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Un romance extraño (2)

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CAPÍTULO II

 

Y llegó el jueves, el día del enlace, y a la puerta de la iglesia concertada, como clavos y desde ni se sabe la hora, el Celestino y D. Obdulio Contreras, esperando que te esperarás a la novia y la madrina, que qué se le va a hacer, mujeres eran y ya se sabe lo que con ellas suele pasar; y a más, a más, con las novias y madrinas. Pero lo grande era lo tremendamente nervioso que estaba el Celestino, a pesar de que, en principio, con él no debía de ir nada; pero lo que se dice, nada de nada, pues era un novio de pega, de mentirijillas… Pero ahí estaba él, que, si fuera el novio de verdad, más nervioso no estaría, palabra de autor de relatos, vaya. Por fin llegó la pareja de féminas en un taxi, el “coche oficial” que para la novia D. Obdulio contratara, pues no encontró nada que le saliera más barato, a menos que él mismo se la cargara a hombros, y eso sería ya demasiado ahorrar… Vamos, digo yo.

En fin, que allí estaban todos, los cuatro protagonistas del evento, pues por finales resultó que el concurso padrino y madrina, en la ceremonia religiosa, era inexcusable, por lo que D. Obdulio acabó por ser padrino oficial en la boda, por poderes, del Paco y la Raquel. Ellos, D. Obdulio y el “Celes”, el “novio de pega”, en impecable traje de calle, en color oscuro, el padrino, gris casi marengo, el “novio, azul más marino que oscuro, americana de una sola fila, camisa blanca, corbata y toda la pesca, la madrina, la Lola, embutida casi, casi que con “fórceps” en un vestido floreado, de fondo negro y flores blancas grandes, y rosadas, más pequeñas, en tanto la novia creyó oportuno dejar aparcado el albo vestido de novia, vistiendo en su lugar un sencillo pero elegante traje o conjunto de chaqueta y falda en azul oscuro, liso, y blusa o camisa blanca bajo la chaqueta, de pechera adornada con volantes verticales, paralelos a la hilera de botones, tocándose con un sombrero de ala ancha que, caído sobre el rostro, realzado por un lazo blanco que ceñía toda la copa del sombrero, cayéndole en dos ramos por el ala caída hacia delante.

Enseguida se emparejaron, Celestino tomando del brazo a Raquel, D. Obdulio puesto junto a la “tía” y madrina de Raquel, la oronda Lola. Al momento, Celestino dijo a Raquel, mientras ambos se dirigían ya hacia la iglesia

—Está usted muy guapa, Raquel

—Gracias; usted también, Celestino

Y añadió, señalando las flores que llevaba en la mano, su ramo de novia, las mismas que él le regalara al conocerla

—He…he traído sus flores; son mi ramo de novia…

—Ya, ya veo. Me agrada; me gusta que usted las use hoy, así, como su ramo.

—Celestino; una cosa. Estoy muy asustada… Que esto, casarme con un hombre al que no conozco… Es que, creo que el matrimonio es una cosa muy seria… Para toda la vida… Y si…

—No tiene usted de qué preocuparse; Paco es un buen hombre… Muy, muy buena persona…

—¿Cómo usted?

—¡Qué va!... Mucho, mucho mejor que yo… Y, además, bastante más guapo, pues yo, ya ve; un “pato mareao”, más bien parezco… Ya verá; le gustará…

—¡Pues a mí me parece usted muy guapo!

—¡Qué va, qué va!... Dónde va a compararse… Ni hablar… El Paco es mucho más atractivo que yo; se lo digo yo, Raquel

—Es que… Tampoco él me conoce a mí… ¿Y si, luego, no le gusto?

—¡Pero, quién piensa!... Si, es usted guapísima; pero guapísima de verdad… Y tan simpática, tan buena… Tan…tan… Bueno, tan todo, qué narices… Que qué suerte tuvo el Paco al dar con usted, que es una joya; sí. Una joya; una mujer de las que ya quedan pocas… Sí; desde luego, el Paco es un tío con suerte

Llegaron ya a las puertas de la iglesia, al pórtico; allí pararon, como si no acabaran de decidirse a entrar. Entonces, volvió Raquel a hablarle al Celestino, mirándole fijamente, a la cara, abiertamente, y con un punto de ansiedad en sus ojos, en su voz

—¡No tiene usted nada que decirme, Celestino?

Él, bajó los ojos, apartándolos de ella, casi mirando hacia otro lado para responderle

—Le diría tantas, pero tantas cosas… Pero, creo que ya es tarde… Esto de ser feliz en esta vida, ceo que, más bien, depende de llegar a tiempo a los sitios… Y yo… Y yo…siempre “pierdo el tren”

—Pero, Celestino; y si… Si esta vez, el tren saliera con retraso… Si esta vez, en el último segundo, usted lograra cogerlo…subirse a él… Aunque fuera en el tope

—Pues que no puede ser Raquel; de verdad, que me gustaría… Daría algo grande porque así pudieran ser las cosas… Pero no; no es posible. Verá, yo…yo… me tengo por persona horada; no valgo nada, ya lo sé, pero quiero ser un hombre honrado y cabal… Y el Paco es amigo mío… Muy, muy amigo mío… Y… ¡Y vámonos para adentro o no respondo!...

Entraron en la iglesia, ya lista, con el cura, revestido, al pie del presbiterio, esperándoles, junto a los dos monagos y el órgano tocando la famosa Marcha Nupcial de Méndelssohn, colocándose ellos ante el altar, Celestino y Raquel en el centro, la lola a la izquierda del “novio”, D. Obdulio a la derecha de la novia; transcurrió la misa, con Raquel mirando repetidamente a Celestino mientras éste apenas si osaba quitar la vista del suelo, donde la tenía, en la práctica, fija, llegando, por fin, el crítico momento del famoso “Sí quiero”, que ambos dos dieron sin rechistar, sin la menor vacilación, tras de lo cual llegó el siguiente momento álgido del evento, la firma de ambos, con los padrinos de la boda, en el Registro Civil, con lo que el matrimonio recién celebrado, canónicamente, claro, quedaba legalizado ante el Estado español; vamos, que con tales firmas quedaba también constituido el matrimonio civil. (1) Sólo que dos cosas pasaron entre tanto, bien distintas la una de la otra, y fue una, las insistentes miradas que D. Obdulio dirigió, durante toda la ceremonia en el templo, a la desposada Raquel, lo que hizo que ésta, asiduamente, se echara más y más, sobre la cara, el ala del sombrero, tratando de hurtar el rostro lo más posible, a la curiosidad del buen señor; la otra, de la que ni cuenta se dio nadie, fue que, primero cuando lo del “Sí quiero”, al referirse a Celestino con lo de “quiere usted a Dª Raquel Tal y Tal, aquí presente, por su esposa y mujer, etc. etc. etc., le nombró por su nombre y apellidos, D. Celestino Rodríguez y López por su mamá, pero es que, cuando luego estampó su firma en el Registro, lo hizo, también, bajo su nombre propio seguido de sus dos apellidos… Vamos, una nadería como otra cualquiera

Acabose, al fin, todo el rollo, papeleo y tal, en la iglesia, y la reducida concurrencia, los cuatro de la iglesia y tal, pasaron al impepinable banquete de bodas, que, más bien, transcurrió que el velorio a un muerto resulta más divertido, por la cara de vinagre del novio y la de circunstancias de la novia y la madrina, que había que verlos a todos, con la foto del novio oficial, el Paco, en el centro de la mesa, entre el Celestino y la Raquel, separados un trecho el uno de la otra, dejando entrambos el sitio para que la foto del Paco campeara, bien a la vista, entre los dos, y el oportuno de D. Obdulio, venga a lo suyo, ser menos oportuno que juerga flamenca en cementerio, con lo que no paraba de decirle a la novia que le era conocida; que no recordaba de qué, pero que, estaba seguro de conocerla, pues su perfil no se le despistaba, y ella, que de nada podía conocerla, a no ser de haberla visto donde trabajaba, dándole como razón de ello unos más que conocidos grandes almacenes españoles, El Corte Inglés. Por fin llegó la tarta de bodas, de un solo piso, a lo que el bueno de D. Obdulio dijo que para qué más, si eran ellos cuatro solos; se levantó para hacer los honores, partiéndola, y al resaltar que allí estaban, el novio y la novia, con el Celestino, como apoderado del novio, entre la pareja, detalle este muy “oportuno” también, como propio de D. Obdulio, al que el “apoderado” respondió con cajas destempladas por lo que el “padrino” de la boda se quejó diciendo

—Hombre, pues tampoco es para ponerse así, que me recuerda usted al tipo ese del “puticlub” tan… ¡Anda!... ¡Ya decía yo que la conocía a usted, Raquel!... ¡Ya lo decía yo!... ¡Dios, Dios, Dios, pobre Paquito y en la que!…

D. Obdulio no pudo seguir, porque Celestino le agarró por las solapas, que casi le levanta en vilo, mientras le decía

—¡Quiere usted callarse, cotilla de mierda! Que estoy viendo que de Madrid no me voy sin partirle la cara a alguien, y usted, de momento, lleva todas las papeletas; a Dª Raquel, ¿entiende?, ¡¡¡DOÑA RAQUEL!!!, usted la conoce del Corte Inglés, donde trabaja junto a su tía, DOÑA LOLA… ¿Entendido?

—¡Sí, sí; pues claro que lo entiendo!... Como para no entenderlo está usted… Nada, nada… Del Corte Inglés las conozco a las dos; ahora que lo recuerdo bien, de cuando fui a comprarme unos calcetines la mar de monos ellos. Sí señor, de eso las conozco

Y es que, también el bueno del Celestino se había dado cuenta de que, la chica que en principio se acercó a atenderles en el bar de alterne que entraron aquella noche, no erra otra sino Raquel, pues bien que se fijó, cuando aquél chulo la agarró de la muñeca, en esa pulsera plateada, que no de plata, que la chica lucía, llamándole la atención por su forma, como una serpiente enroscada, digamos, a la muñeca, pulsera que al firmar ella en el Registro él había reparado en ella. Pero hete aquí, que Celestino creía conocer ya bien a la muchacha, de modo que, a pesar de todos los pesares, a pesar de cuanto pudiera parecer, él estaba seguro de que la chica era de buena ley; que, de verdad, quería salir de esa vida, a la que sabría Dios qué desgracias la llevarían, y que sería una gran esposa para el hombre que con ella se casara… Quien tal suerte tuviera.

Pero ya el mal estaba hecho, con Raquel llorando a lágrima viva en brazos de su tía, bajo un ataque de nervios de los de órdago a todas, sollozando a todo sollozar, diciendo que sus esperanzas de salir de esa vida que aborrecía más que odiaba eran vanas, que allá donde fuera su pasado iría con ella, irremediablemente, para romperle toda iniciativa, toda acción que hiciera por salir de ello; era algo así como la “verbi gratia” de una canción del Sabina: “Que al tren del desconsuelo, si subes, ya no es fácil bajar”.

De todas formas, el “Celes”, trataba por todos los medios de consolarla, diciéndole que eso era una tontería; que el D. Obdulio de los perendengues de Satanás, desde luego era un bocazas que ya podía haberse callado la boca, y que, casi seguro, que ese día no acaba sin que él le arrancara uno a uno todas las piezas dentales de la boca a guantazo limpio, pero que tampoco pasaba nada con que dijera lo que dijo, pues no reveló secreto a nadie, ya que él, para cuando el dichoso gestor abrió esa bocaza que debió mantener cerrada, estaba ya al corriente de todo, por esa singular pulsera que llevaba puesta, y que, a pesar de lo que pareciera, de lo que fuera, para él, Celestino, ella era la mejor mujer del mundo, la mejor esposa que hombre alguno podía tener, y que el Paco era, sin la menor duda, un hombre tremendamente afortunado por tenerla a ella; y que en verdad, le envidiaba por tal suerte, por haber sabido conquistarla, convencerla para que fuera su esposa y mujer, pues, con gusto, él, Celestino, se hubiera casado con ella de no estar de por medio la amistad que le unía al Paco.

Pero, que, si quieres arroz, Catalina, pues Raquel seguía echa una Virgen Dolorosa; Dolorosa y Lacrimosa, pues de llorar no había quien la sacara. No pocas veces, las homéricas cogorzas acaban por ser lloronas para el beodo, pero que las llantinas acaben en una “tajada” de padre y muy señor mío, no es tan normal, pero eso es, justamente, lo que pasó con la “probecilla” Raquel que, puesta a ahogar las penas en alcohol, se agarró una botella de champán recién descorchada y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, tranquilamente, y a gollete limpio, se la fue metiendo, a solanas, entre pecho y espalda, que era un verdadero primor. Total, que en no tanto tiempo, la buena de Raquel acabó, más o menos, por el santo suelo, durmiendo la “mona” de la monumental borrachera que acabó por agarrar tras “trajelarse”(2) casi dos botellas de champán “too seguío, seguío”, y a “palo seco”

Y claro, desde tal momento, lo importante, lo primero que se imponía era llevar a la “probiña”,(3) al apartamento que compartían “tía” y “sobrina”, pero ocurrió que, cuando se preparaban ya a meter a Raquel en el taxi que a tal destino la llevaría, para que acabara de dormir la mona bien dormida, y, a la mañana siguiente, facturarla en el primer avión que partiera al “Londón” de la “Engalaterra” esa, en tan transcendental instante, ¡tate!,(4) que llegó contraorden directa del Londón ese de las narices, que el Diablo confunda con todos los Hijos de la Gran…Bretaña, dentro; vamos, que el mismísimo Paco, mediante telegrama urgente librado desde el mismísimo Londón ese, daba contraorden en tan drástico momento: Que de enviársela al Londón de la Engalaterra esa, que “nasti monasti” (nada de nada, en argot madrileño del año que le pidan), sino que, esa misma noche, se la metieran en un tren rumbo a Barcelona, que allí ya estaría él, esperándola en el hotel que también indicaba en el telegrama.

Y, ¡hala!, a correr a la estación de Atocha a sacar billete en dos departamentos Wagons Lits, esto es, coche-cama, a ser posible, en dos vagones distintos, pero luego resultó que iban ambos en el mismo vagón y con puerta de comunicación directa, por si fuera poco. Según el famoso D. Obdulio, eso fue así, porque no había más cabinas libres, individuales, en todo el dichoso tren, pero la “tía” Lola, se descolgó diciendo que así, el pobrete del Celestino, que era el que debía llevar a la novia ya esposa a Barcelona y entregarla allí al marido legítimo de la muchacha, el suertudo del Paco, que ni idea tenía de lo que Raquel, su esposa y mujer valía, podría velar mejor por la joven que, rindámonos a la verdad, estaba hecha unos zorros, durmiendo aún la mona en un estado en verdad lastimoso al por mayor; así, podría pasar de vez en cuando, durante la noche, al departamento de la chica a controlar su estado, pero es que, la verdad también, toda la verdad y nada más que la verdad, el bueno del “Celes” estaba que se subía por las paredes por aquello de tenerla no ya pared, sino puerta por medio a quién, admitámoslo ya de todas, todas, le traía loquito de remate, vamos, ”mochales” perdido, por sus huesecillos, y lo que no eran, precisamente, los huesecillos, qué narices, que “No sólo de pan vive el hombre”, como bien dijera el buen Jesús-Dios, por más señas. Pero qué se le iba a hacer, que ya se sabe, el hombre propone y el puñetero Diablo dispone, con lo que al “Celes” no le quedó otra que “envainársela” y encomendarse a tod la Corte Celestial para que le protegiera… Bueno, a él y a la, para él, divina de la Raquel, para que aquella noche no tuviera lugar, en el departamento de la mujer, un desaguisado de padre y muy señor mío, con el fatal resultado de que er probete der “Celes” tuviera que abrirse las venas para poder recuperar su honor de hombre honrado, que “Honor”, viene de “Honra”, y de “Honra”, “Honrado”, luego, “Hombre de Honor”=”hombre Honrado”, y a todo ruedo, además. Algo que, antaño, más bien abundaba, pero hogaño… Pues eso…

En fin, que, prosiguiendo con esta verídica historia, fartabe más, el “Celes”, haciendo de tripas corazón, se subió al tren, con lo de “Y que sea lo que Dios quiera” en la mente y listo, dispuesto, al sacrificio y a vencer la tentación, se pusiera “il figlio di la grande puttana” “der jodío” Satanás como se pusiera. Y el tren arrancó, saliendo, poco a poco, de la estación. El viaje, pues fue un tanto movidito; para empezar, la “tiita” Lola, amén de encomendar a su “sobrina” al buenazo del “Celes”, le había rogado también que la quitara la ropa que llevaba, ese traje de chaqueta, pues seguramente que le daría calor a la “sobrinita”, y no me veáis los “calores” que pasó er “probete” der Celes para llevar a cabo tal encargo; él no quería mirar lo que, poco a poco, iba descubriendo, diciéndose para sus adentros: “Tranqui, Celes; tranquilo; tómate una tilita, y piensa en tu amigo, en el Paco, pobrecillo… Que es su mujer, Celes; su mujer; la mujer de tu… ¡¡¡PASTELERO AMIGO, SÍ SEÑOR!!!... ¡¡¡QUE ESTO SÍ QUE NO SE LE HACE A UN AMIGO; PONERLE CON LO DIENTES ASÍ DE LARGOS, CACHINDIELA, PARDIEZ!!!

Pero más bien, más mal, la cosa es que fue superando las múltiples tentaciones en que el malvado Satán se emperejilaba en hacerle caer, mire usted por Dios y los caprichitos que le entraban al honorable señor Satanás, si no podría entretenerse poniendo al rojo mayor a otro pecador, que con el Celes, es que ya se pasaba…se cebaba, vamos. Por fin, dejaron atrás, muy, muy atrás Zaragoza, internándose ya el tren en la tierra catalana de Lérida cuando Raquel empezó a salir del estado comatoso en que cayera, sin, en añadidura, acordarse de nada, o casi nada, ni siquiera de la boda, banquete y la “trompa” de champán tan monumental que enganchó, y, menos aún, de las razones que la indujeron a ello, pues, de momento, sólo atendía a la enorme sed que la mortificaba y el horripilante dolor de cabeza que la torturaba. Se puso de agua que de pocas acaba las existencias disponibles en el coche-cama de Wagons-Lits, que el mozo encargado de atender a tales pasajeros estaba ya hasta la coronilla de acarrear botellitas de agua a esos dos departamentos, y con media farmacia de aspirinas y demás analgésicos al uso por entonces, resultados todos ellos de la enorme resaca que sucedió al “colocón” alcohólico. Ya un tanto más normalita, volvió a caer en el sueño, pero éste ya reparador, y así hasta que casi llegaban a Barcelona, cuando ella, al fin, se levantó un tanto atemperada ya. Entonces, Celestino dijo que quería descansar lo que le quedaba de viaje, ya que, atendiéndola en su borrachera, apenas pegara ojo en la noche, con lo que atrancó la puerta de paso a cal y canto y así llegaron, al fin, a Barcelona.

Hasta que estuvieron ante el hotel, el Continental, un hotelito si pretensiones, de lo más normal, incluso tirando a “pelín” cutre, algo así como un dos-tres estrellas de hoy día, la cosa estuvo un tanto normal, hasta tranquila, podría decirse, pero fue ponerse ante la puerta del sitio, cuando ya no había más cera que la que ardía, ahí sí que fue Troya, con la Raquel enrocada en sí misma que ahí no entraba porque no le daba la gana; vamos, que no, que no, y que no, por triplicado. Que ese tío no era su marido y ella, ni muerta, sería nunca su esposa y mujer. Que no le quería y punto, y que los papeles dijeran lo que dijeran, pero ella, erre que erre, en que no, no, y mil veces no

—Mira “Celes”, –decía ella, y dale que te pego al “nombrecito” de las narices. ¡Que yo me llamo Celestino, leches ya, y no Celes!, que decía él, por lo bajinis, claro está, porque con aquella especie de Agustina de Aragón, con cañón y todo, que era entonces la Raquel, cualquiera chistaba un pelo– yo…yo ya sé que no te merezco; que ni me merezco ningún hombre honrado y cabal, por lo que soy…he sido, mejor dicho, porque eso se acabó la otra noche, cuando os dio por entrar en “El Cornetín”; esa noche me marché de allí para no volver, ni a ese sitio ni a ningún otro de su clase; a nada que tenga algo que ver con aquello. Pero, ¿sabes?; te quiero, Celes; te quiero de verdad…Te adoro… ¡Ay Dios mío!...Y qué vergüenza me da decírtelo, pero es verdad: ¡Te deseo, Celes, amor mío, vida mía… Te amo y te deseo; te deseo, porque te amo; porque quiero hacerte feliz, muy, muy feliz, muy, muy dichoso, toda la vida…la vida entera, pasada junto a ti… Y que también tú me hagas feliz a mí; feliz y dichosa, como sólo tu sabría, podrías, hacerme, porque sé que también tú me amas, me quieres, como yo te amo, te quiero a ti… Con toda nuestra alma, todo, todo, nuestro ser… Dios Celes, mi amor; si pudieras confiar en mí, sólo un poquito; un poquito sólo; si pudieras fiarte de mí, creer en mí siquiera un pelín, qué felices podríamos ser… Te querría como ninguna otra mujer podrá, sabrá, nunca quererte tanto

—Raquel, si yo creo en ti, confío plenamente en ti; sé, ¿me oyes?, sé que eres una mujer maravillosa, que harás feliz, inmensamente feliz, inmensamente dichoso a cualquier hombre…y a mí, por supuesto, y sí, como dices, como ninguna otra mujer podrá ni sabrá hacerme nunca… Pero, hay lo que hay; que eres la esposa de otro hombre, un hombre que, además, es amigo mío…que confió en mí para que le representara en su boda… ¿Y, cómo, dime, cómo, voy yo ahora y le “robo” a su mujer?... No podría volver a mirar a nadie a la cara…me moriría de vergüenza… Tendría que suicidarme para reparar tamaña infamia…

—¿Y qué nos importa todo eso a nosotros, a ti y a mí?... Es nuestra dicha, Celes; somos nosotros, Celes, tu y yo; nosotros, nuestra dicha, nuestra felicidad… ¿Vamos a renunciar a ella, a condenarnos a la eterna infelicidad, a nuestra sempiterna desgracia, como seres humanos, hombre y mujer enamorados, por esos prejuicios tuyos?... ¿Es que, yo, mi propi dicha, mi propia felicidad, como mujer, no te importa nada; menos, en cualquier caso, ¿que esos escrúpulos que tienes, que a mí me parecen pueriles?... Celes, dime, amor. ¿De qué podemos nosotros ser culpables; ¿de qué acusarnos, de qué avergonzarnos?... ¿De habernos enamorado; de amarnos, de querernos…de desear ser felices viviendo juntos tú y yo, como pareja conyugal, como marido y mujer, ¿cómo matrimonio?... ¿Qué culpa de eso tenemos tú y yo?... ¿Lo hemos querido, lo hemos buscado, provocado?... ¡¡¡NO, NO, Y NO…Y MIL VECES NO!!!... Pasó porque tenía que pasar, porque sí, porque así lo quiso Dios, o la suerte, la fortuna… ¡Quién sabe!... Pero no tú, no yo… ¿Porqué, pues, tenemos que afrontar una culpa que no es nuestra?

Raquel calló, más que nada para tomar resuello, pues hablando y hablando habíase ido encendiendo, cargándose de razón más y más, y mucho más. Pidió un pitillo al Celes, lo encendió, pegó unas chupadas, expeliendo el humo hacia el espacio, en volutas, y prosiguió

—Dices, Celes, que soy su mujer, pero eso no es cierto; para que el matrimonio sea, efectivamente, válido, es necesario que se consume, que ellos…ellos…el hombre y la mujer…Pues eso, hagan lo que suele hacerse cuando lo del “¡Al fin solos!” Y eso, ni ha pasado, ni pasará nunca… Vamos, que la hija de mi madre, ni borracha se abrirá nunca de piernas para ese tío, el Paco, por mucho que los “papeles” digan lo que digan. Nunca ¿me oyes?, ¿me entiendes?; NUNCA, NUNCA, EN JAMÁS, pasará eso, aunque lo diga y mande el “Sursuncorda”(5), porque no le quiero, ¿me oyes?; no le quiero y nunca, nunca, consentiré en ser suya… Porque te quiero a ti, mi Celes querido, amado, y sí; quiero, deseo, sobre todas las cosas, ser tuya; sola, únicamente tuya… Y de nadie más. No sé bien cómo lo haré, qué hare o diré, pero ese matrimonio lo anularé; haré que sea anulado. Buscaré, buscaremos, los dos, un abogado que lleve el “asunto” y logre la anulación de este maldito matrimonio y entonces, cuando vuela a ser libre, nos casaremos tú y yo… Y como Dios manda, además… Faltaría más…

Celestino la miraba embobado, sonándole, en sus oídos, las palabras, como música celestial. ¡Ahí es nada!... Casarse ellos, Raquel, su amada Raquel y él, como Dios manda, de verdad… Ella, de nuevo había enmudecido, peo ahora, más que nada, para ver el efecto que sus palabras producían en él… Y continuó, tras la efímera pausa, pero para ello se acercó a él hasta muy, muy cerquita de aquél hombre que, si ella le había sorbío el sentío, él a ella la había dejado turulata de puro amor, arrimándosele hasta casi incrustarle los senos en el pecho, al tiempo que rodeaba su cuello con sus brazos en prietísimo abrazo, mientras los femeninos labios, la boca de ella, buscaban, buscaba, afanosos, ansiosos, los labios, la boca masculinos, hasta lograr que sus lenguas se encontraran, golosas, ebrias la una de la otra, mezclándose ambas salivas en cóctel de ambrosía de dioses. Apartó, al fin, ella sus labios, su boca de la de él, para susurrarle al oído, tierna, pero apasionada, candente de amor encendido, a la vez, de ardoroso deseo de la mujer enamorada por el hombre que la enamorara, deseosa de amar y ser amada en la absoluta fusión de sus cuerpos, de sus almas

—Y decía que buscaremos un abogado porque desde ya, tú y yo, ya no somos ni tú, ni yo, sino nosotros, y sólo eso, nosotros; juntos desde ya, desde ahora mismo, y para siempre… Porque juntos, viviendo juntos, en pareja, haremos lo que haya que hacer para, en verdad, ante Dios y los hombres, seamos marido y mujer.

Volvió a besarle, a morrearle, bien morreado, añadiendo la guindilla de la manita tonta de ella, dejada caer, como al desgaire, hasta hacer contacto con lo más noble. Y por ella deseado de la masculina anatomía de él que, si ya estaba bastante “despierta”, no veáis qué esplendor adquirió “aquello” al segundo

—Raquel, Raquel, no sigas, no me hagas eso o ya no respondo… Y te violo; te violo aquí mismo

Raquel se rio con ganas, para responder

—¿Me violarías?... Y, ¿lo harías hasta aquí mismo?...

—Pues que no te quepa duda que, si sigues con estas “maniobras”, lo haría; vaya que sí que lo haría; palabra de “Hombre de la Mancha” … De Quijote manchego con alto pedigrí

—¡Ja, ja, ja!... Y, ¿si yo quisiera, precisamente eso, que me violes ya de una puñetera vez?... Que me hagas tuya ya, de una maldita vez

—Raquel, Raquelita de alma, que la liamos; que la liamos de verdad…

—Pues liémosla; lo estoy deseando, mi amor; pero deseándolo de verdad…de verdad de la buena. Me tienes loquita; loquita del todo amor; pero del todo… Y muy, muy calentita ¿Me dejas que te lo diga más claro… Que te diga que me tienes… (bajó la voz, para apenas ser un susurro en el oído de él) muy, muy cachondita; ¡cachondita del todo, amor!... Mojadita; muy, muy mojadita. (Y, aunque pareciera imposible, afinó aún más el susurro, hasta hacerlo casi inaudible, al seguir vertiendo en el oído de él) Vamos, mi amor; no perdamos más tiempo. Subamos a una habitación, en este hotel o cualquier otro… Eso sí, cercano, porque no puedo más… No puedo aguantarme más, esperar más tiempo a ser tuya, y que tú seas mío. Disfrutemos ya, mi vida, de nuestro amor, nuestro cariño…

Entonces, cuando el Celes había ya olvidado, superados, sus prejuicios, sus tabúes, el puñetero Satanás, o, puede, que el Angelito de la Guarda, vino a jorobarles el plan tan bien pergeñado y listo a realizarle 

—¡Hombre, Celestino, mi querido canijo del Tomelloso, nuestro pueblo!

—¡Jorobar, Paco; que ya está bien con lo de “canijo”!...

Sí; era el mismísimo Paco; sólo que sin “guina” (boina), ni abarcas, sino de lo más elegante, vistiendo un conjunto de americana y pantalón muy, muy, a lo “inglés”, con la chaquetita la mar de “molona”, en color caldera, casi tirando a rojo mate, pantalón azul oscuro, sin llegar a marino, camisa blanca de puños vueltos, con gemelos, incluso y corbata marrón entre medio y oscuro. Con ese aire de mundo, cosmopolita, del que lleva viajando por ahí tiempo y tiempo… Más alto que el Celes, más atractivo también… Y más elegante, sin rastro ya de la “paja de la era” que en tiempos fuera su natural “apostura”. Y decir aquí, que el Paco se le había echado encima al Celes, entre abrazándole y estrujándolo, cogiéndolo por la cintura y subiéndoselo aúpa, suspendiéndole en el aire, entre sus brazos

—Bueno, majo, no te enfades… Chico, cuánto me alegro de verte… Estás como siempre, ¿he?; como siempre… Es que no has cambiado nada, pero que nada, en estos años… Bueno, y, ¿mi media naranja?... Porque supongo que estará aquí, que te la habrás traído contigo. En la habitación esperándome, seguro… Y ¿cómo es; cómo está? Porque ya sabes cómo me gustan a mí; rellenitas, buenas tetas, buen “culamen”, buen “caderamen”. Sabrá guisar ¿verdad? Que tengo unas ganas de que me haga una buena paella, una fabada, un cocido… ¡Unas gachas de nuestra tierra, nuestro pueblo! Porque chico, tú no sabes cómo se come allí… De pena; de verdadera pena… Y es que, sales de España, y se acabó lo de comer como Dios manda. Pues y la casa… Todo, manga por hombro… y es que, o tomas una criada, o no te queda más remedio que casarte, si quieres vivir un tanto regular… ¡Como en España se vive, que no sabemos lo que tenemos hasta que salimos por ahí! Pero bueno hombre, contéstame, que no parece, sino que se te comió la lengua el gato

—¡Si es que no me dejas hablar! Ahí… Ahí…la tienes… Raquel Espinosa…

—¿Estaaa?... ¿Seguro?... ¡Pero si cría que era un rollo tuyo!... Como de siempre te han gustado, flacuchas y larguiruchas… 

Y en verdad, Raquel, aunque no tan “flacucha”, que en su sitio tenía todo lo que debía tener, sí era algo alta, más que celestino, al que le sacaba unos cuantos dedos de estatura, llegándole él a ella apenas si a la altura de la boca. Entonces, la que antes respondió a la “delicadeza” que el Paco le soltó, fue ella, y con no poco retintín

—Pues muchas gracias por sus halagos, SEÑORRR

—Bueno, guapa; es que, como la única foto que tenía tuya se la envié a este canijo…

—Oye, oye; que este “canijo” te puede partir la cara, ¿estamos?

—Bueno, bueno, no te cabrees tanto conmigo; retiro lo de “canijo”…

Esto, el Paco lo dijo dirigiéndose, todavía, al Celestino, aún vuelto, más bien, a él, pues a la chica apenas si la había mirado… Vamos, que de lejos se veía, notaba, que no le hacía mucha gracia que digamos; pero volviéndose de inmediato a ella, prosiguió

—No importa; no importa nada; aunque yo esperaba algo mucho mejor, me conformo. Sabrás guisar, digo yo… Como española que eres

—¡¡¡Pues no señor!!!... ¡¡¡Ni freír un huevo!!!

—Bueno, tampoco tiene importancia; ya aprenderás… (Se separó algo de ella, para añadir) A ver, date unas vueltas

—¿Qué dice?

—Que te des unas vueltas para que te vea bien… Como no te conozco…

—¡Y un cuerno “pa ti”!... Por no ser zafio, y decirte que ¡una MIERDA!, pa ti… Que Raquel no es un animal…aunque tú sí lo seas… No es una mula, ni una burra, ni una yegua… Y menos, una cerda, que vayas a comprar, que no te ha faltado más que decirle que te enseñe los dientes, para saber si es tan joven como parece(5)…

—Déjale, “Celes” … Que me vea… Que sepa lo que se pierde…

—No me da la gana dejarle; no me da la gana que un chulo de mierda le falte así a mi mujer… ¡¡¡MI MUJER!!!, te enteras, “canijo” … Que tú sí que eres un “canijo”, ¿sabes, Paquito?... Tú sí que eres un “canijo”, aunque seas más alto que yo… Aunque parezcas más fuerte que yo…que eso, todavía está por ver, pues creo, estoy seguro, de que del primer tortazo te mando a la luna, ¿te enteras, “canijo”?... Sí, Paquito de mierda; un “canijo” es lo que ere, un “canijo” moral, porque no tienes vergüenza; debía ser verde y se la comió un burro hace mucho, pero “muucho” tiempo, dejándote a ti su rebrutez… Porque también eres eso, un bruto, un zafio indecente… y a mi MUJER, sí; mi mujer, la respetes, o te parto la cara ahora mismo… ¿Enterado, “canijo”?

—Pero…pero… ¿De qué vas tú, canijo; más que canijo?... ¿De qué vas, si puede saberse?... ¡Te has vuelto loco o qué!

—Pues voy de lo que voy; de lo que acabas de oír. De decirte a las claras, en esa carita tan bonita que tienes, lo que, en realidad, eres… Y lo que, realmente, hay, que Raquel ES MI MUJER. ¿Te enteras, “canijo”?... MI MU-JE-ER… En los “papeles”, en el archivo de la iglesia, en el registro civil, dirá lo que sea que diga, pero ella no es tu mujer, sino MI MUJER, y de verdad, con todas sus consecuencias… Porque, mira tú por dónde, en estos pocos días que hace que ella y yo nos conocemos… ¡Dios de mi vida, pero si apenas hace tres, cuatro, cinco días nada más!… Pues eso, que nos hemos enamorado, que nos queremos Raquel y yo…que nos amamos… Y, ¿sabes?, como nos amamos, anoche, en el tren, mientras veníamos, en aquellos dos departamentos individuales, pero comunicados por una puerta de paso entre los dos, pues eso… Que pasamos la noche juntos…que ella, fue mía, mi mujer, y yo fui suyo, su HOMBRE…SU MARIDO…

—Qué… Qué… Qué quieereess decir con essoo…

—Pues hace falta ser tonto… Todo lo tonto y fatuo que tú eres para no entenderlo…

—Quee… Queee… Que… ¿Te la has “cepillado”?... ¿Qué te cepillaste anoche a mi mujer?...

—No, queridito; no. A tu mujer, no… ¡A MI MUJER!... Porque, mi “queridísimo” Paquito, “canijo”, “canijete”, resulta que, lo que todos los “papeles” habidos y por haber, digan de lo que ayer pasó en la iglesia esa de Madrid, no tienen valor LEGAL ninguno, mientras el “hecho” no se consume… Y el hecho, ella y tú, no lo habéis “consumado” … Y, ¿sabes lo mejor?... ¡¡¡Que nunca, nunca, lo consumaréis, por la sencilla razón de que, a MI MUJER, no le da la gana hacerlo, “consumarlo” contigo… Ni hoy, ni nunca, porque no te quiere… ¿sabes, “macho”; señor “Siete Machos”?... Y porque a mí tampoco me da la gana que te la “cepilles”, como tú dices, ¡Narices ya!

—¡Te mato! ¡Yo te mato, cabrón, hijo de siete padres, desgraciado!... ¡Haberte “follado” a mi mujer!...

Y sin más, sin pensarlo, sin meditarlo, el Paco se lanzó contra el “Celes”; como toro bravo recién salido del chiquero, del toril, ciego, sin orden ni concierto, en tromba; pero sucedía que el “Celes” estaba “avisado”, le esperaba, con lo que de sorpresa no le cogió, sino que fue él, Celestino, quien sorprendió a Paco, parándole en seco de un mandoble en “to’l morro”, que le dejó tambaleando, y de qué forma. Pero “la sangre al río no llegó”, pues allí quedó, paró, todo, gracias a la más que inesperada aparición del bueno de D. Obdulio, gritando casi frenético desde la ventanilla de detrás de un taxi, con medio cuerpo, como quien dice, fuera del vehículo; un taxi que, precisamente, no era de Barcelona, sino de Madrid

—¡¡¡Señor Martínez, señor Martínez!!!... Menos mal que, al fin le encuentro… Quédese ahí, no se mueva, que tengo que decirle algo muy, pero que muy importante…

Como fácil será suponerlo, eso, tal aparición tan inesperada, detuvo en seco la pelea entre ambos hombres ya más que en ciernes, pues todo el mundo allí presente, vamos, el “Celes”, el Paco y la Raquel, quedaron en suspenso, tomados de la más genuina de las sorpresas. Al fin, el bueno de D. Obdulio estuvo a su lado, tras apearse del coche, aunque más preciso sería decir que se lanzó de él, casi antes de que el vehículo acabara de frenar.

—Lo siento, señor Martínez; lo siento muchísimo. Cosas del personal de uno, la mecanógrafa, la secretaria, que no da una a derechas

—¡Qué me dice usted de mecanógrafas y secretarias, si usted no tiene un duro nunca; si tiene trampas como “pa” cazar elefantes!... Ande y déjese de cuentos; y vaya al grano… A ver; ¿qué pasa ahora?... Y, ándese con ojo, que el horno está para muy, pero que muy poquitos bollos…

—Bueno, vale; sí; yo he sido el culpable… Yo el que metió la pata… Pero no se preocupe, señor Martínez, que yo se lo solucionaré en un periquete

—Pero… ¿De qué diantres habla?... Mire, “D. Trapisondas”, hable claro o le arreo ya mismo un “sopapo” que le pongo la cara del revés…

—No, si la “cara del revés” me la pondrá de todas formas… Pero usted cálmese, señor Martínez, que todo tiene arreglo…

—Mire “D. Marrullerías”, que le sacudo, ¿he?... Por mi santa madre, que en gloria esté, que le saco los mocos de la nariz en fila india y marcando el paso…

Aquí, hacer notar que, para esas alturas, el “Celes” ciego ya de tanta dilación de “D. Picapleitos”, lo tenía agarrado de las solapas de la chaqueta, con los pies pataleando en el aire y a un paso de recibir la mayor ensalada de “fostias” que jamás las crónicas de las “Fostias Magnas” registraran…

—Pues…pues… Pues que…que…que, ME EQUIVOQUÉ; sí, me equivoqué al rellenar los documentos de la boda…y…y…

—¡Y qué, que!

—Pues que…que… Bueno, de una vez, para que ya me parta la cara bien partida, pero de una vez… Que donde debí poner el nombre de D. Paco, aquí presente, supongo, puse el de usted, señor Martínez… Pero no se preo…

D. Obdulio no pudo proseguir, pues el “Celes”, algo más que bien, pero lo que se dice que bien cabreado, le cortó agarrándole por el pescuezo, de tal manera que lo dejó, al instante, sin resuello

—¿Y qué quiere decir con eso de que se equivocó al escribir los nombres

—Pues…pues, ¡Ay Dios mío, ten piedad de este pobre pecador que, en segundos, seguro, estará en Tu presencia!... Bueno, abreviando: Que el casado ayer con la también aquí presente, Dª Raquel, es usted, señor Martínez…D. Celestino… Pero no se preocupe, que eso lo arreglo yo en un pis pas… Pero no me mate, D. Celestino, por favor; se lo suplico… Tenga usted piedad y misericordia de mí…

—A ver; repita lo que acaba de decir; que yo lo capte, lo comprenda, en todo su significado

—Que…que…tenga piedad de mí, sr. Martínez… Que no me…

—No; eso no me interesa...que, a lo mejor, hasta se libra de que le retuerza el gaznate, como a una gallina… No; me refiero a lo del casorio

—Pues…pues lo que le he dicho: que por poner yo mal los nombres; vamos, poner el suyo en los documentos para la iglesia y el juzgado, en vez del de D. Paco, pues resulta que quienes están casados, tanto ante la Iglesia como el Estado Español, son usted y la señorita…

—Es decir, que, por finales, Raquel es mi mujer, legítima, y yo su legítimo marido

—Pues…pues sí; así podría también decirse… Pero, pero…

No hizo falta que siguiera clamando clemencia, pues el Celestino, hasta le besó la oronda calva al bueno de D. Obdulio, amén de “cascarle” cada besazo en ambas mejillas, que allí quedaron, en constancia del más ínclito agradecimiento que darse pueda en este puñetero mundo de nuestros pecados… Los de este autor, por lo menos.

—¡Es usted un genio, D. “Aciertos Magnos” … Es usted… No sé…Mi padre, mi madre, mi todo, redivivo, pues me hace el hombre más feliz del mundo…

Se desatendió del D. Obdulio, para irse a su querida Raquel, abrazándola jubiloso, aunque no con menos feliz alegría que ella le recibió, abrazándose a él cual lapa a roca

—¡Estamos casados, mi amor, mi vida, mi…mi… MI TODO; SÍ, MI TOODOOO… Somos marido y mujer, de verdad… Ante Dios y ante los hombres… Y todo, gracias a este santo varón que, afortunadamente, e infinitas gracias sean dadas al Todopoderoso, no da una a derechas…

Sí; la alegría era la nota dominante, donde, casi segundos antes, se mascaba la tragedia más trágica que en el universo mundo universal pudiera darse. Y D, Obdulio, que siempre estaba el hombre a “la que cae”, y si cuela, pues cuela, le soltó al más que ufano Celestino

—Hombre, señor Martínez, si, a lo que veo, tan bien le he servido, pues ya podía usted costearme el viaje Madrid-Barcelona-Madrid, que para llegar aquí cuanto antes ya ve, me cogí un taxi en Madrid… Total, tres mil pesetitas de nada… Y que si me da usted cuatro “verdes” queda usted como un señor...

Y, como de otra forma no podía ser, pues cuando a uno le estalla el corazón en el pecho de puro goce, de pura, excelsa dicha y felicidad, no puede evitar esparcir gozo y dulzuras en todo su derredor, con lo que el bueno de “Don Errores Magnos” se marchó para Madrid con mil hermosísimos duritos, cinco mil excelsas pesetillas, en el bolso, y, lógico, más contento que chupillas. Lo que las crónicas del evento no aclaran es lo que, finalmente, pasó con el sufrido taxista que desde Madrid llevó a “Don Embustes” a Barcelona; vamos, si llegó a percibir sus tres mil del ala, porque no sé qué se dice de que “er probete” aún está esperando que el susodicho regrese del servicio del bar donde se metió a satisfacer una urgencia la mar de urgente, asegurando al taxista que en seguida volvía… Cosas “veredes”, esto es, verdaderas, que en esta vida pasan, cual decía Paco Gandía, un cómico, televisivo mayormente, de aquellos años, más o menos.

Y poco más falta por añadir a esta historia, verídica, cual la vida misma, “fartabe” más en autor tan serio y responsable cual es el “menda lerenda” que viste y calza, y es que casi locos de alegría, el Celestino y su ya “media naranja”, Raquel, a todos los efectos, y muy especialmente, al del feliz “al fin solos”, que disfrutaron poquísimos minutos después, en la suite nupcial del hotel al que, en menos que se santigua un cura loco, se acogieron para tan festivo evento; un “Al fin solos” que no sólo se extendió durante todo el día y casi toda la noche de tan especial fecha, sino que continuó, con inusitado ardor, increíble pasión mutua, al menos, durante otros dos o tres días más, con sus casi noches.

Y, si quisiéramos rizar el rizo del relato, diríamos que Celestino y Raquel fueron, tal vez, la pareja hombre-mujer más feliz del universo, pues ni ella pudo hacer más feliz a su amado marido de lo que le hizo, pero es que tampoco el marido se quedó tan atrás en hacer la mar de dichosa a su “costilla” … Y, ya sólo resta decir eso tan bonito de “Y colorín colorado, esta historia se ha acabado”, pues sobra, por bien destacado en la historia, lo de “Se casaron, fueron felices etc. etc. etc.

FIN DEL RELATO

 

NOTAS AL TEXTO

1.    Por aquella época del “Ancien Régime”, el Matrimonio Civil se limitaba a eso, a firmar los contrayentes, padrinos y demás, en el libro del Registro Civil, del juzgado de Primera Instancia que, a la iglesia, por su domicilio, correspondiera. Es decir, que, de hecho, no tenía lugar, limitándose el Juzgado a dar fe del matrimonio religioso, con lo que el mismo quedaba legalizado ante el estado, como si se hubiera celebrado ante el juez. Es más; era el juzgado el que se personaba en la iglesia, en la sacristía, exactamente, y no presidido por el juez, sino sólo por el secretario judicial con el oficial de Justicia del juzgado, siendo el secretario quien firmaba, dando fe, en nombre del juez.

 

2.    “Trajelarse”; amigas, amigos, una vez más, con el “caló”, la casi vernácula lengua de los gitanos, o “calés”, españoles, hemos topado, pues este vocablo es un tiempo del verbo “calé” o del “caló”, “trajelar”, comer, tragar, que, mire usted por dónde, de puro ser usado casi a diario por el gentío “payo” español, es decir, no gitano o no “calé”, ha acabado por tener asiento en el DRAE, o Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, con el mismo significado que en “caló” tiene, “COMER, TRAGAR”, y que el autor, por extensión, lo usa como sinónimo de beber/beberse.

 

3.    Sí, queridas, queridos, “pobrecita” “em galego” la lengua de “Galiza”, Galicia, la tierra de mis dos hijas/nueras, madres de mi nietecillo y mis tres nietecitas, dos de ellas, “das miñas xoias”, también, “fillas do Galiza”; permitidme pues, este pequeño tributo a esa tierra, para mí muy querida, como imaginaréis.

 

4.    ¡Tate!, aunque no esté registrado en el DRAE, es una expresión, interjección, más bien, muy usada en castellano o español, con significado de ¡Espera!, ¡Un momento”… Algo así, como ¡Tente!, de donde, estimo, deriva por uso, puede que incorrecto…

 

 

5.    Antiguamente, en las Ferias de Ganado de los pueblos, cuando los labriegos iban a comprar los animales que, para sus labores agrarias, necesitaban, solían mirarle los dientes a las caballerías, mulas, burros o caballos, que pretendían comprar, para estar más seguros de que el animal, los animales, tenían la edad que aparentaban. Vamos, que el vendedor, generalmente gitanos, no les daba gato por liebre. Y es que, los gitanos antiguos, generalmente, vivían de la trata de animales, comprarlos y venderlos, solían ser maestros en hacer pasar un animal que se caía de viejo, lleno de “mataduras”, (heridas ya viejas) por un animal joven y fuerte, no dándose cuenta el campesino del engaño hasta que ya era demasiado tarde, dos o tres días después, cuando se “rilaba”, se caía, hecho polvo, al menor esfuerzo que hacía.

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