Nuevos relatos publicados: 12

Mis días siendo forzado: Capítulo 6

  • 31
  • 6.054
  • 9,65 (37 Val.)
  • 0

CAPÍTULO 6: ¡Girl’s Day Out!

 

Memorial Day, Lunes, 31 de mayo

Al día siguiente Linda cumplió fielmente con su palabra y liberó su trasero de aquel insoportable tampón de madrugada temprano. De todas maneras a medida que habían ido pasando las horas de la tarde, el malestar de su abdomen fue reduciéndose hasta casi desaparecer para cuando se fueron a dormir.

Extraerlo resultó mucho más sencillo que introducirlo, durante unos segundos Mike se sintió aliviado y desinflado cuando su esposa tiró del fino cordel. El estado del tampón resultaba ser tan lamentable y nauseabundo, que le arrancó una exclamación de puro asco visceral. Linda ya esperaba aquel contratiempo (como mujer que era) y había pensado en una posible solución de cara al futuro.

—Antes de volver a reemplazar el tampón por uno nuevo y limpio, debo de prepararte debidamente —le explicó brevemente Linda antes de salir del lavabo.

«¿Prepararme? ¿A qué se refiere?». Por segunda noche consecutiva había transcurrido sin apenas dormir y la mente de Mike estaba extenuada.

—¿Qué es eso? —preguntó Mike, cuando Linda regresó al baño y le mostró lo que parecía una bolsa de agua caliente con un pitorro de plástico unido a un tubo. Su esposa sacó un frasco de vaselina del dispensario y empezó a aplicarlo en la boca del artilugio. Entonces Mike cayó en la cuenta de lo que era aquél curioso artilugio. Una bolsa de enemas anales.

—Esto es para limpiarte por ahí dentro, Amy —le explicó Linda dándole la vuelta y obligándole de nuevo a poner el culo en pompa—. No te preocupes es completamente inofensivo y te vendrá bien un purga intestinal —añadió incrustándoselo en el trasero con paciencia. Mike recordó que su esposa había tenido que usar ese aparato cientos de veces, cuando su madre se vio empotrada en la cama por culpa del cáncer de pecho. Su suegra, que en paz descanse, había sufrido largos periodos de estreñimiento crónico por su debilidad y Linda la había estado cuidando atentamente cuando tuvo que recibir la quimioterapia.

Cuando Linda le dio la vuelta a la bolsa y abrió la válvula de paso, Mike sintió como el torrente de agua suave y cálida entraba a chorro en sus intestinos. Luego percibió como una molesta sensación de creciente hinchazón y unas ganas tremendas de defecar—. Tienes que aguantar al menos diez minutos para que haga efecto —le informó su esposa mientras se lo retiraba. Mike se contuvo todo el tiempo que le indicó Linda, apretando con fuerza las nalgas mientras gruesos goterones de sudor recorrían su frente, hasta que por fin pudo aliviarse en el retrete.

«¡Menudo puente que estoy teniendo!», pensó para sí mismo Mike. No era ni por asomo el maravilloso plan que había llegado a esperar para pasar aquellas fiestas. Salieron del lavabo llevando la lencería fina al cabo de media hora y terminaron de vestirse el uno al otro con la ropa de Linda. Ella le había bañado con mimo en la ducha, le había afeitado con cuidado el vello que había vuelto a aflorar en sus piernas y por último le había vuelto a colocar un nuevo tampón en el ano.

Linda invirtió las siguientes horas en “pulir” (usando sus palabras) la feminidad de Mike y pasar juntas las dos un tiempo. Le estuvo haciendo la manicura y la pedicura para que lucieran mejor sus uñas arregladas. Y se dieron el uno al otro diversas cremas por el cuerpo, las piernas y la cara, de todos los tipos habidos y por haber: exfoliantes, revitalizantes, calmantes, tonificantes, reafirmantes, hidratantes y un largo etcétera más que Mike no llegó a enumerar.

También Linda insistió en que practicara constantemente con su voz leyendo en alto algunas páginas de diferentes libros escogidos al azar de la estantería de su estudio. Y además le mandó que fuera deambulando de un lugar a otro de la casa, calzado con suelas y tacones de diferentes alturas para que se acostumbrara a usarlos.

—Deberías de estar muy orgullosa de tus resultados, Amy —le aplaudió su esposa cuando desfiló sin perder el equilibrio por todo el largo pasillo del piso inferior, con unos tacones de aguja de seis pulgadas y un pesado libro encima de la peluca—. Has conseguido hacerlo mejor que muchas de nosotras con más años de práctica a sus espaldas —a Mike se le hacía muy raro que ella no parara de referírsele en femenino desde el día anterior, pero no le dio apenas importancia pues toda su atención estaba centrada en no romperse la crisma contra el suelo de parqué.

* * * * *

«Es sólo cuestión de perseverancia», recapacitó Linda pidiendo a su marido repetir el trayecto una vez más y dándole ánimos. No se trataba de un simple juego cruel en el que él sufriera. Su intención era sumergirlo de lleno en la vida de una mujer. Por ello pensó que debía de tratar a Mike en todo momento como una.

Tal vez un psicólogo hubiera opinado de Linda que intentaba recrear una figura femenina que sustituyera emocionalmente a la de su esposo para bloquear sus sentimientos opuestos de amor-odio por su insoportable infidelidad. Tal vez habría tenido razón al diagnosticarle una misandria subyacente debido al mal ejemplo de su figura paterna durante su infancia.

Tal vez ese mismo especialista habría concluido que Mike empezaba a manifestar síntomas de identificación patológica para sobrellevar el duro maltrato a su psique. Tal vez incluso habría considerado la posibilidad de que él aceptaba voluntariamente aquel intercambio de roles de poder impuesto por Linda para evadirse temporalmente de la realidad.

Sin embargo a Linda le traían sin cuidado esas paparruchadas indescifrables de los loqueros y decidió no pensar en profundidad sobre el tema. Porque si se paraba tan sólo un segundo, temía volver a echarse a llorar desconsoladamente como en Sacramento.

—Vamos a salir juntas, Amy —exclamó muy contenta Linda para la hora de la comida, cuando terminaron de vestirse y maquillarse—. Tenemos que disfrutar las dos de un merecido premio, ha sido un fin de semana muy duro, ¿no crees?

—¿Quieres que salga ahí fuera vestido de ésta manera? —se quejó Mike plantándose delante suyo con los brazos en jarras. Él creía firmemente que el castigo abarcaba sólo a la casa, pero por lo visto no era así, la sesión de belleza domestica iba a convertirse en otro desfile público por las calles de Los Ángeles.

—Mírate bien en el espejo y dime qué hay de malo en tu aspecto —le preguntó Linda poniéndose también con los brazos en jarras. Mike se giró para contemplar su reflejo con un gesto crítico. Llevaba puesto unos pantalones de pitillo negros muy ceñidos. El talle era demasiado bajo para su gusto personal, pero le hacían unas piernas muy largas y delgadas. También llevaba unos botines de tacón de aguja granates y una blusa blanca de manga larga, cuyo escote tenía multitud de drapeados ondulados unos encima de otros.

La blusa escondía muy bien sus falsos pechos, pero no así la silueta del corsé que llevaba debajo. Linda había solucionado en gran parte el problema con un chaleco de cuero rojo oscuro que destacaba aún más la voluptuosidad de las protuberancias de látex. Igualmente había anudado la peluca en una gruesa coleta con un broche ancho de brillantes y había dejado algunos bucles de pelo para que cayeran sobre sendos lados de su rostro como pequeñas cortinillas de cabello.

—¿Lo ves? Tu aspecto es sencillamente perfecto —exclamó con llaneza Linda apoyando su barbilla en el hombro de él y cogiéndole de la mano—. No te reconocería ni la madre que te parió.

«No me reconocería ni mi propia madre». Repitió para sus adentros Mike, todavía un poco molesto consigo mismo. Mike tuvo que admitir que si hubiera visto a una mujer con ese aspecto por la calle habría pensado que estaba completamente fuera de su alcance. Pero imaginarse lo que hubiera opinado su difunto padre al verle vestido de esa indecente manera, le arrancó una socarrona carcajada que silenció con su mano.

—Tienes una sonrisa preciosa, Amy. No la escondas —comentó Linda rodeándole por la cintura y besando su mejilla afectuosamente.

Mike descubrió sus pequeños y redondos dientes de blanco marfil, el rojo oscuro de los labios los hacía tan vistosos y seductores que casi se enamoró de su propio reflejo. Luego caminó delante del espejo para ver el equilibrio de sus pasos con los tacones y la forma en que se movía. A su juicio personal, sus andares seguían siendo muy bastos y masculinos en comparación con los fluidos movimientos felinos de Linda.

«¡Oh, sí! ¡Esto le haría revolverse en su tumba al General!», se refociló Mike. Desde que había tenido uso de razón el “General” (mote de su padre, aunque jamás superó el grado de Coronel) le había tratado con el más profundo desprecio. Mike siempre había estado a la sombra de su hermano mayor, Ian, quien había seguido la tradición militar de los Brewster y acabó ingresando en el cuerpo de los Marines. Mike sin embargo, siempre había sido un motivo vergüenza para él y le había llevado la contraria en todo desde bien joven. Sólo en sus últimos años el “General” empezó a mostrarse más considerado con él y se le reblandeció el duro corazón. Pero ya era demasiado tarde para cerrar viejas heridas del pasado con Mike, su muy querido hijo primogénito había fallecido en una emboscada de las fuerzas insurgentes en Afganistán y él no quiso hablar con su padre el resto de su vida.

* * * * *

Si alguno de sus vecinos hubiera estado pendiente de las idas y venidas de los Brewster, se habría preguntado quién era la despampanante mujer vestida de negro, rojo y blanco que acompañaba a Linda en su coche y dónde demonios estaba Mike. Pero, por fortuna, la única persona que había estado siguiendo los pasos de Mike Brewster atentamente se encontraba a varios kilómetros de distancia.

A Mike le embargó una mezcla a partes iguales de vergüenza y osadía cuando se contempló en el espejo retrovisor del vehículo. Vergüenza por verse tan expuesto a las miradas de la gente en pleno día y osadía por esconderse a la vista de todos, pero era una experiencia que resultaba sumamente interesante.

—¿Adonde vamos a ir? ¿Otra vez al Holiday Inn? ¿No querrás volver a ver a Bob-y-Bill? —preguntó Mike con una voz que no se oyó ni femenina, ni masculina. Linda adivinó sus temores enseguida y sacudió la cabeza negando firmemente.

—No, no te preocupes. No habrá más humillaciones, hoy nos divertiremos las dos juntas —afirmó ella. Linda había escogido un vestido turquesa de tubo, que era su favorito y estaba realmente preciosa. Sin embargo Mike empezó a preguntarse cuales eran las verdaderas intenciones de Linda al girar en Hollywood Boulevard y enfilar la transitada calle.

—Creo que tenemos conceptos muy diferentes sobre lo que es humillante y lo que no —exclamó Mike retrepándose en el asiento del automóvil.

—Créeme, estás lo suficientemente preparada —le aseguró Linda. Poco a poco, avanzaron por el boulevard hacia su objetivo. Mike apenas lograba ver más que borrones en la distancia sin sus gafas de pasta. Pero reconoció de inmediato el parking del Hollywood & Highland Center aunque hacía mucho tiempo que no había entrado en el centro comercial.

—Pues yo creo que no estoy preparada en absoluto —repuso Mike, refiriéndose a sí mismo en femenino de un modo sarcástico e intencionado.

—Te va a encantar ir de shopping, Amy —comentó Linda emocionada cuando subieron por las escaleras mecánicas hacia el vestíbulo—. Nadie sospechará nada si te mantienes en el papel y no llamas la atención.

Y así fue en realidad, la clientela que abarrotaba los grandes almacenes no se fijó en ellos en absoluto, salvo algunos solteros que no paraban de echar impertinentes miradas al descocado vestido de Linda cuando creían que ella no se daría cuenta. Pero por lo demás parecían sólo dos amigas que estaban disfrutando de una tarde viendo los escaparates de las tiendas.

Mike comenzó a reír entre dientes cuando se sentaron a almorzar en el Hard Rock Café. Al principio se había sentido tenso y algo nervioso pero a medida que habían pasado por delante de cientos de personas sin que se percataran de su disfraz, empezó a tomar más confianza. Sin embargo no paraba de mirar a todos lados con el rabillo de los ojos esperando que de un momento a otro se armara un escándalo.

—¿De qué te ríes, Honey? —quiso saber Linda.

—No, de nada. Sólo es una tontería —exclamó Mike agitando la mano como para quitarle importancia.

—¡Venga, dímelo! —le suplicó juguetonamente.

—Es que acabo de darme cuenta de que ese hombre del fondo —señaló discretamente con la mirada al tipo en cuestión—, no te miraba a ti, sino a mí.

Linda echó un vistazo con disimulo y pudo comprobar que se trataba de un joven de unos veintitantos años, vestido con ropa vaquera y con una barba de un par de días. El chaleco sin mangas que llevaba dejaba al descubierto unos ejercitados bíceps tatuados y efectivamente su atención estaba centrada en Mike.

—¿Y cuál es el chiste? —preguntó intrigada.

—Pues... siempre que te miran a ti otros hombres me he sentido celoso e inseguro —confesó Mike dando un sorbo a su batido—. Pero nunca había pensado en qué sentías tú al ser observada de esa manera...

—Sigue, sigue —le animó Linda cuando notó que su marido cohibía. Parecía muy interesada en sus palabras, pero Mike no sabía cómo continuar sin herir su sensibilidad, ni llevarla a equívocos raros.

—Quiero decir, obsérvale —señaló de nuevo al joven del fondo—. Ese tipo me está mirando y sé cuál es su único pensamiento. Lo sé de primera mano. Seguramente huiría con el rabo entre las piernas si supiera lo que escondo dentro de estos pantalones. Pero el ser observado por él no me hace sentir avergonzado como me temía que ocurriese de nuevo, es difícil de explicar. Es como si... como si fuera...

—Si fuera lo más natural del mundo —remató ella sonriendo de oreja a oreja. Mike asintió con la cabeza. Estaba estupefacto de que su mujer se tomara tan serenamente esas palabras.

—¡Creo que me estoy volviendo loco! —se burló.

—No, ni por asomo —Linda bebió un sorbo de su Cola Light—. Quizás no te hayas dado cuenta, porque eres muy despistada. Pero debo decirte que vestida de mujer, eres muy atractiva. Y es perfectamente normal que los hombres se fijen en ti —añadió al ver que estaba sacándole los colores a su marido.

—Ya, supongo que así es —se sorprendió Mike al tener que admitirlo—. Pero dime, Linda ¿cómo haces tú para aguantar esas miradas?

Linda le me miró dulcemente y esbozó una sonrisa. Le resultaba divertida la curiosidad de Mike acerca de un tema que él jamás se habría atrevido a preguntar.

—Bueno, en mi caso siempre he podido ignorar a mi antojo las miradas de los hombres que querían ligar conmigo —explicó Linda inclinándose hacia adelante en el asiento para hablar con más intimidad con él—, pero tu fuiste la excepción, Honey.

—Aún recuerdas la primera vez que nos conocimos en el observatorio del parque Griffith, ¿verdad? —le preguntó Mike, con una mueca de agobio.

—¡Como para olvidarlo! Resultaste de lo más irritante —le echó en cara su esposa con una media sonrisa en los labios—. Te juro que hubo un momento en el que quise sacarte los ojos.

—Aún hoy sigo sin saber cómo narices pude lograr tu número de teléfono —admitió sin reservas.

—Me pareciste interesante. Eras diferente a todos los demás hombres que había visto antes. Quería conocerte mejor y ver en qué acababa todo.

«¡Pues vaya cómo he acabado!», pensó con ironía Mike contemplando su reflejo en el servilletero. Pero al mirar al fondo del establecimiento se percató de que el chico que había desencadenado la conversación estaba mirando a otra mujer que acababa de sentarse.

—Adiós al problema —Mike se limitó a encogerse de hombros, pero su mujer le miraba con suspicacia.

—Dime como te sientes, ¿aliviada o decepcionada?

—¿Por qué iba sentir decepción de que un hombre aparte la mirada de mí? —preguntó con desconcierto.

—¡Oh, todavía tienes mucho que aprender del lado oscuro de la fuerza joven Luke! —Linda agravó la voz todo lo que pudo y se tapó la boca para imitar la respiración de Darth Vader en el Retorno de los Jedi. Una de las pocas cosas que Mike había logrado inculcar a su mujer durante su matrimonio había sido su pasión por la saga Stars Wars. De hecho, Linda era más fan que él mismo y se había visto todas las películas (versiones remasterizadas incluidas) varias veces.

—¿De qué hablas? ¿Qué tengo que aprender?

—Las mujeres no sólo percibimos cuando los hombres nos están observando —dijo Linda con el tono de profesora de una escuela de primer grado—, sino que también nos fijamos a qué otras mujeres están observando cuando no lo hacen a nosotras.

—¿Quieres decir que vosotras, las mujeres, aunque no le prestéis la más mínima atención a un tío, os molesta que no os esté mirando? —Mike comenzó a replantearse seriamente todas sus ideas preconcebidas sobre el género femenino.

—¡Por supuesto que sí! Somos mucho más competitivas sexualmente entre nosotras de lo que son los hombres, aunque ellos casi nunca se dan cuenta de que rivalizamos por su atención —le aclaró debidamente Linda—. Siempre nos estamos fijando en otras mujeres y comparándonos con ellas de manera inconsciente. Preocupándonos por lo que no nos parece atractivo de nosotras mismas y reprochando los defectos de las demás.

«¡Las mujeres están como una cabra!». Recapacitó Mike, pero no se atrevió a verbalizar sus pensamientos para no volver a estropear de nuevo su conversación.

—¡Y yo que pensaba que no te creías esos estereotipos sexistas! —le comentó Mike con sarcasmo.

—De lo que te hablo no son de discrepancias entre mujeres y hombres. Sino de hechos constatados personalmente. Y no es que no me los crea, es que los estereotipos se desmontan por sí solos —repuso su mujer haciendo un mohín con la nariz—. Tú, por ejemplo, eres capaz de distinguir dos tonalidades del mismo color perfectamente y yo soy buena en matemáticas desde que iba al jardín de infancia.

Después de eso permanecieron unos minutos terminando la comida que habían pedido y observando la afluencia del local. Linda parecía estar muy a gusto consigo misma después de haber instruido a su marido en su primera lección sobre las mujeres. Mike, sin embargo, seguía cavilando durante ese tiempo hasta que llegó a una curiosa conclusión lógica.

—Así que según tus propias palabras has sentido un poco de envidia cuando ese hombre se ha fijado en mí en lugar de en ti —a medida que iba formulando la frase en voz alta Mike empezó a ver más claramente lo absurdo que sonaba. Linda se quedó unos segundos con la boca abierta y los párpados sin pestañear.

—Tanto como decir “envidia” no sé... —logró articular Linda—... supongo que sí... puede que me haya sentido un poco celosa. No es que me atrajera ese joven, pero ya sabes... Son cosas de mujeres.

—¿Sabes lo más irónico, Linda? —Mike todavía estaba asombrado de que su mujer acabara de confesar que había tenido celos de él, y no paraba de reír entre dientes—. ¡Ese joven ni siquiera podía evitar mirarme, igual que no ha podido evitar mirar a otra! —Linda no entendió el significado de sus palabras al principio—. Si algo sé de los hombres es que no podemos dejar de mirar a una mujer si no nos concentramos en evitarla. No nos damos cuenta de que estamos mirando lo que no debemos hasta que alguien nos lo dice.

—¡Nunca lo había planteado desde esa perspectiva! —exclamó Linda con desconcierto, y seguidamente se echó a reír junto con Mike.

* * * * *

Linda no recordaba la última vez que había compartido con Mike una tarde de fiesta yendo de compras a las tiendas de ropa. Sin embargo fue toda una novedosa experiencia ir con él vestido de Amy.

Al principio pensó que estaba todavía un poco verde para ir a un sitio tan concurrido como el Hollywood & Highland Center, pero después de la comida dejó de contenerse tanto y se tomó muy en serio su papel. Linda y él fueron cogidos del brazo como dos buenas amigas mientras pasaban por delante de los escaparates para ver los modelitos expuestos en los indiferentes maniquíes sin cabeza. Mike no estaba muy dispuesto a probarse las prendas de temporada. Nunca se había sentido muy a gusto en los vestuarios y mucho menos con su pinta actual. Pero Linda logró convencerle de que al menos le acompañara.

—No te pienso obligar, pero te agradecería que me ayudases a elegir —apeló a su sentido del deber.

—¿Me juras que no me voy a desnudar? —Mike se cerró el chaleco de cuero un poco para ocultarse, como si se avergonzara, pero no de su femenino vestuario si no de su masculino cuerpo. Linda asintió conformemente y seguidamente entraron en una tienda de última moda llamada ANGL.

Linda cayó en la cuenta de que cuando su marido se encontraba más nervioso era cuando mejor podía ver a través de su disfraz quién era realmente. Mike tenía, por ejemplo, un pequeño tic que consistía en subirse las gafas con la mano después de que se le bajaran al agachar la mirada. O también la costumbre de estrechar los labios con fuerza cuando se callaba algo para sus adentros.

En esos pequeños momentos a Linda le parecía totalmente evidente el hecho de que se trataba de un hombre travestido. Pero cuando él notaba que estaba siendo observado o no estaban a solas, Mike actuaba de una forma diferente. No es que le saliera pluma de pronto y se pusiera a actuar como una locaza. No, era algo más sutil y efectivo. Se refugiaba bajo una falsa actitud apocada y curiosa, como de paleta pueblerina que acabara de llegar a la gran ciudad.

—Dime, ¿Qué tal me sienta? —le preguntó tras entrar a cambiarse de ropa y salir con un pequeño traje de noche negro con lentejuelas brillantes.

—Bien, te queda genial.

—No, ni hablar —negó profundamente con la cabeza Linda, decepcionada por aquella respuesta tan sosa—. Eso es lo típico que contestaría un marido aburrido a su mujer.

—Bueno, yo... —Mike no se atrevió a reprocharle por temor a que le escuchara la dependienta—. ¿Qué quieres que te diga? Me parece bonito el traje.

—Quiero que me contestes con la verdad cruda y dura, como si fueras una amiga más que otra cosa—le reprendió plantándose enfrente suyo y dando una vuelta para le que contemplase desde todos los ángulos—. Una amiga diría, por ejemplo, que el color del tejido me hace las caderas anchas o que los tirantes me hacen los brazos feos o que el escote en V enseña demasiado los pechos...

—Ya, ya... Voy pillándolo —Mike hizo un esfuerzo por cambiar de mentalidad y tras un largo vistazo se atrevió a ponerle una pega—. Creo que no te sienta nada bien las lentejuelas negras, no sé... Te hacen la tez de tu rostro diferente, como más pálida y pecosa.

—Sí, la verdad es que estaría de fabula este vestido sin ellos —convino Linda mirándose en el espejo del vestuario y recogiéndose el pelo para ver como le sentaba el cuello con un moño—. ¿Ha sido tan difícil?

Mike alzó la mirada, como clamando a los cielos, cuando ella volvió a entrar en el probador de la tienda con otro vestido diferente. Eso era quizá lo más típico de los hombres, no aguantaban alargar más de lo necesario el tiempo para hacer las compras.

Durante los siguientes tres cuartos de hora se estuvo probando media docena más de vestidos, sólo para que Mike se fuera acostumbrando a tener paciencia al ir de compras. Intentó tantearle un par de veces para que se probara alguno de los rechazados por ella, pero su marido seguía empecinado en sus trece. Al final se decidió por un par de vestidos de cóctel (uno negro y corto y otro de color esmeralda más recatado que de costumbre), pero se quedó con las ganas de ampliar el repertorio de ropa de Amy.

Después de eso estuvieron deambulando un poco hasta dar con el escaparate de Claire’s Boutique donde se enamoró a primera vista de un par de pendientes de plata en forma de lágrima. Y luego se pasearon delante de Blackjack Clothing, la tienda en la que compraba la mayoría de la ropa de calle de Mike, mientras la noche se les echaba encima.

—¡Linda! ¡Eh, aquí! —una voz familiar le sorprendió por detrás, mientras caminaba cogida de la mano con su marido. Tenía en mente ir a Carmen Steffens (pensando en que Mike no encontraría ningún reparo en probarse unos cuantos zapatos y ver unos bolsos) pero se vio abordada de improviso.

—¡Susanne! —exclamó emocionada al girarse en redondo e identificar a la mujer que le había llamado—. ¡Estás estupenda! ¡Casi no te he reconocido!

—Me cuesta mucho privarme de los antojos, pero me estoy recuperando gracias al instructor de pilates —reconoció entre risas Susanne, dándole después un beso en cada mejilla a Linda. Mientras tanto Mike se había situado a su lado un par de pasos atrás, manteniéndose en un discreto segundo plano.

—Pensaba que hoy estarías ocupada con los críos como es día de fiesta sin colegio. ¿Y dónde has dejado apalancado a tu marido? —Linda se interesó olvidándose momentáneamente del suyo.

—Está con los gemelos y la pequeña en la tienda de golosinas. O al menos eso espero —repuso Susanne.

—¿Y qué nombre le pusisteis al final al bebé?

—Rose Marie, el nombre de la abuela de Tim, aunque yo la llamo Rose a secas —sacó su teléfono móvil y empezó a mostrarle varias fotografías de la pequeña con los ojos cerrados—. Un día de estos juro que lograré hacerle una foto cuando esté despierta.

Justo en ese momento Mike tosió discretamente y la amiga de Linda se percató de su presencia. No estaba muy claro si había sido un acto premeditado para llamar la atención de las dos, debido a que su carraspeo se oyó muy natural y accidental.

—¡Oh, por poco me olvidaba! ¡Qué desconsideraba que soy! —Linda hizo las presentaciones e improvisó lo mejor que pudo—. Ella es Amy, mi mejor amiga del instituto. Amy, ésta es Susanne.

—¡Así que ésta es la famosa Susie! —exclamó Mike con la falsa voz de Amy y le daba a Susanne dos besos en la mejilla después de unos segundos de vacilación. Su marido sólo conocía personalmente a dos o quizás tres de sus amistades, pero Linda a menudo le había hablado de las veces que había salido con Susanne en sus conversaciones de alcoba.

—¿Has estado hablando mucho de mí a mis espaldas? —le recriminó en broma Susanne—. ¿Y donde está el soso de tu marido, Mike? Pensaba que le conocería un día que por fin coincidiéramos.

«¡Mucho antes de lo que te imaginas!». Iba a contestar con alguna banalidad que se le ocurriese cuando le interrumpió su marido, agarrándole del brazo de manera muy coqueta y lanzándose al vacío sin cable.

—Es que queríamos salir las dos juntas, ya sabes, un plan sólo de chicas —exclamó Mike sonriendo de oreja a oreja con sus labios pintados—. No creo que le hubiese gustado mucho venir. ¡Es taaaan aburrido!

—Lo siento, Susanne —Linda captó el retintín irritado de su esposo—. Pero si me disculpas, teníamos planeado ir a probarnos unos zapatos las dos...

—No te preocupes —Susanne echó un somero vistazo a su reloj de pulsera y pareció darse cuenta de lo tarde que era—. Encantada de conocerte, Amy. Un día de estos deberías quedar con nosotras a tomar algo y contarnos algunas cosas sobre Linda.

—Sí, sí —respondió Mike despidiéndose con otro beso en la mejilla de Susanne—. Me gustaría mucho.

* * * * *

Cuando se alejaron una distancia que consideró adecuada, Linda se encaró directamente con él.

—¿A qué ha venido todo eso? ¡¿Un plan de chicas?!

—Tan sólo me he mantenido en el papel tal y como me dijiste —argumentó Mike fingiendo hacerse el indiferente, se paró en seco y luego cruzó los brazos en una imitación de su esposa cuando se enojaba—. ¡No me digas que has vuelto a enfadarte conmigo!

—No, no, en absoluto —Linda volvió a cogerle del brazo y siguió hacia adelante—. Es tan sólo que me has dejado con la boca abierta, Amy.

—¿Dónde está esa tienda en la que quieres que nos probemos esos zapatos? —dijo Mike animado. Llevaba tantas horas con aquellos botines altos en los pies que estaba dispuesto a cualquier cosa por quitárselos.

—Ya he captado el mensaje, Honey —emitió Linda encogiéndose de hombros—. Basta de ir de shopping, por hoy hemos tenido suficiente, ¿no crees?

Mike soltó un suspiro de alivio y acompañó a Linda llevando las bolsas de la compra en sus brazos hasta el parking del centro comercial. El día se le había hecho extraordinariamente largo y agotador, pero se sentía a gusto de haber pasado aquellas horas con su mujer. Había sido aleccionador, aunque muy sufrido.

—Linda. ¿Hablas mucho de mí... quiero decir del soso de tu marido Mike con tus amigas? —la curiosidad le entusiasmaba tanto que incluso se refería a sí mismo en tercera persona en broma.

—Si quieres saberlo tendrás que aceptar la invitación de Susie y venir un día conmigo y con el resto de las chicas —le arrojó el guante Linda con descaro, mientras subían al coche después de dejar las compras en el maletero—. Pero te aseguro, Amy, que todavía no estás preparada para ello. Te escandalizarías mucho.

—¿A dónde vamos? Pensaba que ya volvíamos a casa —Mike se mosqueó ligeramente cuando su esposa tomó la dirección de Highland Avenue, al recordar la humillante noche del viernes en el Hollywood Inn, pero al pasar por delante del hotel y no desviarse hacia Franklin Avenue, se alarmó de veras.

—Aún hay un sitio más al que quiero ir —exclamó Linda tomando la autopista 101 en dirección norte, como para salir de la ciudad. Pero a los pocos kilómetros de trayecto su esposa tomó la salida de North Hollywood que daba a Sherman Way.

Mike se percató de que miraba constantemente los nombres de las calles, como si le costara encontrar su destino, pero no logró adivinar a qué lugar quería ir hasta que prácticamente estuvieron allí. La fachada con rótulos de neón centelleante que divisó cuando doblaron en la esquina de Coldwater Canyon Avenue le era muy conocida.

—¿Qué te parece ese sitio de ahí? —preguntó Linda, aparcando enfrente.

—También sabías lo de este lugar —no preguntó Mike sino más bien afirmó, mirándola con recelo a ella y después al club de stripteases al que contadas ocasiones había ido: Deja Vu Showgirls. Era un local que Vic le enseñó una noche que tuvieron una reunión con unos clientes. Su compañero los convenció de renovar el contrato con la compañía un año más, bajo el cautivador influjo de las bailarinas quitándose la ropa a ritmo de música dance. Funcionó muy bien, pero a Mike la idea le pareció muy ruin y desvergonzaba incluso proviniendo de Vic.

—Encontré esto en el bolsillo de tu chaqueta una noche que regresaste muy tarde —explicó Linda sacando de la guantera una cajetilla de cerillas con el logotipo, el nombre y la dirección de aquel sórdido lugar. Linda no se mostraba disgustada ni furiosa con él, era la curiosidad la que abarcaba todo su semblante. Quería algunas explicaciones sin ambages, ni excusas, ni mentiras, como cuando le había revelado sus bochornosas infidelidades.

—He venido unas cuantas veces —declaró Mike, usando su voz de Amy. No recordaba concretamente la cantidad en ese momento—, Vic me enseñó éste sitio una noche que salimos y desde entonces hemos venido juntos algún que otro viernes a ver a las chicas bailar y a tomarnos unos tragos. Pero te juro que no ha habido más —su esposa enarcó una de sus cejas de manera muy escéptica y elocuente, así que Mike se explicó con más claridad—. Las chicas sólo se desnudan. En esta clase de locales los clientes nunca pueden tocar a las bailarinas. Si quebrantas esa norma te echan a la calle de inmediato... ¡Eh! ¡Espera! —Linda había abierto la puerta del coche y había enfilado con la mirada la entrada del bar—. ¡¿Qué es haciendo?!

—Ya te he dicho que vamos a divertirnos las dos, Amy —repuso cuando Mike la acompañó vacilantemente hasta la otra acera.

—¡¿Ahí dentro?! ¡No, no, no, no! ¡No es una buena idea! —exclamó Mike de manera atropellada presa del pánico, pero Linda no frenó el paso—. Este no es un buen lugar para que una mujer entre sola, Linda. Ahí dentro hay hombres muy depravados y malintencionados. Peores, mucho peores, que Vic o que yo —la tomó de la mano en actitud de súplica.

—No voy a entrar sola, ¿recuerdas? —le contradijo Linda girándose y tirando de Mike. Su sonrisa le heló el corazón—. Las dos vamos a entrar juntas, las mujeres nos protegemos las espaldas las unas a las otras. ¿O es que quieres dejarme aquí plantada?

«¡Por la madre del cordero!», pensó Mike cogiéndole prestado a Linda una de sus maldiciones más empleadas. El guardia de la entrada se sobresaltó un momento al verles, pero luego les dejó paso sin queja alguna. Aquello le resultó terriblemente irónico a Mike. Desde que había alcanzado la mayoría de edad legal había tenido problemas para entrar en toda clase de locales y bares, por su aspecto de joven adolescente. Con veintiuno había sido divertido restregarles por la cara a los guardias de seguridad su carné de conducir, con veinticinco había resultado halagador que lo tomasen por un adolescente de instituto, pero cuando empezó a vislumbrar la meta de los treinta años era sumamente embarazoso que le siguieran pidiendo la documentación una y otra vez. Sin embargo, vestido de mujer, había tenido vía libre para entrar.

El local seguía siendo el tugurio que Mike recordaba de sus anteriores visitas. Aunque por motivo del Memorial Day ondeaban varias banderitas de barras rojas y blancas, tachonadas de estrellitas en azul, adornando los rincones del lugar. Pero era el olor lo que más los impactó al entrar, a pesar de que el local usaba esencias de diferentes perfumes y el embriagador aroma de las bebidas alcohólicas.

El olor a sexo. Húmedo, cálido y perturbador.

—¡Qué emocionante es todo esto! ¡Nunca había estado en un lugar como este! —pronunció Linda con un ligero estremecimiento en su voz, que era producto del miedo. Acarició suavemente las uñas lacadas de Mike y apretó su mano, buscando la firmeza de su respuesta. Era muy cierto, Linda nunca había hecho algo tan atrevido en su vida. Pero también era cierto que, desde que había comenzado esa locura el viernes por la tarde, Linda había hecho muchas cosas que nunca hubiera imaginado antes.

Linda y Mike se sentaron en una de las sombrías mesas del local. En realidad daba igual en cual fuera porque todas estaban próximas a la iluminada pista de baile con forma de ‘T’. Mike pudo observar que varios de los clientes se giraron interesados hacia los dos, pero se sorprendió mucho cuando algunos de ellos negaron con la cabeza, como si estuvieran decepcionados, y volvieron su atención de nuevo a las chicas que se contorsionaban en las barras.

Lo dedujo a los pocos segundos.

—Parecemos una pareja de lesbianas —le explicó en susurros a Linda. Dado que el único atractivo de aquel local eran los desnudos de las chicas. Era obvio que ninguna mujer vendría con ánimo de ligar con los hombres. Linda se quedó estupefacta al ver cómo una de las strippers se quitaba el sujetador mientras estaba colgada bocabajo de la barra. Tenía una expresión muy cómica, con sus ojos abiertos de par en par.

—¿Os apetece beber algo? —intervino la camarera que estaba vestida tan sólo con un conjunto de lencería. Mike estuvo a punto de pedirle un par de cervezas con su voz masculina de siempre por la fuerza de la costumbre de venir con Vic.

—Un Bloody Mary para mí y... ¿qué quieres de beber, Linda? —preguntó Mike improvisando un poco. Ella vaciló unos prologados segundos, pero acabó pidiendo un Dry Martini.

Mike escrutó a su alrededor preocupado, al recordar que éste club era uno de los preferidos de su compañero Vic. Temía que se hallara allí en ese preciso momento. Consideraba muy difícil que Vic le descubriera con su aspecto actual, pero a Linda la reconocería en cuestión de segundos. Si llegaba a ver quién era su acompañante... sería la comidilla de la oficina durante muchos meses.

—¿Te parecen atractivas las strippers? —le sondeó Linda desviando la mirada de la pista de baile, todavía tenía asida la mano de él entre las suyas. Mike afirmó con la cabeza de una manera muy franca. Ella en cambio parecía que estaba completamente lejos de su ambiente, como un pez fuera del agua. Linda también asintió después de pensárselo unos segundos y dio otra ojeada a la pista en la que bailaban media docena de muchachas—. Sí, he de admitir que son muy guapas. Esto... Si te soy sincera, Honey, no tengo ni la más mínima idea de lo que se hace en un lugar así. Quiero decir que... Los hombres... ¿llaman a las chicas con un silbido para que bailen delante suyo, o qué? —Linda miraba a su alrededor ávida de conocimientos. Mike evitó reírse a carcajadas al ver su desconcierto, podía enfadarse que le pareciera tan inocentemente divertida su ignorancia. Pero se sintió más relajado al ver que tenía ventaja sobre Linda en aquel lugar.

—El dinero es el reclamo —contestó Mike con un suave susurro en su oreja y arrimándose más a ella, Linda era todo oídos para sus palabras. Le señaló discretamente a una de las chicas que meneaba el trasero delante de un cliente morbosamente obeso. Inmediatamente después terminó la canción y se acercó a otro grupo de tres hombres que parecían estudiantes universitarios—. Enseñas los billetes para que los vean y ellas se acercan para hacerte un baile. Luego, o bien le colocas el dinero en el tanga o se lo dejas a sus pies en la pista.

* * * * *

«Todo se resume en la oferta y en la demanda». Reflexionó Linda observando el ir y venir de las strippers delante suyo. Aunque al principio le había parecido indigno el trabajo de aquellas mujeres y se había mostrado escandalizada al ver tantos cuerpos femeninos desnudos, no apartaba la mirada de las chicas ni para parpadear. Resultaban sumamente hipnóticos sus suaves movimientos y la forma en que escondían y exhibían su piel bajo los focos de la pista de baile.

En su trabajo como broker también a menudo se valía de sus armas de mujer para lograr sus objetivos. No había mejor manera de que un hombre bajara la guardia en un negocio si estaba distraído con la idea del sexo. Linda jamás iba más allá de un poco de flirteo inocente y un trato amable. Pero a diferencia de otras mujeres en su misma posición (que intentaban demostrar a los hombres su valía en los negocios) no dudaba en vestir de manera femenina. Linda mostraba su profesionalidad con sus números, no vistiendo como un marimacho.

—¿Quieres probar? —le retó Mike después de que la camarera trajera sus bebidas.

—¿Yo? ¿Ahora? —respondió Linda sorprendida.

—Por supuesto, vamos a divertirnos, como tú dijiste —su marido esbozó una amplia sonrisa con sus voluptuosos labios pintados.

Linda sacó la billetera del bolso e intentó seguir el consejo de Mike, pero no pudo evitar que le temblara el pulso al sostener el billete en el aire. Una stripper de largísimo pelo negro recogido en una trenza y vestida con un corsé azul de estrellitas blancas a juego con el tanga, se arrimó hasta la mesa en la que estaban. Se inclinó meciendo sensualmente las caderas y se humedeció los labios a pocos centímetros del rostro de Linda.

—Hola, chicas —ronroneó la stripper mirándoles de arriba abajo.

—Ho... la —murmuró Linda con voz estrangulada.

* * * * *

Desde que Mike había entrado en el bar, una creciente y molesta presión en la entrepierna se había ido extendiendo por todo su cuerpo como un reguero de pólvora prendido. Él quería mantener la calma y no excitarse, pero el ambiente era tan abrumador y estaba repleto de multitud de estímulos que le estaba poniendo gradualmente más acalorado. Los esparadrapos y las ceñidas bragas mantenían firmemente aferrados sus genitales dentro de una cruel prisión de la cual pugnaban por escapar. Así que Mike pensó que aquella stripper era la gota que colmaría el vaso y que la cremallera del prieto pantalón iba a reventar cuando empezó a menearse delante de su esposa.

Linda no perdía de vista a la stripper bailando, tenía la boca ligeramente entreabierta de admiración y soltaba algún que otro jadeo entrecortado cuando se aproximaba a ella contoneándose como una serpiente. Sus mejillas se tiñeron con un intenso rubor, cuando descubrió sus tetas y le acarició con el corsé. Cuando concluyó la canción Linda terminó su Martini y se atrevió a dejarle el billete en el tirante del tanga. La bailarina se acuclilló a su lado y le susurró algo al oído, reclinando ligeramente su cuerpo desnudo sobre el de ella.

—¿Qué es lo que te ha dicho, Baby? —quiso curiosear Mike al alejarse la stripper de la mesa.

—¿Qué es un lapdance? —preguntó Linda frunciendo el entrecejo un poco, como confundida—. Me ha dicho que por otros cincuenta pavos nos ofrece un lapdance a ambas.

—¿Le has dado un billete de cincuenta? ¡Vaya! ¡No me extraña en absoluto que le hayas provocado tan buena impresión a la chica! —comentó divertido Mike con una sonrisa de oreja a oreja. Pero al ver la expresión hosca de Linda decidió explicarse—. Lo normal es venir a estos sitios con muchos billetes de un dólar, para ir soltándolos poco a poco, pero veo que tu táctica funciona muchísimo mejor...

—¿Pero qué es? —insistió Linda.

—Verás, un lapdance es un baile privado en una de esas salas del fondo. Son mucho más íntimos que los bailes de aquí —le explicó Mike señalando el lugar en cuestión, cuando la stripper se fue de vuelta a los vestuarios. La sala VIP estaba custodiada por un matón contratado por el dueño del local, debía de medir más de dos metros de altura, era más negro que una sombra en la noche y su camiseta corta a rayas marineras dejaba al descubierto unos musculosos brazos del grosor de una cabeza humana. Su cara de poco amigos resultaba muy disuasoria.

—¿Por qué? ¿Qué tienen de especial?

—Bueno, ¿recuerdas que te he dicho que los clientes nunca pueden tocar a las bailarinas? —Mike fue muy cuidadoso al escoger las palabras detenidamente, no quería que las malinterpretara—. Pues esa regla no se aplica en ambos sentidos. En un lapdance las chicas tocan a los clientes, se sientan en sus piernas, se desnudan encima de su cuerpo y demás cosas así. Siempre y cuando no haya relaciones sexuales.

—¿Y cómo sabes tú eso? —se interesó Linda.

—Por lo que me ha contado Vic —Mike se excusó de inmediato—. A mí nunca me han ofrecido uno, no todas las chicas los hacen.

Acababa de romper el código secreto del honor de los hombres, acusando a un camarada. Pero suponía que era excusable, si Vic se encontrara en su misma situación no hubiera dudado en traicionarle.

—¡Vamos a probar! —exclamó Linda enardecida, levantándole de la mesa y llevándole de la mano casi a la fuerza. Mike nunca había visto a su esposa tan impulsiva y desvergonzada. El gorila les abrió la cortina con una sonrisa burlona, para darles paso a una pequeña habitación con varios sillones dispersos por doquier. La espera se les hizo un poco larga, pero en unos minutos apareció por la otra puerta la bailarina de la larga trenza.

—Me llamo Sheila —se presentó la stripper—, he hecho una excepción por ser vosotras dos. Nunca hago privados con los hombres.

—Yo soy Linda —dijo ella después de titubear un segundo, como si se hubiera olvidado de su nombre—, y ella es Amy —añadió al recordar que estaba acompañada. Mike estaba también ligeramente distraído, todavía le costaba creer del todo que su disfraz fuera capaz de engañar a otra mujer. Y menos aún a una bailarina de stripteases acostumbrada a ver hombres.

—Poneos cómodas y sentaos —indicó Sheila señalando los asientos de cuero.

—No bailes para ella, está cumpliendo un castigo —atajó Linda con algo de reproche hacia Mike, cuando se sentó delante de la bailarina.

—¿Así que castigada? ¿Has sido una chica muy mala, Amy? —sonrió de manera pícara la stripper.

—No te puedes imaginar cuánto —se limitó a decir su esposa, mirándole de reojo.

—Que se quede a mirar pues. A lo mejor le gusta el castigo —comentó Sheila, antes de que la música comenzara a sonar y sus caderas empezaran a moverse al ritmo de los primeros compases. La bailarina empezó a danzar rozando sensualmente las rodillas de Linda con sus muslos y se posó de manera breve en su regazo—. No seas tímida, por favor. Estamos entre mujeres —le pidió Sheila mordiéndose los labios sensualmente. Linda perdió la timidez de golpe, cuando la stripper se quitó el sostén y rodeando su cuello con él aprisionó la cabeza de Linda entre los firmes senos.

—¡Oh, My God! —musitó la esposa de Mike, después de inhalar profundamente la dulce y seductora fragancia de aquella mujer. Linda era un amasijo de impulsos contradictorios, por un lado se moría de ganas de palpar aquella sedosa piel de melocotón que no dejaba de acariciarle repetidamente las piernas y el cuello. Pero por otro lado intentaba mantener la poca integridad que le quedaba.

Ninguno de los dos apartó la mirada de la larga trenza de Sheila, cuando se sentó a horcajadas sobre una pierna de Linda dándoles la espalda. Una canción terminó en ese preciso momento y Linda se decepcionó un poco al pensar que el espectáculo había concluido, sin embargo Sheila no se incorporó cuando sonó otra melodía diferente. Los miró a ambos por encima del hombro, mientras movía sinuosamente su cintura, después desabrochó los tirantes del tanga y lo lanzó al suelo.

Linda soltó un pequeño gruñido de sorpresa cuando Sheila comenzó a frotar lentamente su entrepierna contra su muslo. Su cuerpo se puso en tensión al sentir el cálido y húmedo contacto de su sexo acariciando su sensible piel. Al principio Sheila se restregó al ritmo de la música, pero luego llevó las vacilantes manos de Linda a su cintura y aceleró la cadencia de los meneos de su cadera.

Mike ya no supo qué hacer con las manos, se había aferrado a los brazos del sillón para contenerse, pero aquello era demasiado excitante. Sheila bajó el ritmo guiada por las manos de Linda que ganaron seguridad en torno a su cintura y comenzó a gemir como si de un violín frotado contra un arco se tratara. Ladeaba su cabeza constantemente y su trenza se bamboleaba de un lado a otro igual que un metrónomo viviente.

Sus gemidos fueron in crescendo a media que ambas aumentaban la intensidad de sus movimientos hasta que la joven llegó al clímax con un grito sofocado y se dejó caer exhausta, reposando su espalda desnuda sobre Linda. Luego, en un lánguido movimiento, Sheila se dio la vuelta sobre el regazo de Linda y apoyó sus turgentes pechos sobre los de ella. Se contemplaron como si de un momento a otro fueran a besarse apasionadamente.

—Gracias, ha estado muy bien —dijo Sheila cuando la canción finalizó levantándose del sillón. Linda le tendió el billete de cincuenta dólares con cierta vacilación, tenía la respiración acelerada y toda la pinta de haberse despertado bruscamente de un buen sueño—. Sayonara, chicas. Ha sido todo un placer conoceros —Sheila abandonó el pequeño habitáculo después de recoger sus escasísimas ropas, se despidió con la mano y agitó su interminable trenza que le llegaba hasta donde terminaba la espalda.

* * * * *

«¡Dios Santo!». A Linda le embargaba un frenesí incontenible por todo el cuerpo, una sensación de pleno gozo que le recorría como una corriente eléctrica que chisporroteara por su piel.

Durante unos breves minutos había sentido verdadera pasión por aquella stripper, por sus suaves caricias, por su mirada de ángel, por sus húmedos besos con esos labios que hablaban sin palabras. Linda la había deseado (¡A una mujer igual que ella!) como nunca había deseado a un hombre y lo más extraño de todo es que no tenía ningún remordimiento.

—Linda, ¿estás bien? —preguntó Mike viendo que ella estaba todavía mirando al vacío que había dejado Sheila al despedirse.

—Nunca he estado mejor —soltó un hondo suspiro para serenarse y después añadió mirando fijamente a Mike—. Llévame a casa... ¡Ahora!

«¡Ay! ¡Joder, no me puedo creer lo caliente que estoy!», pensó al notar el ardor que inflamaba sus entrañas. Cuarto de hora después Linda todavía seguía muy excitada, a pesar de que el largo trayecto en coche se le hizo una eternidad. Casi no le dio tiempo a Mike a cerrar la puerta de la casa cuando cruzaron el umbral. Linda se abalanzó a sus brazos y comenzó a besarle y acariciarle con una intensidad inusitada.

—Dime, Honey... ¿tú también... te has... puesto muy cachonda... cuando Sheila se... montó encima... de mí? —alcanzó a decir Linda entre beso y beso.

Mike afirmó con la cabeza efusivamente mientras, coordinando esfuerzos los dos, subían escaleras arriba hasta la habitación. Deseaba quitarse toda la ropa que le estorbaba y follar hasta que no pudiera más.

—Quiero que te desnudes para mí, Amy —le pidió Linda cuando se tumbó en la cama y su vestido turquesa se le subió un poco. Mike se quitó las ropas de una manera muchísimo menos sexy que la stripper, pero Linda no se quejó, le miraba con una lujuria desbordada cuando se quedó tan sólo con la ropa interior de encajes. Linda tuvo una repentina inspiración al contemplar su femenino y atractivo semblante. Le hizo una seña para que se tumbara a su lado y se arrimó al oído de Mike.

—Voy a hacerte el mismo favor ahí abajo que el que me hiciste el viernes. Porque ese es tu castigo, sucia furcia adúltera —dijo en un sensual susurro.

—Este es el mejor castigo que he tenido en toda mi vida —murmuró Mike ebrio de alcohol, de sexo y de su aroma de mujer. Linda fue besándole en sus labios, mordisqueándole el apetitoso carmín. Luego le besó su grácil cuello con ternura, poco a poco descendió hasta los falsos pechos manoseándolos con deleite y le quitó el corsé con una rapidez increíble, bajando más y más hasta postrarse entre sus muslos.

Le quitó las bragas riéndose entre dientes con su cantarina voz y contempló embelesada el miembro palpitante y erecto que se elevó como un mástil sin bandera, cuando lo liberó cuidadosamente de las ataduras de los esparadrapos. Pero las aviesas intenciones de Linda eran muy diferentes a las que se esperaba su esposo. Sus labios se dirigieron más abajo y cambiaron de rumbo de improviso. Con un brusco tirón del cordel sacó el tampón de su culo, lo tiró lejos y acercó su boca para darle un húmedo beso.

—¡Hey! ¿Qué demonios estás...? —protestó Mike al notarla ahí abajo, pero en seguida ella introdujo uno de sus diminutos dedos profundamente hasta que los nudillos chocaron contra sus nalgas. Linda empezó a maniobrarlo y moverlo por dentro con la ayuda de la saliva, con mucha calma y delicadeza pues era la primera vez que hacía algo así. El ano de Mike se contrajo espasmódicamente por la molestia y atrapó el dedo índice con firmeza.

—Relájate, por favor, Amy —le exhortó Linda con una voz melodiosa. Después volvió a inclinarse para besarle intensamente aquel profundo y oscuro agujero prohibido y sus largos cabellos rozaron sus piernas haciéndole cosquillas—. Relájate, por favor.

Paulatinamente, Mike empezó a tranquilizarse y su esfínter empezó a dilatarse lentamente, a medida que la mano firme de Linda comenzaba a tomar confianza. Un segundo y un tercer dedo de Linda se unieron al primero cuando repitió la jugada de los besos.

Repentinamente, Linda alcanzó su meta y acarició la sensible próstata con sus inexpertos toqueteos de principiante. Mike cerró los ojos y se retorció entre quejidos de inesperado dolor que recorrieron cada fibra de su cuerpo.

—¡Ahhh! ¡Nooo, por favor! ¡Ahí, no! ¡Para! —gritó Mike con una voz estridente como de genuina mujer.

«¡Bingo! ¡Lo encontré!». Linda redobló sus caricias con ahínco y el dolor que abrasaba las entrañas de Mike se transformó ipso facto en algo diferente que dejó sin respiración a su marido. Un estallido de placer demoledor y deleite sin fin, oscilaba en intensidad mientras Linda movía sus dedos dentro de su trasero.

—Dime, Amy ¿Te gusta lo que te estoy haciendo? —preguntó Linda después de unos minutos, pero Mike era incapaz de contestar con algo más que gemidos. Se mordía los labios con fuerza, reprimiendo un grito de éxtasis. Al oír su silencio quejumbroso, ella se enfureció y le dio un pellizco con malicia en la zona que había estado manipulando con tanta dulzura—. ¡¡Contéstame, puta viciosa!!

—¡Síííííí, sí me gusta! —prorrumpió Mike en un sollozo cuando se encogió por culpa del dolor. Su figura se había estremecido de pies a cabeza, parecía frágil y completamente indefenso.

—Te he profanado tu maldito culo, Amy. Eres una jodida zorra que se ha acostado con todo lo que se le ha cruzado por el camino. Pero ahora te voy a enseñar lo que de verdad te mereces. Te voy a follar una y otra vez hasta que me harte. Porque eres toda mía —dijo Linda en susurros a media que volvía a introducir sus diminutos dedos y lograba apaciguar su maltratada próstata con sus suaves mimos. Mike no se volvió a resistir, sino que se dejó hacer con plena entrega, ansiando el contacto de nuevo—. ¡Dímelo! ¡Venga! ¡Dímelo, cerda infiel! ¡Dime que eres mía!

—¡Sí, lo soy! ¡Soy toda tuya! —capituló Mike finalmente cediendo ante lo inevitable. Arqueó la espalda y se retorció como un pez atrapado en una red.

«¡He encontrado tu talón de Aquiles, Honey!».

Linda contempló cómo el pene de Mike se puso, en un acto reflejo, completamente erecto ante ese masaje íntimo. Y seguidamente lo agarró con la mano zurda sorprendida de sus dimensiones actuales. A ella nunca le había parecido que la polla de su marido fuera más pequeña de lo normal, estaba dentro de la media con el resto de los hombres con los que se había acostado a lo largo de su vida sexual antes de conocerle. Aunque a Linda jamás se le había ocurrido hacer un estudio estadístico con la cinta de medir en mano. Pero le dio la impresión de que el pene de Mike había crecido más de lo habitual. Quizás era por efecto del masaje o una ilusión óptica al ver su miembro rasurado completamente.

Le daba del todo igual. Linda besó con fruición la punta de la polla de Mike y comenzó a agitarlo hacia arriba y abajo gradualmente más y más rápido. Luego fue lamiéndola despacio con su boca hasta sus testículos, mientras que con los dedos de la mano diestra continuaba describiendo suaves círculos en su próstata. Cuando Mike comenzó a gemir más escandalosamente ella se llevó la mano con la que había asido su miembro hasta sus muslos y notó que tenía su entrepierna húmeda y caliente como nunca.

Con una sonrisa pícara en los labios se encaramó por encima del cuerpo desnudo de Mike para ponerse a caballito, hasta que su prominente polla encajó dentro de ella. Aferró sus muñecas con brusquedad para que no se moviera y durante la siguiente media hora, Linda estuvo cabalgándole hasta domarlo completamente.

 

Continuará...

(9,65)