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Ana 1, un regalo del tipo de seguridad

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La primera vez que vi a Ana desnuda, sentí una puntada de decepción. No porque sus formas fuesen menos sensuales de las que imaginaba cada vez que la desnudaba con la mirada, sino porque en mis fantasías, por extraño que parezca, lo que más disfrutaba era bajarle de un tirón las calzas ajustadas que acostumbraba usar, con bombacha y todo, y encontrarme con su voluptuoso culo, el cual le encantaba mostrar con sus prendas bien ajustadas. También me imaginaba arrancándole uno de esos vestiditos floreados, con la espalda desnuda, para luego hacer lo mismo con su tanga, convirtiéndola en hilachas, que guardaría en mi bolsillo como un sexual trofeo. Otra fantasía recurrente era pasarle la mano por debajo de la pollera celeste que usaba con distintas blusas, las cuales representaban sus atuendos más recatados, cosa que solo servía para calentarme más, pensando en cómo sería el contacto de mi mano desesperada con ese trasero respingón y redondo, un trasero tan al alcance de la mano en aquellas tardes en las que me cruzaba con ella en el ascensor.  

Mis fantasías siempre incluían ropa, me moría de ganas de desvestirla, y sin embargo ahí la tenía, completamente en pelotas: su cuerpo pequeño se desparramaba en la cama de dos plazas, estaba despeinada, con los rulos para cualquier parte. La pelvis depilada, por lo que supuse que todo su cuerpo lo estaría, endulzando más el sabor de su piel a cada beso que le daría. Esto me hizo olvidar el detalle de la completa desnudez. De hecho, ya no me importó, porque si bien no iba a poder despojarla de sus ropas, sí podría cumplir las demás fantasías, ya que su actitud de entrega me decía que era de las mujeres que dejaban que los hombres hicieran con su cuerpo lo que quisieran, y ella haría también todo lo que sus hombres le pidieran.

— Ahí la tenés. — Dijo Germán, que llevaba puesto el uniforme azul marino de seguridad, y se le notaba el bulto duro debajo de los pantalones. Eso me hizo caer a la realidad de repente. Tendría que compartirla con él. Ese era el trato.

— ¿qué hace él acá? — preguntó Ana, hablando por primera vez. Se veía sorprendida y enojada, sin embargo no se molestó en taparse con las sábanas, cosa que me entusiasmó.

Germán me venía haciendo la cabeza con Ana desde hace bastante. Yo siempre estuve enamorado de ella. Cada vez que se apagaba el sonido del violín que me llegaba del departamento, que era el que estaba al lado del mío, yo esperaba a lado de mi puerta atento a escuchar cuando saliera, para “casualmente” encontrarme con ella en el pasillo y luego bajar juntos en el ascensor. A veces bajaba con el novio, pero cuando bajaba sola, tampoco podía hablar demasiado, porque me intimidaba mucho. En un año de conocerla sólo conseguí que sepa mi nombre, y  que soy su vecino.

Es una mujer muy sexual. Siempre lo supe, porque se escuchaban los gritos de sus orgasmos a través de las paredes que nos dividían.

Viéndola desnuda esa noche, mientras Germán se arrodillaba sobre su cama, me hizo preguntarme si podría sacarle algunos de esos gritos. Pero me sinceré conmigo mismo y me dije que solo iba preocuparme por satisfacer mis necesidades, de lo otro que se encargue Germán.

Ana me miraba con una expresión rara en la cara, parecía estar drogada, sin embargo se notaba un aire de recelo en sus ojos, aunque no de rechazo.

— ¿Por qué lo trajiste a él, estás loco? — le recriminó a Germán.

— Es un ayudante. — contestó él, mientras la agarraba de los pies y la arrastraba hasta el borde de la cama. — como el pelotudo que trajiste hoy no pudo con vos, por las dudas traje refuerzos, no te quiero dejar caliente. — Luego la agarró de sus rodillas para separar sus piernas, las cuales las mantenía cerrada, cosa que iba durar poco, porque era evidente que Ana no tenía la suficiente fuerza para evitar ceder ante los gruesos brazos del otro.

— me acabo de tomar un ribotril, no voy hacer nada yo. — dijo ella. —  te dije que solo subieras para chuparme la concha. Quiero acabar y ya.

Efectivamente eso fue lo que le dijo con un menaje de WhatsApp. Hace rato que Germán me venía haciendo la cabeza con ella. Yo pensaba que de hijo de putas nomás, para darme celos. Desde que se peleó con el novio se la veía bastante seguido parada al lado del escritorio del personal de seguridad, donde día por medio estaba él. Una vez, mientras ella se iba, yo estaba saliendo del edificio, y como para darle charla y sacarle información le digo a Germán: “linda chica eh” su respuesta fue rápida “y no sabés cómo la chupa”. Lo tomé por broma, pero aun así fue como un baldazo de agua fría. Sin embargo, en un juego masoquista quizá, decidí acercarme a él, entrar en confianza y sacarle información. No me costó mucho. Germán es de los que les gusta contar sus conquistas, y la de Ana no era una conquista mas, como dice él mismo, es el culito más codiciado del edificio. Me mostró varios mensajes picantes que se mandaban, de los cuales los más tranquilos eran del tenor de “no veo la hora de acabar en esa carita de ángel” o “a la medianoche vas a saber lo que es coger, putita”.

Pero pese a la actitud machista y despreocupada que demostraba Germán, la verdad es que estaba enamorado de ella. Por eso le dolió tanto lo que sucedió ese mismo día en que yo atravesé la puerta de su habitación para encontrármela en pelotas.

Resulta que Ana se había visto con otro tipo ese día, y Germán se enteró de casualidad por boca del encargado del edificio. Luego de una fuerte discusión telefónica, Ana confesó el hecho, cosa por la que no se sentía culpable, porque él no era su novio. Entonces, luego de que él insistiera en subir para hablar cara a cara, ella sabiendo que lo que él quería era una sola cosa, le envío el legendario mensaje que cambiaría mi vida: “si subís, podes sólo chuparme la concha hasta que acabe, e irte?” Javier me mostró el mensaje, mientras yo llegaba a las diez de la noche de mi trabajo. Estaba muy enojado, pero aun así le contestó que sí, pero que tenía que esperar dos horas, porque recién a la medianoche era cuando no había movimiento  en el edificio y así no corrían el riesgo de que lo descubran ausente en su puesto. A lo que ella contestó: necesito acabar ya! Germán hervía de ira pero le contestó que sí, que en cinco minutos subía.

No me quedaba claro por qué me contaba y mostraba todo eso. Se me ocurrió que pretendía que lo cubra abajo, en la portería, avisándole si sucedía algo por lo que tenga que bajar urgentemente, pero estaba muy equivocado.

— ¿vos estás enamorado de Ana no? — me preguntó. Yo me quedé sin habla. — ya sé que sí. — se respondió sólo. — mirá, Ana no es para vos. Es una puta. Hoy trajo a un tipo y se lo cogió teniéndome a mí acá. Se coge a medio mundo y después te trata como basura. Mira, vamos a hacer esto: vos subís conmigo. — yo estaba callado pero ahora realmente me quedé sin habla. —Ella me está esperando en pelotas con las piernas abiertas. Quiere que le chupe la concha sin decirle nada, que la haga acabar y me vaya sin discutir, pero vamos a subir y nos vamos a enfiestar con esa putita.

No vale la pena que enumere todas las dudas que tuve mientras me hablaba, porque en definitiva cedí.

La puerta del departamento estaba abierta. Era la costumbre que tenían: quitarle la llave y abrirla apenas, para que él pueda entrar rápidamente, sin exponerse a que lo vean algunos de los otros vecinos.

Pero esta vez entramos los dos. Cruzamos el corto pasillo, pasamos el baño, y ahí estaba la otra puerta abierta, la de su habitación, con Ana en bolas.

Finalmente Germán, tras un último intento, logró mantener las piernas de Ana abiertas el tiempo suficiente como para enterrar entre ellas su barbuda cara. Yo estaba parado en el umbral de la puerta, todavía tímido, aunque sabía que ni loco me iría de allí. Germán me hizo un gesto con la mano.

— Dale flaco, toda tuya. — dijo, como invitándome a comer, y volvió a lo suyo.

Ana estaba desganada. — no quiero hacer nada yo. — dijo casi suplicándome. Sin embargo ese comentario estaba lejos de ser un rechazo. Se recostó sobre la cama e inclinó su cabeza a un lado, como queriendo dormir. Sin embargo cada tanto se percibía el espasmo de su cuerpo y se escuchaba un leve gemido cada vez que la lengua de Germán embestía contra su clítoris.

Era todo el asentimiento que necesitaba.

Abandoné mi actitud observadora, me acerqué y en la semipenumbra vislumbré claramente su cuerpo. Su piel blanquísima estaba manchada por muchos lunares y pecas, principalmente en su pecho, por encima de la unión de sus tetas. Agarré una de ellas. Era suave y blanda, pero firme. El pezón rozado. Ella salió de su sueño fingido y me miró a los ojos, resignada. Apreté su teta, acerqué mi cara al otro pecho, todo su cuerpo despedía un agradable aroma dulzón, así que cambié de parecer, froté mi nariz oliéndola como un animal, desde el cuello hasta su ombligo encontrándome con la cabeza de Germán que no se cansaba de chupar y repetir cada tanto “ves que te gusta putita”, luego repetí la acción hacía arriba mientras una de mis manos seguía fiel, manoseando su teta, ultrajándola. Ella parecía indiferente, cosa que extrañamente me excitó más. La idea de poder hacer lo que quisiese con ella, sin tener su verdadero consentimiento me calentaba muchísimo. Ciertamente mis últimas fantasías no eran muy románticas, y muchas veces desperté mojado luego de soñar que entraba a su departamento furtivamente, para violarla mientras dormía.

Llegue a la teta que no estaba ocupada con mi mano y la devoré. Me la metí casi entera en mi boca, era bastante grande teniendo en cuenta la baja estatura de Ana. Todo su cuerpo era muy pequeño, pero compacto. Era muy fácil acariciarla por completo con una sola mano, yendo desde la cara, hasta sus fuertes gambas. Repetí lentamente este gesto, despacio, disfrutando cada centímetro de su piel, mientras seguía mamando de su dulce teta. El contacto de mis labios con su pezón me resultaba delicioso. En un momento los apreté con fuerza, sólo con los labios, pero fuerte. Entonces sentí cómo se retorcía su cuerpo. Abandoné esa delicada redondez por un segundo y mi mirada encontró la suya, pero no había atisbo de dolor en su expresión, de hecho, en sus grandes iris marrones ya había desaparecido el aire de resignación, siendo reemplazada por un gesto de hambre y excitación. No estaba seguro si se debía a mí o a la lengua incansable de Germán, así que volví a apretar el pezón, esta vez usando los dientes, midiendo mi fuerza, para que sea suficientemente doloroso, pero sin dañarla. Esta vez emitió un gemido, y de un segundo para otro me encontré con que sus pechos estaban rígidos y sus pezones duros y puntiagudos.

—Ves que te gusta puta. —repetí la frase favorita de mi amigo y me encantó decirla. La idea de insultarla sin temor a una represalia, me gustaba tanto como la de cogerla sin su previo consentimiento. — Puta. — repetí. Y puse mi cara frente a la suya para ver si se atrevía a quejarse. —Puta. — su cara era hermosa. Su deslumbrante cuerpo desnudo me había hecho olvidarme de ese rostro, que fue en definitiva lo que me enamoró de ella: la nariz pequeña resultaba encantadora debajo de su frente despejada, —Puta. — la boca, de labios finos, rosados, sensuales. — Puta. Seguía diciéndole mientras metía mi pulgar adentro de su boca. La oreja era diminuta, y sus ojos marrones, hermosos. Aunque no eran sus ojos lo hermoso, sino más bien su mirada. — Puta. —ella intentaba detener el avance de mi dedo, pero débilmente, ni siquiera se animaba a morder. Esto me calentaba más. — putita hermosa. —mis dedos se hunden en su lengua y se llenan de su sabrosa saliva. De todo el tiempo que llevo conociéndola, siempre amé su rostro. Me gustaba verlo aún más que a su culo escultural. Siempre detecté en su mirada una tristeza profunda, una carencia de algo. Ahora sé que estaba equivocado, esa carita, en apariencia tímida y deprimida, escondían su insaciable apetito sexual. Ahora, la necesidad de protección que me inspiraba antes, era reemplazada por una salvaje lujuria.

Quería estar adentro suyo. Primero le di un beso. Le metí la lengua violentamente, devorando la suya. No había ningún sabor intruso, sólo su lengua bañada de la limpia saliva, exquisita.

Ya no aguantaba más. Me saqué la camisa y volaron varios botones a cualquier parte. No me importó. Me saque las zapatillas y las medias. Germán ya me había ganado de mano. Estaba en bolas poniéndose el forro. Por unos instantes me había olvidado de él, lo que me pareció genial, ya que podíamos compartir a Ana sin molestarnos. Me desabroché el cinturón. Solo entonces, cuando lo liberé, noté lo hinchada que tenía la pija. No pude evitar notar que el tronco de Germán era muy largo. El notó mi mirada y procedió a penetrarla con orgullo, suave. Ella gimió de placer, ya entregada a él. Yo me bajé el pantalón y los bóxers, los cuales salieron volando a los pies de la cama. Mi pija no era tan larga como la de mi compañero, pero no tenía nada que envidiarle, su grosor era suficiente para que se haga sentir dentro de cualquier mujer. Me sorprendió la cantidad de semen que ya desbordaba de ella.

Me paré, apoyando los pies a ambos lados de la cabeza de Ana, que se sacudía inevitablemente, por cada embestida del otro, que iba aumentando la violencia de las penetraciones muy gradualmente. Me senté de cuclillas encima de ella, apuntando mi lanza a su boca, la cual permanecía neciamente cerrada. A pesar de haber cedido a la pija grande de su amante, seguía reticente a entregarse a mí. Agarré la delicada carita con una mano, apretando fuerte a cada lado de la mejilla.

— si ya te estamos cogiendo putita. ¿Ahora te vas hacer la difícil? — fue mi argumento para bajar sus defensas.

Me miró con rencor, pero insistí. Acerqué más mi pija, hasta que chocó con los labios que seguían cerrados. El semen transparente que ya se me había escapado, se untó en sus labios, dándoles un brillo precioso. Pensaba que con una de las embestidas de Germán iba a abrir la boca, pero cada vez que gemía apretaba más los dientes. Su testarudez me volvía loco, en el buen sentido.

Apreté más su cara, sintiendo sus dientes. El dolor la obligó a ceder.

No se molestó en chupar ni lamer, pero no me importó, mi pija entraba bañándose de su saliva, llegando casi hasta la garganta, hasta que ella se ahogaba y golpeaba mis piernas para que saliese. Cosa que hacía solo para volver a entrar.

Por momentos, la cogida de Germán era tan brusca que ella me mordía, pero apenas lo sentía. Solo me limitaba a señalar su negligencia y Ana abría más la boca para recibir mi miembro hasta casi comerse las bolas.

No era un pete, me la estaba cogiendo por la boca, y me encantaba. La pija brillaba, empapada. Ana se retorcía en cada penetración de la enorme pija de Germán, que repetía: “ves como te cojo puta, ves como te cojo”. Por desgracia no duré mucho. Ya estaba al palo desde que subía por el ascensor con Germán, imaginando lo que vendría. Me dispuse a masturbarme encima de su cara. Ella hizo un ingenuo intento de taparse con las manos, cosa que neutralicé fácilmente sacando una de sus manos con la mía, mientras que a la otra la mantenía apretada contra el colchón con mi rodilla. Por fin pareció resignarse, pero como no quería que en el último momento diese vuelta la cara, usé mi pierna libre para apresar su otra mano, y teniendo las dos manos liberadas mientras con una me masturbaba, con la otra le agarraba la carita, asegurándome de que estuviese boca arriba. Sus ojos hambrientos me miraban apáticos mientras mi leche salía a chorros, bañando su dulce rostro.

Me sorprendió la cantidad enorme que expulsé. La mayor parte cayó encima de su boca, pero pequeñas gotas se desparramaron tanto en su pelo como en sus pechos.

Germán todavía seguía montándola. Sentí envidia. Pero me confortaba ver la cara de esa mujer tan singularmente hermosa rociada con mi leche, me parecía la imagen más bella del mundo. Luego se me ocurrió la idea menos original del mundo, y sin embargo era tan tentadora que no pude dejar de hacerlo:

Empecé untando con mi dedo índice el semen desparramado en sus tetas. “no”, gritó ella, que sabía lo que venía. Pero con un suave cachetazo y un “cállate puta” se tranquilizó. Llevé el semen hasta que se juntó con el montón que rodeaba su boca y lo arrastré hasta la abertura de los labios, los cuales cedieron esta vez sin mucho esfuerzo. Claro que no se lo tragó, como buena puta sabía del tema. Lo mantuvo en su boca hasta que Germán finalmente acabó encima de su ombligo y fue a bañarse y a escupir todo lo que le quedaba en la boca.

Germán volvió a su puesto, y yo volví a mi departamento, dejando a Ana sola en el baño, limpiándose de tanta leche recibida. Podría haberme quedado más tiempo a solas con ella y hacer con su cuerpo lo que quisiese. Pero por en un momento, toda lo que acababa de pasar me impactó tardíamente, pero con tanta contundencia, que necesite salir de ahí para despejar mi mente y volver a la realidad.

Sin embargo ahora conocía a Ana, era una mujer que fingía ser difícil, pero cuando se la arrinconaba, era fácil dominarla y poseerla. Ya se me ocurrirían excusas para estar a solas con ella, y esta vez no me conformaría con penetrar su boca.

(9,25)