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Rendijiando a mis vecinos como culeaban

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Por aquellos días contaba yo con 18 años, siendo un joven de muy buen parecido, iba al GIM, me mantenía en forma la verdad. Vivíamos mi madre, mi padrastro, mi hermano menor un infante de 5 años y yo. Era una casa que estaba montada en un morro, era una casa grande de tipo colonial, en su interior tenía 4 aptos, con dos baños en el patio y un lavadero que se compartía. Se llegaba a la puerta y al entrar el primer apto era donde vivíamos nosotros, luego un corredor y estaba el segundo. Aquí vivía una señora por ahí de unos 38 a 40 años, muy buena ella con tremendo culo y me daba guinda, es decir dejaba que yo la viera que no usaba brasier y me insinuaba sus medianas tetas, pero ese culo que se mandaba, estuvo muchas veces en mi mente mientras me masturbaba pensando en ella.

Se llamaba doña Nuri, era madre soltera de una niña como de 8 y el papa la visitaba a plena luz del día y despachaban a la niña, se encendían a tener sexo con la luz prendida, varias veces tuve ocasión y los vi en acción.

En el patio, pero dentro de la casa se encontraba el tercero, aquí vivía un matrimonio con dos niños. La mujer de este apto se llamaba Lina, una mujer bajita de ojos verdes y cabello rubio. Tenía la particularidad de usar siempre siempre pantalonetas o shorts, que siempre la partían el biscocho que era grande y gordo. También me pajeaba y me lo imaginaba.  

Y el apto núm. cuatro era habitado por una señora anciana que vivía con sus dos hijos y estos con sus esposas. La pareja en mención se llamaba Simón y Mirtha, él era un hombre introvertido muy saludable eso sí, pero hablaba lo necesario, ella una mujer menudita bajita blanquita y rasgos finos era bonita un poco más conversona del tipo de mujeres que llevan la iniciativa en la pareja.

Pasó así, era un sábado en su agonía, pues eran las 12 40 de la noche y cuando llegué a mi puerta vi luz en el apto contiguo y busqué por donde podría yo mirar, encontré justo al lado de la chapa una pequeña hendija que me daba un amplio panorama de lo que pasaba allí adentro. Y cuál fue mi sorpresa, estaba Simón sentado en la poltrona y Mirtha lo cabalgaba dándole a él la espalda y quedando de frente a mí. La escena era tan excitante que mi respiración se aceleró y lo primero que hice fue buscar su vulva, y ahí esta, se comía la verga de Simón, quien no había sido favorecido el día en que repartieron los penes, era del tamaño de una salchicha ranchera y con casi ese mismo grosor. Me causó curiosidad ver lo chica y flaca que era. Ella por su parte se tiraba una panocha grande, rosada, carnosa y muy lubricada. Ella bregaba encima de él, pues con sus movimientos se le salía mucho y ella la empuja hacia adentro. Notaba yo en su cara frustración por lo pequeño que lo tenía él.

Ella tenía rabia, se sentía mal comida, pero aun así bregaba y bregaba. Él trataba de moverse, pero no se compaginaba con los movimientos de ella y se le salía. Entonces ella le decía «no te movas hijueputa quedate quieto», y él le respondía «bueno reina lo que usted diga». Y así hasta que ella se bajó y se arrodilló a mamárselo a él, no podía ver como se lo chupaba, pero en vez de eso dándome la espalda, me dejaba ver esa panochota que frotaba con su otra mano buscando penetrarse. Se metía hasta dos dedos, si por ella fuera se hubiera metido la mano entera pero no le alcanzaba. Recuerden que dije que era bajita. Yo mientras piloso de no ser sorprendido, aunque me arropaba una oscuridad en esa parte de la casa, pero aun así atisbaba para todos lados. Yo tenía mi verga en la mano, me pajeaba ante semejante show. Al fin dejó de mamar y volvió a sentarse en él, pero se lo clavó por el culo, le entró con mucha facilidad. Ella recostó en pleno su espalda en el pecho de él y así estuvo hasta que ella logró su polvo. El de ella. Y le decía, «así así así, ya me estoy viniendo» y movió con frenesí su cintura hasta que él dijo «ayy ayy ayy yo también me vengo mija, hummm».

Y ahí sentí que me venía yo también, pero con toda intensión eché mi polvo en su puerta como marcando territorio, miré la cara de él y estaba llorando. Pensé “pobre guevon como llora Simón”. Se quedaron quietos y vi cómo se le salía la salchichita de su rico culo. Ella se frotaba suavemente las tetas hasta que se paró abruptamente y se me perdió de vista. Esperé a ver si volvía a aparecer, pero nada. La hembra le mostro así que había quedado mal comida. Así se acabó la función que pude ver por una hendija cerca a la chapa de la puerta.

Yo después le contaría a ella que por ahí veía como se comía la salchichita de Simón. Por cierto, después Mirtha se comió mi salchicha y ella me decía, «ve este culicagado con esa salchichota parece una suiza».

Acá en Colombia la salchicha suiza es grande y gruesa, de las que comes cuando vas al cine, pero esto se los cuento luego y además como la madre de la niña de 8, doña Nury, me pegó una revolcada en su cama.

Hasta pronto, no olviden comentar.

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