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En la mesa de un bar

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Hola.  ¿qué tal, cómo están? Espero que bien. Este es mi primer relato y espero que les guste.

Mi nombre es Isaura, tengo 31 años y soy medre soltera con dos nenes. Mi primer hijo lo tuve a los 14 y el segundo a los 16, con diferentes padres. 

Llevaba 15 años sin estar con un hombre hasta este fin de semana que decidí ir a un bar a tomar algo con mis amigas y amigos. Estaba en la barra sola, pidiendo un trago cuando, de repente, se me acerca un hombre de 45 años, guapo y de lindo cuerpo. Comenzó a hablar conmigo y me invito a compartir una mesa. Acepté y nos sentamos en una apartada, en un rincón.

Yo llevaba un vestido corto de tirantes, sin brasier, y debajo un diminuto tanga de color blanco. Tras un rato charlando, mientras me acomodaba el cabello, percibí que él no apartaba la vista de mi escote. No tardó en invitarme a bailar y yo, como cabría esperar, acepté. Me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile. Sonaba música romántica, de esa que te mantiene bien apretada a tu pareja. Así, él me abrazo por la cintura y yo puse mis brazos alrededor de su cuello.

Estábamos tan pegados, que a veces se me bajaba uno de los tirantes de mi vestido. Alguna que otra, incluso, se llegaba a ver el pezón. Sin más, sin pensarlo, nos dimos un beso candente. Nuestras bocas, completamente abiertas, favorecían que las lenguas se entrelazasen.

Regresamos a la discreta mesa y los besos continuaron. Estaba como extasiada, sin percatarme de que los tirantes habían bajado más de lo esperado dejando mis pechos al aire. Estaba tan caliente que este hecho no me importó. Seguí a lo mío, resarciéndome de tanto tiempo sin estar con un hombre. Él me besaba el cuello, los hombros, los brazos, las tetas, que, por cierto, son medianas a pesar de que soy medio gordita, o, como suelen decirme los hombres, “gordibuena”.

Como decía, mis pechos estaban al aire, los tirantes del vestido abajo; me sentía muy sexi en esa situación. Acto seguido, él metió la mano por debajo de mi vestido y tocó mi panochita recién rasurada.

―Ummm… ¡Qué rico! ―dijo él―. Noto que estás mojadita.

―¡Sí, papi ―respondí―, tú me pones así!

Mientras él me tocaba la panochita y me besaba la boca, yo me tocaba y apretaba las tetas. Estaba tan lanzada, que desabroché su pantalón y le saqué el pene. ¡Umm, qué rica verga tenía! Era grande, gruesa, ¡Dios, qué ricura! No me demoré más y le bajé el pantalón y el bóxer. Acto seguido le mamé las bolas, ricas, grandes… Se las había dejado bañadas en babas y me senté sobre él dándole la espalda.

Así me introduje la verga, incliné la cabeza hacía atrás y le besé mientras él me sobaba las tetas. Yo gemía, gemía, y gemía. ¡Dios, qué rico me sabía! Sobre todo, sabiéndome en un lugar público, donde cualquiera podría vernos.

En un arrebato, él me subió a la mesa, abrí las piernas y me la metió sin miramientos. Yo me abrazaba a él, le rodeaba la cintura con mis carnosas piernas.

Apenas un ratito más tarde, paramos, me quité el vestido y el tanga al tiempo que él se tumbaba. Yo, lógicamente, me subí sobre su cuerpo, la volví a meter dentro de mí y cabalgué sobre él, sin poder hacer nada para evitar que mis tetas brincaran sin control. Estaba muy excitada… Me volvía loca de placer.

Un rato más tarde, me colocó en la posición del perrito. Yo estaba a cuatro. Él detrás de mí, metiendo su cara entre mis nalgas, introduciendo su lengua caliente en mi ano, adentro y afuera, describiendo círculos con ella. No se conformó con esto e introdujo un dedo, luego otro y finalmente tres. Había dejado el agujerito tan abierto, un pequeño orificio en medio de mi culo gordito y carnoso, que no costó demasiado que su verga entrara en él. Me mataba de gusto. Mis tetas se movían al ritmo de su vaivén.

Terminó corriéndose en mi recto. Sentí su leche caliente y espesa en mis entrañas. Así terminé yo también.

Fue una experiencia que atesoro.

Espero que les haya gustado. Si así ha sido, espero que comenten.

Gracias y adiós, mis amores.

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