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Follarse al mejor culo del cole.

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Valentina tenía las mejores nalgas del colegio y era mi novia. Unas nalgas redondas, alzadas y firmes. Todos querían agarrar esas nalgas perfectas, incluyéndome a mi. Yo que era su novio, no sabía como lo conseguiría. Siempre me imaginaba metiendo mi mano por debajo de su falda y recorriendo sus muslos que se enchinarían como pasaba siempre con las piernas de mis otras compañeras. A veces, sólo mirar su calzón marcado en su falda de colegiala me provocaba una potente erección.

Valentina tenía dos amigas. Karla y Jessica. Karla tenía los ojos verdes, un trasero regular y pechos pequeños. Había sido mi novia en segundo de secundaria hasta que me dejo por un maleante cualquiera, mayor que yo.  El maleante iba por ella a la salida de la escuela y se iban tomados de la mano.

Jessica era un año mayor que todos nosotros, había sido mi maestra en besos, roces y calentones. Nos sentábamos en la banca más alejada al escritorio del maestro. Ella se tapaba con su suéter el pecho o las piernas y se hacia la dormida. Yo, caliente y tembloroso, atravesaba el suéter con mi mano ansiosa en busca de carne, de piel, del calor que se concentraba en medio de sus muslos. A ella se le erizaba la piel y la vagina se le mojaba. Con quince años se perfumaba ya el bollo. Fue la primer braga puesta que toque en mi vida y a la primer mujer que vi con tanga en directo. Pero esa es otra historia. Jessica era de esas mujeres que tienen  la cadera grande y pocas nalgas, tetas generosas y mucho dinero.

Bueno, a otra cosa mariposa. Valentina no era la primer mujer que tocaba. Pero sí era la que tenía el mejor culo de la secundaria y unos pechos encantadores, firmes y proporcionados. Y unos hermosos pezones de cereza.

Empece a salir con Valentina un mes antes de que terminara el último año de secundaria. Nos besábamos entre clases y en la noche hablábamos por teléfono hasta que su papá la obligaba a colgar. Esto transcurrió a lo largo de un mes. Un buen día ella se sentó en mis piernas. Sin preguntar, sin decir una sola palabra,  en mitad del receso. Simplemente lo hizo. Me dio un pequeño beso y postró su hermoso culo, redondo y suave en mis piernas. Yo estaba apunto de eyacular minutos después. Me quería desmayar. Esas nalgas eran de oro y al fin estaban sobre mis muslos. Tanto esperar y listo, ahí, para mí. Una delicia sentir esas nalgas partiéndose en dos sobre mis piernas. Yo olí su cabello y mis manos acariciaron sus rodillas. No dijo nada y me sentí con la confianza de deslizar primero un dedo debajo de su falda y después otro hasta que mi mano entera estaba entre sus muslos. Acariciandole la raja peluda sobre las bragas. Sus piernas eran muy suaves, mis dedos resbalaban con facilidad de arriba abajo. Ella sintió mi erección y contrario a lo que yo pensaba que pasaría, se acomodo de tal manera que su trasero quedó sobre mi pene erecto. No hubo penetración, pero sí mucho roce. Mi otra mano la metí por debajo de su sueter y empece a acariciarle una teta. Y mi huevos queriendo estallar. Ahí quedo todo por ese día. Las semanas que siguieron seguimos con la misma rutina. Y yo tocaba con más cofianza ese bollo mojado y peludo. A regresar a casa, siempre me olía los dedos y nunca me los lavaba para nada. Me masturbaba con ese olor todas las tardes y noches. Muchas pajas, las que fueran necesarias.

Ese día, de regreso a casa le conté a mis amigos mi logro. Todos dijimos que nos masturbaríamos pensando en esa escena que yo había vivido y les había relatado. Y efectivamente, llegando a casa lo primero que hice fue tirarme una de las mejores pajas de mi vida recordando aquellas nalgas sobre mis muslos. Recordando las costuras de sus braguitas  sobre mis muslos. Recordando todas esas veces que subiendo las escaleras detrás de ella me agaché para ver sus nalgas apretadas por su ropa interior, siempre blanca. Esas nalgas que reventaban las bragas o se las terminaban comiendo casí por completo.

Semanas después estabamos los dos desnudos. Yo, sin poder ponerme el condón correctamente. Ella tiesa, inmóvil, mojada, virgen, deliciosa. 

Continuará ...

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