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Paja en el probador de un bazar chino

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Aquel sábado del mes de julio del año pasado estaba ultimando los preparativos para pasar unos días de vacaciones en la playa. Lo tenía ya todo listo menos una cosa: los bañadores. Quería renovarlos respecto a los del verano anterior, pero había ido dejando pasar los días y el tiempo se me había echado encima. Eran las 21.30 y me quedaban dos opciones: o llevarme los mismos que el año anterior o conformarme con comprar varios en el bazar chino de ropa que había al lado de mi casa.

Al final opté por esto último y bajé a la calle en dirección a dicho bazar.

El hecho de que fuera mes de julio, fin de semana y que hiciese tanto calor había provocado una salida masiva de ciudadanos hacia las playas más cercanas, por lo que la calle estaba prácticamente desierta. Recorrí los escasos 100 metros que separaban mi vivienda del bazar chino y entré en él. Dentro no había clientes en ese momento, solo estaba la dependienta.

Era una mujer de unos 25 o 30 años, delgada de estatura mediana, con el pelo moreno recogido en una cola y que vestía una camiseta rosa de mangas cortas, un short vaquero y unas chanclas blancas.

Tras saludarla, me dirigí a la zona de los bañadores. Estuve viendo varios modelos, hasta que me decidí por tres: dos tipo bermudas (uno rojo y el otro azul) y uno tipo bóxer de color negro.

- Perdona. ¿Hay probadores?- le pregunté a la dependienta.

- Sí, ahí está- me contestó la chica, señalándome el pequeño habitáculo que había al lado de la caja, donde se encontraba la joven.

Pasé al probador y corrí la cortina. Comencé a quitarme la ropa hasta quedarme completamente desnudo. Entonces un pensamiento caliente apareció en mi cabeza: estaba allí dentro, totalmente desnudo, con aquella mujer asiática a escasos metros y separado de ella únicamente por cortinilla blanca del probador.

Quise aprovechar la situación: me probé los bañadores y todos me quedaban algo grande, excepto el de tipo bóxer que sí me quedaba bien.

Así que descorrí un poco la cortina, asomé la cabeza y le dije a la chica:

- Perdona. Mira, es que me he probado tres bañadores y hay dos que no me quedan bien. ¿Podrías traerme una talla menos de estos dos? Es para no tener que vestirme, salir y volver a desvestirme- le pedí a la joven.

- Sí, sí, sin problemas- me respondió la chica con un español más que correcto.

Mientras la joven buscaba los bañadores, empecé a tocarme la polla dentro del probador.

Poco a poco conseguí que se me fuera poniendo dura y tiesa, hasta que la voz de la joven se oyó al otro lado de la cortina:

- Señor, aquí tiene los bañadores.

Me armé de valor y empecé a descorrer la cortina lentamente para coger los dos bañadores que la mujer me extendía con su mano. Pero abrí la cortina un poco más de lo necesario, lo suficiente como para que la joven me viera desnudo por unos segundos. Fue una acción fugaz, pero me dio tiempo a apreciar cómo la chica había bajado la mirada hacia mi pene erecto.

La mujer desapareció del probador y por unos momentos pensé que lo había hecho algo molesta por lo que acababa de tener que ver. Sin embargo, proseguí con mi plan y volví a abrir un poco la cortina: no era una abertura ni mucho menos exagerada, pero sí bastaba para que, si me ponía en una determinada postura, desde fuera se me pudiese ver desnudo.

Me coloqué de espaldas a la cortina, lo más pegado posible a la abertura de la misma. Parte de mis glúteos estaba expuesta a una posible mirada de la joven. Me probé uno de los bañadores y me quedaba bien. Hice lo mismo con el otro, que también se adaptaba a la perfección a mi cuerpo. Cuando me lo quité y me quedé de nuevo desnudo, observé a través del espejo del probador que la mujer asiática estaba colgando una serie de prendas en un expositor giratorio que había frente al probador. Comprobé perfectamente cómo la joven lanzaba con disimulo miradas hacia mi trasero mientras seguía colgando la ropa. Me puse entonces de perfil y, de reojo, pude verla fijándose en mi verga tiesa. La joven dejó de colgar las prendas y me observaba sin moverse.

En ese momento cogí mi slip para comenzar a vestirme, me giré de forma repentina, quedando de frente a la mujer, y pillé a la chica con su mirada clavada en mi polla hinchada. La mujer, al sentirse descubierta, se puso nerviosa y se le cayeron al suelo varias prendas que tenía en la mano. Mientras ella se agachaba para coger esas prendas, yo me llevé la mano derecha a mi miembro y comencé a masturbarme. Con suavidad desplazaba la piel de mi polla hacia atrás y hacia delante y mi mano empezaba a humedecerse con el líquido preseminal que salía de mi glande rojizo.

Volví a mirar a la mujer y comprobé que se acercaba lentamente, con dudas y algo temerosa, hasta el probador. Se detuvo justo delante de la cortina semiabierta y no perdía detalle de mi trabajo manual. Decidí abrir por completo la cortina y le pregunté a la chica haciendo referencia a mi verga:

- ¿Quieres tocarla?

- Solo mirar, solo mirar- me respondió la mujer tartamudeando por los nervios de la situación.

Continué masturbándome ante la atenta mirada de la asiática y fui aumentando poco a poco el ritmo. Ahora agitaba mi polla con mayor fuerza y velocidad, mientras en los ojos rasgados de la mujer comenzaba a aparecer una indudable expresión de deseo y placer.

Pese a que había aire acondicionado en la tienda, el estar metido en aquel pequeño habitáculo y la excitación que tenía hicieron que yo rompiese a sudar. Mi piel comenzó a empaparse de sudor, a la vez que seguía machacándome la polla con frenesí. Mis testículos bailaban colgantes al son de mis movimientos manuales. Aceleré un poco más y di un paso adelante, situándome prácticamente pegado a la mujer. La chica no apartaba sus ojos de mi verga y aguardaba expectante el momento de mi eyaculación. Agité mi polla un par de veces más, sentí varios espasmos abdominales y una explosión de placer: cuatro chorros de semen salieron disparados, impactando sobre el short y sobre el muslo izquierdo de la asiática. Algunas gotas de mi leche fueron a para a los pies de la mujer, que se quedó inmóvil e impasible pese a la regada de esperma que acababa de recibir.

Cuando acabé de eyacular, la cara sonriente de la mujer reflejaba que había disfrutado de aquel momento.

Me vestí, salí del probador y le pagué a la dependienta los tres bañadores. Abandoné la tienda mientras la mujer se limpiaba con varios kleenex y justo en el instante en que una clienta entraba en el establecimiento, interrumpiendo la limpieza de urgencia a la que se estaba sometiendo la dependienta.

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