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Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 15)

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Capítulo 15

Año 1981

La Isla. Mansión de la familia Pozo Aguilar.

La Isla está de luto. Don Héctor del Pozo y Aguilar, ha fallecido de una parada cardio respiratoria. Su primogénito don Raúl del Pozo y Ródenas ha asumido como director gerente la exportadora propiedad de la familia.

Su hija: doña Margarita del Pozo Ródenas, ha tomado la dirección para los asuntos internos del país.

Doña Adelaida Ródenas del Arco, viuda del difunto don Héctor, ha partido para tierras lejanas, con el pretexto de fortalecerse ante tan terrible pérdida.

Raúl llevaba varias semanas poniendo al día todos los asuntos pendientes que había dejado su recién extinto padre. Montones de papeles tenía que revisar, por lo que todo su tiempo lo dedicada a tan ardua tarea.

Uno de los cajones de la mesa del despacho que su padre había utilizado durante su actividad, no se abría; intentó abrirlo varias veces, pero inútil; por lo que decidió forzarlo. Tomó un destornillador de grandes dimensiones y haciendo palanca consiguió descerrajarlo. Únicamente contenía una agenda de tapa de cuero.

--¡Qué raro..! Pensó. Seguro que son los secretillos de mi padre.

Empezó a ojearlo y figuraban múltiples anotaciones de puño y letra. Casi todo eran teléfonos y direcciones, y algunas anotaciones sin ninguna aclaración que pudiera entender.

Al llegar a la letra "M", leyó un nombre y una dirección. Ponía:

 

Casa de doña Manolita Telf. 914.500.465

Paseo Castellonense nº 806 . 4ª planta.

Madrid – España

Y al lado: Próxima visita, llevar regalo personal para doña Manolita

 

Quedó medio paralizado pensando que podría ser yo, la Manolita que todavía no había olvidado. Pero... ...¡Cómo era posible en caso de ser la misma, no haberlo detectado en los días que estuvo aquí! No, no podía ser.

Pensaba y sacaba conclusiones:

¿O acaso mi padre y ella hicieron una parodia perfecta? Héctor iba con mucha frecuencia a Madrid... y con lo mujeriego que era... no sería nada extraño qué...

Decidió salir de dudas, y para ello contó con la colaboración de un fiel y servidor amigo. Le dijo que llamara al teléfono que indicaba la nota; que se hiciera pasar por un íntimo de don Héctor, pero que no le dijera nada de su fallecimiento. Si conocía a su padre, entonces no había ninguna duda que era yo.

--Casa de doña Manolita. Dígame.

--Hola buenas. ¿Se puede poner doña Manolita?

--De parte de quién, por favor.

--Ella no me conoce, diga que le llamo por recomendación de don Héctor del Pozo, amigo común de ambos.

--Un momento por favor.

Raúl escuchaba la conversación por un teléfono supletorio. El corazón se le aceleraba por momentos a la espera de escuchar la voz que no quería oír, pero qué por otra parte lo deseaba con toda su alma.

--Diga. Manolita al habla.

--Hola Manolita, permita que me presente: me llamo Arturo Méndez. Nuestro gran amigo Héctor del Pozo me ha hablado maravillas de usted, y me gustaría comprobarlo. Llamo desde París, y pasado mañana Dios mediante, estaré en Madrid dos o tres días. ¿Me podría recibir?

Personalmente con sumo placer, ya que los amigos de mis amigos son también míos. Pero profesionalmente ya no ejerzo. No obstante en "mi Casa" puede encontrar verdaderos "ángeles del amor".

Era ella, sin duda, su voz es inconfundible. ¡No... no... no....! Manolita una puta... ¡No...no...no...!  Casi lloraba Raúl, y se desesperaba al comprobar por la voz al teléfono que era yo, la Manolita que figuraba en la agenda secreta de su padre.

--¿Qué tal está nuestro amigo común? Continué con la conversación del que creía amigo de Héctor.

--Tan ocupado como siempre. Cualquier día le va a dar un jamacuco. Se cree que tiene 30 años...

--Eso le dije, que delegara parte de su trabajo en su hijos. ¡Por cierto! ¿Sabe algo de Raúl y Margarita?

Aquí Raúl ya no pudo resistir más, y colgó. Una terrible decepción se apoderó de él, que no le dejaba ni respirar.

--Raúl como siempre, tan buen mozo. Y Margarita, la más bonita de La Isla.

Ya estaba hecha la comprobación. Para que seguir con el simulacro.

--Le llamaré cuando llegue a Madrid. Un saludo.

--Otro saludo. Adiós. ¡Ah! Y recuerdos para todos de mi parte.

Al ver la cara de Raúl su amigo, le dijo:

--¿Te sucede algo? Se te ha puesto la cara como la cera. –¡Oye, oye! ¿No será la Manolita que hace unos meses nos presentaste  aquí, en La Isla?

Lo que me faltaba, que ahora se corriera la voz. Pensó Raúl temiendo que sus amistades supieran que aquella que les presentó como la reina de las purezas, era una puta.

--No lo es, y nadie tiene que saber que no lo es. ¿Me entiendes Juan?

--Te entiendo perfectamente. Aquella Manolita que nos presentaste aquí, nada tiene que ver con ésta.

--El que no sea así, te juegas el futuro en mi empresa, Juan.

--Puedes estar seguro que seré fiel amigo y colaborador tuyo durante muchos años.

--Así lo deseo y lo espero. 

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