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Viaje de placer en el Caribe (CAP. II)

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Continuación.

 

Después de tres días de relax, disfrutando de los servicios del hotel (piscina, sauna, jacuzzi, masajes, etc.…), mi marido tuvo que viajar a Santiago de los Caballeros, San Pedro de Nacorís y otras ciudades, para contactar con diversos empresarios, motivo de nuestro viaje. Yo no le acompañé, creímos ambos que así él podría aligerar su gestión y regresar antes para estar conmigo.

Bajé a la piscina con un bañador de cuerpo entero de color negro.  Era de talle alto y mis nalgas quedaban al descubierto y delante un gran escote bajaba en pico casi hasta mi ombligo, dejando visualizar mis pechos al menor movimiento. Me veía estilizada y elegante y pronto noté sobre mí las miradas de varios hombres, que, acompañados de sus esposas, disfrutaban del baño en la piscina del hotel. Estaba en una tumbona enfrascada en mi lectura y tomando el sol, cuando un camarero se acercó ofreciéndome un cóctel. Es una atención de D. Mario, dijo señalando a un señor mayor, vestido elegantemente con traje blanco y sombrero.  Me estaba mirando y le hice un gesto de agradecimiento. Pasado un buen rato, el caballero se acercó para saludarme diciendo cómo una mujer tan bella podía estar tan solitaria.  Le agradecí el cumplido y le expliqué que mi marido había salido de viaje por negocios y regresaría en unos días.  Me pidió le acompañara en el almuerzo, detestaba comer solo.  Acepté su invitación y me disculpé para subir a la habitación a cambiarme y acompañarle en la comida.

Me puse un vestido de falda larga y discreto, cuando entré en el restaurante me esperaba en su mesa.  Durante la comida me contó que era un hombre influyente, tenía participación en la propiedad del hotel, nunca se había casado, aunque había tenido muchas parejas, pero no había encontrado la mujer ideal para compartir su vida.  Se confesaba admirador de la mujer, pero no creía en eso de amor para toda la vida, decía que el amor duraba lo que la pasión y terminada esta, las parejas llegaban a odiarse, por eso siempre puso fin a sus relaciones antes de que la atracción se agotara, de esta forma siempre quedaba un hermoso recuerdo de las mujeres que amó y disfrutó.  Presumía de haber sido buen amante y había disfrutado de buen sexo toda su vida y a la vez había hecho gozar a las numerosas mujeres que habían convivido con él, un más tiempo que otras. Me confesó hacía tiempo que no tenía erecciones, debido a que un grave problema de próstata le obligó a sufrir una operación quirúrgica muy agresiva, ello le había llevado a aprender que en el sexo lo más importante era el erotismo, la falta de relación sexual física lo suplía con sensaciones, estímulos, experiencias, que le hacían recordar y sentir momentos excitantes, sin necesidad de la penetración y eyaculación, para  él imposibles, pero  actos físicos no necesarios que solo eran resultado final  de la culminación  de alcanzar el clímax.

Por su forma de hablar me atraía y me hacía sentirme a gusto con él. Su teoría del sexo y el erotismo me había excitado y me sentía molada.  Al ver cómo le escuchaba con atención, debió creer era la hembra adecuada para sus juegos eróticos y eso creo le indujo a invitarme a experimentar junto a él, de sensaciones y estímulos que jamás habría sentido.  Se ofreció a hacerme vivir momentos irrepetibles, diferentes, estímulos que la gente normal no explora porque no se atreve o desconoce, pero quienes lo practican llegan al clímax a través del arte de lo erótico, algo insustituible e inalcanzable para la mayoría.  Acepté su invitación deseosa de comenzar a vivir aquella experiencia que me ofrecía este sabio anciano, pero aún tendría que esperar varias horas hasta la noche, en que él pasaría a recogerme al hotel.

Me despedí y volví a mi habitación aturdida y excitada por las palabras de D Mario, me tumbé en la cama y jugué con mis dedos hasta venirme en un delicioso orgasmo.  Fantaseé con multitud de situaciones morbosas, pero no podía imaginar las vivencias que me esperaban en la noche.

Al caer la tarde y a la hora prevista, me llamaron de recepción anunciándome que D Mario esperaba en el vestíbulo. Me había puesto un vestido de falda hasta la rodilla, con vuelo, ajustado el talle y en la parte superior cerrada con botones, debajo solo un minúsculo tanga y sin sujetador.  Me esperaba a la salida de los ascensores, le besé en la mejilla y cogiéndole del brazo salimos al exterior.  Entramos en su coche y recorrimos un pequeño trayecto hasta un restaurante donde fuimos recibidos por el dueño, que saludó a D Mario con mucho respeto y reverencia, acompañándonos a la mesa que íbamos a ocupar.  La cena fue exquisita, regada de buen vino, licor en los postres deliciosos y amenizada por una conversación excitante, siempre subida de tono y contenido sexual.  Empezaba a admirar a aquel anciano que sabía llevar su edad disfrutando de los placeres que otros no sabían hallar, cada vez me sentía más atraída por él.

A la salida del restaurante esperaba a la puerta el chófer, iniciamos en coche el recorrido por la Avenida del Malecón, despacio, contemplando los edificios y las gentes, a la vez que D Mario me explicaba cada cosa que llamaba mi atención.  Vimos un grupo de chicos y chicas que bebían al tiempo que escuchaban música y gastaban bromas, parecían pandilleros.  D Mario mandó parar el coche y llamó a un muchacho: "Kelvin", gritó. Se acercó un joven como de 22 años y saludó:

"Buenas tarde Doctor".

"Te gusta mi amiga europea"

"Es muy hermosa, me gusta mucho"

 D Mario desabrochó los botones de mi vestido de la parte superior dejando mis pechos al aire. "Puedes tocarlos" ordenó.  El joven puso sus manos en mis tetas y las acarició por un momento hasta que D Mario le ordenó parar.  Acto seguido levantó mi falda dejando al descubierto mi tanga.

"Huele la vagina de la señora". El chico obediente bajó a olerme.  Le preguntó si le gustaba el olor de hembra y el muchacho contestó que olía rico la panochita de la señora.  Le dijo podía lamerme por encima de la tela, el chico se bajó a hacerlo, pero con picardía metió la lengua por un costado y lamió directamente mi rajita pasando su lengua por entre los labios, que empezaban a abrirse de excitación.

" ¿Te ha gustado muchacho?"

"Mucho doctor, su amiguita blanca sabe muy sabroso".

"Si sigues portándote bien conmigo un día te ofreceré una hembra como esta para que la disfrutes".

"Gracias, sabe que siempre puede contar conmigo"

Seguimos hacia la zona portuaria y encontramos algunas chicas vestidas de forma provocativa.  D Mario me explicó se trataba de jineteras en busca de turistas. Mandó parar el coche cerca de una mulata alta, de cuerpo escultural, no tendría más de 20 años, melena larga, vestía un top de color blanco ceñido marcando sus pezones y una falda roja con abertura a un lado, que al andar se abría mostrando una de sus piernas torneadas exhibiendo un muslo perfecto.

"Altagracia" gritó D Mario.

Ella se volvió y al reconocerlo se acercó presurosa a saludar, me presentó como una amiga que estaba de visita. Al contestar a mi saludo descubrí se trataba de una transexual.  D Mario subió el top de la chica dejando al descubierto sus tetas, pequeñas pero duras, sus pezones erectos y oscuros.  Me ofreció acariciarlas y me estremecí al sentir su piel al contacto con mis manos.  Seguidamente llevó mi mano a la abertura de su falda y me topé con su pene en estado de flacidez.  Mis caricias reavivaron aquel miembro que empezó a crecer hasta un tamaño considerable, su erección iba en aumento y no pude evitar sacarla al exterior para disfrutar de su visión.  ¡Cómo me hubiera gustado disfrutar de aquella maravilla!, pero D Mario se despidió diciéndole que un día la llamaría para que fuera a visitarle.

Seguimos nuestro paseo hasta llegar a un local con luces de neón, un letrero anunciaba Sala de Fiestas. Al abrir la puerta del local, un golpe de aire viciado nos inundó comprobando la atmósfera contaminada de aquel guariche. La estancia que se podía vislumbrar, entre la penumbra y el humo del tabaco, parecía amplia. Aquello olía a humanidad, tabaco, alcohol, sexo. Lo más iluminado era una pista de baile, donde se movían con ritmo sensual varias parejas, al lado de un entablado ocupado por cinco músicos tocando un ritmo parecido al merengue, D Mario me aclaró se trataba de "perico ripiao", una música más primitiva difícil de escuchar, salvo en locales como aquel de clase humilde. El dueño saludó a D Mario y nos acompañó hasta una mesa junto a la pista de baile, ocupada por dos hombres, les hizo desocuparla, la limpió y nos sentamos. D Mario sacó unos billetes, le dijo algo al oído y se los entregó. Al rato volvió con una botella de ron y tres vasos.

No tardó en aparecer un hombre de unos 50 años, enjuto, fibroso, con rasgos duros en la cara, supongo fruto de una vida de sacrificio y duro trabajo, parecía marinero. Se sentó a mi lado, después de saludar con respeto a D Mario y bebió de un golpe un vaso de ron. Yo estaba ensimismada viendo bailar a las parejas que había en pista, moviendo sus cuerpos de forma sensual y frenética, con movimientos que llegaban a ser pornográficos. Absorta en el espectáculo que me ofrecían, el hombre me cogió por el brazo y me llevó a la pista, una vez allí llevó su mano a mi cintura atrayéndome hacia él, pegó mi cuerpo al suyo y empecé a moverme siguiendo los pasos que me marcaba. La alta temperatura y el baile tórrido y sensual me provocaba sudor y sentía excitarme por momentos, mi cuerpo mojado se pegaba al del hombre que repasaba con sus manos todo mi cuerpo, al ritmo de aquella danza que disimulaba el acto carnal. Mi pubis se frotaba en su muslo metido entre mis piernas o sentía su bulto contra mi cola en movimientos simulando la penetración. Así bailamos sin parar durante un buen rato, sentía me faltaba el aire para respirar.

El hombre me fue apartando de la pista al ritmo de la música, hasta llevarme al fondo de la Sala donde me tumbó encima de una mesa en total oscuridad. Abrió la parte superior de mi vestido rompiendo los botones y saltando mis tetas fuera, se lanzó a lamerlas, a chupar mis pezones, mientras su mano me abría las piernas y rompía el tanga dejándolo caer. Sus dedos empezaron a taladrarme el sexo sin consideración para abrir camino, algo innecesario pues hacía rato se encontraba lubricado y dilatado a la espera de una verga que aplacara el volcán en erupción. Agarrándome de los tobillos me deslizó hasta el borde de la mesa, colocó mis piernas en sus hombros, desabrochó su pantalón que cayó al suelo, apareciendo su miembro duro y erecto, presionó su capullo entre los labios, ya abiertos desde hacía rato esperando la visita de una verga caritativa que cubriera la necesidad provocada por las sensaciones y estímulos recibidos a lo largo de la noche. Me la metió de un golpe y empezó a darme con todas sus fuerzas. "Que rica panocha tienes puta". "Este cabrón te va a dar la mejor follada que has recibido en tu vida".  Esas y otras obscenidades mezcladas con la música me hacían desear más su polla que no cesaba de darme placer. Abrí los ojos y vi la silueta de D Mario contemplando el espectáculo y eso me excitó aún más, no dejé de mirarle en todo momento deseando fuera el que me follaba. Sabía me estaba gozando y quería sentirme muy puta para él. Me entregué a aquel hombre asqueroso sintiendo me entregaba a D Mario. Sentí los espasmos de aquella verga inundando mi vagina, sus chorros intermitentes llenándome de esperma y me vine en un orgasmo bestial, infinito, donde las palpitaciones de mi almeja se acompasaban a los espasmos del macho.

El tipo se retiró subiéndose los pantalones y yo me quedé aturdida, sin moverme, tratando de recobrar el ritmo vital y la respiración. Otro tipo se acercó con la verga en la mano, dispuesto a metérmela, pero D Mario se lo impidió, colocó su chaqueta sobre mis hombros y pasando su brazo por encima me sacó a la calle, una bocanada de aire fresco me reanimó.  Entramos en el coche y salimos hacia su casa.

Era una mansión alejada de la Ciudad rodeada de jardines. Nada más llegar a la habitación, llené la bañera con agua caliente, me despojé del vestido manchado de esperma y estropeado y me metí en el agua.  Su temperatura, la espuma y las sales me reconfortaron. Restregué con esponja todo mi cuerpo, limpiando a fondo las costras de semen pegadas a mis piernas, lavé en profundidad mi sexo, saqué de él todo rastro de leche varonil, expulsando restos aun retenidos en la vagina. Salí envuelta en una toalla a la habitación de D Mario que descansaba ya tumbado en la cama completamente desnudo.

Me acosté a su lado abrazada a él, me gustaba el contacto con su cuerpo, su mano me acariciaba y yo acerqué mi mano a su pene flácido, que aumentó de tamaño por mis caricias. No conseguí su erección, pero su verga morcillona denotaba había sido un miembro capaz de haber dado placer a las mujeres. Me sorprendió sus enormes huevos colgando de su bolsa como un buey. Acariciando se verga e imaginando como habría sido antes de su cirugía, quedé profundamente dormida.

A la mañana siguiente, cuando desperté, D Mario ya había salido, pero había dejado una nota.  "Querida: eres una hembra adorable. Llámame cuando regrese tu marido para conocerle, seguro podré serle útil en sus negocios en este país.  Todo por ti. Te quiero. Un beso". Mario".

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