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Arrepentidos los quiere Dios (Capítulo 31)

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Capítulo 31

 

Dos días después Sergio se presentó en casa, tal como me anunció su sacristán. Le noté eufórico, muy animado y optimista, por lo que supuse que las cosas con respecto a mí, serían favorables.

--Bien Manolita, ya me tienes otra vez aquí, y con muy buenas noticias.

--Me tienes en ascuas. Cuenta, cuenta.

--Mejor comemos, y en la siesta te lo notifico.

Decirme lo de la siesta y "mojarme", fue todo uno. El enorme falo de Sergio me traía por la calle de la amargura, y no podía quitármelo de la mente.

Ordené a Conchi (la sirvienta) que nos sirviera la comida.

--¡Pero qué coño es esto! Exclamó con cara de disgusto, al ver la cazuela de barro, y un porrón de un vino clarete, que parecía más agua turbia que vino.

--Sopas de ajo, cariño. ¿No me dijiste ayer que hay que sacrificarse en esta vida, para ganar la dicha en la otra?

 --¡Manolita! Bromas conmigo no. Mira que me levanto y me voy. Con las cosas de comer no se juega.

--La palabra del Señor hay que saber interpretarla en su justa medida. Dios escribe derecho pero con los renglones torcidos. No nos pide sacrificios absurdos que a nada conducen. Se refiere a los sacrificios terrenales, no a la renuncia de los bienes que ha creado en la tierra  para goce y disfrute del ser humano.

No se trata de la renuncia de lo que le sobra a uno para servir al que le falta. Y a ti te sobra jamón y buen embutido para satisfacer los deseos de un hambriento.

No quería volver a entrar en disquisiciones filosóficas, por lo que tenía previsto un plan "B" por si fallaba este; poniendo una cara de complicidad, me dirigí a Conchi que esperaba mis órdenes.

--Niña, trae el complemento de la sopa de ajo.

Los ojos le hacían chiribitas ante la bandeja de embutidos que ponía al lado de la cazuela de barro y la botella de vino Vega Zacatena del 78.

--He leído en una revista de gastronomía, que  para acompañar al embutido, no hay cosa mejor que las sopas de ajo. Le dije convencida.

A la vez que engullía una cucharada de la sopa, se metía un taco de jamón de Guijuelo que casi no le cabía en la boca.

--Tienes razón Manolita, combina perfectamente el pan con el saborcillo a ajo con el jamón. Te felicito.

Esperé a que terminara de comer; yo apenas sin probar bocado; estaba deseosa de escuchar sus noticias.

Se limpió la boca de la forma tan genuina que sabe hacerlo, y me dijo.

--Manolita, vamos al salón, prepara otra copa de ese magnifico coñac, y te cuento. No, mejor vamos a tu habitación, y te lo explico allí con más tranquilidad.

Dije a Conchi que se fuera y que no volviera hasta la hora del telediario de las nueve.

Estaba intrigadísima, de repente me propone acostarnos, cuando antes de ayer me dijo que no podía por la salvación de su alma. ¡Desde luego, que los designios del Señor si que son indescifrables!

Dicen algunas mujeres que no les importa el tamaño del miembro viril del hombre. ¡Bueno! si se ama con el alma y el corazón, es comprensible, ya que el amor está por encima del sexo, y basta una mirada del hombre amado para sentirte llena de él.

Pero si se trata de "echar un polvo" con un tíobueno como el cura, yo aseguro, que donde esté un  hermoso miembro viril de más de veinte centímetros, y bien grueso, que se quite uno de catorce.

No lo puedo remediar. Ver a Sergio desnudo es algo que me produce tal excitación que me traslada a paraísos inéditos. Me conmueve, me emociona y me descompone.

Se tumbó boca arriba en la cama. Yo me estaba bajando las bragas y temblaba de emoción al ver aquel mástil erguido como el palo de mesana de un barco de vela.

¡Qué me había dado este de cura! Si yo estaba de vuelta de tíos. Me sentía como una novicia a mis cincuenta años, y "el potorro" se me mojaba más que a los quince.

Su esencia es lo que me impresiona; es como una fragancia mezcla de incienso y hierbas del campo, que mezclados con su olor corporal le confiere ese aroma tan genuino, perfume tan embriagador que nunca lo había olfateado a ningún hombre; es algo que se me metía por las fosas nasales y me "ponía a cien".

Me tumbé junto a él, y a la vez que me abrazaba me decía:

--Manolita. He estado hablando con el Señor sobre nosotros...

--¡Ah sí! ¿Qué te ha dicho?

--Que comprende mis inquietudes, mi amor hacia  ti.

--¿Pero me amas de verdad, Sergio?

--Sí, Manolita. Después que me hiciste sentir aquellotan sublime y maravilloso, he decidido colgar los hábitos y casarme contigo. Si tú me aceptas ¡Claro!

--¿Estás seguro? Mira que es una decisión muy grave.

--Lo tengo muy bien meditado; pero si aceptas, sólo te pongo una condición.

--¿Cuál?

--Que vivamos única y exclusivamente de mi patrimonio personal, y de lo que pueda ganar en la vida civil.

--Entonces mi fortuna...

--La donas a la Iglesia. Si me hice cura para amar a Dios en la pobreza, me hago hombre para amarte a ti, y si es menester, te amaré también en la miseria.

Me sonaba aquello más falso que Judas, pero como sólo pretendía satisfacer mis instintos de "hembra en celo", puse cara de gatita mimosa y me dispuse a gozar de aquello que "el Señor había puesto entre las piernas de Sergio para mi goce y disfrute".

Debo decir, que sus piernas son como dos columnas; musculosas y largas como noche cálida de verano. Y el culo... ¡Ay que culo! me lo comía a mordisquitos. Redondito y algo respingón, perfectamente torneados sus glúteos. Sin duda hubiera servido de modelo a un escultor para representar a un ángel.

 Pensaba montarme como la otra vez, pero no, fue Sergio el se montó encima de mi.

Mi delirio, mi locura, mi tormento, fue cuando me rodeó con sus hercúleos brazos que apenas se me veía debajo. Y cuando de sus axilas, que las tenía a escasos centímetros de mis narices, volví a sentir su olor, me envolvió otra vez su aroma, y creí estar en el lago donde se bañan las hespérides.

Me abrí bien de piernas, para que aquellos enormes muslos se pudieran encajar bien ente los míos abiertos hasta el máximo; y cuando sentí su monstruoso falo penetrar "por mis honduras", sitié con mis brazos su cuello, y con mis piernas sus riñones. No quería que se quedara fuera ni un sólo milímetro.

--Dame fuerte cariño... ¡Rómpeme el alma, mi vida..!

No sabía lo que decía, perdí la noción de las cosas, sentía a Sergio tan dentro, que aunque sus palabras de matrimonio no las creía, decidí si era preciso, morir, moriría entre sus piernas.

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