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Esclavos de Lucía (2 de 2)

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Cuando ya creía que nada podía sorprenderme, Lucía siguió con el juego. Sus órdenes las cumplíamos sin rechistar. La tarde había sido fuerte, pero no iba a ser nada comparado con lo que nos esperaba por la noche. Tanto Irene como yo estábamos muy excitados y Lucía se aprovechaba de ello:

Anda, vístete, que salimos de copas. Ya eran casi las ocho de la tarde. Antes de salir, Lucía le levantó la minifalda a mi esposa para que viera que ya no llevaba bragas. Fuimos en metro hasta el centro. Irene hizo las delicias de todos los chavales que coincidieron en nuestro vagón al recostarse un poco y descruzar las piernas. Yo, que estaba enfrente, pude ver su raja, colorada, brillante, sugerente y lubricada. Lo más fuerte fue cuando un grupo de chicos ya algo bebidos se sacaron sus pollas y se hicieron unas pajas mientras que Lucía le subía la falda y la propia Irene se bajaba el top y el sostén y les enseñaba sus generosas tetas y sus endurecidos pezones ante el delirio frenético de las pollas de los chicos. Lucía le dijo que no podía desaprovechar tres pollas así como así. Irene, medio desnuda, se levantó y se puso de rodillas ante los chicos, que se dejaron hacer. Irene se metía las pollas alternativamente en la boca. Los chicos no dejaban de cascársela. Casi los tres a la vez se corrieron, mojando la cara de Irene de su semen, aunque no fue mucha, ya que la puta de mi esposa se tragó todo lo que pudo. Antes de irse, los chicos le dieron las gracias.

Fuimos de garito en garito, a cual peor, calentando a todo el personal masculino que encontrábamos. Lucía no paraba de meter cizaña y de ejercer de Celestina. Buscó a los dos tíos más fornidos que encontró y, no sé que les dijo, pero nos llevaron a un rincón apartado, cerca del baño. Uno en seguida cogió a mi mujer y la empotró contra la pared. Otro me agarró del hombro y me arrodilló. Sacó un pedazo de herramienta descapullada y bastante oscura y me empujó contra ella. No me cabía casi por la boca y me estuvo indicando un buen rato cómo mejorar mi técnica. Era asqueroso sentir esa cosa caliente y apestosa dentro de mí. Además podía ver de refilón cómo el otro le había levantado la falda a mi esposa y se la estaba clavando sin preocuparse de condones ni miramientos. Irene gritaba como la puta que se estaba mostrando. La verga del tipo al que se la estaba mamando empezó a convulsionarse. Intenté apartarme, pero un chorro de leche pegajosa me inundó. Me sostuvo la cara y tuve que limpiarle a fondo, succionando su capullo para su deleite hasta que perdió la erección dentro de mi boca. No pude evitar que algún chorro me corriera por la barbilla porque el cabrón había eyaculado como un animal. El otro tipo también terminó descargando, pero dentro de mi esposa, que se levantó y vino hacia mí chorreando de semen por el coño, semen que Lucía me hizo tragar. Mi erección era casi dolorosa y quise apurar el sabor de su cueva, provocando otro orgasmo en Irene. Lucía nos dijo que volviéramos a casa, que aún quedaba la última sorpresa. Eran más de las tres de la madrugada.

Nos contó sus planes: Lucía había llamado a mis tres mejores amigos para avisarles de que yo no estaría y que estaba Irene a su merced y le había ordenado que se follase a sus mejores amigos. Lo único que tenían que hacer para disfrutar era obedecerla a ella. Les dijo que vinieran los cuatro juntos. Yo mientras estaría escondido grabando la escena en vídeo para tener un recuerdo.

A los pocos minutos, sonó la puerta. Me escondí con la cámara en una inmejorable posición para no perder detalle. Esperaba que no vinieran los tres. Pensé que Alberto, casado y con dos hijas, y que Luis, a punto de casarse dentro de dos semanas, no vendrían. De Eduardo me fiaba menos, pues siempre aprovechaba las borracheras para decirme lo buena que estaba mi mujer y la suerte que tenía de tener para mí solo una mujer como ella. Pero los tres estaban en casa. Lucía los recibió e Irene esperaba en el cuarto de pie, nerviosa y excitada, con su falda corta y su top ajustado. Ahora sí llevaba ropa interior, un sujetador negro de seda y una tanga minúscula negra también. No sé que pensaría. Alberto era el que peor se conservaba físicamente, pero resultaba atractivo. Eduardo era todo un gigoló, su pelo negro y sus rasgos latinos volvían locas a las mujeres. Y Luis aún conservaba el esplendor de su cuerpo dedicado al deporte, al lanzamiento de jabalina. El pene en reposo de Alberto no era muy grande, aunque sí que grueso; el tamaño del de Eduardo sí que era más espectacular; el de Luis no lo recordaba.

Llegaron al cuarto y Lucía les dijo que se desnudaran del todo. Eduardo fue el primero en obedecer, todo esto sin quitarle ojo a mi esposa, que le devolvía la mirada de deseo y avidez. Cuando se quedó en calzones, los otros dos se dieron prisa en desnudarse. Los tres en calzones miraron a Lucía, que con una señal dio a entender que se quitaran todo. Así lo hicieron. Irene gimió como una zorra. Alberto y Luis estaban semiempalmados; la de Eduardo estaba flácida aún. Tres machos para mí... Y se pasó la lengua por los labios. Lucía les dijo que se la acercaran y que la desnudaran. Alberto le quitó el top y Luis le sobó el sujetador; Eduardo se dirigió a la minifalda y a las bragas. Los tres la decían lo buena que estaba, cuánto habían esperado ese momento, las tetas desaparecían entre las manos de los tres, que ya estaban empalmados. Irene se sorprendió de la talla del pene de Eduardo y no tardó en hacerse con su polla. Le masturbó un poco mientras él la desnudaba del todo. Con la otra mano cogió la verga de Alberto, de un tamaño normal pero muy gruesa. Iba también a la polla de Luis, que era más o menos como la mía, de unos 15 centímetros.

Cuando desnudaron a Irene, Lucía dictó las órdenes. Le dijo a Irene que se tumbara en la cama. Los 3 tenían que recorrer su cuerpo con las lenguas, pero sólo con las lenguas. Ella sí que podía tocarles cuanto quisiera. Así lo hicieron. Eduardo, rápido como nadie, se apoderó de la entrepierna. Alberto y Luis, de esas espléndidas tetas. Las erecciones de los 3 eran descomunales, estaban muy excitados, los 3 capullos estaban en su máximo apogeo y derramaban líquidos por el cuerpo de mi mujer y por la cama. Las manos de Irene alternaban entre los aparatos de Luis y de Alberto, que eran los que más a mano tenía. Mi polla también estaba que no podía más en el calzoncillo, así que me desnudé, aunque sin masturbarme todavía...

Irene se levantó y se metió las pollas de Alberto y Luis en la boca, alternativamente, con ansia, llevándose también a la boca sus testículos. Sus mamadas eran proporcionales al placer que recibía del cunníngulis que le estaba proporcionando Alberto, que era él solo quien se masturbaba. El olor a sudor y a flujos llegaba incluso donde estaba yo. La situación duró un buen rato, hasta que Alberto y Luis se corrieron. En la cara de Irene, que quiere semen, les dijo Lucía, y los dos apuntaron sus cañones a su cara, bañándola de esperma la boca, el pelo, el cuello. Irene se la esparció por el pecho y se fue a por Eduardo, comiéndose su polla con ansia, de la base hasta la punta, moviéndola con frenesí, queriendo que eyaculara lo antes posible. Cuando Eduardo se corrió, procuró no dejarse nada fuera, se tragó toda su leche y le limpió el capullo hasta dejarlo reluciente.

Lucía dijo que el primero que recuperara la erección se follaría a Irene como quisiera. Luis fue el primero en empalmarse. Cogió a Irene por debajo de las rodillas y la llevó al borde de la cama. Él estaba de pie y se la metió por el coño. La fue bombeando con insistencia, con mucho deseo, con fuerza, salvajemente, sin delicadeza alguna. Irene gritaba, sí, sí, más, más, me has dado en la diana, sigue, sigue, Luis, sigue así. Alberto fue el siguiente. Puso a Irene a cuatro patas y le apuntó al coño por detrás. Mientras la daba por detrás, buscaba sus enormes pechos que colgaban como las ubres de una vaca. Tampoco se cuidó de no hacerle daño a Irene, aunque no se preocupaban porque pedía más y más, "sigue, sigue, dame más fuerte, jódeme, fóllame más, más, más, sí, cómo me gusta, cómo me gusta, sigue...". Finalmente, fue el turno de Eduardo, que se tumbó y dejó que Irene fuera quien le cabalgara. Irene se movió como una posesa. No sé cuántos orgasmos habría tenido ya, pero estaba enloquecida y quería más y más y por eso saltaba y se movía con un ansia increíble. Terminó chorreando semen por el coño como nunca. Estaba sucia y llena de sudor y lefa, y esto les excitó mucho a mis amigos.

Lucía les contó la última fantasía de Irene: quería ser traspasada a la vez por todos sus agujeros. Quería una polla por su vagina, otra por el culo y otra por la boca. Todos querían el culo, pero acabó ganando Eduardo, que se untó de vaselina y se sentó en la cama boca arriba. Irene acomodó su trasero a su polla y se fue sentando sobre él. Cuando la tuvo insertada del todo, después de los jadeos y los gritos de dolor, se movió acomodándosela, disfrutando pronto de esa ocupación. Luego vino Luis y se colocó sobre Irene. El acoplamiento duró menos, aunque la posición de Luis no era muy cómoda. Alberto se puso de pie sobre Irene, que en seguida se hizo con su polla y se la metió en la boca. Empezó a moverse, cada vez con más agitación. También ayudaban los movimientos de Luis y de Eduardo. Sobaron de nuevo a mi esposa y Eduardo fue el primero en correrse debido a la presión del prieto culo de Irene, diciendo antes lo mucho que le había hecho disfrutar la puta de la mujer de Juan. Luis se cambió de puesto y levantó a Irene, poniéndola en una posición arqueada para que su polla no tuviera dificultad para darla por culo. Irene no rechistó. Le engatilló su pene con brusquedad, chocando sus cojones con su culo de un golpe, lo cual le dolió mucho a Irene, pero al mismo tiempo le encantó, demostrándolo con un grito de dolor que acabo en un suspiro agitado. Su mete saca no duro mucho. El sucio agujero del culo de Irene estaba saturado de leche. Alberto no quiso ser menos y la folló por detrás.

Después de la follada, Lucía me cortó la cámara y me hizo saludar a mis queridos amigos. Estaba también desnudo y los tres se sonrieron al verme. Y ahora iros al baño a lavaros un poco, cerdos. Irene, vete con ellos. Lucía, cuando estuvimos solos, me agarró la verga y se la metió en la boca. ¿Me quieres follar? Estaba deseándolo. Se quitó el jersey y salieron sus enormes tetazas, duras, no caídas como la mujer de la tarde, con los pezones oscuros y enormes. Le chupé y le mordí las tetas, pero quería follármela, así que le subí la falda y empuñé mi polla en el coño rasurado de Lucía y la follé salvajemente, con un deseo que nunca antes había experimentado, empotrándola contra la pared, excitándome cada vez más con sus gritos y besos y lametones en el cuello. Fue el mejor polvo de mi vida, tengo que reconocerlo.

Esa noche no vi a mi mujer, estuve follándome a Lucía por todos lados, desfogando todas mis ganas con ella. Cuando volví a ver a Irene, no tenía fuerzas para tirármela. Supongo que desde entonces nuestras relaciones no son las mismas, como tampoco lo son con Lucía.

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