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Caminando En Las Nubes: Sin Poder Olvidar

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La oscuridad se  convirtió en el guardián de los jóvenes enamorados, si hacían lo que sus instintos decían entablarían un viaje de no retorno.

 

¿Hacer el amor? Así… solteros, sin experiencia y con tantas diferencias entre los dos.

 

Los labios de Danael tocaron el cuello de su amada, haciéndola estremecer, ella dejo caer su cabeza a un lado para darle libre acceso. Esto volvió loco al muchacho quien la besó con más ímpetu.

 

¡Eso estaba mal! Su cabeza se los decía.

 

Pero sus corazones lo ansiaban. Sus almas lo anhelaban, las manos de él juguetearon en el cuerpo de la inocente chica. La oscuridad hacia travesuras con las sombras para hacer más romántico el ambiente.

—Para por favor. —Pidió la muchachita.

El joven paró como si fuera una orden del más allá. Le costó recuperarse pero eran los deseos de ella los que imperaban

—Perdona —dijo mientras se retiraba para sentarse junto a ella—. Te juro que mi intención no era faltarte al respeto. Yo… —La miró a los ojos—. Es que te amo.

 

Los ojos de Reyna estaban húmedos, se enfrentaba a una situación, que nunca hubiera imaginado hace un mes.

 

Sin embargo… ahí estaba, no sabía qué hacer.

 

Quería llorar, una mezcla de emociones luchó dentro de ella. Quería sentirse amada, pero no de esa manera. Todo era muy rápido y ni siquiera comprendía en su totalidad lo que ocurría. No decía nada, el silencio hablaba por ella.

 

Danael la miró fijamente, deseó con todas sus fuerzas, que la confianza no estuviera rota.

—Debemos ir a tu casa. No quiero que tengas problemas por mi culpa. Dan tomó a Reyna por las manos—. Por favor di algo. Te pido perdón de nuevo si acaso te he ofendido.

—Solo espero que pienses que soy demasiado fácil, y tampoco quiero sentirme un objeto. Lo que estuvo a punto de pasar ha de ser maravilloso, pero no en estas circunstancias.

—Claro que no Reyna, para mí nunca serás un objeto. Si por mí fuera, serías… mi esposa —Las palabras salieron atropelladas ante la impotencia de sentirse sucio

—¿De verdad? —Danael limpió sus lágrimas con cuidado—. Solo asegúrame Que no soy un juguete para ti.

—Te juro, por lo más sagrado —dijo abrazándola—. Que mis intenciones son las mejores. Pero creo que la oscuridad de mi casa y el hecho de que casi te falté al respeto. No hacen de esto ni el lugar ni el momento idóneo para hablar de nosotros. Besó sus manos con suavidad.

 

—¿Tú crees que algún día, puedas?

—Sí, sí podre.

***—**.**—***

 

Por fin estaban en la hacienda de Miguel Ángel Rivera. Los cuatro jóvenes se sentían libres en aquel lugar. Claro había reglas que seguir, pero las acataban con mucho gusto. El lugar era maravilloso: La casa estaba rodeada de hermosos jardines con bancas de piedra que invitaban a estar ahí a cada  momento.

 

Reyna aseguraba que no había lugar más hermoso, y Julieta, que cada vez disfrutaba más la pintura artística. Aseguraba que no había mejor lugar para inspirarse. Trataba de mantenerse alejada de Octavio, si él la besaba otra vez, estaba segura que sucumbiría a su cariño. Pero sus ideas de independencia e igualdad de género eran firmes. Sobre todo cuando escuchó algunos golpes y a su madre sollozar detrás de una puerta, cuando Reyna llegó tarde el sábado.

 

“Mi papá es un tirano, mi padre no es tan bueno”. Se lo repetía una y otra vez.  

 

Octavio la miraba de lejos, sabía que algo no estaba bien con ella, percibía su rechazo. Trataba de comprenderla, pero, no dejaba de dolerle. Le dio su espacio, pero también de vez en cuando platicaba con ella.

 

La casa señorial, era lo más hermoso de la hacienda de Miguel Ángel, era espaciosa y estaba bien decorada. Carecía de un exceso de lujos. Reinaba la sencillez que siempre caracterizó al dueño.

 

Al día siguiente Julieta charló más con su prometido. Todos estaban tranquilos, menos el médico. Desde que llegaron se encerró en su cuarto y no salió hasta el anochecer. Se le veía contrariado, aunque tratara de disimularlo.

 

A la mañana siguiente el doctor tampoco salió de su habitación. Octavio preocupado, subió a buscarlo. Lo encontró vestido con ropa sencilla de campo, un atuendo muy lejos a la formalidad que solía vestir en la ciudad. Miraba unas fotografías que escondió en cuanto entró su hijo

—Papá ¿Qué te pasa?  Actúas muy raro.

—Octavio, me alegra que vengas —Trató de fingir alegría—. Quedas a cargo de la hacienda. Saldré por toda la tarde, tal vez no venga hasta después de la noche. O incluso un par de días.

—¿Qué? —Se sorprendió el hijo.

Pero el doctor siguió hablando— El capataz ya sabe qué hacer. Solo es necesario que lo busques de vez en cuando, para evitar cualquier eventualidad.

—¡Explícame a donde iras!

—Hijo, yo no me meto mucho en tu vida, espero que tú no lo hagas en la mía.

—pero, tengo que saberlo. Te comportas muy extraño y es evidente que guardas secretos. —dijo tratando de guardar la calma.

—No diré nada. No insistas. —dijo mientras cerraba con llave el baúl en que guardó la fotografía.

—No entiendo porque tanto misterio. —Octavio ya no disimuló su enojo—. Sé qué hace varios años dejaste a mi madre por otra mujer. ¿Es por ella verdad? Por la de la imagen que guardaste.

—Octavio calla.

—Cada que venimos a la hacienda te portas así de extraño.  Esa mujer hizo mucho daño a mi familia.

—¡Que guardes silencio! —Ordenó el médico. Pero su hijo pareció no escucharlo

—Te ha de estar manipulando. Más de una vez te he visto mirando esa fotografía. Y estoy seguro que es de… ella. De seguro solo es una mujerzuela que solo te ha estado manipulando

—¡Te prohíbo que hables mal de ella! —Miguel Ángel levantó la voz verdaderamente enfadado—. Ella tiene muchísimos más valores que cualquier otra persona que hayas conocido. —El muchacho se sorprendió, su padre raras veces le hablaba de esa manera.

 

Miguel Ángel siguió  hablando pero ahora más tranquilo:

—Tú no sabes lo que pasó realmente, no sabes quién es ella, ni porque las cosas se dieron así. Si guardo silencio es para protegerla. Pero, ya que me estas obligando a hablar, te diré la verdad: Ella ha sido mi único y verdadero amor. Ella debió ser tu madre. No Eloísa.

 

Octavio se mordió la lengua para no hablar, lo que le dijo, le dolió en el alma. Pero era algo que había querido saber desde hace mucho tiempo. Así que tuvo que callar y seguir escuchando.

 

Siempre supo que sus padres se casaron obligados, que no hubo amor entre ellos. Recordaba que su mamá siempre estaba de mal humor. Y por supuesto sabía que no quiso llevarlo a vivir con ella cuando se separaron, un dolor que tardó mucho en asimilar. Pero a pesar de todo, era  su mamá.

—¿Al menos quisiste a mi madre?

—Sí la quise, pues te dio la vida, pero nunca será lo que  “ella” fue en mi vida.

 

Octavio bajó la cabeza.

—¿Aun la ves?

—Quisiera decirte que sí, pero desde hace mucho que no sé nada de ella.

 

Las palabras del progenitor le dolieron al hijo, pero el segundo en el fondo tuvo que reconocer que Eloísa nunca fue muy cariñosa con ambos. Su padre le pasó la mano sobre el hombro en señal de afecto. Octavio solo sonrió y salió del cuarto, murmurando:

—Sí, yo me hare cargo de la hacienda.

 

El joven bajó bastante triste. Siempre le dolió la distancia de su madre. Escuchar que su padre amaba a otra mujer le rompió el alma. Cuando pasó por la sala donde estaban sus amigos, ignoró las preguntas y comentarios de ellos. Julieta lo siguió, lo alcanzó y le dio un fuerte abrazo.

—Te juro que cuando nos casemos y tengamos a nuestros hijos, no los abandonare. Tú y yo tenemos que querernos.

 

 ¡Como decirle a Octavio que ella no pensaba en el matrimonio!

 

***—**.**—***

 

Miguel Ángel montó un caballo y se alejó a todo galope de su hogar de la infancia. El viento golpeaba su cara, en ese instante era solo un hombre sin títulos ni etiquetas. Atravesó el pueblo sin preocuparse si encontraba a algún conocido.

 

¡Solo quería ser él!

 

Llegó a una hacienda que estaba deshabitada, sus dueños se mudaron a la ciudad y casi nunca la visitaban. Eran pocos los empleados que ahí había. Miguel entró por los sembradíos abandonados. Evidentemente en su tiempo, fue rica y prospera. Pero a la llegada de los revolucionarios, esa, como muchas otras se vinieron en ruinas.

 

¡Ironías de la vida! Miguel Ángel, que siempre apoyó a los campesinos. Fue el único que pudo levantar su imperio.

 

La tierra estaba seca, los rayos del sol golpeaban con intensidad al médico. Se internó hasta llegar a una cabaña humilde.

—¡Don Chava, Don Salvador. Ya llegué!

Un hombre anciano, ligeramente encorvado por el paso de los años, pero con una gran sonrisa salió a saludarle.

—¡Migue! Mi buen amigo. Tardaste mucho en llegar

—Lo siento se complicaron algunas cosas. Mi estimado señor —dijo el doctor volteando para todos lados. Se bajó de su montura para visitar la pequeña y rustica vivienda de su anfitrión. Los dos se abrazaron con cariño. A pesar de la diferencia de edad y clases sociales los dos se trataban con confianza y evitaban las reglas  de etiqueta.

—¿Cuándo aceptaras dejar esta cabaña y venirte a vivir a mi hacienda?

—Mi vida es aquí, con mis plantas y mis recuerdos. Además ya no podría encargarme  de buscar lo que tú deseas. Reconócelo, quieres tenerme cerca porque algo de mí te recuerda a ella. Ya no puedo ayudarte como antes.

—Sí, a ti no puedo engañarte, pero créeme que a mi lado tendrá una mejor calidad de vida.

—Para mí tus lujos no son la “calidad” de vida que yo necesito

 

El doctor rio:

—Tu filosofía siempre le gana a la mía. Anda dime porque me mandaste llamar.

El viejecillo sonrió:

—Mira, lo que encontré —Le entregó un bulto: Era una manta tejida a mano con aparentemente muchos papeles doblados.

—¡Es el cobertor de Soledad, lo recuerdo bien!

—Si esto te emocionó, más lo será lo que está adentro.

 

Visiblemente inquieto desenvolvió la manta, y para su sorpresa vio más de un centenar de cartas. Ya estaban  viejas y Ya desgastadas por el paso de los años.

—¡Las cartas que nos mandamos Sol y yo cuando estudiaba medicina! —No podía creer que se encontrara ante aquel tesoro.

—Sí, ellas contribuyeron mucho para mantener fuerte su unión.

—Yo… pasaba los días estudiando, para poder  titularme y casarme con ella.

 

Guardó silencio, empañado por sus recuerdos. Imágenes que aún le dolían por lo importante que fueron para él.

—Le juro que de haber sabido lo que ocurriría, hubiera abandonado todo, no me importaría ser un campesino.

Calló cuando encontró una de las últimas cartas que ella le envió y él nunca recibió. La leyó de prisa. Su mundo de pronto, dio un giro de ciento ochenta grados. Como si hubiera recibido una noticia que estuvo esperando toda la vida, gritó de la emoción.

—¡Estaba embarazada de mi hijo!

 

—Sí, como siempre lo imaginamos —Sonrió el anciano—. Sé que hubieras abandonado tu ilustre carrera para convertirte en jornalero o lo que fuera.  Te conozco bien. No dudo que hubieras sido feliz con ella y tu hijo. No te aflijas Migue, que tú no sabías que tu padre descubriría su relación y obligaría a ella a irse con golpes y amenazas.

—Nunca imaginé que fuera tan cruel.

 

Sus recuerdos se agolparon en su mente. Apretó los ojos para no llorar.

 

***—**.**—***

 

Miguel Ángel se graduó de la carrera de Medicina en la Ciudad de México. Era hora de volver a su pueblo. Solo, como siempre había estado. Ni sus padres fueron a su graduación, ni él quiso que fueran. Hacía cuatro meses que no sabía nada de su novia en secreto “Soledad Linares”. Por más cartas y telegramas que le mandó no recibió ninguna respuesta. Mientras viajaba en el tren se hacía una y mil conjeturas del porqué de esa situación. Ella nunca había  dejado de contestar ninguna de sus cartas. ¿Entonces, que estaba pasando?. Algo malo, era lo que presagiaba., unas deducciones eran peores que otras. Esperaba que no fueran ciertas..

 

Don Salvador García, el capataz de su papá era el único que lo esperaba. Lo quería como si fuera su hijo. Le dio un fuerte abrazo y le dijo:

—Tu papá te está esperando, sabe lo tuyo y lo de Soledad, no le creas todo lo que te diga. Y sobre todo… Guarda la calma

—¿Qué pasó? —Preguntó tratando de estar tranquilo.

—Conoces lo duro que es tu papá, más no puedo decirte.

 

Miguel Ángel no esperó más, tomó un caballo y cabalgó a toda velocidad. El cielo comenzó a nublarse, aun le faltaba mucha trayectoria al joven para llegar a su destino. La tormenta comenzó a caer, pero eso no le impidió seguir su camino. El agua parecía que quería romper su cuerpo, la visibilidad se  rompía a unos metros de distancia.

 

Llegó a su casa por la parte trasera, donde estaban las pequeñas casas de los empleados.

—Qué curioso que entres por este lugar y no por la puerta principal —dijo su padre. Estaba claro que lo esperaba. Miguel se sorprendió de verlo con un chicote en la mano

—¿Por qué traes eso? Los corrales están lejos.

—Te empeñas más en ver a una simple empleada que no vale más que un centavo, que a tu madre que a diario reza por ti.

 

Así que era verdad que sabía de sus amoríos con Soledad. La hora de enfrentarlo había llegado. Vio con detenimiento a su padre, descubrió una carta arrugada en su otra mano.

 

—¿Qué traes en la mano? —fue lo único que se le ocurrió preguntar

—Una carta de la sucia jornalera, con la que te revolcaste ¿Cuantas veces? ¿Dos, cinco, diez? En cinco años, dudo que sean pocas

 

Verdaderamente que Manuel Rivera estaba molesto. Tenía ganas de lastimar a su hijo, pero este, aguantó lo mejor que pudo, apretó la mandíbula. Hizo esfuerzos por no enfadarse.

 

“Tal vez la golpeó y tiene castigada por ahí”

 

—No quiero leerla, y sí, tienes razón es mi novia. Pero no te preocupes me casare y me iré lejos con ella para que no te molestes.

—¡No te atrevas!

Su hijo lo miró desafiante:

—Ya terminé mi carrera. Así que como  dijiste: Ya puedo tomar mis propias decisiones. Ese fue nuestro trato.

—Puedo aceptar que la uses como amante. Pero jamás permitiré que mi único hijo se rebaje a casarse con una jornalera.

—Lo siento, pero ya tomé mi decisión.

—Ya no vive… aquí.

— ¿Dónde está, acaso la golpeaste? —La ira y la ansiedad lo dominaban.

—¡No me rebajaría a golpear a una sucia jornalera, que además, es una ramera!  Una de tantas con la que mi hijo se acuesta.

—¡No es cierto! Yo no me he acostado con más de una mujer. Y no es lo que dices.

—De verdad que te trastornó. Sabía lo tuyo con “esa” desde hace mucho. Lo toleré porque creí que era solo una aventura. Nunca creí que serías tan tonto para enamorarte

—¡Dime donde esta! —volvió a preguntar con energía.

Su padre se burló..

—¿Sabías que está embarazada y se fue a otro lugar, lejos de ti? —Al ver que su hijo no decía nada, siguió hablando—. Te conviene leer la carta. Así te darás cuenta de todo —Dejo la misiva sobre un montón de paja y se alejó.

 

¡Algo no estaba bien!

 

El joven que era en aquel entonces, tomó la carta. Era corta pero muy dolorosa

 

“Miguel:

Me voy lejos de ti. Estoy enamorada de otro hombre y voy a tener un hijo de él

Nunca me busques.

Soledad”

 

Evidentemente, era la letra de ella ¡Pero no era su manera de expresarse! Pudo notar que la letra estaba forzada y en una parte la tinta estaba corrida. Era como sí… Hubiera llorado

 

—No, no. Esta carta no la hizo por voluntad propia.

 

Sin importarle la fuerte tormenta que aun caía, corrió por el campo como si esperara un milagro. Perdió la cuenta de las horas que estuvo bajo la lluvia. El cansancio no parecía sentirlo. Hasta que sus piernas ya no pudieron con el trote y cayó. Se quedó muchas horas recargado en un árbol. Dolores musculares y fiebre recorrieron su cuerpo. Poco a poco fue cerrando los ojos y ya no supo de él

 

De no ser porque unos empleados de su padre lo encontraron, hubiera muerto de pulmonía.   

 

Aún estaba convaleciente en el hospital. Cuando Soledad fue a verlo. Débil abrió los ojos, ella lo miraba y no decía nada. Tomó su mano, quiso hablar, pero no se animó. Fue Miguel Ángel quien  rompió el silencio:

—Sol, sabía que vendrías a verme. Lo nuestro nadie puede romperlo. Cuando me recupere estaremos juntos de nuevo.

—No, eso no podrá ser. Solo vine a decirte que estoy casada con otro hombre, voy a tener un hijo de él.

 

No podía recordar que más sucedió después. Pero de lo que si estaba seguro es que ella lloró.

 

Él sabía que algo no estaba bien. La actitud de su novia no era acorde a su manera de ser. Cuando se recuperó hizo todo lo posible por buscarla. Pero nadie lo ayudó, únicamente Don Chava hacia lo que podía.  

 

Solo, sin dinero, sin poder, ni contactos. No pudo hacer nada. En cambio su papá tenía todo lo que él carecía. Dejo de vivir con sus padres, y en medio de una disputa, juro que nunca los volvería a ver.

 

Los meses siguieron pasando, estaba seguro que Soledad hacía todo contra su voluntad. Una tarde mientras caminaba por la plaza del pueblo. A lo lejos la vio tomada de la mano con un hombre. Loco de celos e ira fue a buscar pelea con aquel infame que osaba tocar su mano.

 

En medio de la trifulca, Soledad le rogó que los dejara solos. Juró por el hijo que tenía en su vientre que amaba a Juan, el hombre que ya era su esposo.

 

Eso fue demasiado para él. Completamente decepcionado, aceptó la propuesta de su padre. Casarse con Eloísa Aguirre. Adoptó como su hijo a Octavio, el pequeño hijo de su nueva esposa. Pero pasó mucho tiempo antes que decidiera tocarla.

 

***—**.**—***

 

 

Miguel Ángel estaba sumido en sus pensamientos. El anciano lo miró pensativo y preguntó:

—¿Encontraste a tu hijo verdad?

—Sí.

—¿Por qué no le has dicho la verdad?

El doctor dio un hondo suspiro—: Usted me conoce más que cualquier otra persona en el mundo. Estuve más de una vez, tentado a decírselo. Pero no es tan fácil como usted lo imagina. Cuando lo encontré tenía diecisiete años de edad. Todas toda su vida estaba hecha y la imagen de sus progenitores bien formada. Aunque uno de ellos no lo era en realidad.

 

 »Además, no podía decirle que su verdadero padre era un cobarde que no tuvo la fuerza suficiente para retener a la mujer que ama a su lado.

—¡Miguel Ángel! No eres ningún cobarde, sino todo lo contrario. Tú no sabías el porqué de la ausencia de sus cartas. Estabas en exámenes finales. Cuando volviste ella ya tenía avanzado su embarazo y estaba casada con otro hombre. —Hizo una pausa para agarrar aire—. Y lo más importante. Tu padre también te amenazó. Además que ocultó y tergiversó la verdad. ¿Crees que no lo supe?

 

Miguel Ángel visiblemente nervioso jugueteó con las cartas de Soledad, leyó todas esas líneas amorosas y hasta cursis, que ambos se mandaron.

 

—A veces ser buena persona no es suficiente.

—No digas eso, solo te hizo falta más malicia. Has hecho todo lo posible por estar al lado de Soledad y darle una vida digna. Lo que pasa es que has tratado a todos como seres humanos. Y nunca fuiste capaz de pensar en que tu padre no tenía escrúpulos…

—Hasta que él murió y me lo contó todo.

 

***—**.**—***

 

Julieta paseaba tranquila por el mercado. Se encontró con una oferta de pinceles y pinturas para arte artístico. El precio excelente y la calidad de los materiales era muy buena.

—Yo lo compro. Mis pinturas al óleo serán perfectas.

—No crees que son demasiadas. No entiendo este gusto por el arte, además ya tienes muchas —dijo su nana que tenía el dinero limitado.

—Deje que su hija que pinte lo que desee

—Es que no tenemos el dinero suficiente —chilló la nana

—Yo se las regalo —volvió a decir la desconocida de grandes y pobladas cejas. No era muy guapa, pero algo tenía en su personalidad que llamó fuertemente la atención de Julieta.  

 

La mujer dio un billete al tendero y entregó las pinturas a la joven mientras le decía:

—Hace mucho que no veía a nadie con una pasión como la tuya

—Muchas gracias —dijo agradecida la joven

— No agradezcas nada. En el mundo hacen falta más artistas, cuando quieras puedes ir a mi casa y yo te enseñare lo que necesites.

—¿Cómo se llama?

—Mi nombre es Frida, Frida Kahlo.

 

 

***—**.**—***

 

 

El doctor Rivera subió  a su caballo, recibió un telegrama muy importante. No estaba dispuesto a perder más tiempo.

—Miguel Ángel ten cuidado —dijo Su antiguó capataz.

—Claro que lo tendré viejo amigo

—Antes de irte solo contéstame una última cosa….

—Dígame.

—¿Tú tuviste que ver con la muerte del padre de Danael?

 

 

***—**.**—***

 

Frida Kahlo:  fue una pintora y poetisa mexicana de ascendencia judeohúngara, española e indígena. Su obra pictórica gira temáticamente en torno a su biografía y a su propio sufrimiento. Fue autora de unas 200 obras, principalmente autorretratos, en los que proyectó sus dificultades por sobrevivir. La obra de Kahlo está influenciada por su esposo el reconocido pintor Diego Rivera, con el que compartió su gusto por el arte popular mexicano de raíces indígenas, inspirando a otros pintores mexicanos del periodo posrevolucionario.

 

 

©Alejandrina Arias (Athenea IntheNight)

 

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