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Un fin de semana multiorgásmico

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Miles de personas saltaban y cantaban a la misma vez en el recital. Había llegado con un grupo de amigas pero la ola de gente nos separó. No era la primera vez que nos pasaba así que decidimos poner un punto de encuentro al finalizar el toque. Era verano, febrero, una noche súper calurosa y linda, de esas para quedarse tirado en el pasto mirando las estrellas y conversando largo y tendido. El recital al aire libre en un gran parque y miles de adolescentes extasiados cantando a los gritos y sin mirar a quien tenían al lado: me sentía libre.

Con 26 años hacía ya varios que no iba a un toque pero mis amigas me habían convencido. Hacía un año casi que me había caso y ese fin de semana mi marido estaba en un viaje de trabajo en Brasil. Estando allí el recuerdo me trasladó a los 20 años cuando me creía toda una mujer pero la realidad es que era bastante putita. Hoy lo reconozco y me divierte. En ese entonces no era de estar con un hombre a menos que me gustara muchísimo, pero tampoco me importaba mucho el qué dirán. Yo quería explorar, disfrutar, conocer mi cuerpo. Quería saberlo todo: cuáles eran mis zonas erógenas, de qué distintas maneras podía llegar al orgasmo… pero lo que más me gustaba era ver la cara de calentura de los hombres y por eso me vestía bastante atrevida.

Esa noche llevaba una minifalda de jean que apenas me tapaba la cola. Debajo de ella iba una tanguita blanca de algodón: lo mejor de los dos mundos, putita pero inocente. Arriba una remerita ajustada que dejaba ver mucha piel. Nunca me caractericé por tener tetas grandes, pero las tenía duritas, firmes y siempre dispuestas. No llevaba corpiño y el roce de la tela mantenía mis pezones al cielo. Me sentía demasiado sensual, rockerita y sensual.

En medio de la ola de gente sentía cómo algunas manos me tocaban la cintura o las piernas. Me dejaba y me encantaba. Me estaba poniendo a mil pensando en todos esos desconocidos poniendo sus manos sobre mí. Cerraba los ojos y seguía saltando. Pero una de las manos se detuvo demasiado tiempo en mi cintura, me rodeó el vientre y me acercó hacia su cuerpo. Era una mano grande y fuerte, pero no sentí miedo y me dejé llevar.

Al ritmo de la música ese desconocido me fue amoldando a su cuerpo, podía sentir su erección abajo del pantalón deportivo que era muy suave. Entonces acercó su rostro a mi oído por atrás de mi nuca (su respiración me erizaba cada centímetro de la piel) y me dijo:

-Nunca me imaginé que te encontraría acá

Era él. Diego. Otra vez aparecía en mi vida para llenarla de lujuria. No nos veíamos desde diciembre y nuestros últimos encuentros habían sido tranquilos, tratando de aguantar las ganas de saltar uno sobre el otro. La realidad es que sentíamos una atracción que era una cuestión química. Hacíamos chispas juntos. Éramos peligrosos en la misma habitación. Pero en casi 10 años solamente una vez “desahogamos” esas ganas y ahora el destino nos ponía ante una segunda oportunidad.

No le respondí nada y acerqué mi culito para pegarlo contra él, quedando su pene en medio de mis nalguitas duras y excitadas. Tomé una de sus manos y la guie debajo de mi remera hasta uno de mis senos, noté cómo dio un respingo al ver que no llevaba corpiño. Empezó a jugar con mi pezón, lo apretaba, tiraba de él y masajeaba con fuerza y desesperación. Nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando, todos estaban con los ojos sobre el escenario.

Entonces decidí dar un paso más. Disimuladamente bajé una mano y liberé su pene del elástico del pantalón guiándolo hacia debajo de mi pollera y posándolo entre mis piernas justo en la entrada de mi sexo que estaba empapado. El roce comenzó a surtir efecto, cada vez estábamos más calientes y cada vez nos importaba menos lo que pasaba alrededor. Tenía los ojos cerrados y él recorría mi cuerpo descaradamente mientras su pija intentaba entrar dentro de mí con la barrera de la tanguita. No aguantaba más lo quería ya y todo para mí. Por primera vez me di vuelta y mirarlo a los ojos fue la peor decisión:

-¡Vamos ya! – dije y no fue necesario intercambiar una sola palabra más.

Salimos directo hacia el estacionamiento. Yo caminaba delante de él entre la multitud y él aprovechaba cada vez que parábamos para besar mi cuello y apoyarse en mí. Fuimos hasta mi auto y me vi tentada a hacerle todo y más en ese lugar, pero no.

Le mandé un mensaje a mis amigas: “Chicas, estoy vieja. Pasé muy lindo pero necesito descansar. Nos vemos el lunes, las quiero”. Y sonreí triunfante: encerraría a ese hombre desde las 23:30 del viernes hasta la misma hora del domingo sin darle tregua.

Fuimos hasta un hotel cercano de cuatro estrellas, muy lindo, de los que suelen usar los turistas. Esta vez era una extraña en mi propia ciudad a punto de tener el sexo de mi vida con mi desconocido preferido. Habitación 709. Doble traba en la puerta. Y seguíamos sin hablar. Tal vez porque todo estaba muy conversado desde antes en nuestras eróticas charlas virtuales.

Entonces no lo dudé un segundo, lo tiré sobre la cama con un empujoncito y me puse sobre él.

-Sácate la remera- le dije, mientras me quitaba la mía. Él obedeció.

Lo até de las barandas de la cama, una mano con cada prenda que nos habíamos quitado. Lo mismo hice con sus pies. Uno con mi pollera y otro con su pantalón de deporte. Él se dejaba y yo lo tenía ahí, desnudo y erecto en una cama por 48 horas. Estaba en Disneylandia.

Bajé las luces. Pero no las apagué. Quería poder ver todo lo que tanto tiempo habíamos estado deseando.

Entonces comencé a besar su cuello, su pecho, su abdomen. Bajé hasta la entrepierna y los muslos. No podía quitar los ojos de su pene que temblaba ante mi presencia y que me moría por devorar. Entonces me acerqué suave a la punta y comencé a meterlo lentamente en mi boca, suave, presionando con los labios desde la punta hasta la base y así, hacia arriba y hacia abajo. Lo saboree como si fuera un dulce. Lo mordí despacito, lo recorrí con mi lengua mientras lo miraba a los ojos, hasta que sentí que no aguantaba más y cuando estaba a punto de llenarme la boquita de leche paré. Paré y su mundo pareció detenerse en un arqueo desesperado de su espalda, en cada gota de sudor de su frente y de su pecho: que hermoso hombre y lo tenía todo para mí.

Entonces me levanté y tapé sus ojos con la venda de dormir. Fui hasta el frigobar y saqué unos hielos y comencé a recorrer su pecho caliente endureciendo sus pezones y alternando el cubo de hielo con mi boca y mi lengua caliente. Cuando sentí su piel más fresca decidí desatarlo. Él no hablaba, estaba maravillado dejándose llevar por mi lujuria. Entonces lo llevé de la mano hasta el baño donde se había estado llenando el hidromasaje.

Nos metimos y le pedí que me bañe. Me puse de espaldas a él. Sus manos recorrieron mi espalda, mi cola, mis senos. Recorrió cada recoveco con delicadeza y pasión y luego me enjuagó con la misma dedicación. Entonces nos metimos en el agua.

Diego se sentó y yo sobre él, de frente, pasando mis piernas sobre su espalda y deslizándome lentamente sobre su durísimo pene. No veía la hora de sentirlo nuevamente adentro mío, piel con piel, llenándome toda como la primera vez.

No hubo dificultad alguna, nuestros cuerpos parecían reconocerse y acoplarse y el agua acompañaba el movimiento lento. Él me agarró con sus fuertes manos de la cintura y ayudaba al vaivén, levantando mi cuerpo y volviéndolo a bajar al tiempo que me besaba apasionadamente.

Entonces su tranquilidad pareció apagarse y esta vez no me agarró desprevenida, ya sabía de qué se trataba. Me levantó con fuerza sentándome en el borde del hidromasaje y separó mis piernas con rapidez hundiendo su cabeza entre ellas y recorriendo con su lengua todo mi sexo, jugó con mi clítoris y recorrió mis labios mientras sus dedos se escurrían dentro de mí y mi cuerpo parecía explotar hasta que no lo resistí más… Un cosquilleo me recorrió el cuerpo, apreté su cabeza entre mis piernas y el aceleró el ritmo de su lengua que acompañaba los espasmos de mi orgasmo increíble.

Mi cuerpo latía reclamando su pija dentro de mí así que me escurrí entre sus brazos intentando alcanzarlo pero él se adelantó a mis intenciones y me levantó, dejando mis piernas en su cintura y me trasladó así hasta la mesada del baño penetrándome toda sin clemencia. Bombeaba dentro de mí con fuerza y me chupaba las tetas y me tiraba del pelo desesperado por clavarme cada vez más profundo.

Entonces se dio cuenta del espejo que tenía detrás de mí y me dio vuelta en el aire penetrándome toda nuevamente. Podía ver en el espejo el reflejo de mi cara, deformada por la calentura, los labios hinchados, sonrojada por demás. Mis pechos al aire se movían al ritmo de sus embestidas y me pegaba pequeñas palmadas en mis nalgas. Aumentaba el ritmo cada vez más fuerte hasta que explotamos, nos fuimos juntos, llegamos al mejor orgasmo y ahí recordamos que teníamos voz y gemimos juntos por varios segundos. Gemí de placer mientras recibía los chorros calientes de su semen dentro de mí. Y quedamos fundidos sobre la mesada con una sonrisa cómplice.

Me desperté y no sabía en dónde estaba. Abrí los ojos pero la habitación era oscura, me sentía desorientada. Traté de repasar en mi mente: era sábado de mañana, temprano ¿serían como las ocho? Estaba entre unas suaves sábanas, como de seda, totalmente desnuda y me dolía todo el cuerpo, como si hubiera estado… toda la noche teniendo el mejor sexo de mi vida!

Entonces todo volvió a su lugar: estaba con él, en un pequeño hotel boutique del centro, nuestro refugio y sí, habíamos pasado una gran noche “poniendo al día” nuestros deseos hasta caer rendidos entre las sábanas de esa enorme cama que me costó reconocer.

No quería moverme, recorrí en mi mente su cuerpo desde su pelo despeinado hasta sus fuertes muslos y cuando quise acordar ahí estaba, excitadísima y desnuda escuchando su tranquila respiración en mi espalda. Volví a quedarme dormida.

Caricias suaves en mi entrepierna… su lengua recorriendo mi cuello. Entredormida. Sus dedos recorriendo mi abdomen hasta mis senos y presionándolos suavemente. ¡Qué manera de despertar al lado de este hombre! Aún mareada me dejé tocar, él parecía distinto a la noche anterior, menos desesperado, más dispuesto a explorar cada rincón de mi cuerpo. Hacía calor.

Se puso a mis pies y comenzó a besarme despacio. Los tobillos, el interior de las rodillas. Con mucha dedicación su lengua recorrió el interior de mis muslos hasta los costados de mi sexo que ya estaba mojadísimo. Lo evadió y continuó con mi abdomen, sosteniéndome fuerte de las caderas y aprisionando mis piernas con las suyas (podía sentir su pene erecto apoyado en mí y me volvía loca). Siguió hasta mis tetas y las lamió todas, jugó con mis pezones, los mordió con delicadeza, los succionó y se movía suavemente sobre mi cuerpo haciendo que cada uno de mis sentidos se agudice. Lo sentía todo: su olor, los latidos de su corazón, su respiración agitada…

Entonces suavemente apoyó su enorme glande en la puerta de mi sexo y lento, muy lento, comenzó a entrar. Suave, como quien hace el amor por primera vez, como si fuera de porcelana. Me abrazó, puso su rostro pegado al mío y me miró fijo mientras iba cada vez más adentro hasta llegar al tope y ahí se detuvo por varios segundos. Sentía cómo su verga se iba amoldando dentro de mí, latiendo despacito y llenándose de mis fluidos calientes. Cuanto más me miraba y más inmóvil estaba el grado de excitación iba subiendo más y más:

-No me hagas esto, por favor, movete, te quiero sentir todo, quiero que me cojas toda- le dije suplicando, pero no sirvió de nada.

Con la misma suavidad que había entrado en mí comenzó a retroceder. Era un placer casi doloroso, desesperante, totalmente distinto al de la noche desenfrenada que habíamos tenido en cada rincón de esa habitación cogiendo como dos animales.

Así comenzó con un suave vaivén. Cada vez que regresaba hacia mí se apretaba contra mi cuerpo presionando mi clítoris y haciéndome ver las estrellas. Cerré los ojos y tiré la cabeza hacia atrás para sentir cada centímetro de su miembro recorrerme mientras sus manos masajeaban mis tetas y sus dedos luchaban con mis pezones y su mirada clavada en la mía como marcando territorio como diciendo: sos mi mujer y te garcho cuando quiera y de la manera que quiera. No resistí más, levanté las piernas y las enrosqué en su cintura y tuve un maravilloso orgasmo mientras él acompañaba mis movimientos hasta que quedé rendida.

Entonces su semblante cambió. Sacó su pija enorme y venosa de adentro mío, se inclinó, me dio un breve beso en los labios y comenzó a pajearse arriba mío. Se masturbaba rápido y fuerte, con esa mirada inamovible pero con una mueca poderosa en su boca (con esos labios suaves y carnosos que habían recorrido toda mi piel).

Intenté moverme para hacer algo por él, quería darle placer, todo el placer que alguna vez le haya dado a alguien. Pero no me dejó moverme. Me tenía apretada, atrapada entre sus grandes y fuertes piernas mientras se masturbaba con su pija apuntando a mi pecho, estaba cada vez más caliente y de repente los chorros de semen caliente comenzaron a salir rítmicamente y a caer sobre mis tetas, sobre mi cara, sobre mis labios, recubriéndome toda y haciéndome sentir muy puta. Su puta.

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