se oscurecía ante las radiaciones de ese otro astro. Era una sonrisa que te envolvía y se adueñaba de ti, rindiéndote a ella, a esa sonrisa pero también a ese cuerpecito de casi mujer, casi adolescente de Carmeli a sus dieciocho años.

Los veranos se iban en “guateques”, excursiones a un paraje más bien montañoso, muy fresquito, con un río de aguas heladas que abastecía una hidroeléctrica local, muy, pero que muy de andar por casa, que por allí llamaban “fábrica de la luz”… Y en pasear la calle Mayor y la carretera Nueva, que baja, rodeando el montículo en que se enclava el pueblo, hasta la carretera general Valencia-Jaén, únicas vías del pueblo que admiten caminar juntas a más  de dos personas, ya que el resto de calles del lugar son callejones, a veces tan estrechos que impone la “fila india”, con las personas pasando de una en una, y que bajan a la calle Mayor por una acera, para seguir deslizándose, por la otra acera, cuesta abajo, hasta la vega que rodea el pueblo, al pie del montículo donde se eleva

Una cosa tal vez haya observado el avispado lector: Que hablo de mis estancias en Madrid y en el pueblo; y es que, aunque normalmente vivíamos en Madrid, donde mis padres se trasladaron nada más casarse, hacia fines de Junio nos íbamos todos al pueblo hasta el diez-doce de Septiembre, acabada ya la Feria, que volvíamos a Madrid. Bueno, mi padre nos traía al pueblo y luego nos devolvía a Madrid, pero en esos meses de veraneo, él sólo pasaba con nosotros domingos y lunes, volviendo a la ruta los martes, pues el dinero nunca nos cayó del cielo sino que a diario había que ganarlo sacando pedidos a los clientes, pues siempre trabajamos, primero él, luego también yo, a comisión: Si cursamos pedidos cobramos, el 5% de lo servido, pero si no hay pedidos, ni un duro.

Yo empecé a viajar con él en Enero de 1959, por lo que desde ese año ya no pude estar en el pueblo todo el verano, sino sólo los fines de semana, que no empezaban hasta la madrugada del sábado al lunes, que solíamos llegar a casa, pies por entonces los sábados eran enteramente laborables, mañana y tarde, por lo que emprendíamos viaje a casa tras despachar al último cliente de la tarde, a veces hasta ya pasada la medianoche, si te topabas con un parsimonioso que tenía que ver todo lo que tenía en almacén, contándolo caja por caja… ¡Dichoso Marcelo Sánchez Beato, de Corral de Almaguer, Toledo! Hasta las once de la noche no había manera de empezar con él, pues no cerraba hasta que todo el pueblo estaba ya en su casa, cenando, y mientras no cerraba, no te atendía, con lo que de allí llegamos, llegué, a salir pasada la una de la madrugada…

De todas formas la tarde del 26 de Agosto era imprescindible estar en el pueblo para recibir a la Virgen Patrona que era traída desde su ermita al pueblo y ya permanecíamos allí hasta volver a Madrid, a fin de pasar las Ferias y Fiestas anuales del pueblo

El lugar es el de nacimiento de mi madre y “patria chica” ancestral de su familia. Enclavado al pie de una serranía de Albacete, allá por donde converge con Jaén y Ciudad Real. Mi padre no era de allí, sino de una localidad de Ciudad Real, a unos sesenta kilómetros del pueblo. Aquí, a este pueblo que en época no tan lejana fuera ciudad de cierta importancia, emigraron mi padre y sus hermanos mayores a principios de los años veinte, se arraigaron allí hasta poder traerse con ellos a su madre, hermanos menores y hermanas, excepto la mayor, casada ya con un muchacho del lugar donde nacieran todos.

También las raíces ancestrales de Carmeli estaban en ese pueblo-ciudad, aunque tampoco vivía allí sino en una localidad de Murcia donde sus padres se asentaran, pero también ella solía pasar los veranos allí, no con sus padres que no solían venir, sino con un tío suyo, el confitero del pueblo de toda la vida.

Así llegó el verano de 1960. En principio se presentaba como los anteriores, los ratos con los amigos durante el día, con los vinos y cervezas del mediodía, el famoso vermut antes de ir a casa a comer, y por la tarde, tras comer, al casino, con el café, el coñac, sempiternamente en mi caso, y la partida de cartas, en la que casi siempre era el mayor “pagano” pues nunca acabé de entender las cartas y, la verdad, nunca acabaron de gustarme… Excepto el póker; ahí sí me gustaba darle… Y, a veces, hasta ganaba… Hasta los “pelaba” a los demás; pero que allí tenía poco predicamento, mire usted por dónde.

A última hora, las siete más o menos, a la calle Mayor, la “calle del Roce”, a buscar a las chavalas. Eso si no había preparado guateque en alguna casa, la mía o las de mis primos Alberto y Vicente por un lado, Teodoro por otro.

Como antes dijera los guateques eran obligados los domingos, pero también algunos otros días de la semana se montaba alguno que otro. En aquella época las relaciones chico-chica se basaban en pasear, bailar y alguna que otra vez ir de excursión en plan pandilla. Pero lo básico era bailar y un domingo sin guateque era impensable.

Pues bien, como digo, respecto al asunto Carmeli todo se desarrollaba como era habitual hasta entonces, emparejándonos tanto al pasear calle Mayor abajo, calle Mayor arriba, carretera Nueva abajo, carretera Nueva arriba o en los guateques. En fin, que todo transcurría así hasta que llegó la Feria, con lo que los guateques se sustituyeron por el diario baile nocturno en la pista que quienes explotaban el bar del casino montaban cada año en la parte posterior, al aire libre, amenizando el bailoteo una orquestina contratada al efecto.

Para entonces, pensando que con Carmeli iba “sobrao”; la emplacé muy en serio: “Dame el Sí o el No definitivo, no me tengas más así, entre el cielo y el infierno”. Y es que aquella situación me impacientaba, estar casi seguro de una cosa pero a la par siempre dudando. Y sí, una de esas noches de baile en el casino me dio la respuesta pedida. El cielo se me cayó encima cuando me soltó unas “Calabazas” que, la verdad, no me esperaba.

Me maldije una y mil veces por precipitar las cosas, pues hasta entonces, al menos, podía balancearme en las nubes, hacerme la ilusión de que al final ella me aceptaría. Pero no era así, no fue así, y yo no tenía más remedio que aceptar aquella realidad por mucho que ello me doliera. No hubo reproches ni nada que se le pareciera ni tampoco ella varió su forma de tratarme: Seguimos bailando y así estuvimos hasta que aquellos días de Feria se acabaron y, al poco, regresamos a Madrid.

Con la vuelta a Madrid se impuso la normalidad de la vida. Mi padre y yo de nuevo en viaje temporadas más bien largas, de mes y medio a dos meses con ligeros descansos de domingo a lunes o al martes; las estancias en Madrid las pasaba yendo con mi padre a las casas representadas, en definitiva al almacén de ferretería que era la base del negocio.

Y los ratos libres, que no eran tantos fuera del domingo, salía con los amigos de allí de toda la vida: Carlos, mi amigo de siempre, pues nos conocimos en el colegio a los diez-once años, Fernando, Luis, Pedro... Íbamos a tomar vinos y patatas “bravas”, bien picantes; al cine de vez en cuando… Nos gustaban ante todo las del Oeste, particularmente las de John Wayne… Y cómo no, el “western” que interpretara Elvis Presley que, al menos en España, se estrenó como “La estrella de Fuego” y es que cómo íbamos a perdernos el “western” de nuestro gran ídolo musical, del que ya habíamos visto la mítica “King Creole”. Y el guateque nuestro de cada domingo.

El verano de 1961 Dios, o el Diablo, se puso de mi parte para no ir al pueblo, cosa que, ni “atao”, quería hacer, por no verla a ella. Y es que sucedió que mi padre y mi madre, con un primo hermano mío, también viajante, con su mujer, (casi toda mi familia paterna fue comerciante; viajantes todos los hermanos de mi padre, eran seis, excepto uno, que abrió un comercio en el pueblo; y de mis primos hermanos, pues la mayoría, aunque brillando no unanimidad) se fueron de viaje por Andalucía, la ruta que mi primo hacía, de manera que mi padre me mandó de viaje, a batirme el cobre yo solo la mitad de Junio y todo Julio.

En Agosto ellos volvieron y, claro, volvimos a viajar los dos juntos, mi padre y yo; llegó el primer fin de semana y él dijo de volver a casa, en el pueblo, y yo le dije que me quedaba en ruta; que se tomara algún día más, que conmigo en viaje sería suficiente. Él no me dijo nada; sabía lo que había pasado con Carmeli, y lo entendió… Y sí, se quedó la semana entera.

El 26 de Agosto mi padre dijo de volver al pueblo hasta ya pasar la Feria y yo, de nuevo, le dije que no iba; él me dijo que era una tontería que no fuera, pues, al parecer, Carmeli en el pueblo ese verano no estaba, pero le dije que los recuerdos sí estaban y que en viaje no pensaba en ella. Lo volvió a comprender.

Llegó 1962, y su 19 de Marzo, fecha en que la Patria dijo que sin mis servicios, como soldadito de España en el Regimiento Infantería “Covadonga” nº 5, en Alcalá de Henares, no se podía pasar… Vamos, que debía de serle del todo imprescindible, “cachis” en la mar, con lo que allí estuve hasta mediados-fines de Julio del 63, en que la Patria pensó que bien podía volver a mi casa y vida de siempre

Volví a casa y a salir de viaje con mi padre. Por entonces me hice cargo de mis primeras representaciones; mías, no de mi padre. Un almacén de cristalería, con “caballo de batalla" en el "Duralex”, a precios incontestables, vajillas y juegos de café, en porcelana y loza, figuritas de porcelana de Bidasoa, lo de Gadea, botes y enseres de cocina en plástico de primera calidad, muy bien decorado y tapas de madera, más otras pijaditas por el estilo; otro almacén más, también de Madrid, de pequeño material eléctrico, los típicos mecanismos de “Simón”, aunque también algo de marca desconocida y poca calidad, pero precios muy económicos; cable paralelo, manguera, regletas para fluorescentes, con y sin tubos, bombillas… En fin, sota, caballo y rey. Todo muy compatible con la ferretería pura de mi padre, compartiendo los clientes ferreteros, pues la mayoría de las ferreterías también toca lo eléctrico, más los típicos de lo mío, cristalerías, artículo de regalo… Comercios de ese tipo

Hacia  1966, tomé la representación de un almacenito de ferretería, de Madrid también, con poco surtido, herramienta, batería de cocina, la corriente, marrón, de San Ignacio, y los juegos de cinco piezas… Y poco más, aunque yo les embarqué en más artículos, cerrajería por ejemplo, con lo que la oferta de género de tal almacén se amplió bastante no tanto tiempo después

Con eso, lo de viajar con mi padre ya no fue posible, al pasar a competir los dos llevando ambos ferretería, con lo que me independicé con mi primer coche, cómo no, un Seat 600. También por entonces me fui apartando de mis amigos madrileños de siempre, pues cada vez paraba menos en Madrid, implicado más y más en el viaje, en el trabajo…

Y es que yo tuve la gran suerte de enamorarme de mi profesión… Eso de fajarme con el cliente hasta sacarle pedido me encantaba… A ello se sumaba que ya tenía amigos en la ruta con los que alternaba casi todos los días…

Mi vida sentimental era inexistente; no voy a decir que no frecuentara alguna chavala que otra, por aquí y por allá, pero cosas de poca monta, nada serio… Pasar el rato y, a ser posible, disfrutar de algún “achuchón que otro… Aunque, seamos sinceros, los “apuros” de entrepierna más bien había que solucionarlos con alguna prostituta que otra… ¡Ay mi “Alto la Villa”, en Albacete! Alguna que otra noche tengo pasada allí, despertándome a la mañana sin saber ni dónde estaba de la borrachera que llevaba cuando entré en la habitación…

A este respecto, una curiosidad: Durante la época anterior, como se sabe, el Carnaval estaba absolutamente prohibido; y salir a la calle con la cara cubierta por una máscara no digamos: Al cuartelillo del tirón. Pues bien, hasta el último rincón manchego, desde las ciudades más importantes hasta la más mísera aldea, se celebraba abiertamente el Carnaval, con chicos y grandes, hombres y mujeres, disfrazados y con la cara tapada por las más variopintas caretas o antifaces, con el típico “A que no sabes quién soy”.

Y por las paredes los carteles anunciando los bailes y los artistas que venían, que en las ciudades más importantes y ricas, Albacete capital, Villarrobledo, Alcázar de San Juan, Valdepeñas, Manzanares, etc. los principales intérpretes del momento pasaban, Joan Manuel Serrat, Juan y Junior, Rocío Dúrcal, Sara Montiel, que nunca faltaba a las celebraciones de su natal Campo de Criptana, junto a Alcázar…

Y en los carteles anunciadores campeando lo de Bailes de CARNAVAL y no “FIESTAS DE PRIMAVERA” como se anunciaban en Tenerife y Cádiz, a pesar de su fama, suntuosidad y riqueza de ornamentos y disfraces; sí, disfraces, pero con la carita descubierta y al aire. También en aquellas tierras manchegas había Guardia Civil pero a la chita callando, haciendo como si nada “prohibido” allí sucedía; y los guardias a disfrutar del Carnaval siempre que podían, como cualquier otro hijo de vecino.

Pues bien, yo también, y muy a mis anchas, me sumaba a la “órgia” y “desénfreno” de aquellas fechas y, admitámoslo, hacía lo que podía. Vamos, que lo del sexo ocasional, para mí, un invento de “narices” y, si podía y la circunstancia se daba, me dedicaba a él con ímpetu digno de mayores empresas; mayores seguro que haberlas, haylas, pero más placenteras más bien que no.

Hasta me salió un “ligue” la mar de interesante con la nunca bien ponderada Patricia, una “colega” del ramo de la alta perfumería. Esta mujer, mujerona mejor le cabría, era una exuberante hembra de treinta y seis, treinta y siete años… Vamos, lo justo para mis veintisiete… Alta de estatura y ancha de cuerpo, son buena envergadura de hombros, que evidenciaba un esqueleto fuerte; ojos marrones y cabello rubio tirando a cobrizo; tetona, buenas caderas y mejor “culamen”; piernas largas, algo musculadas, pero de excelente factura… Y muslos, desde que pude vérselos a “tutiplén”, de verdadero ensueño. Lo único que la afeaba un tanto, era la expresión de su rostro, tirando a dura, un tanto hombruna; pero sin pasarse, que conste. Vamos, un tipo de fémina con bastante “materia donde agarrarse” que, dicho sea, hoy a las “gachesis” no les gustará, pero que a mí me volvía y vuelve, que conste, turulato.

La cosa fue que una noche, solitariamente sentado en una mesa del restaurante del hotel de Ciudad Real capital al que los “compis” del oficio solíamos acudir, hizo su aparición la “buenorra” de Patricia; paseó su mirada por la sala, y ni puñetera mesa libre. Entonces, en tan dramático momento, hete aquí, que con el mayor desparpajo se vino a mí.

  • Hola colega; ¿te importa que me siente?

Y claro, servidor, que es un caballero, y, además, ante la tal Patricia los ojitos me hacían chiribitas, no tuve inconveniente ninguno en compartir mesa con ella. Es más, que, todo yo galantería, me levanté y aparté la silla, justo enfrente de la mía, ofreciéndosela. Durante la cena charlamos de cosas baladíes; vamos, que yo no estaba en mi mejor momento de “labia”, pues ante las esplendideces de tal “jembra”, estaba un tanto acogotado

Acabamos la cena, y, ¡oh milagro!, aquél monumento de mujer me dice que si salimos a tomar café y alguna copichuela que otra… Y yo, que apenas si me podía creer tanta belleza, a ver qué le iba a decir más que sí. Visitamos tres, puede que cuatro bares, libando copa tras copa, ella wiski, yo coñac, como siempre, con un café solo en el primero cada uno, hasta que a las horas mil, y un tanto más que “piripis” los dos, regresamos al hotel. La acompañé hasta la puerta de su habitación y, galante siempre, hasta le pedí la llave para abrirle yo la puerta; me iba ya a retirar a mi habitación, tras franquearle la entrada a la suya, cuando ella me detiene y, ¡oh milagro de milagros!, me dice con la mayor desenvoltura

  • ¿Quieres pasar la noche conmigo?

Y qué puñetas iba a responderle yo, más que colarme en su habitación a tumba abierta. Nada más cerrar ella la puerta, la engancho por la cintura, arrimándomela, para al instante bajar ambas manos, abarcando cada una cada uno de ambos hemisferios de su culazo, arreándonos un “morreo” que ni en el cine. Y qué decir de la noche que siguió… Patricia se me reveló como consumada jinete, cabalgando sin descanso, “sin bridas y sin estribos”, como dice García Lorca en “La Casada Infiel”, de su “Romancero Gitano”(1)

Aquella noche, aparte de sexo, también fue de confidencias. Mientras fumábamos el famoso cigarrillo “de después”, reponiendo los dos fuerzas, abrazados, para afrontar el próximo “kiki”, como ella decía, me confesó que me tenía “guipado” (visto) de tiempo atrás, de cuando iba con mi padre, como tarde, desde mis veinte-veintiún años   

  • Un bollito de leche la mar de apetecible me pareciste desde que te eché el ojo por vez primera… Pero nene, eras de un “esaborío”… Como mucho, un “Hola” cuando nos cruzábamos, de Pascuas a Ramos mayormente… ¡Y yo, ansiosa por que me dijeras, siquiera, “Los ojos tienes negros”!…   

El siguiente día seguimos en Ciudad Real pero al otro volvimos a ponernos en viaje, en ruta, a seguir visitando clientes los dos. Pero salimos hacia Madrid. Íbamos, como es lógico, con los dos coches, el de ella y el mío, circulando casi en caravana en los trayectos por carretera, yo delante, pues su Citroën era más rápido, evidentemente, que mi 600.

Cuando llegábamos al hotel, o lo que fuera, pedíamos una sola habitación y una sola cuenta; desde el primer día establecimos un fondo común, abastecido por los dos, mitad por mitad, que renovábamos periódicamente, según iba agotándose, pagando ella todos los gastos conjuntos que hacíamos, corriendo por cuenta propia los gastos personales, como el tabaco, útiles de baño, etc. la Los días los pasábamos cada uno por su lado, con sus propios clientes; comíamos juntos, si era posible, pero cuando terminábamos nos juntábamos y así hasta la mañana siguiente, que empezaba un nuevo día

El sábado de esa semana, al acabar de trabajar, pusimos rumbo a Madrid, a su casa, y al llegar me condujo al el garaje del edificio, ocupando su plaza mi Seat, pues el viaje lo reemprenderíamos, el lunes o el martes, con un solo coche, el suyo, más moderno y, sobre todo, más cómodo… Más apropiado para carretera que el mío, con lo que mi 600 se quedó en el garaje, muerto de risa…

La relación duró cerca de dos años; al cabo de ese tiempo, una noche de domingo, en su casa, mientras fumábamos el cigarrillo “de después”, inopinadamente, con toda tranquilidad, como si me hablara del tiempo, me soltó que esa sería la última noche que pasaría conmigo; que por la mañana, por favor, me marchara de su casa para no volver

Resultó que se casaba en casi una semana escasa… Con un cliente suyo, casi más sesentón que cincuentón, pero con más billetes que pelos en la cabeza. Era viudo de tres o cuatro años y deseaba volver a tener una mujer a diario en su cama, y no andar a salto de mata día sí día también, como venía haciendo últimamente… Y desde antes de quedar viudo… En fin, que la retiraba del viaje, para pasar a ejercer de gran señora.

A la mañana siguiente preparé el equipaje, recogiendo cuanto en aquella casa tenía. Ella me observaba en silencio, cubierta, cuál era su mañanera costumbre, sólo por una bata ligera, digamos que un salto de cama. Acabé por fin de aprestar todo lo mío y me dispuse a salir de su casa. Entonces, soltándose la bata y apareciendo ante mí desvestida, presentándome senos, “prenda dorada”… Todo su espléndidocuerpo, en definitiva, me sale con 

  • ¿Me echas el último “kiki”, cariño?

Me la quedé mirando, supongo que con expresión no muy placentera, precisamente, admirando por postrera vez ese cuerpo que, la verdad, me enloquecía, en franco despecho de perderlo para siempre, pero decliné su ofrecimiento

  • Mejor no Patricia… Como Jesús dijera a Judas en la Última Cena, me digo a mí mismo: “Lo que has de hacer, hazlo pronto”… No Patricia; si ahora me acostara de nuevo contigo, no te casarías con ese novio que te has echado, porque te raptaría y te encerraría, hasta encadenada, en un sótano oscuro

Patricia me acompañó hasta la puerta; la abrió, me echó los brazos al cuello y me morreó como sólo ella sabía hacer. Luego, me empujó hacia afuera, diciéndome eso tan manido de “Que tengas suerte y seas feliz”, más lo de “Nunca te olvidaré” y demás monsergas al uso, cerrando después la puerta

De manera que allí estaba yo, con veintisiete años, encarando de nuevo la vida en solitario; recogiendo, otra vez, mis pedazos de corazón e ilusiones… Y a ver qué se puede hacer, sea como sea, sino vivir como a uno Dios le dé a entender…

Y viví, y el tiempo fie pasando sin variaciones, sin cambios… Viajando y trabajando día tras día, semana tras semana, mes tras mes… Año tras año, hasta andar ya por la cuarentena, no muy pasada, tres años nada más… Y si antes dije que mi vida sentimental era inexistente, a partir de que Patricia me diera la “patada”, más todavía, pues se acabó lo de frecuentar chavalas y hasta el intermitente recurrir a las “cenicientas de saldo y esquina”, como denomina Sabina, en su “19 días y 500 noches”, a las prostitutas

Así transcurría esa, digamos, segunda parte de mi vida, más como ermitaño o monje que otra cosa, cuando un día, deambulando por Murcia capital, a última hora de la mañana, doce y media, poco más, trotando hacia el último cliente de esa mañana, escuché a mi espalda una voz que me dejó helado

  • ¡Antonio…! (aquí, mi apellido) ¡Cuánto tiempo, Dios!

Me volví hacia la voz, sabiendo perfectamente a quién le correspondía

  • Hola Carmeli… Sí; mucho tiempo desde la última vez… Más de veinte años…
  • ¡Señor y qué bien estás!... Me alegro mucho de verte… ¿Qué ha sido de tu vida? Te casarías, imagino… ¿Cuántos críos tienes?… ¡Bueno, no me digas nada ahora!… Tengo mucha prisa, ¿sabes?; he salido del instituto antes de tiempo para ir al ayuntamiento, pues tengo que solucionar alguna cosa que otra y mira la hora que es ya… Me van a cerrar… ¡Ya sabes cómo son los funcionarios!... Bueno, somos; que también las maestras lo somos… Pero me gustaría un montón hablar un rato contigo… ¡Éramos tan amigos!...
  • No, si también yo tengo prisa; iba por el último cliente de la mañana y, como a ti, se me hace tarde… Pero sí; también a mí me encantaría charlar contigo un poco… ¿Qué tal si nos vemos luego, sobre las dos, dos y media de la tarde?
  • Perfecto… ¿Dónde?
  • Donde tú quieras… Donde mejor te venga…
  • Pues entonces aquí mismamente; en esa cervecería. ¿Te parece bien?

Carmeli señaló un bar-cervecería a su derecha, con terraza a la calle, de mesas a la sombra de algunos árboles… En fin, de la mejor pinta

  • Estupendo… Me parece estupendo… ¿A las dos, dos y media pues?
  • A las dos-dos y media

 

Y dándonos un besito en cada mejilla, como ahora se estila, nos separamos, cada uno a dónde debía ir. 

NOTAS AL TEXTO

  1. Creo que no estaría mal reproducir el poema completo, pues, la verdad, es divino… ¡De Federico, ahí es nada!

Y yo me la llevé al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marío.

 

Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua

me sonaba en el oído,

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río. 

 

Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo el cinturón con revólver.

Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban

como peces asustados,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena

yo me la llevé del río.

Con el aire se batían

las espadas de los lirios. 

 

Me porté como quién soy.

Como un gitano legítimo.

La regalé un costurero

grande, de raso pajizo,

y no quise enamorarme

porque teniendo marío

me dijo que era mozuela

 

cuando la llevaba al río.

(9,35)