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Cuando Mario embarazó a Claudia

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Mario es algo así como un anti héroe. Vamos, lo más opuesto a un hombre con “sex appeal”. Bajito él, regordete él, rechoncho él, fofo él... O sea, el típico tío que no se “merienda un rosco” no de casualidad. Es asiduo a un grupo de amigotes, todos ellos cortados por el mismo patrón que él: Panda de “matados”, siempre soñando con llevarse “una rosca” a cierta parte de su anatomía masculina, pero también siempre teniéndose que consolar, al final, con las prácticas onanistas, vulgo la “manita tonta” o la épica lid de “los cinco contra uno”, o “contra una”, que tanto monta, monta tanto, masculino como femenino cuando, en confianza que da asco, nos referimos hombres y mujeres, hoy día al menos, a esa parte tan viril del organismo del macho de la especie.  Aparte, resulta que Mario y su grupo de amigotes son unos incorregiblemente irresponsables, que, sin ser “drogatas”, pues al “caballo” y la “nieve”, o sea, heroína/cocaína y demás en absoluto le daban, pero  sí que eran asaz “porreros”, pues andar un tanto “colgados” de “maría”, “costo”, “chocolate” y demás derivados de la planta del “cannabis” era casi normal en ellos.

Item más, pues resulta que todos le tenían más pánico a “dar palo al agua”, o séase, a trabajar, que el conde Drácula a la luz del sol… ¿Qué de qué vivían? De ocultas habilidades para “saquear” muy a sus anchas supermercados y grandes superficies comerciales, que se les daba de perlas salir de los centros con los bolsillos y tal atiborrados de cosas y “por la cara”… Por la cara de tontos que sabían poner que cualquiera diría de ellos: Inocentes cual angelitos…

Con decir que tenían una más que “brillante” idea que en un pis-pas les haría “muchimillonarios”: Colgar en Internet una página Web donde se pudieran encontrar los momentos exactos en que la Susan Stone, la Demy Moore, etc. salen “despelotadas” en tal o cual película, incluyendo las propias escenas, a tanto el segundo de visión. Pero, a ni se sabe el tiempo, el proyecto no pasaba de eso, proyecto, pues de la fase de las ideas no se había pasado; vamos, del hablar y hablar del asunto y de lo bien que les iría, no pasaban, pues intentar que tales ideas y proyectos tomaran cuerpo, el trabajar en suma para hacer realidad semejante sandez, se les hacía la mar de pesado

Pero no crea el avispado lector que eran mala gente, que no lo eran, pues más bien resultaban incapaces de hacer daño ni a una mosca, y, además, sí que es cierto que son, realmente, más inocentes e inocuos que un cubo boca abajo.

Pues bien, llegó un día en que, al menos al Mario, digamos que se le apareció la Virgen de Lourdes, o la de Fátima, a gusto del consumidor. Fue uno de tantos sábados en que el grupito se metió en la “disco” de siempre, con la esperanza nunca cumplida de llevarse “algo” caliente a salva sea parte de su viril humanidad.

Había ido a la barra en intento de que los recalcitrantes “barman” repararan en él y le sirvieran una cerveza, en vano propósito, claro está, pues así de suyos son los “barman” recalcitrantes, cuando a su vera apareció una especie de visión celestial en forma de “chavala” despampanante, de esas de las que se dice que están de “toma pan y moja” por lo buenísima que estaba, con la misma risible intención de obtener un botellín de cerveza de los recalcitrantes “barman”.

En tal situación, pues en su vida se había visto tan cerquita de preciosidad tal, a Mario le dio un agudo ataque de caballerosidad, con lo que, avanzando el cuerpo sobre el mostrador, del cajón frigorífico que bajo él había tomó dos cervezas, dejando su importe sobre el mostrador, por aquello de que no le echaran a los guardias encima. Le dio una al bellezón desconocido y ahí se acabó su momento de gloria, pues la chica se despidió de él deshaciéndose en “gracias” de agradecimiento y con un

-¡Que te diviertas!

-Claro, claro… Desde luego… ¡Y tú también!... Ya nos veremos luego

Mario la vió alejarse, siguiéndola con la mirada hasta que desapareció entre el gentío que abarrotaba el salón… Se marchó, desapareció de su vista sin siquiera saber su nombre. Luego pensó: “Se me va… Soy un mierda”, y sin más se fue a reunirse con el grupo de “matados” de sus amigos.

Pero desde entonces Mario dejó de atender las mil y una chorradas que, por lo general, constituían la charla de sus camaradas, más pendiente de tratar de localizar al bellezón que, más o menos, acababa de conocer en la barra. Por fin la encontró junto a una de esas mesas altas en las que tienes que estar bien de pie, que era como ella estaba, bien sentado en un taburete que fuera lo suficientemente alto como para poder llegar a lo alto de la mesa. Además, la vió sola y tal vez un tanto aburrida, pues no hacía más que mirar a su alrededor y sin parecer buscar a nadie determinado, sino más bien entretenida viendo a los que bailaban, bebían y demás

Se llegó hasta ella y la saludó

-¿Te acuerdas de mí todavía?

-Claro; cómo no te iba a recordar, si nos hemos visto hace un momento.

Mario, con un aplomo del que siempre había carecido, empezó a dar conversación a aquella nena y al rato estaban bailando los dos. Supo entonces que el “bellezón” se llamaba Claudia, y el “bellezón” supo que él se llamaba Mario. Se acercaron a la barra y, ¡oh milagro!, el hasta entonces despectivo “barman” al instante apareció ante ellos, todo solícito para atenderles; puede que la “libertad” que antes se tomara Mario al hacerse con las cervezas por sí mismo, pesara en la memoria del “mancebo” de la barra, y temiera que el impulsivo cliente volviera a hacerle la “gracia”, solo que “olvidando” esta vez pagar las consumiciones acarreadas sin orden ni concierto.

En fin, que la cosa es que a partir de entonces las gloriosas “incursiones” sobre la barra empezaron a menudear de lo lindo, intercaladas con la sucesión de bailes, arte en el que lo cierto es que ambos jóvenes no  eran tan profanos. Así que la noche fue transcurriendo entre “birras” a todo pasto, bailoteo hasta de coronilla más risas y risotadas a granel, con lo que la “fiesta” terminó con los dos como “cubas” y compartiendo cama en la casa de ella. Vamos, que al Mario le sonó la flauta por casualidad y luego decía eso de “Qué bien suena la música asnal”… Aunque la verdad es que eso no lo decía sólo Mario, sino que hasta Claudia estuvo de acuerdo con él, pues esa “música” no veáis lo estupenda que le pareció.

Al día siguiente parecía que las cosas seguirían el normal derrotero en que estas lides de una noche suelen acabar, con el “Encantado de haberte conocido, pero, desde ahora mismito, que conste que si te ví, ni me acuerdo”, pues se separaron para irse cada mochuelo a su olivo sin maldita idea de volverse a ver, al menos por parte de ella, que pensaba cómo había podido liarse con semejante elemento, justo lo contrario a lo que ella siempre entendiera como hombre, es decir, “macho de su especie” ideal. Se dijo, para medio explicárselo, efectos de la monumental “curda” que esa noche pescó, y punto.

Por parte de Mario la verdad es que la cosa fue bien distinta, pues aunque su “melopea” no desmerecía un ápice de la de su eventual compañera de cama, no le impidió estar seguro de que aquello, comerse semejante “rosco”, semejante “bombón” de hembra humana, había sido un verdadero milagroso. La verdad es que Mario no era nada dado a misticismos religiosos, pero a la vista de tan gran milagro, empezó a pensar que, quién sabe si en lo que los curas decían acerca de un Dios milagroso y bueno, no habría algo de verdad, pues si no fuera por la Divina protección hacia un descreído como él, lo de la divina noche pasada no tenía explicación posible.

Fueron pasando los días y con los días discurrieron también las semanas y, tras las semanas, casi, casi, que los dos meses… Aunque la verdad, para Mario, ni idea de si fue un mes justo, algo menos o algo más de un mes, por lo que mejor será que dejemos la cosa en mes y pico, para no equivocarnos, cuando en una tarde cualquiera le sonó a Mario el teléfono en esa especie de comuna hippy donde los cinco tíos de la pandilla de “iguales para hoy”.

 

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Tras lo de aquella noche loca, Claudia no se había vuelto a acordar de aquél maromo que fuera su erótico “partenaire” de una sóla noche, en una especie de “Aquí te pillo y aquí te lo hago” sin más consecuencias. En definitiva, un hombre más en su vida; eso sí, bastante menos atractivo que los otros que hasta el momento pasaran por su cama o ella por la de ellos, que de todo había habido en la viña del Señor. Una noche, en definitiva, para olvidar pasando página. Y una noche para olvidar fue hasta que pasó semana y pico, diez o doce días, desde que le debió de volver a bajar la regla y de la tal, ni “flowers”. En fin, que aquél retraso tan atípico la empezó a mosquear un tanto. Se decía que no podía ser, pues ella era bien cuidadosa en esas lides y, desde luego, antes de que el tío entrara en Honduras, tenía que haberse asegurado de que el mancebo o, más bien, aquella birria de tío, pues se decía que cómo cayó tan bajo de encamarse con tal “prenda” de “macho ibérico”, seguía el conocido eslogan de “Trabaja, pero seguro”… No podía ser, desde luego, pero… ¡Hay los “peros” y los quebraderos de cabeza que nos dan cuando menos lo esperamos!

En fin, que como las dudas y, sobre todo los temores, la traían ya esos diez o doce días sin poder dormir a gusto, una mañana se fue a una farmacia en demanda de uno de esos fármacos que, en teoría, te indican si “estás” o no “estás”. Se hizo ni se sabe cuántas pruebas, cuatro o cinco lo menos, con el mismo resultado en todas: “ESTABA”. Incrédula todavía, recurrió al especialista en ese tipo de dudas, es decir, el ginecólogo, que ya, con su implacable veredicto, la dejó planchada: EMBARAZDÍSIMA DE MÁS DE UN MES. Vamos, del tiempo transcurrido desde aquella, para ella ahora, más que aciaga noche.

Claudia vivía junto a su hermana Paula y su marido, Jacinto, en una especie de anexo independiente al chalet que el matrimonio ocupaba, con entrada independiente al chalet propiamente dicho y con la salida común a la calle a través del sucinto patio de entrada al recinto conformado por chalet, anexo, garaje, patio de entrada y jardín posterior, con césped, piscina y juegos infantiles, todo ello rodeado de una valla con cancela metálica a la calle. Por eso, lógico, su hermana fue la primera persona en conocer el estado de buena esperanza de Claudia, reduciendo a un decir lo de la buena esperanza, pues, la verdad, lo que es gracia, en absoluto le hacía.

-¿Es que no usasteis protección?

-Yo creía que sí, pero parece ser que no

-¿Qué piensas hacer? ¿Has pensado en la solución definitiva al problema?

-¡Por Dios, Paula! ¡Me da escalofríos la frialdad con que lo dices! ¡Se trata de mi hijo!

-Perdona querida, pero eso que llamas “Mi Hijo” no es más que un montón de células que cualquiera sabe si llegarán a buen fin

-Así empezaron tus dos hijos, y ahí los tienes ahora. No, Paula; no quiero abortar. Es mi hijo, lo miremos como lo miremos. No lo he buscado, pero ahí está. Lo voy a tener… Le permitiré que viva.

-Allá tú, Claudia. Pero creo que es un error. ¿Qué vas a hacer con un crío tú sola? Te cambiará la vida… Te entorpecerá en tu carrera de diseñadora… Y ahora, cuando te empezabas a abrir camino, cuando acabas de dejar de hacer lo que otros diseñan para empezar a ser tú la que diseñe para los “curritos/curritas” del diseño…

Claudia no le respondió, y por unos momentos reinó el silencio en la cocina del chalet de Paula y su marido, lugar donde las dos hermanas se encontraban entonces y donde, prácticamente, se desarrollaba la vida de la familia, pues allí se desayunaba, se comía y se cenaba, incluso Claudia cuando estaba en casa

-¿Cómo es él?... ¿Le conozco?

Claudia respondió negando con la cabeza. Suspiró y se levantó para tomar su móvil. Lo abrió y le enseñó un video a su hermana. En la pantalla apareció Mario haciendo y diciendo gilipuerteces, que finalizan con un “Aparta, que voy a mear”

-¿Tan “necesitada” estabas que te “liaste” con esto?

Claudia bajó la cabeza, sin responder

-Pues la pregunta de antes sigue en pie. ¿Qué piensas hacer?

-No lo sé, Paula; no lo sé. ¿Crees que debería decírselo a él?

-¿Decirle nada a ese impresentable? Ni se te ocurra. Vamos a ver, ¿qué vela tiene él en este entierro?

-¡Por Dios, Paula! Es el padre. Va a tener un hijo; creo que debe saberlo…

-Lo que antes dije: Allá tú y tus ideas. Pero, como antes, creo que te equivocas

Y así fue cómo, por finales, Claudia llamó a Mario. No resultó fácil, de todas formas, pues con lo que menos contó nunca es con llamarle algún día, por lo que ni idea de dónde anotaría el número de teléfono que él le facilitó aquella dichosa noche. Pero casi que lo peor era que ni idea tampoco de cómo se llamaba.

Fue de pura casualidad que dio con todo: Al abrir el frigorífico uno o dos días después se fijó en que todavía había allí pegados unos cuantos “possit” antiguos y le dio por irlos eliminando. Entonces, cuando ya iba a tirar uno de ellos a la basura, cayó en la cuenta de que era un número telefónico a nombre de un tal Mario, por lo que dedujo que eso era, ni más ni menos, lo que quería encontrar.

 

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Quedaron para el día siguiente, a cenar. Mario acudió exultante, totalmente convencido de que en aquella famosa noche había “triunfado” en toda la línea, hasta el punto de que ahora, la nena, le llamaba urgentemente porque sin su virilidad la pobrecita no podía ya vivir. Por eso, cuando Claudia le comunicó su estado pre maternal, el pobre Mario se quedó de una pieza…

-Un hijo… ¿Mío?

-No; del cartero… No te joroba el nene y con lo que me sale… Sí, tuyo… So capullo ¿Cómo pudiste hacerlo? ¿Cómo te me “tiras” sin preservativo?

-Porque tú me lo pediste

-¿Qué yo te lo pedí? ¿Me crees subnormal o qué? ¡Cómo te iba a pedir yo semejante cosa! ¡Tú, que eres un irresponsable!... La culpa es mía, por “liarme” aquella noche con un subnormal…

-¡Para, para!... Sí que me lo dijiste. Yo andaba peleando con el preservativo para ponérmelo, pero en la posición que estaba, encima de ti y cubierto por la manta, no atinaba y tú me dijiste: “¡Hazlo ya de una… vez!” Yo creí que me decías que no me preocupara porque tú te cuidabas y no había riesgo…

-¡Cómo iba a decirte yo eso! Simplemente te quise decir que te dieras prisa…

-¿Y por qué no me dijiste que parara cuando notaste que no llevaba nada? O, ¿pensabas que llevaba un preservativo de piel de… “eso”? Porque, digo yo, que notarías la falta de… Preservativo… Vamos, que te lo estaba haciendo con la “cosa” desnuda, sin “funda” que valiera…

-¡Eres increíble! ¡La irresponsabilidad, y la grosería, hechas hombre!

-Vale, vale… A lo mejor… A lo mejor no he reaccionado como debía… Lo siento. De verdad que lo siento… ¿Qué?... ¿Qué pasará ahora?

-No lo sé… Mira,…¿Mario?... Sí, Mario. Si he querido verte no ha sido por que quiera nada de ti. No he venido a pedirte ni exigirte nada… Sólo, porque pienso que debes saberlo… Tienes derecho a saber que vas a ser padre…

 

Las reacciones de ambas familias fueron encontradas, pues si la madre de Claudia opinaba que tener ese hijo era un error, por lo que debería abortar de él, el padre de Mario pensaba todo lo contrario, y se sentía feliz con ello.

Por su parte, Claudia estaba sumida en un mar de dudas, pues si por una parte la idea de abortar le repelía, por otra sabía que la maternidad variaría toda su vida, complicándosela hasta Dios sabe qué punto. Pero si Claudia naufragaba entre dudas, Mario estaba preocupado de verdad, pues sentía que eso de ser padre le venía muy ancho… Para empezar, cómo le diría al muchacho que no debe tomar drogas si él, un día sí y otro también, iba ciego de marihuana y similares… Sería un contrasentido, y su vida, desde que el niño naciera, un puro sin sentido

Por cierto; que en esos días, bajo la confusión de su futura paternidad, un día Mario preguntó a su preguntó a su padre si alguna vez no había pensado en la cantidad de cosas que se había perdido al darle la vida a él, a Mario; el padre le respondió que no. Que nunca, pues él, Mario, su hijo, era lo mejor que en toda su vida le había pasado, a lo que Mario respondió

-Papá, pues si el nacer yo ha sido lo mejor de tu vida, el que das pena eres tú.

Y los dos acabaron riendo a mandíbula batiente.

 

A los pocos días de conocer la “buena nueva”, Mario telefoneó a Claudia. Quería que ella supiera que él estaba allí para apoyarla en todo, ayudarla en todo. Bueno, en todo excepto en el plano económico-financiero, pues él, aunque fuera el único responsable de su personal situación, lo cierto es que era más pobre que una rata, y antes que poder ayudar en tal sentido, lo que necesitaba era que le ayudaran a él.

Mario dijo a Claudia que le indicara qué hacer ante el futuro acontecimiento, pues él, en asuntos paternales estaba bastante pez, a lo que ella repuso que, a su vez, en cuestiones de maternidad no estaba más impuesta que él en los de paternidad, por lo que quedaron en verse alguna vez para hablar sobre el tema, pero dejando bien claro que de cita romántica, nada de nada; simple controversia, intercambio de opiniones y similares tratos.

La fecha y momento por finales elegidos fue para cenar al mismísimo día siguiente, por lo que se encontraron a la siguiente noche en un restaurante de esos que ahora tanto se llevan; es decir, en un italiano si es que no fue en un chino, que eso las crónicas del momento no lo aclaran muy bien.

Allí, dando cuenta de las viandas, los dos se contaron sus confidencias. Por ejemplo, Claudia confesó a Mario que ella nunca había pensado en tener hijos tan pronto, por lo que, de no pasar lo que pasó, no habría tenido descendencia hasta al menos diez años, a lo que Mario repuso que él ni en diez ni en cien años pensó nunca tener tal cosa.

De todas formas hubo un momento en que el muchacho se sintió un tanto tierno; fue cuando le dijo que todavía no alcanzaba a explicarse cómo una chica como ella, una verdadera mujer de bandera, quiso, siquiera por una noche, meterse con él en la cama. Y es que no pudo ser más franco cuando admitió ante ella que él bien sabía que, en realidad, era menos que nada, cuando ella era lo más perfecto y adorable que bajo la capa del había

Y qué decir de la impresión que semejante aserto obró en ella: No es que le agradara escuchar aquello de labios de él, sino que la encantó.

Así que decir que esas citas que no eran citas, sino simples intercambios de opiniones entre dos seres casi amigos, se fueron repitiendo en el tiempo que siguió. Cenaban y hasta comían a veces, paseaban y hasta alguna vez entraron en comercios de ropita para bebés, donde Mario solía desplegar sus ocurrencias, casi siempre disparatadas, pero que a Claudia hacían reír de buena gana, como cuando una tarde se puso en la cabeza un gorrito de bebé y por el pecho un exiguo vestidito de tal, le dijera

-Ves, esto saldrá de tu cuerpo en más o menos siete meses. Así será nuestro bebé…

-Una imagen muy bonita

-Sí; no está mal… ¡Hola mami!

-¡Pero qué tonto que serás!

No, aquello no fue un insulto, sino una muestra de ternura, pues a continuación Claudia estampó un beso en la mejilla de Mario mientras ella reía y él ponía una cara de tonto que para qué las prisas. Y es que se hubiera producido aquello, que ella, Claudia, le besara, aún y cuando sólo fuera en la mejilla, era una especie de sueño para él, Mario; un cuento de las “Mil y Una Noches”.

También un día entraron en una librería y Mario empezó a atesorar libros sobre bebés y sus cuidados, como “¿Qué esperas si esperas un bebé? Y otros más por el estilo

-No vas a poder comer grasas, ni azúcares, ni demasiado pan, ni pescado crudo, luego olvídate del “sushi” del salmón ahumado… Tampoco puedes fumar, ni siquiera “yerba”… Claudia, eso de no poder darle ni a la “maría” tiene que ser tremendo, ¿no te parece?

-Pues no lo sé, porque yo nunca lo he hecho. Nunca he tomado drogas

-¡No me digas!... ¿Ni siquiera cánnabis?

-Ni siquiera cánnabis.

-¡Ufff!... Pues te has debido de aburrir mogollón…

En fin, que salieron de la librería con una buena pila de libros en los brazos de Mario, que decía

-Me muero por leerme todo esto. Los pondré delante del wáter y seguro que mañana me los habré leído todos.

Esta especie de adaptación a compartir una buena relación entre ambos, con vistas a que su común hijo creciera en el mejor ambiente posible entre su padre y su madre, duraba ya dos semanas al menos, tal vez los veinte días, cuando una tarde, a última hora, siete-ocho de la tarde más o menos, Mario se atrevió a tomar una mano de Claudia, la izquierda, con la derecha suya. Claudia no retiró su mano de la de Mario, y le miró un momento, sonriendo

Tras de aquello siguieron andando, hasta llegar a la casa de ella. Se miraron en la puerta, y los dos entraron juntos. Al cerrar la puerta, Mario tomó a Claudia por la cintura, se la acercó y la besó en los labios. Ella dejó que él la atrajera hacia sí, que la besara, y llevó su mano al rostro de Mario, acariciándole…

Se separaron un tanto, y Mario dijo

-¿Ves? Con tu embarazo no tendremos que usar condón…

Claudia entonces torció el gesto y, abiertamente, se separó de él.

-Bueno, si quieres podemos usar uno; me he traído algunos, por si acaso… Aunque te advierto que no tengo nada malo, nada venéreo…

-No se trata de eso…

-Es que pensaba… Que podíamos aprovecharnos de tu situación…

-Te recuerdo que no es mi situación, sino nuestra situación. Y, porque esté embarazada, no soy una mujer fácil, humillada, con la que puedas hacer lo que te dé la gana…

-Eso ya lo sé. Pero, es que me gustas mogollón, y tenerte cerca es…

Claudia le tomó de la mano e hizo que se sentara, junto a ella, en un sofá.

-Tú también me gustas

-¡Anda! ¡No me digas!

-Bueno, un poco. Me gustas un poco. Tenemos siete meses hasta que nazca el bebé; no hay prisa… Deberíamos conocernos mejor… Tomarnos esto en serio… Nosotros lo hicimos, luego estamos obligados…

-¡Claro!... Por el bebé, ¿verdad?

-Exacto. Vamos a ver, si esta fuera nuestra segunda cita, ¿qué querrías?

Mario no se lo pensó ni un segundo

-¡Una “mamada”! Sí, eso es lo primero que yo espero en una segunda cita

-Oye; será mejor que no vuelvas a soltar esas ordinarieces conmigo. No me gustan, ¿sabes?

-¡Oh! Vale, vale… Perdona… Es que… Estoy nervioso, ¿sabes?

-Bueno… Yo también estoy nerviosa…

Se miraron y los rostros tornaron a cercarse el uno al otro hasta volver a fundirse sus labios en un nuevo beso; beso que esta segunda vez no se quedó en simple unión de labios, como la anterior, sino que se convirtió en un franco beso lleno de pasión, con caricias de lenguas enroscadas la una a la otra e intercambio de saliva que se acercó bastante a un monumental “morreo”

-Eres un buen tío

-Eso dice mi padre.

-No me hagas daño, Mario.

-Yo nunca te haría daño. Son las tías las que suelen hacérmelo a mí…

Aquella noche Mario durmió en casa de Claudia, pero en el sofá donde ambos antes se sentaran. Claramente, Claudia le dijo que sí, que le gustaba, al menos un poco, pero que no quería “liarse” con él; le daba miedo, pues le veía demasiado irresponsable, demasiado “veleta” y, del todo, no se fiaba de él

A la mañana siguiente Claudia presentó su “novio”, así le definió ella misma, a su hermana Paula y a su marido, Jacinto, pues “novio” y “novia” desayunaron con ellos y los dos hijos del matrimonio, una niña de seis-siete años y un niño de, más o menos, cuatro.

Desde ese día las estancias de Mario en casa de Paula-Jacinto menudearon. Solía jugar con los dos niños, y, viéndole, no se sabía bien quién era más ídem, si los dos críos o el “novio” de Claudia. Hacía buen tiempo y los niños solían jugar en el jardín trasero al chalet; allí, estaban los tres, los dos sobrinos de Claudia y su “novio”, subidos a una cama elástica circular, corriendo el grande tras los dos críos hasta que Mario cayó al suelo, cuan largo era, riéndose entonces a  Verle así, la enternecía; le agradaba ver cómo hacía reír a sus sobrinos y cómo éstos se divertían con él. Y a qué no decirlo, le agradaba enormemente ver cómo el muchacho quería a los niños y éstos le querían a él, que se lo pasaban “pipa” con su “novio”. Sin siquiera darse cuenta de ello, se decía: “Qué excelente padre sería Mario”

A Jacinto, el cuñado de Claudia, Mario le cayó muy bien, con lo que no tardaron en hacerse buenos amigos los dos hombres, pero no fue ese el caso de Paula, la hermana de Claudia, que sólo vio en él al ser más irresponsable e incongruente que en su vida conociera.

En fin, la cosa es que, como quiera que fuese, la relación Mario-Claudia, incluso Mario-familia de Claudia, hasta con Paula incursa, no creáis, pues iba bastante bien, lo que también podría indicar que los milagros aún existen, pues eso de que Paula todavía no hubiera roto vajilla y media en la cabeza de Mario era casi, casi, que milagroso.

Pero con el tiempo, las cosas empezaron a torcerse, hasta torcerse del todo. Ese torcimiento comenzó entre mes y pico y dos meses y pico después de que el acercamiento Claudia-Mario se iniciara. Claudia había acabado por pasar más de una tarde y más de dos, alguna que otra noche también, en el piso-comuna “hippy” que Mario y sus “compinches” habitaban. Esas noches hasta las pasó la muchacha en la cama de su novio, pero con éste castamente en el santo suelo, embutido en un saco de dormir, pues la “nena” decía que todavía no era propio que el “nene” entrara en “Honduras” tan ricamente, sin el “pasaporte” que da, bien el conocimiento de la persona más el cariño por la misma, bien la inconsciencia femenina que el alcohol presta en insignes momentos. Y desde que pasara lo que pasó entre ellos, la “nena” ni equivocándose probaba alcohol.

Así, que una de esas tardes, encontró la bolsa en que metieran todos los libros de cuidados de bebés que en su momento compraran, con todos los libros intactos, sin abrir siquiera y tal y como aquella ya casi lejana tarde los pusieran. Ese fue el primer rifi-rafe entre ellos con derecho a mención.

El segundo encontronazo fue por cuenta de Jacinto, el cuñado de Claudia. Hacía semanas que Paula sospechaba que su marido la engañaba con otra mujer, pues, desde antes que Mario entrara en sus vidas, Jacinto venía observando una actitud muy especial: A las horas más raras e intempestivas le surgían actividades profesionales que sustraían su presencia de casa; además, cuando Paula, su mujer, intentaba comunicar con él por el móvil, el de Jacinto siempre estaba fuera de cobertura.

Así que una noche que Jacinto dijo que tenía que entrevistarse con un cliente, necesariamente, Paula llamó a su hermana para que ella y Mario acudieran con ella al sitio donde Jacinto debía reunirse con su amante. El sitio, la dirección del apartamento “nido” del amor adúltero de Jacinto, la había encontrado Paula, casualmente, en el bolsillo posterior de unos pantalones de su marido.

Llegaron al piso, pero la sorpresa que se encontraron fue morrocotuda, pues la “cita adúltera” se reducía a una inocente partida de cartas con otros cinco o seis “compinches”. Pero resultó que, a pesar de lo inocente de la “travesura” de Jacinto, a Paula aquello le sentó peor aún que si lo hubiera encontrado encamado con otra mujer, pues decía que su marido, con aquello, la estaba engañando, como si no la hubiera engañado si, en vez de jugar al mus, hubiera estado haciendo “cosas feas” con “lagarta” cualquiera. En fin, que por parte del Jacinto, todo se reducía al deseo de tener, siquiera por unas horas semanales, un poco de libertad respecto al asfixiante control que ella, Paula, ejercía sobre él...

El nuevo encontronazo vino a propósito de que a Mario le pareció normal lo del Jacinto, que también los hombres, de vez en cuando, precisan pasar algún rato con los amigos, lo mismo que las mujeres con sus amigas, pero a Claudia la conducta de su cuñado le parecía de lo más egoísta, lo que devino en nuevos “morritos” entre los tan “sui géneris” “novios”, como eran ellos  

Pero el momento de máxima inflexión en las tiranteces entre la pareja llegó cuando Claudia estaba en su cuarto mes de embarazo, más que avanzado y la relación entre ambos casi rebasaba su tercer mes. Fue en una de aquellas noches que la muchacha pasaba en la casa-comuna de su “novio”, noche en la cual a la “novia” le apeteció, en forma arto especial, las cariñosas atenciones de su “novio”. Vamos, que andaba le “nena” de un “calentón” que para qué te cuento

Pues bien, esa noche sucedió que al bueno de Mario se le hacía difícil hacer el amor con quien, a esas alturas, ya no le cabía duda que era el gran amor, la gran pasión de su vida; y es que también vivía con la ilusión de ver nacer a su hijo. Le quería; sí, le quería como jamás creyó que a un hijo se le pudiera querer. Empezaron como siempre era en ellos habitual, de “misioneros”, él arriba de ella, pero no podía, pues pensaba que con su peso, sus ochenta quilos más bien en exceso que en defecto, lo aplastaría, y no valía que ella le contradijera, diciéndole que el mismo ginecólogo les indicara que no había contraindicación alguna para que mantuvieran coitos normales, en esa típica postura incluso.

De modo que ante las reticencias de él, pasaron a cambiar radicalmente de postura, ella encima, él debajo. Pero entonces sucedió que era ella la que no podía: No se concentraba y no “llegaba”. Variaron de nuevo, con los dos tendidos sobre la cama, él detrás de ella y ambos cara a la misma dirección, pues a “cuatro” ella no lo admitía pues no estaba dispuesta a ponerse cual perra en celo… ¡Hasta ahí podían llegar las cosas! Entonces sí que parecía iban  las cosas bien, pues los dos disfrutaban de lo lindo. Pero de pronto él paró, para desesperación de Claudia, pues decía que el bebé le acababa de dar una patada.

-Pero… ¿De qué narices hablas?

-Que lo he visto. Lo acabo de ver. Mi cosa dando al bebé en plena cara y él lloraba por que no le gustaba…

-Pero, ¿te has vuelto loco? Déjate de chorradas y sigue, sigue… ¡Estaba en lo mejor, cabrito!...

-No; no puedo… Es que, tener al bebé entre los dos me puede… Qué quieres, me siento raro… No, no lo puedo hacer… Lo siento; de verdad que lo siento…

-¡Da igual!... ¡Ya no tengo ganas!… Se me han quitado… ¡Tú y tu tontería me las han quitado!… ¡Olvídame!, ¿sabes? Apártate… Y descuida, no te lo volveré a pedir…

Mario se apartó de ella. Permaneció acostado unos minutos, boca arriba, mirando fijamente al techo, y se levantó. Se puso los pantalones del pijama y salió afuera, al salón. Intentó ver algo de televisión, pero al final cogió su pipa de agua, la cargó bien cargada de marihuana y, encendiéndola, se puso tranquilamente a fumar la “yerba”

Claudia, tras bastantes minutos de agitación nerviosa, de amarga frustración, por fin se quedó dormida. Así pasó varias horas, hasta que ya era bien pasada la madrugada, hasta las cinco, tal vez las seis de la mañana, cuando despertó alarmada pues se sentía con el estómago en la garganta y con un tremendo dolor gástrico. Se levantó de inmediato buscando a Mario, pero en la habitación no se encontraba. Salió al salón y allí lo vió, presa de un fenomenal “viaje” de la droga llamada “blanda”, cuyos efectos de blandos no tenían nada, pues su “novio” era entonces incapaz incluso de entender lo que a ella le pasaba, mucho menos, pues, de ayudarle o servirle para nada en absoluto.

Quiso entrar a una de las habitaciones ocupadas por los amigos de Mario pero no pudo; tuvo que salir a escape hacia el baño para vomitar. Arrojó puede que hasta la primera papilla que tomara y tuvo que sentarse en el duro suelo porque le flaqueaban las piernas. Se repuso un tanto y volvió al salón, demandando de nuevo la atención de Mario, pero este sólo atinaba a sumirse en honda somnolencia, mientras la miraba con ojos que se diría no veían nada, pues su cerebro era incapaz del más mínimo proceso mental.

Al instante estuvo segura de que en aquél paraíso de la irresponsabilidad más ingente no lograría ayuda ninguna, bajó a la calle y paró un taxi que la llevó a las urgencias de un hospital. Allí la diagnosticaron haber ingerido alimentos en malas condiciones. La tuvieron en observación durante todo el día que acababa de amanecer y a la mañana siguiente la enviaron, con el alta y un plan para mejorar, a su casa.

En ese mismo día apareció ante ella Mario, todo arrepentido por haberla dejado en la estacada la noche famosa. Pero Claudia le cerró toda salida. Según ella, se equivocó al decirle nada respecto a su embarazo, pues su irresponsabilidad, su “Aquí me las den todas”, le descalificaba como padre de la criatura, porque a ver cómo ella podía confiar en él para nada. ¿Podía asegurarle acaso que, ante cualquier contingencia importante que al niño sucediera, no estaría él drogado hasta las cachas, como dos noches antes había pasado con ella misma?

El tiempo transcurrido hasta entonces, ese intento de conocerse mejor, de tratar que la crianza y educación del niño se llevara entre los dos, había sido un error, pues estaba visto que a nada útil llevaba, luego lo mejor era acabar con ella cuanto antes, por lo que mejor entonces, en ese mismo momento que más tarde. Vamos, que desde ya la relación entre ellos estaba cancelada y el “noviazgo” finiquitado. Mario lo comprendió; estuvo de acuerdo con Claudia y se dispuso a marcharse, pero cuando ya estaba en la puerta de salida, se volvió hacia ella, preguntando

-¿Podré ver alguna vez al niño?

-Siempre que quieras. Su padre eres y su padre siempre serás. Pero aquí, en mi casa y delante de mí o de mi hermana, si yo no estoy

-Vale tía… Y gracias, Claudia…

Mario salió, se llegó hasta la calle y se fue alejando de la casa y la vida de Claudia.

 

Pasaron dos, tres meses, tal vez más, y la barriguita de Claudia dejó de ser tal para trocarse en un pedazo de barriga de aquí te espero cuando rondaba ya los ocho meses de embarazo. Una tarde se le ocurrió entrar en el Facewook y se encontró con un mensaje. Era de Mario. Lo abrió y lo primero que vió fue una serie de documentos. En primer lugar la nómina de una conocida cadena de supermercados que acreditaba a Mario como empleado de la misma, con antigüedad de unos tres meses y categoría de “Reponedor” con sueldo líquido, tras los descuentos, de mil y algún centenar de euros, no muchos pues ni a dos llegaban.

En eso Claudia no se fijó pues lo que a ella realmente más le valió fue que su novio, pues en ese mismo instante volvió a considerarlo como tal, y sin comillas además, parecía que por fin iba sentando la cabeza. Es más, la fecha de antigüedad correspondía a no más de ocho, diez días a lo sumo, de aquél en que ella rompiera con él.

Luego venía el resultado de unos análisis clínicos en sangre y cabello que determinan que en los últimos dos meses Mario no había consumido droga alguna. Seguidamente, un contrato del alquiler de un apartamento. Un solo dormitorio en una de las barriadas más populares de Madrid, a precio bastante asequible. Al pie del contrato, bajo las firmas, una sucinta misiva autógrafa: “Como ves, trato de reformarme”

Claudia casi lloraba de alegría y le faltó tiempo para tomar el móvil y llamarle. Al momento él le respondió. Hablaron, Mario disculpándose por lo “gilipoyas” que antes fuera, así, con tal vocablo en todas sus letras, en castellano pronto y llano, pero única expresión, digamos que un tanto malsonante, que el muchacho soltó de ahí en adelante.

Aquella noche cenaron juntos; unas simples hamburguesas con lechuga y cebolla cortada en aros amén de empapadas en mayonesa y mostaza, más las patatas fritas de rigor, bien regadas de “kétchup” y cuantos mejunjes se les ocurrió añadirles. Si a todo eso acompañamos sendos vasos dobles de “coca cola”, tendremos el menú completo de aquella noche.

Pero la verdad que para Claudia aquello de la cena fue lo menos importante del momento, pues lo maravilloso fue la sorpresa, o mejor, las más que agradables sorpresas que Mario entonces le regaló. Y es que, de la indumentaria de su novio habían desaparecido las horribles camisetas y pantalones que pretéritamente usara, sustituido todo por un más que apañado conjunto de americana y pantalón, estampada en cuadros de oscuro tono beige, muy cercano al marrón, la primera y liso, en color beige medio con trazas verdosas el segundo. El conjunto se completaba con Una camisa, también beige aunque en tono muy, muy clarito, asemejando ocre, una corbata estampada en tonos amarillos y relucientes zapatos completaban el atuendo masculino.

Pero tampoco esto fue lo que más agradara a Claudia, con todo que casi más grata la sorpresa no podía ser, sino el galante detalle de su novio cuando, al encontrarse, le ofreció un ramito de flores; nada en realidad, un manojito de seis claveles, rojos como la sangre, reunidos por una escarlata cinta de raso. Aquello, la caballerosidad que aquél otrora desastrado hombre demostrara ahora hacia ella, la conmovió sobre manera, pues en ello vió el hondo amor con que Mario la distinguía.

Acabaron la cena y salieron a la calle. Claudia se colgó del brazo de Mario y clavó en él sus ojos. Y, tras los ojos, los labios femeninos buscaron la boca masculina, clavándose a su vez en ella. Entonces, tras el dulce beso labios a labios, la boca de ella se abrió y su lengua avanzó hacia el interior de la boca de él, ávida de la lengua, la saliva, la esencia del hombre del que se sabía irremediablemente enamorada. La caricia que ambas bocas, mutuamente, se prodigaron, fue de las que hacen época.

La pasión de ambos se desbordó en frenesí amoroso; un frenesí que no reconocía límites pues era de todo punto insaciable. El propuso ir a casa, refiriéndose a la de ella; ella estuvo de acuerdo en ir a casa, pero entendiendo que esa casa, la de los dos, debía ser ese pisito más bien pequeño, más bien humilde y con vecindad también más bien humilde, cual correspondía a un simple trabajador, a un sencillo reponedor de un gran supermercado, pues eso era él y ella lo único que deseaba era ser la mujer, la esposa, de tal hombre, de un sencillo obrero

La noche de amor que siguió a aquella cena, en el piso de Mario, en la cama de Mario, fue inenarrable. El seguía renuente a presionar con su oronda humanidad, sobre la barriguita que guardaba al bebé, pero desde luego ya no le parecía que al niño le disgustara que sus padres se amaran, por lo que, si no en la forma habitual, él sobre ella, sí que se amaron con frenesí con Claudia encima de Mario, o acoplados los dos, tendidos ambos sobre la cama y con él detrás de ella; incluso ahora, a Claudia, no le importó ponerse sobre manos y rodillas mientras él, situado tras ella, accedía a su intimidad desde atrás.

¡Qué importaba que la mayoría de los animales lo “hicieran” así! Por eso, por adoptar tal posición, ellos no iban a dejar de ser humanos, y si a su hombre le gustaba “hacerlo” así de vez en cuando, por qué ella no se lo iba a consentir. Además que, una vez aceptado, resultaba que también ella disfrutaba así como una loca, luego miel sobre hojuelas.

Y es que aquella noche Claudia fue más feliz y dichosa que en toda su vida antes lo fuera, pues fue esa noche la primera vez que, de verdad, se entregó a su hombre rendida de puro amor; pero es que también fue esa la primera vez que se sintió no tanto deseada como verdaderamente amada, querida por su hombre. Y esa experiencia la ganó haciéndola ascender al Olimpo del Placer Más Excelso, el Placer que el auténtico amor y entrega hombre-mujer/mujer-hombre otorga.

Los días que fueron siguiendo transcurrieron en permanente éxtasis amoroso para la pareja. Excepto los momentos que el trabajo reclamaba a Mario, ya que ella llevaba ya un par de semanas de baja maternal, eran los únicos ratos del día que pasaban separados uno del otro, o una del otro, uno de la otra, reverdeciendo, degustando de su íntimo amor cada día, cada noche…

Y así hasta que llegó el gran día. Fue de madrugada, pues las cosas complicadas suelen suceden en los momentos más intempestivos, y claro, para variar,  el parto de Claudia no fue una excepción.

A toda prisa, tomaron el coche y se trasladaron al hospital, pues Claudia se despertó entre los dolores de las primeras contracciones. Una vez en el hospital alojaron a la parturienta en una habitación, a la espera de que la dilatación del cuello uterino alcanzara lo que debía de alcanzar. Al poco tiempo aparecieron por allí Paula, hermana de Claudia, y su marido, Jacinto. El cuñado de Claudia estuvo poco tiempo en la habitación, saliendo enseguida a la sala de espera, pero Paula se quedó junto a su hermana, pues ella se tenía por el ser más imprescindible de este mundo.

Al poco de salir para afuera su marido, a Paula se le ocurrió despedir de la habitación a Mario

-Mario, pues muchas gracias por ocuparte de mi hermana, pero ya me encargo yo. Puedes irte cuando quieras

-¿Podemos hablar un momento? Afuera, por favor

-¿Para qué?... ¿De qué?

-Ya lo verás… Por favor, sal conmigo…

Salieron los dos afuera, a la puerta de la habitación, junto a la sala de espera

-Verás. Yo voy a estar ahí dentro, con Claudia, y tú te vas a quedar aquí, en la sala de espera, con tu marido. Cuando el bebé nazca ya os avisaré para que veáis a vuestro sobrino

-Veamos Mario. Sé lo que sientes, de verdad, pero esto debe de ser así, yo dentro y tú fuera. Ya conocerás a tu hijo cuando nazca

-Paula, si crees que te voy a dejar ahí dentro, es que se te ha ido la olla. Verás. Si se te ocurre dar un paso hacia la habitación, llamo a seguridad para decir que anda por aquí una loca, rubia y con vestido rosa, que va robando niños recién nacidos. Así que no se te ocurra entrar. Esa es mi habitación, esta es tu zona. Mi habitación, tu zona, ¿entiendes? No entres en mi habitación mientras no os llame. Y vete a que te den por “saco”. ¿De acuerdo?

Sorprendentemente, Paula no objetó nada ahora y se marchó hacia la sala de espera. Allí se sentó junto a su marido. Parecía alucinada. Jacinto se extrañó de verla allí, sentada a su lado y como en Babia

-¿Qué haces tú aquí?

-Ha dicho que me vaya… Mario me ha echado… ¿Sabes? Creo que eso es bueno… Dice que, desde ahora, él se cuidará de Claudia. Diría que Mario ha cambiado mucho. Me parece que será un buen padre… Y un buen marido para mi hermana… Lo que son las cosas, al final, me gusta ese chico…

-¡Qué lástima! ¡Lo que me hubiera gustado inmortalizar el momento en una cinta de video!...

Al momento, Jacinto pensó que callado estaba más “bonito”, pues la mirada con que su “dulce” esposa le obsequió era de las que nada bueno presagian.

Las contracciones de Claudia fueron acortando en el tiempo, hasta que los alaridos de dolor que soltaba anunciaron que el gran acontecimiento, al menos para Claudia y Mario, estaba a un paso. Entonces, Claudia empezó a pedir a grito pelado la epidural, anestésico al que antes renunciara, pero la dura realidad del momento la hizo mudar de opinión, aunque para entonces ya era demasiado tarde, por lo que, por finales, tuvo que afrontar el trance a la vieja usanza, es decir, pariendo con dolor. 

El gran momento llegó y Claudia, aullando a cada momento, empujó y empujó como las buenas. “Un empujoncito más, que ya está aquí. Un empujoncito más, que ya está fuera la cabeza… Un empujoncito más, que ya están aquí los hombros”… Le decía el ginecólogo mientras Mario aguantaba la mano de la mujer, cuyas uñas se hundían dolorosamente en la palma de la mano masculina

Por fin, el bebé, o mejor dicho, la bebé, pues fue una preciosa niña, salió por donde debía de salir y Claudia descansó, gozosa con su niña en su regazo. Tanto ella como Mario, besaban y miraban embobados a su hijita. Luego se miraron los dos y ella dijo

-Te quiero Mario…

A lo que él respondió

-Te quiero Claudia…

Unos días más tarde, los tres, Mario, Claudia y su hija, abandonaban la clínica para regresar a su casa, aquella que Mario alquilara, con la segunda habitación con que contaba lista para acoger al novel miembro de la familia, convenientemente decorada y amueblada, sin que siquiera faltara la cuna. La verdad, es que cuando Claudia llegó por primera vez a aquella casa, así se la encontró, pues en los meses que no se vieron, Mario había dispuesto todo para que el bebé pudiera entrar en su habitación nada más nacer.

Lo malo es que en la decoración predominaban los tonos azules, ya que el bueno del padre de la criatura estaba seguro de que sería niño, confundiendo, como tantas veces pasa, los deseos con la realidad; pero qué más le daba por finales, pues su hija era lo más bonito que en su vida viera, a excepción de su madre, pues para Mario, Claudia siempre sería eso, Claudia, la razón de su vida.

 

 

FIN DEL RELATO

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