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La soledad de los llanos (Capitulo 7)

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CAPITULO VII

EL ESCAPE

EL RIVAL MÁS SANGUINARIO

El galope veloz rompía el aire. Por decenas de kilómetros no le dio descanso a su caballo. Sentía un miedo espantoso. La posibilidad que sus perseguidores estuvieran cerca lo aterró enormemente. El mismo caballo parecía entender la peligrosa situación en la que se habían metido, y cuando el jinete no podía ni sostener las riendas. El corcel lo despertaba como diciéndole <<¡vamos¡ no te caigas ahora,¡ despierta, despierta¡>>. Continuaron durante un largo camino hasta que el fiel amigo del vaquero ya no pudo más. Empezó a trotar lentamente. Sin embargo, había logrado perder a sus enemigos. Luis padecía un delirio de persecución desde el fatídico día. Tenía miedo que los asesinos de su padre algún día fueran por él. Tuvo que aprender a vivir con ese temor.

Su escape continuaba a ritmo lento. Sintió un frio intenso que recorrió su cuerpo. Fuertes mareos lo atacaron durante el viaje de salida. Venía herido de un par de balazos. Su corazón palpitaba rápidamente. Volvió a sentir que lo seguían, pero esta vez había algo extraño en aquellos llanos obscuros. Le pareció escuchar un murmuro, y si su mente no lo traicionaba, observó una sombra a unos cuantos metros de distancia. Por más que aclaró sus ojos no pudo distinguir con claridad esa presencia extraña.

En San Miguel el Alto la gente estaba indignada. Pedían la cabeza de aquel asesino. La Policía Rural al mando de Don José Domínguez solicitó uno cuantos voluntarios para la búsqueda. De esta forma se alistaron varios vaqueros. Se unieron con los uniformados y empezaron la cacería del asesino.

***

A las 4:45 de la madrugada el vaquero no detenía su cabalgata. Su estómago se desangraba por los impactos de bala y su visión se nublaba entre la obscuridad. Trató de pensar en otra cosa para mitigar el dolor y se decidió a cantar. Entonó la barca de Guaymas por unos segundos.

-Al golpe del remo, se agita en las olas, ligera la barca,

y al ritmo del agua se ahonda mi pena y solloza mi alma...-

Pensativo y con lágrimas recordó las imágenes de lo sucedido en Reynosa. Segundos después su mente se transportó hasta los hechos de San Miguel el Alto. No podía quitarse de la mente el momento exacto del fuego cruzado con Agapito Ramírez. Recordó como su enemigo cayó muerto, así como tampoco olvidaba ciertos diálogos profundos. Se recriminó a si mismo por el nuevo incidente. <<lo hice otra vez, ¡mate a otro hombre!>> 

Frases poderosas impactaban su conciencia.

<<¡Sé que cause mucho daño y por eso te pido disculpas!>>

-No era un hombre tan malo- sopesó el joven.

<<¡Tú qué sabes lo que me hizo tu padre!>>

-¿Qué fue lo que pasó realmente?- continuaba cuestionándose.

<< ¿Que se siente matar a un hombre bueno?>>

Esta cuestión pasaba por su mente una y otra vez. Era una pregunta que el mismo había hecho y activaba enormemente su ansiedad.

-¿Que se siente matar a un hombre bueno?... Te sientes el hombre más miserable del mundo- se contestó con pesar.

***

El muchacho se desplomó. Cayó desmadejado a la orilla de un arroyo. Para su fortuna fue encontrado por una persona que visitaba el manantial diariamente. Don Felipe Sánchez llevaba a sus animales para que bebieran al momento que encontró el cuerpo inconsciente del joven. Tan pronto vio al muchacho tendido se persignó. Enseguida le brindó ayuda. Lo llevó a su rancho cercano donde su esposa e hija lo atendieron lo mejor posible. Urgentemente se marchó en busca de médicos profesionales. Luis despertó un par de horas después. Su fiebre no cesaba. Afortunadamente Don Felipe regresó con buenas noticias. Se había encontrado al doctor en un ejido cercano y este prometió visitar su jacal tan pronto se desocupara. Una hora después del encuentro con Don Felipe llegó el médico.

-Una disculpa por el retraso Don Felipe, ¿Dónde está el herido?- preguntó el Galeno.

- Aquí Doctor, pásele por aquí-

-este muchacho se está desangrando... ¿Quién es?-

- ¿No le dije Doctor que era grave?... se hubiera venido más temprano-

Después de la consulta el Doctor salió de la habitación para hablar con Don Felipe. Le comentó que el muchacho había perdido una cantidad considerable de sangre. Había pasado por una fase grave de inconciencia pero que con reposo se pondría mejor. El muchacho era joven y fuerte. El medico indicó que se necesitaría una transfusión para asegurarse de su restablecimiento.

-por lo pronto aliméntenlo, yo volveré para llevarlo conmigo al consultorio-

Inesperadamente el joven gritó.- ¡NO!…aquí estoy bien... ¡no me lleven a ninguna parte¡-El asombró por la respuesta del joven fue notorio. Parecía completamente noqueado y con la mirada perdida. Sin embargo, su sentido auditivo le funcionaba a la perfección. Pasó varios días de reposo. Mientras tanto la Policía Rural de San Miguel tocaba de rancho en rancho y de jacal en jacal en busca del joven asesino. Su descripción era correcta. Masculino, entre 22 y 25 años, tez aperlada, 1.75 metros de estatura y complexión delgada.

Gradualmente se fue sintiendo mejor y decidió levantarse de la cama. Se topó con una señorita más o menos de su edad quien amablemente le preguntó por su salud.

-pos... sí, ya me siento mejor, gracias-  contestó apenado el joven.

-disculpe mi atrevimiento pero... ¿Cómo es que se llama usted?- cuestionó la dama.

El joven respondió extrañado.

-¿porque?..¿Acaso me han venido a buscar?-

-no, solo quisiera saber con quién hablo - sonrió la joven amable.

-¡ah¡….- un suspiro de alivio colmó el cuerpo del joven

-me llamo Luis ¿y tú?-

-Nora-

-pos bueno, muchas gracias por ayudarme Nora- ambos jóvenes se sonrieron.

-muy bien, ahora vuelva a la cama, el doctor dijo que debería reposar-

- tengo que obedecer-

***

La discusión sobre el nuevo inquilino se hizo presente en el hogar de los Sánchez. La esposa de Don Felipe argumentó que no era prudente ayudar desconocidos en tiempos tan violentos como los que se vivían. Don Felipe explicó que como buen cristiano debía darle la mano al enfermo. Doña Nora accedió bajo una condición. Tan pronto estuviera sano, el joven se marcharía. La hija por su parte calló y sonrió para sí misma.

<<¡Qué bueno que se quedó!>>

El Doctor Zaragoza se encontraba en brigada médica por las rancherías cuando un pelotón de la Policía Rural arribó. Los originarios de San Miguel el Alto solicitaban información del fugitivo. Don José Domínguez interrogó a todos los habitantes. Al momento de escuchar los datos y descripción física del bandolero, el Doctor comprendió que se trataba del joven que había curado recientemente. Instantes después fue interrogado y negó haber visto alguien semejante. Después de las indagaciones se dirigió a prisa hasta el rancho de Don Felipe. Le advirtió sobre lo peligroso que podía ser el muchacho y le comentó que pronto vendría la justicia por él.

***

LA CORDADA EN SAN MIGUEL

Un contingente impresionante de hombres se posicionó en la comandancia municipal del pueblo. El asombro de la gente se transformó en pavor. De inmediato recordaron las crueldades innombrables de la Revolución y La Guerra Cristera. Los Policías Rurales observaban estupefactos el convoy compuesto por 5 Camionetas repletas de armamento pesado. Contaban con ametralladoras Vickers calibre 7.62 y colt de la misma medida, las Hotchkiss en caso de toparse con un grupo similar de combatientes. Para cerrar con broche de oro presumían sus Cañones Shneider. Los Cordados venían preparados para cualquier dificultad.

Al frente de aquellas 5 camionetas venían 3 vehículos marca Ford Modelo 1933. En ellos viajaban Tadeo Jiménez, Rafael Garza Cantú y los principales escoltas del escalafón. Tadeo se bajó observando el palacio de justicia y sus alrededores. El Gato por su parte venía fabricándose un cigarro y dio poca importancia a la situación. 5 hombres acompañaron a los líderes y los demás aguardaron afuera.

-buenos días-

-bueno días, señor-

-¿Quién es el jefe aquí?- preguntó el líder del convoy.

-Don José Domínguez- contestó un dudoso Policía.

-muy bien, dígale que EL General Tadeo Jiménez está aquí y quiere hablar con el-

El Gato observó a su compañero mientras sonrió la exageración del rango.

<<¿General?>>

Don José Domínguez recibió a los pistoleros. No se impresionó ante aquellos hombres, pero si le extrañó que vinieran de tan lejos por el asesino de Don Agapito.

-hemos peinado todas las rancherías y la verdad no lo encontramos-

-mire, Don José, le propongo que se una a nosotros para repasar la zona del asesinato, no debe andar muy lejos-

-pero ya inspeccionamos- contestó el Jefe Rural.

-yo tengo mis métodos- expresó Jiménez.

-bueno, pos vamos a darle- accedió el Jefe Policiaco.

-¡esa voz me gusta¡- sonreía Tadeo mientras palmeaba la espalda de Don José Domínguez.

***

EL ENFRENTAMIENTO

EL VALOR CONTRA EL SADISMO

Era una tarde nublada y lluviosa. El ambiente tenebroso explicaba el sentimiento infernal que acechaba por todo el horizonte. El viento soplaba con velocidad inaudita y el silbido intimidante penetraba hasta los huesos. A la distancia, el joven vaquero observaba con desafío el lugar donde habitaba su tercer rival <<el picacho del buitre>>. En esta guarida se escondían tras sus fechorías todos los cuatreros del Lobo. Se encontraba entre las verdes praderas de Jalisco. Era una cadena de cerros y lomas confusas que se dividía en cientos de caminos y veredas. Un lugar intransitable que detenía la buena voluntad de la Policía. Sabían que allí se refugiaban los criminales más buscados de la región. Sin embargo, su inaccesibilidad complicaba los arrestos. Desde 3 kilómetros se divisaba el dibujo diabólico del jacal que guardaba al asesino más cruel del bajío. Estas pequeñas montañas daban la impresión de estar empalmadas una sobre la otra. Pero al avanzar a su encuentro, se separaban lentamente para mostrar un contraste visual majestuoso. Hermoso durante los días y aterrador durante las noches. La ilusión óptica generada por las siluetas de los cerros era la de un enorme titán se moviéndose hacia ti. En la punta del cerro estaba la cabaña de Leobardo “El Lobo” Rodríguez.

El cruel asesino era muy celoso de su privacidad. Jamás dejaba que nadie pusiera un pie en su hogar, ni siquiera sus secuaces. Era una ofensa que se castigaba con la tortura. El punto fue entendido por sus compinches cuando en cierta ocasión un delincuente llamado Braulio Menchaca entró sin permiso. Dicha acción fue considerada un acto de espionaje. Lo atrapó y después de una soberana paliza, le amputó 3 dedos de cada mano por si pensaba robar. Minutos después lo arrastró y lo dejó maniatado en un árbol por 3 días. Después del martirio le preguntó si le gustaba mendigar en las calles y Braulio negó con la cabeza. Entonces Rodríguez sacó su pistola revolver calibre .45 y le disparó en la frente. Lo asesinó a sangre fría delante de sus secuaces para establecer una regla implícita.

“Nadie entra en mi casa”

***

La moneda estaba en el aire. Luis sabía a lo que se estaba enfrentando. Tras largas horas de análisis en la soledad de los llanos. El joven consideró la gran posibilidad de ser asesinado. Un alma que agregar a la colección de víctimas de El Lobo. De todas formas el joven se apegó a su plan. Se encaminó hacia su negro destino. Ansiaba encontrarse cara a cara con el tercer asesino de su padre. Su alma, mente y corazón estaban resueltos. Se puso en manos de Dios. Reconocía que este era el rival más cruel y sanguinario al cual se iba a enfrentar. Por si fuera poco, El Lobo contaba con más de 30 malhechores a su disposición. Todos ellos con la misma visión y mente criminal de su líder. Luis consideró la desventaja numérica durante el trayecto. Pensaba en la manera de eliminar a su enemigo sin que su banda lo defendiera. Nunca consideró enfrentarse a todos. Una cosa era la valentía y otra muy diferente la estupidez. Visualizaba escenarios en igualdad de circunstancias. Analizó la opción de un disparo a larga distancia. Un disparo magistral, de tal precisión y frialdad que estando oculto entre la maleza -a 200 metros- pudiera acabar con la vida de su acérrimo enemigo.

El plan no era descabellado. Pero existían ciertos factores que no beneficiaban el éxito del mismo. La obscuridad de la noche y la distancia eran dos circunstancias poco favorables. Además, sabía de antemano que no era un virtuoso del disparo. Desechó dicho plan y empezó a analizar otras alternativas. Al trote lento de su fiel caballo decidió esconderse entre el monte. Cerca del picacho. Allí esperaría el momento justo para subir y enfrentar a su odiado rival. Sabía que nadie llegaba al picacho a excepción del Lobo, ni siquiera Román Sandoval. El resto de la pandilla se quedaba a unos 100 o 150 metros abajo del cerro. Se refugiaban en chozas y cuevas escondidas. Esto entusiasmó al joven para considerar la opción de un esperado mano a mano.

La tarde transcurría lenta y con calma mientras el vaquero esperaba pacientemente. Sabía que había llegado muy lejos desde que se propuso su siniestro plan. El joven estaba consciente del inminente peligro. Reynosa fue una aduana difícil de pasar. San Miguel el Alto fue aún más complicado. Pero estar completamente solo, en medio de la nada, esperando enfrentarse a un rival que probablemente lo despedazaría en cualquier ámbito combativo, lo hizo pensar que debería disfrutar sus últimas horas de vida.

La noche cobijó el cielo por completo. El entorno era cada vez más aterrador. Transcurrieron unos minutos entre la obscuridad cuando repentinamente se escucharon trotes de caballos. Luis observaba atento entre los matorrales. Aquel momento que anhelaba finalmente se le presentó. El Lobo y sus cuatreros[1] se dirigían a delinquir esa noche mientras dejaban su guarida completamente sola. El joven quiso dispararle con su rifle de entre las yerbas, pero supo que no tendría oportunidad de escapar. Decidió esperar hasta que todos se fueran. Posteriormente subió hasta la parte más alta del cerro conocido como El picacho del buitre. Una vez arriba, espero el regreso de su rival.

<<Ya esperé 10 años, que no pueda esperar unos cuantos minutos más>>

Las horas pasaban y la noche vislumbraba un panorama siniestro. El muchacho estaba atento. Observaba lo que podía entre la obscuridad. Escuchaba con agudeza para prevenir la llegada de su adversario. Inesperadamente un cambio climático empeoró la situación. Las gotas comenzaron a caer lentamente sobre sus botas. El golpeteo en su sombrero le hizo entender que la intensidad crecería. Un torrencial cayó bajo el cerro y la llegada del enemigo no fue captada. Luis se protegía del aguacero en un pequeño establo al lado de la cabaña del bandido. Desafortunadamente el malhechor llegó a su hogar en esos instantes. El joven vengador se sorprendió cuando vio al enemigo abriendo la puerta de su casa.

<<¿Cuándo demonios llegó?>>

Se escondió rápidamente tras una carreta vieja dentro del establo. Leobardo Rodríguez amarró su caballo en el tronco delantero de su casa y entró con un morral lleno de dinero, su botín. El muchacho sabía que su rival saldría de nuevo. No había dejado su caballo en el establo si no en frente de la cabaña. Actuaba como si tuviera algo pendiente por hacer. En ese preciso momento el vaquero salió de su escondite. Estaba decidido a saciar su sed de venganza. Caminó bajo aquel aguacero con dirección a la cabaña del asesino. Su valor estaba probándose al máximo. Se postró delante de la pequeña casa de adobe. Entonces tomó la mala decisión de llamar con un grito a su enemigo.

Ansiaba batirse en un duelo frontal. Pudo haberlo matado cuando lo vio llegar, pero pecó de inocencia. En el mundo de los asesinos el respeto no tiene cabida. El Lobo lo hubiera liquidado con esa oportunidad. Deseaba que el asesino supiera quien lo había venido a enfrentar. Con los nervios y la adrenalina explotando por su cuerpo, el temerario muchacho abrió el terreno para el duelo. En pleno aguacero gritó el nombre de su rival.

-¡Leobardo Rodríguez!-

El Lobo se encontraba prendiendo una lámpara. Pretendía tomarse un tequila cuando escuchó su nombre en aquel exclamo retador. El asesino prefirió quedarse a obscuras y caminó descuidadamente al frente de su casa. A paso lento y sin dar importancia a los gritos, el despiadado asesino abrió lentamente la puerta para ver quien lo llamaba. Perfiló parte de su rostro para observar hacia fuera, pero la negra noche le dificultó su visión izquierda. Solo alcanzó a notar la silueta de un vaquero envuelto en un gabán entre la lluvia.

-¡sal, Lobo Rodríguez!-  el muchacho lo volvió a llamar.

La puerta de la cabaña se abrió. Rechinaba con un sonido a viejo. Desde fuera se contemplaba un cuadro obscuro en medio de aquella casa. Por un instante la mente del muchacho le jugó una broma. Creyó ver una sombra que se desplazaba de la casa hasta el granero. Volvió a sus cabales en cuestión de segundos. Sabía que no podía desconcentrarse ante la inminente batalla. << soy un blanco fácil>> pensó el vaquero. Segundos después su deseo se había concedido.  La figura de El Lobo emergió lentamente de aquel hueco obscuro que dejó la puerta. El asesino cruel lo observó con desprecio y en seguida preguntó:

-¿Quién eres tú y que carajos haces aquí?-

El Joven fronterizo sintió una pequeña brisa que le acarició su espina dorsal. Pasó saliva al ver a su tercer rival en persona. Tenía un aspecto cruel y sanguinario, tal y como lo habían descrito. Era un hombre alto, demacrado, con muchas cicatrices en su rostro, delgado, de cuerpo correoso y de manos ásperas. Usaba bigote tupido y su ceja era dispareja. La parte más tenebrosa de su apariencia era el parche en su ojo derecho.  

<<El que lo haya herido, debe estar muerto>> sopesó el joven.

Un momento de flaqueza acobardó al muchacho. La apariencia infernal de su enemigo lo hizo considerar la huida. Sin embargo, no podía retractarse ahora. Había llegado demasiado lejos como para acobardarse solo por el aspecto de su rival.

<<he enfrentado bandidos antes, aquí estamos solos él y yo, no tendrá la ayuda de nadie, y cuando un hombre lo respalda la razón, sus acciones se justifican>>.

La hora de la verdad había llegado. El joven vaquero se introdujo a su rival para recordarle la razón de su visita.

-Soy Luis de la Garza y vengo a m...-

Todavía no terminaba de presentarse cuando el silencio de la noche se interrumpió por un trueno espeluznante acompañado del brilloso rayo de luz. Esta distracción la aprovechó Rodríguez y rápidamente sacó sus armas para comenzar la batalla épica. Las ráfagas de sus balas acompañaron a los relámpagos del cielo. Los estruendos de sus disparos se turnaban con los truenos del torrencial. Rodríguez se internó en la lluvia. Caminaba a paso firme. Se dirigía con decisión hasta el intruso. Luis huyó ante el salvajismo de su oponente. El Lobo descargaba sus dos pistolas revolver calibre .45. Intentaba masacrar a su enemigo. El joven corrió hasta la carreta vieja. Rápidamente se tiró al suelo e intentó defenderse. Vaciaba su pistola repeliendo la agresión. La visibilidad era nula debido al aguacero y a la obscuridad.  El joven disparaba sin ver su objetivo. Se protegía en la carreta y levantaba su mano derecha con la pistola colt. 38. Entonces detonaba hacia donde escuchaba que podía encontrarse el sádico asesino. El Lobo por su parte tiró sus pistolas y tomó su rifle mausser. Disparaba sin misericordia. Hizo añicos la carreta vieja donde se atrincheraba el joven. La lluvia era tanto de agua como de balas. Los secuaces del Lobo se encontraban abajo del cerro. Escuchaban aquel concierto de balazos. Sin embargo, Román Sandoval impidió la subida de sus compañeros.

 -¡vamos Román, se están echando chingadazos allá arriba!-

El mano derecha del Lobo calmó a su gente enseguida.

-¿y quién puede contra el Lobo?.... mejor vamos a esperarlo aquí.... si acaso sale vivo el fulano-

***

La intensidad de la pelea equiparaba la fuerza del torrencial. Lobo descargó su fusil mausser destrozando por completo la vieja carreta. Mientras tanto Luis contestaba con ráfagas de su colt .38 y su revolver .45

Rodríguez arrojó al suelo su rifle cuando quedó sin parque. Al instante sacó otras dos pistolas que guardaba en su espalda baja. Enseguida continuó disparando sádicamente. No había tregua en esta guerra sin cuartel. Fueron momentos de auténtico terror para el intrépido joven. Desesperado corrió desde la despedazada carreta hasta su caballo. Allí guardaba su rifle. No quería recargar sus pistolas. Desafortunadamente durante la carrera fue alcanzado por las balas asesinas de su enemigo. Su hombro quedó hecho pedazos. Cayó al suelo lodoso por unos segundos. No obstante, se incorporó rápidamente. La adrenalina que drenaba por su cuerpo lo impulsaba. El joven extravió su revólver calibre.45 cuando trataba de subirse a su corcel. Al mismo tiempo, Leobardo Rodríguez también acababa con el parque de sus pistolas. Igualmente decidió montar su caballo. Pensó que el joven escaparía, pero se sorprendió al notar lo contrario.

Remembrando a los nobles caballeros de Reino Unido, ambos jinetes se enfrentaron. Cabalgaron frente a frente. La colisión sería inmediata. Durante la corrida el muchacho tuvo la fuerza necesaria para sacar su rifle 30-30. Se encontraba al lado izquierdo de su corcel. Los enemigos mortales acortaban distancias en cada galope. Los dos pistoleros añoraban excitadamente el choque final. El joven tomó el rifle. Sabía que era su oportunidad de acabar la batalla. Presentía que su enemigo no tenía municiones para seguir peleando. Pero aquel asesino despiadado ya había pasado por un centenar de situaciones idénticas. Tenía las respuestas adecuadas para cada ataque en su contra. A pesar de que no contaba con una sola bala, aprovechó la poca distancia entre los dos. Con un par de metros de cercanía, le arrojó su revolver con todas sus fuerzas directo a la cara del intruso. Luis cayó estrepitosamente ante el impacto del metal con su pómulo derecho. Su ojo se cerró por completo. Aunado al golpe, el muchacho cayó sobre el hombro herido. Por esta razón terminó completamente dislocado.

***

La pelea bajó de intensidad al igual que la lluvia. El vaquero se encontraba tendido sobre un charco fangoso. Su rostro estaba enlodado y su estado físico era deplorable. Se encontraba sumamente herido. Intentó ponerse de pie, pero su cuerpo no reaccionaba. Su mente se nubló por un instante y su sentido auditivo se perdió por unos segundos. Un fuerte mareo se adueñó de su cabeza. Buscó su caballo con la mirada, pero este se perdió en la obscuridad. El panorama era totalmente desalentador. Estaba noqueado. Al momento de abrir el único ojo sano, observó su rifle entre el lodazal. Inmediatamente la silueta de un hombre se inclinó para recogerlo.

La aventura había terminado. Luis de la Garza estaba perdido. Por primera vez su valentía no le valió en lo absoluto. No fue suficiente para derrotar a un pistolero experimentado y con claros indicios psicópatas. La llovizna causó truenos ligeros. Ruidos que se confundían con los pasos lentos pero firmes de su rival. Era lo único que podía escuchar aquel derrotado joven. Los pasos se detuvieron repentinamente. Las espuelas de acero dejaron de sonar. El acérrimo enemigo se encontraba a 30 centímetros de distancia. El cruel asesino portaba su rifle en la mano. Sin piedad empezó a golpear al abatido muchacho. Primero lo pateó bestialmente y en seguida lo torturó a cachazos con su propio rifle. Después de propinarle aquella senda paliza, pisó sin piedad su hombro herido y lo sacudió. El calvario continuó. Lo tomó de su cabello y lo arrastró por varios metros. Los gritos de dolor eran ensordecedores. Entretanto la risa del asesino mezclaba sadismo, saña y perversión. Rodríguez sostuvo al joven frente a él. Sin embargo, no se podía mantener de pie. El desquiciado pistolero lo golpeaba y lo volvía a levantar. Después de varios intentos, el muchacho sacó fuerzas de flaqueza y accedió a las peticiones de su rival. Fue obligado a que abriera su boca para que le introdujera el rifle 30-30. Entre risas y con un tono irónico mencionó:

-¡Primero el Papa y ahora el escuincle¡- las carcajadas parecían aullidos infernales.

Con el rifle en su garganta, el muchacho derramó lagrimas que se combinaban en la lluvia. La certeza de su próxima muerte estaba escrita. Aun en estas circunstancias, Leobardo Rodríguez quiso extender la humillación y le empujó el arma con tal fuerza que le hirió el paladar. La agresión causó que Luis retrocediera unos pasos y casi desvaneciéndose pudo sujetarse del caballo del Lobo. El muchacho estaba sobre sus rodillas y se sostenía de la montura. EL Lobo se encontraba a cierta distancia y enseguida le apuntó directamente a la cabeza.

-¡levántate  jijo de la chingada¡-

El herido obedeció y se incorporó lentamente de espaldas al asesino.

-ahora voltea… no digas que no te mate de frente- carcajeó de manera sarcástica.

El joven giró e inesperadamente le ensartó un machete en el cuello. Ambos cayeron al suelo tan pronto sucedió la sorpresiva reacción. Luis estaba muy mal herido y El Lobo comenzó a desangrarse. Fue una estocada mortal que le partió el cuello, la garganta, la clavícula y parte del pecho. La sangre brotaba como geiser. El Lobo se arrastró por unos minutos mientras se ahogaba en sus borbotones. El líquido rojo se esparcía a diestra y siniestra. Las convulsiones aparecieron. El asesino tosía salvajemente mientras trataba de acomodar su cuello. De pronto sus manos cesaron en el intento. Su cuerpo se paralizó por completo. Leobardo Rodríguez alias EL Lobo había muerto (+)

El vaquero se encontraba tendido bajo la lluvia. Respiraba rápidamente entre sollozos. Repasó en su cabeza la acción final. Cuando se sostenía del caballo del asesino se sujetó del machete que colgaba en la montura. Ante esta opción el joven no perdió la oportunidad de utilizar el arma.

Próximamente el Capítulo 8...


[1] En la literatura “Western” se les define como personas que se dedican a robar animales. Especialmente caballos y ganado vacuno, también realizaban asesinatos.

(9,62)