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Si Fueras Mía 3

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Estábamos a un movimiento de vencer la distancia entre nuestros labios y si la veía sólo unos segundos más yo caería por el borde de su mirada.

— ¿Qué te pareció? —preguntó soltando mi mejilla y apartándose un poco.

Su expresión no había cambiado y aun podía oler su perfume pero entendí que ya estaba muy lejos.

—Me ha gustado. Pero no conozco mucho de poesía así que no puedo darle una opinión inteligente —mi voz suena alterada, pero trato de controlarme.

—Lo sabrás, yo te voy a enseñar después de todo soy tu profesora —dijo con esa sonrisita suya que me ponía como un cubito de hielo en el infierno.

—Va a notar que la literatura no es mi fuerte

—Entonces te daré clases particulares —murmuró poniéndose seria pero con la mirada iluminada— ¿Nos vamos a comer?

Registré el libro para llevármelo antes de salir. En el colegio sólo quedaban unos cuantos chicos jugando y una pareja despidiéndose acaloradamente lo cual me hizo recordar cuan cerca había estado de besar a mi profesora. El recuerdo coloreó mis mejillas. Realmente desearía tener poderes telepáticos y conocer lo que ella pensaba con respecto al suceso.

Me abrió la puerta del auto y condujo en silencio hasta un pequeño restaurante bastante rustico a unos 5 minutos. El sitio estaba lleno de gente pero fuimos recibidas por una chica pelirroja de ojos azules que le dio un fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla a mi maestra de literatura y no tardó más de dos minutos en prepararnos una mesa.

—Marce me encanta tenerte aquí.

Jaló una silla para sentarse en nuestra mesa exageradamente cerca de mi acompañante.

—Es un gusto verte Lissette.

— ¿Cómo te ha ido? —preguntó mirándola como si no hubiera nada más interesante en el mundo que la mujer rubia frente a ella— realmente me molesta que desaparezcas así como así.

—Mi madre enfermó, tuve que viajar.

En la pared estaba colgada la pintura de una montaña que recibía más atención que yo en ese momento.

—Te he extrañado mucho guapa —comentó la mesera con ternura.

“Estúpida, ponte a trabajar y déjanos en paz” pensé dedicándole una mirada asesina de la que ella ni se percató.

Mi maestra se limitó a sonreírle.

—Podemos quedar cuando terminé mi turno —insistió.

Tosí.

Ambas se giraron hacia mí.

—No sé si pueda…

Comentó la profesora Navarro mirando de nuevo a su amiguita.

—Entiendo si tienes otros planes —comentó la pelirroja tonta.

—Nada de eso, tengo mucho trabajo pero yo te llamo en un rato, vale —suspiró y de nuevo puso sus ojos en mí— Ahora queremos almorzar, si no te importa.

La pelirroja se fue, pero yo aún sentía algo inmenso levantándose entre nosotras y por primera vez estando con ella hubo un silencio incómodo.

Miré el menú. No tenía hambre, ni ganas de hablar con la profesora, ni ganas de estar en un sitio rodeada de gente. Un horrible pensamiento cruzó mi mente diciéndome que Marcela preferiría tener frente a ella a su amiga y no a su tonta alumna. Me sentía furiosa, de esa furia que sólo se va cuando rompes algo, por ejemplo: la bonita cara de la mesera.

— ¿Qué van a ordenar?

La tonta regresó con su vocecita chillona y una risita estúpida en la cara.

— Ana

Dudé.

—No tengo mucha hambre —comenté mientras apretaba los puños— sólo  quiero un refresco.

La profesora me dedicó una mirada desaprobatoria e ignorando por completo lo que había dicho ella se otorgó el derecho de ordenar por las dos.

—No tengo hambre —dije de nuevo cuando la pelirroja se fue.

—Ya había escuchado eso —ella recargó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia mí— Ana tu aceptaste almorzar conmigo, y ahora te niegas a comer… eso me hace pensar que te arrepientes de estar aquí.

—No —suelto de inmediato— sólo que me siento un poco mal.

Suspiró y me miró fijamente. Concentré mi atención en el cuadro que adornaba la pared a sus espaldas.

— ¿Pintas solo por hobby o es algo serio?

Fue tan repentino el cambió de tema que yo miré a todos lados con la sensación de que la pregunta había sido formulada por alguien más.

— ¿Qué?

— ¿Pintas solo por hobby o es algo serio?

—De momento es solo un hobby, pero realmente creo que me gustaría hacerlo de manera profesional —me encogí de hombros— no quiero decidir eso aún; pero, ¿Cómo lo supo?

—Ya te había comentado sobre mis habilidades en el campo de la grafología.

—Lo recuerdo y dijo que sabía mucho sobre mí…

—Así es.

La miro interrogante.

— ¿Qué tan buena es?

En ese momento se aparece la tal Lissette con la comida, pero Marcela la ignora.

—Eso me lo respondes tú, después de que hayas oído mis observaciones en tu escritura.

—Bien, impresióneme.

—Eres hija única, tus padres trabajan y siempre has pasado mucho tiempo sola. Eres más bien reservada, tienes problemas de confianza, y sólo cuentas con una amiga, para el resto de la gente adoptas una postura fría, no te interesan más relaciones que las que ya tienes. Además sé que eres buena para los números y que por lo menos sabes tocas dos instrumentos: El bajo y la batería, si mis conocimientos no me fallan.

Me quedé boquiabierta. Ella continúo:

—No te gusta ver la tele ni disfrutas del cine como la mayoría, tú eres más bien una chica de caminar por el mundo con los auriculares puestos. Eres pésima con los idiomas, odias el deporte, detestas a los animales pero tienes una mascota y pese a que no la soportas fuiste tú quien la compró y eres tú la que se hace cargo por el simple hecho de que estarías sola en casa si no fuera por ese gato, ¿cómo dijiste que se llamaba? ¿Francia? ¿Venecia?

—Europa —digo con un hilo de voz.

—Europa —repite ella.

  —No puede ser —susurro anonadado.

— ¿Y? ¿Cuál es mi porcentaje de aciertos?

— ¿Está jugando conmigo?

Ella arquea las cejas en un gesto de franca coquetería.

—Si dices que soy un fraude demando a mi profesor.

—Acertó en todo.

— ¿Vida solitaria?

—Mis padres son detectives, pasan tiempo juntos pero lejos de mí.

— ¿Y qué hay de tus habilidades musicales?

—Fue una etapa de metalera durante mi adolescencia.

Ella me estudió con la mirada.

—No te imagino con perforaciones ni mechas rojas.

—Pero los tuve —admití.

—Entonces soy realmente buena en grafología.

— ¿Hay algo que no le haya dicho la forma de mi letra?

—Si.

La miré interrogante.

—Tu número de teléfono —dijo haciendo un gesto de frustración— creó que me dormí durante esa lección.

—Pues entonces tendrá que repetir el curso.

—No lo creo —y al decir esto sacó de su bolso un móvil idéntico al mío.

Revisé el bolsillo de mis jeans, no era un teléfono igual al mío. Era el mío.

— ¿En qué momento…?

—Es mi secreto —dijo mordiéndose el labio.

Cerré los ojos intentando hacer memoria. El teléfono lo guardaba siempre en mis pantalones y no había forma de que ella llegara ahí, excepto por… me ruborice.

—En la biblioteca.

Ni siquiera había sentido sus manos en esa parte de mi cuerpo.

Recuperé mi celular.

— ¿Consiguió desbloquearlo?

—Por supuesto.

— ¿Me dirá como o es un secreto?

—Si te lo diré, pero luego. Quiero dejar una conversación pendiente.

Cuando llegué a mi casa de nuevo no había rastros de mis padres por lo tanto casi me infarto al encontrar a una chica acostada en mi cama.

— ¡Dios! ¡Verónica que rayos haces aquí!

Ella se incorpora y mira por encima de mi hombro como si esperara encontrar a alguien más detrás de mí.

—Tenemos tareas atrasadas.

—Es el segundo día —le digo— no hay tarea atrasada.

— ¿Quieres que me vaya?

Estaba muy seria, demasiado seria.

—No —susurró poco convencida— me tomas por sorpresa, realmente no te esperaba.

 — ¿Ahora son muy amigas?

En su voz hay rabia contenida.

— ¿Qué?

—Hablo de Marcela no te hagas tonta.

Doy un paso atrás. Mi amiga es diez centímetros más alta que yo, va al gimnasio desde hace dos años y ya la he visto enojada antes. Aún que nunca conmigo, no de esa manera.

— ¿Qué rayos te pasa? Actúas como si yo hubiera hechos algo malo

— ¿Y no fue así?

—No te estoy entendiendo. Ve al grano.

— ¿Qué hacías con ella?

—No te tengo que dar explicaciones.

—Soy tu mejor amiga.

—Y ahora mismo te estas comportando como una loca.

Puso los ojos en blanco.

—Estuviste con ella ayer —sentencio— alguien las vio salir juntas… alguien vio que… que…

Parece demasiado horrorizada con las palabras como para decirlas en voz alta.

— ¿Qué vieron? —la cuestiono impaciente.

—Te iba tomando de la cintura.

Lo dijo como si fuera un delito, un pecado. Habló con tal expresión de horror que más bien parecía haberse enterado que estaba consumiendo drogas o que participé en una orgia.

—No tengo por qué darte explicaciones.

— ¿No lo vas a negar siquiera?

Respiré profundo. La conocía perfectamente, sabía que pensamientos estaban cruzando por su cabeza y me ofendía.

—Vete de mi casa.

Ella mira el cuadro donde se puede observar una parte de la granja de mis abuelos.

— Ana si se supone que soy tu mejor amiga entonces debes confiar en mí.

—Y confió en ti —le digo— pero ahora mismo no te conozco.

—Me pasa lo mismo contigo —confiesa— pero te quiero y quiero recuperarte.

—No sé de qué hablas.

—Aléjate de Marcela.

La miro sin entender nada, actúa como si estuviera ebria o enloqueciendo. Y empezaba a creer más en la segunda opción.

— ¿Hablas de la profesora Navarro? Te juro Verónica que ignoro el problema que tuvo tu hermano con ella o los motivos que te hacen odiarla, pero es una persona sensacional, me agrada y lo que yo haga o no con ella a ti no te incumbe.

— ¿Ya hicieron algo?

—Si. Almorzamos juntas —le suelto— Ahora lo sabes ¿contenta? Pues largo.

—Me parece que ella tiene segundas intenciones.

— ¿Qué?

—Dime lo que sabes de ella.

No sé a dónde quiere  llegar pero esa es una buena pregunta, en el primer almuerzo habló de libros, en el segundo sólo hablamos de mí, de mis padres, de mis habilidades artísticas, de mis gustos musicales, de mi desempeño escolar, incluso de mi gato. Pero yo solo sabía que se llamaba Marcela Navarro, que daba clases de literatura y que había trabajado en una universidad.

—Largo de mi casa. Hablamos mañana, cuando se haya disipado tu locura.

— ¿No te ha dicho que es una zorra?

—Largo de mi casa.

— ¿Te dijo que estuvo en la cárcel?

—Largo de mi casa.

Mi amiga estaba siendo una estúpida y yo me empezaba a enfadar.

—La querida profesora de literatura está jugando contigo. Como lo ha hecho siempre con sus alumnas, ¿No te ha dicho por que perdió su trabajo en la universidad?

—Largo de mi casa —repito y esta vez Verónica entiende que ha llevado mi paciencia al límite.

Camina fuera de mi habitación y sin ver atrás dice.

—Puedes no creer, pero busca en internet…

Cierro la puerta de golpe ahogando sus palabras.

Ella ha tenido las llaves de mi casa desde la secundaria. Suele aparecerse para hacer tarea, dormir conmigo cuando a mis padres les toca pasar la noche fuera o simplemente llega a hacerme compañía. Era mi mejor amiga y ahora la estaba odiando.

¿Qué rayos le sucedía? Uno puede odiar a un profesor, por ser flojo o demasiado exigente, pero no al grado de inventar una historia absurda sólo para que tu amiga lo odie también.

Me tiro sobre la cama donde había estado Verónica minutos antes y miró fijamente al techo con la respiración agitada y los puños apretado, es la segunda vez que siento ganas de destrozar algo. Odiaba a mi amiga por arruinar lo que había sido una tarde perfecta a excepción de la entrometida mesera, pero la odiaba más porque me había generado dudas con respecto a mi profesora.

Me levanté de un salto y encendí mi laptop. Tardó una eternidad en cargar la página principal de google y otra más en generar resultados de la búsqueda con los términos “Marcela Navarro”

La información que me interesaba estaba al principio, en la página web de un periódico, más específicamente en la sección policiaca.

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