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La Soledad de los LLanos (Capitulo 14 y Final)

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CAPITULO XIV

DE NUEVO A CASA, BUSCANDO RESPUESTAS

Luis pasó unos días más en la parroquia. Se explayó totalmente con el Padre José. Ya lo había hecho en la confesión. Pero en esta ocasión ahondó en cada detalle de su increíble andanza. Fue una plática de amigos. Después de dos noches de exponer su sentir reprimido el muchacho amaneció en el establo trasero. Montó a su fiel corcel y emprendió el largo regreso a casa. El sacerdote le regaló una buena cantidad de dinero para el viaje así como el medallón del peregrino. Una moneda representativa que usaban los devotos de Europa cuando realizaban El Camino de Santiago[1]. Este medallón servía como salvoconducto para que el portador llegara a cualquier Iglesia, Templo o Parroquia Católica y descansara. Luis aceptó los regalos gustoso.  Le prometió al párroco que volvería para dedicarse enteramente a la iglesia.

-¿Seguro que no es por Amalia?-

-Padre, sabe bien que es imposible- contestó el muchacho con suma tristeza.

-lo sé, pero tal vez no sea buena idea que regreses aquí,-

-tal vez, tenga razón-

Jaló sus riendas y emprendió el viaje de regreso. Por 22 días durmió en diversas parroquias e iglesias de diferentes pueblos. La confianza de los sacerdotes al brindar posada estaba reforzada por el emblemático medallón.

***

Las cosas en casa estaban tranquilas a pesar de la nueva ausencia del primogénito. La familia tenía el fuerte presentimiento que volvería. El 17 de Julio de 1934 el hijo mayor de la familia pisaría de nuevo la hacienda que lo vio nacer. Le urgía aclarar unas dudas que golpeaban su cabeza en cada galope. Por otra parte, los pajaritos al servicio de Tadeo Jiménez dieron aviso de su llegada. La movilización de los 11 Cordados establecidos en Los Ébanos fue instantánea. Se prepararon para una guerra ya que sentían que el muchacho opondría resistencia.

-¡ya cayó a las redes el León!… alisten armas y bastimento, nos vamos de cacería-

Los matones gritaron jubilosos. Eran tipos adictos al peligro. Vivían y morían por su trabajo. Tadeo Jiménez dio aviso al resto de su gente. Enseguida retornaron desde diversos puntos de la frontera. El gran escuadrón se completaría al día siguiente. No obstante, el General no quiso esperar y pidió la colaboración de la Policía Rural mientras llegaban sus refuerzos. Esa misma noche estarían a las puertas de la Hacienda El Rincón del Ébano para arrestar o en su defecto matar a Luis de la Garza.

El muchacho ingresó a la Hacienda a paso rápido. No se detuvo ante nadie. Algunas personas se sorprendieron al verle y le saludaron. El joven simplemente asintió para responder la atención. Se detuvo delante de la sala principal y tocó la puerta con decisión. Ramón observó la despreocupada entrada de su hermano y le reprochó su actitud.

-¿Qué te pasa cabrón, porque ni saludas?-

-¿Dónde está mama?- Luis ignoró el berrinche.

-oye Luis te recuerdo que no te fuiste de vacaciones, mínimo ten la decencia de saludar-

-no tengo tiempo para eso-

Luis miró fijamente a su hermano y le pidió ayuda para localizar a Doña Consuelo. Tenía algo sumamente importante de qué hablar.

-¿pero qué es eso tan importante?-

-aguanta un poco y lo sabrás-

-mama está en la iglesia, regresa en una hora-

Ambos esperaron pacientemente. 45 minutos después apareció la matriarca de la familia.

-¡mama tenemos que hablar!- expresó sin rodeos el primogénito.

-¡saluda primero¡- Vuelve a criticar Ramón.

La reunión se dio en la sala del hogar. Doña Consuelo se mostraba desconcertada por el comportamiento de su primogénito.

-mama, ¿me quieres explicar tu romance con Agapito Ramírez?-

En ese instante Ramón se impulsó contra su hermano. No toleró la monumental falta de respeto. Luis simplemente esquivaba los golpes con facilidad. Había pasado situaciones tan peligrosas en su pasado que la reacción de su hermano era un juego de niños. No representaba ningún peligro físico. Doña Consuelo gritó de forma autoritaria y ambos atendieron a la orden.

-mama no le quise faltar al respeto, solo quiero saber la verdad- explicó Luis.

-lo se mijo, yo no vi ninguna falta de respeto, es hora de que sepan todo- expresó con aplomo la viuda.

La joven madre corroboró casi toda la información de Esteban García. Ramón estaba confundido mientras Luis sentía una punzada en el estómago. Al parecer la historia de Agapito y su madre era correcta. Cuando llegaron al tema de los despojos contra Agapito y Adolfo Villarreal, la matriarca de la familia se desentendió. Ella argumentaba que Juan de la Garza era incapaz de causar daño a nadie. Las dudas cimbraron nuevamente el alma de Luis. Consideró la posibilidad de que Esteban le haya mentido. Al fin de cuentas era su enemigo. Sin embargo, cuando hizo la última pregunta todo aquel eslabón de información pareció encajar perfectamente.

-madre, una última pregunta-

-adelante-

-¿sabías que tenemos una media hermana?-

El rostro de extrañeza de Ramón contrastaba la vergüenza de su madre.

-¡si, si lo sabía!- contestó con serenidad.

-¿entonces mi padre pudo ser capaz de todo lo que me dijeron?- dudó Luis.

-tu padre hizo todo lo necesario para que no nos faltara nada. Nos brindó una buena vida. Yo lo perdone en su pequeño desliz- replicó la madre con integridad.

-¡mama...nuestro padre violó a una mujer!- exclamó indignado el hijo mayor.

-¿Quién te lo asegura? ¿No pudiste pensar que ella también deseaba a tu papa?-  

Doña Consuelo Treviño defendía con fervor al finado esposo. Al parecer no estaba enterada de los negocios ilícitos. De pronto una cuarta voz se escuchó al otro lado de la puerta.

-si quieren saber la verdad abran-

Luis reconoció la voz al instante. No obstante, su reacción fue tardía. El inocente Ramón obedeció aquella petición.

-¡Ramón no abras!-

Al momento de dar vuelta a la perilla esta fue golpeada con una brutal patada. Inmediatamente ingresó un viejo conocido de Luis.

-¡arriba las manos!… todos, órale, tu tírate al suelo, al suelo te digo, tú también cabrón, al suelo. No se alarme señora, a usted no le haré nada, pero vengo por su hijo. Tiene que responder por los crímenes que ha cometido-

Rafael Garza Cantú maniató hábilmente a los dos hermanos y a la vez apuntaba en contra de Doña Consuelo. Ella pedía por favor que liberara a sus hijos. Sin embargo, sus ruegos fueron ignorados por el mercenario. El Gato observó a través de la puerta. El área estaba deshabitada. Segundos después se tomó la molestia de contar una pequeña historia.

-¿Quieren saber la verdad?... pues ahí les va; El viejo Juan de la Garza era un verdadero hijo de puta. Todo lo que le dijeron a este huerco es cierto. ¡ya!… se acabó el cuento, vámonos-

El pistolero levantó a Luis y dejó a Ramón en el suelo. Prosiguió su camino a cobrar la recompensa. Al momento de salir a la explanada, Luis se impresionó cuando vio a todas las personas inmovilizadas de pies y manos. Incluyendo al mismo Don Pedro Ibarra. El pistolero comentó que dejaría libre a Doña Consuelo para que soltara a todo el personal de la hacienda. El prisionero fue llevado a empellones hasta la llanta de una carreta. Allí se unió a otro muchacho que también se encontraba inhabilitado.

-Te presento a Salomé Ramos. Este pendejo también es un encargo como tú-

El Gato dio indicaciones a la Señora Consuelo de no liberar a nadie mientras estuviera presente. De no hacer caso, su hijo mayor moriría delante de sus seres queridos. Después de dedicarles unas palabras a todas las personas de la hacienda, El Gato levantó a sus dos víctimas y los empujó hasta el portón de salida. El pistolero y sus prisioneros cruzaron el portón de madera, pero cuando levantó su mirada recibió la sorpresa más desagradable de su vida.

***

Tan pronto pisaron fuera de la Hacienda se toparon alrededor de 20 hombres atrincherados con una voz de mando conocida.

-¡entreguen sus armas, no se resistan, están rodeados!-

-¡Tadeo¡- exclamó a sí mismo El Gato.

<<¡mira nada más, ando de suerte, dos pájaros de un tiro!>> Sopesó Tadeo.

-¡quedan arrestados!... Luis de la Garza por el asesinato de 3 personas, 2 en Jalisco y otra en Reynosa. Rafael Garza por el asesinato de 9 personas en El Refugio Texas- gritó con decisión el líder de la Cordada.

Luis se sorprendió y observó al Gato.

–¿mataste 9 hombres?-

-¡8 nomas, ese guey[2] le gusta exagerar¡- contestó Garza.

Tadeo Jiménez ordenó que bajaran las armas para proceder con el arresto. Mencionó que actuarían conforme a derecho y les tratarían con respeto.

-tal vez debamos entregarnos- comentó Luis mientras el otro joven asintió en consentimiento. Su boca la tenía tapada con un paño.

-¡nade de eso¡… yo conozco a esos animales.. ¡nos mataran!- exclamó Garza.

-¿entonces?- cuestionó dudoso el rehén.

-¿tienes armas en la hacienda?- preguntó El Gato.

-sí, ¿porque?-

Tadeo amenazaba por última ocasión.

 –¡si no entregan sus armas a la cuenta de 3 abriremos fuego!-

El Gato susurró la única alternativa.

-Luis, te voy a soltar. Tan pronto lo haga… ¡arrancas pa dentro otra vez!... tú también muchacho… ¡esto ya valió madre!-

-¡a la 1!- gritó Tadeo desde una distancia de 30 metros.

-¿listos para correr muchachos?- murmuró el Gato.

-¡a las 2!- continuó Jiménez.

-ya están sueltos muchachos…. tranquilos, esperen mi orden- explicaba sereno Rafael. Increíblemente apuntó con una rapidez notable al líder de la Cordada y disparó. Sin embargo, no pudo aplicarse en su capacidad total y falló. Antes de que Tadeo gritara el número 3 ya besaba el suelo. Al instante se desató la tremenda balacera. No obstante, esta acción dio tiempo para que los ex rehenes volvieran a la Hacienda. Durante el intempestivo regreso, una de las balas mortales de los Rurales impactó en la pierna de Rafael. Cayó irremediablemente, pero logró refugiarse del ataque. Luis observó el hecho y volvió para arrastrarlo hasta dentro.  

***

Los tres fugitivos cerraron la puerta con apuro. Sus pulsaciones aumentaron de manera exponencial. Dentro de la Hacienda todas las personas se encontraban en libertad. La Señora Consuelo se había encargado de eso. Los balazos continuaron por dos minutos más. Pedazos de adobe y piedra caliza caían tras los impactos inmisericordes de la Cordada y los Rurales. El rechinido de madera despedazada anunciaba que la bella hacienda El Rincón del Ébano estaba a punto de sufrir su peor debacle.

El Gato le quitó el paño a Salome Ramos -el otro joven capturado- y después se anudó la pierna herida. Sabía que había pateado el avispero[3] y les esperaba una noche infernal en la Hacienda. Las balas seguían impactando cada punto del rancho mientras todos permanecían en el suelo. Los niños y mujeres lloraban entretanto los hombres asustados protegían a sus familias.

Unos segundos de respiro colmaron el ansia de los refugiados. Rafael conocía sus rivales a la perfección, entonces le ordenó a Luis que proporcionara armas a todos los hombres del rancho. La Cordada no se detendría ante nada. El joven entendió lo desesperante de la situación y obedeció al pistolero. Aquellos segundos de paz eran a causa de los repliegues del enemigo. Se estaban acercando a la Hacienda. El Gato se asomó por el bardal lateral anexo al portón principal. Observó a su archirrival Tadeo Jiménez de pie. Se lamentó el haber fallado aquel disparo y comprendió que su futuro era más obscuro que la noche. Su muerte era inminente. Entonces pretendió hacer una buena labor antes de irse al infierno. El pistolero se levantó sobre la barda y después gritó a sus enemigos. Negoció la libertad de niños y mujeres. Inmediatamente una lluvia de balas se dejó sentir otra vez. El mercenario se vio obligado a saltar dentro del Hacienda. De esa forma entendió que su petición había sido denegada

Don Pedro Ibarra intentó lo mismo. Les hizo ver al grupo armado que su familia estaba dentro. Les explicó la presencia de niños y mujeres. Sin embargo, un inesperado disparo le rozó el hombro. Al igual que el Gato, Don Pedro comprendió que sus razonamientos habían sido rechazados. No obstante, la Señora Consuelo enfureció explosivamente. Salió por la puerta principal en contra de toda su familia y caminó directo hasta Tadeo Jiménez. Recriminó la nefasta postura de su grupo y exigió cordura. Después de escuchar a la Dama se ordenó el alto al fuego. La Cordada cedió a sus requerimientos excepto uno. Retirarse sin Luis de la Garza. Permitieron salir a los niños y mujeres de la Hacienda, pero dejaron claro que la guerra había comenzado.

***

Se despidieron emotivamente. Los abrazos y las lágrimas abundaron la Hacienda durante aquellos segundos de paz. Doña Consuelo y Consuelito estrujaron fuertemente a Luis quien regresó con carabinas para todos. El primogénito le sugirió a Ramón que se marchara, pero éste se negó fielmente. Don Pedro Ibarra era un acérrimo enemigo de las armas, pero tomó una carabina 30-30 para sorpresa de todos. Estaba dispuesto a respaldar la causa de Luis. El muchacho le agradeció su gesto valeroso, pero recalcó que debería irse con su familia. Ante estas sugerencias, el Gato reprochó fuertemente a Luis. Explicó que no solo era mala idea decirles que se fueran, sino que era en vano. La Cordada atacaría a cualquier hombre.

-¡le toco la de malas a Don Pedro… se va tener que quedar a pelear, si o si!-mencionó el sarcástico mercenario.

El portón principal se abrió y los inocentes tuvieron 15 minutos para salir de la zona de fuego. Dentro de la Hacienda Luis repartía las armas a Ramón y a Salome Ramos. Solo 5 hombres permanecieron dentro mientras que sus rivales eran al menos 20 pistoleros. 11 miembros de La Cordada y 9 Policías Rurales. La ubicación geográfica del rancho era beneficiosa para los atrincherados. Podían observar fácilmente los movimientos de sus rivales desde dentro. Por otro lado, la gente de Tadeo tenía dificultades para observar con claridad cualquier acción de la Hacienda. El Grupo Armado avanzó unos cuantos metros. Empezaron a cercar la totalidad del rancho. Sus movimientos eran con sigilo, silenciosos y precisos. Pero aún con aquella perfección El Gato observaba todo desde la valla. Sus indicaciones fueron al mismo tiempo que el rodeo de sus enemigos.

***

-¿Quién es el mejor tirador de larga distancia?- preguntó Rafael con premura.

Nadie levantó la mano. Segundos después Don Pedro Ibarra reconoció tímidamente que era un virtuoso del disparo. Luis y Ramón lo observaron con asombro. El Gato confió en la declaración del viejo Capataz y lo mandó al techo. La Hacienda contaba con un pequeño mirador[4]. Era el lugar perfecto para un buen francotirador. Podía darse el lujo de analizar a detalle sus víctimas, tomarse el tiempo necesario y disparar a placer. Don Pedro subió hasta el punto más alto del rancho. Las órdenes del Gato continuaron. Inmediatamente mandó a Ramón hasta la punta este de la mansión. Desde allí atacaría a todo Policía o miembro de La Cordada que se acercara. La misma orden fue para Salome. Este muchacho tomaría el flanco oeste. Su misión era descargar su arma a cualquier persona que osara entrar. Luis tomaría la parte trasera mientras El Gato tomaría el desafío de moverse a cada flanco.

-sobraron armas- mencionó Luis.

-mucho mejor… Toma todos los rifles y colócalos en cada puerta y ventana de la Hacienda, ¿están cargados?- consultó Rafael Garza.

-sí, todos- confirmó el joven forajido.

-muy bien, ahora toma tu posición y dispárale a todo “Pelao” que veas cerca-

-está bien- el muchacho estaba a punto de marcharse, pero fue detenido nuevamente.

-¡huerco!- exclamó el Gato.

-¿qué paso?- contestó apremiante.

-¡ora más que nunca necesitamos tus huevos!- exigió el pistolero. Enseguida gritó a todo pulmón para que cada atrincherado lo escuchara.

-solo recuerden una cosa, no vienen a detenernos, nos vienen a destruir, así que son ellos o nosotros… ¡disparen a matar! … ¡no dejen que entre ningún hijo de la chingada!-

***

Los rivales empezaron a circular y ante la aproximación del enemigo los disparos sonaron de nuevo. La tregua había terminado. Salome, Ramón y Luis peleaban desde sus posiciones mientras el Gato hacia lo mismo desde diferentes ángulos. El mercenario corría de puerta en puerta y de ventana en ventana. Esperaba hasta encontrar un blanco y disparaba con el rifle colocado por Luis. Después se movía con facilidad hasta llegar a otro punto. Cada una de las puertas y ventanas contaba con una carabina al lado para facilitarle el traslado. En el mirador de la hacienda, un miedoso Don Pedro tumbó algunos ladrillos de la pequeña guarida. Allí colocó su rifle. Era una buena estrategia para disparar con protección. Al Capataz le aterraba asomar la cabeza. Pero en el clímax de la batalla dejaría su trinchera para disparar ante el acoso enemigo.

***

-lo que usted hace no es legal señor Jiménez- expresó con furia la valiente Señora Consuelo mientras los disparos aturdían sus oídos.

-mire viudita, vale más que se aleje antes de que me olvide que es mujer… ¿si me entiende?- amenazó el funesto líder Cordado.

Ante esta advertencia la señora decidió pedir ayuda y se dirigió al pueblo. Estaba decidida en llamar a la guarnición de Militares más cercana. La batalla continuaba sin tregua y requerido el tiempo Luis dejó su posición para conseguir más municiones. Los cartuchos se encontraban en un armario tras las escaleras. Su posición la tomó el Gato mientras el muchacho se apresuraba en dejarles suficiente carga a cada combatiente. Cayó el primer hombre muerto. Se trataba de un Policía Rural que se acercaba peligrosamente por la parte oeste de la Hacienda. Don Pedro lo venía observando desde que emprendió sigilosamente su camino. Se persignó con solemnidad y se disculpó ante Dios por su siguiente acción. Apuntó meticulosamente su arma y enfocó su vista. Respiró con ritmo y cuando se sintió totalmente en paz jaló el gatillo. El cuerpo del Rural se desplomó.

La Hacienda se encontraba en una especie de colina. Su ubicación era perfecta para la defensa en casos apremiantes. Tal vez el mismo Juan de la Garza la había diseñado de esa manera. Los Rebeldes trataron de aprovechar al máximo sus ventajas. Los disparos defensivos hicieron retroceder satisfactoriamente a los Policías Rurales. El enemigo avanzaba de manera suicida. Caminaban sin tener un punto fijo para protegerse. Ante esta desventaja regresaron para diseñar un nuevo plan de ataque.

***

La obscuridad de la noche cubrió todo el horizonte. Por esta circunstancia la pelea se tornó demasiado complicada. Sin embargo, estas condiciones favorecían a los de afuera en mayor grado. Se podían acercar en silencio mientras la visibilidad para Luis y su gente estaba totalmente obstaculizada.

Unas fogatas se encendieron a las afueras de la Hacienda. Estas acciones indicaban que los pistoleros tomaban un receso. Dentro del Rincón del Ébano las cosas eran diferentes. Nadie dejaba sus posiciones. Permanecían estoicos mientras esperaban algún movimiento del enemigo. El Gato les dejó una pieza de pan a todos sus guerreros. Al mismo tiempo les exigió no descuidarse. Sus vidas pendían de un hilo literalmente. Un descuido, una pestañada, una dormitada y todo habría terminado. Garza encontró a Luis en el pasillo y lo reprendió por descuidar su posición. Sin embargo, el joven le explicaría una visión que había tenido durante la batalla.

-Existe una pequeña esperanza de escapar, mas no estoy seguro si funcione.-

El Gato escuchó su plan.

***

Unas luces iluminaron misteriosamente el horizonte. Eran acompañadas por sonidos de llantas y motores. En unos minutos arribaron varios vehículos al lugar. Rafael no parpadeó en ningún momento. Rápidamente averiguó de qué se trataba. Su peor pesadilla se hacía realidad. El resto de La Cordada se había hecho presente con toda su artillería pesada. Enseguida la acomodaron a los alrededores de la Hacienda.

Don Pedro bajó a las escaleras y les avisó de las malas noticias La incorporación de estos refuerzos en el bando enemigo llenó de nerviosismo, miedo y desesperanza a los 5 valientes que aguantaban dentro del rancho. Un Rafael pensativo trataba de acomodar sus ideas mientras todos dejaron sus posiciones. Las dudas los consumían. No tenían idea de lo que debían hacer.

Unas carcajadas estruendosas se escuchaban a la distancia. Tadeo Jiménez le daba la bienvenida al resto de su grupo. Se reunieron alrededor de una hoguera y elaboraron un plan de ataque con equipo completo. En esos momentos Doña Consuelo se encontraba en Los Ébanos; Hablaba por teléfono para conseguir la ayuda necesaria y detener el inminente asesinato de sus dos hijos. La fortuna le sonrió y finalmente pudo contactar al Sargento de División, Mario Santiago. El militar escuchó los lamentos de la desolada mujer y atendió a la razón. Inmediatamente mandó avisar a su pelotón. Se encontraban en el Rancho Los Cedros investigando la reciente masacre. Por esta razón el Sargento estimó su llegada en hora y media. Estos serían los 90 minutos más angustiantes en la vida de Doña Consuelo Treviño y de sus hijos menores.

***

Al momento de recibir la llamada de la Señora Treviño, El Sargento ordenó a su pelotón la pronta marcha y se dispusieron a montar sus caballos. Instantáneamente se dirigieron a los Ébanos. De alguna manera deseaban remediar las atrocidades sucedidas en la región. Dentro de la Hacienda los muchachos sabían la situación kamikaze que vivían. Ramón y Salome sufrieron peligrosos ataques de pánico debido a la desesperante experiencia. Luis rezaba silenciosamente al momento que El Gato y Don Pedro revisaban cada posible entrada de sus enemigos. Eran las 10:40 p.m. La visibilidad disminuyó, pero el miedo se acrecentó a niveles incontrolables. Un estruendo enorme retumbó en las bardas de la Hacienda. Estaban siendo atacados con armamento pesado. Los atrincherados tomaron rápidamente sus posiciones mientras El Gato y Luis se observaron mutuamente. Al parecer consideraron viable el plan de escape del joven.

Don Pedro no estuvo de acuerdo con esta idea, pero propuso una interesante alternativa.

-si quieren hacer funcionar el plan. Alguien tiene que sacrificarse y quedarse a defender la Hacienda… ¡Ese quiero ser yo!-

Después de una intensa conversación al respecto, Ramón decidió defender su casa y quedarse con Don Pedro ante el disgusto de Luis. Repentinamente derramó una lágrima y se entrecortó su voz. Casi le rogó de rodillas que lo acompañara en el intento de escape. Sin embargo, Ramón lo tranquilizó asegurándole que estaría bien.

***

Los ventanales estallaron estrepitosamente. Los vidrios se esparcían destruidos por las balas asesinas y el avance de La Cordada era abrumador. Don Pedro subió como rayo al mirador. Se llenó de valor y mostró su cabeza y torso. Inmediatamente empezó a disparar. De manera increíble acertaba cada descarga realizada. En plena refriega cayó el primer Cordado gracias a la puntería del Capataz y en seguida otro cuerpo se desplomó cortesía del Gato. Las ametralladoras destruían gradualmente la Hacienda. De manera inesperada inició el ascenso de Policías Rurales y Mercenarios. Los asesinos trepaban la enorme valla de piedra sin mucha resistencia. El momento era apremiante. Ramón se defendía a la medida de sus posibilidades. Un disparo a corta distancia le quitó la vida a otro salvaje Cordado.

<<¿Así que esto se siente cuando matas a un hombre?>> sopesó el hermano de Luis.

Enseguida emprendió la retirada el asustado joven. Salome por su parte disparaba ante todo lo que se moviera. También perdió su virginidad criminal cuando mató a otro rival más. Luis no aparecía por ningún lado mientras El Gato se defendía como tal.

Los enemigos ya estaban dentro de la hacienda y la balacera se produjo a quema ropa. De pronto, el rugido de un motor se confundió entre las detonaciones. Las llantas de un carro antiguo chirriaron en plena explanada. No había tiempo para más; El Gato se retiraba disparando y asesinando a uno de sus ex-compañeros. Salome lo hacía de igual manera y saltó dentro del viejo carro Ford modelo-T de 1918. Luis se encontraba al volante y gritó desesperado.

-¡Ramón... sube!-

No obstante, el hermano simplemente se despidió mientras negaba con la cabeza. El Gato fue el último en ingresar al vehículo y apresuró al conductor.

-¡vámonos, vámonos, vámonos!-

Sin aviso alguno Ramón desapareció de la vista de Luis. La toma de la Hacienda se había realizado. Don Pedro bajaba apresuradamente las escaleras, pero fue derribado por dos enemigos. Al instante lo acuchillaron sádicamente hasta morir desangrado. Luis observó ésta acción y enmudeció ante la muerte de su preciado Capataz. Sin embargo, El Gato lo golpeó duramente en la nuca y lo apresuró a escapar.

-¡órale pendejo, estamos bajo fuego! ¿qué chingados esperas?-

El joven reaccionó y pisó el acelerador a fondo. Imparablemente tumbó el destrozado portón y sobrepasó el fuego enemigo. Las balas impactaron de lleno en el vehículo mientras Salome y el Gato se encogían buscando resguardo. El camino se encontraba de bajada. Por lo cual la velocidad del vehículo fue incontenible. En ese momento Rafael se levantó de su asiento y sacó la mortal metralleta de cargador redondo. Aceptó fielmente el “psicópata” que llevaba dentro de su ser y disparó a diestra y siniestra mientras atravesaban el muro humano interpuesto por La Cordada.  

Atropellaron a 5 hombres, pero uno de ellos resistió la embestida. Se había sostenido de la parte trasera. En ese momento Salome tomó una pistola propiedad del Gato y le disparó al mercenario justo en la cabeza. El Gato asesinó a 4 pistoleros más en su arrebato con la metralleta, pero en el fuego cruzado fue alcanzado por dos balas. Enseguida cayó a su asiento nuevamente. Su visión se nubló y alcanzó a observar la silueta de Tadeo Jiménez. Su ex-compañero respondía con odio cada disparo. Fue entonces que el Gato tomó su rifle mausser y a una distancia de 40 metros apuntó. Se dijo a sí mismo en voz alta.

-¡Esta vez no fallare!-

Garza realizó el mejor disparo de su vida y dio muerte a su acérrimo rival quien cayó al suelo para no levantarse jamás.

***

CAPITULO FINAL

Después de la muerte de su líder, El resto de los mercenarios subió a sus furgonetas y comenzaron la persecución.

-¡apaga las luces!- exclamó el Gato.

Luis accedió a la petición y condujo a ciegas en medio de la obscuridad. Las luces de sus perseguidores parecían irse por caminos distintos. El piloto oraba a todo pulmón mientras conducía a máxima velocidad. Esta vez la presencia extraña que lo había acompañado en todas sus andanzas brillaba por su ausencia. Sin embargo, el joven seguía con vida. Solo pensaba en su hermano Ramón. Para estas alturas ya debería estar muerto. Sintió una profunda tristeza por Don Pedro. Aun con todas estas tragedias no había tiempo para llorar. No estaban salvados. Por esta razón Luis finalizó sus rezos.

-¡por favor sácanos de esta Dios mío!-

Al terminar esta frase, las luces de los vehículos enemigos se perdieron entre la obscuridad. Habían tomado por rumbos distintos. Los habían perdido.

-¡no lo puedo creer, nos salvamos!- mencionó Salome.

-no cabe duda que a ti si te escucha Dios- comentó El Gato mientras suspiraba profundamente.

***

El Ford Modelo-T presentaba malas condiciones. Había sido alcanzado por muchos impactos de bala. Además, fue muy golpeado durante el escape y la conducción ciega en la obscuridad.  

-¡párate aquí!- ordenó el Gato.

-¿estás loco?- contestó Luis.

-no, hazme caso yo conozco estos terrenos- insistió Rafael.

-yo también, ¿a dónde quieres ir?- cuestionó el conductor.

-debemos tomar el paso del Brasil para llegar a San Felipe- sugirió el herido pistolero.

-no es mala idea- consideró el muchacho.

Luis detuvo el vehículo. Los tres fugitivos se bajaron y emprendieron el camino a pie. Traspasaron la llanura desértica a media noche mientras la luz de la luna los guiaba. Finalmente se perdieron de aquella zona de guerra.

***

En esos momentos El Ejercito mexicano se presentó en las “ruinas” del Rincón del Ébano. De la mano del Sargento Mario Santiago apresaron a más de 50 hombres que sin oponer resistencia se entregaron. Los militares inspeccionaron el lugar y encontraron a 13 cuerpos sin vida. Entre ellos, el Capataz Don Pedro Ibarra.

Consuelo Treviño ingresó escoltada por 4 soldados. Lamentó profundamente la pérdida de Don Pedro. Sin embargo, su mayor angustia era Ramón y Luis. Su esperanza nunca decayó ya que ninguno de los cuerpos pertenecía a sus hijos. Continuó caminando entre los escombros y se adentró en su casa destruida. Afuera, los militares hincaron y esposaron a los mercenarios que tomaron parte de aquella masacre.

***

La familia de Don Pedro estaba en el pueblo. No sabían de la amarga noticia. Pero un par de horas después, Doña Consuelo se encargaría de brindar la incómoda información. De pronto un soldado capturó a un joven de 19 o 20 años. Los ojos de Doña Consuelo se llenaron de felicidad al ver a su hijo Ramón sano y salvo. Este se había escondido en el armario de las municiones. Dicho lugar era de difícil acceso. Se encontraba en la parte trasera de las escaleras, pero a simple vista no se observaba con facilidad.

-¡Es mi hijo!- exclamó Doña Consuelo.

El soldado liberó instantáneamente al joven. Ramón se dirigió corriendo a su madre. Se abrazaron y lloraron amargamente por la tragedia sucedida. El Sargento ordenó inventariar y decomisar todo el armamento de La Cordada. Esperaba una orden federal para poner tras las rejas a todos los integrantes de este grupo criminal. La Policía Rural también fue detenida para ser investigada minuciosamente.

Doña Consuelo aún tenía la esperanza de que Luis estuviera con vida. Sin embargo, le aterraba saber que había escapado con El Gato. Consuelito y Juanito se quedaron en Los Ébanos con unos parientes mientras la Señora de la Hacienda trataba de limpiar los charcos de sangre dejados en el campo de batalla.

***

Luis estaba inconsolable. No dejaba de lamentarse por el giro que había tomado su vida desde que se empeñó en vengar a su Padre. Salome y El Gato simplemente caminaban mientras escuchaban la lista de aflicciones del Joven pistolero. Eran las 2:00 de la madrugada y la paciencia del mercenario parecía llegar a su fin.

-mi hermano está muerto… lo sé… y es por mi culpa- se lamentaba Luis.

-eso no lo sabemos- comentó el Gato.

-¿tú crees que haya escapado?- preguntó decepcionado el muchacho.

-no, la verdad no creo- expresó con sinceridad el mercenario.

-todo por mi culpa… ¡vi morir a Don Pedro Ibarra! Un hombre que no se metía con nadie. ¡maldita sea la hora en que quise vengar a mi Padre! Solamente traje más tragedia a mi familia ¡acabé por destruirla! ¿sabes lo que es eso?... y en “Los Cedros” murieron más de 10 personas. Todo porque yo estaba allí. Si no hubiera ido a ese fandango nada hubiera pasado. Si no hubiera emprendido ese viaje sin sentido no estuviéramos viviendo estas cosas. ¿Cuánta gente habrá matado “La Cordada” durante mi búsqueda? - expresó con pesadumbre el muchacho.

-¿en verdad quieres saber?- comentó El Gato.

-si- contestó con desencanto el joven.

-nomás toda la banda del “Lobo” fueron como 30 muertes- replicó con certeza el Gato.

-¡maldita sea!- se recriminó a sí mismo.

-a mi modo de ver, esos criminales se lo merecían- expresó empáticamente el pistolero.

-de todas maneras, fue por mi culpa- continuaba flagelándose Luis de la Garza.

-¡ya me tienes harto!... te vienes quejando todo el camino… ¿Quieres que acabe con tu miseria?- amenazó el pistolero mientras acariciaba su arma.

Luis observó fríamente a Rafael y sin dudarlo dos veces le contestó.

-si-

-¡como quieras¡… ¿haber? ¡Muévete a un lado maldito mudo! - ordenó el pistolero a Salome Ramos.

El silencio de la noche se vio interrumpido por la detonación de un revolver. Los pájaros y cuervos que rondaban los árboles volaron al escuchar el estruendoso sonido. A la mañana siguiente, una brigada de búsqueda del Ejercito Mexicano encontró el vehículo Ford Modelo T totalmente descompuesto. Una hora después localizaron el cuerpo de un joven de entre 20 y 25 años de edad. Su rostro estaba totalmente desfigurado. Las señas particulares concordaban con el físico de Luis de la Garza. El muchacho había sido asesinado a sangre fría por Rafael Garza Cantú.

El cuerpo fue llevado hasta la Hacienda. Al día siguiente se realizó el funeral con una asistencia de casi 200 personas. La noticia devastó por completo los ánimos de la familia. Aún conservaban la esperanza que aquel pistolero recapacitara y dejara en libertad al vástago mayor. Doña Consuelo se mostraba amoratada de tanto llorar. Sin embargo, aún mantenía la fuerza interna para recomponer al resto de sus hijos. La abatida Consuelito no se alejó en ningún momento de su madre mientras que el pequeño Juanito contemplaba entristecido el cuadro doloroso de su familia; Todos sufrían a su manera. Misteriosamente Ramón brillaba por su ausencia. Cuando se enteró que su hermano había sido asesinado se dirigió a la cantina de Don Melquiades y preguntó por el domicilio de Rafael Garza. El dueño del lugar le aconsejó dejar la situación por la paz. Su familia había sufrido demasiado como para agregar otra tragedia. Ramón insistió hasta que el viejo reveló la información.

-tu lugar debe estar en el velorio, con tu familia mijo- expresó el anciano cantinero.

Ramón se mostró pensativo. Estuvo de acuerdo con aquel comentario, pero no contestó. Solo se dispuso a buscar al asesino de su hermano.

<< Después de todo somos hermanos y parece que actuamos igual, no te preocupes Luis, yo voy a saldar la cuenta con El Gato>> sopesó fríamente el segundo hermano.

Ramón salió de la cantina. Sabía que el tiempo apremiaba por lo que se dirigió a casa de Filemón Zenteno. Este hombre se dedicaba a la transportación de pasajeros en su vehículo particular. Ramón pago $100 pesos para que lo llevara hasta San Felipe Nuevo León y Don Filemón realizó su trabajo.

Pasaron dos horas de viaje. Durante ese tiempo Ramón analizaba la poca probabilidad de que El Gato se refugiara en su propia casa. Aun así, se arriesgó. En caso de no encontrarlo simplemente regresaría al sepelio. Tenía pendiente llorar la pérdida de su hermano. Ramón había escuchado historias acerca de Rafael Garza. Rumores afirmaban que su frialdad era tal que después de algún asesinato regresaba a su hogar. De esta forma despistaba a las autoridades y declaraba que había estado en casa por los últimos días. Aun siendo cierto esos cuentos era poco plausible que regresara a su hogar. Todo el mundo lo vio fajarse contra La Cordada aquella noche infernal del 17 de Julio de 1934.

***

La casa de Rafael se encontraba a las afueras de San Felipe. El muchacho caminó con decisión y tocó la puerta del solitario Rancho. Para su sorpresa la puerta se abrió de inmediato. Sin embargo, el instinto asesino de Garza emergió de la nada y con dos movimientos sometió al joven. Lo desarmó rápidamente y después lo arrastró hasta dentro de su propiedad. Enseguida lo pateó de manera brutal y lo derribó al suelo. Segundos después posicionó su Smith & Wesson sobre la nuca de Ramón.

-¡veo que te quieres morir cabrón!- expresó con furia el pistolero mientras jaló el martillo de su revolver.

-¡hijo de perra, mataste a mi hermano!- gritaba rabioso Ramón.

-¡y a ti también te voy a matar…. Pendejo!- amenazó el frío mercenario.

Lo maniató hábilmente y a rastras lo llevó por toda su casa. Sobrepasó el patio trasero y después le propinó una patada en el estómago. El joven opuso resistencia y entonces Rafael golpeó duramente su cabeza. Ramón desmayó por unos instantes. Esto lo aprovechó el pistolero y lo subió a un carretón. Avanzaron unos cuantos metros y traspasaron una pequeña represa para los animales. Finalmente llegaron a una cabaña destrozada que le perteneció al abuelo de Rafael Garza.

<< tengo que cambiar de escondite, ya cualquier imbécil sabe dónde vivó>> pensó el matón.

Abrió la puerta y tumbó al joven quien apenas salía de su desmayo. El Gato se arrodilló para liberar a su víctima. Una vez sin amarres el joven insultó soezmente al criminal. Sin embargo, Garza hizo caso omiso.

-¡maldito asesino!... ¿porque lo mataste?... ¿nos la rifamos juntos y así es como nos pagas?-

Rafael observó fijamente a Ramón y replicó lo siguiente.

-las cosas son como son… acostúmbrate-

Salió de la cabaña destruida y encerró a su próxima víctima. Ramón se dolió de los golpes y derramó una lágrima. Un montón de recuerdos invadieron su cabeza. Minutos después escuchó el rechino de la puerta. Ramón ni siquiera quiso ver a su verdugo. Con decisión propia le dio la espalda.

<<bueno Luis, pos ya te voy a acompañar, perdóname madresita por no hacerte caso y quedarme contigo, no puedo creer que el mal venza al bien>>

***

En la destrozada Hacienda se celebraban los funerales de Luis de la Garza Treviño y de Pedro Ibarra Solís. El ambiente triste impregnaba cada rincón de la destruida casa. La consolación mutua de las familias era palpable y conmovedora. La gente se afilaba para brindar el pésame a la destrozada mujer y a sus hijos. En un impulso impresionante, la Señora Consuelo Treviño sacó fuerzas de flaqueza y pidió abrir el ataúd. Los expertos funerarios habían recomendado cerrar la caja por lo irreconocible de la víctima. Aun con estas indicaciones la Señora se armó de valor. No le importaba el estado físico de su vástago. Era la última vez que lo vería y no iba a permitir que lo enterraran sin contemplarlo antes.

No hubo discusión. Inmediatamente concedieron el deseo materno. Muchos de los presentes esperaban un ataque de histeria. Sin embargo, el rostro de la Señora pareció desconcertarse en vez de entristecerse.

-¡ese no es mi hijo!- exclamó la valiente madre.

***

Ramón se encontraba aprisionado. Sabía que su vida se extinguiría en un instante. No obstante, su sentido auditivo pareció jugarle una broma. Escuchó un murmullo que encontró sumamente familiar.

-¿Ramón?-

Después de ese delirio confuso, sintió una mano que lo tomó de su hombro derecho. Se giró lentamente y observó la cara de su verdugo. El asombro de Ramón representaba proporciones milagrosas.

-¡estas vivo!- exclamó lloroso Luis.

-¿pero cómo?- cuestionó dudoso Ramón.

Ambos se fundieron en un abrazo emotivo.

<< Gracias Dios santo por concederme este milagro>> pensó Ramón

<<Gracias Dios santo por concederme este milagro>> pensó Luis.

Increíblemente la cabaña se iluminó ante el abrazo fraternal. Fue como si estuvieran apresados en una obscuridad asfixiante que inexplicablemente desapareció. O tal vez, aquella “presencia misteriosa” se manifestó.  Quería demostrar que cumplió cabalmente con su trabajo de protección divina

 

FIN


[1] Es una ruta que recorren los peregrinos de todo el mundo para llegar a la ciudad de Santiago de Compostela en España. Allí se veneran las reliquias del Apóstol Santiago el Mayor.

[2] frase o palabra común usada para referirse a una persona de sexo masculino el cual no se conoce su nombre formal. En algunos contextos la palabra “guey” hace referencia a la ineptitud de una persona sobre algún tema o trabajo.

[3] Desatar la furia de alguien o algo.

[4] Balcón cubierto y cerrado. Se sitúa en la parte elevada de un edificio desde donde es posible contemplar el exterior. Con frecuencia es utilizado para explorar distancias con el uso de un lente especial.

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