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MIrada

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Sentada frente a la ventana, abre su ropa para dejarse bañar por el sol. No hay silencio. La calle rechina a cada instante y los platos chocan bajo el agua. Ella tiene los ojos cerrados y sus párpados se tiñen de rojo con el sol que los atraviesa. Él disimuladamente ve su cuello. Es más blanco de lo usual. Siempre lo ve con la sábana detrás y puede darse cuenta del color carne. Hoy se ha cargado de luz. Solo puede ver en esa borrosa imagen incandescente sus lunares. Los cabellos de su nuca y los que están detrás de su oreja parecen finos y delicados alambres de cobre. Alambres porque nunca vio nada tan fino, brillante y rojizo. Muerde sus labios. Son las doce y se han secado. No se mueve.

Él se ha quedado mirando la imagen que la pone en primer plano y a un anciano comiendo en el edificio de enfrente que no pareciera saber que hay más mundo que el que encierra la cocina donde está sentado.

Sus manos se sostienen del marco de la ventana, aprieta los ojos para evitar la luz la traspase y pega sus senos del metal frío. Se va levantando mientras se acaricia con la pared. Con la mitad del cuerpo al aire, levanta desde su cintura la blusa abierta y lleva el sostén que cae delicadamente hasta el jardín común del edifico. Muestra toda su intimidad a las ventanas vacías. Él ve como los pocos que están ahí, ninguno voltea a verla. Ella llora y otra vez siente que su belleza pasó. Se levanta para dejarla atrapada contra la ventana y levanta las manos tomando las hojas de vidrio. Él le señala todas las ventanas cubiertas por cortinas metalizadas. Ella las cuenta y hay más de 20. Él insiste que las detalle y al fin se percata que algunas se mueven.

-Ahí están ocultos. Te ven, te desean, solo que no quieren que los veas. No quieren que sepas cuando te los consigas en el mercado que te desean. No quieren que cuando caminen a tu lado en la acera sepan son ellos los que se masturban viéndote escondidos.
No salió una lágrima más. La postura rehízo su cuerpo. No se preocupó por bajar a buscar la ropa que quedó colgada de unas ramas a la altura del piso 2. Caminó todo el día, desnuda, por el departamento, deteniéndose de vez en cuando en las ventanas para ser vista.

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