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39.4 A Londres pasando por Derby

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Después de que Robin se durmiera, mi sueño había sido ligero e intranquilo, me desperté varias veces durante esas horas. Había prometido estar fuera de mi habitación antes de que yo me levantara e iba a obligarle a cumplir su promesa.

Reposaba boca abajo con sus piernas extendidas, una mano debajo de su mejilla y la otra en la cabeza, se le veían los pelos de los sobacos y su culo tan breve y respingón envuelto en su slip tan escaso, tan erótico y hermoso, pero sobre todo muy tierno.

Puse mi mano en su trasero y le acuné, es increíble que, al tener nuestro centro de gravedad en esa parte, con un ligero esfuerzo se puede mover el cuerpo entero. Ronroneaba de gusto y le besé en su oreja.

—Déjame, por favor, me duele la cabeza.

—Tenemos que levantarnos, es la hora.

—Por favor, por favor, ¡no!

Conseguí que se levantara, tenía los ojos cerrados y daba lástima, le quité el slip y le llevé al baño, tenía una impresionante erección y me entraron ganas de comerme su polla, no era el momento y abrí el grifo de agua fría, procuré que no me salpicara y eso le despertó del todo, se abrazaba el pecho y protestaba. Regulé la temperatura porque me estaba helando, al contacto con el agua fría su verga se relajó y comenzó a orinar, le salía un chorro increíble de grueso y salpicaba con su orina nuestras piernas al caer y rebotar en el suelo.

—¡Que cochino eres!  —pero no podía dejar de reír.

—No me podía aguantar, ¿tú sabes lo que bebí anoche?

—¡Jolines que si lo sé! Un barril o todas las existencias del bar.

Le dejé un bóxer mío y con la camisa y el pantalón puesto le despedí en la puerta.

—El bóxer te lo puedes quedar, como recuerdo.

Después de desayunar nos entregaron la ropa para nuestra última actividad, canoa y kayak que podíamos hacerlo en el lugar, tenía recogido casi todo en mis maletas para ahorrarme el trabajo a la vuelta. La canoa era de tres plazas, procuré y conseguí subir a la de Robin y ver si tenía oportunidad de hablar con él, para preguntarle cómo se encontraba.

Como yo y la chica lo hacíamos muy mal él se reía, desde la orilla el monitor nos gritaba instrucciones que no entendíamos, Robin nos hizo de monitor para que viéramos como se hacía y fuimos cogiéndole el truco, cuando finalizamos pensé que ya podríamos sobrevivir si alguna vez naufragaba en un viaje de vacaciones en crucero.

Teníamos que practicar también kayak, lo veía más difícil, no había para todos y teníamos que esperar, me iba quedando el último y al final, como no tuvimos tiempo suficiente, me libré.

Después de la ducha recogí todo y dejé el equipaje preparado y listo, bajé a comer, antes pasé por el bar que era donde estaban todos. Había mucha alegría por terminar, aunque lo habíamos pasado bien, muy bien.

—Se terminó todo.  –me volví, tenía a mi lado a Robin.  –¿Nos volveremos a ver algún día?

—Seguro que sí, pero no sabemos en qué circunstancias. Quería decirte que lo he pasado muy bien contigo. Cuida de Neil y disfrútalo ahora que es pequeño, es un niño muy bonito —se echó a reír.

—¿No te habrás enamorado de mi hijo? Tienes al padre que está mejor.

Así seguimos bromeando, pero había más compañeros con los que hablar e irse despidiendo, cuando comiéramos muchos partiríamos de viaje y otros esperarían a mañana por su vuelo.

Nos entregaron un cuestionario para que rellenáramos y les remitiéramos cuando pudiéramos. Los monitores comieron con nosotros, algunos habían simpatizado con el grupo y los habían invitado.

La estación de Picadilly en Manchester era mi primer destino, donde tenía que coger el tren y luego pasar dos horas de viaje hasta Derby North, allí me recogería David, acordamos llamar a un taxi con otras dos compañeras que iban al mismo destino a coger sus trenes.

Tenía unas ganas enormes de ver a David y poder abrazarle de nuevo, me parecía una eternidad el tiempo transcurrido desde que no le veía.

Estaba esperando inconfundible como siempre, le acompañaba Juan su amigo, parecía que no se iban a separar nunca.

Me apretó en su abrazo hasta casi romperme y temí por mis costillas, luego abracé a Juan, como era normal llamaban la atención con su diferencia de estatura.

David se había comprado coche y no me lo había dicho, ahora podía utilizar el garaje que tenía vacío. Pregunté por su compañera francesa que no estaba en la casa, había ido a encontrarse con unas amigas de la misma nacionalidad en Londres y pasar el fin de semana con ellas.

David no dejaba de hablar, había ido tres veces a España para ver al bebé de su hermana que le tiene enamorado, yo pensaba que esos viajes se hacen para visitar a las novias y posiblemente el utilizaba la disculpa del bebé cuando en realidad era ella el motivo de sus visitas.

Salimos a cenar a un pub y me llevaron a uno cercano al Silk Mill Park y la Catedral, era un lugar rodeado de jardines y haciendo frente a la calle, con un ambiente estupendo, tuvimos que dejar el coche un poco alejado y aprovechamos para andar un poco.

Disfruté viéndoles comer el plato combinado que ofrecían como especial de fin de semana y David se comió casi todo el mío, comía como un cosaco bebía y estaba siempre como un alambre. Actuaba un grupo tocando música de todos los estilos, al público no le importaba, todos estaban en su ambiente de viernes noche, resultaba estupendo.  Era tarde cuando salimos de allí, Juan quería llevarnos a otros pubs cercanos, pero necesitaba dormir después de la noche pasada, mañana tenía otro viaje que hacer.

Su habitación era la de siempre, desorganizada y llena de trastos que él veía muy útiles. Nos metimos en la cama y no dejaba de hablar y preguntarme queriendo saber todo de mí.

Le tuve que contar al detalle lo de Ál y como consecuencia tocamos a Gonzalo.

—¿Cómo está tu amigo, Gonzalo?  —el silencio cayó como una losa que nos aplastara.

—Mañana estaré con él, quiere que hablemos, ¿y sabes?, estoy viendo su actuación de aquellos momentos de otra forma que me ayuda y me libera.

—Lo pasaste tan mal, dejaste de ir a clase, ¡tú faltando a la universidad!, y te tenía que pasar todos los apuntes detallados.

—¿Qué dice Nico?  —suspiré muy, muy hondo cerrando los ojos.

—Que hable con él, ¿tú qué crees que puede decir Nico?

—Es increíble lo que te ama ese chico, es tu esclavo —de su boca sale una risa un poco loca.

—¿Te causa risa?, tengo miedo de causarle daño, ya lo hice en Navidad.

—Es difícil sustraerse de ti, te lo digo de verdad, pero creo que Nico sufriría más si no te ve feliz, aunque eso le suponga tu pérdida —permanecimos unos minutos en silencio, fui a buscar su mano y se la estreché con fuerza.

Se acercó y puso sus labios sobre los míos, no me retiré y el beso duró unos segundos.

—¿Qué haces David?  —le miré divertido, se había puesto rojo.

—Perdona Daniel ha sido sin querer —me saca la risa su nerviosismo.

—¿Sin querer?, ¿has dicho eso? —me sigo riendo mientras me elevo y sujeto su rostro con mi mano derecha, con mi dedo pulgar en una mejilla y el resto en la otra para obligarle a mirarme.

—Bien, me apetecía hacerlo —parece tan apenado y avergonzado por lo que ha hecho.

—No es algo malo, no tienes que sentir vergüenza, pero a ti no te gustan los hombres y tienes novia —suelto su cara y ahora no me esquiva la mirada.

—Y no me gustan…, creo. Tú eres diferente Daniel, no sé, igual es por la amistad que tenemos, y no sucede siempre, pero me excitas a veces.  –había recobrado su color blanco habitual y otra vez vuelve el color a su cara.

Me inclino hasta quedar con mi cara sobre la suya y ahora soy yo el que le beso, depositando con suavidad mis labios sobre los suyos y permanezco así, moviéndolos con lentitud, rozándolos como alas de mariposa. Con la punta de mi lengua lamo sus labios y los abre para mí, penetro en él y la acoge con la suya, con timidez, lamiéndonos solamente la punta, explorando nuestros sabores y poco después me llena todo con fuerza, queriendo coger de mi lo que deseaba hace tiempo.

Estamos un tiempo besándonos, él me besa y yo le voy respondiendo, es un chico en todos los órdenes y no permite que alguien se le imponga, me abraza con sus delgados brazos que aprietan como cercos de acero, mete sus manos debajo de mi chaqueta para acariciar mis tetillas y su excitación va en aumento.

Llevo mi mano a su entrepierna, tiene un estremecimiento cuando acaricio su verga sobre la tela. Cuando deja mi boca puedo hablarle.

—¿Quieres hacerlo?  —redobla sus besos y noto como su pene salta.

—Sí, quiero follarte y hacerte mío…, pero no lo haré, no quiero que nuestra amistad se rompa, bastantes problemas tienes ya.  –no quiere, pero sigue besando y mordiendo mi cara con sus labios.

—No pasa nada, vamos a seguir siendo amigos, no voy a dejar de hablarte, si lo deseas puedes tenerme.  –sus besos van bajando de intensidad y de fuerza, no así la rigidez de su miembro, se separa de mí, deja de abrazarme y se coloca mirando al techo.

—¿Ahora no te enfadarás? Eres mi confidente, mi amigo, tú y Maira habéis sino mi paño de lágrimas –mi mano va a su pecho para acariciarlo, no tiene más que tendones y hueso.

—No puedo enfadarme contigo, eso es imposible, puede que lo esté conmigo por dejarme llevar por mi afecto hacia ti.

—David, cariño, tus sentimientos no son para nada malos, para mí son muy hermosos, eres como mi hermano, hace ocho años que nos conocemos y te quiero, te quiero mucho.  –callo un momento y dejo mi mano quieta sobre su pecho sintiendo su corazón hace unos minutos desbocado.

—Quiero que seas el padrino de un hijo mío, que vengas a mi casa y pueda verte como a un hermano y que así te vean mi mujer y mis hijos, mi cariño hacia ti va más lejos que el deseo loco de follarte.  –creo que poco más hay que hablar, David tiene sus ideas sobre la amistad muy claras y hasta dónde puede llegar, aunque sean otros sus deseos en su interior más profundo.

—Quiero que sepas que no me ofende ni me molesta que me desees, tú estás muy bien, aunque un poco delgado.  –entiende mi chanza, le hablo pasando mi mano por su esternón y costillas que se le marcan y me ofrece una sonrisa.

—Si alguna vez me necesitas me tendrás, quiero que lo sepas, estoy seguro que me hubieras hecho el amor muy bien, tu novia no quiere perderte a pesar de la distancia. Ahora bésame y vamos a dormir un poco.

Sábado

Nos levantamos un poco tarde, estoy extrañando el correr, pero la noche ha sido tan corta y tan pocas las horas de dormir. Ellos están de buen humor y se ayudan para preparar el desayuno mientras me ducho y preparo.

Aún tenemos tiempo para dar un paseo por el Bass’s Recreation Ground en la ribera del rio Derwent, es un parque enorme en un entorno muy bello para correr, aunque tenemos que ir en coche.

Comemos en su casa porque tienen comida preparada y ya se han hecho buenos cocineros, aunque Juan se mueve mejor en la cocina, David va aprendiendo, en su casa su madre y hermana, se lo han hecho siempre todo.

A la estación me lleva solamente David, de Juan me despido cuando nos ayuda a dejar las maletas en el coche.

—¿Cuándo nos volveremos a ver?  —su pregunta llega en el último momento cuando me abraza porque voy a coger el tren, me encojo de hombros.

—No tengo idea de lo que pueda pasar, pero transcurrirán meses si no vas a verme a Lille. Tú ya conoces Francia y te gustó.

Un beso en la mejilla y un abrazo son el adiós definitivo.

Las casi dos horas de viaje hasta llegar a St Pancras se me pasaron muy rápidas, llegaba a la misma estación de donde partiría mañana en el Eurostar para Lille y con el hotel que me había reservado Gonzalo muy cerca. Tenía que comprar algo para Rayhan y premiar su trabajo, recordé que había una tienda en el hotel y tenían camisetas, buscaría algo para él.

Con tanta maleta fue necesario que cogiera un taxi, en recepción les indiqué mi reserva, me entregaron la llave y me dijeron que alguien me esperaba en la cafetería interior, dejé mis maletas en recepción y fui al encuentro de quien me esperaba, aunque sabía quién era.

Gonzalo estaba en una mesa sentado, simplemente con una bebida sobre la mesa, sus piernas cruzadas y mirando a través de la cristalera, llevaba el abrigo puesto como si sintiera frío, se puso de pie al verme y vino a mi encuentro, aseguraría que estaba más delgado que la semana pasada cuando me despedí de él en España.

Me abrazó y daba la sensación de estar distraído, fue un contacto cálido pero lejano, le eché un poco de fuego al encuentro frotando con mis manos su espalda.

—¿Cómo es que me estás esperando?  —no dejaba de mirarle, sus rasgos se habían vuelto más angulosos y en sus pómulos se le veía el hueso a través de la piel.

—Te estaba esperando para recogerte y llevarte a cenar, mis abuelos te invitan en su casa, han venido María y Raúl y nos esperan allí, igual te lo tenía que haber dicho antes, pero temía que te negaras, de esta forma te obligo de alguna manera.

Qué inseguro y temeroso le veía.

—Acompáñame a la tienda, tengo que hacer unas compras de última hora.  –se acerca a la barra para pagar su consumición y busca con la mirada al camarero que le había atendido.

—¿Qué te parece esta camiseta?  —le muestro una de varios colores en bandas horizontales y sonrío imaginando a Ray con ella puesta en primavera, va a estar muy guapo y juvenil.

—Es muy alegre, va con tu carácter.  –sonríe también, seguro que me está viendo con ella.

—No es para mí, es para un chico joven, se la voy a regalar.  —hace un gesto con sus cejas significando —de acuerdo—.

En el mostrador le pido al dependiente la talla más grande, le miro a Gonzalo y se lo señalo al chico.

—Para una altura parecida pero el doble de cuerpo.  –se sonríe y me la entrega, le pido que la prepare para regalo y le dejo mi tarjeta de crédito.

—Tiene que ser un chico gigantesco. –muy bien, veo que se anima un poco.

—Sí, la verdad es que parece un gigante, pero en pequeño. Me tengo que preparar para la cena, ¿cómo debo vestirme?

—Como quieras, no hay un protocolo y estaremos poca gente, siete personas, estará Borja también.  –lo dice esperando que yo vaya a oponerme o protestar, pero no tengo nada que decir ni que objetar.

Llegamos a recepción para recoger mi equipaje y subir a la habitación.

—Te espero en la cafetería hasta que bajes. –no me esperaba esa salida de él.

—Ayúdame a subir mi equipaje, no puedo con él.  –le señalo todos los bultos que llevo.

Sonríe y asiente cogiendo mis dos maletas, su sonrisa es tristísima y sus ojos parecen sin vida.

Saco la ropa que quiero ponerme, la chaqueta que me regalo Nico, la camisa regalo suyo también y un pantalón gris con un poco de pierna para que no me ajuste, con sus abuelos en la cena no quiero ir muy incitador y moderno.

—¿Qué hacen María y Raúl aquí?  –le voy hablando mientras preparo la ropa, se ha sentado en una butaca y permanece sin hablar.

—Han venido a recoger algunas cosas personales de Ál.  –como le miro intrigado, continúa explicando.

—Venderé la casa y no sé dónde viviré, además son cosas suyas y pertenecen a su familia, a María le gustará tenerlas.  –cambia de conversación inmediatamente cogiéndome de sorpresa.

—Daniel…, Borja no tuvo la culpa, el único responsable y el que te traicionó fui yo.  –me mira fijamente y mete las manos en los bolsillos del abrigo.

—Ya hablaremos de eso Gonzalo, ¿tú crees que es el momento?

—Sí, debe ser ahora, por lo menos hablar de lo que afecta a Borja, te le vas a encontrar en la cena y tenías que saberlo.

—Fui yo el que le indujo aprovechándome de su cariño hacia mí. Él no quería y la jodí, a ti te hice daño, pero a él también. No fue solamente aquella vez, también debes saberlo, hubo otras, pero fue la última.

—Nunca hubo mala intención en lo que hacíamos, ni hacía Ál ni hacía ti. Eran juegos de amigos que comienzan sin querer, todos hacemos tonterías y nosotros las hicimos, no éramos ángeles ni podíamos ser mejores.

Creí sentir un sincero pesar en sus palabras.

—Creo que no son necesarias tus explicaciones, en aquel momento me atreví a juzgaros creyéndome superior y me arrepiento de mi soberbia, han transcurrido cuatro años y el dolor pasó, al principio pude guardaros rencor, también se fue y todo quedó en el recuerdo.

—Algo debe quedar en ti, dijiste que yo tenía quien me cuidara, en clara alusión a Borja y no es cierto, tampoco eso es verdad. Es un fiel servidor de la familia, para mis abuelos y para mí un familiar y no hay otra cosa.

En este momento sentí tanto no haber medido mis palabras y no haberme callado.

—Parece que todos tenemos mucho que perdonarnos, ¿verdad?  Entiendo toda tu explicación y lamento haberte dicho lo que no debí. Voy a darme una ducha y vestirme, tendremos que salir para llegar a tu casa.

Mientras el agua caía sobre mí y se llevaba la espuma del gel que tenía sobre la piel, pensaba que esa misma agua milagrosa, que nos limpiaba la piel, debía operar también en nuestro interior.

El verle ahora tan desvalido y frágil, tan impotente, cuando había sido tan poderoso y fuerte, mi caballero medieval, el niño que me defendía de todos mis enemigos, mi amor de siempre, se deshacía la coraza que estos años había hecho crecer cubriendo mi corazón para protegerlo.

—Bueno, ya estoy, espero que no lleguemos tarde.  –Gonzalo estaba paseando por la habitación con el móvil en la mano y me miraba mientras me vestía; ahora todo lo hacía corriendo, al verle así me daba la impresión de que me estaba retrasando.

—Tranquilo, no tenemos prisa, llegaremos con tiempo.  –sentí un alivio tremendo.

Parece que había llamado al chofer de sus abuelos mientas estaba en el baño, nos estaba esperando con la puerta trasera del automóvil abierta. Me sentí cortado al ver el servicio que se me ofrecía, ya lo había visto en su residencia de España, pero en las ocasiones que el chófer de allí nos llevó éramos nosotros los que abríamos las puertas.

—Gonzalo, ¿por qué vas a vender la casa y donde va a ir?  —estamos sentados cada uno en una esquina del asiendo y giró la cabeza para mirarme de frente, continuaba con su sonrisa ausente, pero ahora veía en ella una pizca de ironía o burla hacia sí mismo.

—¡Ah!, te he dicho venderla, no es así, quiero decir que no voy a volver a vivir allí, es muy grande para mí, pero no, no es mía, digamos que es de alguna empresa de mis abuelos. Ahora estoy con ellos y luego, seguramente, iré a una de las que tienen para directivos que vienen a pasar temporadas a Londres.

 

Volvimos a quedar en sigilosa y mutua observación, era más fácil hablar con él cuando había otras personas delante, se creaban lagunas de silencio estando los dos solos. Teníamos muchas cosas que decirnos, pero no era el momento. Llegamos ante su casa y en lugar de entrar por la parte trasera del jardín, el coche se detuvo en la calle principal, y ahora el chófer dejó que abriéramos la puerta de la parte de la acera para salir.

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