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La tercera oculta

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Que me gustara tanto, hacía que no pudiera decirle que no a nada.

Por eso ni siquiera dudé ante su pedido.

Quería que me escondiera, desnuda, dentro del armario de su habitación.

El llegaría con una chica muy joven, de tetitas pequeñas y pezones rosados, piel como de niña y conchita abultada. La dejaría desnuda sobre la cama y vendría balanceando su erecta pija hasta el armario donde fingiría buscar algo para asegurarse de que estoy adentro y de que lo veo.  Luego dejaría a propósito la puerta entreabierta.  Lo suficiente como para que yo, desde las sombras tuviera un panorama completo de la cama donde él, él que me gusta tanto, hace que la muchachita lo cabalgue con su vergota bien metida. Desde donde estoy la veo de espaldas.  Veo su culo sacudirse, veo los huevos de él sucumbir a cada bajada del cuerpo de ella.  Veo parte de la verga cuando ella sube y parte de los jugos que brillan.  Estoy tan cerca que siento los ruidos del fluidos en la acción.

Y me masturbo pensando que a él lo calienta saber que yo me estoy tocando mientras observo.  Sé que lo calienta saber que yo quisiera estar en lugar de esa chica.  Y a mi me calienta saber que una vez más no va a tocarme.  Terminará y se irá con ella.  Y luego me mandará un mensaje diciendo: espero que hayas acabado rico.

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