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A ritmo de jazz

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Tras uno de nuestros encuentros sexuales y, como solemos hacer siempre, nos quedamos charlando (o “platicando”, me encanta cuando usas ese término) un rato, antes de dormirnos. Entre besos, dulces caricias y arrumacos la conversación derivó hacia las canciones y la música y me prometiste que un día me harías un baile sensual. Varios días más tarde me pusiste para que escuchara música de jazz mientras estábamos tranquilos en casa.

- Tendremos que hacer el amor un día con esta música de fondo. ¡Es tan excitante!- exclamaste entusiasmada.

- Te tomo la palabra. Ya sabes que todo lo que sea innovar, me parece perfecto. Mover nuestros cuerpos al ritmo de esta música, sentirnos enlazados y con la piel pegada el uno al otro debe ser maravilloso- te dije.

No tardaste mucho en cumplir tu promesa. Seis días más tarde, un viernes por la noche, me estaba duchando cuando de repente sentí que descorrías la mampara de la ducha. Justo en ese momento me estaba enjabonando mis partes íntimas y te quedaste mirando.

- Ni se te ocurra tocarte más de la cuenta que te espero en el dormitorio. Date prisa, amor- me indicaste.

Volviste a cerrar la mampara y saliste del baño. Me di prisa en terminar de ducharme y me dirigí hacia la habitación, todavía con mi cabello castaño mojado y únicamente con un ceñido bóxer rojo puesto. Al entrar, te vi completamente vestida y me sorprendió que estuvieras todavía así. Llevabas una camiseta de tono naranja y unos jeans oscuros. Estabas de pie junto a la mesa escritorio con la PC y, cuando me viste aparecer, me pediste que me tumbase en la cama.

- Ponte cómodo, mi cielo, y disfruta del espectáculo- me solicitaste.

Seguí tus órdenes y, tras tumbarme en la cama, encendiste la luz de la mesita de noche y apagaste la del techo. Con un “click” del ratón pusiste a sonar la misma melodía de jazz que habíamos escuchado unos días antes. Fue entonces cuando comencé a averiguar el juego que te traías entre manos: ibas a cumplir tu promesa esa misma noche. Apenas me había acomodado en la cama, cuando iniciaste tu baile sensual al ritmo de los primeros compases de la música. Lentamente ibas moviendo tu cuerpo, con suavidad, sintiendo la melodía en tus caderas y expresando ese sentir en cada uno de tus gestos. Con parsimonia mecías tu tronco, tus brazos, en movimientos que empezaban a rayar lo provocativo. Te giraste para darme la espalda y ofrecerme una perfecta imagen de tu culo ceñido en tus jeans y en perfecta armonía con el ritmo de tus caderas. Tus piernas no se estaban quietas y seguían el son de la música. Con tus manos te tocabas la cabeza y el pelo que, suelto, colgaba casi hasta la mitad de la espalda.

Poco a poco te fuiste volviendo de nuevo hasta vernos cara a cara. Me guiñaste un ojo y te llevaste las manos hacia la parte baja de la camiseta. Bajo la prenda tus pechos se bamboleaban sin descanso debido a tu constante movimiento. Me percaté de que tus pezones se marcaban con claridad en la camiseta y comprendí que los llevabas sin sujetador. Mi pene empezaba a ponerse duro bajo el bóxer sin haberme tocado lo más mínimo. Elevaste unos centímetros la prenda naranja, dejando al descubierto tu cintura y tu ombliguito. De nuevo la bajaste para hacerme sufrir un poco pero inmediatamente la subiste de otra vez, ahora ya hasta tu vientre. Sin parar de mover las caderas te giraste, enseñándome la desnudez de la parte baja de tu espalda. Volviste la cara y me dedicaste una sonrisa y una mirada pícara y seductora que me encendieron aún más.

No tardaste en levantar la camiseta hacia más arriba. Te volviste y elevaste la prenda hasta casi tus tetas. Tus pezones cada vez se te marcaban más y yo deseaba poder verlos, no quería esperar. Pero tú seguías con el baile, girándote, moviéndote si parar. Después de balancear tu cintura hacia un lado y luego hacia el otro, le diste la siguiente subida a la camiseta: lentamente tus senos fueron quedando al descubierto. Esa forma que tienen, esa redondez, el color oscuro de tus aureolas y pezones y lo duritos que éstos se veían me provocaron una nueva llamarada interna. Mi polla empezaba a palpitar, y, dura como estaba, me llegaba ya hasta el elástico del bóxer. Al ver tus tetas desnudas hice un ademán de tocarme mi verga. Pero te diste cuenta y con la cabeza me dijiste que no lo hiciera. Te obedecí y continué mirando cómo bailabas, con cuánto sentimiento y sensualidad. Te sacaste del todo la camiseta y la dejaste caer al suelo. Pusiste tus manos debajo de tus senos y comenzaste a jugar con ellos subiéndolos y dejándolos luego caer como si fuesen pelotas. Con tus palmas abiertas los masajeabas una y otra vez mientras mirabas con deseo mi dura verga aún oculta bajo el bóxer rojo. Entre dos de tus dedos aprisionaste primero el pezón izquierdo y lo rozabas y friccionabas sin para. Continuabas moviéndote al ritmo de la música pero cada vez tus gestos y posturas eran más sensuales. Noté el primer síntoma de humedad en el bóxer: miré fugazmente a mi entrepierna y una pequeña mancha de líquido preseminal se había extendido sobre la prenda.

Repetiste la misma acción con el carnoso y oscuro pezón derecho llegándolo a pulsar hacia dentro como si fuese un botón. Un fuego abrasador se había apoderado ya de mi cuerpo. Deseaba que te desnudaras del todo y que me mostraras tu ardiente sexo y tu culo macizo.  Pareció que me leíste el pensamiento porque segundos más tarde te agachaste y te quitaste las zapatillas deportivas que calzabas. Inmediatamente te abriste el botón de tus jeans y bailaste unos segundos moviendo tu cintura liberada del cierre del botón. Con lentitud fuiste bajando la cremallera hasta dejar abierta la parte delantera de la prenda. Metiste varios dedos entre la cinturilla del jeans y tu piel y con una parsimonia y provocación enormes deslizaste el pantalón desde tu cintura hasta medio muslo, sin dejar de mirarme a los ojos. Sonreíste al ver la cara que puse cuando vi aparecer tu coño ya desnudo y completamente depilado. No llevabas braguitas bajo el jeans, pero sí las medias negras con liguero que sabes que me vuelven loco. Tu sexo se veía húmedo: estabas tan excitada como yo sólo por el hecho de hacerme ese baile tan caliente. Empezaste a hacer flexiones, a ponerte en cuclillas y volver a incorporarte. Tu vagina se te abría de par en par cada vez que te agachabas y me ofrecías una visión perfecta de tu clítoris mojado.

Me hiciste un gesto para que me quitase el bóxer y así lo hice. Mi verga salió como escupida de la ceñida prenda. Tiesa, venosa, hinchada, con toda la piel tensa, así me la pudiste ver en cuanto quedó al descubierto. Te deleitaste unos instantes mirándola con atención antes de darte la vuelta y mostrarme tu majestuoso culo. Lo movías sin parar hacia un lado y hacia otro con esas nalgas y esa rajita que me daban ganas de devorar. Inclinaste tu torso hacia abajo y te quedaste con el culo en pompa. Separaste un poco más las piernas y pude contemplar desde atrás tu precioso coño abierto y las gotitas de flujo que salían de él y resbalaban por la cara interna de los muslos. Contoneabas tu trasero siguiendo el compás de la música y yo ya no aguantaba más. Necesitaba follarte, penetrar esos dos agujeros que me estabas mostrando de forma tan traviesa.

- ¡Deseo follarte, no me tortures más, por favor!- te pedí desesperado.

Dejaste que la música siguiera sonando pero detuviste tu baile. Te acercaste a la cama, me diste un beso apasionado en los labios y me dijiste:

- No me vas a follar tú, mi vida; te voy a follar yo a ti.

Con las medias puestas te subiste a la cama, me agarraste mi miembro empalmado y lentamente te fuiste sentando sobre mi verga. Fue una delicia notar cómo mi pene iba entrando en tu coño, cómo me lo ibas empapando y pringando con tus flujos, sentir el roce de todas tus terminaciones vaginales rozando mi glande hasta que mi miembro quedó encajado dentro de tu cuerpo. Iniciaste un suave y delicado botar sobre mi polla, primero despacio arrancándome los primeros suspiros de placer. Tus nalgas impactaban sobre mi bajo vientre mientras que te movías, incesante, hacia arriba y hacia abajo. Eché mis brazos hacia tus tetas y con cada mano cubrí uno de tus pechos. Los tocaba, los palpaba lleno de gusto, los apretaba, jugueteaba con tus pezones. Tú, por tu parte, girabas tu culo sobre mi polla haciendo círculos provocándome una sensación de tensión en mi miembro pero a la vez de placer increíbles.

- ¡Acelera un poco, bota más, amor, fóllame hasta que explote de placer!- te pedía extasiado.

Aumentaste el ritmo y cabalgabas metiendo hasta lo más profundo de tu ser todo mi pene convertido en un auténtico tubo de hierro por su dureza. Gemías complacida y rompiste a sudar, como pocas veces te había visto, por el esfuerzo y por la calentura que tenías.

- ¡No dejes de tocarme las tetas, me encanta cómo lo haces!- exclamaste.

Proseguí con mi fuerte masaje unos minutos más a la vez que tú volvías a incrementar el ritmo y la intensidad de tu cabalgada. Pero ahora empecé a colaborar: con mis caderas me impulsaba y empujaba mi polla hacia dentro de tu coño haciendo más efectivos todavía cada uno de tus movimientos. Me estabas dejando la verga cubierta de flujo blanco, ese flujo similar a la nata que chorrea de tu sexo cuando estás en plena faena y no puedes reprimir tu excitación. La habitación estaba impregnada de un intenso olor a sexo, a sudor, a fluidos corporales. Solté al fin tus pechos para acariciarte los muslos cubiertos por las medias. La sensación de suavidad que daban esas caricias era enorme. Sentía mis testículos hinchados, cada vez más duros. Diste un último acelerón en tus movimientos y te levantaste. Querías cambiar de postura. Te sentaste en la cama y con tus dos pies atrapaste mi miembro mojado. Empezaste a masturbarme moviéndolos de abajo a arriba. Cuando noté el roce de tus pies, la sedosa suavidad de las medias sobre mi verga, se me escaparon varios gemidos. Apretaste un poco más, casi estrangulando mi polla entre tus pies. Con los dedos de los mismos comenzaste a acariciar mi glande.

- ¡Ahhh…arrghhhh, por favor, ahhhhh, síííííííí…Como sigas me correré, amor mío!- grité enloquecido por el placer.

- No te vayas a correr fuera. Quiero que llenes de leche el coño de tu puta, la que baila para ti, la que cabalga y te folla, la que te masturba tu miembro. ¡Llévame al orgasmo! ¡Córrete conmigo!- me ordenaste.

Rodeaste con tus piernas mi cintura haciéndome una especie de llave y mi polla quedó metida entera dentro de tu sexo. Comencé a bombear con todas mis fuerzas en un mete y saca veloz y enérgico. Mi pene se deslizaba sin oposición alguna dentro de tu abierta vagina que no paraba de soltar líquido.

- ¡Más rápido, más, más! - me pediste.

Aceleré ya todo lo que pude dejándome hasta el último gramo de fuerza que me quedaba. Una vez, dos, tres…..hasta casi veinte veces te clavé mi mástil de carne dentro hundiéndolo en tu interior. No aguantaba más, me iba a dar algo, estaba extenuado.

- ¡Ya llega, un último esfuerzo, amor, un par de veces más!- exclamaste entre alaridos.

Al límite de mi resistencia logré embestirte duro varias veces más hasta que mi leche comenzó a salir disparada rociando e inundando tu coño envuelto en fuego abrasador.

- ¡Ahhh….me estoy corriendo, me corrooooo, arrggghhh, sííí…- gritaste casi al unísono conmigo mientras sentías mi blanco esperma llenando hasta el fondo toda tu hambrienta y sedienta vagina.

Nos abrazamos los dos manteniendo la postura en la que nos habíamos corrido. Estuvimos así varios minutos, dejando que mi semen quedase bien dentro de ti y no se perdiese ni una sola gota. Cuando al fin te saqué mi miembro le diste una buena chupada para probarlo una vez más.

- Me encanta el sabor de mi macho- me dijiste.

- Y a mí el de mi puta- te repliqué después de pasar en varias ocasiones mi lengua por tu clítoris y tus labios vaginales.

Nos recostamos al fin sobre la cama y ni siquiera te quitaste las medias para dormir. Después de unos minutos tiernos, llenos de piropos, besos y caricias, caímos vencidos por el cansancio pero soñando los dos con nuestro próximo, salvaje y muy sensual juego.

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