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UN RAMITO DE VIOLETAS

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UN RAMITO DE VIOLETAS

 

 

La canción del mismo título de la cantante “Cecilia”, de allá por los años setenta, comienza así:

 

Era feliz en su matrimonio

Aunque su marido era el mismo demonio

Tenía el hombre un poco de mal genio

Y ella se quejaba de que nunca fue tierno

 

Pero este no era el caso del marido de Adela, Emilio, pues el hombre era un buenazo hasta llegar a ser un poco tonto, pues ya se sabe, del buenazo todo el mundo se aprovecha y este tipo de persona se distingue, además, por no aprender nunca a guardarse de los demás; era, en añadidura, la amabilidad personificada… Pero en una cosa sí coincidía con lo que la canción dice del famoso marido: Ser, de siempre, poco tierno con su esposa, con la que solía decir, en un humor más bien patoso, que llevaba ni se sabe los años de “perpetua”, como si su matrimonio con Adela fuera una condena… Pero es que, más que nada, era eso, patoso, torpe… Vamos, al reparto de la “grasia que no se pué aguantá” llegó cuando  ni las heces graciosas  quedaban… ¡”Dita” suerte la suya!

Aunque también habría que añadir que tampoco siempre fue tan desangelado, tan poco “finolis” con su “costilla”, sólo que, tras veintitrés años de “perpetua”, como él decía, las cosas ya no eran como esos años atrás lo fueran… Ya se sabe, el trabajo, ese puñetero castigo divino por lo de la dichosa “manzanita” de los “perendengues”, que bien que nos la liaron la Eva y el Adán, el Adán y la Eva, que “tanto monta, monta tanto”, y dos no “pecan” si uno no quiere… Aunque, “cachi’n’diela”, “cachi’n’too”, ahora que me lo pienso, ya me estoy liando más que la alpargata’un romano… En fin, que perdonen “voacés” y a lo que iba; pues eso, que la dura lucha por los duritos nuestros de cada día no era lo más adecuado para ponerse romanticón y demás con su, en verdad, más que amada “santa”, lo que devenía en que la “probe” sufría “ca sequía” que “pa” ella se quedaba

La verdad es que, a pesar de sus años de compartir “sueños, catre y macarrones”, como dice Serrat en su “Romance de Curro el Palmo”, la pareja, de edad avanzada, nada de nada, pues ella andaba al filo de los cuarenta y dos en tanto su “detalle”, un tanto “desdetallado”, al parecer, que “too hay que icillo”, (“decillo”=decirlo, en castellano antiguo), contaba por aquellas sazones cuarenta y tres años, cumpliditos, eso sí. Los dos se conocían de toda la vida, pues ambos nacieron en esa populosa barriada, eminentemente obrera, que hoy se denomina “Tetuán”, a secas, y en tiempo se conocía como “Tetuán de las Victorias”, pues su construcción fue de por cuando aquella Guerra de África de mil ochocientos cincuenta y ni sé cuántos años, con lo que de niños jugaron juntos, de adolescentes “tontearon” pelín más, pelín menos y de adolescentes avanzados, allá por los quince-dieciséis de ella, los dieciséis-diecisiete de él, del “tonteo” más o menos tonto, pasaron a un “novieteo” más o menos tontaina, que, poco a poco, se fue afianzando hasta “colarse” Emilio por Adela pelín-pelón “masié” (demasiado, en  la jerga, digamos, “cheli” del “Madriz”([i]) de los sesenta-principios de los setenta) lo cual de extraño no tenía nada, ya que la nena estaba de “toma pan y moja”… Vamos, de un “buenorro” que tiraba de espaldas, dicho sea de paso; pero lo que le pasó a Adela por su amigo-noviete ya no era tan normal, pues debe reconocerse que el bueno de Emilio, que bueno sí que era el muy tontorrón, de “sex simbol” masculino, nada de nada, reconozcámoslo por más que nos duela, mas y por esas cosas misteriosas que tiene la vida resultó que Adela acabó algo más que “acharaíta” por su medio novio-medio amigo, pero ya se sabe, “Doctores tiene la Iglesia, “u” lo que sea, que sabrán explicar tal misterio de la Humana Naturaleza mejor que yo”

Pero es que también ocurrió que ciertos días, allá por cuando ella disfrutaba de sus dieciocho abriles, es un decir, y Emilio se paseaba por los diecinueve, se les fue la mano, y algo más que la mano, en sus “novieriles” arrumacos, con lo que alguna que otra semana, algún que otro mes, después de tan faustos acontecimientos, la pimpante Adela recibió nota de la cigüeña, con acuse de recibo y todo, informándola de que su “pedido” de bebé había sido debidamente cumplimentado y la  “mercancía” viajaba que se las pelaba a destino…

La que se armó en casa de Adela y de Emilio fue algo más que parda, con reparto de guantazos a mogollón, porque para entonces, primera mitad de los setenta, con aquél general ejerciendo aún de “Baranda Mayor del Reino”, los padres eran, todavía, de un suyo que había que verlo, y soltaban “ca” tortazo por cualquier “nimiedad” de embarazo que valía, como poco, un duro, moneda que tampoco era moco de pavo, por aquellos “In illo témpore”…

Pero como no hay mal que por bien no venga, la “ensalada” de “hostias”, y no, precisamente, consagradas, que el mocer y la “mocera” recibieron de su respectivo señor papá, se compensó con el “casorio”, eso sí, por el “sindicato de las prisas”, lo que les deparó poderse dedicar, de lleno y a sus anchas, a las “larguezas” de mano y algo más… Pero también sucede que, a veces, la cotidianeidad desvirtúa las ilusiones, la pasión, que un día animó a la pareja; es lo que dice Sabina en una de sus canciones: “No es que ya no me intereses, pero el tiempo de los besos y el sudor es ya la hora de dormir“… Y eso es lo que pasó tras no pocos años de compartir “sueños, catre y macarrones”, que el tiempo de expresarse, mutuamente, su amor pasó a quedar en sólo la hora de dormir

Con un “Era feliz en su matrimonio” comienza la canción de Cecilia, y, en cierto modo, de alguna manera, Adela, de todas la formas, a pesar de todos los pesares, a pesar de las “trancas y barrancas” de las agudas “sequías” de su íntimo “huertecito”, era feliz, pues, sea como sea, fuera como fuese, amaba a su marido y se sabía amada por él, y, a fin de cuentas, se decía, eso era lo más importante, más incluso que lo “otro”… Pero hete aquí que, para ser un tanto exactos, digamos que algo más de tres años atrás, se dio un hecho, cuando menos, insólito; hecho que vino a trastocarle a Adela esa forma cómoda de vivir un matrimonio que ya apenas le satisfacía, sin prácticamente ya ilusionarla: Que, como dice la canción de Cecilia, comenzó a recibir “cartas de un extraño; cartas llenas de poesía que le han devuelto la alegría”… La alegría de vivir… ¿Quién le escribía versos?... ¿Quién le mandaba flores por primavera?... ¿Quién, cada nueve de Septiembre, como siempre, sin tarjeta, le mandaba un ramito de violetas?...

Todo ello era una incógnita, que la intrigaba y la llenaba de feliz dicha, pero que ni se atrevía a intentar desentrañar tan agradable misterio… ¡Tenía un admirador, un enamorado!... ¡Desconocido, sí, pero un enamorado!!... Esa convicción la halagaba tremendamente, elevando su ego de mujer a alturas más que estratosféricas… ¡Había un hombre que la encontraba atractiva, deseable!… Y a sus cuarenta y dos años...Si eso no le pega a una un “subidón” de aúpa, que venga Dios y lo vea... Pero también le daba un miedo horroroso… Miedo de sí misma ¿Qué pasaría si, un día, por esas casualidades de la vida, le conocía?… Si sabía quién era, si lo tenía frente a sí… Todo, menos conservar la calma, la racionalidad…

¿Y qué sucedería si se trocaba en amante de ese hombre?… Porque de eso sí que no le cabía duda: Se entregaría a él en cuerpo y alma… ¿Por amor?... ¡Vaya una tontería!... ¿Podía una amar a un hombre a quién acaba de conocer?... Pues a lo mejor, porque, realmente, tan desconocido no le resultaría… Estaban esas cartas, llenas de poesía…esas flores que le enviaba…ese ramito de violetas, recibido a fecha fija… ¿Es que así, a través de tales cartas, con su poesía, con esas flores, no se puede conocer a un hombre?... ¿Es que, por todo eso, no sabía de su sensibilidad, su romanticismo, su alma enamorada?... Y, ¿es que de un hombre así, aún sin conocerle física, personalmente, no puede una enamorarse?... Enamorarse, precisamente, de su delicadeza, su alma sensible, su romanticismo… De su propio enamoramiento hacia ella… ¡Pues claro que sí!... Pero se repetía; ¿Qué pasaría entonces, enamorada de un hombre que no era su marido, que no era el padre de sus hijos?... Realmente, nada… ¿Es que ya no existía el divorcio en España?... ¿Es que ya, en España, las mujeres casadas no tenían “líos” extra-matrimoniales?... Pero, ¿valdría ella para todo eso, engañar a su marido, divorciarse de él?...

¡Pero qué locuras eran esas!... ¡Cómo podía ocurrírsele, siquiera, pensar tales cosas!... Y sus hijos, sus dos joyitas… ¿Qué dirían, qué pensarían de ella, de su madre, engañando a  su padre, divorciándose de él para irse con un cualquiera?...

Pero otra cosa también la acosaba, martilleaba en su cerebro… “Adela, ¿es que ya no quieres a tu marido, a tu Emilio?”... La verdad es que no lo sabía: Hasta que comenzara a recibir esas atenciones de su admirador, su enamorado secreto, sin dudarlo, se hubiera respondido que sí; tal vez no como antes, cuando eran novios, cuando eran recién casados, pero quién conserva tal cariño, tan eminentemente pasional, tras quince, dieciséis años de conyugalidad… Qué duda cabe de que la rutina, lo de “hoy igual que ayer, pero idéntico a mañana”, socaba ese tipo de amor, lo que tampoco significa que no persista un cariño, otro tipo de amor, entre ellos… Más fuerte, si cabe, que el anterior, el pasional, pues es menos egoísta, más desprendido al no darse el “toma y daca” sexual…

Pero, ¿de verdad pensaba así?... ¿De verdad no deseaba amar, ser amada sensual, sexualmente?... Ni a responderse se atrevía… De nuevo, la misma cuestión de cuando se preguntaba si aún estaba enamorada de Emilio; antes de las cartas, los versos, las flores y violetas, desde luego se habría respondido que esa forma de amor, a esas alturas de su matrimonio, ya no era lo más importante en su vida; que había otros afectos más firmes, más fundamentales que “ese”, pero ahora ya no estaba tan segura… Ahora prefería no responderse

Todo eso ocupaba su mente desde que se sentía admirada, amada, deseada, por ese ser, ese hombre desconocido…sin rostro ni humano trazo alguno; esa especie de fantasma…espectro, de cuya existencia no tenía más evidencia que esas cartas, esas flores, ese ramito de violetas recibido, anualmente, a fecha fija…En realidad era como en esos efectos Poltergeist, que el fantasma, el espectro, sólo se manifiesta moviendo objetos, haciendo ruidos, abriendo y cerrando puertas y ventanas; en su caso, esos efectos, eran las cartas y flores que recibía sabe Dios por designio de quién… Y los mudos reproches a ese otro hombre que debía ser quién le dispensara toda la ternura, toda la delicadeza, todo el amor, que el anónimo le daba a manos llenas, crecían y crecían de día en día, de noche en noche, cuando le sentía a su lado, a él, a “su” Emilio, pero durmiendo como un cerdo… Como un cerdo en su cochiquera… ¡Qué sola, qué abandonada se sentía en tales momentos insomnes!... ¡Y, también, qué frustrada como mujer…como hembra humana!... Entonces pensaba en el “otro”… ¿Cómo sería tenerle al lado, junto a ella, en la cama?... ¿Cómo sería entonces él…cómo la trataría, cómo la amaría?...

Y así, monótonos, insatisfechos, fraudulentos, iban pasando sus días…y sus noches, yermas, solitarias, aunque a su lado tuviera a aquél hombre que, con ella, como tal no ejercía … Adela, que en sus mocedades de los diecisiete, dieciocho años, se consideraba una consumada “progre”, antifascista y antifranquista, faltabe más, era, en realidad, bastante más conservadora de lo que estaba dispuesta a admitir; había hecho estudios entre medios y un tanto profesionales, el famoso Bachillerato Elemental, hasta cuarto y Reválida, pasando luego a hacer un curso de secretariado, Mecanografía, Taquigrafía, (sí, por aquellos entonces, inicios de los 70’s, aún las secretarias y similares tomaban en taquigrafía lo que sus jefes les dictaban) Contabilidad etc., comenzando a trabajar desde los dieciséis en la oficina de una empresa, trabajo que dejó al casarse, tal y como todavía era lo normal en las mujeres de la época, para dedicarse a su casa, su marido y los hijos que fue alumbrando, sólo dos, por cierto, niño y niña, Emilio y Adela, como de otra forma no podía ser, y por este orden además, como todavía estaba mandado y ordenado por aquellos entonces, los chicos antes, las chicas después, según el pretendido Orden Natural de las cosas en el Universo Mundo…

Y como también empezaba a ser la costumbre, la “parejita” y pare usted de contar, que las cosas empezaban a no estar para greguerías de tres y cuatro hijos, “conti más”, cinco… Sí; por aquellos entonces, lo de la “parejita” era algo ya casi incontrovertible; hasta hubo una película, una comedia bastante cutre, de aquellas en las que empezaron a trabajar grandes actores de hoy como Alfredo Landa o Pepe Sacristán, que de mil amores eliminarían tales “pelis” de su filmografía; la tal “comedia” era “Vamos por la Parejita”… Claro, que también, en esa España de tal época, años 71 al 75, empezaban a cambiar muchas cosas; ese estado de salir de la ancestral somnolencia española lo refleja bastante bien una canción de la misma Cecilia que decía: “Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra/ de tu santa siesta ahora te despiertan versos de poetas…” 

Era la época de la “Canción Protesta”, con intérpretes como la propia Cecilia, Raimon, Pau Riba, el andaluz Carlos Cano, José Antonio Labordeta, María del Mar Bonet, Lluís Llac, Ovidi Montllor… Por entonces, fines de los 60/inicios de los 70 comienza su trayectoria el famoso grupo “La Trinca”, riéndose hasta de su sombra. También estaba Joan Manuel Serrat, aunque los más arriscados, Raimon, Riba, Llac, Montllor, Bonet, hacían pocas “migas” con él, pues cantaba casi más en castellano (español por mal nombre; pues a ver si el catalán, valenciano, mallorquín, gallego, etc. no son lenguas españolas. Y qué decir de la lengua vasca, nacida en esta península, de la misma raíz que las lenguas iberas pre-romanas, por mucho que a los nacionalistas vascos les duela) que en catalán

También era la época de los “Curas Obreros”, los Díez Alegría([ii]), Padre Llanos o el famosísimo “Cura Paco”, Francisco García Salve; curiosamente, los tres, los más representativos de estos curas que tomaron la bandera de la masa obrera más mísera y ejercieron en zonas tan deprimidas como “El Pozo del Tío Raimundo” o “Entrevías”, trabajando, a jornada completa o reducida, como simple peón de albañil, para estar cerca de esa clase trabajadora más desfavorecida, eran jesuitas; todos ellos acabaron militando en el sindicato, entonces clandestino, “Comisiones Obreras”, y en el Partido Comunista incluso llegando a integrarse en la Ejecutiva del partido, como Díez Alegría y el “Cura Paco” Por entonces se hizo famoso un chiste: “Un cura se sube al púlpito, en la misa dominical, y empieza su sermón: Carísimos hermanos; y digo carísimos porque me salís a tres mil por homilía” Y es que las dependencias de muchas iglesias de la época eran centros de reunión clandestina de sindicalistas de Comisiones Obreras, y las homilías, los sermones dominicales de muchos de estos sacerdotes, eran alegatos contra el régimen, en defensa de la clase obrera, por lo que les caían unos multazos que temblaba el Basto, pues lo normalizado eran tres mil “pelas”, que para la época era una “pasta gansa”

Pues bien, y volviendo de nuevo al hilo de la historia o relato, dejando a un lado las pinceladas sobre la España de los 70’s. Como digo, cuando Adela se casó se dedicó en cuerpo y alma al muy noble oficio de “ama de casa”, esposa y madre, más bien burguesa, de esa nueva burguesía que se crea en España desde finales de los 50 y, sobre todo, durante los 60, de base eminentemente obrera, constituida por hijos de obreros, corrientes y molientes, que acceden a la Universidad merced a los cambios sociales que, indudablemente, se van forjando desde mediados-fines  de los 50, aunque la explosión no se daría, tímida, pero firmemente, hasta los 60’s([iii]), cursando carreras universitarias que les abren perspectivas laborales muy diferentes a las que sus padres tuvieron, pues ellos ya no son obreros, sino licenciados universitarios, abogados, médicos, ingenieros...

Pero con el paso de los años, los chicos dejaron de ser eso, chicos, para convertirse, poco a poco, en jóvenes, en casi hombre el uno, casi mujer la otra…Y fueron, también paulatinamente, dejando de necesitarla con lo que se vio “desahuciada” de la vida…sin prácticamente nada que hacer… Le parecía ser un objeto, alguien, algo, que sólo servía para servir a los demás… Pero lo grande es que de eso no se “coscó” (enteró, en “cheli“ del “Madriz” del año la pera) hasta lo de las “cartas de un extraño”…

Como antes se dice, mal que bien, días y noches transcurrían, y el próximo nueve de Septiembre, el día del ramito de violetas, se acercaba a pasos agigantados y conforme se le venía encima la fecha, Adela se ponía más y más nerviosa, más y más soliviantada… Anhelante, deseosa… Y temerosa… Le daba miedo ese estado en que entraba cuando sabía que se avecinaba el momento en que, seguro, “él” la homenajeaba con su presente violetero… Le daba miedo de sí misma, de su reacción… Porque se sentía deseosa…deseosa de “él”, de su admirador ignoto, desconocido… ¡Dios de mi vida, se decía, cómo puedo desear a un hombre que ni siquiera conozco!.. Pero le deseaba…¡y de qué manera!…

Y llegó el día ansiado y al tiempo, temido… Ansiado hasta casi volverla loca de esperar y temido como a la muerte… Fue un día cualquiera de la semana, y como cualquier otro día de diario, se levantó temprano, a eso de las siete, para prepararles el desayuno a su marido y sus hijos… Estaba algo más que nerviosa, anhelando el momento en que recibiría el anual presente de su amor secreto; de ese ser desconocido que tan hondo se le metiera en el alma… Ansiosa por… ¿Por qué, Señor?... ¡Dios de mi vida!... ¡Dios, Dios mío…ansiosa por conocerle…por entregarse a él!... Era de locos; una locura... Pero era así; le deseaba… Deseaba a ese ser desconocido… La había trastornado… Su dulce ternura, ese inmenso cariño preñado de suave delicadeza que de sus cartas emanaba, la había vuelto loca…loca de amor hacia él… Hacia un desconocido, un ser que la había enamorado solo con sus manifestaciones de amor… Que la había subyugado tan loca, tan irracionalmente con su poética prosa

Al fin se marcharon Emilio y sus hijos y Adela quedó sol en la casa… Desalentada, amargada… Se sentía no una persona, sino un objeto… Bueno, ni eso siquiera, pues ella era un objeto, pero un objeto animado, con vida… Era, se sentía como uno de aquellos objetos, animales más bien, que eran los esclavos. Sí; ella se sentía así, una esclava de la gente de su casa, de su marido, de sus hijos… Solo para esa la querían, para que les sirviera, para que trabajara para ellos… Les cocinara, les lavara la ropa, se la tendiera y planchara… Les arreglara la casa, la barriera, la fregara, quitara el polvo, y fregara platos y cubiertos, cacerolas y sartenes… Estaba harta; harta de ser usada, utilizada… Sin tenerla en cuenta para nada, sin una atención, un cariño…

Claro que eso tan así tampoco era, pues su marido, Emilio, bien que se preocupaba de ayudarla en casa cuando en casa estaba, que ahí estaba él, cada noche, bien fregando los vajillos de la cena, bien secándolos si era ella quién los fregaba, amén de asear el fogón de la cocina de gas… Y barriendo el suelo de la cocina, tras de cenar, pues allí, en la mesa de la cocina, era donde a diario cenaban y comían y cenaban los fines de semana, únicos días de la semana que, al mediodía, la familia, padres y dos hijos, se reunían, pero así lo sentía ella, sobre  todo entonces, en esos momentos de ese día, el que su “amante secreto”, su “desconocido admirador”, seguro, la homenajearía… ¿Y el “otro”?…¿el que debería hacerlo?… El que debía homenajearla, ese día y todos los días, su marido…su Emilio… ¡Maldito hijo de perra!

Sí, Adela estaba algo más que alterada; efectivamente, ansiaba que “ese hombre”, el de las cartas y las flores, se hiciera tangible ante ella… Le deseaba porque intuía… No; estaba segura, de que la amaba y ella deseaba ser amada por un hombre tierno, dulce… Un hombre que la amara con su corazón, con sus sentimientos de hombre, pero también con su cuerpo… Su cuerpo de individuo biológico, de macho de su especie… “¡Dios mío!”, se decía, ¿Me estoy volviendo loca?

Llorando; llorando con inmenso desconsuelo, deshecha, destrozada, hundida, volvió al dormitorio y se tendió toda larga, llorando a mares… Pegaba puñetazos, a puño cerrado, sobre la cama, mientras bramaba

―¡Maldito “cornuti”, hijo de setenta veces setenta padres, y la “pastelera” madre que le parió! ¿Por qué no estás aquí, conmigo?... ¡Soy tu mujer!... ¡Tu mujer, cabrito, hijo de la gran!… ¿Qué quieres, desgraciado, qué quieres?... ¿Que te “los” ponga?... ¡¡¡Pues te los pondré!!!… ¡¡¡Y bien, bien “adornados”…bien largos…bien retorcidos!!!

Adela estaba dolorida; muy, muy dolorida… Pero no menos cabreada… Cabreada con él, con Emilio, el hijo de “tal” que no le hacía el menor caso, pero también con ella misma… Con ella por quererle, por desearle… ¡Pero qué dices!... ¿A quién deseas, a quién quieres?... ¿No era al “otro”, al de las cartas y demás?... ¿Es que no estabas que delirabas por tenerle dentro?… Muy, muy, pero que muy dentro de ti, “taladrándote” hasta lo más recóndito del fondo de tu femenina intimidad… ¿En qué quedamos pues?... Lo cierto es que Adela estaba hecha un lio… ¿Qué es lo que verdaderamente deseaba?... En realidad, lo que quería era un hombre que la amara tal y como veía que el “otro” la amaba… En realidad, lo que quería es que “su” Emilio la amara como el “otro” demostraba quererla

Dejó de llorar, más que porque ya no le quedaran lágrimas, porque su abatimiento, su casi absoluta demolición no la dejaba ni llorar… Ni para eso tenía fuerzas ya… Con mirada resignada, como el corderito va al matadero, que sabe, intuye, lo que le va a pasar, pero no puede sustraerse a su fatal destino, paseó la vista en derredor… Y lo vio; blanco, blanco como el papel, y nunca mejor dicho pues era un sobre, sobre la mesita de noche, apoyado contra la pared… Y se quedó sin habla, con el corazón en la garganta y las cardiacas pulsaciones a ni se sabe; se irguió al momento y, temblando de pies a cabeza, con manos más trémulas que si padecieran de perlesía, se acercó a la mesita de noche y tomó el sobre. En él, estampado en letras que le saltaban a los ojos, un rótulo: “A mi amadísima Adela”… El mismo rótulo, o título, que tantas veces viera en esos sobres, los de las cartitas que el “otro” le dirigía, sólo que aquellos estaban mecanografiados pero este otro escrito a mano, con bolígrafo, y una grafía que demasiado bien se conocía. Hecha un manojo de nervios, con los dedos más temblones que puro flan de huevo, abrió el sobre, lo rasgó, y extrajo la notita… Era sucinta, muy, muy sucinta, comparada con las que solía recibir; decía

“Mi amadísima Adela; mi diosa, mi reina… Mi amor… Opino que ya es tiempo de que nos miremos, mutuamente, a los ojos… Que el misterio de tu “misterioso enamorado” se desvele de una vez por todas… ¿Querrás amarme, queridita mía…razón de mi vida…alegría de mi existir?... ¡Por Dios, amor, por Dios te lo ruego; no me odies por esta forma de galantearte!... ¿Lo harás, vidita mía?... ¿Me perdonarás, y me querrás?...

Hoy seré yo, en persona, quien te lleve, te ofrende, el ramito de violetas… Por cierto… ¿No te dice nada el día nueve de Septiembre?... ¿No recuerdas ya aquél de 1973, más que atardecido, anochecido, en un rodal solitario de la Dehesa de la Villa?… El coche aparcado, con las luces apagadas…una música, tierna, tenue, en la radio del coche… “En un rincón del Alma”, de Alberto Cortez… ¿No te recuerda nada todo eso?...”

“¡Dios mío!… ¡Y, cómo no me di cuenta…cómo no lo recordé al momento!” se decía Adela, reprochándose tamaño olvido… ¡Su “primera vez”!…De los dos, su Emilio y ella, Adela… Era domingo y habían estado en el cine Europa, de la calle Bravo Murillo… Y cómo no, en la “fila de los mancos”, poniéndose los dos “moraos”… Como motos, vamos… Salieron del cine y él metió la directa “pa” la Dehesa la Villa”… Y allí fue “Troya”… Sí; a ella se le había olvidado, pero a él no… La canción de Cecilia dice, en una de sus partes, “Quién le escribía versos, dime quién era/ quién le mandaba flores, por primavera/ quién, cada nueve de Noviembre,/ como siempre sin tarjeta,/ le mandaba un ramito de violetas” ¡Y era él, su Emilio, su  marido, quien le escribía esas cartas “llenas de poesía”, el que le mandaba flores por primavera y un ramito de violetas cada nueve de Septiembre!…

El alma se le salía del pecho en inenarrable gozo… ¡¡¡La quería, la quería, la quería!!!... ¡Dios mío, qué dicha; qué dicha más inmensa!... Un estado de dulce alegría, de placentera ternura, se le paseaba por el cuerpo llevándola a las más excelsas alturas del Cielo Divino, del Edén de Allah, del Olimpo de Eros y Venus… Como dice una canción de Ana Belén, “para entrar en el Cielo no es preciso morir”, Adela, vivita y coleando, más viva, más vivaz, que jamás antes lo estuviera, estaba en el Cielo, un Cielo que, por arte de “birli birloque”, había bajado a la tierra, a su casa, a su  habitación, a su lecho, trocado allí todo en “Edén de Allah”

También dice la canción en ora de sus estrofas: “A veces sueña y se imagina/ cómo será aquél, que tanto la estima/ Sería un hombre más fiel, de pelo cano,/ sonrisa abierta y ternura en las manos”… Y sí, también ella, Adela, había intentado imaginarse cómo sería ese ser, “que tanto la estimaba” y que, qué duda cabe, de día en día, se le metía más y más en el alma, más y más adentro, amenazando con desbancar, de una vez y por todas, a su maridito de su alma de los entresijos de su corazón… Y, mira por dónde, resultaba que aquella imagen, idealizada pero física, que ella forjara en su mente con trazos, unos objetivamente materiales, emotivamente sentimentales otros, del ser ideal con quien compartir la vida, encajaban a la perfección con “su” Emilio: Un hombre de edad un tanto madura, pelo cano y sí, sonrisa más bien abierta… ¿Ternura en las manos?...eso ya no sabría responderlo tan a bote pronto como lo otro… En tiempos sí que hubo “ternura en sus manos”, al acariciarla, al palpar, acariciante, su desnudez, sus senos desnudos, su vientre, la cara interna de sus muslos, allá por donde se juntaban, flanqueando las pubianas bajuras… Pero hacía tanto tiempo de eso… Mas, estaba segura…¡cómo no estarlo, tras saber que “su” Emilio era ese desconocido que la escribía cartas, dulcísimas epístolas, que la mandaba flores!...de que esa “ternura en sus manos” regresaría para nunca más extinguirse

Así que todo para Adela, desde que leyera la carta, era un soñar despierta o un vivir soñando… Como si habitara el País de las Maravillas de Alicia, o el país o Isla de Jauja… La cartita tenía una Post Data: “En el cajón de tus prendas íntimas, dejo un regalito”… Como niña con zapatos nuevos, o, mejor, con zapatos y muñeca nueva, corrió Adela al cajón de la cómoda donde guardaba sus bragas, sujetadores y demás. Que, por cierto, viéndolos entonces, se le cayó el alma a los pies: “Pero cómo me he podido dejar tanto” se decía a la vista de lo, más que visto, conocido por verlo, ponérselo, millares de veces… Y es que las citadas prendas más anti eróticas no podían ser… Vamos, que al tío más “salido” del Universo Mundo, al verla de tal guisa, se quedaría tan frío como si vistiera traje de hielo… “Se impone una urgente renovación de vestuario interior” se dijo… Y pasó a abrir el paquete que allí encontró… Y soltó una carcajada que debió oírse hasta en las antípodas, de lo sonora que resultó

―¡Con que me deja un “regalito”!... ¿Para quién?, me pregunto… Bueno, para los dos…

Y es que el “regalito” era un conjunto de lencería de dos piezas en gasa de seda negra, finísima, sin labrar, toda ella lisa y algo más que transparente, aunque con ese tamiz a sus femeninas gracias del oscuro de la seda. Era una “negligé” de tirantes que no le cubriría más allá del nacimiento de los muslos, abierta de arriba abajo, con dos cintitas que anudarían hacia la mitad de los senos, cerrando así, hasta lo que cabe, la prenda; y una mini tanguita, que más “mini” no podía ser pues no era más que un minúsculo triangulito, lo justo para que las vergüenzas no se le quedaran al aire… Y todo ello, como queda dicho, en un transparente obscuro que ya, ya…

Adela tomó ambas prendas y salió disparada para el baño; se desnudó y se miró al espejo de cuerpo entero que tenían adosado con silicona a la pared. Se examinaba con mirada crítica, pero sin excesivas acritudes; tampoco con ojos más complacientes que menos; lo justo para verse como era, sin trampa ni cartón, sin engañarse, adulándose a sí misma, pero sin tampoco querer ver taras que no existían… Prestaba bastante atención al culete, pero por más que lo intentaba, volviéndose de perfil para poder ver sus nalguitas en toda su extensión, lo cierto es que se las veía y se las deseaba para  lograrlo, sin mayores efectividades, se mire como se mire, con lo que decidió volver al dormitorio y descolgando el espejo que campeaba sobre la cómoda, armada con tan efectivo complemento, volvió al cuarto de baño, a ponerse de nuevo ante el gran espejo, con el auxiliar apoyado en la pared frontera al espejo grande, haciendo que éste recogiera lo que en el otro se reflejaba; así logró una buena panorámica de su “retaguardia”. Volvió a examinarse y del examen salió más que reconfortada.

Qué duda que la figura que tenía veinticuatro años atrás ya no era lo que el espejo le mostraba, pero tampoco lo que veía le desagradaba en absoluto; sus senos, desde luego, algo caídos sí que estaban, pero sin ápice de derrumbamiento, pues aún se conservaban más firmes que menos, ciertamente más turgentes que otra cosa, habiendo ganado además, aunque sin exageraciones, en tamaño y redondez… Pero lo que mejor veía en esa zona pectoral, eran sus pezoncitos, que merecían a tales alturas el honroso título de ”pezonazos”, pues los encontraba entrañablemente gordezuelos, oscuritos, en medio de aureolas también oscuras, aunque bastante menos que el tono que el pezón, los pezones, ambos dos, mostraban… Vamos, toda una ilusión de pezoncitos… o pezonazos, según se mire, pues ya se sabe, que de gustos no hay nada hablado… Se encontró un poco de barriguita, pero nada del otro jueves, algo así como una barriguita de andar por casa… Nada que, realmente, la pudiera afear; nada que cualquier “prójima” de treinta y seis, treinta y ocho años no mostrara también, y ahí estaban, tan frescas, con sus maridos, parejas o lo que fuera, tan campantes… Sus caderas, en cambio, le gustaron cantedubi… Potentes, bien redondeadas… A qué dudarlo, caderas de verdadera hebra humana… De esas que parecen decir… ¡¡Partitos a mí!!

Sus nalguitas, a juego con las caderas, eran rotundas, poderosas, bastante más respingonas, aún, que caídas… El conjunto anatómico que Adela apreciaba, se completaba con unas piernas más largas que de mediana largura, muslos que ni un Fidias, un Praxíteles, habría moldeado mejor y, como inferior broche de oro unos piececitos que, de bonitos, parecían diseñados por ángeles, si  los ángeles diseñaran y construyeran pies de mujer… Se vio francamente bien, atractiva, apetecible, con todo como mejor podía tenerlo y más atractivo podía resultar a la más crítica mirada masculina… La de su Emilio, por ejemplo. Se metió en la bañera, pues desdeñó la ducha en favor de lo relajante que resulta un baño rebosante de espuma de sales de baño, olorosas, fragantes, y allí se estuvo largo rato, disfrutando del baño, voluptuosa cual odalisca turca…

¿Cuánto tiempo pasó así, de tal guisa, abandonada al placer de prepararse a su definitiva cita de amor?... Ni ella…ni nadie podría responder a esa pregunta… Pudieron ser cortos minutos, así a ella le pareció… U horas y más horas, dado lo más que tibia que ya estaba el agua cuando salió, por fin de la bañera, manteniendo en todo su cuerpo, todo su ser, el aroma de que las sales olorosas la impregnaran a toda ella… A toda su integral desnudez… Se secó calmosa, parsimoniosamente, parra seguidamente hidratar, dulcificar, suavizar su cuerpo, su aterciopelado tacto, con aceites y otras soluciones corporales; luego se maquilló, poniendo en el embellecimiento un interés por entero desusado en ella… Quería estar bella, radiante, arrebatadora, para él; para ese “Amante Secreto” que había resultado ser su marido… Su Emilio… Se pintó los labios del tono que sabía a él más le gustaba, “”rojo vivo”, “rojo fuego”, aunque a ella le gustaran más los tonos menos estridentes, rosados, asalmonados y demás, pero eso era lo que a él le gustaba y para él se estaba acicalando… Finalmente le tocó el turno al perfume, perfumándose a modo y manera todo, todito el cuerpo, con el estrambote de las dos gotitas de “Chanel nº5” en el cuello, justo, justito, tras las orejitas, donde sabía que a él tanto le gustaba besarla, lamerla, y al estilo de la Brigitte Bardot, que famoso es que, según ella misma decía, para dormir, sólo se ponía dos gotitas de tal perfume tras las orejas…  Acabó el acicalamiento y se puso el conjuntito que él le dejara en el cajón de su ropa íntima, el famoso “regalito” que él ofrendara, como anticipo a lo que llegaría tras de que él, su Emilio, regresara a casa, que no lo esperaba tan tarde como habitualmente volvía de trabajar…

Las horas, desde entonces, se le hicieron eternas, pues el tiempo parecía no pasar; las horas no eran de sesenta minutos cada una, sino de ciento veinte, hasta de ciento ochenta minutos cada una. Se sentía como colegiala esperando su primera cita de amor…como adolescente aguardando  la, por fin, consumación de su “primera vez” con el hombre amado. Por fin, cuando en un sí es, no es, el reloj se aproximaba a las doce treinta del mediodía, sonó el timbre de la puerta y Adela, tal y como estaba, cubierta solo por la negligé y la mini tanguita, descalza, corrió hacia la puerta, como si le impulsara allá un potente resorte. Y sí; como esperaba, era él, Emilio, su amado, ansiado, Emilio, el que estaba ante ella; se miraron, sin atreverse a decir nada… Al fin, ella reaccionó   

―Mi ramo… Es muy bonito… Más grande que otros años… Gracias, amor… Mi “enamorado secreto”…. Mi amante secreto…

Le besó dulcemente en la boca y, tomándole de un mano, medrosa aún, le hizo entrar en casa, cerrando la puerta tras de él. Estaban en el salón, y sobre la mesa un búcaro, preparado con agua y dos aspirinas disueltas en el agua… Es creencia bastante extendida, en España al menos, que así, con aspirina disuelta en el agua, la frescura de las plantas  dura más. Pusieron las flores en el búcaro y se miraron, a todas luces irresolutos sobre continuar como ambos dos querían. Adela arrancó antes, echándole los brazos al cuello, abrazándole, besándole, pero, desde un inicio hecha ya toda ella pasión, toda ella ardoroso deseo…  Le besaba como mujer enamorada, abriéndole la boca, restregando, casi furiosa, su propia lengua contra la de su Emilio… La de su “amante desconocido”… Y él, a ver qué iba a hacer, sino seguir la pauta que ella, con   sus besos, sus caricias, le marcaba… Nada más entrar en casa la americana y la corbata de Emilio, a manos de Adela, habían salido desperdigadas por quién “sabe ande”… Luego le llegó el turno a la camisa que cubría el pecho de Emilio, cuyos botones, cosidos a parte de la tela, salieron escopeteados, a hacer puñetas por el suelo, arrancados de cuajo, que no parsimoniosamente desabotonados, de los dos-tres enérgicos tirones que ella dio… Volvieron a besarse, poniendo en el beso todo el inmenso ardor que les abrasaba por dentro… Ese ardor incendiario del amor cuando la pasión le domina, que consume por dentro a los amantes, pero sin quemarlos, sin lastimarlos… e separaron por fin los labios y se entretejieron las manos, para juntos, muy juntos, entre caricias y besitos de amor no exento de pasional deseo, pasito a pasito, dirigieron sus pasos hacia la conyugal habitación, a través del pasillo; llegaron al dormitorio y Adela llevó a su “amante secreto” junto al lecho… Junto al tálamo…

“Digo tálamo y se me llena la boca de pétalos; digo pétalos y  la suavidad de las sábanas me trae una delicada fragancia de rosas; digo sílaba y es como un susurro que no quiere salir de la habitación, el hálito vital que pasa de un cuerpo a otro en las cálidas, íntimas horas de la noche”...

Allí, junto al lecho, Adela soltó la hebilla del cinturón de su marido, desabrochando el botón que ceñía el pantalón a cintura para, seguidamente, bajar la cremallera hasta abajo del todo; se arrodilló entonces para bajar hasta el suelo, pantalón y calzoncillo; seguidamente, le sentó en la cama, procediendo a desatarle los cordones de los zapatos, descalzarle y “descalcetinarle”… (Toma “cha”, “palabro”, verbo, que acabo de inventarme… Tendréis que reconocer, mis queridísima y, bueno, queridos, voacés, que servidor es maravilloso… ¡Ah!, y que conste que ya no tengo abuela que me lo diga)

Adela acababa de desnudar, integralmente, a su “amante desconocido”; se puso en pie y dijo     

―Tu turno cariño… Desnúdame y llévame a la cama…

Pero Emilio no la desnudó… No le quitó ninguna de las dos prendas, sino que, simplemente, haciendo un esfuerzo casi, casi, que sobrehumano, la cargó en brazos, mientras ella reía a todo reír, embromándolo con lo de “Esto, acero “pa” los barcos” mientras le apretaba los bíceps, en tanto el “forzudo” la depositaba sobre la cama con toda delicadeza. Tras ello, Emilio se subió también al tálamo, besándola lleno de tierno amor entreverado de radiante pasión, protagonizando ambos, dulces esposos y ardientes amantes, un “morreo” de impresión… Luego, Emilio separó labios y cuerpo de ella, reculando hacia atrás, a los pies de la cama, donde quedó plantado de rodillas, mirándola embelesado, observándola, admirándola, como se admira, se observa, una obra de arte;  el “Entierro del Conde de Orgaz”, por ejemplo, que se exhibe en Toledo, en la iglesia de Santo Tomé… La miraba con ojos encendidos, mucho más por la admiración de la belleza de la excelsa obra de arte de la Naturaleza que es el cuerpo femenino, expuesto en todo su esplendor, que por ningún deseo venéreo, que allí y entonces, ante la gracia de ese cuerpo, realmente, estaba de más… Ya habría tiempo para todo, que lo cortés no quita, en nada de nada, lo valiente… Al fin, Emilio habló

¡Pero qué bella, qué hermosa, qué divina que eres, Adela de mi vida!... No… No puedo creérmelo… Que me ames, que me dieras el sí… Que seas mi mujer… ¡Si no te merezco, cariño mío!... Si…si… Si no  valgo nada… Y tú lo vales todo, amor mío…

―Pues créetelo, cariño  mío… Emilio mío… Mi amante… Mi dueño… Mi amor… Soy tuya, mi amor… Tuya, tuya, tuya… Total, entera, absolutamente… Tuya y de nadie más… Mi marido… Mi “amante secreto”…

Se miraban delirantes… diletantes… Enamorados hasta las cachas, él de ella, ella de él… Como si ninguno de los dos acabara de creerse tanta dicha, tanta felicidad… Tanto goce como sentían… Emilio tomó un pie de Adela, el derecho; lo besó, lo lamió… Comenzó, ya más en serio, por los deditos, uno por uno, haciendo cumplida “parada y fonda” en  cada uno de ellos extendiéndolos, separando los dos adyacentes a cada uno de ellos, para poderlo cumplimentar a modo y manera… Siguió por la planta del pie, el empeine, el tobillo para seguir subiendo pierna arriba, por la pantorrilla y su envés, lo que protege tibia y peroné… El muslo, en su cara externa primero, la interna después… Y la ingle, en toda su extensión… Dejó esa pierna para pasar a la izquierda, en una fiel reproducción del mismo viaje ascendente que a la diestra antes dispensara, concienzudo, empleándose a modo y manera en la labor…Puede afirmarse, sin caber la menor duda, que no quedó centímetro cuadrado de esa tersa piel sin recibir el homenaje de los labios y la lengua de él…  Sin ser debidamente ensalivada… Y Adela se retorcía de puro placer, un placer nunca antes sentido…menos, disfrutado… Sus manos, en puros puños, se aferraban, convulsas, a la sábana, mientras más que nada lo que hacía era bramar de puro, excelso, gustito

¡Me matas, amor; me matas!... ¡De gusto, de gustirrinini, amor!... ¡Mátame, amor; mátame!… ¡Sin piedad, cariño mío…sin piedad!… ¡Así, mi vida…así, así!... ¡¡¡AAYYY!!!... ¡¡¡AAYYY!!!... ¡¡¡AAYYY!!!... ¡¡¡Acabo, amor, acabo!!!… ¡¡¡Dios, Dios, qué manera de acabar!!!... ¡¡¡AAYYY!!!... ¡¡¡AAYYY!!!... ¡¡¡AAYYY!!!

Pero Emilio, impertérrito, imperturbable a todo cuanto no fuera homenajear a su mujer…a su amante secreta, siguió a lo suyo… Acabado el recorrido, pierna izquierda arriba, le llegó el turno a la parte superior de Adela; para empezar, entonces ya sí, la negligé se fue a freír espárragos, que no es mala ocupación para cualquier negligé que se precie, y en el momento adecuado, siendo los senos femeninos, esas dulces cántaras de divina hidromiel para la boca de Emilio, los beneficiarios de las masculinas atenciones de los besantes labios, la lengua lamiendo que te lame… Primero un seno, luego, cuando el primero estaba ya suficientemente atendido, en busca del otro para darle el más esmerado tratamiento buco lingual… Y vuelta al primero con dedicada revuelta al segundo, para volver a empezar una vez más… Y otra… Y otra… Y otra más…y muchas, muchísimas más, con, en todas y cada  una de ellas, especialísima atención a los pezoncitos, engrandecidos desde un principio, duros como piedras, enhiestos, cual pitones astifinos de miureño burel…

Tras los senos, le llegó el turno a la barriguita, con su ombliguito, que, una vez más, mereció la parada y fonda de los labios, de la lengua de Emilio… Y Adela, loca; loca perdida de ardiente, ardorosa, pasión, aferrando una vez más, desesperada, las sábanas a puños cerrados hasta ponérsele blancos los nudillos, aullando en alaridos de excelso placer, reiterando una y otra vez los de

―¡¡¡Me muero, amor mío; me muero!!!… ¡¡¡Me muero…me matas; me matas de gusto!!!… ¡¡¡De gustito, vida mía…de puro, duro, gustito!!!… ¡¡¡Qué me haces, amor, qué me haces, para ponerme así…para matarme así, cielo mío…vidita mía!!!... ¡¡¡Dios mío…Dios mío...qué muerte…qué muerte…más dulce…amor…amorcito mío…queridito mío!!!

Pero Emilio ya tenía prisa por alcanzar la suma de los mil placeres… De los miles de miles de  placeres… Siguió bajando y bajando, hasta alcanzar el borde superior de la mini tanguita… Y no pudo reprimir las ganas…las ansias de acariciar esa copa de ambrosía, del divino licor de los dioses del Olimpo… Del dios-padre Zeus… Acarició el mini triangulito con sus manos, sus dedos, su boca, dejando estampados allí besitos y más y más besitos… Pero no pudo más; el ardiente deseo por disfrutar aquél manjar de dioses, de aquella divina flor, florecida entre las piernas de ella, fue muy, pero que muy superior a su calma, a su deseo de hacerla más y más feliz con sus caricias, las caricias de sus manos, sus dedos, sus labios, su lengua, y a ese tremendo deseo, a esa incontenible pasión se rindió con armas y bagajes  

―¡Lo siento, amor mío…vida mía!… Pero no aguanto más… No aguanto más, queridita mía, sin disfrutarte…sin entrar en ti, mi amor… Perdóname, amor; perdona mi egoísmo…

―No  hay nada que perdonar, cielo mío… Yo…yo tampoco aguanto más… Ansío tenerte dentro de mí… Muy, muy dentro… Hasta el fondo cariño mío… Venga cielo; hazlo, mi amor… Entra en mí… Penétrame, vida mía… Penétrame… Bien, bien  hondo…hasta el fondo…y vacíate en mí, cariño mío…riégame el “huertecito”, amor, vida mía…

¿Qué ocurrió desde entonces? Es fácil imaginarlo… Pero dejemos que sea la cantante Ana Belén quien nos lo diga:

“Con mirarnos, todo lo dijimos/ Y  a la noche se le fue la mano/ Si supiera contar todo lo que sentí/ No quedó un lugar que no anduviera en ti…(Que no anduvieras en mí)/ …/ Que no acabe esta noche, ni esta luna de abril/ Para entrar en el cielo no es preciso morir/ Besos, ternura; qué derroche de amor, cuánta locura/ Parecíamos dos irracionales que se fueran a morir mañana/ Derrochamos, no importaba nada, las reservas de los manantiales/ Parecíamos dos irracionales, que se fueran a morir mañana…/ Besos, ternura, y la noche es testigo de esta inmensa locura/ Besos, ternura, nuestra ruta de amor se convierte en ternura…/ Besos, ternura; qué derroche de amor, cuánta locura/ Besos, ternura; qué derroche de amor, cuánta locura”

Sí; eso fue ese medio día…eso fue esa tarde…eso fue esa noche… Pero también fueron palabritas tiernas, dulces, dichas al oído… “Te quiero… Te adoro… Vida mía… Cielo mío… Amor mío, querida/querido…Queridita mía-queridito mío”… Pero también allí fueron las confesiones, al amor de los remansos de paz que las “treguas” en el “encarnizado combate amoroso”, en íntimo, sudoroso, casi feroz, “cuerpo a cuerpo”, la Madre Naturaleza imponía para reponer energías, a fin de volver al “combate” con redoblados bríos, renovado “ardor guerrero”

¿Qué había pasado?... ¿Por qué Emilio usó ese recurso del “Desconocido Enamorado”, más rocambolesco que otra cosa? Pues que una mañana, allá por los tres y pico años atrás, se dio cuenta de que estaba perdiendo a su mujer, a su adorada Adela, pues si el ardor amoroso habíase adormecido en él, no así el íntimo sentimiento amoroso Y quiso enmendar lo errado; volver a ser tierno y dulce con su mujercita. De nuevo intentó buscarla en las noches, susurrándole al oído palabritas de amor, pero “pinchó en hueso”([iv]), pues el “horno” de su “santa” no estaba para tales “bollos”, con lo que se encontró con lo de “Por Dios, Emilio, cariño; estoy cansada, no tengo ganas, etc., etc., etc.” Vamos, algo parecido a lo que él, años atrás, le soltara a su “santísima” en parecidas circunstancias, sólo que al revés, pues entonces quién salió escaldada fue ella, su Adela del alma

Eso, la verdad, es que le asustó, y no poco, pues lo entendía como patente evidencia de que él a ella ya poco le importaba, por no decir que le importaba un bledo; o sea, nada de nada. Se imponían, pues, medidas urgentes y contundentes: Volver a enamorarla, ni más ni menos… Y así surgió el plan del “enamorado secreto”, con las cartitas anónimas, las flores sin remite, las violetas sin tarjeta, que, qué duda cabe, es de un romanticón que ya, ya, y pocas mujeres son inmunes a tal romanticismo. También le podía salir mal, pues, a fin de cuentas, era un engaño, y ella, al descubrir el “pastel”, podía sentirse burlada, pero salió bien, a Dios excelsas gracias sean dadas, pues desde esa tarde, esa noche, la pareja recuperó su íntima conyugalidad… Pasaron a ser matrimonio cariñoso en general, pero fogosos amantes apenas se metían en la cama. Claro que de domingo a jueves debían reportarse un tanto, aunque más por sus hijos que por el tempranero madrugón de Emilio.

Y es que aquél épico mediodía, con su tarde, acabó en astracanada, pues se les fue el alma al cielo, con lo que sus hijitos los sorprendieron con las “manos en la masa”… U donde fuera… Y el regodeo de los “nenes” fue que ni para explicado, con lo de “Pero ves a los vejetes lo animados que están”… O el “Hala papá, duro con ella, que no se diga” del “mozalbete” y el “Tú no te achiques, mamá; duro con él, que vea lo que es una tía de rompe y rasga” de la mozuela… Y Adela, tratando de cubrirse como podía, y más colorada que tomate pasao de maduro…

Pero ahí está el fin de semana, viernes y sábado, para desquitarse… Y de lo lindo, pues se van por ahí, a  cenar y bailar, acabando luego en la habitación de un hotel… Y no es que allí sea Troya, sino que Tiro a manos de Alejandro, o Cartago y Numancia a las de Scipión Emiliano, no son nada… Absolutamente nada, con el fragor del épico combate que en tal habitación en su cama o tálamo, viene sucediendo, pues aunque desde la gloriosa jornada del amoroso reencuentro hayan transcurrido diecisiete largos años, la ilusión, la ardorosa pasión entre Emilio y Adela se mantiene, pues los dos han sabido mantenerla, amándose hasta lo indecible… Como fieras salvajes, si llega el caso

Desde entonces, desde aquél memorable mediodía, tarde  y noche, han pasado diecisiete años y Emilio y Adela ya son sesentones… Y abuelos, a manos de su mocer, de su “mocera”… Pero siguen queriéndose, amándose, como en aquella gloriosa fecha, pues bien que cuidan de mantener intacta la ilusión del uno por el otro; la ilusión engendradora del deseo… Se diría que ya viven tranquilos, dedicados él a ella, ella a él, exclusivamente; pero no era así, pues, amándose como se amaban, como se aman hoy día, pues qué queréis que pasara en su momento… Que, apenas diez meses después de aquella fecha que vino a ser su segunda Noche Nupcial, Adela alumbró el tercer fruto del amor que les une, una nena, más linda que las pesetas, que los euros, que ya es decir de bellezones, que hoy es un pimpollito de dieciséis floridos años que trae medio loca a la masculina chavalería del barrio… Pero es que la cosa no quedó ahí, ni mucho menos, pues cuando la nueva “rorra” apenas cumplía su cuarto añito de vida, llegó el cuarto fruto concebido de su amado Emilio, otra nenita que hoy deambula por su docena de años… Pero sucedió que, cuando también su cuarto fruto marital deslindaba los cuatro años, llegó el quinto vástago a la familia, un chico esta vez

¿Por qué estos lapsos de tiempo tan afinados entre parto y parto de Adela?... Porque también entre los dos mayores median otros cuatro años… Sencillo: Adela se empeña en amamantar a sus hijos tres años… Más los nueve meses del nuevo embarazo, pues la cuenta sale

Y si ahí se paró la cosa, fue porque, más bien, Emilio le cantó a su Adela una canción que allá por los juveniles años de este ya más que vetusto autor ya era añeja:

 

Niña, ¿qué t’ha susedío?

La noshe que t’has casao?

Cuando er reló dio la dose

¡Hay, cómo t’has asustao!

Er tiempo fue transcurriendo

Er susto se t’ha pasao

Sei shurumbele nasieron

Ahora… ¡Ay!...

¡Ahora soy yo er asustao!

 

FIN DEL RELATO

 

Queridas lectoras, queridos lectores; espero, deseo, que la historia os haya gustado; si así ha sido, os agradecería enormemente la recompensa de vuestras calificaciones, y, más aún, vuestros comentarios al relato… Y si no fue así, si no logré agradar vuestro gusto, pues también os agradecería tanto la puntuación que os merezca, como el comentario que a bien tengáis hacer a la historia, que no todo va a ser parabienes… Aunque, qué “quirís” que “sus” diga…

 

 


[i]“Yo soy muy de Madriz y muy del Madriz”, decía Perico Chicote, con ese deje de “chuleta” madrileño a lo “Pichi” que “Es el chulo que castiga/ del Portillo a la Arganzuela/ porque no hay una mozuela/ que no quiera ser amiga de un seguro servidor”… 

[ii]Este sacerdote tuvo dos hermanos militares, los tenientes generales Luis y Manuel Díez-Alegría; Luis fue un típico militar franquista, pero Manuel fue francamente “aperturista”. En 1974, siendo jefe del Alto Estado Mayor, fue “embajador extraordinario” del entonces Príncipe de España D. Juan Carlos de Borbón, hoy D. Juan Carlos Iº, Rey de España, ante Santiago Carrillo, “Jefata Superior Supremo” de los comunistas españoles, con el que se entrevistó en Bucarest (Rumanía) bajo los auspicios de Nicolás Ceaucescu, dictador rumano… Por cierto, fue fulminantemente cesado del mando que ejercía 

[iii] En 1972, el entonces presidente USA, Richard Nixon, envía al general Vernon Walters a entrevistarse con el general Franco. De lo entonces tratado entre ambos generales, en su momento no trascendió ni una sílaba, pero en Agosto del 2000, con motivo de su paso por los Curos de Verano de la Universidad de Santander, como conferenciante, el diario ABC entrevista al general Walters, desvelando entonces el americano los entresijos de aquella entrevista con el general español. Tomo, textual, lo que el general Walters declara al rotativo matutino de Madrid

“Nixon, que estaba muy preocupado con la situación en España, me dijo:

-Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que acontecerá después de él.'

Yo le dije

-Señor presidente; ese es un asunto del que en España no se discute desde hace cuarenta años

-Él comprenderá; váyase,

Fui; en el avión, todo el tiempo pensando en cómo se lo iba a preguntar. Me recibió en El Pardo, junto al ministro López Bravo. Franco estaba en pie y yo le di una carta de Nixon en la que le pedía que fuera franco conmigo

-Su presidente quiere que le hable francamente; ¿de qué?

Yo le dije que mi presidente estaba muy preocupado por la situación en el Mediterráneo Occidental y que le interesaba saber su opinión (la de Franco), al respecto… Y Franco me cortó, diciéndome:

'Lo que interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte, ¿no? Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado instituciones y nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses desean: Democracia, pornografía, droga...qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España.'

Yo le dije:

-'Pero, mi general, ¿cómo puede estar usted seguro?'

-'Porque yo voy a dejar algo que no encontré hace cuarenta años.'

Yo pensé que iba a decir las Fuerzas Armadas, pero dijo:

-'La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español. No habrá otra guerra civil'  

Se levantó, me dio la mano y ya había terminado la entrevista”.

Esto demuestra que para 1972 ya existía en España una clase media moderna, de base muy distinta a la tradicional, que en vez de descender de gentes de la ancestral clase media, provenía de la clase trabajadora, hijos, nietos, de obreros y campesinos, muchas veces analfabetos

[iv]Dicho taurino; es cuando el estoque, al entrar a matar el espada, se topa con un hueso del toro, con lo que el acero rebota, no penetra en la carne del animal… Vamos, que el torero falla la estocada al “pinchar en hueso”

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