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Mar, sol y sexo

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Me costó trabajo convencer a mi madre, pero me dejó ir solo porque irían amigos a una fiesta. Por supuesto, no le dije que navegaría con otros amigos si no, no me habría dejado ir.

Llegué puntual a la cita en el Club de Yates del puerto de Veracruz y mi amigo, a quien llamaré Mauro, estaba en su yate, estacionado en el pequeño muelle. Me saludó muy efusivo y me dijo que partiríamos casi de inmediato. Eran las 18:30 horas y yo me preguntaba ¿dónde están los demás? Preferí guardar silencio y acomodé mi bolso y mi pequeña maleta.

Pasada media hora nadie llegó y un asistente de mi amigo llegó con varias bolsas. Era comida y muchas bebidas. Me pidió que subiera y me pusiera cómoda. Era una lancha blanca, hermosa, con dos camarotes, cuarto de máquinas, baño y una cocineta, entre otras cosas. Olía a limpio y yo me recosté en uno de las camas para probar, eran suaves.

En la parte de arriba, el timón, dos colchonetas y todo el piso era de madera. Era una lancha fabulosa. Bajé nuevamente a la cocina para guardar cosas en la hielera y de repente, Mauro encendió el motor y partimos. Yo salí a cubierta y no vi a ninguno de los amigos. Seguí sin hacer preguntas, pronto se haría de noche y me preparé para lo peor, pues nunca habia navegado y me marée un poco.

Salimos de la bocana y la nave se movía fuerte sobre todo cuando chocaba con el oleaje, sin embargo, más adelante se calmó y todo parecía una alfombra azul en la que se reflejaba la poca luz del sol que quedaba.Se hizo noche y Mauro detuvo la nave en algún punto. No se veía nada, todo oscuro y sólo una tenue luz de la lancha se proyectaba, más la luz de la luna. Estábamos en la nada. Mauro bajó y me ofreció una cerveza. Yo acepté gustosa pues tenía sed. Me invitó a subir a cubierta. Yo llevaba un calzón café muy lindo, una falda estampada abierta y un top muy pequeñito. Mi cabello negro y rizado brillaba con la luz de la luna.

No tardó mucho para que Mauro me dijera muchas cosas. Quería sexo comigo y reconoció que mintió para que me fuera sola con él. Me abrazó y comenzó a besarme. Nos besamos durante largo rato y luego me recostó en una colchoneta para que fuera más cómoda. Yo sentí que era un momento muy romántico y comencé a sentirme muy caliente. Esperé un buen rato y como no tomaba la iniciativa le pregunté si llevaba traje de baño y me respondió que sí. Le pedí que se pusiera más cómodo mientras yo me quitaba la falda. Él llevaba un bikini azul que le permitía destacar un pene de buen tamaño. Se veía guapísimo a la luz de la luna y muy sexi.

Acostados, nos besamos nuevamente y entonces le acaricié su pene y metí la mano por el bikini para sentirlo en carne propia. Él se excitó mucho y quizá se impresionó que yo tomara la iniciativa. Me acarició los pechos y luego los lamió. Tocó mi vulva que ya estaba muy lubricada y le pedí que metiera sus dedos. Comencé a gemir cuando y tenía tres dedos dentro de mi vagina. Yo estaba tan caliente que me senté encima de él y de inmediato su pene se clavó en mí y yo lancé un gemido que quizá viajó muy lejos de allí.

Cogimos unas tres veces y yo, exhausta, le chupé su pito hasta que me dijo que ya estaba muy sensible. Fue una noche maravillosa pues era la primera vez que cogía en una lancha y más aún, mar adentro.

Al otro día la pasión siguió. Nos despertamos tarde, bebimos cervezas y brandy y comimos mariscos. Nos lanzamos al mar y nos bañamos en el pequeño baño de la lancha. Más tarde, con un sol esplendoroso, decidí asolearme completamente desnuda y él continuó cogiéndome ese día y por la noche. Regresamos el domingo al mediodía, no sólo llegué bronceada, sino cogida y feliz.

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