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La madura

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Esa mañana había llegado yo como costumbre a las 9:00 a mi gimnasio donde daba clase de ciclo indoor y otras actividades relacionadas con el gimnasio y mientras entrenaba, se iba llenando de socios el gimnasio.  

Gradualmente empezó a llegar más y más gente y mujeres de todo tipo, cuando me quise dar cuenta, había una maduraza rubia que vestía de rosa y con deportivas de marca. Tenía, la muy puta, un buen culo, que pedía ser taladrado y unas tetazas soberbias, idóneas para hacer unas buenas cubanas.  

Me di cuenta enseguida, porque la muy puerca no me quitaba ojo y la vi mirándome, reflejada en el espejo. Yo a ella tampoco, pues su lascivo jueguecito, me estaba poniendo cachondón y se lo comenté:

—esa guarra madura no me quita ojo.

—pues ya sabes…

Yo a ella tampoco la quitaba ojo pues podría ser una presa fácil, pues su jueguecito iba en aumento y yo casi me sentía empujado a ella.  

Seguimos trabajando en el gimnasio y se acrecentaba y dilataba el libidinoso jueguecito, y se lo volví a comentar a este socio y me dijo:

—ahora es el momento…

Y yo sin más y sin que esta lasciva maduraza se diera cuenta, me planté, junto a ella y le solté:

—¿Deseas algo?, es que no me quitas el ojo en todo este rato.

Ella me miró alucinada y casi sin saber que decir:

—Errr —balbució ella.

—¿qué pasa?, ¿te gusto? —añadí yo.

—pues… —volvió a balbucir ella.  

No me quitaba ojo pese a mi destreza lingüística y mis cojones por plantarme así.

—¿qué pasa, quieres mandanga? —proclamé yo.

Ella se rio y se quedó cortaba por el "palabro".

—bueno, la verdad es que me gustas bastante y me gustaría que nos viéramos íntimamente —expresó ella.  

Yo me quedé desarbolado y sin saber que decir y deseé.

—sí, encantado —y agregué— dame hora y media, que me queda poco, voy a casa, me visto y nos citamos aquí para entonces.

—perfecto, me parece bien —mencionó ella.  

Dicho y hecho, ya había ligado a esta guarrona, el resto era ir a casa y prepararme para la libidinosa jodienda que me esperaba con esta maduraza caliente.  

Llegué a casa y eché raudo y veloz, la ropa del gimnasio para lavar, me quité la ropa que traía, me puse mi tanga de las tiras verdes y con la tela gris y verde que era depravado, muy procaz y libidinosamente obsceno, me puse mi perfume favorito, mis vaqueros negros que me marcaban el rabo, una camisa roja y unos zapatos. Salí como vine y ya ésta putona me estaba preparando en la puerta del gimnasio.  

—No nos hemos presentado —enuncié yo.

—es verdad —dijo ella— ¿cómo te llamas? —interrogó ella.

—me llamo Ricardo —afirmé yo— ¿y tú? —inquirí yo.

—yo me llamo Elena —y nos dimos dos castos besos.  

Elena me contó que vivía cerca del gimnasio y que llevaba poco tiempo viniendo a este, aunque ya había estado en otros gimnasios.  

—Se te ve que tienes muy buen tipo —enuncié yo.

—gracias, Ricardo, pareces muy caballeroso —manifestó Elena.

Seguimos charlando y nos íbamos acercando a su casa. Nos metimos en el portal y la cogí del brazo, advertí lo sexy que era y al estar bien cerca de ella percibí lo bien que estaba.  

Era muy sexy y muy femenina, según ella se vistió putona, porque le gusta provocar para luego tirarse a un tío.  Era rubia de pelo largo y llevaba una cinta en el pelo para que no la molestara.   

Al llegar a su casa me dijo «bueno cariño, me voy a duchar que he sudado mucho y me apetece estar limpia y fresquita para ti».   

Yo mientras tanto esperaba y me senté en un butacón de cuero y veía la televisión que Elena encendió para mí, yo me puse a hacer zapping y al cabo de diez minutos lo tuve que dejar porque la programación a esa hora dejaba mucho que desear y me puse a hojear alguna revista del corazón que Elena tenía en un revistero al lado del butacón.  

Me puse a leer algún artículo, pero sin interés y seguí viendo las fotos como si fuera un niño. Al cabo de algo más de 40 minutos apareció Elena.

—¿qué te parezco, cariño? —expresó Elena.

—que estas para comerte —revelé yo.  

Elena se había vestido como una zorra de burdel con un tentador sujetador, un tanga, unas medias, con ligueros, un tanga y unos botines de cuero todo el conjunto en negro.  

—Muñeca estas para matarte a polvos, guarra —expresé yo.

—pues mátame a polvos que lo estoy deseando desde esta mañana que te he visto en el gimnasio —confesó Elena.   

Me cogió de la mano y me llevó a su habitación. Elena me empezó a tratar y hablar como si ella fuera una fulana burdelera y me iba diciendo todo lo que me iba a hacer. Ya dentro de su habitación me empezó a desnudar.

—muñeca, me da morbo que me desnudes, hazlo.

—si amor —apostilló Elena.

Mientras me quitaba la camisa me sonreía pícaramente y al abrir la camisa me lamió el pecho y me puso más salido. Tiró la camisa en una silla y empezó a quitarme el vaquero y al ver el tanga exclamó:

—¡eres sexy, cabron! —declaró Elena.

Y me magreó el tanga por delante y dio un rugido de aprobación y me puse más cachondo. Me quité finalmente el vaquero, los calcetines y los zapatos y me quedé solo con el tanga.  me situé en el centro de la cama y Elena vino hacía mi cual zorra en celo soltando unas libidinosas guarradas que me pusieron más rijoso y cachondo si cabe. Me abrí de patas y comenzó a olisquear y lamer mi tanga y se puso todavía más cachonda y olía a macho en celo.

Empezó a lamer, sobar y lengüetear mí ya empinada polla y se la empezó a introducir en su libidinosa bocaza con urgencia sexual, tragaba, succionada y mamaba mi verga y lo relamía desenfrenadamente y con obscenidad, engullía y succionaba mi duro cipote y escupía en el para que la mamada fuera más lúbrica y mucho más viciosa, me apretaba los cojones con fuerza y tragaba y succionaba más mi vergón y se lo volvía a meter en su depravada bocaza de ramera procaz.   

Volvió a escupir para volverse a meter mi cipote y agarrarme los cojones con fuerza, mientras yo gemía y jadeaba de lujuria como un semental vicioso en celo.  Engullía, engullía y engullía más mi cipote y lo volvía a lamer y notaba como llegaba a tocar la campanilla con la punta de mi verga. Chupaba y relamía mi nabo con obscenidad lujuriosa y la tragaba con su bocaza y yo estaba corrido de placer. Dejé que parara de comerme el rabo e inicié yo una comida de coño que la estaba matando de gusto. Elena se abrió de patas cual ninfómana y gemía y se desgañitaba de placer mientras le comía el coño y se lo taladraba con mi lengua.  

Elena me insultaba procaz, chabacana y sexualmente y me hacía ver que estaba corrida de gustirrinín la muy puta, no paraba de dar gemidos, sollozos, berreos y vagidos placenteros y me pidió que iniciáramos un 69, nos pusimos a chupar mutuamente nuestros sexos y yo me sentía como un auténtico gigoló, un verdadero chulo de putas que se estuviera follando a una clienta. La imagen que dábamos era muy sicalíptica, obscena y procaz y se oían los lamidos y chupeteos de forma incesante y sin parar. Elena era una verdadera maestra en el arte de comer pollas y yo un auténtico cabrón comedor de coños y ambos disfrutábamos del sexo del otro.   

Las continuas succionadas, relamidas y lengüeteadas sexuales nos estaban poniendo más y más cachondos y la zorrona de Elena se sacó mi rabo de la boca y me pidió:

—follame cabrón que ya no puedo más.

Terminé mi lengüeteada de coño de Elena y le pedí que se pusiera a cuatro patas.

—ponte a cuatro patas, zorra, que te voy a bombear —expuse yo.  

La muy golfa se puso a cuatro patas y le comencé a comer primero el culo y la muy guarra gemía y sollozaba de placer.

—¡no por ahí no —ordenó Elena.

—¿qué no? —solté yo.

Y cuando menos se lo esperaba, la estaba petando el ojete y Elena estaba gimiendo de placer la muy puerca.

—arf, arf, arf —gimió Elena— me estás matando de placer, cabrón, pero sigue.

Yo la estaba bombeando el ojete y la muy puerca de Elena berreaba de gusto y me seguía insultando.

—eres un hijo puta, me estas taladrando el ojete y me gusta.

Mientras yo se lo taladraba Elena se sobaba con rápida fruición el clítoris.

—¡dame cabrón!, ¡sigue!

Elena se seguía sobando el clítoris y yo la seguía entaponando el ojete.  

—No me la saques cabrón, que ya estoy a punto —observó Elena.

Yo la seguía perforando el ojete.

—¿te gusta eh?, ¿te gusta cómo te bombeo, zorra? —expuse yo.

—Claro que sí, cabrón —afirmó Elena.

Después de un largo metisaca y de magrearse ella el coño, pegamos un aullido brutal, pues ella se corrió de su masturbación y yo me corrí dentro de su ojete.

—¡Auuuuuuuuuuuuu! —grité yo.  

Y nos caímos ambos sobre la cama después de esta jodienda a cuatro patas.     

Elena y yo echamos un polvo que nos dejó exhausto a los dos, yo saqué mi vergaza pringada de mil flujos y lefas ya casi deshinchándose y la muy puta de Elena me miraba con sonrisa de estar exhausta, cerramos un poco los ojos y los volvimos a abrir al cabo de cinco minutos, pues el casquete que echamos nos dejó algo aturdidos y nos relajó.  

Nos desnudamos y nos dirigimos al baño, nos duchamos y la caliente de Elena me hizo una última y maravillosa mamada que me dejó todavía más relajado. Le exploté en su lasciva bocaza de zorrona la poca lefa que me quedaba en los huevos, pues el polvo que la pegué fue cataléptico y brutal.    

Nos secamos, y mientras nos vestíamos tuvo el enorme detalle de darme su teléfono, por si quería que volviéramos a follar, yo la dije que pronto nos veríamos y Elena me acompañó hasta la puerta de su casa, la pegué un morreo con lengua de despedida y me alejé de ella con una picarona sonrisa. Esa maduraza tan putona y lasciva me gustó.

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