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Una satisfacción contenida.

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Tengo 37 años.  Mi esposo, 55 años. Llevamos una vida bastante cómoda en lo económico, pero afectivamente carecemos de sentimientos, ambos. 

Cuando a los veinte años, lo conocí, me impresionó su presencia y carácter. A pesar de las diferencias en edad, mi familia aceptó el inmediato casamiento.  Pasaron unos años y cambió su carácter y se convirtió en un hombre huraño y déspota. No pudimos tener hijos y se opuso a que hiciéramos tratamientos o estudios para encontrar soluciones. Soy una mujer bastante atractiva, con un buen cuerpo y carnes firmes.  Pero a él, parece no motivarlo en absoluto, a pesar de mis devaneos ni insinuaciones. Noto que los hombres me consideran atractiva y me observan con intenciones pecaminosas.

Sexualmente me siento insatisfecha, pero nunca pensé en una infidelidad de mi parte. De parte de Alberto, mi esposo, tengo mis sospechas. La empresa de la familia, tiene oficinas en Devoto y los depósitos en Flores; próximo a nuestro domicilio.

Además de los empleados de ambas instalaciones, hay 2 muchachos con domicilios cercanos, que vienen por las mañanas a mi casa y junto a Alberto van a las oficinas, en Devoto. El mayor de aproximados 25 años, se llama Bruno y el más joven, le dicen "Chelo".

Días atrás, estábamos desayunando y mi esposo les dijo a los muchachos que el fin de semana se ocuparan de atender las tareas, porque el viajaría a Córdoba por unos asuntos pendientes. El lunes al mediodía, estaría de regreso.

— ¿Viajarás a Córdoba y no me dijiste nada? — pregunté con tono desconfiado.

— No tengo que darte explicaciones de nada. — me contestó de mala manera. — Si te gusta bien. Si no, me da lo mismo.

Tanto Bruno, como Chelo, bajaron la vista y disimularon la grosería como si no hubieran escuchado nada. Mi esposo siguió hablando del trabajo, desatendiéndose de mis palabras. 

Escondí mi disgusto por la grosería y seguí sirviéndoles el desayuno en silencio. 

Alberto, salió temprano el viernes sin siquiera saludarme. 

Más tarde, llegaron los muchachos por las llaves y me llamaron por el portero más temprano que de costumbre. Me puse una bata de toalla y bajé a ofrecerles desayunar antes de irse al trabajo. 

—No quisiera que se moleste, Daniela —me dijo Bruno. 

— No es molestia — contesté —tengo tiempo de sobra y yo también tomaré un café. 

—Le pido disculpas por haber sido testigos involuntarios del altercado entre Alberto y Ud. — comentó Bruno, quien es el que lleva la voz cantante entre ellos.

—A veces— dije en voz tenue— pasan esas cosas en un matrimonio.

—Creo que Ud. señora, es una mujer tan bella y bondadosa, que no merecía ese trato— contestó, mirándome a los ojos.

—Te agradezco el cumplido y sepan disculparme el mal momento del otro día dije ruborizándome algo.

La presencia de estos 2 jóvenes que (yo notaba) me estaban admirando y disfrutaban observando mi figura, me hizo sentir bien y bajo la bata, mi piel cubierta solo por un liviano camisón corto, se erizaba extrañamente. Posiblemente, la desatención de mi marido hacía que reaccionara débilmente ante estos 2 muchachos llenos de energía viril y casi era como desquitarme del maltrato de mi esposo y la falta de afecto.

Cuando busqué las tazas en la alacena para servirles el café, uno de los pitufos que sostenían el estante, se salió y este casi dejaba caer la vajilla que sostenía. Con ambas manos sostuve el estante evitando que se cayeran las tazas. Esto hizo que se me abriera algo el escote, dejando parte de mi pelo al descubierto. 

Presto, Bruno se acercó por detrás mío y me ayudó sosteniendo también el estante. Tenía un pantalón de gimnasia que me dejaba sentir, en la proximidad de su cuerpo, el bulto de su miembro enérgico en mis nalgas. 

No dije ni hice nada. Me quedé de una pieza sin tiempo ni ganas de reaccionar. A todo esto, Chelo estaba sentado frente a su café sin siquiera haberlo empezado. 

Pasaron unos minutos, que me parecieron interminables. La respiración de Bruno en mi nuca, me electrizaba la piel y me temblaban las manos. Esperaba su reacción, pero él, no decía nada y no se despegaba de mi espalda. Su miembro empezó a notarse de inmediato. Es que la fuerza viril del muchacho si, reaccionaba inmediatamente. 

—¿Qué haces, Bruno? —murmuré, volteando mi cara.

— No puedo evitarlo, señora Daniela — me dijo al oído— es Ud. tan hermosa......

Ya el estante en su lugar y soportando la vajilla, las manos libres de Bruno, lentamente se deslizaron por mi escote y acariciaban mis pechos. 

—Esto no puede ser —y agregué —te pido que te detengas inmediatamente.

— Realmente, ¿quiere que me detenga? — preguntó Bruno.

Me quedé en silencio. Me temblaban las piernas y sentía un flujo vaginal, fruto de mis permanentes carencias de sexo. Era una reacción natural. Bruno me besaba el cuello y poniéndome de frente, su boca buscó mis labios y nos enredamos en un apasionado y fogoso beso correspondido.

—Quiero y necesito que me amen —musité entre sus labios.

—Es lo que deseo, desde hace mucho tiempo —aseveró.

—Hazme tuya. Por favor. Quiero que me poseas intensamente. —le rogué.

Bruno me desprendió la bata y de un manotazo me dejó tan solo con un diminuto camisolín con el que duermo en verano. Me levantó en sus brazos y me llevó al dormitorio. El éxtasis me agobiaba y mi boca buscaba desesperada sus labios con ansias.

Tanto tiempo sin sexo, hacía de mí, una presa fácil del placer y la lujuria.  

Me tendió en la cama y se desprendió de sus ropas. Yo me desnudé y me ofrecí al macho vigoroso que me atacaba con una pasión inmensurable Besaba mis pechos, mordía mis pezones y descendió a mi pubis, lamiendo mi vagina con desesperación, fruto de sus deseos disimulados tanto tiempo.

Desesperada ante este violento sexo impensado nos mordíamos las bocas y el penetrar en mi vagina fue el sumun del placer. Mis gritos de placer se confundían con el llanto de mi paroxismo. En pleno mete y saca, veo que Chelo aparece en el dormitorio, desnudo junto a la cama. Llegando a este punto de locura, tendí mi mano hacia él y lo dejé acostarse con nosotros. 

—Tú también Chelo — le pedí — háganme lo que quieran. Quiero que me cojan como merezco. Quiero ser hoy, su mejor puta. 

— Le haremos todo lo que Ud. quiera señora— me contestó. 

— Así. Así... —gritaba — hagan de mí, lo que quieran.

Bruno eyaculaba en mi vagina, mientras Chelo recorría mi cuerpo con sus labios. Después, fue Chelo quien me atendió en mi desesperación y apetito de sexo desenfrenado. 

No tuvimos límites. Tuve penetraciones vaginales y anales. Succioné sus vergas. Lamí sus testículos. El olor a sexo inundaba el dormitorio. Era un desenfreno producto del desprecio de mi esposo y la necesidad contenida, mía.

Esa mañana descubrí la infidelidad que compensaba mis privaciones de respeto y sexo durante mucho tiempo. El placer fue imponderable. La satisfacción colmó expectativas contenidas. En el tiempo que siga, no dejaré mi placer ni mis necesidades y seguiré con mis dos viriles amantes este maravilloso festín de pornografía y sexo.

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