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En el hotel

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Estamos tú y yo, en un cuarto de hotel. Hay música de Coltrane que lo inunda todo. El viento entra por las ventanas abiertas, es un tercer piso. En lugar de llevarte a la cama, te siento en una silla de terciopelo que está a manera de buró. Te ordeno que abras las piernas, obedeces. Desabrocho tu pantalón y te lo quito, también las braguitas. Acaricio tus piernas, las sujeto; me hinco frente a ti, pongo tus piernas en mis hombros y comienzo a lamerte, suavecito, en etéreos movimientos irregulares. Siento de inmediato tu humedad. Mi lengua se clava. Con la puntita de mi lengua recorro la forma de tus labios vaginales; saboreo tu mar salado, tu arrecife, tu manto acuático. En instinto poético juego con tu clítoris, lo estimulo hasta sentir que tu espalda se arquea, que tu orgasmo está cerca y viene a mi boca.

Ya me aferro a tus pechos, con mi lengua clavada en ti, con nuestros labios perlados de humedad. Cuando llega tu primer orgasmo con tus gemidos mezclados con jazz en las partículas musicales. Luego te ordeno que te pares, y me siento yo; saco de mi pantalón mi verga ya erectísima. La acaricias, me masturbas. Dejas caer saliva espesa y comienzas a chuparla. Subes y bajas la cabeza, te sujeto de los cabellos para dirigirte al ritmo de Coltrane. Mi verga se pone gruesa entre tus labios. Durísima; la dejo dentro de tu garganta para ver cómo se humedecen tus ojitos.

Te digo que te levantes y te sientes sobre mi pene; sin penetración, sólo friccionando con tus nalgas, te sientas sobre mí. Acaricio tus muslos, tus piernas, tus caderas, beso tu espalda y tu nuca. Estás sentada de espalda a mí. Te quito la blusa y el sostén; acaricio tus pechos con suavidad, dibujando su circunferencia con la mano, haciendo espirales en tus pezones. Te comienzo a masturbar con la mano derecha, mientras que con la izquierda aprieto tus pechos. Me gusta provocarte la mezcla de sensaciones. Te tomo de las caderas para levantarte, luego te inserto en mi verga. Sola comienzas a bajar y a subir; sientes mi dureza en tu cavidad erógena... Te digo sucios poemas de amor al oído, deslizo mi lengua por tu espalda lo más que puedo. Muerdo tus hombros, siento tu fuego vivísimo, acaricio tu vulva, retuerzo tus pezones; excitada y húmeda caes una y otra vez sobre mí…

Te levanto y te acuesto en la cama; tenues luces se dibujan a lo lejos al otro lado de la ventana, un vendaval de luz, una resurrección. Te digo que te pongas en cuatro, obedeces, y comienzo a fornicarte así. En suaves vaivenes sobre tu culo, acaricio tu vientre. Tu vagina es un causal de aguas termales, un ojo de agua para poetas y soñadores. Siento mi dureza entrar y salir con facilidad. El sonido de nuestra carne chocando, el oleaje, el olor que acaricia los pulmones de tu cabello agitado y tu sudor, me embriaga. Hago simulacros de poesía con la yema de mis dedos en tu espalda, hasta llegar a tu culo. Te azoto con vehemencia, dejo mis dedos marcados. Me siento en la orilla de la cama y te pongo allí, sobre mis rodillas; siento tu vagina inundándome la pierna derecha. Levantas tu culo. Dejo caer sonoras nalgadas sobre ti. Huecos y eternidades se configuran en la palma de mi mano para que suene como un trueno mi castigo. Tus nalgas tiemblan, tu espalda se retuerce, tus ojos chillan, pero tu boca, más maliciosa aún, sonríe con un éxtasis sensual.

 

Sin cambiar de posición, tú acostada boca abajo en mis rodillas, comienzo a masturbarte; meto mi índice con rapidez, luego el dedo medio. Luego sumo el anular; te masturbo con los tres dedos, oigo tus gemidos, tu sudor, tu cansancio. Te rindes, te dejas ser, te dejas llevar. Siento tu orgasmo de nuevo, como una criatura linda y tranquila. Pongo una almohada en la cama y te ordeno que te acuestes sobre ella. Tu culito queda parado; rojo y hinchado, esperándome. Me sacudo el pene para recuperar su dureza. Y te lo clavo, de nuevo, sin piedad. Se vuelve a hinchar y a poner duro ya dentro de tu recto. Lo aprietas, lo exprimes, lo agitas; mueves tu culo excitándome, invitándome. Mi verga te embate, te empala. Jalo tus brazos para hacer palanca y meterla más profundo, dentro de ti, al ojo de tu esfínter. Sientes mi invasión, mi profanación en delirantes vaivenes que acaban, finalmente, con una inyección de semen en tu culo, sin más.

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