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La Soledad de los LLanos

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LA SOLEDAD DE LOS LLANOS

 

CAPITULO I

Domingo, noviembre 25 de 1923

La Razón de mi Venganza. - El día fatídico.

Era una mañana cualquiera en la Hacienda El Rincón del Ébano. Don Juan de la Garza montaba a caballo por las praderas apacibles de su propiedad al lado de su hijo mayor, el pequeño Luis de la Garza.

-hijo, ya va siendo hora de que te empieces a enterar de los negocios-

-si papa, está bien-

-las cosas van muy bien ahorita, pero es tanto lo que estoy manejando que necesitaré tu ayuda-

-se le van las cabras apá[1] -comenta sonrientemente el pequeño Luis.

-pues si mijo[2], para que negar –contesta sin sonreír Don Juan.

De pronto un sonido inusual se escuchó tras los arbustos que colindaban con una de las presas bebederas para el ganado. Don Juan se percató de dicho ruido y ante un inminente presentimiento de peligro le comenta a su hijo:

-oye mijo, ¿porque no vas a hablarle a Pedro? necesito que venga porque quiero hablar con el-

-Sí, papa-

-¡pos[3] ve ya¡ - lo apura el padre.

-¡ah¡ ¿ ya quiere que vaya?-

-si-

El joven se alejó lentamente en su caballo preferido. El galope lento iba dejando rastros en la tierra mientras el jinete enfocaba su mirada en el cielo. Pensaba lo afortunado que era por la familia que tenía, la opulencia en que vivía, y por el pacifismo con el que convivían en su pueblo natal. Sin embargo, un estruendo infernal hizo que relinchara su caballo y lo lanzó para el suelo; El corcel inmediatamente corrió despavorido por sin ningún rumbo. Luis estaba tirado y volteó su vista hacia donde su padre había cabalgado segundos antes; Detrás de unos matorrales presenció los destellos de unas ráfagas que asustarían al más valiente. Los disparos continuaron sin cesar, el adolecente se levantó al instante y huyó con dirección a la Hacienda para pedir ayuda. Su corazón latía 3 veces más rápido de lo usual, corría y pensaba en cómo ayudar a su padre, fue entonces cuando paró a medio camino y decidió regresarse. Con un miedo monumental se fue abriendo paso entre la maleza. Segundos después observó un cuerpo tirado; Era su padre quien yacía muerto al lado de la presa. Luis rompió en llanto al instante del desagradable encuentro. Volteó desesperado para los lados, le pareció ver una sombra que merodeaba el lugar, pero esta se desvaneció. Inmediatamente después alcanzó a observar el polvo que levantaban las cabalgatas de 4 caballos con sus jinetes, los misteriosos hombres se iban alejando del lugar después del innombrable acto. (+)

***

Don Juan de la Garza Cárdenas era un México-Español de tercera generación nacido el 21 mayo de 1877 en un pequeño pueblo llamado “LOS EBANOS”. Dicho lugar se ubicaba en la frontera de Tamaulipas con el recién nuevo estado de Texas. La familia originaria de Asturias España fue enviada con el propósito de colonizar e iniciar una nueva dinastía con un respaldo económico muy importante. Con el correr de las décadas, en el otoño de 1923, la Revolución estaba recién terminada, y en las desoladas tierras del norte de México el sentido del nacionalismo floreció por un Pancho Villa que por su sagacidad en vida impactó al mundo. El descuido en las áridas tierras del noreste causo un gran número de despojos, injusticias y situaciones las cuales al gobierno mexicano no le importaban. Esa fue una de las causas de la Revolución, el centralismo y la poca importancia que se le dio al gran territorio norteño mexicano. Mientras tanto, en el sur del país, la desproporción tanto de riqueza como de la tierra hizo que estallara la furia de Emiliano Zapata, quien con su lema TIERRA Y LIBERTAD se levantó en armas contra el gobierno tirano. “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”.

***

Don Juan de la Garza fue un hombre que a base de agallas -combinado con su extrema bondad- supo ganarse el cariño de todo su pueblo. De una personalidad indescriptible y valentía probada, este hombre contaba con una habilidad innata para los negocios. Todo esto, aunado a un reparto de tierras desproporcionado para sus abuelos, lo hizo un hombre sumamente poderoso. Don Juan de la Garza tenía una ideología muy interesante sobre el ser “Mexicano”. En tiempos del General Antonio López de Santa Anna, tanto su abuelo como los hermanos de este fueron convocados para la batalla de Texas en contra de los Estados Unidos, sin embargo, se rehusaron argumentando que, si el Presidente de México no protegía a sus ciudadanos en su propio territorio, mucho menos lo iba a hacer en contra de otra nación.

“Nosotros tenemos nuestra propia guerra aquí en nuestro pueblo, día tras día, tenemos que proteger a nuestras familias de los indios salvajes” 

Durante aquellos años -1830-1870- tribus indígenas atacaban periódicamente toda la región del noreste de México. En Tamaulipas y Nuevo León, grupos nómadas descendientes de los Chichimecas y Huastecos hacían la vida difícil a todas las familias de origen hispana o colonizadores. En Coahuila los Kikapoos y otras etnias de origen Tlaxcalteca -también llamados “los barbaros del norte”- hicieron su parte para intimidar a los civiles. Mientras que en los Estados de Chihuahua, Sonora y Sinaloa lo hacían los Apaches, Yaquis, Navajos, Comanches y un sinfín de grupos indígenas que reclamaban la invasión de sus territorios.

“Para que le quede claro al imbécil de Santa Anna, ¡Yo no soy Mexicano, yo soy de Los Ébanos Tamaulipas y nada más!”

***

Don Juan de la Garza era poseedor de muchísimas tierras extensas a lo largo de Tamaulipas, Nuevo León y el vecino Texas. Tenía una Hacienda llamada “EL RINCON DEL EBANO” donde vivía con su familia. Su esposa -Doña Consuelo Treviño- era originaria de Monterrey Nuevo León y con ella tuvo cuatro hijos; Luis el mayor, seguido de Ramón, Consuelito y el pequeño Juanito. En la Hacienda también vivía la familia de Don Pedro Ibarra quien era el capataz, administrador general y mano derecha de Don Juan de la Garza. También se hospedaba la servidumbre, rancheros, vaqueros y amas de casa. La armonía en la Hacienda era notoria hasta aquel fatídico 25 de noviembre de 1923 donde la vida de la familia completa cambio para siempre, en especial el futuro del hijo mayor.

***

En la cantina EL PORVENIR se jugaba una fuerte mano de baraja entre unos hombres que les gusta el dinero fácil. En la esquina de la misma, un vaquero desaliñado se toma una cerveza y observa con curiosidad por la ventana.

-¿supiste que mataron a Juan de la Garza?- se susurró al fondo.

-Sí, ya sabía-

-¿taba[4] visto veda[5]?-

-pos si, ese Pelao[6] tenía mucho dinero, no faltaba quien se lo quisiera quitar-

-¿no habrá sido El Gato?- comentó en voz baja uno de los jugadores.

En ese preciso momento, el hombre que estaba sentado en la mesa de la esquina se levantó haciendo mucho ruido. Empezó a mover las mesas y las sillas sin delicadeza. Caminó lentamente hacia la mesa de juego y con la cerveza en la mano se detiene en medio de los dos habladores.

-¡no señores, no fui yo¡- respondió con arrojo.

Una punzada cardiaca se sintió en el pecho de ambos hombres al ver la estampa de aquel pistolero con cara de pocos amigos.

-¡no, pos yo nomas decía¡- contestó un cliente aterrorizado.

-¡pos no ande diciendo, no sea pendejo¡.- terminó por recriminar el pistolero.

Segundos después se alejó del lugar, no sin antes lanzarle unas monedas al cantinero debido a la cerveza que había consumido.

-¡hay jijo!- suspiraba de alivio uno de los hombres.

-no me había fijado que aquí estaba- agregó.

-¡nos pudo haber matado!- replicó el compañero.

-¡y sin ningún problema!- le siguió el comentario

-Que peligroso es ese Pelao, nos salvamos, la verdad que si-

Aquel pistolero era Rafael Garza Cantú. Un asesino a sueldo nativo de San Felipe Nuevo León. Lo apodaban “El Gato Montés” debido a sus ojos verdes que contrastaban con un demacrado rostro lleno de cicatrices. Nacido en 1885 en el seno de una familia de campesinos, Rafael pronto se desvió hacia la línea criminal. Con apenas 15 años ya había cometido su primer asesinato. El Gato junto a su pandilla de amigos asaltaron a unos ladrones que habían robado en el rancho de un familiar. Se acercaron lentamente hasta donde se estaban repartiendo el botín, -a no menos de 2 kilómetros del lugar del atraco- y mientras estos pillos alardeaban de su “hazaña”, la pandilla de Rafael les cayó encima con palos y piedras. En el altercado murió uno de los ladrones mientras que los otros dos se rindieron. Rafael y el resto de sus amigos llevaron a los dos ladrones hacia el rancho donde habían robado, pero para su mala fortuna fueron acusados de asesinato. Desde entonces, Rafael se empezó a cuestionar el sistema judicial, así como esa falsa afirmación de que: “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón”. Él había matado a un forajido y en vez de ser considerado héroe por los suyos, fue relegado como la oveja negra de la familia. Rafael Garza era de un físico robusto, medía 1.85 metros y pesaba alrededor de 98 kilogramos. De tez aperlada y barba tupida, este tipo no era el típico ladrón o bandolero, ni siquiera era el típico matón al que le pagas y quita de en medio a la gente que estorba –aunque ese fuera su trabajo- “El Gato Montés” siempre se cuestionaba todo. Tanto el porqué de las cosas como el porqué de las causas. De pensamiento apolítico, El Gato era un mercenario que se inclinaba siempre por el mejor postor a menos riesgo. A la edad de 28 años -en 1913- ingresó al Ejercito Mexicano, y bajo el mando del teniente Fortino Garza Campos combatió junto con el apenas niño Bonifacio Salinas. Estuvo en múltiples batallas, tanto en los combates de Montemorelos y Nuevo Laredo, así como en la toma de Monterrey. También hizo campaña en Puebla, Celaya, Aguascalientes, Oaxaca y Veracruz. Se preparó a conciencia, tanto física como mentalmente; Se enfocó en situaciones de riesgo extremo y se entrenó en disparo de larga distancia, así como también en el manejo de artillería pesada. Desertó en 1919 a escasos momentos antes de finalizar la Revolución. Según su visión, el soldado es una pieza fundamental de la sociedad que no tiene absolutamente nada de valor para la misma; En otras palabras, no tenía caso defender situaciones que podrían acabar con tu vida sin ningún tipo de recompensa. Es por eso que decidió utilizar sus habilidades para otras cosas. El Gato Montés no estuvo del todo despegado del Ejército, siempre era requerido para hacer “trabajitos” que un militar sin permiso presidencial no haría, fue así como se convirtió en un mercenario para el mismo Gobierno. En una de sus encomiendas aun siendo soldado, fue enviado hasta Parras de la Fuente Coahuila para acabar con un grupo de alborotadores que amenazaban con asesinar a familiares de Don Francisco I. Madero. Dichos maleantes probablemente eran enviados por el mismo gobierno, pero dentro de este, la familia Madero contaba con simpatías las cuales se encargaron de enviar a dos personas experimentadas para contrarrestar la situación. En esta misión Rafael fue acompañado de otro mercenario llamado Tadeo Jiménez con quien surgiría una amistad/rivalidad muy importante para la vida de EL GATO. A raíz de esta misión, Rafael se visualizó fuera del Ejército realizando este tipo de trabajos con su respectiva remuneración económica.

***

Los fuertes vientos golpeaban las puertas del RINCON DEL EBANO. El eco de estos agresivos aires sonaban cual silbido tenebroso, y los presentes en aquel lugar experimentaban un tipo de escalofrío como si atestiguaran una escena de terror. El polvo sucio que se levantó era presagio del descontento espiritual por esta tragedia. Tal pareciera que algo rondaba la casa aparte de la gente que se conglomeraba en la explanada principal. La Hacienda EL RINCON DEL EBANO era un compendio enorme dividido en; El Salón matrimonial, la sala gigante, la cocina, el recibidor y la biblioteca u oficina donde el difunto llevaba las cuentas de sus negocios. El hogar contaba con desván y ático en el segundo piso, así como otras dos recamaras individuales las cuales contaban con un pequeño balcón. En la entrada de la Hacienda se encontraba una pequeña fuente que dividía el centro de la explanada entre el hogar de la familia De la Garza y las habitaciones de la servidumbre. En estos cuartos vivían cómodamente Don Pedro Ibarra y su familia. Su casa colindaba con el granero donde estaba todo el equipo y maquinaria para el arado y sembrado, así como también la vestimenta necesaria para montar a caballo y demás accesorios de campo. El lugar estaba a reventar. Más de 250 personas se reunieron para darle el último adiós al gran amigo Juan de la Garza Cárdenas. La misa ya se había llevado a cabo y los ahora huérfanos se encontraban durmiendo a excepción de Luis, el hijo mayor. Los comentarios no se hacían esperar ante el panorama triste del lugar. La gente había llegado de todas las rancherías de alrededor así como de la cabecera municipal[7] que se encontraba a 12 kilómetros de distancia -LOS EBANOS, TAMAULIPAS-.

-¿pero por qué lo mataron?-

-este hombre no se metía con nadie-

-era muy bueno, ayudaba a mucha gente-

-era muy rico, lo tienen que haber querido robar-

Las versiones sobre su asesinato brotaron como teorías conspirativas. ¿Quién lo había asesinado? ¿porque? ¿A caso contaba con enemigos? El día de su muerte, Don Juan campeaba[8] con su hijo Luis. Hacía un recuento de las cabezas de ganado que había adquirido del “proveedor de oro” que finalmente había encontrado. Tenía alrededor de 5 años trabajando con él. Lo curioso era que Don Pedro Ibarra jamás dejaba a Don Juan, ni a sol ni a sombra, siempre se encontraba a su lado, ya sea en la Hacienda o cuando se encontraban de viaje. Esta repentina ausencia causo expectación entre la gente y por supuesto entre las autoridades. El portón enorme de la Hacienda se abrió lentamente cuando aparecieron dos hombres caminando entre la multitud; Eran Maclovio Silva, Jefe de la Policía Rural de los Ébanos, y Ruperto Sáenz, quien era el segundo al cargo. Ambos entraron y se dirigieron a la sala donde todavía estaba el cuerpo del recién difunto. Aun se estaba rezando el novenario, las mujeres ofrecían sus oraciones para el eterno descanso de Juan de la Garza mientras que los hombres afuera se lamentaban tan terrible perdida. Tres mujeres confortaban a la pobre viuda quien se encontraba sentada detrás del féretro; Una era su cuñada Isela Rodríguez -esposa de su hermano Abraham Treviño- y las otras dos solo sostenían sus manos cansadas. Los representantes de la Ley pidieron un minuto para hablar con la viuda; A pesar de ser rechazados por las mujeres protectoras, la viuda accedió a dicha entrevista.

-sabemos que son momentos muy difíciles señora Consuelo, no pensamos quitarle mucho tiempo- comentó el Jefe Maclovio.

-ustedes dirán- respondió desangelada la viuda.

-¿sospecha usted de alguien que quisiera hacerle daño a su difunto esposo?- preguntaron los representantes de la Ley.

-mi esposo era muy querido por toda la gente, no creo que nadie quisiera hacerle daño- respondió la viuda.

-lo sabemos señora De la Garza, pero tenemos que investigar todo- replicó El Jefe de Policía.

-¿alguien con quien haya discutido?- volvió a cuestionar Maclovio Silva.

-no señor con nadie- responde Doña Consuelo.

En eso interviene Ruperto Sáenz.

-¿me está diciendo que un hombre que maneja miles y miles de pesos no tiene enemigos?-

Maclovio calma a Ruperto mientras la indignada viuda le responde.

-ciertamente usted no conoció a mi marido, porque de haberlo conocido probablemente le hubiera ofrecido un mucho mejor trabajo que el que hace en estos momentos-

-una disculpa señora, tenemos motivos para creer que su Capataz Pedro Ibarra haya tenido algo que ver con la muerte de su esposo- arregló la situación Maclovio Silva.

La rabia que expulsaban los ojos de Consuelo Treviño era evidente y tras contenerse unos cuantos segundos los corrió de su casa diplomáticamente.

-¡Que les vaya bien señores!-

-¿no nos va a contestar señora?- insiste Ruperto Sáenz.

-Don Pedro es la persona más leal que he conocido, esa es mi respuesta, ¡Que les vaya bien señores!- concluyó la viuda.

Maclovio y Ruperto se despidieron respetuosamente de la dama y se alejaron del funeral. Luis por su parte, observó con gran respeto la audacia de su madre; Minutos después ella le comentaría a su hijo mayor que no es prudente creer todo lo que se dice en la calle. Enseguida le pidió que regresara a cuidar a sus hermanos.

 

 


[1] Papa

[2] Mi hijo

[3] Pues

[4] Estaba

[5] Verdad

[6] Modismo utilizado en el norte de México para referirse a un hombre.

[7] Localidad donde se concentran las autoridades administrativas de una región o municipio.

[8] Modismo utilizado en el Norte de México para describir una cabalgata reconocedora de las tierras.

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