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EL PASO QUE NO CESA: séptima sesión (Hasta lo insoportable)

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HASTA LO INSOPORTABLE

 

-Ese día, mi hermana escuchaba en la radio una melosa canción de McCartney, My love. Cerraba los ojos y movía la cabeza transida.

Me burlé de ella.

“¿Ya has encontrado tu love que pareces a punto de levitar con esa empalagosa melodía?”

Me mandó a la mierda. Pero yo insistí:

“¿Ya te pica el chochito, hermanita?”

“¡Eres un cerdo!”

Y seguí a la carga:”¿Ya te metes los deditos en la rajita?”

Llamó a gritos a nuestra abuela y, ¡cómo no!, se chivó.

La vieja montó en cólera y quiso incrustarme una sartén en la cabeza.

Sucedió aquel día de finales de agosto.

-¿Qué tuvo de particular ese día a parte de la enésima pelea con tu hermana?

-Si cierro los ojos y pienso en ese día, de inmediato huelo a cañas cortadas.

Cañas cortadas...

Mi tío Cosme y yo las recolectamos durante toda la tarde en un paraje de aguas estancas.

-¿Cómo fue la experiencia?

-Me sentí útil, fuerte... ¡masculino!

-¿Masculino?

-Veía a mi tío cerca, en la plenitud de sus treinta años, sin camisa, los pantalones por encima de las rodillas , el machete en la mano... Le miraba y mi hombría crecía porque... me lo había trincado.

¡Ah, qué delicia! Pienso en ello y las hormonas se me disparan.

-¿Algo más aparte de tu deseo exacerbado?

-Hacía calor. Los mosquitos nos acribillaban. Pero yo me aguantaba porque ¡ya era todo un hombre que follaba a otro hombre!

Jajaja...

¡Qué ingenuidad! Me creía capaz de penetrar a quien fuera. En mi cabeza fraguaba planes, mientras cortaba cañas, sobre la vuelta al instituto y a qué compañeros tentaría.

¡Menudo bicho estaba hecho!

-Te ha cambiado la expresión. ¿Qué ocurre?

-Una melodía silbada, un aire popular y antiguo...

Escucharla me llenó de alarma porque sabía quién la silbaba, quién se acercaba...

Era Tino.

...

Estoy sudando.

-Tranquilo. Respira hondo.

-Venía con la camisa desabrochada enseñando el torso peludo y los pezones, tan grandes y oscuros como sus ojos. Aún veo su barba sin rasurar, su nariz ancha y enérgica, sus antebrazos potentes, sus manos de venas hinchadas rezumando sangre y vida...

¡Era una maldición que se exhibiera de esa manera! ¡Era una maldición conocer el sabor de su sexo, recordar la potencia de sus caderas cuando me penetró!

Hubiera salido a su encuentro, me hubiera abrazado a su cuerpo, le hubiera suplicado que me...

¡Mierda, soy una zorra sin remisión!

-Nada de censuras.

...

Mira de frente lo que te produce y aguanta el pánico.

¿Qué pasó con Tino?

-Saludó a mi tío y éste le devolvió el saludo, creo que tan impresionado como yo. ¡Cómo nos gustaba el hijoputa!

Después, se puso a examinar los hatos de cañas cortadas, ya listos para el transporte y bien sujetos con cuerdas de esparto. Elogió el atado.

“Eso díselo a mi sobrino; él se encarga”

Dirigió sus ojos oscuros hacia mí.

Me encontraba con los pies en el agua y el machete en la mano izquierda.

Se acercó.

“Pareces macho con esa pinta -dijo- Veo que te has aficionao a las cosas del campo”

Su rostro se perdía entre el humo del cigarrillo mientras hablaba. Con la mano libre se rascaba en la entrepierna. Me estaba jodiendo y lo sabía. ¡Disfrutaba con mi debilidad!

-Si ya lo sabes, no lo esquives.

-Cosme también se acercó y empezó a ponderar mis cambios físicos durante el verano: que mi espalda había ensanchado, que mis brazos se habían fortalecido con el trabajo, que cada día me salía más barba y más espesa...

“Y el pecho” -añadió Tino tomando uno de mis pezones con los dedos de la misma mano que sujetaba el cigarrillo.

¡Tuve una erección en cuanto me tocó! ¡Una irrefrenable erección que hasta dolía!

-¿Te molesta que así fuera?

-Me molesta porque no lo puedo controlar. Ni ahora ni entonces.

...

“Ya es cachorro” comentó Cosme con una sonrisa cómplice.

La noticia no le hizo a Tino ninguna gracia.

“¿Contigo?” preguntó.

Sus dedos presionaron agresivos mi pezón. Me hacía daño.

Me aguanté. No me volvería a quejar por nada. Era un hombre, era como ellos...

Pero la brasa del cigarrillo me rozó la piel y me quemó.

Hasta ahí llegó mi aguante.

Al apartarme, tropecé con una raíz y caí en el agua sucia. Me hice algunos cortes con los restos de cañas tronchadas.

“Cachorro, que te vas a matar” -dijo el macho despectivo.

En sus ojos leí satisfacción por mis heridas.

“Me has quemado” -le acusé.

“Me has quemado” -se burló amanerando la voz.

La sombra de su figura potente y firme caía sobre mí.

En un segundo se esfumó toda mi estrenada sensación de hombría y poder. Frente a él no era nada.

-¿Tu tío te auxilió?

-“¿A qué has venido,Tino” fue todo lo que se le ocurrió decir con una voz que buscaba firmeza pero que sonaba temblorosa.

¡Qué puñeteramente débil me volvió a parecer!

-Vayamos a los hechos.

-El macho le habló serio: “Esta noche tengo que regar ¿Cuento contigo o te vas a entretener con tu cachorro de tres al cuarto?”

Mi tío me miró. En sus ojos vi la tristeza de un niño callado al que han estropeado un juguete.

”¿Cuento contigo o qué?” insistió mi agresor.

Una vez más, Cosme se sometió a su voluntad.

Tino, complacido, le puso una mano tras la nuca y le prodigó palabras de agradecimiento. También alabó lo buen amigo que era, “¡el mejor amigo que se pué tener!”.

Mientras, su mano reptaba por la espalda desnuda de mi tío hasta las nalgas. Allí le dio unos suaves toques. El gesto lo decía todo.

Y le odié como jamás había odiado.

-¿Y esa noche?

-Recuerdo a mi tío, tenso, llenando una alforja con unas botellas de un licor fuerte. Me sorprendió observándole.

“¿Quieres venir?”

“Ni hablar. Es un cabrón. Me ha quemado a idea”

“¿Cómo va a hacer eso?”

“¡Lo ha hecho! Lo que ocurre es que no lo quieres ver”

Tras un silencio incómodo, insistió: “Vente, anda. Hazlo por mí. No tengo ganas de estar solo con él”

“Pero es lo que él quiere”

“Pero yo no”

“Pues díselo”

Me tomó una mano a escondidas y dijo:

“No sé qué voy a hacer cuando te vayas”

Me conmovieron sus palabras y le abracé sin medir las consecuencias.

-Vaya. Algo más que deseo.

...

-Cedí y le acompañé.

Mala idea.

-¿Por qué mala idea?

...

-Por el camino, que Cosme alumbraba a ratos con una linterna, me preguntaba si seríamos capaces de protegernos del hombre que nos esperaba.

-¿Qué temías?

-Que nos humillase hasta lo insoportable.

-¿Se cumplió ese temor?

-Cuando llegamos, estaba cerca de la acequia que discurría junto a su terreno. Se alumbraba con una pequeña lámpara de gas que arrojaba una luz dubitativa.

Me miró sin entusiasmo.

“Te traes al cachorro”

“Si lo dejo en casa, se pelea con su hermana y a mi madre la vuelven loca”.

“¡Cómo que me voy a tragar ese cuento! Lo quieres a tu lao noche y día y no hay más que hablar”.

“Pues es lo que hay” -zanjó mi tío echándole valor por una vez.

Tino tuvo que tragar con la situación porque la acequia ya venía crecida y no había tiempo que perder.

Me sentí orgulloso de Cosme. Le acababa de meter un buen gol el cerdo de su amigo por toda la escuadra.

Pero también me sentí airado porque Tino ya no ocultaba de ninguna manera cuánto le desagradaba mi presencia.

Y nos pusimos al tajo, que era lo que urgía.

Ellos abrían zanjas, yo elevaba las compuertas. Todo se hacía rápido, iluminados por la pobre luz de la lámpara de gas que nos convertía en figuras fantasmales.

Las órdenes se sucedían, el tiempo discurría patinando sobre el agua turbia de la acequia.

“Cierra aquí, abre allá”

Hasta tomé una azada y dejé expeditos surcos a los que ellos no llegaban. La tensión de la situación me daba una fuerza que no me conocía. Me sentía como si estuviera jugando un partido a vida o muerte. Me movía con una agilidad viva y animal.

-Entiendo.

-Cuando terminamos el trabajo, le hablé a mi tío:

“Aquí ya hemos cumplido. Volvamos a casa”

“Ni hablar -intervino Tino- En la caseta tengo algo pa recenar. ¿Me lo vais a despreciar?”

No esperó nuestra contestación. Se encaminó hacia la caseta llevándose la lámpara. Si no le seguíamos, nos engullirían las sombras.

Intenté convencer de nuevo a mi pariente de que nos marcháramos. Pero me dijo que despreciar la invitación equivalía a un insulto. Y ya no me dio lugar a réplica.

¡Estaba bien jodido!

...

¿Sabe... sabe lo que significó para mí volver a entrar en esa caseta donde los vi a ellos dos fornicando como perros salidos y donde Tino me había enseñado, la tarde de la tormenta, lo que es el sexo cabrón con un cafre de su calaña?

¡Joder, joder!

-Bebe algo de agua, te reconfortará.

-Gracias.

Los olores que allí se concentraban, olores de utensilios, de brasas que ardían en un pequeño hogar, de abonos e insecticidas... me llevaron sin remedio a los momentos de intensa acción vividos. No me podía sustraer de ninguna manera. A cada golpe de respiración esos olores evocadores entraban en mi cuerpo, despertaban mi memoria reciente...

¡Y el catre, el puto catre! Ese jodido yunque donde Tino gustaba de forjar el placer en las entrañas de mi tío a pollazos. Lleno de corridas resecas, de huellas de actos contra natura sin cuento...

¡Qué más puedo decirle!

-Fue como un secuestro de tus sentidos.

-Yo no lo hubiera expresado mejor.

-Detállalo. Tratemos de averiguar el mecanismo.

-El licor, por ejemplo.

-¿No lo usó Tino en tu encuentro con él?

-Mi tío sacó una botella de las suyas. Se la ofreció a su amigo para que le diese el primer trago. Creo que perseguía relajar la situación.

Tino la recogió a la vuelta del rincón donde se amontonaban distintos útiles de faena y en el que había dejado los que usamos esa noche. Pero en lugar de beber de ella, me la pasó a mí.

“Te he visto trabajando y me ha gustao lo que he visto. Dale el primer trago”

Aquel gesto me cogió por sorpresa. Todavía inseguro tomé la botella. Sus ojos oscuros me escrutaban. Imposible saber si me ofrecía un veneno o un elixir que me haría suyo por una eternidad.

Además cuando cogí la botella, me agarró de la muñeca y pasó en dedo por las heridas que me había hecho en la caída.

“¿Duele?”-me preguntó acariciándolas.

-¿Te agradó su gesto?

-¡Me derritió su gesto! No me bajé los pantalones y me ofrecí por entero porque aún me quedaba un ápice de cordura.

Tan pronto le odiaba como ansiaba ser suyo. ¿Usted lo entiende?

-Emociones primarias al límite.

-La locura completa.

...

Bebí de la botella con tal pasión que los dos campesinos se quedaron mudos. El ardor del licor se desparramó por mi estómago y al poco mi piel ardía y mi frente sudaba. Como me suda ahora con estos recuerdos.

“Así se bebe, cachorro -dijo Tino sin guasa- Y ahora come, que tienes que hacerte un hombre como tu tío, y aún te faltan carnes”

Y me tocó los biceps. Me tocó como me había tocado la tarde de la tormenta.

Supe entonces que estaba perdido.

...

Su cambio de talante hizo que nos sintiéramos más cómodos. Hasta parecía un buen hombre, llano y hospitalario, y no un hijo de puta de mirada esquiva, dispuesto a apuñalarte a la mínima.

Comí como un animal, bebí sin medida.

Ellos se sonreían.

Al cabo, conversaron sobre asuntos del campo. Yo fingía que les escuchaba. Pero sus palabras me la sudaban.

-¿Por qué?

-Con el alcohol circulando por mi cerebro, se abrió la jaula que retenía mis ganas por ese capullo primario.

Deseé que terminara con esa cháchara y que agarrara a mi tío, lo dejara en pelotas y lo tirase contra el asqueroso catre para follarlo como la tarde que los espié. Y que después continuara conmigo, forzándome sin contemplaciones, obligándome a chupar el cipote manchado de leche del hermano de mi madre, o mejor aún, a lamer la lefa fresca derramada sobre el catre...

Así me encontraba de perdido en mis pensamientos cuando un paquete de picadura de tabaco y un librillo de papel de fumar me cayeron en el regazo.

“Cachorro, líame uno”

“El no sabe -dijo mi tío, a quien ya se le notaba tocado por el alcohol- Yo lo lío”

“Déjale a él. Quiero ver eso que dices de que aprende rápido”.

Tomé el tabaco, lo olí. Me parecía que estaba oliendo el cuerpo del macho al que había entregado la virginidad de mi trasero. Y dije...

-¿Qué dijiste?

-¿Por qué no me picó un escorpión en la lengua?

-¿Eso dijiste?

-No. Eso es lo que tenía que haber pasado.

Porque bajo los efectos del alcohol, en aquella caseta y en presencia de esos dos putos campesinos, me mostré locuaz, demasiado locuaz.

-¿Tus palabras?

-“¿Qué me das si te lío un pito a la primera?”

“¡Anda con el mocoso!” -estalló divertido el macho.

“Ya ves lo despierto que es” -le advirtió Cosme, que no paraba de dar pequeños tragos a otra botella abierta.

“¿Y qué quieres?”

-¿Qué querías?

-Dije:

“Os sacáis los pijos y dejáis que me los coma”

Tino rompió en carcajadas.

Pero Cosme se quedó helado. Mi propuesta le disgustaba.

“Pides mucho -habló Tino siguiéndome el juego- Dos buenos cipotes por un pito. No sé si me convence el trato”

Abrí el tabaco, tomé un papelillo y empecé la labor. Me era familiar porque en la taberna del pueblo, los jubilados se pasaban el día liándose cigarrillos de picadura.

Pude rectificar, decir que sólo era una broma... o lo que fuera. Pero algo que no podía controlar me tiraba de la lengua.

“Negociemos” propuse.

“¡La hostia con el cachorro!”

“Quiero los dos pijos. ¿Qué precio tienen a parte del cigarrillo?”

Tino se acarició la mandíbula inferior cubierta de una barba negra y corta. Yo seguía los movimientos de su mano y me inflamaba por dentro.

“Vas en serio ¿eh?”

“Está borracho, no le hagas caso -intervino mi tío profundamente molesto con mi casquivana actitud- Lo mejor que puedo hacer es llevármelo pa casa”.

“Ya es tarde pa eso -me mofé- Te lo pedí cuando terminamos de regar y no quisiste. Ahora, que te den”

“El cachorro tiene su genio” -comentó Tino encantado con mi mala uva.

“Se acabó. Nos vamos” -sentenció Cosme.

Yo me senté en el catre y me escudé en el cuerpo de Tino buscando su amparo.

Mi tío me cogió un brazo, tiró de mí... Pero su amigo le tomó de la muñeca:

“Deja al chico en paz. Él ya sabe lo que quiere ¿no? O por lo menos lo ha sabido todas las noches que te lo has follao”.

Se hizo el silencio. Aquello era una bomba sucia y pestilente.

“Es un crío y está borracho” -contestó Cosme sin el menor aplomo.

“Seguro que cuando llegues a casa te colarás entre sus piernas y le trabajarás pa que te deje chorrearle el culo. Y seguirá siendo tan crío como ahora”.

Lo había desarmado. No había sido difícil. Y yo me sentí...

-¿Cómo?

-Me sentí el rey. Esos dos hombres se peleaban por mí. Una sensación extraordinaria.

-¿Llegaron a las manos?

-Surgió una oferta por parte de Cosme:

“Que se vaya y yo me quedo. Pa lo que quieras”.

Tino no pudo evitar una leve sonrisa. Y yo tuve pánico de que la oferta prosperase.

Pero el macho se desabrochó el pantalón, me cogió la mano y la metió hasta que tuve agarrada su polla.

“Me gustó cómo me la meneaste la otra vez, cachorro. Anda, dale igual”

La oferta de Cosme se rechazaba.

¡Ahhhh!

Al fin asía otra vez el hermoso, venoso, oscuro y caliente cipote de ese hombre peludo, palurdo e hijoputa. Para mí, sobraba lo demás.

-¿No pensaste...?

-¡No, no pensé! ¿Qué tenía que pensar? Tino se recostó en el catre y me dio total libertad para manipular su sexo. No había nada que pensar. Sólo entregarme a lo que de verdad deseaba.

“¿Sabes qué, Cosme? -dijo provocador- Que ahora es a mí a quien le dan ganas de tener un rato con tu sobrino. Si quieres mirar, mira. Y si te jode lo que ves... pues eso,te jodes, o te la cascas. Tú sabrás”.

Me cogió del cogote y me llevó la cabeza hasta el sexo.

No tuve dudas en tragármelo.

Sabía a sudor, a carne caliente, a orines, a semen rancio... ¿Y qué?

“Muy bien, cachorro, come verga. Bien adentro, hasta los huevos”- me animó.

Abrí los ojos y vi a mi tío rojo de ira y desesperación.

-¿Qué sentiste?

-Sentí... que me daba igual. Por mí como si le daba una apoplejía.

-¿Eso pensaste?

-¿No quería que fuese sincero?

-Continúa

-Tino me tenía la mano puesta en las nalgas y mis pantalones ya andaban por mis rodillas. Me buscaba el ojete y yo necesitaba que lo encontrara.

“¿Cómo me aconsejas que se la clave? -le dijo a mi tío en un falso tono de inocencia - ¿Así en seco o le unto con sebo de cerdo? ¿Tú cómo se la metes?”

-¿Tu tío respondió a la provocación?

-Sinceramente, no lo recuerdo porque sólo estaba pendiente de mi placer.

Sí recuerdo que Tino agarró del suelo el sebo, que había traído por si se tostaba pan. Con él me lubricó. Me entró sus dedos y los meneaba como si me follara. Me abrí para él y mi necesidad de que me penetrara ya no tuvo vuelta atrás.

-¿Te hizo...?

-No dejaba de hablar, todo palabras dirigidas a mi tío. Cosas del tipo “se nota que le has enseñao bien”, “la mama casi tan rico como tú”, “acércate y que te coma el rabo, que se le notan ganas de más de uno”...

Cuando quise darme cuenta, me encontraba desnudo y pegado a su cuerpo peludo. Su verga me tanteaba entre las nalgas pringadas de sebo. No le costó nada encontrar el camino y lentamente mi agujero cedió a su calibre. Es un momento que guardo en mi memoria y que siempre me excita, el pausado discurrir de su sexo hacia mis entrañas, mi carne cediendo y un placer perverso e irrechazable llenándome.

Sólo con llegarme hasta lo más hondo tuve un primer vertido de esperma. ¡Tanto era mi deseo por ese hombre!

Pensará que soy de lo peor.

-Recuerda: sin censuras.

¿Y tu tío?

-Delante de nosotros, con una botella de licor medio vacía en la mano y el rostro crispado por alguna clase de dolor. Un dolor que no me conmovía.

“¡Joder,Cosme -decía Tino enculándome- qué bien te lo has pasao todas estas noches dándole lo suyo al cachorro! ¡Fíjate, si es como tú soltando lefa de gusto!”.

“Es sólo un crío” -gemía el hermano de mi madre.

“Pero ya es cachorro ¿no? -le replicó el otro con la respiración impregnada de placer- Y se la has metido ni sé las veces. Se la has metido cada noche ¿no?. Y él a ti. Os habéis rajao el culo el uno al otro cuanto habéis querido ¿no?. Igual que yo ahora. ¿Y también se corre contigo como se corre conmigo? ¿Eh? ¿También? Anda, ven y cómele la leche. Venga, no seas tonto que el chico está en la gloria. Como tú cuando te doy lo tuyo”.

Cosme se tambaleó. Tuvo que apoyarse en la pared junto al catre.

Y Tino se lanzó a clavármela como el cabrón que era, duro, frenético, por placer, por el más puro y violento placer...

-¿Te hacía daño?

-¿Y qué si me lo hacía? Yo lo quería. Lo buscaba. Toneladas de sensaciones con su fiero cipote dentro; puñetero, guarro, incandescente, depravado, despiadado...

Y grité como si me estuvieran matando. Porque él me fecundaba con su semilla de sexo primario y ciego. Me despertaba, con aquel polvo, el apetito insaciable del que ya no he podido ni querido escapar. El me hacía suyo y se citaba conmigo para el resto de mi puta vida; se citaba en mis sueños, en mis masturbaciones, en mi sexo con otros. Me dejó preñado de su cuerpo garrulo y de su insano ser.

Preñado para siempre.

-Y tu tío asistió a ello...

-...sin hacer otra cosa que emborracharse.

...

Después de que Tino terminase conmigo, me obligó a plegarme con los glúteos en dirección a Cosme. Por mi dilatado trasero se vertía el esperma que me había dejado dentro. Me manchaba los muslos y goteaba sobre el catre.

Su sexo hinchado de actividad, se movía oscilante entre los fuertes muslos. Tomó una de las botellas de licor y le dio un buen trago.

Se apostó junto a mi doliente tío y le pasó un brazo por los hombros.

“Tu sobrino no es nada pa mí. No huele como tú, no sabe como tú, no la chupa como tú, no tiene tu culo ni me da el gusto que tú. Pa correrme he tenido que imaginarme que te chingaba a ti. Porque si no, se me bajaba. Y con mi mujer me pasa igual. Tengo que imaginarme que eres tú”.

“¡Eso es mentira! Tú no te tienes que imaginar nada”

El macho se rió estentóreo.

“Pero ¿a que te gustaría?”

Tino le metió la mano en el pantalón y le agarró de sus partes pese a un conato de resistencia de mi pariente.

“Cosme, maricón, tienes el pijo tieso y pegajoso de leche. Te has corrido mirándome”

“Déjame” -le protestó.

Tino lo apretó contra su cuerpo desnudo y sudado.

“Me tienes harto. Todo lo haces pa joderme. Me pones pegas aunque te mueres de ganas”.

Le soltó los pantalones y lo dejó en cueros de cintura para abajo.

Tenía razón: el sexo de Cosme, firme e incandescente, hablaba por sí mismo.

“Dime qué quieres y te lo doy” -propuso lamiendo su rostro.

Entonces...

-¿Qué ocurrió?

-Hablé.

...

Así como cuando discutieron por mí fui feliz, verlos entregados uno con otro me despertó un verdoso y pútrido sentimiento de envidia y celos.

Enojado, dije:

“Dale tu culo. Es lo que quiere. Es con lo que sueña cuando está conmigo. Con tu culo. No me folla a mí. Te folla a ti. Lo sé bien porque me lo ha dicho; me la metía y me hablaba de lo que imaginaba que sentiría follándote”.

...

Tino se quedó petrificado. Como si le hubieran dado una pésima noticia en medio de una juerga. Después se dibujó el pánico en su rostro y en el resto de su fornido cuerpo. Y al poco, una actitud defensiva le cubrió la piel, una coraza sutil pero presente.

 

Poco a poco se separó de mi tío.

-Conseguiste lo que querías.

-Sí. Lo conseguí.

Pero el macho no podía retirarse sin dejarnos en evidencia, sin llenarnos de mierda. Y soltó su frase. Dijo aquello de “yo no soy un jodido maricón como vosotros”.

Se declaraba de una casta superior.

...

-¿Te dolieron sus palabras?

-No imagina hasta qué punto.

-¿Y tu tío?

-Vio lo mismo que yo, al macho alejarse en retirada, miedoso de ser poseído y desvirgado, temeroso de perder una condición no sólo física sino mental. Un macho que en el fondo era cobarde, estúpida y torpemente cobarde.

El príncipe del cuento no era más que una puta rana que recurría al golpe más bajo para mantener su fachada.

Me dieron ganas de vomitar.

La fiesta se había terminado y recogimos nuestras cosas en silencio y con una profunda rabia alojada en el pecho.

-¿Por qué?

-Quería que ese hijoputa se tragara sus palabras. Necesitaba una satisfacción. Y no lo pensé.

-¿Qué es lo que no pensaste?

...

-Cogí un palo largo del rincón de los útiles y le arreé a traición en toda la cabeza.

Le abrí una brecha de la que empezó a manar sangre.

Cuando Tino se sintió agredido vino a por mí, me agarró del cuello y comenzó a darme golpes sin medida.

Cosme trató de sujetarlo con todas sus fuerzas. Por un momento logró su objetivo; pero Tino no paraba de gritar contra mí llamándome de todo y jurando que me iba a matar. Cosme, al límite de sus fuerzas, lo empujó contra el rincón donde se apilaban las herramientas y...

...

-Tranquilo. No te guardes nada.

-Había un pico. No sé por qué no estaba con la parte puntiaguda en el suelo, no sé por qué lo había dejado alzado.

Le atravesó el cuello.

Aún lo veo. Después de casi treinta años, aún lo veo.

-Tómate tu tiempo.

-Mi tío trató de parar la hemorragia pero no podía hacer nada. Nada.

Recuerdo todo el suelo manchado de sangre y sus manos; y su rostro horrorizado...

Y el olor dulzón y ferroso que llenaba el aire de la caseta.

Hasta que Tino dio su último aliento en los brazos de mi tío.

Yo no me vi envuelto en nada porque Cosme declaró que allí sólo habían estado ellos dos, que se habían emborrachado después de regar el campo y que Tino había tropezado. Pero la herida en la cabeza y el palo con el que yo le aticé desmontaron la hipótesis del mero accidente.

Además, en el juicio se habló de una relación entre ambos que iba más allá de la amistad “lógica” entre varones.

-¿Le condenaron?

-Sí. Veinte años. A los diez salió con la condicional. Pero ya no volvió al pueblo. Uno de mis tíos le buscó un trabajo en una ciudad de la costa.

-¿Le has vuelto a ver?

-No.

-¿Te gustaría verle, hablar con él?

-Me siento demasiado culpable.

-Pero ¿te gustaría hablar con él?

-Si pudiera presentarme frente a él con veinte años en las manos y decirle “toma, son tuyos, te los devuelvo”...

No estoy preparado para encontrarme con él.

-¿Quieres prepararte?

-No lo sé...

Necesito pensarlo.

¡Necesito que nada de esto hubiera sucedido!

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