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Viaje de placer en el Caribe (Cap. V)

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Regresamos a la Capital y en la casa me instalé en una habitación contigua a la de D. Mario. Era grande, soleada, con todo tipo de comodidades, con un amplio vestidor que debía llenar de ropa adecuada para acompañar al doctor en sus numerosos compromisos sociales. Me quería ver elegante, atractiva, sexi, que impactara a los hombres que conocería en mi larga estancia. Saldría de compras al día siguiente, acompañada de Rosa, su ama de llaves, quien estaba al cuidado de la casa auxiliada por cuatro sirvientas; era una señora de unos cuarenta años, educada y agradable. D Mario abrió cuenta en un par de boutiques de lujo y pude adquirir un completo vestuario para acompañarle en sus numerosos actos sociales en los que me presentaría como su pareja. Adquirí vestidos de fiesta, de cocktail, ropa clásica para actos oficiales, de calle y también diversa ropa informal y sexi. No podía faltar lencería, algo que gusta sobre todo a hombres maduros.

El amplio vestuario recién adquirido tendría ocasión de utilizarlo pronto, y empezamos a asistir a cenas, fiestas benéficas, comidas de negocios y todo tipo de eventos sociales a donde acudía del brazo de D Mario y era presentada como su nueva pareja. Los caballeros me recibieron con deferencia, halagos, admiración, no así las damas que vieron en mi un peligro para sus esposos y a la vez con algo de celos. Algunas de ellas habían pasado, en su momento, por la cama de D Mario y noté en ellas algo de desdén y desprecio. Tendrán su merecido pensé. Supe que cuando se referían a mí en sus confidencias, lo hacían como la puta de D Mario.

No tardé en recibir proposiciones e invitaciones de hombres atractivos, casados con damas estúpidas y petulantes, pero solo unos pocos tuvieron la posibilidad de disfrutar de mis favores. Era yo quien elegía el macho que cubriera mis necesidades sexuales, mi fama de mujer caliente provocaba en los hombres el deseo de poseerme y a ello se unía el morbo de ser la pareja de D Mario, lo que aumentaba mi caché haciéndolo prohibitivo para la mayoría. El doctor estaba al corriente de mis devaneos y quería conocer con detalle cada uno de mis encuentros. Disfrutaba con mis relatos pormenorizados, mientras ambos desnudos, tumbados en la cama, me abrazaba a la vez que le acariciaba su flácida verga. Me daba consejos y me ponía al tanto de los antecedentes de mis amantes ocasionales, a la vez que tomaba buena nota de aquellos caballeros que se rendían a mis encantos, por si en algún momento tenía necesidad de utilizar para sus negocios información sobre su intimidad.

Muchos señores de avanzada edad, me hacían propuestas sexuales. Les habían hablado de que la española de D Mario era caliente y querían comprobarlo, tenían obsesión por poseerme y más sabiendo era la pareja del doctor, que llevaba fama de mujeriego y era toda una leyenda. Por su alcoba se decía habían pasado muchas mujeres hermosas, damas de la alta sociedad, probablemente algunas esposas de estos caballeros que ahora pretendían vengarse de él poniéndole cuernos conmigo. Nos reíamos de aquellos millonarios estúpidos y nos propusimos sacar partido de su debilidad. Yo aceptaría propuestas irrenunciables por su elevada cuantía y él obtendría información de hombres casados respetables de la Ciudad, que se acostaban conmigo. Pronto D Mario empezó a tener abundante información privilegiada, de interés en sus negocios, y yo aumentaba considerablemente el saldo de mi cuenta corriente, que había abierto en uno de los bancos de la Ciudad de marca española.

Lo malo de estos señores respetables, es que la mayoría me daban repugnancia y todos quería prácticas sexuales fuera de lo normal. Nunca había realizado ciertas perversiones y desviaciones, que por vergüenza no puedo reproducir aquí. Me sorprendía que, aunque de entrada me producía asco ese tipo de sexo, una vez que lo iniciaba acababa gustándome y me entregaba disfrutando del momento. Nunca hubiera imaginado me iba a convertir en una puta de lujo asquerosamente guarra. Las teorías de Mario sobre el erotismo, se hacían realidad a diario conmigo, descubriendo nuevas formas y prácticas sexuales aberrantes y peligrosas. Sensaciones irrepetibles que me hacían vibrar, estremecer, convulsionar mi cuerpo llegando al paroxismo e incluso a la pérdida del sentido en medio de un orgasmo.

Todos los hombres, jóvenes y maduros, andaban locos por romperme la cola, como ellos decían, así que mi culo que llegó virgen de España. acabó siendo utilizado por numerosas vergas de diferentes tamaños. Al principio me dolía hasta hacerme saltar las lágrimas y sangrar en alguna ocasión. Poco a poco fui aprendiendo a relajar el esfínter, lo que unido a la frecuencia con que me penetraban, hizo que mi orificio anal adquiriera buen tamaño, de forma que, al día de hoy, cualquier verga entra con facilidad y es bien recibida. Nunca hubiera imaginado llegara a gustarme el sexo anal. Cuando siento el pecho de un macho sobre mi espalda y una de sus manos sobando mis tetas y otra la panocha jugosa, a la vez que su polla me penetra con fuerza bombeando sin parar, siento morir de placer. Luego al sacarla noto chorrea mi entrepierna y les hago lamer como perritos degustando la mezcla de semen y flujos. Todos sucumben ante un buen chocho ardiente.

D Mario, mi amo, invitaba a veces a casa a algunos jóvenes, adonis de cuerpos perfectos que parecían esculpidos por Miguel Ángel. Ante la mirada de D Mario me entregaba a ellos, a veces hasta tres a la vez, me lamían todo el cuerpo recorriéndolo con su boca y lengua. Luego excitada me dejaba penetrar sintiendo sus vergas entrando en todos mis orificios, hasta que caía rendida en un mar de orgasmos bañada por múltiples eyaculaciones. 

También asistíamos a algunas fiestas invitados por sus amigos bohemios. Eran gente de diferentes sectores sociales de tendencia liberal. escritores, músicos, pintores, artistas... que se reunían para hablar, oír música, beber, bailar. Aquello siempre acababa en orgía donde todos cogían con todas. A esas fiestas iba vestida provocativa, vestidos ceñidos marcando mi cuerpo, faldas cortas, grandes escotes, provocando que lo hombres me desearan y admiraran ante la mirada satisfecha de D Mario. A diferencia de la mayoría, mi único estimulante era el alcohol, casi siempre acababa ebria sin recordar los hombres que realmente me habían cogido a lo largo de la noche. Me tranquilizada que D Mario estaba allí para protegerme si algo me pasaba, por ello me entregaba al placer sin limitaciones. Cuando empezaba a amanecer regresábamos a casa sintiendo mi panocha y ano irritados y llenos de esperma deslizándose por mi entrepierna.

En una de esas fiestas encontré a Alta Gracia, aquella muchacha transexual que conocí la primera noche. Desde entonces me venía su recuerdo de su magnífica verga que aquel día solo pude acariciar. Cuando la vi andaba ya algo tomada y la besé con pasión, me correspondió y nos comimos con lengua, nos excitamos de forma descontrolada, tenía de nuevo su verga en la mano y nos tumbamos en un sofá cercano. Me senté a horcajadas sobre ella y llevé su verga a mi panocha introduciéndola por un costado de mi tanga. La cabalgué con frenesí ante la mirada de algunos asistentes próximos, que disfrutaba con el espectáculo, algo que nos excitaba más. Pronto noté sus espasmos viniéndose mientras eyaculaba en mi concha y me hacía venirme en un orgasmo delicioso. Caí rendida encima suya manteniendo su verga dentro mientras nos besábamos. Dos maduros desligaron nuestros cuerpos, nos levantaron en volandas y poniéndonos en cuatro nos metieron su verga en la cola de cada una. Gemíamos de placer al unísono hasta que descargaron su leche en nuestros orificios. Fue una follada de película.

Mi marido había anunciado su llegada en breves día para atender sus negocios. Iban viento en popa gracias a las influencias de D Mario y también, por qué no decirlo, a las atenciones que yo dispensaba a alguno de sus clientes. Sus cuernos habían aumentado a la par que sus negocios y no sabía cómo reaccionaría cuando se enterara. Tampoco era cosa que me preocupara en exceso, pues si se molestaba y decidía no traerme de regreso, Mario estaría encantado de que me quedara con él y a mí no me disgustaba esa idea. Me había acostumbrado a mi nueva vida y era feliz así.

Continuará.

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