Nuevos relatos publicados: 0

Reencuentro (con versión en película)

  • 26
  • 18.027
  • 9,00 (23 Val.)
  • 0

Estamos en el salón de la casa de Jim Y Roser, un matrimonio que arrastra una relación de más de una década. Son jóvenes y atractivos. Clase media-alta. Viven confortablemente. Ella acaba de llegar del trabajo. A pesar del cansancio de una jornada especialmente agotadora, Roser conserva intacto su sex-appeal: alta y delgada, cabello rubio, cara de niña apenas maquillada. Pechos pequeños pero erguidos y desafiantes, largas piernas semiocultas dentro de una falda demasiado larga. Un bombón, vaya.

―hola cielo

―qué tarde llegas.

Quien contesta es su marido. Un arquitecto muy valorado en un estudio de renombre. También es alto y bien parecido. Muy estricto con su aspecto, se le puede definir como metrosexual.

―ha sido un día asqueroso, de verdad. ¿Cenamos?

―ya he cenado, pero te acompaño

―no Jim. Me tomo un vaso de leche, me ducho, y voy directa a la cama.

―acabo de leer esto y subo.

―vale. Oye, Ana viene a pasar unos días con nosotros.

―ah, ¿sí? ¿Y eso?

―me ha enviado un email diciendo que tenía ganas de volver por aquí, pero que no le hacía pelo de gracia meterse en casa de su hermano o de su cuñada. Entonces la he invitado; pensé que no te importaría.

―ni me importa ni me deja de importar, pero si lo has hecho ya está. No dormirá en nuestra cama, ¿verdad?

―qué burro que eres.

La pareja está ya en la cama. Ella está muy cansada. Él tiene más ganas de hablar.

– Roser, tienes ganas de verla?

―a quien, a Ana? Si.

―yo no tengo demasiadas, la verdad.

―¿No dijiste que no te importaba?

―que me importe o no, no tiene nada que ver con que tenga ganas o no de volver a verla. ¿La echas de menos?

para nada, pero tengo ganas de volver a verla.

Roser cierra los ojos. No puede más. Ante la pausa de su marido se queda dormida.

Esta anocheciendo en un caluroso jueves de mayo. La urbanización de casa de Jim y Roser está en un suburbio de postín. Llegan en coche está acompañada de Ana. Jim las espera. Besos y abrazos. Entran en casa.

―bueno, sí que has tardado.

7 años y pico. Ya tenía ganas de volver por aquí.

Si hubiera que destacar algo de Ana sería sin duda su bello rostro. Sin embargo, su cuerpo denota lo que podríamos llamar mala vida. Esta rellena sin ser obesa, aunque en sus tiempos gozaba de una figura envidiable en la que lucían dos espléndidos pechos, hoy víctimas de una infernal mezcla de años sin cuidarse y utilización poco amable. No obstante, tiene ese morbo que antaño cautivó a mucho personal.

―estarás cansada. Vamos a tu habitación. Luego a cenar.

―sí que lo estoy. Los años pesan. Ok, me ducho y bajo...

Estamos en el cuarto de baño de invitados. Ana se está duchando. Se da la vuelta Y ve a Roser que la está mirando.

―hola wapa.

―perdona, te traía toallas.

―cuanto tiempo llevas admirando mi cuerpazo de sílfide?

―sigues siendo una mujer atractiva.

―quince kilos de más y 12 años colgando carnes. No mientas Ross.

oye... Te espero abajo.

Roser sale avergonzada. La han pillado.

Cenando en casa un solomillo hojaldrado con frutos secos, la especialidad de Jim. Los tres hablan animadamente de nimiedades.

―¿cómo se te ha ocurrido venir después de 10 años? ¿Asuntos familiares?  ocio...

―pues mira Jim, no me trae muy buenos recuerdos esto.

―a veces hay que pasar página y lo que viene detrás compensa. No te ha ido tan mal.

―eso es muy discutible. Profesionalmente no me puedo quejar, pero eso no lo es todo.

―te refieres al plano personal? Pensaba que te había ido bien.

―¿Lo dices por Francesca? Pues no estoy enamorada de ella, pero nos hacemos compañía y nos va bien en la cama.

―¿entonces?

―Los recuerdos son los recuerdos. Bueno venga, no nos pongamos trascendentes. ¿cómo va el antro Roser?

Tras este amago con ahondar en el pasado la charla deriva a comentar el lugar de trabajo de Roser, donde antaño trabajó también Ana. Un par de horas más tarde, ya en el dormitorio. Jim quiere sexo, pero Roser no está por la labor. Él no se rinde. Mueve sus dedos introduciéndolos bajo el fino pijama de tirantes de Hello Kitty, buscando los sensibles pezones de su mujer, pero esta vez no hay respuesta a pesar de encontrarlos increíblemente duros.

―no Jim, no tengo ganas con ella cerca

―entonces, abstinencia hasta que se largue? Pues vaya.

―no sé Jim, es que no me siento bien, estoy como...  cortada.

―bueno, pues nada. Buenas noches.

lo siento Jim.

Si Jim adivinara lo que realmente pasa por la cabeza de su mujer, se iría a dormir al sofá.

Son las ocho de la mañana. Jim está terminando de desayunar. Aparece Roser, lo que extraña a su marido, ya que ella a esas horas debería estar currando.

―hola cielo.

―hola Jim.

―es tarde. ¿No vas a ir a trabajar?

―esperaré a Ana. Después nos iremos al departamento.

―pues si no ha cambiado llegarás a las mil.

―es lo menos que puedo hacer.

―está bien. Nos veremos esta tarde

Una hora más tarde, en la oficina del Dr. Bren, jefe de Roser y responsable máximo del departamento de Ciencias de la Universidad. Ella y Ana hablan con él.

―me alegro mucho de verte Ana. Ya me han dicho que te va muy bien en tu nueva vida.

―la verdad es que sí. Es bastante más interesante que mi tesis. Y más rentable también.

―puede, pero es una pena que no la termines y tengas el doctorado. Cuando te fuiste la tenías casi terminada.

―Lluis, la verdad. Solo pensar que tendría que volver por aquí me da ardor.

―¿Tan mal te tratamos?

―no Lluis, la pregunta correcta es: ¿Tan mal te largamos?

―bueno Ana, tengo mucho trabajo. Me alegro de verte. Ven cuando quieras.

Ana y Roser salen del despacho. Pasean hacia la salida. Roser está todavia sorprendida por la brusquedad de Ana.

-¿No has sido un poco seca?

―no Roser, he sido muy borde más que seca.

―Lluis no es lo peor de esta casa, y lo sabes.

―Lluis Bren era el director del área cuando me fui, y por tanto máximo responsable, así que no tengo porqué ser amable con él.

―oye Ana, ¿Por qué has querido venir por aquí?

―pues mira, porque cuando me echaron yo era una pringada. Ahora ellos siguen siendo unos pringaos y yo no. Y es mi pequeña venganza

―eso me incluye a mí.

si te das por aludida es tu problema.

Roser renuncia a seguir discutiendo. Acompaña a su amiga a la salida y vuelve a su trabajo. A media tarde, Jim vuelve a casa. Encuentra a Ana tumbada en el sofá, muy interesada por lo que está ocurriendo en la pantalla de la televisión: una japonesita desnuda esta tumbada en el suelo mientras unos hombres la embadurnan con miel, con especial atención a sus pechos, vientre y pubis. Unos cerdos pequeños, atraídos por el olor se lanzan sobre ella rebozándola a lametazos.

―hola Ana, y Roser?

―la he dejado en el curro. Ha llamado hace un rato para decir que se ha quedado un rato más.

Jim observa a la oriental retorciéndose. Interesante, piensa. Desde luego no es de las suyas. Ve el pen-drive enchufado Es de Ana,

―vaya, veo que no se pierden las buenas costumbres.

―sí, mira. Una que es mala. A ti también te gustaban creo recordar.

―sí, y me siguen gustando.

―ah, ¿sí? Pues he buscado donde las tenías y no he visto nada

―quizás ya no las necesite.

―no me extraña. Con el pedazo de mujer que tienes.

―gracias de su parte. Se lo diré.

―no hace falta. Lo sabe de sobra. Oye, ¿no te sientas?

―claro que sí; subo y me cambio.

Diez minutos más tarde Jim baja ya de casual. Se sienta junto a Ana.

―oye, puedo hacerte una pregunta indiscreta?

―puedes

―ya has follado con alguien aparte de Roser?

―¿A qué viene esa pregunta? Pues no.

―pura estadística, 6 de cada 10 maridos engañan a su mujer después de 5 años de casados. Vosotros lleváis juntos más de 10 y casados... ¿casi 7?

―pues debo de los 4.

―con ellas el porcentaje no es mucho menor. ¿Ella lo ha hecho?

―no creo, pero pregúntale a ella.

A Ana le ha gustado como se ha desenvuelto Jim ante sus insinuaciones, menos inocentes de lo que podría parecer. Le gusta Jim. Siempre le ha gustado. Una pena.

―oye Jim, ¿Sabes que te veo muy bien?

―bueno gracias. En confianza, tú sigues conservando ese halo morboso que te caracteriza.

―Sigues haciendo el amor como una mujer?

―yo nunca he sido muy macho.

―eso era lo que más me gustaba de ti.

―lo malo es que entonces acabas buscando el original.

―también me gustaba tu vena sado. ¿Sigues jugando a eso?

―¿por qué no se lo preguntas a Roser?

Este puntazo sí que le tocó. Su cara lo refleja. Le jode sobremanera la capacidad de Ana para soliviantarle. Afortunadamente llega Roser.

―qué, de charranda,  ¿eh?

Cuarto de baño de Jim y Roser. Se preparan para meterse en la cama.

―he tenido una conversación curiosa con Ana.

―ah sí? Cuenta...

―me ha preguntado si he follado con otras.

―sigue...

―en base a una estadística. Por lo visto el 60% de los casados mas de 5 años lo hacen.

―no está mal. Le habrás dicho que sí, ¿no?

―pues no.

―si me pregunta a mí le diré la verdad.

―¿Cuál es la verdad? ¿Que estuvimos una tarde en un club de intercambio? ¿Eso es ser infieles?

―de alguna forma sí.

oye, ya lo hablamos. Fue consensuado. Yo no me siento engañado. Ya veo que tú sí. Buenas noches.

Jim sale precipitadamente dejando a Roser con un regusto amargo. Cuando ella entra en la habitación dispuesta a arreglar las cosas Jim ya está roncando. La pone furiosa la capacidad de su marido para quedarse roque cuando hay un problema por resolver. Tarda más de una hora en poder conciliar el sueño. Demasiadas cosas tienen ocupada su cabeza.

Es mediodía. Restaurante de la universidad. Ana y Roser comen juntas.

―qué bien que hayas venido a comer conmigo.

―no sabía qué hacer. ¿De veras que no preferirías comer con tus compis?

―¿Con los pringaos? Con esos como todos los días.

―sigues teniendo sentido del humor.

―lo intento. Oye... me comentó Jim que ayer tuvisteis una conversación interesante.

―este Jim... Siempre igual. Se pica tan fácilmente.

―bueno, preguntarle a bocajarro si me ha engañado tampoco es tan usual.

―ya sabe que soy muy borde. Tú también lo sabes y no te picas. ¿Sabes? Creo que se siente inseguro.

―¿Conmigo?

―sí, eso creo.

―no sé, nunca le he dado motivos. Además, Jim nunca ha sido celoso. Tú eras bastante que él.

―sí, es verdad.

―y ahora, lo sigues siendo?

―¿Con Francesca?

―en general.

―sí, lo soy.

―entonces, ¿Quién es más inseguro, tú o Jim?

―la diferencia entre él y yo es que él se siente inseguro por ti y yo ya no puedo. Pero no te preocupes, no he venido a incordiar.

―si lo hicieras me pondrías en una situación muy incómoda.

―¿Porqué?

―me obligarías a echarte.

―eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué te incomodaría tanto como para tirarme de tu casa?

―porque crearías una situación conflictiva entre Jim y yo.

―¿así que crees que su inseguridad la causaría yo?

―sigues siendo una maestra tergiversando las palabras. Tú no representas ninguna amenaza para nosotros, pero eres mi amiga y creo que has venido como tal. Si te pusieras borde no me gustaría tener que discutir con Jim por tu causa.

―Roser, no serás tú la insegura, ¿verdad?

―en absoluto Ana. Oye, tengo que volver al trabajo. ¿Qué vas a hacer, me esperas a que termine o te vas?

―me iré a ver a mi hermano. Mañana nos vamos, ¿no?

―sí. Va hacer buen tiempo y espero que disfrutemos de la playa.

Sábado. Jim, Roser y Ana van en coche.

―así que les compraste a tus padres la casa destartalada?

―compramos. Fue decisión conjunta. La hemos arreglado y pasamos allí las vacaciones y los fines de semana cuando hace bueno.

―menos mal. Recuerdo que era muy incómoda.

―¿Conocías esa casa?

―claro. ¿No te lo dijo Jim? Veníamos a follar bastante a menudo. Hacía un frío...

―ya...

El trio ha llegado a la pequeña cabaña. Después de instalarse, Jim y Roser están poniéndose el traje de baño. Roser está muy seria.

―te pasa algo?

―nunca me dijiste que veíais aquí a hacerlo.

―¿Dónde si no? Yo vivía con mis padres. Esto era el único sitio que teníamos.

―Jim, solo te he dicho que no me lo dijiste nunca.

―¿Pretendes que te diga todos los sitios donde me he tirado a otras antes que a ti?

―yo no te he dicho eso. Además, que yo sepa tú nunca te me has tirado.

-¿Pues entonces qué pretendes?

―nada Jim, dejémoslo.

Entra Ana inesperadamente. Es el único baño y no tiene cerradura. Roser todavía está desnuda.

―perdón, pensaba que ya estabais...

Roser sin inmutarse ni hacer ningún ademán de esconderse contesta.

―pasa, no te cortes. Puedes cambiaste sin vergüenza. Total, ya nos hemos visto en pelota picada los tres.

Jim sale bastante molesto.

-¿Le pasa algo?

Roser sin prisas por ponerse el bikini.

―nada, no te preocupes.

―Ana se quita los cortos vaqueros y el top. Se pone solo un minúsculo tanga. Mira a Roser, ya con la braga y a punto de ponerse el sostén.

―sabes una cosa? Sigues teniendo el pecho más bonito que he visto en mi vida.

―eso es que has visto pocos Ana.

muchos más de los que tú te crees. Ah, y no me olvido de la peca más sexy.

Y es que si vestida, Roser es muy atractiva, desnuda rompe moldes. Sus pequeños y puntiagudos pechos son un imán para la vista, pero que se pierde en múltiples atractivos: un vientre liso, una piel clara, unos muslos turgentes, un pubis ligeramente abombado coronado de unas sombras tornasoladas de vello rojizo. Una peca bien visible se sitúa junto a un ombligo que podría calificarse como elegante. Roser no sabe que Ana está empezando a mojar el tanga, pero aun sabe menos que Ana está percibiendo inicio de olor a hembra excitada. Unos segundos más tarde sus pezones la delataran, cosa que no desea que ocurra de ninguna manera, así que rápidamente se pone el suje.

―y que más...

―¿me estás tirando los tejos, Roser?

―¿Te he dado esa impresión?

―no lo sé, dímelo tú.

venga, vamos. No quiero que Jim se mosquee todavía más.

Gotas de sudor perlan su cuerpo, y no de calor precisamente, cuando Roser sale al exterior. Unos minutos más tarde, ya en la playa, Jim, Roser en bikini y Ana en topless están tumbados en hamacas.

―voy a darme un baño. ¿Alguien me acompaña?

―yo voy contigo.

―a ver quién llega antes a aquellas rocas. ¿No vienes, Jim?

―no gracias, id vosotras.

―venga Jim, anímate.

―no Roser, no me apetece. Ya lo sabes.

―en fin... Te voy a ganar.

Las dos chicas nadan hasta el saliente. Detrás hay una pequeña cala. Roser ha llegado la primera. Se gira mirando atrás. Ana llega justita de fuerzas.

―¿Ves? Te gané.

―uff, sí. Es que la mala vida hace estragos.

―Ana, ¿Por qué no dejas el tabaco de una vez?

―porque soy una viciosa. Oye que sitio más guay.

―sí. Vengo aquí muchas veces a tomar el sol. Solo es accesible por el agua.

―No te acompaña Jim?

―no le va nadar. Oye, yo voy a solearme un rato.

Roser se quita el bikini y se tiende sobre la arena. Ana se quita el tanga y se tumba a su lado.

―oye Ross, ¿por qué está mosqueado?

―está raro desde que llegaste. Si no lo conociera pensaría que tiene celos.

―me considera una rival... Qué lujo.

―es que también yo estoy un poco borde, la verdad. No le ha sentado nada bien que le echara en cara porqué nunca me había dicho que veníais aquí a follar.

―ya. ¿Solo eso?

―no lo sé. Solo él sabe lo que pasa por su cabeza.

―como siempre. Oye, me preguntaste antes porqué pensé que me tirabas los tejos. ¿Quieres que te lo diga?

―dímelo...

―te has estado exhibiendo desde que entré en el aseo. Me traes a un sitio donde sabes que estaremos solas. Sabes de sobra que te deseo todavía... Tú no eres así. ¿Qué quieres Ross?

―digamos que hay veces que me gusta jugar con fuego.

―Ross, lo malo de jugar con fuego es que puedes quemarte.

―lo malo o lo bueno, ¿no?

―¿Has jugado antes con fuego?

―¿La verdad? Una vez. Con Jim. Fuimos a un local de intercambio de parejas. Lo hicimos con una chica. Su marido miraba.

interesante, pero ahora no está Jim.

Es la frase que Roser esperaba oir. No es una mujer sagaz como Ana. Su ingenuidad le impide darse cuenta que Ana la desea con todas sus fuerzas, pero a Ana le gusta el juego. Hace rato que ha visto endurecerse los pechos de Roser y crecer sus pezones. Ahora se da cuenta de lo que es inevitable.

―te has vuelto prudente Ana? 

―lo quieres hacer por lujuria o por despecho?

―por ambas cosas.

―sabes que me muero por follarte verdad?

Y yo de que lo hagas. Pero quiero como tú sabes.

―no he traído material.

―una rama servirá, ¿no?

―tendrás que dar muchas explicaciones.

―tendremos...

Casi tres cuartos de hora más tarde volvieron nadando a las hamacas.

El día toca a su fin. Ana se ha quedado fumando, disfrutando de la calidez de la noche. Dormirá en una pequeña estancia, en un sofá. En el dormitorio de la casa. Roser y Jim están en la cama. Silenciosos y serios.

―me ha llamado Luisa, hay un problema en el laboratorio. Mañana me acercaré. Espero volver para comer.

―¿No se lo dices a Ana?

―no creo que quiera volver por allí después de la última vez.

―ya. Pues nada.

―¿Te molesta quedarte solo con ella? ¿No crees que estás un poco susceptible?

―no fui yo quien se mosqueó ayer con la mierda de contar mis aventuras sexuales con ella.

―mira... Es igual. Buenas noches.

Roser espera a oír roncar a Jim. Esta vez no le molesta. No se atreve a salir a buscar a Ana. No desea una escena que ponga peor las cosas, pero está caliente recordando lo sucedido esta mañana. Su dedo medio juguetea con sus pelillos púbicos bajo el elástico del minúsculo pantalón del pijama. Roza su puntito y casi inmediatamente tiene que reprimir un hondo gemido. Se corre en segundos y cae dormida.

Son las 11 de la mañana. Terraza de la cabaña. Bajo un parasol Jim está desayunando. Aparece Ana.

―hola, buenos días. ¿Y Roser?

hola Ana. La han reclamado del trabajo. Volverá para comer. ¿Café?

Ana se sienta y se sirve una taza del recipiente. Un poco de leche desnatada y tres cucharadas de azúcar. Da tres sorbos y...

―Oye Jim... recuerdas cuando me preguntaste si Roser era viciosa?

―sí, perfectamente. Dijiste que no.

―nunca se lo pregunté.

 Lo sé. También te lo sugirió ella. Fuiste tú quien impidió que hiciéramos un trio.

―¿Lo lamentas?

―sí. Fue un obstáculo estúpido por tu parte.

―yo también lo lamento. Las cosas hubieran ocurrido de otra manera.

―¿Ah, sí? ¿Y cómo hubieran sucedido?

―no lo sé, pero no como lo han hecho. Estoy segura que Roser y tú no estaríais juntos.

―¿Crees que hacer un trío hubiera impedido el amor entre ella y yo?

―no conoces a las mujeres Jim. Nunca nos has entendido.

―¿Has pensado mucho en eso verdad?

―he pensado mucho en todo. Por lo que veo tú no.

―no, desde luego yo no.

―¿Y Roser, sabes si ella lo ha pensado?

―sé lo suficiente para decirte que no.

―¿entonces por qué se molestó cuando dije que tú y yo veníamos aquí a follar? ¿Lo puedes explicar?

―por supuesto que puedo Ana. Ella siempre ha pensado que es inferior a ti. Es estúpido, pero es así.

―entonces, ¿Crees que a estas alturas sigue considerándome una rival? No me hagas reír.

―¿Por qué no se lo preguntas a ella?

―¿Y por qué cree eso si me dejasteis plantada?

―te lo repito. Pregúntaselo.

―probablemente lo haga Jim. Oye, ¿vamos a la playa?

―buena idea.

En la playa. Jim y Ana están tumbados y en silencio. Suena el móvil de Jim. Habla unos minutos y cuelga.

―es Roser. Tiene para rato. Que comamos.

―no tengo hambre. Oye, ¿te atreves a nadar conmigo hasta la cala?

―no me va mucho nadar, ya lo sabes.

¿ni aunque te reservara una sorpresa?

―no me van las sorpresas.

―esta sí te gustará.

está bien, vamos.

Jim accede sin saber realmente por qué. Sabe por experiencia que Ana es una caja de sorpresas, así que la curiosidad vence a su carácter habitualmente proclive a no moverse demasiado.

Nadan hasta las rocas, al mismo lugar donde estuvieron ayer las dos chicas. Salen y se dirigen a la arena.

―¿Ves, si una fumadora recalcitrante como yo puede hacerlo, porqué tú no?

Se sienta después de quitarse el bañador. Se tumba boca arriba. Jim se agacha a su lado.

―no sé qué pensaría Roser si nos viera.

―no te preocupes, ayer estuvimos así las dos.

―lo imaginaba. Ella lo hace a menudo.

―oye Jim, ¿Van bien las cosas entre vosotros?

―¿La verdad? Perfectas hasta que llegaste. Desde ese momento empezaron los problemas.

―¿ y crees que mi sola presencia ha sido capaz de torcer vuestra relación?

―Ana, tienes la virtud de emponzoñar todo lo que tocas cuando te lo propones. ¿A qué has venido?

―pensarás que he venido buscando revancha, venganza o algo así, pero no. Algo sí que hay: mi visita al departamento, por ejemplo, pero en realidad he venido para saldar cuentas pendientes conmigo misma.

―ya. ¿Por ejemplo?

―darte la revancha. No hubo tiempo cuando pasó todo. Te quedaste con las ganas, ¿verdad?

―esa era la sorpresa... ¿Y quien te dice que todavía la busco?

te conozco Jim. Eres muy mal perdedor, además de transparente. Estas excitado solo de pensarlo.

No hacía falta observar el bulto del pene erecto debajo del bóxer. Jim sabía perfectamente a qué se refería Ana.

―tendrás que dar muchas explicaciones.

―tendremos...

―como los griegos, y solo al cuerpo...

Jim se quita el bañador. Está muy excitado. Pelear con otra chica, desnudos los dos, era una de sus fantasías de niño que con la perversa Ana se había hecho realidad desde casi desde el momento en que intimaron. Se levantan ambos. Se ponen en posición para pelear. La última vez que lo hicieron fue en la vieja masía de su querida tía, ya fallecida. Ese día Jim recibió la mayor paliza de toda la serie de peleas con Ana. Las cosas se estaban enturbiando mucho. La aparición en escena de aquella compañera de clase rubita que estaba tan buena, y que Ana no dudó en meter en su casa, había roto la trayectoria del último y feliz año de relación. Los continuos y, a veces despiadados reproches estaban pasando factura. Ana se negaba a admitir algo que resultaba más que evidente. Se estaba enamorando, o, en el mejor de los casos, encaprichando de aquella tímida chica con cuerpo de pecado. Ana siempre había presumido de bisexual, aunque por lo que Jim sabía, nunca se había acostado con otra mujer. Ahora Jim estaba seguro de que si no lo había hecho, estaba en puertas.

El intercambio de golpes empezó. Ambos intentaron seguir la regla sagrada: respetar el rostro, pero no siempre lo hicieron. Ana empezó muy bien, protegiendo sus pechos, la sempiterna obsesión de Jim. Pero esta vez él buscaba otra cosa. Ella lo hizo caer un par de veces. La cosa parecía que empezaba a contar mal para Jim. Pero Ana en un momento dado empezó a perder fuelle. Demasiados años de vida sedentaria y muchas cajas de Winston en sus pulmones. Eso la perdió. Sus movimientos se tornaron lentos. Era la hora del que más en forma estaba, y ese era Jim. El gimnasio que estaba dos plantas arriba del estudio tenía la culpa, y sus pinitos con el karate iban a desequilibrar la balanza. Sus golpes eran cada vez más duros y certeros, y Ana empezó a sufrir. Su vientre, estómago y rodillas eran esta vez los objetivos de las patadas. Jim estaba pletórico. Ana cayó varias veces. Una serie de rodillazos en su entrepierna y un demoledor taconazo en -esta vez―desprotegidos senos puso punto y final.

Ana yace en la arena. Este la ayuda a levantarse. Ana tiene los pechos, muslos y el vientre amoratados. Jim le ha dado una buena paliza.

―no puedo seguir Jim. Has ganado. Voy a descansar un poco y empezamos.

Se tumba en la arena boca arriba y se abre de piernas, esperando a Jim. Y es que cuando sus peleas finalizaban estaban ebrios de deseo. Jim lucía una elección increíble. Ana tenía su abundante vello púbico, inglés y cara interior de los muslos encharcados y sus pezones increíblemente grandes.

―no Ana, no pienso engañar a Roser, y menos contigo.

La cara de decepción de Ana no pasa desapercibida a Jim. A pesar del morbo que siente lo ha logrado. La ha humillado. Se pone el bañador y se vuelve sin esperarla.

Ana y Jim, muy serios y silenciosos, están sentados en el exterior de la cabaña. Ya es noche cerrada. Llega Roser.

– hola Ross.

―¿Qué habéis hecho en mi ausencia?

―hemos hablado de los viejos tiempos, ¿No Jim?

―pues debía de haber mucho de qué hablar porque han pasado muchas horas.

―y aun han quedado cosas por decir.

―siempre quedan cosas por decir.

―bueno, pues ya me las contareis algún día. ¿O son secretos inconfesables?

―Ross, todos los secretos lo son.

―oíd, os propongo una cosa: Hace una noche estupenda, y luna llena. ¿Por qué no nos vamos al mar?

―me parece una buena idea, pero desnudos no?

―por mí de acuerdo.

―ok, vamos.

Roser entra en la cabaña a dejar la ropa. Sale desnuda y los otros también desnudos la están esperando. Los tres se dirigen a la playa cercana. Mientras Jim enciende una hoguera, las dos chicas se meten en el mar. Jugando, jugando, entre aguadillas y roces se calientan como perras en celo. A pesar de la luna oscuridad las protege, aunque ambas empiezan a pasar de Jim. Los besos apasionados, los dedos en sus rendijas, los mordiscos en los pechos se suceden. Ana, más cerebral dice basta. Sofocadas salen y se tumban en la arena junto al fuego. Jim esta ya sentado.

―qué buena idea has tenido Ana, qué noche tan fantástica y el agua tibia, mmmm.... ¿No os parece que este ambiente invita a la sinceridad?

―¿A qué te refieres?

―a que podemos jugar al juego de la verdad.

―y en qué consiste?

―a responder a las preguntas que nos hagamos los tres sobre nosotros, y decirlo sin tapujos ni autocensura.

―no sé adónde llevará esto, pero vale.

―Por mí de acuerdo. Empieza Ross, ya que has tenido la idea.

―ok... Ana ¿Has sido infiel a Francesca?

―sí, lo sabes muy bien.

―ah, sí ¿Y por qué lo sabes Ross?

―Jim, porque Ana y yo lo hicimos ayer en las rocas. ¿Querías saber si jugaba limpio no?

sí.

Roser experimenta un gran alivio al soltar lastre. No sabe muy bien porqué se ha lanzado a ese brutal arranque de sinceridad, pero sin duda se alegra de haberlo hecho. Ve a Jim tan sorprendido que no puede esbozar una sonrisa.

―¿y lo dices así, sin más?

―sí Jim. Hay que decir la verdad y eso fue lo que ocurrió.

ya veo. ¿Y esas marcas?

Jim no había visto hasta ese momento que su mujer tenía el vientre cruzado por cardenales. Una clara señal de que no se fijaba mucho en ella, pensó Roser. Y no le faltaba razón, aunque en defensa de Jim hay que decir que dormir con pijama y ausencia de sexo no invitan precisamente a la contemplación de su figura. Ana atajó la pregunta.

―luego te lo explico. Ahora te pregunto yo. Roser, ¿dime por qué crees que no puedes darle a Jim lo que yo le daba?

-porque es así. El cerebro es vuestro órgano sexual. Yo soy muy simple. No soy capaz de estar a tu altura, pero Jim sí. Por eso le sugerí a Ana acostarnos juntos. Yo tenía mucha curiosidad por veros a los dos.

―para aprender? No me digas.

y yo lo impedí.

Aquí procede una mirada atrás. El lector puede perderse sin una somera reseña de cómo se conocieron nuestros personajes. Ana y Jim llevaban saliendo casi dos años. Eran jóvenes, guapos y perversos. Inteligentes y creativos en el sexo. Roser era una estudiante veinteañera del mismo curso que Ana, una muchacha tímida y risueña. Por casualidad coincidieron y la simpatía entre ambas fue mutua. Su relación fue en aumento. Del plano académico pronto pasó al personal. Su presencia entre Jim y Ana fue en aumento. Él no era especialmente celoso, pero eso le fue incomodando cada vez más, hasta que lo inevitable ocurrió. Una tarde Ana, en presencia de una cabizbaja Roser, se lo confesó a Jim. No le pillaba por sorpresa, pero pidió explicaciones. Ana se las dio: quería estar con ambos. Y así fue que Jim tuvo que aceptar la situación. Ambos compartirían a Ana, pero por separado.

―Porqué lo hiciste?

―porque te quería para mi sola.

―pero te acostabas también con Jim.

―sí, y facilitar a que él lo hiciera contigo me daba pavor. Sabía que estabais predestinados el uno para el otro.

―y sin embargo crees que, de haber accedido, ahora Roser y yo no estaríamos juntos.

―¿De veras crees eso Ana?

―yo sí ¿Y tú?

no lo sé. Nunca se sabe.

―Roser, amor significa posesión, pero también me admiración, magia, curiosidad. ¿Estabas enamorada de Jim de cuando me sugeriste la idea de encamarnos los tres?

―creo que empezaba a sentir algo por él... Sí.

―en cambio nunca estuviste enamorada de mí. A nosotras solo nos unía el sexo. Ahora dime la verdad, ¿Qué habrías pensado de él si hubieras sabido entonces que también me propuso sexo con las dos?

―me hubiera llevado una gran alegría.

―¿Por qué?

―lo sabes muy bien Ana. Jim pensaba con razón que mi presencia os había separado como pareja. Como tu bien recuerdas, él me trataba con indiferencia, cuando no con desdén. En una situación tan extraña donde ambos te compartíamos sexualmente, el que él te pidiera que yo participara significaba que me deseaba. Sentirme así era algo que ni por asomo podía esperar.

―Y, ¿por qué crees entonces que no estaríamos juntos ahora?

―he dicho que no lo sé Jim. ¿Cómo hubieras reaccionado al compararnos? No puedo ser como ella. Somos los muy distintos Jim. Sexualmente soy muy sosa, y tú eres demasiado imaginativo para mí, pero no para Ana ¿Me equivoco? Yo no puedo satisfacerte y ella sí.

―¿y no has pensado que hay cosas que tú me das y ella jamás podría darme?

―veo que soy tema de conversación entre vosotros.

―no Ana te equivocas. Más bien eres un tema tabú.

―¿por eso te sentó mal que Jim no te contara que veníamos aquí a follar? ¿Tanto como para engañarlo conmigo?

Jim nunca me cuenta nada de su relación contigo.

―nosotros nunca contamos nada de lo que hicimos antes de estar juntos. No te gusta hacerlo, aun sabiendo que me excita que lo hagamos. ¿Por qué ahora esas excusas? ¿cuando me has contado algo de tu vida sexual, cuando?

―Esto es distinto Jim. Me siento en inferioridad respecto a ella y eso me hace ser muy vulnerable. No es excusa, lo sé, pero es la única que tengo.

―Roser, no estás diciendo toda la verdad.

―no sé a qué te refieres Ana

―si lo sabes. Lo malo es que creo que Jim no lo sabe.

―estoy esperando...

―Roser, ¿qué es lo que más te gusta del sexo?

Roser permanece en silencio.

―habla Ross.

Soy un cero a la izquierda. Así pues, quiero sentirme objeto. Ser una perra sumisa. Que me maltraten, que me menosprecien. Ser una mujer para usar. Lo sabes muy bien Ana.

―vaya, esto es nuevo. Porqué nunca me lo habías dicho.

―esas cosas no se dicen Jim. Se intuyen. Se saben cuando se buscan.

―porque tenía miedo a que me despreciaras. No me siento muy limpia siendo así, pero es lo que siento.

―nunca te contó Ana que ella y yo practicábamos sado?

―contesta tú Ana. Te lo pregunta a ti.

―no lo hice, como tampoco quise hacer un trio. Sabía que, si Jim te descubría, entonces te perdía irremediablemente.

―y tú Jim, porqué nunca me propusiste hacerlo?

―no me vengas ahora con eso. Sabes que me atraen todas las desviaciones y extravagancias, y tú te limitas a observar. Lo del club de intercambio fue idea mía, y me costó convencerte... y no hemos repetido porque no te gustó.

―por qué no te folló el otro tío Ross?

―no quiso. Era un mirón. De todas formas, yo tampoco quería.

―porqué?

―nunca lo haría con otro hombre que no fuera Jim.

―curiosa manera de entender la fidelidad. ¿Estás de acuerdo Jim?

―eso es cosa de Roser, no mía.

―Jim, recuerdas que te pregunté si habías sido infiel a Roser y me dijiste que no?

Lo recuerdo.

le crees Ross?

―no. Tiene una amiga en Zaragoza.

¿Te has cansado de comer marisco todos los días y prefieres una hamburguesa? ¿qué haces con ella Jim que no puedas hacer con Ross?

―es mi sumisa.

―y no preferirías tener a Roser de sumisa, pregunto...

―no se si podría hacerlo.

―y tu Ross, te gustaría ser la sumisa de Jim?

―no. No quiero.

―¿entonces?

―entonces propongo resolver un asunto pendiente.

―otro?

―si otro. Algo a lo que no me debí negar en su día. Hagamos un trio.

—por mí de acuerdo

―no, no contéis conmigo.

―¿Tanto rencor me guardas Jim?

no te guardo rencor en absoluto, pero no estoy dispuesto a revivir el pasado.

Tras estas palabras se hizo el silencio. Los tres estaban pensativos, como si reflexionaran sobre los últimos acontecimientos. La luz del alba fue quien rompió el hielo.

―está amaneciendo. Ana ¿Qué te ha pasado en el pecho? ¿Y a ti, Jim?

―algo parecido a las marcas en tu tripa, ¿no?

―ha sido luchando. Jim y yo lo hacíamos Muchas veces cuando estábamos juntos. Nos excitaba muchísimo. La última vez que lo hicimos ya estaba el ambiente muy enrarecido por tu... aparición. Me puse muy borde y le di una paliza.

Le debía la revancha, así que esta mañana hemos ido a las rocas y hemos luchado.

―muy imaginativo como siempre... y después?

―después nada.

―bueno chicos, estoy cansada, y si no vamos a follar me voy a la cama.

Ana se levanta, recoge la camiseta y las bragas y se va.

―espera Ana, yo si tengo ganas de follar.

Roser se levanta a su vez. Iba a seguir a Ana, pero se dirigió a Jim.

―Jim, me gustaría muchísimo que vinieras tú también.

―y a mí.

―no Roser. No lo haría por nada del mundo. Ve con tu Ama a que te zurre un poco.

―Jim... Eres idiota.

Y las dos chicas se fueron para la cabaña.

Es casi mediodía. Roser sale de la casa con gafas de sol intentando ocultar que ha dormido poco. Jim está sentado con un portátil. Ella se sienta.

―hola Jim.

―hola.

―oye, tengo que decirte una cosa. Me voy.

―te vas?

―si, me voy con Ana. Voy a gastar los moscosos que me quedan y los juntaré con las vacaciones. No creo que haya problema.

―quieres que nos separemos?

―quiero unas vacaciones sexuales Jim.

―ella no tiene novia?

―mantiene una relación abierta con Francesca. No problem.

―y cuando te vas?

―voy a despertar a Ana y llamaré un taxi. Nos iremos a un hotel hasta mañana a las tres que sale el AVE. Aprovecha para tomarte tú también vacaciones con tu amiga de Zaragoza.

―así que lo sabías.

―Jim, dejas más rastros que un elefante en el desierto.

―volverás?

―no lo sé. ¿Tú quieres que vuelva?

―tampoco lo sé. Oye, tengo que acabar esto.

―me voy a despertar a Ana. Adiós Jim.

adiós Roser.

 

THE END

(9,00)