Nuevos relatos publicados: 0

Mi mujer

  • 2
  • 31.733
  • 7,77 (61 Val.)
  • 2

Estoy seguro de no haber sido nunca condescendiente con mi esposa, prefiero considerarme realista. Por esta razón, le dejé abierto, como un libro en blanco, cualquier posibilidad sexual que decidiera tener. Tampoco tenía en mente ir a meterme como quien dice hasta la cocina. Nada de eso, bastaba, si acaso lo quería, con que me contara, y, ciertamente, siempre quiso hacerlo, quiero decir, contarme, pues en aquella arrebatada relatoría, nos metíamos en zonas desconcidas que se revelaron de una inimaginada intensidad

Así fue como, una vez, me confesó que.le asaltó una inquietud con respecto de un amigo de la oficina. ¿Un amigo? Dudaba francamente de la categoría, pues se trataba del mismo de siempre, aquel que nunca quitó el dedo del renglón y que, simple y llanamente, siempre se la quiso coger. Mi esposa lo sabía perfectamente y siempre lo rechazó porque no congeniaba con esa idea. Pero ahora, en vista de tanta liberalidad en el matrimonio, pues, nada se lo impedía.Y era verdad. El simple hecho de pensarlo fue como un pinchazo, como el suave veneno de un aguijón. Desde que tuvimos esa conversación, todo fue, consciente o inconscientemente, encaminado en esa dirección

¿A poco aquel no se las olió? ¿Quién no reconoce el aroma a mujer dispuesta? Luego descubrió su mayor debilidad: hablarle, diría, sexualmente. El oido de mi mujer, que se prestaba a cualquier lindura, la mojaba.

Era cuestión de tiempo.

En efecto, como a los tres meses de aquella conversación, mi esposa le dio el sí al susodicho, el sí sin cortapisas y sin rodeos, sin copas o falsas expectativas..Él le dijo donde la esperaba y ella llegó puntual. La llevó a un hotel. No lo hizo sin decirme, todo esto lo hablamos y el día en cuestión me dijo por teléfono que llegaba a la casa..¿como a las seis? Así, mientras me tomo un café, a ella la tienen parada sobre la cama, las manos a las rodillas y los chinos cayendole hacia la cara. Él atrás, regodeándose infinitamente, se mira en el espejo de cuerpo entero junto a la cama, allí está, metiéndosela y sacándosela sin la menor prisa; ablandándola, ensanchándola, poniéndosela como mantequilla. Se la trabajó. Minutos más tarde, mi esposa se entregó y sus gemidos de placer se esparcieron sin pudor por los pasillos del hotel.

Llegó, como dijo alrededor de las seis. Las medias flojas, los mechones sueltos, olor a semen.

(7,77)